Sobre Inteligencia humana
e ¿inteligencia artificial?
Diferencias
En
la categorización de la llamada
inteligencia artificial, es artificial, mas no inteligencia Al comprender al
concepto de inteligencia, como condición original de todo ser vivo, y en
especial en referencia a la especie humana, tiene otras condiciones,
cualidades, y una correspondencia ontológica que no son las que propiamente
vienen a caracterizar el accionar logarítmico de ese mecanismo digital que nos
han mostrado como el gran solucionador de todos los problemas y creador de
mundos imposibles que enfrenta la humanidad y, sobre todo, en su sistemática relación
destructiva con el entorno terráqueo.
¿Qué implica la inteligencia desde el cerco humano? En principio una gramática
de lenguaje que desarrolla una comprensión profunda y consciente de conceptos,
emociones y su trato con un contesto topográfico determinado. Esto le ha
permitido desarrollar una creatividad capaz de expandir ideas originales y dar
una solución de forma innovadora a problemas que se nos plantea desde nuestra
más íntima condición hasta la dimensión social. Como señala Kahneman (2011),
“la inteligencia humana no solo se basa en la capacidad de procesar
información, sino también en la experiencia emocional y la intuición, aspectos
que la IA no puede replicar” (pp. 20–21). Gracias a la memoria y a la comprensión
que aporta el manejo de la razón en tanto logos todos podemos aprender y
formarnos de experiencias pasadas, adaptándonos a nuevas situaciones sin la
necesidad de datos estructurados, sino sólo por la experiencia de haberlo
vivido antes. O como bien dijo Ortega y Gasset, somos en la medida de la
circunstancia en que nos encontramos, comprendiendo por circunstancia una
determinada temporalidad y espacialidad cultural e histórica. También, hasta
ahora pudiéramos decir, pues puede que llegue el momento que así sea igual para
eso que llaman IA, los humanos tenemos acceso a un banco de experiencias que
están ampliadas por la emoción, por nuestra capacidad de sentir y empatizar
para establecer la condición intrínseca del hombre en tanto ser social, es la
capacidad de interactuar con lo otro y tomar decisiones pertinentes a través de
lo sentido en tanto vinculante emocional con lo diferente o igual a nosotros en
tanto especie. De esta forma, por agrado o desagrado, porque nos conviene o no,
llegamos a poseer una consciencia que construye decisiones basadas en valores
éticos y morales al considerar cómo pueden impactar nuestras acciones en los
demás. Esto nos lleva a despertar una comprensión de las normas culturales y
sociales que vienen a ser esenciales para una comunicación, en el amplio
sentido de una acción común que nos unifica, para que la convivencia sea
efectiva. Así, mediante el aprendizaje permanente por la interacción, la
empatía, los valores éticos, el intercambio de información y la perpetua condición
de sentir y de comprender mediante un logos común e individual, observamos que
desarrollamos una condición holística que integra desde lo más primario que
establecemos con el entorno, con esa capacidad de sentir subjetivamente, y de
experimentar individualmente, arrojando la capacidad de establecer juicios
cognitivos que lleva a ciertas verdades prácticas que proporcionan la opción de
un desarrollo del pensamiento crítico en todo momento. Como afirma Chomsky
(2006), “la capacidad de los humanos para crear y comprender el lenguaje es un
rasgo distintivo de nuestra inteligencia, algo que la IA no puede igualar
debido a su falta de experiencia vivencial” (pp. 5–6).
¿Qué es lo que puede hacer la IA? Sin menoscabar la potencialidad de esta
tecnología, y su apropiación dentro del devenir económico y cultural del
estadio de la sociedad tecnológica en que habitamos, podemos decir que, en
principio este mecanismo opera por la inventiva humana de procesos algorítmicos
y patrones sin tener consciencia ni comprensión real de los alcances de forma
consciente. Como indica McCarthy (2007), “la inteligencia artificial es una
forma de inteligencia que no tiene conciencia ni comprensión”. Esto quiere
decir que no tiene una capacidad de absorber experiencias subjetivas ni comprender
su significado detrás de los datos. Kurzweil (2005) lo resume claramente:
“aunque la IA puede procesar y analizar datos a una velocidad impresionante, no
posee la capacidad de entender el significado detrás de esos datos, algo
esencial en la toma de decisiones humanas” (pp. 48–49). No podemos dejar de
señalar que este mecanismo funciona exclusivamente con datos previamente
instalados en bancos de memoria para su funcionar. Dando a entender que su
actividad se basa en generar contenidos que parecen creativos, pero sólo lo
hace a partir de patrones existentes, sin crear algo realmente nuevo sin tener
datos previos. Así que esta tecnología se mueve por lo que pudiéramos llamar la
sangre del sistema digital, es decir, sólo tiene actividad exclusivamente por
los datos que puede manipular, por ello requiere un gran volumen de información
para aprender, limitando su capacidad de poderse adaptar y generalizar su
actividad situaciones desconocidas, o que no posea los datos requeridos para
poder interactuar logarítmicamente. Otra de sus limitantes es que carece de
emociones, al menos hasta el momento. Puede simular conversaciones, diálogos,
tener cierta empatía artificial, pero no tiene límites emocionales con los que
se pueda lograr una empatía y experimentar sentimientos con los que se
construya un vínculo emergente de emociones humanas reales. Como advierte
Turkle (2011), “la tecnología puede simular la conversación, pero no puede
replicar la conexión emocional que los humanos experimentan en la comunicación”
(pp. 12–14). Así, sin experimentar esa formación emocional que tenemos los
humanos desde nuestro nacimiento con los que nos rodean, no tiene un
conocimiento real sobre lo que puede ser bueno o malo, correcto o incorrecto,
pues en sus instrucciones de uso no tiene programado un marco moral propio. Se
adapta contextos culturales de forma superficial, sin llevar a presentar
matices culturales dentro de su programación. Lo que puede demostrar es que
puede utilizar técnicas de aprendizaje profundo, pero que son efectivas en
tareas específicas, careciendo de la flexibilidad y adaptación del aprendizaje
humano. Como señala Minsky (1986), “la inteligencia no es una cosa que se pueda
definir fácilmente; es un conjunto de habilidades que los humanos han
desarrollado a través de la experiencia, algo que la IA aún no puede igualar”
(pp. 12–13). Simon (1996) complementa esta idea: “la inteligencia artificial se
basa en la simulación de procesos humanos mediante algoritmos, pero carece de
la comprensión consciente y del contexto emocional que caracteriza a la
inteligencia humana” (pp. 1–2).
Así que nuestra gramática del tiempo habrá que ahora hacer un antes y después
del despliegue de estos dispositivos donde vendrán a imponer límites y un orden
insensible, inconsciente, y sólo propuestas de un pragmatismo algorítmico que
aparentarán ser respuestas que tienen la apariencia de ser inteligentes,
surgiendo la intervención de agentes artificiales que impondrán correctivos y
controles que tiene un funcionamiento diferente a los que produce la
inteligencia humana. Su falta de comprensión consciente junto a la ausencia de
emociones son aspectos que resaltan los límites y la comparación directa con lo
que llamamos por inteligencia humana.
Quizás por la etimología del concepto de inteligencia es que los tecnólogos han
querido asimilar el término a este recurso artificial de manejar datos y dar
respuestas a una velocidad acelerada en comparación con el tiempo que lo hace
una mente humana. Inteligencia, que viene del vocablo latín intelligentia,
tiene en su origen el prefijo inter, que significa entre, y una segunda parte,
legere, que está relacionado con la acción de leer o de escoger. Combinando
ambas puede sugerir la posibilidad de leer entre líneas, es decir, la
potencialidad de interpretar, de comprender lo que está entre cosas, con lo que
conlleva la capacidad de poder realizar una criba, es decir, de discernir,
escoger, más allá de lo que torna aparentemente como evidente. Entender,
habilidad de razonar, pero tener la creatividad de resolver problemas,
adaptándose a nuevas situaciones. La IA puede, en principio, resolver
problemas, pero sin entender ni tener una habilidad creativa personal de
razonar, sólo en la combinatoria de patrones y datos preestablecidos llegar a
ciertas conclusiones reductoras respecto al prompt
o la pregunta que se le formula. La inteligencia humana es un portento de
creatividad gracias a su formación cultural, desarrollando la capacidad de
comprender, razonar y adaptarse tanto en situaciones sencillas, cotidianas,
contingentes o hasta alcanzar procesos profundos y desarrollados que no
significan una simple acumulación de datos o conocimientos inconscientes y
artificiales.
Referencias
Chomsky, N. (2006). Language and mind (3rd
ed., pp. 5–6). Cambridge University Press.
Kahneman, D. (2011). Thinking, fast and
slow (pp. 20–21). Farrar, Straus
and Giroux.
Kurzweil, R. (2005).
The singularity is near: When humans transcend biology (pp. 48–49). Viking
Press.
McCarthy, J. (2007).
What is artificial intelligence? Stanford University. Stanford Encyclopedia of
Philosophy.
Minsky, M. (1986). The society of mind
(pp. 12–13). Simon & Schuster.
Simon, H. A. (1996). The sciences of the
artificial (3rd ed., pp. 1–2). MIT
Press.
Turkle, S. (2011).
Alone together: Why we expect more from technology and less from each other
(pp. 12–14). Basic Books.