domingo, 25 de julio de 2010

El veneno del arroz con pollo

 o la exhumación de Bolívar

David De los Reyes.




Advertencia: este artículo fue publicado en noviembre de 2007. Lo colocamos aquí para reafirmar nuestra posición frente a la exhumación del señor Simón Bolívar. No se ha modificado nada en relación a su anterior publicación.


La nueva noticia premium del locutor de Miraflores es la del envenenamiento del libertador de América por la corona española de aquellos tiempos. Creo que al preclaro líder onírico le falto algo más. Que también estuvieron implicados los oligarcas colombianos, pues ellos fueron quienes pusieron cicuta en el arrocito con pollo del general de marras. Por tanto fue una confabulación imperialista global, pues además de estos actores también debieron estar implicados los agentes de la CIA de Jefferson, que dieron los aportes para la compra del gotero y poder llevar a cabo tan peligroso crimen.
Esta noticia debería ser tomada como la más importante para la historia patria desde aquel 5 de julio de 1811. Por tanto considero que mientras no se resuelva esta incognita, el país debe pararse en pie, dejar de ir a trabajar, salir a marchar por el esclarecimiento de ese suceso histórico y, por tanto, anular el proceso de reforma dictatorial que tiene a todos los venezolanos y al mismo locutor de Miraflores completamente atribulados.
La muerte del libertador tiene que esclarecerse. Hay que dar todos los recursos necesarios a todos los investigadores internacionales y patrios para llegar a una solución absoluta y definitiva. Para esto, lo primero que hay que hacer es ver si aún quedan huesos en el sarcófago que contiene los restos del cadáver que se encuentra en el Panteón Nacional. Pido que para ese momento se halle presente nuestro locutor de Miraflores y que nos de la noticia en vivo y en directo por todos los medios incautados que posee a su disposición. Una vez esclarecido el hecho podríamos volver a iniciar nuestras actividades habituales en la patria bolivariana. Pues si no se resuelve tal interrogante patriótico, cómo podremos resolver la escasez de leche, huevos, carne, el abandono de la educación y sus planteles, los sueldos de miseria del pueblo patriótico, los huecos de las calles, el problema de la basura y sus epidemias, la inseguridad ciudadana, la muerte endógena en los hospitales, la desactivación de la industria petrolera y otros rubros de primera necesidad social para el habitante de la nación?
Desempolvar la tumba, hacer pruebas genéticas en los huesos, rastrear las posibles sustancias asesinas que esos restos puedan tener, nos llevaría a desarrollar tecnologías de punta en el área de la genética forense y esclarecer que la historia siempre tiene la razón, que el muerto si muerto, muerto está.
Pero el trabajo de investigación bolivariana no queda ahí. Creemos que deberíamos chequear otras tumbas para hacer más creíble aún el dictamen y diagnóstico forense bolivariano. Para eso, como podemos ver, son varias los muertos a examinar. Además de la tumba del doctor que atendió al general liberador de América, y que debe ser el principal sospechoso, también debería examinarse las tumbas de todos aquellos que estuvieron presentes en San Pedro Alejandrino alrededor de la fatal fecha del deceso de nuestro Señor de la Patria. Desde los amos oligarcas de la casa hasta los lanceros patriotas y los esclavos bolivarianos que rondaban por ahí. Creo que podríamos notar que muchos de ellos estarían implicados en ese complot imperial donde se podría ver muy de cerca los tentáculos larguísimos de la corona española y su malévolo poder extendiéndose aún hoy a través del representante actual mandando a callar a un hijo de zambos por la latitudes de Chile en la América liberada. ¿Dónde se ha visto eso en nuestra patria? ¿Acaso cuándo el correcto uso del lenguaje, por parte de los dialécticos mestizos revolucionarios, se ha mostrado descalificador con sus adversarios o con sus compañeros de viaje? Nunca!
Comprendiendo que esta es la incógnita más importante para la legitimidad de un régimen bolivariano, consideramos que no se de sosiego hasta alcanzar la verdad verdadera de la cicuta del imperio español puesta en el arroz con pollo del Libertador. Para eso reclamamos que se interrumpa toda actividad pública, entre ellas, reiteramos, la votación del referéndum del 2 de diciembre por no tener claro si es una cuartada del imperialismo fascista español o del bolivarianismo revolucionario camuflado de demócrata a través del locutor de Miraflores. Estaremos pendientes de las próximas declaraciones al respecto. Buen provecho y cuidado con el arroz con pollo!





Colocado y tomado de http://ddlreyes.spaces.live.com/?_c11_BlogPart_BlogPart=blogview&_c=BlogPart&partqs=amonth%3d11%26ayear%3d2007

jueves, 1 de julio de 2010

Consideraciones intempestivas de un 

 

bicentenario en un país condenado a morir.

 

Caso Venezuela

 

Por: David De los Reyes.

 


El sueño de la razón produce monstruos (1799)

de los Caprichos de Francisco de Goya.

  

 

En la última década, en nuestro país Venezuela, pareciera volver, en tiempos de celebrar su bicentenario de independencia,  a un mundo que no tiene ni la fisonomía de la modernidad y sí algunas pinceladas cibernéticas de la postmodernidad, animado con una ignorancia (i-que revolucionaria) o de una impotencia (democrática) de cambio generalizada respecto a un conocimiento del curso de los acontecimientos y de la situación inabarcable de la realidad nacional. La modernidad vivida ahora como ruina y desecho. Encontrándonos en una alienación de la población por el discurso presidencialista, una crisis por la insistente condición omniabarcante y totalizadora de la ideología pseudo-revolucionaria que ha sido una involución en todos los terrenos que constituyen la realidad humana de la nación, con una importación excesiva de todo, y en especial énfasis de artefactos eléctricos de comunicación inalámbrica, reduciendo, eso sí la razón política dialéctica de la alternabilidad en los cargos públicos, saturando la imaginación con un discurso instrumental ideológico único y un ejercicio del poder que no da terreno a la imaginación ni la permite. Una religión secular con un politeísmo patriótico revolucionario aunado a un cristianismo a la carta según la interpretación de la mente hegemónica del caudillo en todos los ámbitos de los valores a topar como los únicos y correctos con el proceso de cambio planteado. Presentándose un deterioro constante de la realidad del territorio en lo ambiental y urbano, junto a una reducción de calidad de vida en la población, estableciendo parámetros de un mundo premoderno, feudal, donde hay un señorío que abroga una permanente destrucción de la naturaleza, un empobrecimiento del hombre a nivel material y espiritual amputándole la libertad, bolsas de pobrezas y delincuencia galopante, asesinatos al orden del día, destrucción del parque industrial y de la industria petrolera, entre otras situaciones. Una condición premoderna se ha instaurado en la concepción general de las mayorías dentro del proceso nacional en curso. Se ha establecido un creciente desierto respecto al saber, al poder, al trabajo, a la familia, a las instituciones políticas, religiosas y culturales, a los partidos; todo ello ha dejado en la nación de funcionar como principios valederos e intangibles, dejando de creer en ellos por la mayoría parasitaria con sed de dólares baratos y de dádivas del estado; las creencias políticas que constituyeron a la condición moderna de la nación han caído con todo su peso, la putrefacción ya estaba en ello y el germen de la destrucción los vino a corroer por completo, sólo se requería el bárbaro y buen salvaje militar que se levantase con una ilusoria luz para las mentes míticas de la población mayoritaria resentida y frustrada, sin formación ni condición para el aprendizaje, para hacerse realidad la irrealidad y convertir a una irrealidad revolucionaria en la realidad que alimenta el curso hacia el vacío y la negación de toda huella de civilidad y de respuesta exitosa a los problemas que tenemos planteados y abiertos en el horizonte de nuestra territorialidad política, económica, social y cultural; sólo se ha deja un ícono floreciente: la condición militar que constituye por el mando, la destrucción, el control, el sometimiento, el silencio, la agresión delictiva, el orden mafioso, la corrupción en nombre de la revolución, el asalto a la propiedad, la extirpación de la libertad de expresión ciudadana y de medios, el abuso del poder siempre que esté a favor del caudillo.

 

 

 

 Hemos vuelto a la imposición de la necesidad del estar-juntos a través de una concepción religión patriótica (bicentenaria) heroica revolucionaria, imponiendo el mito de una revolución eterna donde el progreso está en la medida que la realidad se conforme al dictamen del proyecto individual del líder, que funge como monarca absoluto y libre ante sus súbditos que han claudicado a su libertad individual moderna y la defensa de la propiedad particular. No se pide racionalizar el juego de las relaciones productivas sino apoyarse en la fuerza aséptica que borra toda realidad diversa y deforme al modelo constituido como único. Es una economía de la expropiación a través del saqueo de riquezas no producidas, minerales, ambientales, personales, colocándolas a la orden del funcionario de turno para el haber del grupo tribal oficial. Es la voluntad del poder para la dominación, el aborto cultural, la permanente condición violenta de las relaciones del tráfico de drogas, la instauración de la humillación y la degradación de la condición humana para la libertad.

 

 

 

 Los teóricos de la postmodernidad planteaban que la voluntad de poder ahora se le daba, gracias a la generalización de la estetización de la vida, constituir la vida como obra de arte. Lo que hemos visto es que la fuerza ciega colectiva manejando un único concepto de lo que es la verdad nacional lo único que produce es miseria, pobreza, destrucción ecológica, injusticia y desigualdad legal y nunca una obra de arte dentro de la vida social y sus distintas manifestaciones como prometían aquellos. El proceso de tal voluntad de fuerza tribal no produce una aestesis ni kantiana ni de ningún otro tipo que podamos admirar en la obra de arte social ni en el mismo proceso de su constitución pues no existe; lo bello y justo del bien social postmoderno lo que produce es la estampida a la caverna de la oscuridad junto a su fracaso social. La revolución bonita es un garabato inexpresable. Ni es bella, ni es artística sólo pulsiones que dan contra la pared de la realidad del presente emancipado de modelos que no sea el de la deformación de lo constituido. Hay evolución a situaciones que parecían extinguidas. La naturaleza no es nuestra compañera imprescindible (Mafessoli) si no únicamente el objeto a explotar a como dé lugar, y sus consecuencias irreversibles para las generaciones futuras. El hombre individual se le pide perderse entre las multitudes doctrinadas, propio de una estética de la recepción que impone una moda, un hedonismo patriótico y nacionalista militaresco, a la medida que se expande la insalubridad (dengue, malaria, sida, comida putrefacta), la basura, la podredumbre mental y física, material y espiritual. Todo ese conjunto establece una lógica de la identidad (sexual, ideológica, profesional, etc.) que pretende ser correctiva a la diversidad de la tendencia occidental que contrarresta los efectos de la contrarrevolución de la postmodernidad hedonista e individualista. Un intento desesperado de actuar una búsqueda del bien del hombre general a través del dictamen del imaginario patriótico decimonónico conservador.

 

 

 

 Sin embargo seguimos encontrándonos con una respuesta que se revela ante esta unidad patriótica en pos de la revolución redentora, es una actitud transversal a todo ello que se inscribe en una variedad del look, en la unisexualización galopante, en el bricolaje ideológico, al decir de Maffesoli. Ante esto queda asomar una actitud ante el mal como la configura el discurso estoico de Séneca, quien advirtió que para combatir el mal no tenemos que actuar con la pretensión de hacerlo desaparecer sino para tenerlo a raya; se nos pide una resistencia valerosa e inteligente ante la irrefutable adversidad. Esta religión social de lo patriótico colectiviza el sentido de la vida y la muerte idealizando un mundo optimista en el más allá del devenir de la historia y borra toda crítica y mirada desencantada, cruda arrojada ante el mundo real. Este optimismo revolucionario cree que puede por siempre reconstruir a los hombres, reeducarlos para el bien de ellos, aceptar a la naturaleza humana fijada y única e infinitamente maleable, capaces de ponernos una personalidad como ponerse el lado interior de una escafandra. 

Personalmente me encuentro incómodo en este mundo, mi pesimismo deriva de renunciar a todo modelo social y político, cultural y vivencial que pretenda ser único y definitivo para la obtención de una salvación, donde sabemos que la muerte siempre tiene sus cartas escogidas de antemano: estamos convencidos que no habrá redención ni reconciliación definitiva, no habrá fin de los tiempos contradictorios. Ya Chamfort advirtió que on trouve le bonheur rarement en soi, jamais ailleurs (la felicidad raramente la encontramos en nosotros, jamás más allá de nosotros). 

También podemos retomar y optar por el carácter destructivo que proponía Walter Benjamín en un artículo que lleva el mismo título[1]. Esa destrucción no huele a odio sino en la necesidad de hacer sitio, de despejar, de la necesidad de aire fresco y espacio libre, de tiempo de ocio para crear superando a todo nihilismo pasivo que queramos retomar. No se busca con ello un código sustitutorio que legitime el odio pues al carácter destructivo no le da vueltas en él ninguna imagen. Son pocas sus necesidades, y la mínima estriba en saber con qué se va a ocupar el lugar destruido (sea físico o espiritual). Esta poética del espacio vacío es la que se aplica a los periodos de cambio cultural como es la nuestra, tanto por lo que ocurre en los límites del país como en la externalidad del mundo globalizado. Esta situación de la destrucción para Benjamín (ídem: 158s), requiere de una primera tarea anti-institucional, antifixista y antidogmática ante todo lo que tenga el tinte de revolución y de reacción desbocada, estableciendo que no hay una esencia, ni un origen, ni un valor supremo en la meta. Este carácter ve caminos por todas partes y por tanto se trata de aprender a colocar nuestra vida ante una constante encrucijada: es habitar en la incertidumbre y en lo contingente, pero con la certeza única que ningún instante es capaz de saber qué traerá consigo el próximo. Los escombros son reconocidos por los caminos que pasan a través de ellos. Tal vez nos toca convivir con una permanente incomodidad ante lo establecido por la barbarie desplegada en un mundo atiborrado de gentes y cosas, de ruinas y de asfixia cultural mediática, en que ya no cabemos todos. Es un carácter de resistencia a sostener por la experiencia particular y finita de nuestra existencia personal, teniendo como condición permanente la de edificar la posibilidad sobre esos escombros; en darle un hachazo a la ilusión de la verdad única y autoritaria trastocándola por la verdad que podemos establecer mediante nuestra ilusión personal al construirla por medio de la inspiración al permanente movimiento de la creatividad continua y la invención constante. Sabiendo de antemano que la opción del suicidio no es creativa, tampoco el descanso ni la parada sino el pulso del camino sosteniendo a una existencia en permanente ebullición; de la demanda humana de un constante experimentar ante ejercicios teóricos cuya pretensión final no es estabilizarse en nuestras mentes y establecer así líneas de pensamiento y escuelas. Como se dijo, abrir caminos en un horizonte donde el asalto de la encrucijada siempre está frente a nosotros. No hay seguridad que la elección a caminar sea transitable, quizás tendremos que recular pero es lo que impone nuestra búsqueda al filosofar con el martillo. Se trata de un pensamiento en disposición de partir permanente, de un alerta ante la comodidad estéril, manteniendo nuestra capacidad de alerta y rechazo.  

 En ejemplo de ello es cómo aprendimos la historia. Se nos hace aprender un incontable número de datos, de lugares, de fechas, de nombres heroicos, de actos de liberación nacional y sin embargo nunca nos enseñan cómo se desarrolló la vida, cómo se vivía, que era lo que motivaba a las personas a seguir con un sentido de existencia, nunca cómo se alimentaban, cómo se vestían, cuáles eran sus modos de vivir la sensualidad, cómo era su sexualidad, cómo se prosperaba, cómo se sustentaba un estilo artístico por los gustos del momento, etc. Sólo nos hablan de los héroes y sus matanzas justificadas por el absoluto de una libertad invocada más nunca construida, de los nobles parasitarios del sistema, de los gobernantes que solo buscan su aprovechamiento personal del presupuesto, de los principales que lo son por su capacidad de dominio, de los soberanos que no tienen sino la fuerza como condición, en fin, de los que han proliferado más el fracaso que la optimización de la vida en la Historia, etc. Es lo contrario de aquella modernidad como proyecto, que esgrimiendo un saber pretendió obtener en su culminación la desmitologización o de autonomía de creencias y sentimientos colectivos en relación a la esfera de lo sagrado. La astucia de la irracionalidad en el hombre ha vuelto a abrir la caja de Pandora de esa conciencia pre-moderna pero que a la vez también siempre estuvo latiendo en el presente y en el curso mismo de la expansión de la modernidad económica, política, religiosa y cultural. Nos encontramos con un chusco politeísmo nacionalista, caudillesco y chato que ha establecido un nuevo encantamiento del mundo gracias a las dadivas populistas de una riqueza petrolera nunca ganada y siempre malgastada. Donde se nos exige que no seamos más nunca ciudadanos sino revolucionarios, militares o fieles guerrilleros contra el caído mundo burgués. Adormeciendo todo pluralismo de valores (profetizado por D. Bell en su obra Modernismo y capitalismo). Lo que nos hace especular de la condición creyente y redentora que arrastra el hombre de estas latitudes que fue contraída su cultura nativa gracias al civilizador mural castrador del evangelio católico. Los hábitos permanecen por encima de los tiempos pero dirigidos ahora a un suelo sagrado patriótico y devocional. Difícil cambiar esa condición que estructura la ontología del ser humano nacional en forma general. Por ello pareciera que sólo podemos esperar convivir con estas perennes ruinas sobre las que, como señaló Walter Benjamín, encontramos una multitud de caminos que surcan los escombros. Pareciera que en Venezuela (y buena parte de  lo llamado por Latinoamérica), nos quedara aceptar que debemos filosofar con el martillo pero levantándolo tanto para eso que han llamado 4ta. República como lo es en su epílogo: su expansión y conclusión en esta 5ta. República o, quizás, contra toda república no por su concepción sino por los resultados que legitiman una destrucción externa no prodigada por nosotros sino por una mayoría convencida de su credo absoluto. Es una tarea de destruir, socavar, horadar, generar el espacio vacío para encontrarnos con nuestra propia espiritualidad; vigilia ante la privación a las que nos quieren reducir por la salvación y liberación de todos. Lo único que tiene esta situación histórica de la modernidad es el fantasma de la emancipación colectiva que es usada en la medida que se requiere para reducir nuestros pasos por el mundo y la experiencia de la vida individual. Filosofar con el martillo se pide, para construir un nuevo estilo de pensar y seguir transitando sobre las ruinas que van dejando y dejarán los pasos de esta heroica revolución sin héroes y sí de cadáveres, sólo plena de cobardes y saqueadores del erario público. 

Contra la fragmentación, la deconstrucción, la discontinuidad propias de las sociedades llamadas postindustriales o postmodernas, situación en que la nuestra apenas tocó sus orillas, se nos devuelve a establecer una existencia unitaria, sustancial, planteando una multiplicidad de estrategias que vienen a establecer un solo propósito común, vivir en la inercia del devenir revolucionario. Estableciendo que no habrá nunca más sustitución y sucesión de paradigmas científicos, políticos y culturales. La revolución que dinamiza todo para destruir el pasado injusto viene a detener el curso mismo de su espejismo histórico. La revolución tiene el avanzar del cangrejo, cree ir para adelante mediante la destrucción sin resultados mejores, pero se queda sólo en los escombros, sin posibilidad de establecer nuevos cursos de vitalidad social. En ella hay una resistencia a la modernidad y a la postmodernidad. Y no es por originalidad sino ceguera, ignorancia y obstrucción en la creación de realidad eficiente para el bien común. Vivimos en un mundo nacional que se levanta como un terrorismo de lo único, de la hegemonía de la violencia como condición de vida, de una única razón absoluta de Estado, de una idolatría en personajes que transitan en las sombras de las conciencias sin ningún otro fin de afianzar la obstrucción de la creación y desarrollo de nuestra vida presente; no se llega ni tan siquiera a la cuestionada idolatría del progreso y de la técnica. Todo lo que huela a modernidad es el imperio, todo lo que huela a postmodernidad es decadencia de la globalización. Así es nuestra concepción nacional, una nueva idiosincrasia gracias al alba de los nuevos militarescos dioses establecidos. A falta de proyectos que vivíamos en la democracia corrupta de la 4ta república venezolana, nos encontramos ante el establecimiento de un proyecto único, una sola estrategia: la militar, es decir, destruir al enemigo y la destrucción como legitimación de su existencia, estableciendo múltiples ataques a todo lo que huela a sociedad civil que no esté sometida a una única sensibilidad metálica armada, un carácter sumiso a la jerarquía y la ideología del mundo único establecido. No rostros diversos humanos, solo se aspiran individuos sin rostro y con un solo uniforme como condición de existencia inhumana. 

Si se ha querido anudar la palabra libre a la cosa, el pensamiento al objeto único de la revolución sólo nos queda el martillo para quebrar el marco de la representación absoluta. Estrategia que no busca una ausencia de realidad donde pareciera difícil percibir la tenue línea que discrimina (y vincula) la sensatez y la locura. Anunciada desde hace tiempo la idea de progreso y conocido el fracaso del eterno retorno a la gesta patriótica, debemos jugar al pensamiento del exceso creador. 

Se trata de inocular el germen de la duda ante los monstruos erguidos sobre la arena de las frías redes de la comunicación clausurada dentro de una ciudad informática cerrada, pues si ya no podemos conocer a ciencia cierta la medida del avance, al menos si hemos conocido la medida del retroceso en la historia, ejemplificada al abrir los ojos cotidianos al latigazo sentido ante el conjunto de la bárbara totalidad nacional. Prohibido el saber, el poder se consolida. Situación que se consolida en una frase: la mentira es (y está) en todo ¿Muerte de la nación? Posiblemente, y por inanición. Es la condición propia de un país que lleva su propia condena de muerte. Se ha puesto él mismo el lazo y no sabe ya quitárselo por haber cortado las manos de la solidaridad, del encuentro con el otro, del querer aprender para ser, y de aceptar reducirse a la estupidez de un individuo que ha pretendido gracias a los procedimientos tiránicos del legislar solitario y del mandar militaresco, cercar la libertad de la creación individual y colectiva. 

En tiempos de bicentenarios independentistas podemos decir con bastante precisión que el proyecto republicano venezolano que se inicio en 1810 como un experimento inspirado en ideas republicanas de Rousseau y Locke, termina su elipsis en otro experimento revolucionario a la bolivariana, inspirado en el cesarismo democrático, en el marxismo-leninismo totalitario y en el comunismo tropical cubano. Ambos momentos, uno con impulso de ambiciones de poder público mantuano patrióticas con charreteras por doquier, otro por un movimiento delirante y aéreo de la militaresca incapacitada para el mando acompañada de una oclocracia resentida, han terminado siendo un fracaso. Y si al menos se reconoce esto, nuestros descendientes podrán aprender algo importante. Podrán aprender no una verdad filosófica, religiosa o ideológica (sic). Aprenderán a reconocer el fracaso de este experimento republicano como una advertencia que deberán tener en cuenta cuando den vida al siguiente experimento, y deberán tener en cuenta constituir instituciones que tengan como norte ser experimentos y baluartes de cooperación democrática más que el establecer y perpetuar un orden universal e ideológico cerrado y convocado por el partido de turno. Esa memoria no deberá perderse y no mantenerse en el velo de la ignorancia. 

Es por ello que queda vivir el presente como tiempo-ahora (Benjamin), saltando del continuum de la historia prediseñada y nutrida por la exigencia de sacrificio necesario para las supuestas generaciones heroicas que están por venir. Ni sacrificio ni claudicación. Este tiempo-ahora propone la multiplicación, la proliferación como compromiso individual y moral ante el colectivo inerte, resentido, promoviendo un respiro en el sujeto moral a la permanente dialéctica de cultura y barbarie; matamos a los absolutos, el martillo del pensamiento lo debe aplastar, este pensamiento destructivo no respeta las alianzas ni la complicidad con ningún proyecto preestablecido, al contrario busca abrir espacios y opciones por descubrir y constituir. Un desorden teórico es propio para la salud de una comunidad. Más que completar el desarrollo (imperativo categórico de la ideología moderna del progreso, sea revolucionaria o capitalista), se trata de permanecer en un continuo perfeccionamiento, es decir, en un permanente proceso evolutivo abierto, cumpliendo nuestra rueda del tiempo individual. No una meta sino múltiples puntos de fuga, y aprender a captar la mentira asumida como verdad. El horizonte canta para ti en el presente con un coro de posibilidades, escúchalo!. 

 

[1] Benjamin, W. 1982: Discursos interrumpidos I. Ed. Taurus, Madrid.

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

Benjamin, W. 1982: Discursos interrumpidos I. Ed. Taurus, Madrid.

 

Las tres caras de la globalización:

una contribución para la clarificación del 

debate.

Por: Francisco Marcano Trujillo



Globalidad, 2007. Ismael Muñoz.
I.- INTRODUCCIÓN
La globalización es sin duda un concepto de moda. No hay discurso, ponencia, artículo o encuentro en la que la mentada palabreja no aparezca y sea sometida a sesudas discusiones y no existe articulista, profesor o simple charlista que se precie, que no se las ingenie para descubrir nuevos matices y relaciones en el preciado concepto. Su uso y abuso múltiple por tan diversos y distintos usuarios en los contextos más disímiles despierta la sospecha de que detrás de la palabra es poco o nada lo que podemos encontrar, o que por el contrario, esté tan repleta de significados dispares que su aprovechamiento es nulo. De allí que ante el concepto uno no deje de sentir cierta aprensión y que lo primero que una mínima honestidad intelectual nos exija es el intentar introducir un poco de claridad en el debate. Esto implica contestar a la cuestión de qué es realmente lo que queremos decir al afirmar que el mundo se encuentra inmerso en un proceso de globalización, lo que obliga, a su vez , a tratar de descubrir si existe una unidad de significado detrás de tan diversos contextos. Una vez hecho esto podremos entonces decidir, desde nuestra perspectiva nacional de país en desarrollo, como debemos asumir este proceso y qué podemos esperar de él.
Lo primero que se me ocurre al seguir meditando sobre el concepto de globalización es que, quizá la confusión a la que aludía anteriormente, se deba a que en realidad estamos hablando de tres procesos distintos que se desarrollan en contextos diferentes y de forma paralela. Acotar estas tres realidades será pues el objeto de esta primera parte de mi trabajo.
He aquí pues que el concepto de globalidad apunta a tres procesos distinto aunque íntimamente relacionado. Por una parte nos estamos refiriendo a un proceso económico o comercial, que se distingue por la creación de espacios económicos transnacionales a través de la supresión de las barreras comerciales. Por otra, abarca el concepto una dimensión política caracterizada por una redefinición del carácter del estado-nación entidad jurídica que hasta ahora había sido reconocida como el único sujeto y objeto en ordenamiento jurídico internacional y la introducción de nuevas entidades activas en el sistema internacional. Por último, el término globalización también se utiliza para señalar a un fenómeno socio-cultural como es el surgimiento de una cultura planetaria motorizada por la presencia avasallante de los medios de comunicación de masa, radioeléctricos y electrónicos.






II. LA GLOBALIZACIÓN COMO FENÓMENO ECONÓMICO
Pudiera entenderse el proceso de globalización como la última fase de la racionalización progresiva del sistema capitalista, donde los países desregulan sus economías buscando la especialización en nichos de competencia, como la mejor manera de instalarse en el gran mercado mundial. Según esta postura la globalización sería una realidad impostergable, casi una fatalidad geológica a la que hay que adaptarse a riesgo de desaparecer. Otro rasgo característico de la globalización económica es la presencia de los grandes consorcios multinacionales lo que implica una integración funcional de actividades económicas dispersas internacionalmente. Esta integración funcional abarca desde procesos de producción, hasta actividades de investigación y desarrollo, pasando por las contratación masiva de personal internacional que rota de sede en sede, creando un clima corporativo en el seno de las corporaciones profundamente globalizado. El flujo libre e instantáneo de capitales es otra característica presente en el proceso de globalización económica, que unido a los otros señalados, prometen una optimización creciente de los mercados y el incremento del comercio mundial, lo que, según los defensores de este proceso, contribuiría a reducir los costos de vida y facilitar al consumidor globalizado una mayor gama de productos de mayor calidad. Esto a su vez, contribuiría al aumento de los ingresos, al estimulo del crecimiento económico y a generar nuevos y mejores empleos. Ahora bien, las presuntas bondades señaladas someramente en el párrafo anterior, siguen siendo en la mayoría de los casos, promesas incumplidas, especialmente para los países más pobres. Barreras infranqueables siguen en pie impidiendo el libre acceso de bienes provenientes del mundo en desarrollo en los mercados de los países más desarrollados. El irresistible imán que representan las economías del norte atrae a un número cada vez mayor de incautos emigrantes, que si no perecen en el intento, son presas fáciles de mafias que explotan su estado de indefensión. Las masas de obreros y empleados de los países más desarrollados protestan por la reducción de los puestos de trabajo y el recorte de los beneficios sociales que la flexibilización de los contratos laborales, como medio de estímulo de la competitividad, ha traído como consecuencia. Los críticos de la globalización no se cansan en señalar el hecho de la diferencia entre lo que más ganan y los que menos se benefician del proceso, no ha dejado de crecer en los últimos años y que si bien, el PIB mundial ha aumentado, su aumento solo ha beneficiado a un grupo muy reducido de personas y países, dejando a un lado a las grandes mayorías.
Vemos pues como dos caras contrapuestas de la globalización se enfrentan y no solo ideológicamente. En los últimos años hemos sido testigos de las grandes protestas que han acompañado los encuentros de los organismos llamados a promover y regular el proceso : Banco Mundial, FMI. G-7, OMC. Pareciera que un sentimiento creciente antiglobalizador se fuera imponiendo en el mundo para dar al traste con lo que se ha logrado hasta ahora. Esto no lleva a discutir el problema de la toma de decisiones en un mundo globalizado y el control democrático de las mismas, en otras palabras, la cuestión de la gobernabilidad y la democracia en un mundo planetizado, donde el estado- nación ha dejado de ser la referencia única del sistema internacional.





III. LA GLOBALIZACIÓN POLÍTICA
El estado- nación ha sido el instrumento histórico ideal para preservar ciertos derechos territoriales y políticos, escogido por colectivos humanos agrupados en torno a ciertas ideas de unidad étnica, cultural o lingüística. Su surgimiento coincide con el de la modernidad en la Europa occidental a mediados del siglo XVI. Desde entonces el estado-nación se ha ido imponiendo en el mundo al impulso de la expansión europea, llegando a su máxima apogeo en la segunda mitad del siglo XX, cuando casi la totalidad del mundo poblado se constituyó políticamente en torno a este concepto. Ahora bien, parte del contenido de los derechos territoriales y políticos señalados más arriba se expresaban en el ámbito económico y comercial. El estado-nación, a la vez que constituía una unidad político territorial, conformaba una unidad comercial, donde imperaba la unidad monetaria y tributaria. El soberano imponía en sus dominios una moneda y tributos únicos y controlaba, aplicando impuestos, el acceso de mercancías provenientes de otros estados-nación. Quedaba así constituida una triada: estados-nación –mercados, como elemento básico de los sistemas internacionales. El acceso a, o la conquista pura y simple, de nuevos mercados se transformó en una de las actividades fundamentales de los nuevos estados-naciones. Buena partes de conflictos europeos de los cuatro últimos siglos y especialmente la expansión colonial que experimentó este continente, tiene su origen en este proceso de consolidación del estado nación en torno a mercados nacionales expansivos. Tras el colapso del mundo colonial a raíz de la culminación del último conflicto mundial y especialmente, tras el derrumbe del mundo bipolar que había sido el marco internacional que puso orden el mundo pos-bélico, pareciera que el concepto de estado-nación va perdiendo vigencia como elemento básico del sistema internacional. Nuevas realidades actúan en el ámbito internacional fuera del control de los estados. Organismos Internacionales como la ONU, regionales como la Unión Europea, pero sobre todo, las empresas transnacionales y organismo no gubernamentales, parecen restar protagonismo a los estados en la escena internacional. Pero paradójicamente, nos encontramos con el hecho de que han sido los mismos estados quienes han motorizado el movimiento de internacionalización de la economía, mediante la creación de zonas de libre comercio y otros instrumentos de integración comercial.
Considero una gran verdad el hecho de que la globalización no solo no puede prescindir del estado sino que éste ha devenido en su más importante inductor. Y no debe pensarse que es este un proceder suicida por parte del estado, sino más bien, la única manera en que las antiguas comunidades étnicas, lingüísticas y culturales que constituyeron el estado nación tradicional pueden controlar de alguna manera que parece desbordarlas. No obstante el estado tradicional debe sufrir una profunda reforma para enfrentarse a los nuevos retos que la globalización presenta. En primer lugar el estado-nación, o mejor las personas que lo conducen: clase política y los cuadros burocráticos, tienen que reconocer la profunda y esencial interdependencia de la nueva situación mundial. El estado debe reconocer también los ámbitos donde su competencia es realmente imprescindible, y que no son otros que los que la tradición liberal clásica le ha otorgado de manera irrebatible: El control general de los procesos político, la coordinación entre sus diferentes actores y la mediación y solución de los inevitables conflictos que se originan en el proceso. La representación y defensa de los intereses colectivos de las antiguas naciones en los diversos foros donde se decide la suerte del mundo, son y seguirán siendo igualmente, una prerrogativa de los estados-nación clásicos en su versión democrática tradicional clásica. En esto coincido con el pensador americano- nipón Francis Fukuyama pues el fin de la historia que él propugna no es otra cosa que la transposición al mundo contemporáneo del fin de la historia de Hegel con la diferencia de que donde Hegel ponía el Estado Prusiano como fin de la historia, el nipón-americano coloca la Democracia en su versión libera occidental, pues es este el único sistema que ofrece a la humanidad la esperanza de optimizar la difícil ecuación que representa el dilema entre la libertad y la igualdad, dos conceptos contrapuestos que inevitablemente tienden a anularse mutuamente. La libertad máxima suprime la igualdad; mientras que la igualdad total solo se logra a costa de la libertad.




Todo lo anterior es perfectamente extrapolable al ámbito internacional. Pero en el único escenario donde puede resolverse el dilema que esta en la base de todo sistema político, el dilemaentre la libertad y la igualdad, es en el estado-nación clásico. Aunque algunos sueñen con el advenimiento de un estado universal que imponga un gobierno mundial como la solución a todos los conflictos de la humanidad, a mi parecer su llegada solo sería el cumplimiento de una utopía regresiva donde el control del estado por parte de ciudadano -corazón de toda democracia verdadera- se convertiría en un fin inalcanzable. Y no es que yo sostenga que la democracia liberal sea un sistema perfecto donde reinará la paz beatífica y se solucionen todos los conflictos, sino que ella proporciona el único marco que garantiza que la solución de los conflicto no implique la destrucción de una de las parte. Allí reside la fuerza que hace que el estado-nación democrático-liberal, siga siendo insustituible pues cualquier otro de los factores que hemos señalados como nuevos actores en el ámbito internacional, organismos internacionales, transnacionales, ONG se sustraen del control y fiscalización del colectivo a través de los procedimientos democráticos que están llamados a ser realizados por el estado –nación democrático liberal.




IV.- LA CULTURA PLANETARIA
Después de los atentados del 11 de septiembre se ha reanudado la discusión en torno a la polémica tesis del profesor Huntington sobre choque de civilizaciones como el nuevo escenario de conflicto mundial, una vez superado el conflicto ideológico tras el hundimiento del bloque soviético. Esta visión contrasta notablemente con la tesis sostenida por muchos sociólogos e historiadores, especialmente aquellos que propugnan la globalización como una etapa del desarrollo histórico de la humanidad que pareciera conducir a una cultura planetaria caracterizada por un creciente mestizaje cultural. Para éstos el surgimiento de la civilización planetaria es el último escalón de un proceso evolutivo de las sociedades humanas que se inició con las primeras agrupaciones tribales, que luego fueron sustituidas por las diversas civilizaciones que han cristalizado en distintas regiones del planeta y épocas de la historia. Estas civilizaciones no son, ni nunca han sido, islas aisladas. Es fácil recordar como el Islam en su época de esplendor fecundó la cultura europea en la Edad Media, dando origen al Renacimiento que a su vez dio pie a la expansión de la cultura occidental fuera de sus límites geográficos. Podríamos citar ejemplos semejantes hasta cansarnos, y convencernos de que los conflictos entre civilizaciones son más bien la excepción que la regla. Soy del parecer de que detrás de lo que llamamos choque de civilizaciones se esconde otras razones- generalmente políticas o económicas- y no culturales. En este sentido lo cultural serviría como una ideología para ocultar las razones más profundas del conflicto. Y esto por una razón psicosocial, es más fácil para el ser humano reaccionar ante símbolos que ante otra clase de estímulos. La cultura globalizada está más bien desfigurando los límites entre las antiguas civilizaciones que propugnando un choque entre ellas. Yo veo más peligro en la predominancia de una cultura y sus valores sobre las otras que un choque entre ellas. Aquí de nuevo volvemos a conectar con la primera globalización: la globalización económica y encontramos procesos paralelos. Sin duda las economías más desarrolladas son las que más se benefician de un proceso de globalización porque están mejor preparadas para enfrentar sus retos. De igual manera, los valores culturales de aquellos países que cuentan con el dominio de los vasos comunicantes del diálogo ínter - civilizatorio moderno, como son los medios de comunicación radio - eléctricos y electrónicos son los que tienen más posibilidad de imponerse sobre los otros. La reacción necesaria de los países más débiles es tratar de imponer por todos los medios un diálogo intercultural más sincero, que conduzca a una verdadera cultura planetaria mestiza, y no a una falsa impostura de los peores valores de la cultura occidental como pretendida cultura mundial.


Fotografía de Grete Stern


V.- CONCLUSIONES
El mundo se globaliza, ya creo que podemos utilizar el término sin temores. Es un fenómeno real que está allí, al que debemos enfrentarnos reconociendo sus retos y dificultades, negarlo sería aplicar la perversa política del avestruz que no nos llevaría a ninguna parte. A la globalización no hemos llegado por voluntad propia, más bien, hemos sido llevados, arrastrados a ella, somos de los países que puede ver más peligros y desventajas que beneficios y ganancias. Ahora bien, todo dependerá de la manera como sepamos hacer una lectura de nuestra propia realidad. Creo que como país latinoamericano, tenemos una ventaja que falta en otras regiones, no en vano el mestizaje cultural comenzó por estos lares.