domingo, 13 de marzo de 2022

Fe y fanatismo político o la mirada del escéptico David De los Reyes

 Fe y fanatismo político

o la mirada del escéptico

David De los Reyes

Rechazo global
Foto DDLR2022. Manifestación en la Plaza Cataluña. Barcelona, España



Nuestro mundo de comunicaciones a tiempo real y de algoritmos, vuelve a un sentido de mentalidad medieval de fe y fanatismo. Ya lo vaticinaba Umberto Eco hace unas cuantas décadas atrás. Se nos tiene acostumbrado escuchar el echar la culpa de los desmanes del fanatismo y la fe a las religiones, cosa que puede ser evidente. Pero nuestro mundo reluciente de redes y digitalidades inmersas en un mar electrónico, crece en él un perpetuo transitar temporal a través de una mentalidad común centrada en la fe y del fanatismo.
Bien se dice, para aquellos que no se han podido nutrir de un mínimo de escepticismo y conciencia crítica, que la fe no necesita pruebas, pues le vasta la voluntad, la gracia, el misterio y la confianza. Esta última pareciera establecerse de forma fehaciente en todos los mundos alimentados por las emanaciones iconológicas de las pantallas planas. Una confianza en que todo lo que aparece tiene realidad. Una conciencia universal de creencias en perpetuo crecimiento. Una creencia en todo lo que fluye y va construyendo un espacio que cubre toda nuestra subjetividad; reduciendo nuestra reflexión por el impacto de la neurótica información, independientemente del grado de realidad de experiencias compartidas vividas.
La fe siempre tuvo y tiene su antídoto en la duda. Son extremos que se niegan uno al otro. Si creemos no dudamos, y aceptamos lo dado por concluido y por siempre, es el “así lo quiso -¡y quiere!- dios (o la virgen y todo el resto de la zoología fantástica religiosa e ideológica). Con la duda, pues no se llega a esencias absolutas, a una meta terminal, sino a un perpetuo abrirse a un camino que hay que, primero, transitar; el escéptico observa e indaga, y a toda afirmación coloca su contrapartida, es decir, una contraposición, para mostrar que tanto una, como la otra, no llega a nada definitivo, o mejor dicho, no posee una verdad indiscutible; para este ensayador de mundos posibles solo hay probabilidades más no conclusiones absolutas: conjeturas y refutaciones, ya decía Popper. Los escépticos pirrónicos aceptaban la imperturbabilidad (la ataraxia) y la suspensión del juicio (la epojé). La serenidad ante el maremágnum de la confusión del mundo mental humano y de los fanáticos en verdades eternas o en ideologías del presente y futuras.
Las doctrinas católica, coránica o judaica y demás tribus numinosas, han sido siempre coherentes en todo esto; mantienen su débil poder en la ignorancia al referir que la fe otorga una garantía de realidades invisibles, mistéricas, que no se ven, relacionándolo con la obediencia “ciega” (nunca mejor usado este adjetivo). Y ello hace que se someta inteligencia, libertad y voluntad al dictamen del tótem monosilábico del dios uno (o de varios…) con el añadido del doloroso pecado o culpa. Un ejemplo contundente sería la acción llevada a cabo por el delirante Abraham, al solicitar que sacrifique su hijo por una voz del más allá…la religión como renuncia, no como liberación o, en otras palabras, como una entrega incondicionada.
Pero el fanatismo y la fe no se queda en las constelaciones de los dogmas religiosos. Los Pudiéramos decir, con una palabra muy religiosa, trasciende a ese redil. dogmas políticos tienen larga vida. El marketing político se ha dado cuenta de los beneficios que la fe, los dogmas y las conductas fanáticas aportan ante las masas como método de control. La otra fe “ciega” es la que se ha construido hoy en relación con las ideologías salvíficas, con mirada a un futuro provisorio (que siempre termina siendo peor que el presente; llámese socialista o comunista) o de una repartición de los panes gracias a la oferta y la demanda del mercado (como si el tinglado de la tierra vendría a proveer infinitamente materiales para nuestro consumismo adictivo; llámese neoliberalismo o capitalismo salvaje, el comunismo y socialismo también comparte esta “explotación”). Ambos tienen tics similares… terminan creando una suerte de prohombre fanático. Sea por ignorancia o por intereses oscuros. El fanático no sabe salir del “templo” (Fanum; se siente cómodo dentro de él, le han dado todas las respuestas de su vacía existencia y no tiene que esforzarse en atreverse a pensar por sí mismo; fuera el “sapere aude” kantiano). Es otro espécimen con diferentes colores de cueros mentales. Su delirio se lo come y lo lleva a aniquilar a los que no piensen como el rebaño al que pertenece. Lo hemos visto en los asaltos terroristas de la yihad coránica, pero continua también en el fanatismo político que quiere ampliar territorios invadiendo otros países por la fuerza, la destrucción, la coacción y el miedo en función de su explotación colonial o imperial. Desde nuestra óptica la guerra que padece una parte de nuestro mundo no es sino producto de una personalidad delirante e irracional, pura voluntad de poder ególatra encarnada. Se sienten posesionados de una única verdad. Vivimos en un mundo que alberga el humus suficiente para que surja la figura del tirano por doquier, casi como hongos. Estas mentalidades de la aniquilación del otro no dudan, tampoco pueden comprender la salutífera actitud del ejercicio del dudar y de asumir las circunstancias para mejorarlas por medio del consenso democrático. El fanatismo que hemos encontrado en el cerco asesino que se extiende por Ucrania, se adhiere a una postura que no puede exhibir una prueba indiscutible de justificación, y tampoco llega a entablar una negociación sometiéndose a una discusión libre entre las partes.
Fe y fanatismo es la mentalidad que cunde entre ciertos líderes histriónicos y absolutistas en pleno siglo XXI. Personalidades que se atienen a una irreflexiva i-que verdad (sea histórica, providencial, de raza, de herencia o lo que la justifique), que le llama - ¡escucha una voz invisible! - a una fe de ambición de poder en la acción criminal en que descalifica y destruye al que en su imaginación es la “bestia”, el otro.
A diferencia del escéptico y su imperturbabilidad y su falta de acción por la eterna duda, y que está en la acera contraria, el fanático es impulsado por su propia morbosidad, no se hace preguntas, siempre se siente que está en lo cierto, y sólo sabe dar -¡más no escuchar a los otros!-, respuestas. En el fanatismo religioso y político observamos ciertas identidades comunes, no hay tonos grises, no se aceptan relativismos ni espacio para el error y la duda. Sus objetivos son aceptados desde una claridad contumaz, en que más que irracionalidad se vale de una racionalidad instrumental para llevar a cabo sus fines delirantes y criminales, como han sido la mayoría de los hechos que han acontecido en el río de la historia humana. Un fervor, un afán ciego, una intolerancia a la escucha y al diálogo al exponer sus razones, una pasión funesta y de impotente, que se nutre de ideas supersticiosas que terminan resultando de una intensa injusticia y crueldad que recae, sobre todo, en los ciudadanos desarmados. Vivimos en un planeta que se nos ha hecho cada vez más chico. Al que se adhiere un velo de ignorante fe y fanatismo compulsivo, bien religioso, bien político, donde muchos políticos y colectividades idiotizadas del presente nos muestran una intensa sordera, no saben o ya no pueden escuchar, se les ha atrofiado el sentido para oír la voz real del clamor de la humanidad presente. Sólo aceptan escuchar sus cacofónicas y estentóreas ideas criminales irremediablemente acompañadas de ambición y sometimiento, de una falsa grandeza épica, sin apertura a la duda cuestionadora y crítica y un posible consenso mutuo.