domingo, 1 de noviembre de 2020

 

De la escucha líquida 

y otros artificios sonoros (I)

David De los Reyes


Grabado antiguo sobre Pitágoras y los intervalos
musicales. Intervención DDLR2020


"El primer medio para pensar es escuchar bien".

Jaime Balmes

“Para saber hablar es preciso saber escuchar".

Plutarco

"Así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar".

Epicteto de Frigia

“Hay que aprender a juzgar una sociedad por sus ruidos,

por su arte y por sus fiestas más que por sus estadísticas”.

Jacques Attali

 

Avance de investigación del proyecto ¿Escuchaste eso…? La escucha entre habilidad y estética. Coordinadora  Profa. Meining Cheung para UArtes - 2020

 

Intensión de escucha

¿Es lo mismo oír que escuchar para el humano? ¿Es el oído un sentido cognitivo o estético? ¿Qué tipo de conocimiento puede arrojar el oír o el escuchar? ¿Son dos momentos distintos de cierta condición animal por el hecho de estar en el mundo? ¿El escuchar tiene un sentido orientador ante los placeres como los peligros que en un momento pueden rodearnos? El oído, ese Auris, como refieren los latinos antiguos, es sólo una vibración transportada por el invisible aire y traducida en significado, ¿por el audible sentido vinculado a la percepción de una conciencia animal? ¿Escuchan u oyen de igual manera todos los animales y en especial los hombres? ¿Escuchamos sonidos o ruidos? ¿Hay tantas escuchas como oídos en el mundo o tantas escuchas como atención y culturas? ¿Todos los humanos escuchamos de la misma manera? ¿Es el oído un sentido igualitario o diferenciador? ¿Podemos hablar de un oír natural y de una escucha cultural? Para responder a estas preguntas el compositor norteamericano Aaron Copland, a finales de la década de los años 30 del siglo pasado, dio una serie de conferencias. Con ellas buscaba responder a la inquietud sobre cómo escuchamos música[1]. Para este músico escuchar música vendría a estar asociado con el aprendizaje de ese arte junto a nuestra experiencia. Su preguntaba sobre ¿cuál público es el que escucha? ¿Cuál es la calidad de los oyentes? O ¿cuál es la condición de nuestra audición musical? ¿Cómo escuchamos? ¿Cuál es el medio por el cual nos llega la música? Pudiendo transliterar el adagio conocido de dime qué, cómo y dónde escuchas y te diré qué tipo de público u oyente eres.  En el caso de este músico, exigía la necesidad de una atención concentrada, aunado a una aptitud tanto intelectual como emocional, que siempre estaría en juego o en posible distracción; la desviación del buen escuchar hoy viene a ser casi infinita y de una globalidad sonora ubicua. De la misma manera que podemos rápidamente experimentar cuando entramos en una sala de conciertos, en la cual un gran público no escucha la música, sino que lleva a cabo otras acciones distractoras: ver el celular, responder a una llamada, mandar mensajes y fotos a las redes sociales, pulsar teclas para un chat en  curso, hablar, leer, caminar por el espacio; el pianista canadiense Glen Gould decía que los públicos van a los conciertos a más que todo a ver y no a escuchar. Todo entorno, junto a los dispositivos sonoros, confabulan para no concebir una escucha de calidad sino una escucha distraída, líquida, deslindándose de la interpretación musical en desarrollo o cualquier otro ruido electrónico codificado en grabación digital. Otro fenómeno sería la escucha en un concierto al aire libre por ejemplo, de rock. Las actitudes son otras; se busca una experiencia catártica, unificadora con el conjunto humano, en participar de una emoción tribal colectiva, de una identidad emocional común y aceptada donde la música vendrá a ser el broche de amarre del vínculo religioso moderno dionisiaco. Nuestros oídos están sobreexcitados, sobresaturados; reductos acústicos del ruido permanente de las ciudad y de todo el cerco que nos proveemos como coraza aislante para la distancia y la vida separada de la vida interpersonal.

Copland habló de la formación de una escucha virtuosa, selectiva, de atención plena a la par de un oyente virtuoso, que tendría la capacidad de reconocer, captar la estructura, el estilo, la época, los modos, los instrumentos utilizados, los espacios en que la música se presentaba. ¿Podemos seguir hablado de esta propuesta en cómo escuchamos u oímos en el presente? ¿La música o los músicos cambiaron? ¿No serán ambos, música y músicos, espectros que emergen de una realidad virtual permanente? ¿La escucha es la misma en cada época o es un sentido que evoluciona -o involuciona- gracias al espejismo del progreso tecnológico? Estas son algunas de las preguntas y preocupaciones que nos surgen ante tan maravilloso tema, y que quisiéramos intentar aclarar a lo largo de nuestra breve investigación sobre ¿Qué escuchamos o cómo escuchamos?  ¿Una escucha líquida?

 

 

Oír escuchar,  escuchar oír o ir a escuchar

El oído es un sentido que no queda intacto en sus capacidades a lo largo de la vida de cada individuo. El escuchar atento es distinto del oír por oír cualquier cosa. La escucha se adentra en campos semánticos de una narrativa sonora que se diversifica con el entorno, tanto natural como cultural. Pudiéramos ya decir que el oído tiene una escucha en relación, no sólo con lo que escucha, sino con el vínculo que irrumpe en la vibración del espacio transportador de ondas diferenciadas en los distintos matices de gravedad o agudeza, lisura o corrugado sonoro por las que gravitan los sonidos al ser absorbidos por la acústica de nuestros oídos.

¿Todo lo escuchamos de la misma manera? Pudiéramos decir que puede que todos tengamos oídos, pero no todos los oídos escuchan de igual forma y captan al universo sonoro exterior del mismo modo. La aproximación auditiva en cómo apercibe el hecho acústico-sonoro un músico de formación o un ingeniero de sonido poseerán ciertas similitudes, pero también grandes diferencias, aunque ambos tendrán como materia principal la emisión y la audición de los sonidos musicales, pongamos por caso. Y estas dos posturas ante la escucha ya nos da una gama infinita de distinciones y de resonancias, de matices y de vibraciones que llevarán a encontrar posturas disímiles ante el mismo hecho del fenómeno sonoro y según el apéndice-dispositivo  que lo acompaña en su cotidianidad. Con ello queremos dar a entender que la escucha del oído si bien puede ser una condición genética y ontológica por constitución y evolución natural desde el comienzo de nuestra existencia y del ser, sin embargo, nos encontramos finalmente que los linderos de la audición se bifurcan con la relación y formación cultural de la escucha de quien escucha. El ser de la escucha está determinado o elegido, constituido o agudizado por su devenir del mundo sonoro al que se encuentra adherido.

Por otra parte nos encontramos con la opinión de que el oído no debe cultivarse, o se forma casi por generación espontánea, lo cual pudiéramos catalogar como una falsa creencia, la del oído del tipo lamarckiano; no hay que hacer nada para escuchar, porque el oído capta todo. Por otro lado, como sabemos por experiencia personal, nuestro oído no capta todo, capta, como cuál oído de Pávlov, lo que está acostumbrado a ensalivar en los conductos auditivos a determinados sonidos e intensidades. Es por ello que el oído es uno de los sentidos más importantes para la sobrevivencia animal. Es un sentido muy primitivo, que sirvió en la evolución cerebral del homo sapiens para captar los ambientes seguros de aquellos que lo eran cuando se estaba en descanso, durmiendo o en faenas. Si dormir nos lleva a cerrar nuestra óptica, vitrina abierta a los matices de lo material, de los objetos y sujetos en torno al mundo exterior que habitamos, los oídos permanecen activos y en total captación en todo momento, sirviéndonos desde hace más de 70 mil años en la evolución para despertar la atención al romperse el manto de los sonidos habituales que mecen nuestros sueños en un ambiente conocido y sentido como seguro. 

Pero el oído evolucionó, se desarrolló y se especializó. Construyó formas de sentir-escuchar los sonidos, los ruidos naturales o no, las palabras, los cantos de los animales y el escucharse tanto a nuestra propia voz desde la misma conciencia como a las voces externas de la comunidad con la que convivía o se distanciaba. Hasta llegó a pensar el hombre de conciencia mágica y holística que podía escuchar a los mismos dioses de su panteón mítico-cósmico y conversar con ellos.

A partir de estas ideas referidas previamente, intentaremos acercarnos al tema en cuestión. Estos son algunos de los interrogantes, inquietudes y tópicos a tratar en mi reflexión en torno a lo que llamaré la escucha líquida y otros artificios sonoros, donde la modernidad, la tradición, la religión, la neurociencia, la escucha filosófica, la estética de los sonidos, los medios de comunicación, la tecnología y otras interfases del ayer y del hoy (¡como del futuro!), nos han condicionado y preparado para atender o no a una conciencia de la percepción auditiva. Entendiendo a ésta como fenómeno inevitable y, a veces, asfixiante pero mágico, ilusorio y trastocado de emociones, fascinante y vinculante con el todo sonoro que nos habla y nos pregunta a nuestra consciencia en todo instante.

 



[1] Copland, Aaron, 2001: Cómo escuchar la música. F.C.E. México. El libro contiene las quince conferencias que dio en la Escuela Nueva de Investigación Social de N.Y. para guiar a los oyentes o escuchas en el disfrute de la música. Una excelente introducción sobre el método creador y los elementos anatómicos de la música: ritmo, melodía, tono armonía, son presentados de forma comprensible para todo público. Fue una excelente iniciativa de compartir criterios críticos sobre qué era escuchar para muchos oyentes del siglo XX. Hoy esto ha cambiado. Podemos apreciar una modificación en la escucha completamente inaudita, impensada, no imaginada para ese momento. La obra, de todas formas, no deja de ser un clásico sobre el tema.