lunes, 1 de noviembre de 2021

Los gatos de Egipto y mi perra de Guayaquil David De los Reyes

Los gatos de Egipto

y mi perra de Guayaquil

 

David De los Reyes

Dedicado a Hanna y a mis otros caninos que   me han acompañado y partido para el más allá

 

 


Imagen: Intervención DDLR2020

 

 

 

Me encuentro con la noticia de antropólogos que en Egipto encuentran una tumba  que data de 4500 años donde hallaron una docena de gatos embalsamados. Cuidadosamente colocados y casi en perfecto estado de conservación. Gatos para la posteridad, para  el pasar de las horas por los dioses-reyes en su largo viaje sin retorno y de ultratumba.  Un sentido de pertenencia y de querencia de amo y de soledad. ¿Cómo podrían pasar tantas horas de ocio sin tener un animal al que acariciar y mostrar  afecto, amor  lo cual es una condición más humana que divina? Me encuentro  que despiertan en mi simpatía todos estos  dioses tiranos que se separan de la tierra y se lanzan a otras dimensiones en el sarcófago-nave celestial de las tumbas exquisitas para atravesar hacia la metafísica temporalidad de la eternidad. Son gatos para la  necesidad de faldería, del sentir un ser que nos conmueve y  nos seduce, que si bien no agradece nuestras atenciones  nos busca para que sigamos dándole lo que desean, atención, comida, cama y acercamiento. Eran estos gatos de diferentes tamaños, desde adultos a mininos casi recién nacidos. De varias clases y colores, por decir. Y seguro que estaban cerca de una tumba de una reina más que de un  rey. Gatos que nos hablan de su cercanía en  palacio, pero también del gusto que seguramente tenían los humanos de aquel entonces por la compañía de los felinos.

Debo decir que no soy proclive a los gatos. Siempre me han causado alergia respiratoria, sean sus pelos, su polvo, su mirada, su cercanía, su toxicidad o lo que porten sobre sus cuerpos. Por ello no han sido cercanos a mi vida. Sin embargo, no he podido escapar a convivir alguna vez con ellos. No por mi sino por mis diferentes parejas, que han sido amantes de los gatos (más que de mí, claro es). Creo que en la poca experiencia que  he podido tener con los gatos, siento que son más aceptados y buscados por las damas que por los caballeros. De diez amigos  que han tenido animales a su vera siempre ha estado, en el caso de las mujeres, los gatos, aunque también los perros, pero en el de los hombres han sido más que todo perros.  He visto que las mujeres tienen predilección por ese animal de pocas cercanías y de pocos apegos. De estar por casa cuando tienen alguna necesidad, pero salir cuando les apetecen. De no venir cuando se les llama y de acercarse cuando quieren ellos  ser acariciados y cargados, mimados o rescatados. Para mí los gatos son animales ariscos, de los que no cesan de ser siempre distantes y nunca convencidos del todo de que eres una persona importante para la vida de ellos, aunque convivan contigo. Quizá es esa autonomía la que me hace apreciarlos, pero siempre de lejos desde la baranda. Su condición no me deja tenerlos cerca.

En mi caso, mis mascotas  han sido los convencionales perros, pero sobre todo de raza perdigueros. Siendo mis preferidos  el pointer inglés, los weimaraner y los  bracos. Perros que desde su domesticación siempre han tenido una actividad complementaria con el hombre. Puede que mi sentido atávico de caza se me tranquilice gracias a la cercanía de mi perro de muestra. Pero puedo confesar que, siendo un pacifista convencido y actuante, nunca he tenido armas en mis manos  y menos una escopeta para salir a cazar. Siempre me han parecido que los perdigueros son animales de lealtad y compañía permanente, siempre jóvenes, siempre atentos y prestos, siempre solicitando que  te encamines a la aventura con ellos, que surques caminos por el campo, que vayas a lugares que puedan oler no sólo a tierra húmeda sino a pájaros y animales, a insectos y roedores. Requieren de tu compañía permanente; siempre a tu lado cuando los has enseñado a convivir cerca de ti. Todo eso no lo tenemos con los gatos, animales solitarios, individualistas extremos, indiferentes a tus peticiones, y  no te acompañarán nunca en tus andanzas por los mundos cerca de tu casa. Prefieren ir solos, mostrando su necesidad de libertad y de autonomía, de ir a donde más les plazca sin pedirte permiso ni darte ninguna última mirada (que pudiera ser la última, gracias a las constantes peleas entre ellos o entre perros y gatos…).  Son animales apropiados a la vida de la ciudad.

En cambio, los perros nos hacen sentirnos que aún pertenecemos a mundos de aventura, de peligros y de apremios, de campo y de selvas, aunque los saques a caminar al parque cerca de tu casa.

Entre perros y gatos prefiero estar entre perros. Los gatos se los dejo a las damas, que no le interesan mucho la cercanía de  animales, aunque siempre los extrañan y  quieren que estén cerca de ellas para sus complacencias.  Como me gusta caminar, además de hacerlo con mi  compañera o con los amigos con los que me encuentro para ello, mi perro  ha sido una buena compañía  que abre la sensación de una fiel cercanía sin palabras, las cuales no son muchas veces necesarias cuando queremos salir a contemplar despreocupadamente al mundo. Pero la cercanía y la compañía con mis sabuesos que han forjado mis días de vida, han sido una constante comunicación con la mirada profunda de ellos hacia uno y de su entusiasta actitud de movilidad permanente por el simple gozo de quererte acompañarte. Entre gatos y perros prefiero los perros.

Aunque en el antiguo Egipto  hayan embalsamado gatos para ese viaje último de los dioses-reyes al más allá, no me convencerán que deban acompañarme  en mi partida final. Pero en el “al más acá” lo que más me agrada al salir de caminatas con la fiel y permanente amiga de marras de mi perra.