martes, 1 de diciembre de 2020

 

De la escucha líquida 

y otros artificios sonoros (II)

David De los Reyes



Kandisky Vegetal. Redes Sociales Vegetales. DDLR2020




                                                                                                                                                  El primer medio para pensar es escuchar bien".

Jaime Balmes

“Para saber hablar es preciso saber escuchar".

Plutarco

"Así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar".

Epicteto de Frigia

“Hay que aprender a juzgar una sociedad por sus ruidos,

por su arte y por sus fiestas más que por sus estadísticas”.

Jacques Attali

 

2do. avance de investigación del proyecto ¿Escuchaste eso…? La escucha entre habilidad y estética. Coordinadora  Profa. Meining Cheung para UArtes - 2020



Escucha y neurociencia

 

La neurociencia es uno de los campos del conocimiento que no ha dejado pasar por alto el tema de la escucha.  Sus resultados están revolucionando la manera de entender nuestras conductas y lo que es más importante aún: cómo aprende, cómo guarda información nuestro cerebro, y cuáles son los procesos biológicos y químicos que facilitan el aprendizaje. La experiencia de la música nos ayuda al desarrollo cerebral y la especialidad de la neuromusicología es una puerta de entrada al conocimiento del estudio del cerebro en  su plasticidad y conectividad cerebral. Abriéndose un amplio campo para las neurociencias[1]

Uno de los interesantes trabajos neurocientíficos está relacionado con la escucha selectiva, el cual rompe con la apreciación ampliamente reiterada de la imposibilidad de escapar nuestro sentido auditivo a determinados sonidos. Edward Chang, profesor de neurocirugía de la Universidad de California en San Francisco, nos ofrece una posible respuesta compleja a ese asunto[2]. Confirmó que tenemos algo así como una escucha selectiva que capta ciertas cosas e ignora todas las demás.  En otras palabras, escuchamos dependiendo del interés.

Su trabajo partió de la escucha sobre una triada de pacientes que padecían de epilepsia, diagnosticándoles que debían ser sometidos a una cirugía cerebral.  Parte de esta exigía que los profesionales localizaran las zonas responsables de las convulsiones. Para ello utilizaron 256 electrodos, ubicados en diferentes regiones, como, por ejemplo, el lóbulo temporal, encargado de procesar los sonidos y de nuestra capacidad de escuchar. Centraron los electrodos en las zonas de la convulsión cerebral. Se les indujo a escuchar frases expresadas por voces diferentes, emitidas de manera aleatoria para modificar la atención de un hablante respecto de otro o escuchar uno de ellos. Al llevar a cabo tal proceso se pudo observar de forma eficaz cuáles neuronas se activaban al entrar en un estado de atención respecto a lo que querían los pacientes escuchar o sobre los sonidos que preferían respecto a otros.

Con estos datos obtenidos crearon un algoritmo que les permitiera analizar los patrones de la actividad cerebral, descubriendo así las respuestas neurales de la corteza auditiva que se activaban con el hablante que el participante quería realmente escuchar, mientras se observaba indiferencia cerebral cuando se ignoraba al resto. Con esto se llegó a la conclusión que el hombre ignora lo que no quiere oír. El ejemplo que da Chang es respecto a determinados diálogos de los que estamos presentes-ausentes. Una mujer puede ignorar lo que su pareja le está diciendo, así esté al lado él. El cerebro, respecto a la escucha, ahora sabemos que presenta conductas neuronales selectivas en la corteza auditiva. Esto nos faculta para ignorar información auditiva de lo que no interesa y ocuparnos de otros pensamientos que sí nos concierne atender.  Investigaciones de la neurociencias como está nos lleva adentrarnos a conocer más sobre qué es lo que escuchamos. Comprender que hay componentes selectivos en la escucha y saber que nuestra atención puede anclarse en algo que considera más importante, mientras que hacia otros sonidos disminuye notablemente. Sabido es que muchas veces cuando nos hablan y movemos la cabeza para que la persona, instrumento musical o dispositivo sonoros que está transmitiendo un mensaje, música, ruido o sonido, mostrar que estamos comprendiendo o atendiendo de forma particular, y hasta adelantar la cabeza, como adivinos, para imaginar que sabemos lo que va a continuar. Lo cual se debe, igualmente, a la capacidad cerebral de anticipar eventos de todo tipo. Chang afirmó que los mecanismos de cómo funciona este efecto en el cerebro no se conocen con claridad. Su objetivo era entender cómo el cerebro lleva a cabo tal proceso, y en qué región cerebral ocurre y que otros factores están involucrados como, por ejemplo, qué tan rápido pasa nuestra atención de un hablante a otro. El objetivo era ver qué neuronas se activaban en el cerebro cuando escuchamos sonidos selectivos, cuando sólo ponemos atención en lo que queremos escuchar[3]. Nuestra corteza auditiva y sus neuronas cambian de atención al seleccionar las fuentes de emisión sonora según el interés que tengamos en ellos

¿En qué consistió el estudio auditivo? Mientras los pacientes tenían los electrodos, debían escuchar ciertas frases expresadas por voces diferentes. Estas frases tenían claves aleatorias para que cambiaran su atención de un hablante a otro o para que escucharan solo a uno de ellos.

La neurociencia, por lo anterior, también nos da indicios para comprender nuestras conductas de escucha o no, de un entorno sonoro estridente que nos envuelve. Podemos desarrollar una resiliencia auditiva, en el sentido de adaptarnos positivamente a situaciones adversas, a partir de factores y selecciones individuales, familiares, comunitarias y hasta culturales. Obteniendo ciertos modelos conductuales de compensación, protección y desafío en nuestra auditio. La masa sonora cotidiana de ruidos urbanos e industriales en nuestro ambiente habitual sería todo un fragor desquiciante sonoro para muchos habitantes de otras épocas o de otros hábitats culturales de emisiones sonoras. La cantidad de afecciones (¡e infecciones!) contaminantes de ruido han pasado a ser compensadas a partir de crear o bien silencios artificiales o por el uso de otros ruidos digitales que surgen de nuestros dispositivos imprescindibles del estilo de vida actual. Exige pues poner nuestros límites a partir de una actitud de desafío al ataque permanente de altos índices de decibeles, por los que tenemos que atravesar permanentemente dentro de nuestra estridente jungla de concreto urbana. La resiliencia auditiva es una de las más presentes, pero más inconscientes.  Viniendo casi a aceptar todo este estruendo bélico sonoro en nuestras vidas y nuestra corteza auditiva casi como normal. Los valores de la escucha, igualmente, se han visto alterados. La percepción auditiva puede haberse resentido e incluso disminuido. No es extraño que muchos ingenieros de sonidos recomienden que al escuchar música por emisiones de parlantes electrónicos el volumen sea balanceado y moderado. Los oídos no permanecen inalterados e intactos a lo largo de nuestra vida. Podemos acelerar su disposición a disminuir la escucha en función del movimiento vibrátil de la intensidad de los ruidos al que sometemos cotidianamente la cadena de huesecillos de la membrana auditiva. La resiliencia auditiva es un factor que se hemos aprendido casi de forma natural, para proteger a nuestros oídos del tormentoso mundo de decibeles y alteraciones del ambiente por estridentes emisiones y repeticiones sonoras. Pero por supuesto, otros celebran la altura del volumen sonoro por la sordera no tanto del oído sino del cerebro.

Un pequeño balance que podemos formularnos a nosotros mismos es cuestionarnos qué estábamos o estamos escuchando, y pedirle a nuestro cerebro que pilotee la experiencia sensorial en pleno devenir, distinguiendo esta acción de escuchar en vez de sólo oír. Un leve ruido de fondo puede pasar desapercibido conscientemente, dejándolo de lado como un elemento participante de nuestro entorno auditivo. Esta es la diferencia, entonces, entre sólo oír y escuchar. Tenemos un sentido del oído, pero podemos ir creando una habilidad personal (¡o colectiva!) de qué y cómo escuchar. La diferencia está en la atención que despertamos en nuestro foco auditivo para poder participar activamente en cada una de las percepciones que nos envuelven.

Lo podemos comprender de otro modo en las investigaciones realizadas a través de técnicas de neuroimagen (como la Resonancia Magnética funcional: RNM), mostrándonos cómo ciertas estructuras encefálicas experimentan distintas alteraciones tanto a nivel anatómico como funcional. Ciertas conclusiones de estas investigaciones proponen que la música no sólo es una fuente de entretenimiento y gozo, sino que nos afecta a nuestro funcionamiento sináptico de grandes redes neuronales que inciden, -lo ya sabido por experiencia-, a nivel emocional, conductual, así como en nuestra capacidad de abstracción. Escuchar música nos viene desde los primeros días de nacidos, desde la cuna, en la voz de la madre que entona una nana, e incluso puede darse en el periodo de embarazo. Los nenes, en sus primeras semanas de vida, tienen la capacidad de responder a melodías antes de tener una comunicación verbal con sus progenitores. Escuchar sonidos de música suave los relajan.  Sabemos que los niños prematuros para poder dormir les beneficia una fuente sonora que imite los latidos del corazón de la madre. Eso los ayuda en su adaptación antes de tiempo con el mundo.

Los recién nacidos presentan desde sus primeros días, el desarrollo de sistemas específicos del hemisferio derecho en el proceso de la información musical. Despertando cualidades en torno a la escucha desde temprana edad. Se puede hablar de una gramática musical innata, en nuestro estadio evolutivo humano, parecido a lo postulado por Chomsky respecto al lenguaje, de la existencia de una gramática lingüística universal en todo homo sapiens.  A partir de los seis meses de nacido al niño le gustan más los intervalos consonantes que los disonantes, mostrando a reproducir escalar de tonos y semitonos[4]

Es lo conocido ahora sobre la actividad cerebral de los niños de uno a tres días de nacido. Al escuchar ciertos extractos de música y versiones alteradas de los mismos extractos hay conductas neuronales distintas. Tales variaciones musicales vendrían a mostrar cierta actividad cerebral cambiante al presentares los trozos musicales alterados[5]. Dando a entender que, si bien el recorrido de las ondas vibrátiles captadas por el oído son bastantes sencillas, requiere de varios caminos que afectan a varias áreas del cerebro: desde el tímpano, se dirige al tallo cerebral, de ahí al mesencéfalo y sigue su recorrido hasta el cuerpo geniculado medial o tálamo auditivo, que conecta esta información con la corteza auditiva del lóbulo temporal derecho. Este último es como un filtro anatómico de sonoridades, reduciendo ruidos de fondo modulándolo para hacer una escucha atenta respecto a ciertos tonos aislados de otros, distinguiendo distintos niveles de intensidad de tonos y de ritmo. Al escuchar una melodía, por ejemplo, la corteza prefrontal se activa, procesando el efecto emocional que experimentamos en la escucha. Todo un cambio bioquímico que altera nuestro cuerpo, nuestra conducta y a la misma percepción en su conjunto[6].

 

 



[1] Zatorre R, McGill J. Music, the food of neuroscience? En: Nature. 2005;434:312-5.

 

 

[3] En: El truco del cerebro que nos permite oír selectivamente.  BBC Salud. 19 abril 2012:  https://www.bbc.com/mundo/noticias/2012/04/120419_cerebro_oido_selectivo_men#orb-banner

 

 

[4] Arias, M.: Música y cerebro: Neuromusicología. En: Neurosciences and History 2014; 2(4):149-155. Enlace: https://www.researchgate.net/publication/313417487_Musica_y_cerebro_neuromusicologiaVisitado el 23 de septiembre 2020.

[5] Perani et al., 2010: Neural language networks at birth. En: https://www.pnas.org/content/108/38/16056. Visitado el 25 de agosto 2020

[6] Para una referencia más detallada de la relación de las partes del cerebro y el sonido a nivel neurocientífico se puede leer: Li, C.-W., Chen, J.-H., y Tsai, C.-G. (2015). Listening to music in a risk-reward context: The roles of the temporoparietal junction and the orbitofrontal/insular cortices in reward-anticipation, reward-gain, and reward-loss. Rev. Brain Research, 1629, 160-170. En: http://sci-hub.tw/10.1016/j.brainres.2015.10.024Visitado el 5 de septiembre 2020.

 

 

 

domingo, 1 de noviembre de 2020

 

De la escucha líquida 

y otros artificios sonoros (I)

David De los Reyes


Grabado antiguo sobre Pitágoras y los intervalos
musicales. Intervención DDLR2020


"El primer medio para pensar es escuchar bien".

Jaime Balmes

“Para saber hablar es preciso saber escuchar".

Plutarco

"Así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar".

Epicteto de Frigia

“Hay que aprender a juzgar una sociedad por sus ruidos,

por su arte y por sus fiestas más que por sus estadísticas”.

Jacques Attali

 

Avance de investigación del proyecto ¿Escuchaste eso…? La escucha entre habilidad y estética. Coordinadora  Profa. Meining Cheung para UArtes - 2020

 

Intensión de escucha

¿Es lo mismo oír que escuchar para el humano? ¿Es el oído un sentido cognitivo o estético? ¿Qué tipo de conocimiento puede arrojar el oír o el escuchar? ¿Son dos momentos distintos de cierta condición animal por el hecho de estar en el mundo? ¿El escuchar tiene un sentido orientador ante los placeres como los peligros que en un momento pueden rodearnos? El oído, ese Auris, como refieren los latinos antiguos, es sólo una vibración transportada por el invisible aire y traducida en significado, ¿por el audible sentido vinculado a la percepción de una conciencia animal? ¿Escuchan u oyen de igual manera todos los animales y en especial los hombres? ¿Escuchamos sonidos o ruidos? ¿Hay tantas escuchas como oídos en el mundo o tantas escuchas como atención y culturas? ¿Todos los humanos escuchamos de la misma manera? ¿Es el oído un sentido igualitario o diferenciador? ¿Podemos hablar de un oír natural y de una escucha cultural? Para responder a estas preguntas el compositor norteamericano Aaron Copland, a finales de la década de los años 30 del siglo pasado, dio una serie de conferencias. Con ellas buscaba responder a la inquietud sobre cómo escuchamos música[1]. Para este músico escuchar música vendría a estar asociado con el aprendizaje de ese arte junto a nuestra experiencia. Su preguntaba sobre ¿cuál público es el que escucha? ¿Cuál es la calidad de los oyentes? O ¿cuál es la condición de nuestra audición musical? ¿Cómo escuchamos? ¿Cuál es el medio por el cual nos llega la música? Pudiendo transliterar el adagio conocido de dime qué, cómo y dónde escuchas y te diré qué tipo de público u oyente eres.  En el caso de este músico, exigía la necesidad de una atención concentrada, aunado a una aptitud tanto intelectual como emocional, que siempre estaría en juego o en posible distracción; la desviación del buen escuchar hoy viene a ser casi infinita y de una globalidad sonora ubicua. De la misma manera que podemos rápidamente experimentar cuando entramos en una sala de conciertos, en la cual un gran público no escucha la música, sino que lleva a cabo otras acciones distractoras: ver el celular, responder a una llamada, mandar mensajes y fotos a las redes sociales, pulsar teclas para un chat en  curso, hablar, leer, caminar por el espacio; el pianista canadiense Glen Gould decía que los públicos van a los conciertos a más que todo a ver y no a escuchar. Todo entorno, junto a los dispositivos sonoros, confabulan para no concebir una escucha de calidad sino una escucha distraída, líquida, deslindándose de la interpretación musical en desarrollo o cualquier otro ruido electrónico codificado en grabación digital. Otro fenómeno sería la escucha en un concierto al aire libre por ejemplo, de rock. Las actitudes son otras; se busca una experiencia catártica, unificadora con el conjunto humano, en participar de una emoción tribal colectiva, de una identidad emocional común y aceptada donde la música vendrá a ser el broche de amarre del vínculo religioso moderno dionisiaco. Nuestros oídos están sobreexcitados, sobresaturados; reductos acústicos del ruido permanente de las ciudad y de todo el cerco que nos proveemos como coraza aislante para la distancia y la vida separada de la vida interpersonal.

Copland habló de la formación de una escucha virtuosa, selectiva, de atención plena a la par de un oyente virtuoso, que tendría la capacidad de reconocer, captar la estructura, el estilo, la época, los modos, los instrumentos utilizados, los espacios en que la música se presentaba. ¿Podemos seguir hablado de esta propuesta en cómo escuchamos u oímos en el presente? ¿La música o los músicos cambiaron? ¿No serán ambos, música y músicos, espectros que emergen de una realidad virtual permanente? ¿La escucha es la misma en cada época o es un sentido que evoluciona -o involuciona- gracias al espejismo del progreso tecnológico? Estas son algunas de las preguntas y preocupaciones que nos surgen ante tan maravilloso tema, y que quisiéramos intentar aclarar a lo largo de nuestra breve investigación sobre ¿Qué escuchamos o cómo escuchamos?  ¿Una escucha líquida?

 

 

Oír escuchar,  escuchar oír o ir a escuchar

El oído es un sentido que no queda intacto en sus capacidades a lo largo de la vida de cada individuo. El escuchar atento es distinto del oír por oír cualquier cosa. La escucha se adentra en campos semánticos de una narrativa sonora que se diversifica con el entorno, tanto natural como cultural. Pudiéramos ya decir que el oído tiene una escucha en relación, no sólo con lo que escucha, sino con el vínculo que irrumpe en la vibración del espacio transportador de ondas diferenciadas en los distintos matices de gravedad o agudeza, lisura o corrugado sonoro por las que gravitan los sonidos al ser absorbidos por la acústica de nuestros oídos.

¿Todo lo escuchamos de la misma manera? Pudiéramos decir que puede que todos tengamos oídos, pero no todos los oídos escuchan de igual forma y captan al universo sonoro exterior del mismo modo. La aproximación auditiva en cómo apercibe el hecho acústico-sonoro un músico de formación o un ingeniero de sonido poseerán ciertas similitudes, pero también grandes diferencias, aunque ambos tendrán como materia principal la emisión y la audición de los sonidos musicales, pongamos por caso. Y estas dos posturas ante la escucha ya nos da una gama infinita de distinciones y de resonancias, de matices y de vibraciones que llevarán a encontrar posturas disímiles ante el mismo hecho del fenómeno sonoro y según el apéndice-dispositivo  que lo acompaña en su cotidianidad. Con ello queremos dar a entender que la escucha del oído si bien puede ser una condición genética y ontológica por constitución y evolución natural desde el comienzo de nuestra existencia y del ser, sin embargo, nos encontramos finalmente que los linderos de la audición se bifurcan con la relación y formación cultural de la escucha de quien escucha. El ser de la escucha está determinado o elegido, constituido o agudizado por su devenir del mundo sonoro al que se encuentra adherido.

Por otra parte nos encontramos con la opinión de que el oído no debe cultivarse, o se forma casi por generación espontánea, lo cual pudiéramos catalogar como una falsa creencia, la del oído del tipo lamarckiano; no hay que hacer nada para escuchar, porque el oído capta todo. Por otro lado, como sabemos por experiencia personal, nuestro oído no capta todo, capta, como cuál oído de Pávlov, lo que está acostumbrado a ensalivar en los conductos auditivos a determinados sonidos e intensidades. Es por ello que el oído es uno de los sentidos más importantes para la sobrevivencia animal. Es un sentido muy primitivo, que sirvió en la evolución cerebral del homo sapiens para captar los ambientes seguros de aquellos que lo eran cuando se estaba en descanso, durmiendo o en faenas. Si dormir nos lleva a cerrar nuestra óptica, vitrina abierta a los matices de lo material, de los objetos y sujetos en torno al mundo exterior que habitamos, los oídos permanecen activos y en total captación en todo momento, sirviéndonos desde hace más de 70 mil años en la evolución para despertar la atención al romperse el manto de los sonidos habituales que mecen nuestros sueños en un ambiente conocido y sentido como seguro. 

Pero el oído evolucionó, se desarrolló y se especializó. Construyó formas de sentir-escuchar los sonidos, los ruidos naturales o no, las palabras, los cantos de los animales y el escucharse tanto a nuestra propia voz desde la misma conciencia como a las voces externas de la comunidad con la que convivía o se distanciaba. Hasta llegó a pensar el hombre de conciencia mágica y holística que podía escuchar a los mismos dioses de su panteón mítico-cósmico y conversar con ellos.

A partir de estas ideas referidas previamente, intentaremos acercarnos al tema en cuestión. Estos son algunos de los interrogantes, inquietudes y tópicos a tratar en mi reflexión en torno a lo que llamaré la escucha líquida y otros artificios sonoros, donde la modernidad, la tradición, la religión, la neurociencia, la escucha filosófica, la estética de los sonidos, los medios de comunicación, la tecnología y otras interfases del ayer y del hoy (¡como del futuro!), nos han condicionado y preparado para atender o no a una conciencia de la percepción auditiva. Entendiendo a ésta como fenómeno inevitable y, a veces, asfixiante pero mágico, ilusorio y trastocado de emociones, fascinante y vinculante con el todo sonoro que nos habla y nos pregunta a nuestra consciencia en todo instante.

 



[1] Copland, Aaron, 2001: Cómo escuchar la música. F.C.E. México. El libro contiene las quince conferencias que dio en la Escuela Nueva de Investigación Social de N.Y. para guiar a los oyentes o escuchas en el disfrute de la música. Una excelente introducción sobre el método creador y los elementos anatómicos de la música: ritmo, melodía, tono armonía, son presentados de forma comprensible para todo público. Fue una excelente iniciativa de compartir criterios críticos sobre qué era escuchar para muchos oyentes del siglo XX. Hoy esto ha cambiado. Podemos apreciar una modificación en la escucha completamente inaudita, impensada, no imaginada para ese momento. La obra, de todas formas, no deja de ser un clásico sobre el tema.

 

jueves, 1 de octubre de 2020

 De Tiranos.

El Tirano en la Filosofía de 

la Antigua Grecia

David De los Reyes





Sobre el tema y el texto publicado:

El tirano siempre ha sido visto como una figura opresora y arbitraria, envidiada y deseada en todos los tiempos.  La tiranía, sin embargo, es un ejercicio de la desmesura (hybris) del poder político. “De tiranos” tiene como finalidad presentar su origen y las consecuencias para el pueblo y el estado que lo adopta, lo instaura y acepta. “De Tiranos” presenta la condición, afirmación o rechazo de este personaje clave en la política de la antigua Grecia. El tirano surge como un líder reivindicador de las inquietudes políticas de las mayorías hasta convertirse en el opresor de estas. En la tiranía encontramos que el libertinaje, la ambición, la filtración insistente del miedo colectivo y la soberbia autócrata son causas de todos sus males, contraponiéndole la prudencia, vista, en cambio, como el origen de todos los bienes. La tiranía será la peor de las desviaciones constitucionales. El régimen tiránico es el que más se aleja de un gobierno constitucional o representativo. El poder del tirano no se establece por su virtud, sino que se distingue por el uso de la fuerza y el fraude, la arbitrariedad personal en la distribución despótica de los cargos públicos entre sus acólitos o serviles. La palabra Tyrannos (en griego), significa usurpador, un usurpador que tendrá la fuerza y popularidad suficiente para mandar de forma absoluta y por encima de las leyes.  La mención del tirano en la Antígona (506-7)  de Sófocles advertía que  no sólo los dioses sino también los hombres envidian a los tiranos. ¿Por qué la figura del tirano ha sido tan carismática y, a la vez, rechazada en la historia? El poder tiránico es una carga que agobia, y pesa tanto a los opresores como a sus oprimidos. Reiteradamente se ha reconocido que toda revolución popular termina colocando un tirano en el timón del poder. Resultando una democracia popular o demagógica. Un gobierno que destruye y retira las leyes constitucionales y gobierna por medio de decretos

Abordamos esta autócrata figura de las tiranías bajo el ejercicio de la hermenéutica y la genealogía filosófica. El tirano y su razón de ser despótico, surge a partir de nuestra lectura de los textos políticos clásicos de los filósofos griegos; de los más representativos por su importancia conceptual e histórica de la filosofía: Platón, Aristóteles, Isócrates, Jenofonte y otros autores antiguos son revisados para dar luz a este arquetipo político universal que se origina y crece  en el torbellino de la polis griega. Podemos adelantar que la aceptación o no del tirano en la antigüedad era bastante ambigua: para ciertos autores era el mayor mal (Platón), para otros podía ser pasable (Aristóteles). Para Isócrates, en cambio, la figura del tirano, está determinada por la soberbia, la ambición, y encontrarse, como un esclavo del poder, dominado por los deseos insaciables; la educación, junto a la capacidad de poseer un juicio individual frente a la mayoría, vendría a ser, para este gran orador filósofo, el mejor antídoto contra las tiranías.

Nuestra época, y hoy más que nunca pudiéramos añadir, no está excepta de vivir bajo regímenes tiránicos. Muchos gobiernos actuales parecieran refrendar esa miserable condición política de la tiranía en una buena mayoría de naciones. Por tal interés este estudio nos lleva a colocar sobre la mesa de la filosofía política al tirano y comprender sus repercusiones para el devenir del Estado en el mundo global digital. 


Este es el planteamiento de nuestro libro homónimo. Que pueden conseguir en edición  Kindle digital (próximamente en edición tapa blanda) en Amazon.com con un precio de lanzamiento promocional, en la siguiente dirección: 

https://www.amazon.com/Tiranos-Tirano-Filosof%C3%ADa-Antigua-Spanish-ebook/dp/B08K1HR3KB/ref=sr_1_1?dchild=1&keywords=De%20Tiranos%20David%20De%20los%20Reyes&qid=1601055963&sr=8-1&fbclid=IwAR2aQVPkvjvqvJOemXs1-FQT8xosIJ_ufUjL69h78Y8THU-1BNXkkQNzDvQ.



 

martes, 1 de septiembre de 2020

   

Hannah, la del Monte de los Empalados


David De los Reyes




 

1¿Te gustan los perros? Para mí siempre han sido mis amigos y compañeros de vida. Te cuento algo de mi perra.

Ella es Hannah, nuestra pointer inglesa. Lleva conmigo viviendo casi 11 años. A Hannah le gusta salir temprano a caminar en la mañana. Es una exploradora nata. Su instinto atávico de cazadora no la deja ni cuando duerme. Salir juntos es el mejor regalo del día para ambos.

 




2.- Hannah la tenemos desde los dos meses de edad. La fuimos a buscar a una ciudad que se llama Cagua, en el distrito Sucre del Estado Aragua, en Venezuela. Es de un lugar que nombran el "Monte de los Empalados"...ustedes podrán imaginarse el origen del nombre, pero los amigos que me la ofrecieron viven allí y hasta los momentos nunca vieron un “empalado” cerca en la zona...pero de noche dicen que se escucha el llanto de sus espíritus a lo lejos mezclados con la fresca brisa nocturna de los meses de diciembre.

 





3.- Hannah creció junto a un gran Jardín, allí se ejercitaba todos los días, los niños la querían mucho y nosotros no menos. Salir a jugar con mis hijos era ver cómo tres animalitos, unos con dos pies y la otra con cuatro patas, se hermanaban para realizar sus búsquedas misteriosas en cualquier lugar a donde se movieran.

 




4.- Hannah, cuando no estaba brincando o cazando moscas por la casa, lo que más le gustaba era que le dejaran dormir tranquila. La llamé así, Hannah, por mi admiración a la conocida filósofa alemana-judía, Hannah Arendt, quien me ha inspirado por su compromiso por la libertad y la condición humana. Siempre me recuerda a ella, y la pensadora, muchas veces, me recuerda a Hannah mi perra.

 




5.- Hannah aprendió a subir y bajar las escaleras de la casa desde muy pequeña. Eran unos escalones de madera aéreos. Un día tuvo un accidente. Calló del segundo piso al primer piso. Se deslizó por el hueco que separa entre escalones. Desde ese día le tomó algo de miedo el subir y bajar. Pero al cabo de un tiempo volvió a tener la seguridad de antes. Los perros vuelven aprender fácilmente cuando adquieren otra vez la confianza del lugar que habitan y conocen.

 


6.- En la casa se distraía con cualquier cosa. Los juguetes que más le gustaban para morder eran las botellas plásticas. Al menos les daba un buen uso. Ella se distraía, afilaba los dientes, aprendía a centrar la mordida y se quedaba por un tiempo concentrada, encantada del ruido que emanaba del “perol” de plástico a medida que lo iba destruyendo con sus caninos. Los juguetes industriales para perro con forma de hueso o cualquier otro le hacían poca gracia; como compañera de un músico, mi persona, ella también quería hacer música con la percusión de sus dientes sobre el plástico que iba corrugando hasta dejarlo sin forma, convirtiéndolo en una masa de plástico transparente que abandonaba por ahí, a la espera de conseguir otro nuevo que sonora como a ella le gustaba.



 


7.- La mirada de Hannah siempre ha sido muy especial. Los Pointers, acordemos que es una raza perdiguera o cazadora, y tienen la cualidad de saber dirigir la mirada al objetivo a cazar, apuntando con el hocico hacia la presa a capturar. Pointer, en inglés quiere decir eso, apuntar de forma fija. Pero también no menos ha mostrado una mirada algo lánguida, dócil y complaciente con nosotros, casi humana, pues con ella expresa cómo se siente, si quiere salir o le pasa algo. Sus ojos tienen su propio lenguaje que debimos aprender.

 




8.- Una de sus salidas favoritas es ir al monte a pasear. En el trópico esto es bastante normal, cuando se vive alejado de la ciudad. Y nosotros así estábamos, alejados de la urbe. De tanto en tanto me la llevaba con los muchachos a uno de los parques nacionales que quedan en lo que se llama Los Altos Mirandinos, donde se encuentra el Embalse Macarao, que surte de agua a buena parte de la zona central de la capital de Venezuela. Allí Hannah era totalmente feliz, se adelantaba a nuestro paso, se regresaba a ver por dónde veníamos, nos acompañaba, nos lamía la mano para que le diéramos agua, y era una cachorra en plena libertad e instinto animal. Hacía el oficio por el que genéticamente estaba determinada, que era buscar presa, perseguirla y señalarla. Nosotros nunca hemos sido cazadores de animales. Sólo he “cazado” con la lente de mi cámara a todos aquellos que nos hemos encontrado en nuestro paso por parajes a monte traviesa. Y Hannah ha ayudado a ello.




 

9.- La condición natural de un pointer es estar en constante movimiento; son la intranquilidad en vida. No se recomienda esta raza para las personas que quieren un perro faldero, de estar por la casa, de montarse sobre el regazo de sus amos y ladre de histerismo perruno a aquellos que no conoce. Los pointers son insistentemente inquietos pero a la vez bastante silenciosos. El nervio del movimiento pareciera que nunca descansara.  Hay que tener resistencia con ellos, pues continuamente te exigen salir a correr, a seguir una senda, a buscar lo que no se le ha perdido...pues nunca dejaría de hacerlo hasta encontrarlo por fin...Hannah es una excelente corredora y casi incansable. Ha trazado sus huellas sobre la tierra con la rapidez del rayo.

 




 10.- Hannah ha tenido que viajar. Me trasladé a la ciudad de Guayaquil hace unos años por razones de trabajo. Pasó tres años separada de mí, aunque viviendo con mi hijo Eloy en Carrizal, los Altos Mirandinos. Pero la separación le afectó. Estaba triste y algo desorientada en el transcurrir de los días. Esperamos a que consiguiera un espacio en donde ella pudiera sentirse cómoda y no acorralada entre cuatro paredes. Ese lugar lo hallamos al cabo de un tiempo y ya nos habíamos planteado que sería bueno trasladarla a Ecuador. El momento llegó. Una amiga veterinaria de mi hijo viajaba hacia acá con otro perro. Y no tenía inconveniente de hacer el viaje con Hannah para reencontrarse conmigo. Preparamos sus papeles para la salida del país; se les pusieron las vacunas reglamentadas para los viajes y se le hicieron los chequeos médicos oportunos. De eso ya hace casi dos años que está por estos lares de la latitud 0° del Ecuador. La felicidad de volver a vernos fue mutua. Y la tristeza se le disipó por completo.




 

11.- Uno de los lugares que más le agrada a Hannah caminar es por el Malecón de El Salado, cerca de nuestra casa, en la urbanización Urdesa de Guayaquil. Es un lugar de canales que van a desembocar en el gran río Guayas, que atraviesan esta parte de la ciudad. El motivo de la alegría que despierta verla salir hacia allá es porque va a encontrarse con las garzas, esas aves de plumas blancas, rosadas o grises o patos de color marrón, además de toda una bandada de distintas especies que viven también aquí y que pernoctan entre los manglares sobre la orilla del canal. Hannah le encanta correr tras ellas. Las persigue, les ladra, ellas salen de su densa tranquilidad y emprenden su grácil vuelo.  Hannah se queda mirándolas, como diciéndoles, "¡ya verán, un día las alcanzo!"




 

12.- También están sus caminatas entre los grandes árboles de la zona. Aquí se encuentran sorprendentes e insólitos monumentos vegetales centenarios. Cujíes, Almendrones, Cauchos gigantes, Apamates, Guayacanes, y el infaltable árbol Manglar, de enorme altura, en las orillas del canal. Hannah se mete por donde no la llaman, pero sin dejar de estar atenta del lugar donde me encuentro en mi caminar. Siempre me busca con su mirada. Caminar entre tal esplendidez arbórea es prácticamente uno de los pequeños placeres de este lugar.




 

13.- Con la peste china roja o Convid19 todo cambio y nos encontramos que en los primeros días de la pandemia no podíamos salir de casa a realizar nuestro rezo andante ante el despuntar del día. Debido a la alta expansión del virus se debieron tomar medidas extremas, pero necesarias. Debíamos estar a resguardo de forma estricta para cuaqluier forma de contagio. Con el pasar de las semanas se permitió a las personas que teníamos perros salir con ellos un rato  con las previsiones del caso. Las calles estaban desoladas, prácticamente no había ningún transeúnte, menos autos o cualquier vehículo de motor. Sólo escuchábamos el sonar de las sirenas de las ambulancias pasar en muchos momentos del día, tanto en la vigilia como en la noche. Hannah no dejó de reclamar salir a su paseo, y por mi parte lo celebraba. Era un momento de alivio al insólito pero necesario encierro para ambos; por ello no me costaba sacarla para nada a caminar entre el paisaje algo inhumano y desolador en que se había convertido la silenciosa e inmóvil ciudad.






 

14.- Hannah ha encontrado en Guayaquil un lugar que la ha acogido desde que piso su suelo. Los vecinos la aman y todo el mundo tiene que ver con ella. Trato de siempre tenerla a mi lado, para no asustar a quienes pasan cerca nuestro caminando, pero las personas se acercan a preguntar. Una de las cosas que siempre me dicen es que si ella es una perra dálmata. Es una constante. Aquí no es costumbre ver este tipo de raza. He visto a ejemplares caninos Braco y Weimeraner, que son también perros de caza, pero Pointer Ingles aun no. Y siempre explico la diferencia entre ambas razas, que se nota, sobre todo, por la forma del hocico. El Dálmata es más fino, termina en punta, el del pointer es cuadrado, tiene una mordida más abierta para la carga y búsqueda de la presa y traerla entre sus fauces. Además de las manchas en la piel, que son distintas en su moteado y diseño natural.

 




15.- Aunque Hannah nació en una zona de calor, en los valles de Aragua, cerca de la ciudad de Cagua, como ya hemos dicho, el calor no lo soporta. Y Guayaquil tiene un clima particular, caluroso y húmedo por el río que la atraviesa.  Esto hace que ella no pierda el momento para colocarse frente al ventilador y esperar que la brisa generada por el movimiento de las aspas le refresque y le permita descansar en las largas tardes, casi asfixiantes y calurosas de esta ciudad. Por ello, el verla acostada frente al aparato, no es nada de extrañar, forma parte de sus costumbres y de su habitar junto a nosotros en esta ciudad.




 

16.- Hannah es una perra muy querida y ella es una perra que también quiere mucho. No acostumbra a lamernos como hacen otros perros, pero si a buscarnos para que la acariciemos y ella pegarse cerca para sentir que estamos juntos, que no está sola y que mientras viva será nuestra compañía, despertando ese instinto atávico que tenemos todos los hombres en nuestro inconsciente de ser cazadores-recolectores. Y junto a esto, no menos importante es la compañía de los canes, que fueron el primer animal que el hombre domesticó para su trasegar y sus quehaceres cotidianos. Aunque hoy está totalmente transformado ese estilo de vida, no deja de ser menos imperante para algunos de nosotros tener cerca a ese vivas compañero silencioso, y que siempre con la mirada nos invita a ¡vamos, salgamos a ver al mundo! Y Hannah lo reafirma a cada instante, como perra pointer inglesa que es.