Para una poética
de la Physis (naturaleza)
I
David De los Reyes
Una poética de la physis
El concepto de naturaleza (physis), en el mundo griego antiguo adquirió un
sentido anímico subjetivo en su significación;
en su origen tuvo una constitución y aproximación espiritual. Antes de pensar
qué significaba ese campo de horizonte abierto y complejo, consideraron la constitución de las elementos del mundo
desde esa mirada intuitiva y mítica, en la que nada se encontraba separado o aislado de forma fragmentada, sino en
perpetua vinculación y trama fluida
cósmica, en una malla plástica de un orden
que proporcionaba una conexión viva, en el cual y por lo cual cada cosa
o elemento alcanzaba su posición y
sentido, su espacio temporal único. Denotando una situación orgánica, donde cada una de las partes
es considerada como miembros de un todo.
Completaba tal enlace la extensión a todas las esferas de la vida, inclusive la
realidad humana, como era el pensamiento, el lenguaje, la acción y todas las formas del arte (técne). Tal visión
orgánica inextricablemente interconectada del mundo vino a sostener la concepción del ser en tanto ente estructurado de forma natural, original y orgánico.
Los griegos
buscaron en su indagación filosófica
la ley que actúa en las cosas mismas, tratando regir
a través de esa imagen discursiva del orden, a la vida y
al pensamiento. Es por lo que autores como Jaeger se atreven afirmar que el
pueblo griego es el pueblo filosófico
por excelencia. La teoría de la filosofía griega se encontró profundamente conectada con
su arte y poesía. No sólo se nutre y asienta en el
elemento racional, pues la
etimología de teoría contiene un elemento intuitivo, en el que se aprehende al
objeto como un todo; es una idea, una forma general vista desde arriba, casi como la mirada de los dioses desde el mítico Olimpo. Esto se puede trasladar a la concepción cosmológica de los primeros filósofos
griegos, en oposición a la física moderna
gobernada por la experimentación y el cálculo. Una aproximación a la naturaleza requiere un
acercamiento que no termina con una observación particular y una abstracción
metódica, sino algo que va más allá; se requiere una interpretación (una
hermenéutica) de los hechos particulares
a partir de una imagen, dando posición y
sentido a la parte dentro del todo. Lo particular de esta concepción es la
peculiaridad de su íntima organicidad
que dominará no solo en todas sus
empresas artísticas sino en el resto de las
cosas que conforman la vida del hombre. Llevando a la revolución intelectual,
emocional y filosófica griega establecer, en el pensamiento moral, a la
naturaleza como el locus único y
verdadero de la norma de la conducta.
También la naturaleza tendrá apertura en todo lo
referente a la poesía. Presente en Homero, proseguida por Arquíloco, invocada por Píndaro, nos encontramos con la imagen
de un sentimiento de la naturaleza al cual se canta desde diferentes
perspectivas. Podía ser admirada como espectáculo objetivo o placentero como la
describen los pastores que convoca Homero al contemplar al mundo desde lo alto
de una montaña, junto a la soledad de la oscura noche, la resaltante y puntual luz del cielo
estrellado. Surgieran descripciones de
los cambios atmosféricos y las estaciones del año, el paso de la luz a la
tinieblas, de la tranquilidad a la tempestad, del hostil invierno al hálito
vivificador de la primavera, llevándolos a convertirse y compararse en imagen de los movimientos del alma humana
adheridas a profundas emociones casi incontenibles e indetenibles. Se pasa de
consideraciones piadosas, contenidas, controladas o resignadas sobre el curso
del mundo y sobre el destino a expandirse en una actitud que irá ampliando su
campo de existencia en la nueva filosofía de los bebedores que entierran las penas
de la vida personal en la
borrachera dionisiaca.
Filosofía
y Physis
La filosofía contribuyó a crear una imagen más
humana sobre la naturaleza. Hasta no llegar su aparición, en tanto nueva visión
del mundo, vendría la naturaleza a ser portadora de un conjunto de fuerzas
diversas que dan una serie de imágenes divinas, surgidas y enseñadas por las
palabras poéticas de Homero y de la prosa de Hesíodo. La filosofía sustituye
esa narración mítica por una de corte
racional, demostrativa de leyes y relaciones que buscan ser una explicación
natural y legal. Al alba de la filosofía, quien viene a divulgar poéticamente
la grandeza de esta nueva concepción de mundo, sería aquel lejano hombre
llamado Jenofontes, que con su poema
didáctico deja entrever entre los
resquicios de sus descripciones, su sentido de asombro por esta prístina
concepción de la naturaleza y su permanente creación de la combinatoria de
elementos profusos: todo cuanto deviene y
crece, es tierra y agua; todo
proviene de la tierra y todo retorna a ella. Su relato filosófico
apunta a desmembrar y cuestionar al
politeísmo y antropomorfismo del espacio divino ocupado por los dioses
homéricos y hesiódicos que inscribieron las
creencias y los ritos sagrados de los hombres helénicos. Ya Prometeo no nos
otorga el fuego y su castigo no es más que un vuelo de la imaginación poética;
ahora son los hombres que con sus
esfuerzos van tallando los medios para dominar los elementos del entorno en la medida de sus fuerzas. La
cultura no es un don de los dioses a los
mortales, como enseña el mito; la cultura es un ejercicio de inquisitiva e
inteligente acción repetitiva y experimental que abre a la conciencia a otros planos de habilidades
y esfuerzos que les proporciona una reconstrucción de la naturaleza en función de sus necesidades y fines. Y la
filosofía sólo ayudó a desmistificar y clarificar. Crea un mundo doble nominal dentro de las dimensiones
y límites humanos. La filosofía ya no busca dioses, los mata o los retira del
escenario del teatro humano. Sus ojos, aun mirando a la infinita cúpula
celeste, devuelve su mirada al plano único donde asienta sus pies, ese
lugar de donde parte todo su particular devenir y nos dice: todo cuanto deviene y crece es tierra y agua;
todo proviene de la tierra y todo retorna
a ella.
¿Por qué volver a los griegos
antiguos? En nuestros días de incertidumbre global y local la condición del
mundo cristiano es seguir en la tradición de ver todo bajo la lupa triunfante y
poderosa, dolorosa y quemante de la culpa. En nuestro inconsciente occidental,
eurocéntrico y amerindio (como les gusta hablar a los profetas de la
descolonización, siempre y cuando sus conferencias sean cobradas en dólares y
se tenga una plaza de scholar en una universidad anglosajona), no puede
deslastrarse del salpullido encarnado de la consciencia general del pecado. Los
griegos ante ello hubieran hecho un sacrificio humano (por ejemplo sacrificar
la cabeza del tirano de turno) y borrado las culpas con los brebajes del espeso
vino báquico para comenzar el nuevo ciclo terrenal y cósmico. Y ¿en qué se
apoyarían para superar sus escamosas preocupaciones? En el ideal de la
educación del hombre, llegando a una formación y trasmisión de una cultura,
agregándole el convencimiento de que la naturaleza (physis) es el fundamento de
toda posible educación; un ideal donde la posibilidad de educar a lo llamado
por naturaleza humana, se centraba en el problema de las relaciones entre
naturaleza y el arte (técne) en general.
Un celebrado filósofo nazi hablaba del olvido del ser. Lo que cunde no es ese
olvido sino el olvido –junto a su destrucción y negación, comenzando por
nuestro propio cuerpo ya no “natural”-, de la naturaleza. En este hombre
postorgánico lo natural, su cuerpo, pronto no será sino una combinatoria digital
de 0s y 1s incrustados. Y luego, ¡no faltará nunca!, volverá a reencontrarse
con su compañero inefable emocional de la lástima y la culpa ante lo hecho,
invocándose al maldito dios invisible pero que los persigue hasta el estiércol
final de sus días.
Naturaleza
y derecho
En nuestro tiempo hemos visto reiteradamente una
cosa: la prolongada farsa del estado de derecho. Es una buena pieza de los
instrumentos que posee el poder para someter, más que reglamentar, conductas y
acuerdos consustanciados. Pero como nos dice Hobbes, es preferible el peor
estado (con mal derecho incluido), que no tenerlo. Cosa que no sé hasta punto
podrían aceptar muchos de los llamados
ciudadanos –hoy con la coletilla de móviles por aquello de que no se mueven de
su lugar pero tienen un “móvil”- del mundo. Un cerco legal que se sigue jurando
ante una divinidad, en muchos lugares, para darle majestad al acto; pero bien
sabemos que ello obedece a los intereses
del grupo en el poder de turno. No más. A veces se acompañan con la
incorporación de los ilustrados derechos del hombre borroso surgidos, entre
otros momentos, de un llamado Reino del Terror francés. Para los griegos, sin
embargo, en su amago de luz en los tiempos antiguos, ese estado de derecho
fue considerado una gran conquista. La palabra, el logos, podía llevar
la dirección de una colectividad en la búsqueda de la armonía y la
convivencia. Por ello invocaban a la
poderosa diosa Dike. Ante ella nadie
que sobrepasara sus límites quedaba impune ante el orden
sagrado que guardaba con intenso celo. Esta diosa Justicia, fue enemiga de las falsedades, vigilante de los posibles
abusos de las abrumadoras sentencias de Zeus;
defensora de lo justo, con su espada,
forjada en el fuego y el martillo de Aisa, penetra implacablemente en el corazón de los injustos. Homero y los
griegos, siempre tan poéticos y míticos, para su bienestar anhelado, afirman
que de ella nacen tres hijas redentoras:
Homonoeia (la concordia), Dicaiosina (la rectitud) y Areté (la virtud).
Siempre, mostrándose con una balanza tomada por una de sus manos, junto con la
cinta que tapan sus ojos para un justo dictamen final, sopesando las acciones
de los dioses y de los hombres. Fue Hesiodo, ese recopilador único de exquisitas fantasías divinas
antropomórficas, cronista de trabajos y
días antiguos, quien se atreve a afirmar
que esta bella dama, vestida siempre de túnica de blanco puro, se encuentra
sentada a la diestra de su padre Zeus, observando el comportamiento de los
hombres, oficio de lo más aburrido, pero necesario si lo pensamos bien. Encarnó, desde el mundo vaporoso de la
imaginación humana, el derecho en los procesos de valorar las acciones de
todo individuo. Cansada de tanto pleito
callejero y gubernamental, se retiró fuera del mundo por el contagio permanente
de la corrupción humana, y de ahí que hemos quedado sin justicia; diciendo “ahí
les dejo eso”. En el fondo, cada vez que
tocamos al mito nos topamos que algo terrenal viene de una trascendencia
divina; los sacerdotes, esos cuidadores de mentiras e impostores en el uso de una hipócrita verdad derretida
entre lágrimas de la sutil esperanza,
han sabido usar ese hallazgo técnico efectivo de control mental
individual y del pasto humano. Con lo que notamos que el referido y descocado
derecho terrenal encuentra sus raíces en
el incoado derecho divino. Lo descrito era una concepción fundamental y
general para los griegos, recogida más tarde para seguir manteniendo el
juego lícito/ilícito del poder.
Pero este pueblo también supo separar lo
divino de lo humano.
Gracias a este transitar de la conciencia jurídica
se pasó de la antigua forma autoritaria del estado regido por un hombre, al nuevo estado legal fundado en el orden de la razón: ahora Dike es la justicia divina: las leyes
forman su núbil cuerpo; el nuevo estado legal es un estado de leyes y no de
hombres, según dicen los conocedores del asunto. La divinidad del orden civil es traducida por
un ropaje con el corte humano de la razón y de la justicia legal. Sin dejar de
vista que esta nueva forma de ley no se
desprende de su concordancia con el orden divino. ¿Cómo se sigue manteniendo el hilo constitucional
en conexión con la red celestial de los
dioses? Los filósofos ayudaran en este
acto de prestidigitación gracias al uso
del logos. Y el orden divino será
entrevisto a través de observar la concordancia de las leyes con la
naturaleza, la cual es el recinto de donde se origina y nace todo lo que vemos
y existe. Para esta nueva manera de entender al mundo, la naturaleza vendrá a
ser la suma de todo lo divino. Domina hasta a la poderosa Dike, la cual es considerada como la norma más alta del cosmos.
Pero el cosmos cambiará con las palabras infectas y sentenciosas del
simpático Heráclito de Efeso, para quien dictamina la imagen del cosmos como una lucha incesante
de contrarios: “El mar, agua pura e impura, para los peces, la más saludable,
para los hombres, mortal”, o aquella otra sentencia guerrera referida al cosmos
y al hombre indistintamente, y que dice así: “la guerra es la madre (o el
padre) de todas las cosas” o “Conviene
saber que la guerra es común a todas las cosas y que la justicia es discordia”,
sin olvidar su gusto estético al respecto al proclamar, con el mejor estilo del
arte fluxus, que: “el desorden es el más bello de los
órdenes” ; con los contrarios, con la tensión del arco y la lira por la
unión de la tensa cuerda, se llega a cambiar el sentido trágico del mundo y del
hombre. La lucha es un principio
incorporado en el oscuro seno del cosmos, aunque se empeñe en buscar el orden a
partir y a pesar de las fuerzas contrarias;
y como producto accidental del choque y la violencia, este juego
mecánico y cuántico de las fuerzas decantan en la perpetua danza infinita del
universo.
La naturaleza vendrá a ser el asidero de esa errada
visión de una ley eterna del todo; la eternidad es una proyección de esa
profusión de fuerzas contrarias que residen y dan ser a lo que el hombre
imagina como naturaleza. Esto dio paso a la conocida concepción naturalista
de la vida humana. Eurípides en su obra Las Fenicias recama en ella para mostrar
la igualdad, ese principio que funda la quebrantable patente de corso de la democracia, al advertir que esa isonomía es una constante que se
manifiesta en la naturaleza y de la que
el mismo hombre no sólo no puede escapar sino que está condenado en habitar
junto y con ella. Otros autores buscaran que la nominada igualdad natural no es
una realidad incontestable, sino una falsa máscara de la que hacen buen uso los
demagogos de la democracia; el empuje agresivo y temeroso del más fuerte
advierte otra fase de la misma naturaleza. Lo que es evidente que tanto la
primera postura como la segunda no es algo
de la naturaleza sino una interpretación, una hermenéutica desde una óptica humana, que proporciona una imagen de
su ser y su orden permanente; su sentido
opuesto será un juego casi eterno de
opiniones; metáfora funcional para asentar un parecer que debe ser el origen, el sentido y la ley
de la vida. La opción por la igualdad arrojará una mirada democrática del derecho
natural; la que
apunta aseverar y persistir a la tensión entre contrarios como concepción aristocrática de la naturaleza y
el universo. La primera rastreará una igualdad geométrica humana entre el éter
del universo; la segunda vigilará la presencia de la desigualdad fundamental de
los hombres; de ambas surgen distintas aristas para seguir el largo camino de
la construcción y aceptación del derecho y del estado. El derecho humano se perfila desde múltiples espejos, sólo dependerá del
rostro que quiera reflejar. La Naturaleza y el derecho se dan la mano para
la trampa humana del creer en un justo
orden por el resto de los tiempos.