jueves, 1 de diciembre de 2011


Los arabescos de Maimónides

David De los Reyes





Toda la cultura de la cuenca del Mediterráneo desde el siglo VIII al XII estuvo dominada, en su mayor parte,  por el desarrollo de la ciencia y la filosofía árabe.  Recoger la palabras de Menéndez y Pelayo nos orientan mejor: “…los grandes sucesos culturales  de la Edad Media se deben a los musulmanes, sobre todo del siglo VIII al XII, en que el árabe es la ciencia del progreso no el latín” (1926, t.I:64). La dirección e importancia de este movimiento arábigo sin paralelo en el continente europeo se debió al interés que  presentó  un grupo de sabios y gobernantes árabes que se  instalaron en  Bagdad (este nombre en persa significa ciudad “otorgada por Dios”)  entre los siglos IX y XI.  Hombres que tradujeron y comprendieron, cuidaron e investigaron al  saber griego y de otras latitudes antiguas, expandieron sus puntos de vistas con interpretaciones y experiencias originales que estarían mezcladas con los relatos del Islam y su prescriptiva de mundo. Creacionismo (la novación del mundo) o eternidad del universo, corporalidad de Dios o inteligencia activa (o agente), materialismo atomista democriteano o aristotelismo conceptual idealista, son temas de un debate que corre durante varios siglos. Temas que vendrían a estar en toda discusión teológica no sólo islámica sino  cristiana y no menos en la doctrina judaica. Es de esta forma que el médico y filósofo Maimónides[1], judío a todas señas,  quien  no sólo escribe casi toda su obra en árabe[2] sino que vivió alrededor de ciudades gobernadas por musulmanes como médico de corte,  se sentirá atraído y en obligación de  dialogar con ese mundo cultural árabe en continuo interacción ora laudatorio ora condenable, que se entreverá  en sus escritos para dar su personal  interpretación de las sagradas escrituras  judías, ofreciendo una visión fiel  a lo entendido en ellas.
Los arabescos   son decoraciones que vienen a ser esculpidas o pintadas a  base de entrelazados dibujos geométricos sobre paredes o pisos, también con ello se distingue a la complejidad y belleza de los sutiles giros de semitonos en las melodías con los frenéticos y simétricos ritmos de la música oriental, y ello, a modo de imagen, lo  sentimos en el ramificado y complejo teológico pensamiento estético y abstracto de Maimónides. Lo encontramos en su gusto minimalista por el detalle poético y alegórico, hermenéutico y lingüístico; en la relevancia de las reiteraciones  de ciertos motivos conceptuales casi geométricos, como aquel de comprender a Dios en tanto inteligencia activa contra la corruptible particularidad de todo pensamiento materialista; también por el uso su letra y discurso escrito en árabe.  Todos estos elementos visuales y rítmicos vienen a darnos motivos para encontrar un parecido de ensamble, armadura y propósito entre su estético pensamiento de giros lingüísticos, de metáforas bíblicas, de seres fantásticos y de fuertes polémicas entre los sentidos de la imaginación al tocar lo humano y lo divino  y esa estética de líneas finas del lenguaje y del decorado arabesco presente en las externas edificaciones ausentes de imágenes antropomórficas de Al Andalus o en los internos  contornos  melódicos y en los giros danzantes de esta música oriental, o en lo minucioso del idioma árabe y sus variantes que nutren   las sensibilidades  de todo el Magreb. Mamónides si bien toda su cultura es judáica, no puede escapar a su contexto por donde ronda su vida;  no está menos presente en su obra la fuerte influencia del medio cultural islámico y de los filósofos y científicos árabes  dentro de su particular modo de ofrecer el canon teológico del judaísmo a los perplejos.

Maimónides nació en Córdoba sin ser cordobés sino judío por sangre y cultura. Por tradición paterna vendría a depositarse en su mente el saber teológico y científico del momento con el cual reafirmó la visión judaica del mundo, la relación entre fe y razón, filosofía y religión, hermenéutica y literalidad de las escrituras sagradas hebreas y su diferencia, contraposición y similitudes con los dogmas  islámicos y cristianos.
Como bien  sabemos, uno de sus trabajos intelectuales emprendidos fue el de conciliar, como todos los teólogos del momento, tanto cristianos como islámicos,  la obra de Aristóteles,  que era la autoridad filosófica sublunar, con la revelación monoteísta celeste. Razón filosófica y revelación religiosa tendrían que unirse por el intento del  conocimiento de Dios, que en el caso de Maimónides será por la vía negativa de   comprender qué no es Dios; no había mucho espacio entre la estreches y carencias de los conocimientos científicos y la  filosofía para dejarlas a sus anchas del conocimiento de los fenómenos del mundo  y de aventurarse a salir de las costas de la frágil rectitud religiosa impuesta por autoridad en todos los flancos religiosos monoteístas.
La explicación del mundo  era sólo un aspecto de la verdad que tendría su coronación con ir a la verdad en tanto deber religioso. En su Guía para Perplejos (descarriados, desorientados o extraviados), será el mostrar el camino particular de su autor en esa búsqueda de la  verdad divina. La letra sagrada del Pentateuco no hay que comprenderla en todo momento de forma literal, nos dirá; cuando lo literal choca con la razón  se debe recurrir a la interpretación alegórica. Su concepción se antepone a la de Aristóteles, afirmará que lo divino crea no sólo las formas del universo  sino también  materia de la nada. En esto se acerca al Timeo platónico (leída en árabe) y se aleja del estagirita.
Sin embargo, a pesar de su cerrada postura hebrea, Maimónides no fue bien acogido por la ortodoxia judía en el momento. Se le consideró un herético llegando a invocar su castigo hasta a las autoridades eclesiásticas cristianas. Su condición transhumante que va desde Córdoba al Cairo pasando por diversas ciudades del Magreb le dio la experiencia de su desarraigo territorial, más nunca de su fidelidad a la tradición judaica y  la pasión por el conocimiento científico de la medicina y de las matemáticas del momento.
Interesante es  el constante vínculo por el conocimiento que  lleva en ese entonces por medio de la ciencia y del saber entre distintas culturas religiosas. Aunque es sabido  que la religión actuó como el principal elemento diferenciador entre musulmanes, cristianos y judíos, ello no impidió para que entre el 900 y 1300 no se dieran intercambios de todo tipo entre esas culturas, no sólo en el plano  científico religioso filosófico sino en lo social, lo político y lo económico.




La Casa de la Sabiduría y su legado.
Para Maimónides no le era ajena la lengua y la cultura árabe en sus grados más refinados e intelectuales. Ello le daría acceso a un conocimiento no sólo de lo árabe sino de todo lo que esa cultura se había apropiado de la ciencia extranjera de los griegos e hindúes que desde el siglo IX fueron incorporando los árabes a través de la traducción de los textos más importantes de la antigüedad.
Los árabes en el siglo IX emprenden un movimiento cultural arábigo sin precedentes. Era la empresa de traductores de la ciudad de Bagdad, conocida como la Casa de la Sabiduría[3], creada por el califa Abdullah al-Ma’mun. ¿Qué traducen? ¿Sólo textos islámicos  o relativos al orden religioso y científico musulman? Para nada. Su interés está en el conocimiento de los griegos y de los hindúes. Textos en griego y en sánscrito son traducidos al árabe. Si se quiere conocer la obra de los filósofos helénicos o de los matemáticos hindúes se tendrá que conocer el idioma que irá convirtiéndose en el puente intercultural de todo el cercano y medio Oriente. España no escapará a ello pues desde el mes de julio de 711 de n.e está sumida bajo el mandato de la dinastía de los Omeyas[4] que proveerán de ese conocimiento a sus  miembros intelectuales.
El conocimiento no sólo de los escritos filosóficos de los presocráticos, de Demócrito o de Platón, De Euclides o Galeno,  de Aristóteles o Hipócrates, entre otros,  el saber médico y  matemático son de una constante preocupación para  los integrantes de esta Casa de la Sabiduría (Dar al-Hikma). El conocimiento matemático de clásicos grecorromanos, árabes e indios constituyó la base fundamental de su labor traductora y hermenéutica.
Al tener un siglo de  constante expansión de los árabes y en que la religión musulmana  se difundió desde la península Arábiga  a los límites de la península Ibérica y llegando hasta los límites de la actual China, los intelectuales y científicos árabes comenzaron a proveer a sus propios resultados científicos, filosóficos y teológicos de lo encontrado en las ciencias extranjeras. Ven que se enriquece el debate y la dominación del mundo. Los traductores de esta Casa de la Sabiduría legarían  versiones árabes de los trabajos más importantes habidos en  griego y sánscrito. A partir del siglo IX es que se comienza a construir y expandir un saber más allá de lo obtenido y traducido. Una nueva matemática de decimales en número enteros. Para el siglo XII Omar Jayán  generaliza con su obra los métodos indios  de extracción de raíces cuadradas y cúbicas para calcular raíces cuartas, quintas y de grado superior. El matemático árabe Al-Jwārizmī (de su nombre procede la palabra algoritmo, y el título de uno de sus libros es el origen de la palabra álgebra) desarrolló el álgebra de los polinomios; Al-Karayi la completó para polinomios incluso con infinito número de términos. Los geómetras, como Ibrahim ibn Sinan, continuaron las investigaciones de Arquímedes sobre áreas y volúmenes. Kamal al-Din y otros aplicaron la teoría de las cónicas a la resolución de problemas de óptica. Tanto es así que el sistema de numeración arábiga, aunque de hecho se originó en la India, fue adoptado en esta época por la civilización islámica y después transmitido a Occidente, donde, desde entonces, ha venido siendo utilizado académica y regularmente. Todos enriqueciendo un legado universal del conocimiento matemático y filosófico que luego pasaría a ser debatido y ampliado, conocido y discutido en la Europa a partir del siglo XV.
Esta empresa cultural que lleva al idioma árabe a colocarse por encima del latín para transmitir la comunicación científica y filosófica del momento, se debe a que los traductores no eran sólo árabes sino que en ellos se incorporaron no árabes cristianos y de distintas latitudes del Oriente medio. Los eruditos no árabes conversos estuvieron  dedicados a las tareas de traducción y ejercieron una especial influencia a la hora de estructurar el idioma. El árabe, originalmente una lengua  nómada del desierto, carecía de vocabulario para expresar multitud de conceptos científicos y filosóficos abstractos. El sinfín de palabras y expresiones nuevas acuñadas por los traductores convirtieron el árabe en un idioma de civilización elevada, capaz de comunicar las ideas más complejas y refinadas. Maimónides, como científico, filósofo y teólogo, no pudo escapar a estas coordenadas lingüísticas  en su obra y en su formación.
Tampoco se nos puede escapar señalar que, además de Córdoba como ciudad cultural importante, estará  Toledo y su Escuela de Traductores que estuvieron directamente en contacto con la cultura musulmana y judía. En ella se traducirán obras de matemáticas, medicina, astronomía, astrología, magia, filosofía, etc. Aunque su labor mayor estuvo dirigido  no a traducir  obras filosóficas sino en sacar el mayor provecho a las obras científicas. Es el momento en que la filosofía musulmana y judía alcanzar el mayor esplendor  en España; además de Maimónides estará Avempace (+1138), Ibn Tufay (+1195), Averroes (+1198). Los inicios de dicha escuela  luego de la reconquista de Toledo  por Afonso VI en 1085, durante el pontificado del cisterniense francés Raimundo de Sauvetât (1126-1151), llegando a ser Toledo considerada como la gran ciudad del renacimiento medieval (Fraile, 1966:643s).
Los países europeos con lenguas latinas adquirieron la mayor parte de estos conocimientos durante el siglo XII, el gran siglo de las traducciones. Los trabajos de los árabes, junto con las traducciones de los griegos clásicos fueron los principales responsables del crecimiento de las matemáticas y de la filosofía durante la edad media.





Córdoba y Maimónides
La ciudad natal de  Maimónides  para el momento, prácticamente la Atenas del mundo medieval. Fundada por Abd al-Rahman III (891-961), emir (912-929) y fundador del califato de Córdoba (929-961).  Este dominio le permitió disfrutar de todo un acervo multicultural oriental  que posteriormente fue transmitido a la España musulmana y, de ella, a los reinos cristianos medievales. Córdoba  poseyó una biblioteca que llegó a contener 400.000 volúmenes; el espíritu cultural traído de Oriente fue recreado, transformado, acrecentado y traducido en el seno de florecientes círculos culturales integrados por musulmanes, judíos y cristianos, de modo que Córdoba pasaría a ser la heredera científica y cultural de Bagdad.
Vemos que su florecimiento cultural no viene expresado solo por que ella alberga la segunda mezquita más importante para el mundo islámico o por el puente romano de la época de Augusto, o no sólo por el Alcazar de los Reyes Católicos y la Judería,  todas creaciones emblemáticas de una mestiza ciudad universal, multicultural y multirracial para ese momento. Su importancia reside en que entre sus muros se irá construyendo una obra silenciosa pero relevante para el desarrollo postrero  de la cultura europea. En ella se llega a su máxima expresión la cultura hispano-judaica-musulmana. En ella se vivió, por el califato de los Omeyas,  en la atmósfera de un acentuado aire de intercambio espiritual e intelectual entre Oriente y el mundo Occidental; fue puente de transmisión a Europa de toda la cultura clásica, lo cuál propició el necesario florecimiento de la filosofía europea durante la Edad Media al leer a los clásicos griegos,  proyectando sus efectos durante todo el Renacimiento. Maimónides no puede escapar a esto; junto a su talento y capacidad realizó lo que correspondía  a la cultura judaica ofrecer a ese rico suelo cultural, una obra donde el espíritu judaico se mostraba en su diferencia y acercamientos con las demás expresiones religiosas y filosóficas de su presente. Un tiempo en   donde  nadie con profundos intereses intelectuales y espirituales quería  estar ausente y no ser testigo y partícipe de esos ricos cambios culturales que se tejieron  en ese seco territorio cordobés.
Además  de esta reflexión personal, como ya  se ha dicho, queremos alegar que casi toda la obra de Maimónides está escrita en lengua distinta a la suya materna. Es el árabe el idioma que le dará forma a sus ideas y  especulaciones. Es la lengua de los países de residencia y de mayor contenido cultural expansivo  para la época.
Lo paradójico es que sus textos que presentan, cuando no son científicos, una temática netamente  hebrea,    son todos  ellos escritos en ese idioma. Como vimos antes, ello no es mera casualidad, pues si bien quizás no fue lo más recomendable para una obra que trata una temática tan de carácter judaico, como es las recomendaciones para  comprender no literariamente las sagradas escrituras de esa tradición, sí  sería el idioma para poder ser leído dentro del mundo culto del mediterráneo medieval y por las que se transmitían las mayoría de especulaciones y teorías científicas dentro de la comunidad de sabios de ese entorno. Los intelectuales esperaban ver legitimadas sus teorías e ideas presentándolas dentro de un contexto islámico.




Maimónides y el pensamiento islámico
Buena parte de la obra de Maimónides respecto a los filósofos y teólogos islámicos sufre del  síndrome parecido  al Sócrates de Platón con los Sofistas, que a juicio del filósofo de  República son falsos filósofos y  comerciantes del saber, profesores a sueldo de retórica; la aparición de esos contrincantes  que fue lo más oportuno para el trajinar de la filosofía ética socrática;  le impulsan a desarrollar la extensa polémica dialéctica sobre muchos de los temas que atiende su filosofía. Maimónides, un judío creyente y seguidor del rabbanismo, pensamos que su obra, al igual que la de Platón,  no pudiera  comprenderse sin tener en cuenta en su filosofía teológica el desarrollo y el peligro que representaba el pensamiento islámico ante las persecuciones de los almohades contra los judíos que podían convertirse a esa religión y abandonar su fe; Maimónides  constantemente atacará cualquier contaminación islámica dentro de la interpretación hebraica de sus escrituras, pondrá a la filosofía islámica[5] en sala de espera y de precaución, y recomendará no seguir por sus derroteros a los perplejos; la concepción del pensamiento islámico era rica e influyente, que tenía en su haber varios siglos de incursiones e investigaciones filosóficas y científicas  que conocieron e interpretaron con los aportes de las traducciones de autores antiguos griegos, sirios,  hindúes al árabe; nos encontramos con una refinada y estudiosa corriente filosófica, a la que le interesó todo tipo de temas del saber medieval oriental; si bien varían estas reflexiones en cuanto profundad, unas fueron más originales, otras solo remedos, en relación a lo ya dicho por esos autores antiguos.
En Maimónides encontramos que su obra está llena de referencias directas e indirectas a ese mundo islámico que lo acogió, en que vivió, lo nutrió, en parte, espiritual e intelectualmente, y lo persiguió como judío no converso (su fidelidad al judaísmo es constante, llegando a afirmar que  es nula  la aceptación de una religión impuesta  por la violencia); además, como ya se ha señalado, escribió toda su obra en árabe, lengua que fue, prácticamente, su segundo idioma.
Las referencias  directas al islamismo la notamos en toda su polémica contra las posturas  tanto teológicas como filosóficas de dicha  corriente religiosa. Las religiosas, como sus reflexiones sobre las corrientes de los integrantes de la Escuela de Muzila[6], conocidos como los muzilies o mutacálies, o  contra las argumentaciones de esos teólogos musulmanes del Kalam[7], que es la recopilación de toda la teología musulmana donde se da cabida a  distintas interpretaciones del Corán y sus ampliaciones para reafirmar o negar la introducción de las ideas filosóficas entre la letra sagrada y la comprensión racional de la misma. En lo filosófico nos adentramos al terreno de diferenciarse de ciertas posturas y temáticas filosóficas islámicas en relación a la teología/filosofía aristotélica y neoplatónica, como también de las escuelas materialistas  helénicas, tan en boga entre algunos de los representantes más importantes, como es, por ejemplo, el caso de Avicena.
Leyendo a autores como Al-Kindi, Al-Farabi, Avicena, Averroes,  nos encontramos con temáticas semejantes en las reflexiones teológicas/filosóficas que tocan Maimónides y ellos. Temas sobre la interpretación de la Teología de Aristóteles (no que es más que una equivocación  de autor pues correspondía esa traducción a los libros IV al VI de las Enneadas de Plotino (205-270 d.C., filósofo romano, fundador del neoplatonismo; nacido en Asiut, Egipto), o el tema del concepto y demostración de Dios, la creación o la eternidad del mundo, la referencia a la condición de los ángeles y su mediación entre lo divino y lo humano, de la transmisión del mensaje celestial, de las distintas inteligencias que componen la creación, la justificación de la profecía, la importancia de la facultad de la imaginación en relación a la facultad de la razón para la mentalidad profética, el tipo de vida que deben llevar los profetas,  la comprensión de  determinada terminología hebrea en la letra sagrada, la interpretación alegórica de las escrituras para los islámicos del Corán o para Maimónides los libros de la Torá, la Misna, el  Pentateuco, etc.; todos son temas que cualquier filósofo incorporado a la reflexión del fenómeno religioso y su dogma tiene que acudir para estar dentro de los parámetros –o ¿paradigma? religioso- en que se desarrolla el trasfondo de los intereses del pensamiento medieval. 




Sobre la Guía para Perplejos
I
La Guía para Perplejos (GPP) fue  inicialmente una serie de cartas dirigidas al discípulo  Yosef b. R. Yehúda.  La GPP está llena de referencias  a una literatura y filosofía helénica y árabe donde se dan cita una cantidad prolongada de teorías, doctrinas y opiniones que estaban en polémica para la época respecto a las concepciones científicas, religiosas y escolásticas musulmanas de ese momento.
Del nombre que le han dado los traductores al título a esta Summa Teológica judía queremos señalar algo al respecto. De los adjetivos con que se ha referido en español al título de la Guía creemos que el más cercano, luego de haber leído la obra, es precisamente el concepto Perplejo, pues éste si bien nos refiere el DRAE que significa aquella persona que está indecisa,  dudosa, incierta, irresoluta y confusa de algo, creemos que Maimónides  tenía la preocupación de esto último, respecto a las nuevas generaciones de intelectuales judíos y la cercanía y el cerco islámico que ponían las nuevas situaciones políticas de los calificatos por el dominio de los Almohades y el retiro de la tolerante dinastía Omeya, además de las interpretaciones de los mutacálimesk: teólogos del Islam que reiteradamente serán citados en la GPP. Todo esto lo podemos notar  en Maimónides, cuando se  dirige a su discípulo Yosef b.R. Yehuda, del que siente temor por los derroteros intelectuales y religiosos que ha tomado su pensamiento. Nos dice en la Introducción (GPP, 2001:54): “Cuando estudiaste conmigo la lógica, se reafirmaron en ti mis esperanzas, al verte capacitado para declararte los misterios de los  libros proféticos y en condiciones de comprender  lo que cumple a los perfectos (sub. DLR). Empecé, pues, a iniciarte en ellos, y observé que inquirías más y más, insistiendo en que te explicara cuestiones metafísicas y te dilucidara lo que al respecto  opinan los mutacálimes y si sus métodos se basan en la demostración, o, en otro caso, a qué arte pertenecen” y es  en esta perplejidad, descarrío que surge la preocupación del maestro, sigue “…no cesaba de disuadirte, recomendándote abordar las cosas por su orden  pues mi intención era que la verdad  se fuera asentando en ti por tus pasos, la certeza no llegara por casualidad”;  esta preocupación está en que su discípulo se  estaba separando de la aparente y única correcta vía, tener un interés por la obra de los islamistas no era una sana curiosidad pues lo podía llevar por otros senderos de la interpretación de las escrituras. En cierta forma Maimónides le replica a su discípulo que no se salga de la interpretación de los Doctores hebreos. El Tratado no tendrá otro fin que el de hacer regresar a su discípulo a su redil, a su carril, como bien dice el maestro: “…tu ausencia me movió a componer este Tratado, escrito para ti y tus semejantes, por pocos que sean, en capítulos sueltos, y lo que vaya redactando se te enviará sucesivamente al  sitio  donde te encuentres. Vale” (idem). La existencia de la obra tiene como fin el volver a  la interpretación de los doctos hebreos  a la nueva generación de jóvenes que se acercaban a traspasar la verja de la interpretación ortodoxa, de la que Maimónides se siente su continuador y perfeccionista.  Es una obra que, como podemos ver, tiene desde sus comienzos la preocupación de la cercanía, influencia e hibridación hermenéutica que podía acarrear los teólogos islámicos dentro del judaísmo emergente del momento[8].
No había tanta distancia religiosa y sí una cercanía de orden  filosófico y científico entre árabes y judíos. Un mundo en que el saber se transcribía en árabe y la cultura  había centrado una larga  elaboración de tratados y escritos tanto de referencia helénica, árabe como judía dentro de esta forma lingüística del Medio Oriente[9].




II
Se ha dicho, por parte de sus panegiristas, que es una obra pensada en hebreo por versar materias netamente de corte hebraicas. Pero el interés final pareció ser que quiso que no sólo  fuese leída y comentada por los hebreos, que sus lectores cultos hablaban, leían y escribían en árabe, sino por el resto de la comunidad del conocimiento  a quienes siempre se tenía interés de hacer llegar su obra para así rendir cuenta y adentrarse en una polémica de hermenéutica religiosa y filosófica.
La GPP fue una texto con un sentido político religioso determinante; ante  la avanzada y conquista de Córdoba por de las huestes Almohades para 1148 se  inicia un período de hostigamiento y persecución, conversión y adoctrinamiento respecto a aquellas culturas religiosas distintas a la ortodoxia coránica. Maimónides escribe su obra pensando en la unidad del pueblo hebreo, en cómo interpretar la ley, en cómo mantener un tipo de vida apegado a las normas judías y qué se debe interpretar de las tendencias híbridas  presentes en su  comunidad intelectual. Ella vino a ser obra cumbre de exégesis escrituraria hebrea y, en general, del monoteísmo religioso; su intención final está destinada a los judíos que en la diáspora se sientan perplejos ante el estudio y cumplimiento de la ley hebrea.  En sus páginas encontramos referencias  cuantiosas al Antiguo Testamento, a pasajes de literatura rabínica pero también a polémicas e interpretaciones de filósofos y eruditos árabes, como lo fue Al Farabi, por nombrar sólo uno; defensas y cuestionamiento del neoplatonismo y del aristotelismo.  Encontramos toda una exégesis escritural, religiosa, filosófica, ética, cosmogónica, literaria, teológica, de derecho  judaico, de ciencia y medicina. Obra considerada más filosófica al catalogarla ante el resto de los escritos medievales; hoy, posiblemente, entraría más dentro de la teología, o del renglón de la filosofía religiosa y en especial atención al conjunto de interpretaciones que se centra alrededor del monoteísmo judaico; su doctrina y sus distancias con el islamismo y el cristianismo. Los tres monoteísmos parten de las posturas de Abrahán pero cada una asumirá sólo un profeta como determinante de su constitución religiosa dictada por Dios; los hebreos de Moisés, los cristianos, de Cristo, los musulmanes de Mahoma.
Sin embargo no son menos atentas sus referencias a la observación y exégesis respecto a asuntos relativos al derecho y a la doctrina jurídica, además de múltiples referencias científicas de corte no sólo médicas sino geográficas y físicas. En su discusión contra el materialismo helénico-árabe hace gala de una cuidada defensa del idealismo para no apartarse  de la concepción creacionista del mundo establecido en el Antiguo Testamento. Gracias a esa polémica los pensadores musulmanes, y hasta la escolástica cristiana, se harán presentes a lo largo de sus páginas. No menos frecuente sus referencias, para negar por supuesto, al Kalam o Escolástica musulmana que inspiraban a su discípulo R. Yosef  ben Yehudá ibn ‘Aknín, destinatario al  cual dedica la obra Maimónides (2001:53).
Este médico-filósofo es, en cierta forma y en el buen sentido del término,  un conservador y un observador fiel de toda la tradición judaica. Su Guía que está dirigida a aquellos judíos ya versados en filosofía y en la interpretación de textos religiosos[10]; en orientar, más que devolver a un fanatismo heterodoxo al  discípulo a quien dirige esta obra y otros interesados, en acercarse a una subjetiva y metafórica comprensión de la letra sagrada  casi nunca  literaria, como vimos antes, mas si alegórica de la misma; que ello lleva a grandes perplejidades. A los que tengan más inclinación filosófica encontraran un ejercicio frustrante de racionalidad y a los que se deslastran de la filosofía y se adentran en el dogma doctoral maimodiano  establecer un acercamiento metafórico mas silente respecto a definir el sentido divino oculto de la Escritura.
A lo largo de las dos primeras partes de su GPP nos encontramos un leitmotiv: “Las Escrituras se expresa conforme al lenguaje humano”, lo cual quiere decir que no se puede comprender al pie de la letra (propio de creyente común) y que no es un lenguaje divino sino una referencia a la idea de lo divino por parte de esta tradición religiosa.
La GPP es el gran compendio de la teología judaica. Se acerca la filosofía y los recursos de la etimología filológica para explicar  el sentido del lenguaje bíblico, recurriendo a un método alegórico que lo distancia de una única interpretación literal. Presenta una doble interpretación, una literal y aparente; otra más profunda y espiritual, que requiere mayor comprensión de la metáfora y de la imaginación. Según Menéndez y Pelayo da tormento a la Biblia para encontrar dondequiera ideas aristotélicas, que si bien será la gran tarea de todo teólogo medieval tardío no creo que sea el aristotelismo lo que impulsa a escribir seiscientas páginas de exégesis bíblica y cultura y doctrina jurídica hebrea. Es algo más que sólo identificar la palabra aristotélica con el corpus hebraico. Es querer reivindicar un dogma por encima de la razón, de cualquier argumento racional crítico no es aceptable dentro de los cánones de  toda teología y he ahí su defensa a una postura única, casi fundamentalista pues lo alegórico le da pie y una puerta para alcanzar otras posibles miradas a los libros de la tradición hebrea.




III
Todo materialismo es negado y rechazado y es sólo aceptado el idealismo, por decir algo. Para Maimónides toda concepción materialista es incorrecta y debe ser proscrita por sensualista. Su negación viene dada por una alegoría que presente a la materia como una esposa infiel que trata de cautivar al fiel pero perplejo del dogma judío. Y la perfección que aspira  todo hombre que sigue una perfección religiosa debe separarse de tal concepción; de ella proviene cualquier tacha y rebeldía, por tanto, la imperfección, la perplejidad, la confusión, el descarrío.  Es por ello que el Dios de Maimónides no puede tener ningún roce con algún elemento corpóreo, su interpretación lo lleva a una purificación de todo contacto material en tanto cualidad divina. Toda materia, al fin y al cabo, es corrupta. Es así que la lectura alegórica permite entrar en el campo abierto de una supuesta lectura más profunda y única verdadera de los textos canónicos hebreos. La única vez que no funciona la alegoría, como ha visto J. Nuño (1991:56s) es respecto a la creación del mundo por Dios; aunque Maimónides nunca explica cómo  lo crea, sólo le otorga una metáfora (causa eficiente, emanación: esta es la preferida). Aquí podía  haber dicho que la afirmación de que Dios creo al mundo de la nada (creatio ex nihilo) era una metáfora más; ello no ocurre, sigue al pie de la letra lo cantado por los Doctores judíos y se embriaga en afirmar algo que para cualquier griego o mente antigua -¿alguna moderna?- jamás hubiera entendido, pues para el mundo helénico, creado o no, el universo era eterno y para nosotros de mentalidad astrofísica, procedente de un Big Bang  retorcido y sometido a las leyes de la termodinámica. Toda su desviación, sin reconocer su perplejidad, es por haber tomado por una mala mujer a la materia. Maimónides, como Santo Tomás, se mantienen en los linderos del dogma y de la fe, cuesta atravesar a los planos de la humilde razón especulativa y crítica en ciertos aspectos; Avicena y Averroes, más sensualistas pero racionales, vendrán  filosóficamente a abogar por  la eternidad del mundo en su visión racional. Aquí no se salta el método de la literalidad y se olvida, por los momentos, del alegórico o cabalistico.
El método alegórico, la interpretación traspuesta, más profunda pero sólo en apariencia, está sobretodo  presente al tratar de dar una conceptualización antropomórfica de Dios. Toda humanización de dios incurre en error para él; niega toda literalidad de la caracterización corporal de Dios presente en la Torá. Requiere de una visión de un Dios abstracto, como inteligencia perfecta y activa, sólo permite cualidades intelectivas y no corporales, imagen  acorde con la concepción del monoteísmo hebreo,
El método de la negación o también llamado por via remotionis versa en que en lugar de decir qué es Dios se dice lo que no es. Los atributos divinos deben ser negativos y no positivos. Dios es indefinible, metafísico en el mejor sentido de la palabra, para este maestro medieval. Pero dar ya una afirmación de Dios, como aquella de que es un ser impredicable, ya remite a una afirmación aunque venga dada por via netationis, es algo y por tanto nos encontramos  desenmascarada la trampa del método de predicación negativa; para Maimónides   Dios es  una especie de sombra lógica.

Nuestro acercamiento a la obra de Maimónides sólo ha querido plantearse a través de una discusión perpleja, es decir, crítica a través de la ilustración histórica y de la reflexión racional de determinados conceptos. Son muchos los aspectos que su pudieran haber tocado pero  esto no se puede hacer por los momentos. A la final, según otro judio, Kart Popper, todo nuestro conocimiento es conjetural y más cuando se trata de establecer cual es el Dios verdadero. Maimónides seguramente nunca pudo leer los cinco fragmentos  del griego  Jenófanes, los cuales son también alegóricos y metafóricos,   pues quizás, haciendo ejercicio de la imaginación, hubiera podido escribir una Guía para dogmáticos; ellos rezan así:


“Los etíopes dicen que sus dioses son de nariz achatada y negros,
mientras que los tracios dicen que los suyos  tienen ojos azules y pelo rojo.

Pero si el ganado, o los caballos, o los leones tuvieran manos y supieran dibujar
y pudieran esculpir, como los hombres, los caballos dibujarían a sus dioses
con forma de caballos, y el ganado, con forma  de ganado,
y luego cada cual daría forma a los cuerpos de los dioses a semejanza,
cada clase de ser, de su propia forma.

Los dioses no nos revelaron, desde el principio,
todas las cosas; pero  con el paso del tiempo,
mediante  la búsqueda, los hombres descubren lo que es mejor…

Estas cosas son, conjeturas, como la verdad.
pero en cuanto a la verdad cierta, ningún hombre la ha conocido,
y no la conoceremos; ni la verdad acerca de los dioses,
ni tampoco acerca de todas las cosas de las que hablo.
y nunca si por casualidad le fuera dado al hombre pronunciar la verdad definitiva, él mismo  no lo sabría:
porque todo no es sino una maraña de suposiciones”, (cit. en Popper, 1995:30s).

¿De perplejidades, pudiéramos preguntarnos?


Circulos de las cosechas
 


Bibliografía
Afnan, S. 1965: El Pensamiento de Avicena. F.C.E. México.
Arjona Castro, Antonio. 1982: El reino de Córdoba durante la dominación musulmana.                                 
Ed. Diputación Provincial de Córdoba. Servicio de                Publicaciones. Córdoba.
Chejne, Anwar G. 1981: Historia de España musulmana. Ediciones Cátedra. Madrid.
Dozy, Reinhart P. 1982: El Califato. En “Historia de los musulmanes de España”, t. III.
Ediciones Turner. Madrid.
Fraile, Guillermo. 1966: Historia de la Filosofía. Biblioteca de Autores Cristianos.
Madrid.
Joshua, A. 1982: Maimónides. Ed. McGraw Hill. Toronto.
Porrier, H. 1977: El medico de Córdoba. Grijalbo Ed. Barcelona.
Maimónides, M. 2001: Guía para Perplejos. Ed. Trotta. Madrid.
--   --                    1991: Obras médicas: El régimen de salud. Tratado
              sobre curación de           las hemorroides. Ed. El Almendro.
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Menéndez y Pelayo, R. 1926: La España del Cid, 2t. Ed. Nacional. Madrid.
Nuño, J. 1991: Fin de Siglo. F.C.E. México.
Popper, K, 1995: Escritos Selectos. F.C.E. México.



* Doctor en Filosofía, profesor Titular de la UCV en la Escuela de Comunicación Social y del Doctorado de Humanidades.  Entre sus obras están: El Calidoscopio Mediático 2002, Dios, Estado y Religión 2003, El Espacio y Su Gesto 2004, todos editados en Comala.Com., Caracas.
[1] Maimónides, nació en Córdoba, 1131 y muere en El Cairo, 1204. Su nombre completo era Rabbí Mosé ben Maimón, cuya acronímia es RaMBaM. Entre los judíos es conocido por su patronímico helenizado, Maimónides. Se le considera como pensador filósofo, exegeta bíblico, talmudista, científico y yatrólogo. Es considerado como el más importante  hebraísta hispano-meridional del mundo medieval. Menéndez Pelayo lo llamó el Aristóteles judío de los tiempos medios
Su obra más importante es la Guía para perplejos, (el More n-bukim; -1190). Otras son la Misnayyot (1158-11689, que es un amplio comentario de la Misna, el código de ley oral  rabínica y base del Talmud. La Misne Tora o “repetición de la ley” (1168-1180) que trata de la historia del talmudismo, única obra escrita en hebreo. Los últimos años de su vida los dedicó posiblemente a redactar la mayoría de sus tratados médicos.
[2] No esta de más decir que su obra más conocida Guía para Perplejos no la vio traducida  en vida su autor. Es el 30 de noviembre de 1204, dos semanas después de su muerte, que Samuel Ibn Tibbon finaliza  su traducción al hebreo. Mientras viajaba  a Fostat para ver a su maestro éste había dejado de existir. (Joshua, 1982:247).
[3] La Casa de la Sabiduría también es conocida como la Alacena del Saber (Khazanat al-Hikma), dirigida por competentes y dedicados letrados, fue fundada en el siglo IX por el califa Harum al-Raschid. La prosperidad material que se vivía en Bagdad hizo que se prestara un mayor interés  por los asuntos culturales (Afnan, 1968:10).
[4] El periodo de la dinastía árabe Omeya (661-751), comparado con las condiciones existentes de otros reinos orientales, fue de una extraordinaria tolerancia religiosa y cultural para las poblaciones no musulmanas sometidas. Pero las prácticas de gobierno de los Omeyas obedecían menos a la benevolencia que a finalidades prácticas. Los árabes consideraban el islam como su religión propia y en tanto mantuviesen un firme control de la política, las tradiciones de los denominados pueblos bajo protectorado (indígenas sometidos protegidos por los musulmanes contra otros ejércitos invasores) no les planteaban ninguna amenaza. Es más, los árabes eran conscientes de las múltiples formas en que, como gobernantes, podían beneficiarse de las herencias culturales de sus súbditos. Los Omeyas toleraron y favorecieron la inmigración de expertos, tales como físicos, astrónomos y matemáticos, procedentes del mundo bizantino. Muchos de estos inmigrantes eran miembros de sectas cristianas heterodoxas o paganos no conversos que sufrían persecución bajo los bizantinos y hallaban mayor hospitalidad en los territorios bajo soberanía árabe. Los árabes se mostraban asimismo receptivos a aprender de las tradiciones intelectuales del mundo clásico mediterráneo, incluidas las obras de los filósofos y científicos griegos y latinos, que, sin embargo, eran rechazados por los bizantinos cristianos. Como resultado de tal interés, muchas de las obras clásicas fueron traducidas al árabe y más tarde dichas traducciones árabes llegaron hasta la Europa medieval, principalmente a través de España. Ver: La Expansión del Islam de Richard Foltz  en  Religions of the Silk Road.

[5] El término  filosofía islámica es apropiado pues sus más importantes representantes  fueron con frecuencia de diversos países, eran musulmanes de nacimiento o conversos  del cristianismo, judaísmo o zoroastrismo.  Su principal propósito fue la aplicación de la razón a la revelación, y la reconciliación  del pensamiento griego con los dogmas del Islam.
[6] La escuela de Muzila fue creada en el siglo IX por teólogos musulmanes. En ella se subrayó la condición de la libre voluntad humana frente a la omnipotencia de Dios, es de esta forma que se oponían a esa condición divina  en relación a los actos humanos. Fue una teología especulativa, preocupada por  comprender si su Dios tiene o no atributos; abrogaron por  la idea de rechazar la posibilidad de que Dios tuviese atributos no creados, separables de su esencia.
[7]Se sabe que el Corán, para muchos teólogos cristianos es considerado como una versión simplificada del cristianismo, ello por despojar los misterios de orden sobrenatural  que exceden a la razón humana. De ahí que su simplicidad diese luego para desarrollar  un pensamiento que racionalizará su fe frente a las otras religiones. De esto resultó lo que se conoce por teología escolástica musulmana, comprendida con el nombre genérico de kalam que significa palabra, método de raciocinio, argumentación, arte de la discusión. Esta tendencia de interpretar el Corán surgió en Damasco y luego pasa a Basora. El nombre  de sus seguidores se les conoce como  mutakallemimmutakallimíes, o mutacálímes, dependiendo del traductor (La traducción de David Gonzalez Manso de la GPP usa la última aserción). Estos mutacálimes se dividieron, a su vez  en asaríes (ortodoxos) y los mutazilíes (heterodoxos), (Ver Fraile, 1966, t.II:583)

[8] Esta situación de perplejidad no era sólo judía. Los musulmanes tienen un antecedente respecto a  establecer una interpretación disidente y separada de la ortodoxia establecida. El antecedente respecto al Corán lo encontramos en la interpretación de los mutazilies,  tendencia heterodoxa dentro del Kalam de los mutacálimes. Mutazilies significaba aquellos que eran disidentes, estaban separados e independientes de la ortodoxia coránica. Fraile (1966:584) refiere su origen a un episodio sucedido  en  Basora en  la escuela de Hasan al-Basri respecto a una pregunta  formulada a Wasil Ben Ata (700-749). Se refiere al problema del fasig, es decir, de aquel que incurre en pecado grave: “¿Quedaba condenado irremediablemente y debía ser considerado como infiel, o continuaba siendo creyente y conseguir la salvación? Las opiniones fueron divergentes. Wasil propuso una solución intermedia. El musulmán pecador ya no es desde ese momento ni  completamente creyente ni tampoco del todo infiel. Se encuentra en un estado intermedio entre infiel y creyente. Si conserva la fe, permanece dentro de la comunidad musulmana terrena. Pero si muere en pecado mortal no le quedaba otra que ir al infierno, aunque sus sufrimientos tendrían la atenuante musulmán y serían menos dolorosos que la de los infieles totales. Fue cuando se levantó Hazan y dijo  colérico: Wasil se ha separado (i tazala) de nosotros. De ahí, según este autor, proviene el término de los mutazilines, esos primeros perplejos del término medio aristotélico.
[9]  Maeso, traductor y editor de la GPP. señala una referencia de interés en relación al aspecto del árabe de Maimónides. Refiero: “...fue obra de un judío, perfecto conocedor de la Biblia hebrea, quien probablemente, dentro de su bilingüismo, hasta pensaba en hebreo, al menos al elaborar sus escritos de tema escriturario, y por las especiales circunstancias en que vivían los judíos medievales, concretamente en los reinos musulmanes, hubo de componer casi todas sus obras, al igual que tantos otros  hispano-judíos, en lengua árabe, perfectamente dominada por él, sin duda, hermana de la hebrea ciertamente, pero en el orden religioso, y también en otros, ambas abismalmente separadas” (op.cit.:16). Respecto a esta opinión de Maeso creo que habría que tener en cuenta que el árabe era el idioma de todo territorio dominado por los musulmanes y además de ello está lo que  hemos dicho, la comunidad de hombres sabios del momento, si querían ser leídos y comentados, estaban en la obligación de escribir en dicha lengua. Toda época tiene su idioma para establecer vínculos científicos y de intercambio de saber. El latín, que podía ser para la época respetable, estuvo al principio más centrado en problemas de orden teológico que científico, dada la naturaleza del saber que se desarrolló en la Europa medieval.  Es a partir de ese siglo XII cuando el latín comienza a ser visto como un idioma para establecer comunicación científica que, de todas formas, estarán en regla con la observancia y autoridad de la Iglesia cristiana. El árabe, dadas sus circunstancias, sería el idioma en que la filosofía y la ciencia tanto helénica, árabe y judía  emprendían filiaciones culturales y científicas.
[10] “…este Tratado solamente se ha compuesto  para quienes han  estudiado filosofía y conocen lo ya expuesto acerca del alma y todas sus facultades”, (Maimónides:183)

COSMOLOGÍA Y TEOLOGÍA (IV)

 Carlos Blank

                                                    
                                   

El universo no sólo es más extraño de lo que imaginamos,
sino de lo que podremos imaginar.
ARTHUR EDDINGTON           

Introducción
La discusión acerca de si el universo es finito o infinito se remonta al menos a los filósofos presocráticos, así mismo  la discusión acerca de si existe un universo o múltiples universos o la posibilidad de que exista un número infinito de universos infinitos. Claro está que podemos decir que ha sido solamente a partir del Siglo XX que esta discusión se ha planteado en términos científicos, vale decir, teóricos y experimentales a la vez, y no en base a argumentos lógicos a priori o en términos filosóficos o religiosos. La posibilidad de discutir estos temas desde un punto de vista estrictamente científico es una posibilidad real que solamente puede existe a partir de la masa de datos con que la astronomía y la cosmología cuentan hoy en día. Aunque sólo sea por esta razón es indudable que vivimos en una época privilegiada.  Esto no quiere decir, como veremos, que estas cuestiones estén totalmente zanjadas o fuera de toda discusión. Ni tampoco que las cuestiones filosóficas o religiosas sean completamente irrelevantes en este dominio.
A pesar de que la data de que disponemos hoy en día es impresionante y desafía a las mentes más imaginativas y creativas, esta data no representa, según algunos estimados, más que el 10% o 20 % del universo cognoscible. Obviamente este dato nos debe hacer muy humildes a la hora de pretender establecer una teoría definitiva sobre el universo. A medida que ese conocimiento ha ido aumentando exponencialmente en las últimas generaciones, el universo se ha ido mostrando no sólo más extraño de lo que imaginamos, sino de lo que podríamos imaginar, como dijo en  alguna oportunidad el gran astrónomo inglés Sir Arthur Eddington.
Los nuevos telescopios[i] nos revelan cada vez distintos tipos de estrellas, de estrellas de neutrones como los pulsares o las cefeidas, de estrellas duales[ii], por ejemplo,  distintas formas de galaxias, espirales o elípticas, los quásares, por ejemplo, de cúmulos y supercúmulos de galaxias, incluso grandes murallas de supercúmulos[iii], nos revelan, en fin, un complejo entramado o red de galaxias unidas por la misteriosa materia oscura, aunque la mayoría de ellas  se estén alejando entre sí a una velocidad cada vez mayor por la también misteriosa energía oscura[iv]. La Vía Láctea pertenece, junto con la galaxia Andrómeda y otras, al vecindario local. De hecho, en lugar de existir una velocidad de recesión o de alejamiento constante, estas dos galaxias se van acercando entre sí y llegarán a fusionarse en algún momento -todavía faltan afortunadamente unos 5.000 millones de años- para formar una nueva galaxia como “Lacdrómeda”.  Todo esto, que puede sonar a guión para una película catastrófica de ciencia-ficción al mejor estilo hollywoodense, son simplemente hechos o datos que podemos predecir, ceteris paribus, con un margen despreciable de error acerca del futuro distante, y bien distante, por cierto. Si a todo ello añadimos la pléyade de partículas que se crean en los aceleradores de partículas, la complejidad del universo se hace más que evidente.
Como veremos más adelante, si bien existe un consenso generalizado alrededor de la teoría del big-bang y de la teoría inflacionaria para explicar el origen del universo hace más de 13.000 millones años, no existe igual consenso acerca del final de este universo o el modo cómo haya de terminar. Todavía menos encontramos un consenso acerca de si ese big-bang o múltiples big-bangs nos ponen en presencia de un Ser Superior que diseñase de antemano este universo o multiuniverso para que nosotros tuviésemos cabida en él.  





Moviendo el techo del universo: el paso al universo infinito.
La burbuja del mundo ha de hincharse antes de explotar.
ALEXANDER KOYRÉ

Como ya sabemos, la idea de un universo finito centrado en la Tierra inmóvil dominó la cultura occidental durante más de 2000 años. Para que el modelo pudiese “salvar los fenómenos” fue necesario recurrir a una serie de añadidos ad hoc,  como el complejo sistema de epiciclos y el punto ecuante de Ptolomeo. El sistema era tan complejo que Alfonso X El Sabio dijo que hubiese asesorado a Dios para crear un modelo más simple del universo. Buscando esa simplicidad, lo que logró sólo de manera parcial, Copérnico resucitó el viejo modelo heliocéntrico de Aristarco de Samos, sin saber que ese “pequeño” cambio de poner al Sol en el centro destruiría el paradigma aristotélico-ptolemaico y establecería las bases de una nueva astronomía y de una nueva física.
El universo de Aristóteles era un universo espacialmente finito y acotado, con una esfera móvil de estrellas fijas. Aunque para él el universo era eterno temporalmente, la finitud del espacio era una premisa indispensable de su física, pues la noción de un espacio infinito destruye la noción de lugar natural, más aun, la noción misma de lugar. En un universo así no habría direcciones privilegiadas y, por lo tanto, tampoco habría razones para moverse en absoluto. De igual modo rechazaba la existencia del vacío, pues, al carecer de resistencia,  la velocidad de los objetos sería infinita e instantánea, lo que le parecía imposible y absurdo[v]. El sistema copernicano explica el movimiento aparente de la esfera de las estrellas fijas mediante el movimiento de la Tierra, pero deja intacto el concepto de esfera de estrellas fijas. Vale decir, el universo es finito y la distancia a las estrellas fijas es constante. Se trata, pues, de un universo finito.[vi]

Como todo lo demás, o casi todo lo demás, la concepción de la infinitud del universo se origina con los griegos, y no cabe duda de que las especulaciones de los pensadores griegos sobre la infinitud del espacio y la multiplicidad de los mundos ha desempeñado un papel importante en la historia de la que nos vamos a ocupar.[vii]

Ya Arquímedes había advertido que el sistema de Aristarco implicaba un cambio fundamental en la dimensión del universo y calculó el número de granos de arena de ese universo en 1063, lo que traducido a partículas modernas coincide asombrosamente con el número de Eddington de protones y electrones: 1,57x1079 o 1080. Obviamente ya antes muchos pensadores habían coqueteado con la idea de que el universo fuese inmensamente grande aunque finito. La idea de que el universo fuese infinito y de que hubiese un número infinito o cuasi-infinito de  universos infinitos o cuasi-infinitos no era extraña tampoco a los griegos antiguos. Contrariamente a lo que suele pensarse, la mentalidad griega no era refractaria a la comprensión  del infinito. En realidad, se ocuparon bastante de ello y algunos, como los atomistas, lo convirtieron en la idea central de todo su sistema. Incluso el rechazo al infinito actual en Aristóteles debe ser entendido cum grano salis, pues hay también importantes excepciones, como el Primer Motor o Motor Inmóvil.
Sin duda, el trabajo más exhaustivo y penetrante sobre el tema es la extensa monografía de Rodolfo Mondolfo, El infinito en el pensamiento de la antigüedad clásica (Ediciones  Imán, Buenos Aires, 1952), donde con gran erudición se analizan las distintas teorías griegas clásicas sobre la infinitud y el vacío. En esta obra, sin duda monumental, se corrige la visión clásica tradicional de la supuesta repugnancia de los griegos a la comprensión del infinito y se destaca la deuda que el pensamiento moderno tiene con relación a este tema. El infinito no está relegado al mero espíritu dionisíaco sino que está también en todo el centro del espíritu apolíneo, en el centro de las discusiones cosmológicas y éticas. El espíritu griego es un espíritu poliédrico.
La otra obra imprescindible para analizar el tema es  la versión abreviada de una obra monumental del pensamiento cosmológico, desde Platón hasta Copérnico, emprendida por  Pierre Duhem  y que quedó inconclusa debido a su muerte prematura,  nos referimos a Medieval Cosmology. Theories of Infinity, Place, Time, Void, and the Plurality of Worlds (The University Chicago Press, Chicago, 1985,).  En ella se toman en cuenta los importantes análisis de pensadores de la escolástica tardía, donde se produce un inusitado interés por la naturaleza y  se revisan las tesis aristotélicas básicas sobre el cosmos. Por cierto, Mondolfo y Duhem coinciden a menudo en afirmar  que muchos de los argumentos contra la cosmología aristotélica dejan mucho que desear y están muy por debajo del  rigor lógico del Estagirita o, para utilizar una expresión de Feyerabend, no se le puede considerar “un perro muerto”.
 También Arthur Koestler, Alexander Koyré y Thomas Kuhn, han destacado el carácter conservador de las ideas de Copérnico frente a muchos de sus predecesores y contemporáneos, el carácter esencialmente aristotélico del universo copernicano. Para Koestler,  el modelo copernicano es tímido, de poca originalidad e imaginación, y está todavía atado fuertemente al peso de la tradición aristotélica y eclesiástica. Para él sólo una mente conservadora como la de Copérnico podía pensar posible reconciliar el modelo de la física de Aristóteles con un universo heliocéntrico[viii].
Para Koyré, en una interpretación más caritativa, él ya hizo suficiente al desplazar a la Tierra del centro del universo y detener el movimiento de las estrellas fijas, sería mucho pedirle que diese el paso hacia un universo infinito[ix].  A menudo se le atribuye a Nicolás de Cusa ese  paso hacia la afirmación de un universo infinito, hacia una concepción que dejase atrás la cosmología antigua y medieval dominante, anticipando la visión cosmológica moderna. Con relación a este punto Koyré señala que “no podemos menos de admirar la audacia y profundidad  de las concepciones cosmológicas” del Cusano, aunque añade:

Sin embargo, debemos resistir esta tentación. De hecho Nicolás de Cusa no afirma nada por el estilo. Cree en la existencia de las esferas celestes y en su movimiento, siendo el de las estrellas fijas el más rápido de todos, así como en la existencia de una región central del universo, en torno a la cual se mueve como un todo, confiriendo ese movimiento a todas sus partes. No asigna un movimiento de rotación a los planetas; ni siquiera a nuestra Tierra. Además, en profunda oposición a la inspiración fundamental de los fundadores de la ciencia moderna y de la moderna visión del mundo quienes, correcta o incorrectamente, trataron de afirmar la panarquía de las matemáticas, niega la posibilidad misma del tratamiento matemático de la Naturaleza.[x]



El primero que da el paso decisivo hacia un universo abierto será, según Koyré, Thomas Digges,  primer divulgador del modelo copernicano en Gran Bretaña, extendiendo el techo de las estrellas fijas, aunque  “coloca sus estrellas en un cielo teológico y no en un firmamento astronómico.”[xi] Por eso, en realidad, “fue Bruno quien nos ha presentado por vez primera el esquema o el boceto de la cosmología dominante durante los dos últimos siglos.”[xii] Mientras Nicolás de Cusa se conforma con “la imposibilidad de asignar límites al mundo, Giordano Bruno afirma con regodeo su infinitud.”[xiii] Pero Bruno no sólo afirma la posibilidad de la creación de un universo infinito por Dios, o incluso de un número infinito de ellos, sino que afirma que ello no podía ser de otro modo dada la omnipotencia divina, pues la “creación divina, para ser perfecta y digna del Creador, debe contener todo lo que es posible, es decir, innumerables seres individuales, innumerables tierras, innumerables astros y soles.”[xiv] Pero a pesar de todo lo dicho y de reconocer la posible influencia retardada de Bruno en la mentalidad moderna, la suya dista bastante todavía de ser una mentalidad moderna. El siguiente párrafo es lo suficientemente elocuente como para albergar dudas al respecto:

Giordano Bruno, lamento decirlo, no es muy buen filósofo. La fusión de Nicolás de Cusa con Lucrecio no produce una mezcla muy consistente y aunque, como he dicho, su tratamiento de las objeciones clásicas contra el movimiento de la Tierra es bastante bueno, el mejor que hayan recibido antes de Galileo, con todo es un científico muy pobre, no entiende las matemáticas y su concepción de los movimientos celestes resulta un tanto extraña. En realidad, el bosquejo que he hecho de su cosmología resulta un tanto unilateral y no es totalmente completo. De hecho, la visión del mundo de Bruno es vitalista, mágica; sus planetas son seres animados que se mueven libremente a través del espacio según su propio entender, a la manera de los de Platón y Pattrizzi. La de Bruno no es en absoluto una mentalidad moderna. Sin embargo, su concepción es tan poderosa y profética, tan razonable y poética que no podemos menos de admirarla a ella y a su autor. Además, ha influido, al menos en sus aspectos formales, tan profundamente sobre la ciencia y la filosofía modernas que no podemos menos de asignar a Bruno un lugar muy importante en la historia intelectual humana.[xv] 

En el  tortuoso camino hacia el universo infinito moderno no podemos dejar de mencionar a Johannes Kepler. Fue él, sin duda, el que dio al universo iniciado por Copérnico su más acabada expresión y lo deslastró de sus remanentes aristotélicos y ptolemaicos. Se deshizo de los epiciclos, del movimiento circular perfecto y uniforme, se deshizo incluso, malgré lui, de los cinco poliedros regulares pitagóricos y platónicos que tanto amaba, desmontó el sistema dual de su tiránico mentor Tycho Brahe,  y tuvo que poner al Sol en una de los focos de una elipse,  en cuya órbita los planetas barren áreas iguales en tiempos iguales, más rápido cuando están en más cerca –radio menor-,  más lentamente cuando se alejan –radio mayor. Las leyes de Kepler hacían que el reloj cósmico funcionase con precisión matemática. Se pasa del mundo del “más o menos” al universo de la precisión, como señala Koyré. Sin embargo, Kepler tiene buenas razones para rechazar el carácter infinito del universo. Razones metafísicas y religiosas, pero científicas también, entre las cuales se encuentra la imposibilidad de determinar la distancia de los objetos en un universo infinito, lo que haría a la astronomía simplemente imposible.  A la postre, las razones por las cuales rechaza la infinitud del universo son las mismas de Aristóteles.

Así pues, hemos de admitir que Johannes Kepler, el gran pensador verdaderamente revolucionario, estaba, no obstante, ligado a la tradición. En último análisis, Kepler sigue siendo un aristotélico, si no por lo que atañe a la ciencia, sí en lo que respecta a su concepción del ser y del movimiento.[xvi]  

El paso siguiente en este proceso de infinitización será dado, aunque con cierta ambigüedad, por Galileo Galilei. Siguiendo la tradición de Niccolò Fontana, apodado Tartaglia –el tartamudo- y  Giovanni Battista Benedetti, Galileo será el verdadero fundador de la nueva física matemática y el más implacable crítico de la física aristotélica y del cosmos aristotélico. Posiblemente la imagen de oportunista y propagandista que han destacado Koestler y Feyerabend le haga justicia. Posiblemente también su fama de terco y presuntuoso, su realismo ingenuo e impenitente, en contraste con la mayor cautela epistemológica que aconsejaba el cardenal jesuíta Bellarmino. Pero es posible que estas características sean necesarias también para que el nuevo espíritu de los tiempos termine imponiéndose. Debemos comprender las ideas de un pensador en el contexto en el cual fueron emitidas y en el caso de  Galileo esto es especialmente cierto, como también en el caso de Descartes que veremos a continuación. Tras ese aparente orden racional que emerge en el Siglo XVII, hay una atmósfera bastante enrarecida de intolerancia y “cacería de brujas”. Ese siglo comenzó precisamente con la ejecución de Giordano Bruno, seguida de la Guerra de los Treinta Años (1618-48) entre católicos y protestantes, lo que hizo que la Inquisición de lado y lado se reforzase. Lutero era más crítico de Copérnico que la propia Iglesia Católica, la cual fue bastante indulgente al principio, al punto de que las ideas de Copérnico fueron llevadas por los propios jesuitas a China. Se dice que Kepler perdió gran parte de sus bienes y tuvo que hacer gala de su ingenio para poder salvar a su madre de la hoguera protestante.
No es de extrañar, entonces, que en cuestiones que pudiesen molestar las autoridades eclesiales,  Galileo, quien por lo demás era un creyente católico y tenía una hija monja, tuviese que hacer también gala de su gran talento dialéctico y disfrazar a menudo sus opiniones, por más seguro que estuviese de ellas, por más seguro que estuviese de que en las cuestiones de la naturaleza es la ciencia y no la Biblia la autoridad. A pesar de haber tenido un trato bastante condescendiente por parte del Santo Oficio y de ser amigo del Papa, Galileo fue obligado finalmente a abjurar o retractarse de sus creencias y se mantuvo bajo arresto domiciliario en las afueras de Florencia hasta su muerte en 1642, el mismo año en que naciese el genio que completaría la obra iniciada por Galileo y Kepler, nos referimos a Isaac Newton. Así pues,  es perfectamente comprensible que  con relación a la infinitud del universo fuese bastante cauteloso o, incluso, bastante ambiguo.

Ciertamente, en el debate acerca de la finitud o infinitud del Universo, el gran florentino, a quien la ciencia moderna debe quizás más que a cualquier otra persona, se abstiene de tomar partido. Nunca dice si cree una u otra cosa. Parece no haber llegado a una conclusión sobre el asunto e incluso parece considerar la cuestión como insoluble, aunque se inclina hacia la infinitud. [xvii]

Posiblemente, dice Koyré,  que esto se deba simplemente a su falta de interés por las cuestiones cosmológicas generales y por la mecánica celeste. Se sabe que nunca respondió a Kepler, quien estaba interesado en saber su opinión sobre sus leyes. De allí que no tenga nada de descabellado el siguiente juicio de la posición de Galileo.

Galileo no aceptaba la posibilidad de órbitas no circulares, ni estaba dispuesto  a considerar un aumento del tamaño del universo. Esta última negativa significaba que se adhería a la idea de un mundo bastante pequeño para que el desplazamiento paraláctico de las estrellas distantes fuera perceptible si la tierra se movía. Absorto en refutar a Tycho, no advirtió que defendía un mundo en donde no había espacio para la teoría heliocéntrica, porque si las estrellas no estaban a enorme distancia, la ausencia de paralaje anual se tornaba una poderosa justificación de la inmovilidad  de la tierra.[xviii]




Será  Descartes el que da el siguiente paso decisivo para mover el techo del universo y haga explotar esa burbuja en la cual estaba todavía encerrado. Aunque la posición de Descartes es mucho más clara y contundente que la de Galileo, no deja de presentar ciertas ambivalencias o reticencias. Para Descartes lo único positivamente infinito es Dios. Aunque Dios ha creado el mundo por un acto de su libre voluntad, para Descartes es imposible y además completamente superfluo tratar de conocer los designios de Dios, conocer los propósitos que Dios tenía en mente al crear el universo. Con Descartes se completa esa geometrización del universo, el proceso de homogenización y matematización del mundo, donde las cualidades sensibles desaparecen y así mismo cualquier idea de finalidad. Se trata, por cierto de un espacio matemático continuo y denso, donde tampoco hay vacío. La materia es coextensiva al espacio, espacio y materia son lo mismo, no hay espacio entre las cosas, sino cosas en relación a otras cosas. Lo único que podemos afirmar con seguridad del mundo es que tiene una extensión tridimensional, está lleno de vórtices o remolinos.[xix] Como han señalado diversos autores, la idea de Descartes parece contra-intuitiva, pues si bien es imposible imaginar materia sin extensión, sin espacio, sí es posible imaginarse un espacio vacío, el espacio como receptáculo donde están las cosas o entre las cosas. Pero no es este el punto que nos interesa, lo que nos interesa destacar es que la posición de Descartes es el ejemplo típico de una idea equivocada que nos lleva en la dirección correcta, pues para defender su teoría de los vórtices y  la identidad de la materia y la extensión,  Descartes debe defender la infinitud del universo o, mejor dicho, su carácter indefinido.

La segunda consecuencia importante de la identificación de extensión y materia consiste en el rechazo no sólo de la finitud y limitación del espacio, sino también del mundo material y real. Asignarle límites no sólo es falso y aun absurdo, sino también contradictorio. No podemos postular un límite sin trascenderlo por el mero hecho de postularlo. Hemos de reconocer, por tanto, que el mundo real es infinito o, más bien, indefinido (pues Descartes se niega a emplear aquél término en conexión con el mundo).[xx]

Por primera vez el problema del techo del mundo, de la distancia de las estrellas fijas, deja de ser un problema sobre el que debamos discutir verbalmente, y pasa a ser  simplemente un problema técnico de observación y cálculo. La idea de infinitud desempeña un papel central en el sistema cartesiano, “tan importante que se puede considerar que el cartesianismo se basa totalmente en esa idea.”[xxi] La razón por la cual Descartes utiliza el término de infinitud para referirse solamente a Dios y usa el de indefinido para referirse al mundo puede comprenderse a partir de su sistema filosófico. Para Descartes, la única substancia real y positivamente infinita es la mente de Dios, las otras substancias son finitas, pues derivan su existencia de otro ser. En especial,  la mente humana, aunque tiene sembrada en su seno la idea de infinitud, y entiende esta idea en contraste con la contingencia de su propia existencia, es incapaz de comprender esta infinitud en todo su alcance y profundidad. Pareciera entonces que Descartes reconociese la infinitud en acto sólo en Dios, mientras que hablase de una infinitud puramente potencial del mundo.

No cabe duda de que Descartes está en lo cierto al pretender mantener la distinción entre la infinitud “intensiva” de Dios, que no sólo excluye todo límite, sino que además impide toda multiplicidad, división y número, y el mero carácter indefinido y sin fin del espacio o de la sucesión de los números que necesariamente los incluyen y presuponen. Además, esta distinción es completamente tradicional y hemos visto que la sostenía no sólo Nicolás de Cusa, sino también Bruno.[xxii] 

Aunque no es descartable que esta distinción se hiciese para aplacar la ira de algunos teólogos, dado los tiempos de intolerancia religiosa de ese entonces, lo cierto es que está en perfecto acuerdo con su propia filosofía. Será labor de otros pensadores la divinización e infinitización definitiva del espacio y el tiempo, lo que finalmente llevará a unas de las más famosas polémicas de la historia de la ciencia, a un verdadero conflicto de titanes, entre Isaac Newton – a través de su discípulo Samuel Clarke - y Gottfried Leibniz, conflicto que Koyré ha sugerentemente denominado como el conflicto entre “el Dios de los días laborales y el Dios del Sabath”. El reloj cósmico nos habla de un Dios-relojero, pero las facultades y competencias de ese relojero cósmico son motivo de una agria discusión, como también aquella que tuvieron acerca de la prioridad e independencia en la invención del cálculo infinitesimal. El universo se transforma en una epifanía de Dios, en teodicea, enfrentando así a las dos mentes más prodigiosas del Siglo XVII, “el siglo de los genios” o “el siglo del genio”  -“the century of genius”- , como lo calificó Whitehead. 


[i] Hoy en día el telescopio terrestre más potente está en el desierto de Atacama en Chile. Obviamente también debemos tomar en cuenta los telescopios espaciales, como el Hubble y el Kepler,   y los modernos radiotelescopios, que pueden suministrarnos informaciones acerca de un universo a distancias inimaginables hace apenas unos años. Aunque la idea de que podamos observar el instante del big-bang o de la creación es algo que mantiene toda su fascinación todavía.
[ii] Dependiendo de la masa de una estrella ellas pueden evolucionar hacia una supernova, un agujero negro, una estrella de neutrones, una gigante roja, una enana blanca o una enana negra al enfriarse completamente. El Sol no tiene la masa suficiente para estallar como una supernova y se convertirá primero en una gigante roja y terminará como una enana negra. Aunque la vida promedio de una estrella se mida en miles de millones de años, su colapso final, su muerte térmica, es inevitable.
[iii]  Así se habla de la “Gran Muralla” para referirse a un conjunto de galaxias a más de 500 millones de años-luz de la Tierra, de 200 millones de años-luz de ancho y 15 millones de años luz de profundidad. También se habla de la Gran Muralla de Sloam, ubicada a mil millones de años luz de la Tierra y que tiene una extensión de 1.370 millones de años luz, por lo que se dice que es el objeto más grande del universo detectado hasta el momento. Nada de extraño tiene que a la vuelta de unos años se detecte otro que duplique o triplique éste, y así sucesivamente. Aunque el universo, suponiendo que exista sólo uno, sea posiblemente finito, es innegable que sus dimensiones son inmensas y hacen aparecer a nuestra Vía Láctea como un puntito insignificante en este vastísimo universo. Fue Kant posiblemente el primero que planteó que estas nebulosas de estrellas fuesen otras galaxias o universos-isla, perteneciese a nuevas galaxias en formación.  
[iv] Sin caer en el virus de “precursionitis”, de encontrar precursores por doquier y de extrapolar la mente moderna en el pasado, vale la pena recordar las misteriosas fuerzas de amor y odio de las que ya hablaba Empédocles  y que se compensan mutuamente. Posiblemente la materia oscura que une y la energía oscura que aleja o separa no sean menos misteriosas hoy en día de lo que lo eran las fuerzas de Empédocles.
[v] En un instante la variación de la distancia y el tiempo tienden a 0, por lo que el cociente sería infinito o indeterminado. Se requirió la invención de un nuevo cálculo que pudiese trabajar con estos valores de la recta pendiente tangente en un punto, con valores diferenciales e infinitesimales, siendo la velocidad instantánea la derivada primera y la aceleración instantánea la derivada segunda.
[vi] Vale la pena destacar que Platón al final de su vida  apoyó la teoría de Filolao de que la distancia a las estrellas fijas es infinita y de que la Tierra tiene un movimiento de rotación. Fue posiblemente esta teoría la que revivieron algunos platónicos durante la Edad Media y el Renacimiento.
[vii] Alexander Koyré, Del mundo cerrado al universo infinito, Siglo XXI Editores, México, 1979, p. 9.
[viii]  Arthur Koestler, The Sleepwalkers. A History of Man’s Changing Vision of the Universe, p. 214.  Koestler reconoce la actitud mucho más revolucionaria de la escuela franciscana de Oxford o la ockhamiana de París, así como de pensadores como  Cusa, Peuerbach o Regiomontanus dentro de la tradición germana de Copérnico, aunque debe aceptar que fue Copérnico el que sentó definitivamente las bases del modelo heliocéntrico.
[ix] Cf. Ibid. p. 36.
[x] A. Koyré, op. cit. p. 22. Koyré considera a  Bruno, a Kepler y  al propio Descartes en una famosa carta a Chanutt (6 de junio de 1647) como la fuente de esa confusión: la de atribuir al Cusano la visión de un universo infinito. Aunque el Cusano niega la existencia de límites en el universo “evita tan cuidadosa y continuamente, como el propio Descartes, la atribución al universo del calificativo ‘infinito’ que reserva para Dios y sólo para él”, Ibid., p. 12.
[xi] Ibid. p. 40.
[xii] Ibid. p. 40.
[xiii] Ibid. p. 43.
[xiv] Ibid. p. 54. Podemos encontrar  argumentos similares, así como la posibilidad de que Dios crease el vacio, en pensadores del Siglo XIV. Véase Alexander Koyré,  “Le vide et l’éspace infini au XIV siécle”, en Études d’histoire de la Philosophie, Editions Gallimard, Paris, 1981. Como se sabe, será mérito de Georg Cantor la elaboración de un sistema de números transfinitos, es decir, de sucesiones de cardinales y ordinales infinitos. El infinito actual cobra vida, así como un grado infinito de grados infinitos, algo que seguramente hubiese asombrado al “finitista” Aristóteles.  
[xv] Del mundo cerrado al universo infinito, p. 55.
[xvi] Ibid. p. 86.
[xvii] Ibid. p. 93.
[xviii]  William R. Shea: La revolución intelectual de Galileo,  Editorial Ariel,  Barcelona, 1983,  p. 110
[xix] Esta teoría ya había sido sostenida por los antiguos griegos, Leucipo y Epicuro. Lo curioso es que esta teoría de los vórtices es totalmente cualitativa y está lejos del canon matemático que el propio Descartes exigiese como Mathesis Universalis.
[xx] Del mundo cerrado al universo infinito, p. 100.
[xxi] Ibid. p. 102.
[xxii] Ibid. pp. 114s.