martes, 1 de junio de 2021

  

 Jean Jacques Rousseau 

y su pasión por la botánica.

Fragmentos de Botánica

(Proyecto Redes Sociales Vegetales)

David De los Reyes *

(UCV - Uartes)



"Escalera al Cielo Vegetal" DDLR2021


I

 

Rousseau, tras la publicación del Emilio (1762) y del Contrato Social (1760-61), pone en peligro su vida. Con estas obras se inicia para él un período de intenso rechazo y persecución en Francia, estando a punto casi de verse encarcelado. Regresar a Suiza es una posibilidad y un escape; encontrarse con su ciudad natal Ginebra, sería, también, un desengaño. La ciudad no lo acoge y su gobierno lleva a prohibir, condenar y quemar esas dos obras en plaza pública. Sólo le resta otra vez mirar al horizonte, al camino, huir. Escapa a los alrededores del territorio suizo, y se refugia en el valle de Travers, instalándose en la ciudad de Mótier (Neuchátel), bajo la protección de Federico II. La tranquilidad dura poco. Escribe la Carta a Christophe de Beaumont,  donde defiende las tesis de su escrito Profesión d efe de un vicario sabojano, incluida en el libro IV del Emilio. En sus Cartas desde la montaña (1764) denunciará el maltrato recibido por la ciudad de Ginebra. Sus acciones lo encaminan a que la hostilidad social contra su persona sea el aire perpetuo que respire y del cual viva. El cura de la tranquila Motiers no deja pasar por alto sus apreciaciones políticas y religiosas; este pastor conmina a su población, es decir, a sus agresivas e intolerantes ovejas, a echar al filósofo de esos parajes. Otra vez la huida, la fatiga que produce la censura, la vuelta al camino, al fardo en el hombro, y el caminar ligero. ¿Culpa? Todo por la intranquilidad de haber pensado en voz alta y públicamente contra las convenciones dogmáticas de una sociedad cerrada, centrada en el culto y control eclesiástico de sus ciudadanos. Ante esa situación crece y se intensifica su mente y sus nervios; su vida se convierte en incansable transitar de un lado a otro; le queda un refugio natural y agreste, cercano a Neuchátel, la isla de Saint-Pierre en el centro del lago de Biel-Bienne, en Suiza; allí se refugia, siendo acogido por los monjes del convento que habitaban la isla. Permanecerá en esos parajes hasta marchar a Inglaterra, al aceptar la invitación ofrecida por su amigo David Hume.

Es en este ínterin de idas y venidas, de persecuciones, en gran parte reales, en parte imaginarias, que Rousseau se adentra en el estudio de la botánica como un refugio donde puede encontrar una tranquilidad para su insana perturbación mental y su permanente sensación de perseguido.

Rousseau se dedicó a la botánica en las horas más dolorosas de su vida. Maltratado, calumniado, condenado, exilado, encontró en esta actividad las más dulces satisfacciones y una tranquila consolación a través de la observación en estos verdes organismos que a él se le antojan poéticos y agradables. Un nuevo campo de estudio ante sus ojos está por cruzar y llevar adelante en sus acostumbrados paseos por la campiña del Valle de Travers. Allí se halla huyendo de los hombres, buscando la soledad, no imaginando y aún menos pensando (OC. Ed. Pleyade, t.i p.1066). Bajo estas circunstancias nace esta nueva pasión de este permanente paseante solitario. Una pasión tan violenta como durable que mantendrá viva hasta el final de sus días, al trasladarse a Ermenonville en el año de 1778, hasta que un ataque de apoplejía lo separa de la vida el 9 de octubre de 1779.

 

 

II

 

Sus primeros acercamientos a la ciencia amable se debieron a sus amigos Jean-Antoine d’Ivernoir, médico de la ciudad de Neuchátel y botánico aficionado, al rico comerciante Du Peyrou y, de forma especial, al médico Abrahan Gagnebin, excelente botánico, quien a primera vista sabía distinguir y nombrar cientos de especies vegetales. 

La botánica, más que tener para él intereses utilitarios o lucrativos -aunque vendió y envió herbarios a amigos y personas que le solicitaron sus servicios- no tuvo otra ambición mayor que el perfeccionarse en esa actividad tan atrayente como amistosa, tan seductora como misteriosa y a cada instante renovada por su afán de asombro. Era una acción acorde a su antigua y juvenil idea de reintegrarse con la naturaleza.

En sus días de inicio y formación en este campo de estudio tuvo en Motier, como libro de cabecera, al Sistema Naturae de Carlos de Linneo (1), quien fue el mayor innovador y más interesante estudioso en ese campo de saber científico para entonces. Discutida su obra en toda Europa por sus novedosas propuestas botánicas, Rousseau, lector infatigable, no tardaría en reconocerle su genial originalidad. En sus páginas sobre botánica encontramos la viva influencia del estudioso sueco.

Sus días en Motier, en los alrededores del prolífico y fértil valle de Travers, transcurren en largas caminatas, en búsqueda de nuevas especies vegetales para su colección. Trasladándose también para ello a la cercanía de los campos de Neuchátel o a la apacible casa Du Peyrou en Cressier. Cuando decide irse a la isla de Saint-Pierre, en el lago de Biel, tenía la firme intención de no marcharse del tranquilo lugar hasta no acabar una misión; veía esa isla como un espacio en donde estudiar, metódicamente, la totalidad de los componentes  de su flora, con el fin de satisfacer su laudable y verde pasión, ahora retirado del contacto de los hombres y del malestar de las ciudades.

 

 

III

 

Como se puede notar, nuestra intención no es la de precisar y definir la importancia -menor, por supuesto- que tuvieron los estudios botánicos para este suizo, sino en sacar a la luz la importante influencia que ella tuvo sobre sus estados anímicos en el curso de los últimos tres lustros de su atribulada vida. La botánica, pensamos, le fue a este autor una respuesta a los problemas que le planteó su filosofía, el refugio obtenido gracias al esfuerzo para lograr separarse de la depravación social por él sentida y vivida en la época, y adentrarse en un estado de inocencia y pureza al reintegrarse con la naturaleza y sus formas de solaz esparcimiento vegetal cognitivo entre la campiña y campesinos. En sus páginas dedicadas a este estudio uno puede leer que este acercamiento al mundo vegetal se convirtió en una intensa necesidad intelectual y afectiva, en una actividad reconfortante ante los sombríos pensamientos que le asaltan durante esos años de persistentes tormentos y lejanía del mundo político y polémico de los filósofos de la ilustración.

La botánica fue su último refugio donde encontró las más tranquilas consolaciones junto a una cercanía de contemplativa serenidad, a pesar de sus crisis pasajeras de desaliento y dudas respecto a la abandonada armonía en su carácter. Este Rousseau botánico nace de una necesidad existencial de hallar una fuente irremplazable de pequeñas pero puras alegrías llevándolo, quizás, a los momentos de encuentro con una perfecta felicidad momentánea que había huido hace tiempo de su vida.

 

 

IV

 

Recorriendo la verde naturaleza, buscando y descubriendo en ella nuevos temas de admiración, junto a su sosegada actividad, es que sus últimos años y luego, sus últimos meses ya de vejez en Ernonville, pasaron alrededor de sus queridas plantas. Un Epicuro moderno, pero para quien su jardín era la naturaleza entera de los campos europeos que encontró a su paso. Entre la actividad botánica y la redacción de los Sueños de un paseante solitario se precipitará, este pensador que está al margen de toda clasificación, hacia sus días finales.

Sus obras en este campo son pocas y realmente de poca importancia para el desarrollo de esta ciencia. Están las Cartas sobre Botánica y su esbozo para un Diccionario sobre Botánica. Pero estos dos escritos tienen la virtud de ser obras de invitación. Estos dos textos tienen una intención pedagógica la primera y práctica la segunda; de invitar y facilitar a los interesados en adentrarse en el estudio del reino vegetal.

Los Fragmentos sobre botánica que. hemos traducido en esta ocasión quieren mostrar, en estos breves escritos, tanto el interés como la pasión de este autor por motivar a los hombres al acercamiento de su estudio, siendo una fuente terapéutica contra malsanas perturbaciones nerviosas y mentales del hombre común en un recinto donde su ocio puede soslayarse en completa paz con una actividad que, para ojos de Rousseau, nos devolvía la pura contemplación desinteresada de cualquier fin utilitario social y una cercanía con las formas vegetales más caprichosas de la naturaleza casi abandonadas y olvidadas. Goethe, en su Ensayo sobre la metamorfosis de las plantas, juzga feliz la obra botánica de Rousseau. Lo felicita por su método regional, local, indígena, el cual consistía en fundar su enseñanza sobre el ejemplo de plantas inmediatamente observables en el lugar y conocidas directamente por los interesados estudiantes. Opinión que suscribirá también nuestro botánico y ecólogo suizo-venezolano HenriPittier.

La botánica, con todo su desarrollo actual, no deja de ser una actividad que hoy bien pudiera otra vez ser tenida en cuenta y de forma práctica en la enseñanza de los planteles medios como toma de conciencia y freno ante los embates ecocidas que podemos observar por doquier dentro del salvajismo mercantil y la cómoda ignorancia imperante y sin retorno. Sería una educación para volver a amar y reencontrarnos con el reino vegetal, en volver a admirar, con los instrumentos del método científico y una actitud moral ecológica, al reino vegetal de este mundo, reino tan desconocido y olvidado por el hombre común, por ese nuevo espécimen que somos, llamado por el mexicano Bartra como salvaje artificial.

 

*  Este trabajo de Introducción sobre Russeau y la botánica, junto a la traducción de los Fragmentos sobre Botanica fueron publicados en la Revista Apuntes Filosóficos 21 (2002) :173-184. Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela.

Bibliografía:

Rousseau, J .-J. 1969: Oeuvres completes, bajo la dirección de Bernard Gagnebin y Marcel Raymond. Biblioteque de la Pleyade, Editions Gallimard, t. I y IV

 

 

Jean Jacques Rousseau. Fragmentos de Botánica (2)

 

 

1

La botánica es la parte de la historia natural que trata del reino vegetal. Como ese reino es el más rico y variado de los tres, la botánica es la parte más considerable del estudio naturalista. La naturaleza, que ha puesto tanta elegancia en todas sus formas y tanta selección en todas sus distribuciones, ha tomado sobre todo un cuidado particular en cubrir la desnudez de la tierra de un adorno tan rico y tan variado que encanta a los ojos y aviva la imaginación; es el examen de este brillante ornato, es el estudio de esta profusión de riqueza en el que el botánico admira con éxtasis al arte divino y el gusto exquisito del obrero que fabricó el vestido de nuestra madre común.

El arte de estudiar las plantas por la combinación de sus mezclas que componen su sustancia, el arte de determinar sus virtudes medicinales verdaderas o falsas, ora sea por la experiencia, ora por la observación siempre imperfecta y tramposa y sean realizados por el análisis químico aún más responsable, no tiene nada en común con la botánica. El botánico estudia en las plantas sus tejidos, sus formas, su organización, su generación, su nacimiento, su crecimiento, su vida y su muerte. Puede considerarlas también por su color, por su gusto, por su olor, su sabor, en fin, por todas las partes que ellas pueden ofrecer a los sentidos. Esto no es sino un estudio analógico y secundario para esclarecer y confirmar aquellas formas; las plantas son a los ojos del botánico solo seres orgánicos; tan pronto la planta muere, o cesa de ser vegetal, o bien sus partes no tienen la misma correlación que la hace vivir y la constituye, dejan de ser un recurso para el botánico; se convierten en una simple sustancia, en una materia, una mixtura, una tierra muerta, que no pertenece más, a partir de entonces, al reino vegetal sino al mineral. Los médicos, los charlatanes, los empíricos, pueden hablar de las virtudes maravillosas de las plantas muertas y descompuestas; ello no es observarlas. Habría que admitir que se le ha dado autoridad a hombres que son mentirosos, sin fe ante la naturaleza, la cual no miente jamás y que en nada se le parece.

El botánico no acepta ningún punto intermediario entre la naturaleza y él. No admite por verdad sino aquello que se le muestra; rechaza todo lo que los hombres quieren imponerle por autoridad. Se separa de las plantas en el momento en que el médico se apodera de ellas. La observa en su estado vivo; muerta, la estudia aún por su fisiología; la diseca y la observa, pero tan pronto su forma es destruida y se muele en un mortero, se vuelve nada para él. Insisto mucho sobre este punto. Estoy persuadido que el mayor obstáculo al progreso de la botánica ha sido querer hacer también con ella una parte de la medicina.

Ello, creo, es lo que la ha vuelto baja, ridícula y separada de alegría, siendo realmente en sí una actividad agradable. Las formas más elegantes, los más vivos colores de las flores primorosas, sus perfumes deliciosos, todo ello es un estudio atrayente y apropiado, sin parangón, sin reparo, sin otra fatiga que aquella de los paseos campestres, sin otro instrumento que un pequeño microscopio, una aguja, unas pinzas y unas tijeras. Cuan diferente este gentil estudio respecto al de su anatomía, donde el horrible instrumento revela a la vez al corazón y a los sentidos, conviviendo con un cadáver o casi un mineral, con el fatigoso esfuerzo de arrancarlas de las entrañas de la tierra y analizar a grandes rasgos, frecuentemente con grandes riesgos en las cuevas de los Cíclopes.

Los cercanos esmaltados de las flores son el único laboratorio del botánico. La excursión es su único trabajo. Llevar cómodamente todos sus instrumentos en su bolsa, no se ha de ocupar sino de objetos amables y no ve sino guirnaldas en las riberas, donde el herborista sólo ve hierbas para sus lavativas. No hay que rechazar a la botánica por ser un estudio tan delicioso al separarlo de la medicina y devuelto al naturalista.

Pero la ignorancia y el prejuicio se preguntará para qué sirve la botánica. Comentarán que el mundo ha sido, por tanto, hecho para las enfermedades y si la historia natural no cura de la fiebre con su estudio no es bueno para nada. Estoy de acuerdo que los trabajos útiles al cuerpo deben tener la preferencia; pero de todos los usos que hacemos con nuestro tiempo libre, aquellos que nos curan de la ignorancia y del error son, sin duda, los menos inútiles. Y si se le permite tener al hombre distracciones, permitidle como tal, por lo menos, el examen del universo y sus partes. Pues no todo el mundo tiene los. méritos y los medios de poder pasar su vida matando animales o quemando cartas; está bien que algunos ociosos se diviertan contemplando la naturaleza.

 

2

¿Acaso no es de los hombre sensibles acercarse a la belleza natural sin o mezclando siempre algún interés personal? Para observar, para admirar las maravillas de la organización vegetal, ¿habrá absoluta necesidad de ser médico? El atavío de la tierra, ese ornato imponente y radiante, ¿no amerita, acaso, nuestra mirada? Esos colores, esos olores, esas figuras elegantes y variadas ¿acaso han sido dadas a las plantas para sólo hacerlas moler en el mortero? ¡Ah! Sepamos amar a la naturaleza, sepamos mirarla, estudiarla, conocerla, sepamos admirar las bellezas que no es sino para adornarla, aprendamos a permanecer entre ella y nosotros, y ríos cure de la ociosidad, del fastidio, de ser una carga para nosotros mismos y para los demás. Démonos entretenimientos fáciles, inocentes, amables que nos dispensen de encontrar la ruina, o actos criminales o insensatos. Si el estudio de las plantas no purifica el alma, como lo hace conmigo, no logro visualizar ninguna otra cura para ella. Tan pronto que veas la tierra cubrirse de una extraña colcha verde y casi imperceptible, date prisa en cambiar o de retirar las plantas que quisieras conservar porque ellas no tardarán mucho en perecer.

 

3

Ello sería entregar un gran servicio a las personas ocupadas que las libraría de la importunidad de los ocios, y la mejor forma de lograrlo sería de ocupar así a los ociosos mismos en ello.

 

4

Por qué no se busca en ese libro de la botánica más valor en él del que he advertido desde las primeras palabras de su título, que no es otra cosa sino la distracción de un hombre ocioso, y al que debo agregar aún que él no es sino obra de un ignorante. Que en esos majestuosos bosques que coronan las montañas, en sus frescos parajes que bordean los riachuelos de los valles, otros no buscan sino drogas. Los farmaceutas no ven en el rico cañamazo de las praderas sino hierbas para sus brebajes, independiente de lo que la vida humana gane en ello, bien sea si los hombres se porten mejor o vivan más tiempo. Para mí sólo veo objetos de admiración que me transportan y me hacen respetar la organización que los produjo. ¿Por qué debería cortar, secar, machacar en un mortero las rosas, la reseda, la Euphrasia? Destruiría sus elegantes ramas, su bello follaje, su tupido tejido brillante y delicado de esas flores. No, yo contemplaré, recogeré, extraeré, observaré, y quizás anatomice, pero no iría con una mano estúpida y brutal apilando y desgarrando las frágiles bellezas que admiro. Veo que mis ojos las disfrutan, que las observan, que ellas los agotan, que en ellas se sacian si es posible: sus figuras, sus colores, esa simetría no ha sido puesta ahí por nada.

 

5

Las hojas de la espinaca, del avum, de la acedera, del bon Henri se parecen tanto que se podría alguna vez confundirse. Pero si aquellas hojas que ve son farinosas, es el bon Henri. Si ellas son ácidas al gusto es la acedera. Si ve un trazo paralelo a lo largo de su borde y a contra luz, es el avum. La espinaca es entonces fácil de distinguir. No tienen  nada de eso. La hoja de la succisa parece un poco a las de la jacea y a otras plantas. Pero si quiere distinguirla de una sola mirada, rasgue dulcemente la hoja: si ve un hilo sutil y se extiende a las dos mitades de la hoja, es la succisa infaliblemente. Para probar tire la raíz. Si la encuentra roída y mordida, también por ello puede ser nombrada Mordida-del-Diablo.

 

6

Botan. Franfois.T.I.p.154.

El público que no tiene nada de método y poco conocimiento de las especies no da al Cerezo el nombre del Ciruelo; pero quien quiera que conozca y admita los géneros le placerá, sin sorpresa y sin pena, poner al Cerezo en los géneros de los ciruelos.

 

7

Adanson reclama a Linneo de haber criticado la singular frase de Tourrefort: Vicia flore, vida sepium, como si ignorase, agrega Adanson, que las plantas de diferentes familias podrían tener parecido unas con otras en relación con alguna de sus partes, pero eso no es de lo que se trata aquí. Para distinguir dos especies del mismo género no hay que señalar lo que tienen en común sino aquello que las diferencia. Porque a la final, no hay planta que tenga las flores más parecidas a las del vicia sepium que la vicia sepium misma. Para distinguirla no es suficiente haber dicho lo que tienen en común si no se le agrega aún aquello en lo que consiste su diferencia.

 

8

Colores a proveerse

Verde De iris

Bermellón

Laca fina

Azul de Prusia

Ultramar muy puro. 10 o 12 granos al menos

Stil en grano

Goma arábiga

unas conchas vacías y algunos buenos pinceles.

 

9

D’Alibart en su obra Florae parisiensis prodromus confunde el receptáculo con la placenta. Ambas son ideas distintas. El receptáculo es la parte por donde el fruto se agarra de la planta; la placenta es la parte por donde las semillas toman al pericarpio. Es verdad que cuando las semillas están unidas al receptáculo son la misma cosa; pero todas las veces que el fruto es angiospérmico, el receptáculo y la planta son diferentes.

 

10

Según Rey, las flores llamadas indeterminadamente polipétalas son aquellas cuya corola está compuesta de más de cinco pétalos. En cambio que los frutos polispérmicos son aquellos que contienen solamente más de cuatro semillas. La diferencia de esta medida numérica viene dada por la numerosa familia de las rosáceas (rosacées) que es toda pentapétala, y las dos familias de las borragineas (borragineas) y de las labiales (labiées) son tetraspermas, lo cual compromete a este autor a tomar la denominación indefinida de varias de ellas más allá de los nombres usados frecuentemente. Pareciera, sin embargo, que hubiera de encerrar aún en los nombres determinados las corolas hexapétalas que llevan la mayor parte de las lilaceas, y por esta razón no llamar polipétalas como ha hecho luego Mr. Ludwig para las flores que no tienen más de seis pétalos.

 

11

Hay brotes de frutas, brotes de hojas y brotes de frutas y hojas. Los árboles y los arbustos que florecen antes de reponer las hojas tienen todos brotes de fruta y de hojas, pero aquella que saca la hoja antes de florecer, tal como ocurre con el Alisier, el Espino Blanco, etc., no tiene sino que brotes mixtos, a saber, hojas y frutos todo a la vez.

 

12

Imbricar: adj. Arreglar gradual y alternativamente por niveles como se arreglan las tejas sobre los tejados. Esta disposición tiene lugar más comúnmente en los cáliz de flores compuestas que en las otras partes de las plantas. Un cáliz imbricado está compuesto de varias hileras de escamas que ciñen y encierran las flores, de manera que la primera hilera interior de escamas las ciña y toque inmediatamente; la segunda hilera de escamas ciñe y toca a la primera; cada escama exterior recubre la unión de dos interiores y cada unión de la segunda hilera cae sobre la mitad de una escama de la primera. La tercera hilera ciñe a la segunda como la segunda ciñe a la primera y así seguidamente; como tales escamas disminuyen gradualmente de tamaño cada hilera es más corta que aquella que la rodea, dejando aparecer la extremidad superior y todas esas hileras se distinguen fácilmente al ojo, aunque conecta todas por abajo al mismo disco o receptáculo.

 

13

Linneo da el mismo nombre de receptáculo a la adherencia del fruto con la planta y a la unión de la semilla al fruto. Me parece más ventajoso seguir en esto a los botánicos franceses que dejan el nombre de receptáculo a la primera y a la otra como placenta.

 

14

La naturaleza no ha hecho un esfuerzo inútil al ornar y variar el aspecto de las plantas por lo que esconde como por lo que muestra. Seguramente es un objeto digno de la curiosidad humana de conocer todas los puntos de ese soberbio tapiz que cubre la faz de la tierra. Habría que distinguir aquellas que son ordenadas en espiral como aquellas que son alternativas como y aquellas que son dispersas confusamente (3). 

...

Porque, por ejemplo, en esa encantadora pequeña flor azul llamada por los botánicos Myosotis Scorptodes, las hojas de abajo son estrechas en su conexión, largas y redondeadas por la otra extremidad como en forma de espátula y las de lo alto al contrario son más largas en la base que en la punta. Muéstrese esas dos distintas hojas una al lado de la otra y no se dirá nunca por la forma que ellas pertenecen a la misma planta.

 

 

Notas

 

1 Carl von Linne (1707-1735), también llamado Carolus Linnaeus al latinizar su nombre, fue un connotado botánico y naturalista sueco. Dio a la ciencia importantes y prácticos criterios taxonómicos y clasifícatenos de los seres vivos, junto a una nomenclatura moderna para dicha clasificación. Crea la forma binaria de hacerlo en la que cada organismo es catalogado atendiendo al género y a la especie. Sin embargo defendió la tesis fijista de la naturaleza en oposición al evolucionismo. Su obra principal fue la ya citada Sistema Naturae de 1735, contemporánea al joven Rousseau.

 

2 Para esta traducción se ha utilizado copia del manuscrito que se encuentra en la Société Jean-Jacques Rousseau de la Biblioteca Pública de Neuchâtel (Suiza), y cotejado con la edición presentada en las Oeuvres completes de J.-J. Rousseau, bajo la dirección de Bernard Gagnebin y Marcel Raymond. Biblioteque de la Pleyade, Editions Gallimard, 1969. t. IV, p.1249-1256.

 

3 Este párrafo está inacabado en el original; nota del traductor.

 

 

Crítica a Heidegger

José Ortega y Gassset (*)



Ortega y Gasset con Martin Heidegger. Foto: Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón
Ortega y Gasset con Martin Heidegger. Foto: Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón

Es inconcebible que en un libro [alude a Ser y Tiempo] donde se pretende “destruir la historia de la filosofía”, en un libro, pues, compuesto por un tonso Gedeón no se encuentre la menor claridad sobre lo que significa ser y encontremos ese término en ricas variaciones de flauta, como sentido del ser, Seinsinn, como manera de ser, Seinsweise, como Sein der Seinden o ser de los entes, etc. El hecho es que pese al trompeteado anuncio y a los torniscones que llegan al lector tropezando constantemente con este término en el libro, Heidegger no se ha planteado originariamente el problema del Ser, sino una vez más, ha ido a clasificar los Entes [y] añadir un nuevo tipo de Ente, que llama arbitrariamente Dasein, aprovechando poco dignamente el azar de que el alemán tiene el doblete latino Existenz. Y cargar la atención –esto es lo más fértil de toda la andanza– sobre el modo de existir ese Ente, si bien olvidando enuclear el modo de existir de los otros tipos de Ente. Pronto veremos cómo Descartes, no obstante sus fantásticas dotes, falló por no hacerse cuestión del concepto Ser, sino partir, sin más –él, que pretendía reformar hasta de raíz la filosofía– de la venerable y fosilizada ontología ecolástica. Este fue su deficiente radicalismo.

Pero lo mismo ha hecho Heidegger. Parte de cosa tan corrupta y agusanada como es la ontología escolástica más aún, de la extravagante distinción que desde Santo Tomás hace ésta entre esencia y existencia –en la cual nadie ha conseguido jamás ver nada claro–, lo que le lleva también arbitrariamente a afirmar que en el hombre ambas dimensiones del Ente se dan en una relación peculiar: lo cual, si se acepta aquella distinción, no es verdad. Porque no hay no ya tipo de Ente sino ente específico alguno en que esa relación no se de con carácter peculiar. Como que por eso no tiene sentido la distinción. El color solo por ser color existe, y de otra manera que el sonido. Esto le llevó a lo que considera “distinción fundamental” entre lo “ontológico” y lo “óntico”, que lejos de ser fundamental o es trivial y vetustísima o es una distinción pedante e incontrolable que difícilmente seguirá sosteniendo hoy, y ha servido para que con ella se gargaricen y cobren gran fe en sí mismos los personajillos de todos los barrios bajos intelectuales del mundo, llámense Montmartre o Buenos Aires, sin olvidar Madrid. Pero sobre todo los “intelectuales hispanoamericanos” dispuestos siempre, como el buche del avestruz, a tragarse íntegramente la cal, la joya y el guijarro.

(*) Tomado de el diario El País del 05 de abril de 2021: https://n9.cl/ff3d


Párrafos extraídos de las Notas 394 y 395; pasaje de la conferencia ‘Del optimismo en Leibniz’ (1947) y Notas 335 y 400, todo de la edición de Editorial CSIC