lunes, 14 de diciembre de 2009


Violencia y liderazgo político en Venezuela

Luz Marina Barreto




El velorio, de la serie estudiante muerto 1956. Alejandro Obregón




1. Mi vida como homínido
El año que viene se cumplen treinta años de Altered States, un film de Ken Russell escrito por Paddy Chayefsky. El guión de Chayefsky está basado en su novela, la única que escribió quien era ya un veterano del cine, con importantes filmes en su haber y varios premios. Altered States es su último trabajo. Murió al año siguiente de su estreno, en 1981. Este dato es importante porque, como veremos, Altered States tiene algo de manifiesto y de testamento.


El guión de Estados Alterados, me parece a mí, es uno de los mejores en la historia del cine. Como todos los buenos guiones, oculta tras la trama principal, es decir, en la subtrama, el verdadero problema de la película. La trama principal discurre sobre un psiquiatra genial y loco (el primer papel que interpretó en el cine un buenmocísimo y brillantísimo William Hurt) que está fascinando por las posibilidades de los “tanques de aislamiento” para la exploración de la psique profunda. Un tanque de aislamiento es un tanque de agua más o menos del tamaño de una persona y casi completamente sellado. Al parecer, la privación sensorial que produce flotar sin obstáculos y a oscuras en un lugar así es capaz de producir a las pocas horas violentas alucinaciones. Los “tanques de aislamiento” fueron muy populares en los EEUU a finales de la década de los sesenta y a comienzos de los setenta, cuando una cantidad de jóvenes científicos de universidades norteamericanas comenzaron a explorar la cultura de la droga como medio para “expandir la conciencia” y responder a preguntas psiquiátricas y neurológicas en relación con la naturaleza de la mente. Timothy Leary, el legendario gurú del LSD, y John Lilly, quien pretendía comunicarse con delfines, son dos de los personajes históricos que estuvieron alguna vez fascinados por los tanques de aislamiento y trabajaron con ellos.


Así, la película comienza a principios de los setenta, cuando el personaje ficticio que interpreta Hurt, el Dr. Jessup, inicia sus propios experimentos con los tanques, en principio –al menos esa es la excusa que esgrime ante su universidad- para comprender las alucinaciones de sus pacientes esquizofrénicos. Pero también hay otro tipo de motivación más “metafísica” tras los experimentos de Jessup. Cree que las alucinaciones autoinducidas por la privación sensorial lo conducirán a estados de conciencia primordiales, más básicos y más profundos que los contenidos que ocupan la vida consciente. Le llama la atención que la mayoría de sus alucinaciones, y las de sus pacientes, se expresen en la forma de una abigarrada imaginería religiosa, cuya principal fuente documental parece ser, por lo menos así lo muestran las fantásticas imágenes de Russell, nada menos que el Apocalipsis de Juan. De este modo, en las primeras alucinaciones de Jessup autoinducidas por el tanque de aislamiento, vemos al cordero de siete ojos y de siete cuernos, que toma el libro y rompe sus sellos, a Cristo colgado en la cruz, así como imágenes del infierno y de almas condenadas que se lanzan o son lanzadas al abismo. La elección de las imágenes es curiosa si tomamos en consideración que Paddy Chayefsky era un judío observante. El apodo de “Paddy” (que es una manera familiar y algo despectiva de referirse a un católico irlandés) se lo ganó en el ejército, como combatiente, luego condecorado, durante la II Guerra Mundial, cuando utilizó como excusa para no tener que comer cerdo, y con pretendido acento irlandés, que su religión le prohibía comer carne los viernes. Así fue como el judío Chayefsky se ganó su apodo de toda la vida.


Aquello a lo cual Jessup, el personaje cristiano de Chayefsky, quiere acceder es a una suerte de preconciencia fundamental que estaría más allá de todas las imágenes religiosas cristianas en las que él, desde la trágica muerte de su padre, ya no cree y que tienen, en su opinión, un papel más bien represor. Las hace oscuramente responsables del sufrimiento de sus pacientes. Jessup está en la búsqueda de algo profundamente enterrado en su mente que lo vincularía a contenidos más fundamentales y liberadores que lo que le parece que son mentiras piadosas. Oculto en su conciencia, y que sólo saldría a la luz forzando los límites de la mente, parece estar un ego totalmente libre, en contacto con la verdad profunda del universo. Ese yo primordial, libre, ligado al fundamento metafísico de la realidad, es lo que persigue Jessup metido en su tanque de aislamiento.


Más o menos en la época de estos primeros experimentos, Jessup conoce también a una joven antropóloga y primatóloga con la que inicia una relación y que, loca por él, le termina proponiendo matrimonio El hecho de que ella sea especialista en primates no humanos es bien importante para lo que sucederá después y por eso lo menciono.


Pasan los años. Encontramos de nuevo al matrimonio Jessup en Boston, siendo ya respetables “full professors” en Harvard y al borde del divorcio. Jessup sigue obsesionado por su búsqueda, en la que su esposa, ocupada en sus propias investigaciones empíricas, en realidad no lo acompaña. Emily Jessup está interesada, en primer lugar, en la integridad de su familia y, en segundo lugar, en la observación de primates en su hábitat natural y no en explorar una suerte de esfera psíquica primordial. La tensión producida por sus dos orientaciones básicas es lo que conduce a la inevitabilidad del divorcio.


Pero entonces, sucede lo siguiente: no sólo Jessup comienza a explorar experiencias alucinatorias que rompen con su realidad consciente. El giro genial del guión de Chayefsky es que, por una extraña circunstancia de orden metafísico, las alucinaciones de Jessup se vuelven realidad. Se “externalizan”, como lo formula el guión.


Pero, ¿qué es lo que se “externaliza”? En sus experiencias alucinatorias, como hemos dicho, Jessup persigue ponerse en contacto con una suerte de fondo metafísico primordial. Lo que Chayefsky ve claramente es que ese fondo ha de ser no humano, pre-humano. Es un retroceder a un estadio en el que la personalidad individual humana se disolvería para unirse con un universo en el que “no habría Dios”, como le reprocha su esposa. Es decir, en el que ya no habitaría un Dios personal.


Por esta razón, en las escenas culminantes de la película, Jessup emerge una noche del tanque convertido en un primate no humano. Son escenas bellamente filmadas, en las que un individuo minúsculo y peludo vaga por la ciudad disputándole la comida a los perros o cazando una cabra en un zoológico y comiéndola cruda, mientras lo ilumina siempre una luz posterior que le da a toda la secuencia un halo irreal y sobrecogedor, a la vez que hermoso y conmovedor. Jessup ha alucinado su involución hasta convertirse en un homínido y la liberación de aquello que sentía que lo reprimía y lo ataba es su vuelta a un estadio de desarrollo en el que se convierte, sencillamente, en un animal.



2. La tesis de René Girard sobre el origen de la violencia
La célebre tesis sobre la violencia humana de René Girard reza que nosotros nos movemos perpetuamente entre la tensión de ser plenamente humanos o de retroceder a la condición de homínidos. Como homínidos podemos dejarnos llevar por la violencia mimética que, en condiciones de inestabilidad institucional (muy frecuentes en sociedades primitivas, es decir, cuando hay hambrunas o colapsa el poder político y la relativa estabilidad que ofrece) nos lleva a buscar a un “chivo expiatorio” a quien sacrificar, a quien echarle la culpa de lo que nos está pasando, para expulsar el mal que sufrimos y recuperar la estabilidad perdida. Por cierto, una película que desarrolla explícitamente esta tesis de Girard es Apocalypto, de Mel Gibson. Allí, los sangrientos sacrificios de los Mayas son orquestados por la aristocracia dominante para tranquilizar al pueblo hambriento y angustiado, que no puede explicarse por qué los dioses los castigan con una sequía tan persistente.


Las tesis de Girard se han convertido en una fuente muy importante de intuiciones antropológicas para la teología, en particular por el hecho de que Girard es un católico devoto que interpreta la Pascua de Cristo como el fin de todos los sacrificios, en virtud de la inmolación del Cordero de Dios, una víctima inocente. La idea de Girard es que el sacrificio de Cristo pone de relieve la injusticia de todos los sacrificios, dado que nuestros chivos expiatorios, nuestras víctimas para el sacrificio, no son sino las víctimas inocentes de nuestra propia violencia, nuestro propio miedo y nuestra inseguridad. Para Girard, el cristianismo es la manera que tiene Dios de mostrarnos la injusticia que perpetra nuestra violencia mimética, mimética en el sentido de que nos “contagiamos”, así cree Girard, de la animadversión que siente el grupo al cual pertenecemos por cualquiera que sea el que ocupe el lugar de la víctima inocente.


¿Cuán plausibles son estas tesis para explicar la violencia humana? La idea de que estamos siempre dispuestos a sacrificar a los demás, por lo general al más débil, al más expuesto a nuestras maquinaciones, es, sin duda, una intuición importante. Jared Diamond, en su libro Collapse, un estudio sobre los desastres ecológicos y sus consecuencias para una sociedad, en el que analiza también la catástrofe maya, menciona el ilustrativo caso de la masacre de Rwanda en 1994, en la que la etnia Hutu diezmó la minoría Tutsi en una sangrienta y atroz matanza, a machetazos, y de la cual existe una amplia documentación. Se sabe que esta masacre se produce cuando el sistema agrario de Rwanda, que distribuía pequeñas parcelas de cultivo a cada familia joven, llega al límite, provocando una peligrosa escasez de recursos para las nuevas generaciones. Ante la amenaza de una hambruna inminente, la exterminación de un grupo o etnia competidora parece ofrecer la víctima expiatoria que hace falta.


Si intentamos trasladar estas intuiciones Girardianas a Venezuela, ¿qué resulta de ello? Las proyecciones de la violencia en nuestro país, para este año, son de 19.400 asesinatos por arma de fuego. Es una cifra escalofriante, inexplicable. ¿Qué está pasando en nuestro país? De las ideas de Girard quiero rescatar, para lo que sigue, la muy importante intuición según la cual la violencia recrudece cuando se produce una situación de colapso institucional. Este, a su vez, suele venir de la mano de la desintegración de los distintos sistemas de justicia distributiva que caracterizan a una sociedad. Hay que tener presente, además, para entender el argumento que voy a desarrollar, que las instituciones distribuyen no sólo bienes básicos para la subsistencia de las personas y sus familias, sino también oportunidades de ascenso social y para el logro de la autoestima, lo que en inglés se llama “social regard”, un bien tan básico como cualquier otro, como veremos en seguida.



3. Algunas ideas sobre el origen de la violencia en Venezuela

Yo creo que Girard ofrece, pues, intuiciones muy importantes sobre los orígenes de la violencia en general que son útiles para entender la violencia que estamos viviendo hoy en día en Venezuela. Pero creo que es necesario completar su pensamiento con lo que otras corrientes de la antropología y la psicología de masas dicen sobre los orígenes la violencia. De esta manera, en lo que sigue, trato de vincular la tesis girardiana de la disolución institucional (una condición inescapable de la violencia) con otras dos intuiciones que son importantes, me parece a mí, para comprender nuestra propia violencia.

La primera tesis que completaría la de Girard es una tesis igualmente antropológica. La segunda es una tesis que ha desarrollado la psicología de masas. Ambas son, en mi opinión, necesarias para completar el fenómeno que queremos analizar.


Lo primero que hay que decir, entonces, es que la pobreza, per se, no produce violencia. No es verdad que la pobreza llevará a un individuo a cometer crímenes. Es importante destacar este punto porque el Presidente de la República, Hugo Chávez, quien es el único en este sistema político caracterizado por la verticalidad del poder que tendría ahora en sus manos la posibilidad de erradicarla, así lo cree y su error, y el de quienes acompañan su “proceso”, contribuye grandemente, entre otras cosas, a la multiplicación de la misma. Por ejemplo, alguna vez nuestro presidente anunció que en el origen del terrorismo estaba en la pobreza, olvidando que Osama bin Laden, un psicópata que se ha regodeado públicamente en sus crímenes, es un dandy millonario con educación en Oxford.


No es la pobreza, pues, la que lleva al crimen, sino las expectativas de los miembros de una sociedad. La mayoría de las víctimas de la violencia en Venezuela son varones jóvenes entre 16 y 26 años. De acuerdo con Michael P. Ghiglieri, un antropólogo especialista en primates no humanos, como la esposa del personaje ficticio de Altered States, y quien ha escrito un libro sobre las raíces antropológicas de la violencia humana, la violencia masculina tiene una raíz antropológica común en la familia de todos los primates: ésta es la competencia por parejas sexuales.


Se trata este de un hecho empírico muy estudiado. El origen de la violencia, cuando afecta a una amplia población masculina, como sucede actualmente en nuestro país, no tiene directamente que ver con la pobreza real, sino con las expectativas de los miembros de una sociedad. La mayoría de los hechos violentos que se cometen en el país, en particular en una ciudad densamente poblada como Caracas, tienen que ver con la competencia por grandes sumas de dinero y símbolos de status (autos lujosos, zapatos y relojes de marca, blackberries y teléfonos celulares de lujo, etc.). La mayoría de los delincuentes, a juzgar por las noticias que uno lee en la prensa, poseen ingresos o recursos por encima del nivel de subsistencia. Son sus expectativas en relación con lo que les produciría sus delitos las que son, por lo general, sumamente elevadas. Se trata de obtener recursos cuantiosos, muy por encima de aquello que necesitan para subsistir. Por otro lado, la política de redistribución de los recursos del Estado en programas de asistencia directa como las “Misiones”, sugiere que las necesidades que motivan los delitos violentos en el país nada tienen que ver con el mantenimiento de un nivel mínimo de subsistencia. Quisiera llamar la atención del lector sobre el hecho de que los venezolanos teníamos que esperar el advenimiento del socialismo y de su supuesta justicia social para padecer formas de violencia inéditas en el país. Es curioso, ¿verdad?


La violencia perpetrada por varones jóvenes en la búsqueda de recursos elevados que ningún trabajador modesto pudiera obtener rápidamente sugiere claramente que lo que se persigue realmente es elevar el estatus del delincuente como pareja sexual. Por supuesto, se trata de un condicionante de tipo antropológico del cual el individuo no necesariamente tiene que estar consciente. Pese a todo, explicaría la saña con la cual los varones jóvenes se matan entre sí en la competencia de un recurso que es, por naturaleza, escaso y difícil de obtener de manera estable. Se trata de obtener los recursos económicos que son necesarios para mantenerse como una pareja sexual deseable.


Un rápido repaso por la prensa nacional nos permite comprobar que este tipo de condicionante antropológico constituye una suerte de punto ciego: los periodistas de sucesos y los analistas políticos no lo ven cuando reflexionan sobre los orígenes de la violencia en nuestro país. Cuando el periodista o el comentarista político analizan las cifras suelen relacionarlas vagamente con el liderazgo de Hugo Chávez, cuyo uso de la arenga violenta y de las metáforas militares exhibe un cierto gusto por la violencia. Pero tienen razón cuando constatan, con asombro, que diez años de pretendida revolución han dejado un saldo de 150.000 muertos. Se preguntan si no existirá alguna correlación sociológica entre esta cifra y el hecho inédito en la historia contemporánea de Venezuela de tener el mismo gobernante y al mismo partido en el poder durante diez años continuos.


Yo creo también que hay una relación entre el liderazgo político de Hugo Chávez y lo que sucede hoy en el país, pero creo que la relación hay que explicarla y no es fácil de ver. No es suficiente la sugerencia de que el lenguaje violento y divisionista conducirá a acciones violentas. En realidad, por lo que sé de psicología moral, estas correlaciones no pueden establecerse de esta manera. No es nada fácil para una persona con un desarrollo psicológico más o menos normal el incurrir a la violencia homicida. Aunque el estilo violento (que no puede disimularse aunque uno utilice frecuentemente el vocablo amor), esté en el ambiente, esto no hará que a una persona se le dé fácilmente el percutir un arma contra otro ser humano.


Un individuo con un desarrollo psicológico mínimo, a menos que tenga tendencias psicopáticas o antisociales muy definidas, no se encuentra realmente predispuesto a matar. De acuerdo con las estadísticas que poseo, sólo 4 de cada cien personas pudieran definirse realmente como psicópatas o antisociales. La violencia homicida que padecemos los venezolanos tiene, pues, condicionantes mucho más poderosos que una cierta tendencia a la imitación del liderazgo de rasgos violentos.


Quisiera, pues, en primer lugar, completar la tesis de Girard de la disolución institucional con la siguiente hipótesis antropológica: en Venezuela, como en otros países de un subcontinente caracterizado por profundas desigualdades sociales, se hace cada vez más difícil para los varones jóvenes competir entre sí por los símbolos de estatus social que los convierten en parejas sexuales deseables. Aquí, la evidencia empírica apunta al hecho de que lo que es válido para el primate no humano, que compite o colabora con otros machos subordinados o con el macho “alfa” por las hembras de su grupo, es, con algunas variantes a las que me referiré de inmediato, válido para el homínido. Entre las diferencias importantes se encuentran, desde luego, las capacidades cognitivas humanas, que le permiten al ser humano transcender sus condicionantes antropológicos, y, en segundo lugar, la posibilidad, asomada por algunos antropólogos, de que el ser humano sea el único primate con una tendencia innata a la monogamia. Lo cierto es que, al parecer, el primate humano se encontraría antropológicamente predispuesto a permanecer con la misma mujer por mucho tiempo, como parece evidenciarlo el largo período de educación de los hijos, requerido por sus cerebros más grandes que el de otros primates, y el tamaño de las hembras, mucho más grande y casi paralelo al de los machos que el de las hembras de las especies de primates no humanos.


El hecho de que las hembras de la especie humana tengamos un poder mayor que el que gozan las hembras de otras especies de primates tal vez contribuya a aumentar las dificultades que tienen los varones jóvenes para resultar deseables a las mujeres como parejas sexuales. Un aspecto muy importante de aquello que tomamos en cuenta las mujeres para hacer este tipo de elección es que el hombre parezca deseable tanto como fuente de genes sanos como en su condición de padre proveedor de una progenie que requiere una inversión considerable de tiempo y recursos para alcanzar su pleno desarrollo.
Para hacer, pues, el cuento corto: las mujeres en edades fértiles no se encuentran antropológica y psicológicamente predispuestas a tener hijos con cualquiera. Quieren alguien que exhiba algún tipo de poder y, sobre todo, recursos económicos. Y aquí es donde entra el detalle de lo que sucede en Venezuela y en otros países de América Latina: que los recursos que habría que exhibir necesitan ser cada vez mayores. Cualquiera que tiene hijos sabe qué importancia tiene entre los jóvenes los zapatos y la ropa de marca, el teléfono celular costoso, el auto último modelo, poder llevar a la novia a un restaurant o posada de lujo en vacaciones, etc., sin mencionar el deseo de dotar generosamente a sus hijos, en particular si son varones, y mantenerse vinculado sexualmente a una mujer que se ama o que a uno le gusta, cuando ese deseo existe, y suele existir (entre paréntesis: estoy consciente de que muchos sociólogos toman como punto de partida para explicar la violencia en Venezuela un desarrollo psicológico anómalo, como por ejemplo, la ausencia de padre, el contexto de la droga, etc. Es obvio, por lo que estoy tratando de establecer aquí, que no estoy para nada de acuerdo con este enfoque, que se inventa una psicología humana a contrapelo de lo que dice la evidencia científica disponible para desarrollar hipótesis antropológicas ad-hoc. Lo mismo pienso, lo reitero, de esa teoría de la comunicación y esa filosofía de la mente que dice que la gente es violenta porque se deja sugestionar por los mensajes violentos que provienen del liderazgo político).


Lo que parece estar sucediendo, en realidad, es la consolidación de una cultura en la que los símbolos de la autoestima social, que son necesarios para procrear y mantenerse sexualmente activo, son cada vez más difíciles de conseguir. La competencia es feroz. ¿Qué tiene que ver, pues, el liderazgo político con todo esto? Bueno, todo. En particular este liderazgo político. Quisiera, pues, sugerir que aunados a los condicionantes antropológicos que he descrito, se produce en Venezuela una desintegración de las instituciones que proveerían fuentes alternas de autoestima y de interacción social distintas a la que ofrece el poder y, en particular, el poder que se evidencia con símbolos de estatus económico. Diez años de “revolución” han producido una sociedad en el que lo que nos diferencia los unos a los otros, lo que nos hace especiales frente a los demás, es el poder y los símbolos de estatus económico. Es bien curioso. ¿Por qué será? Voy a explicarlo ahora.



4. Radiografía del liderazgo narcisista
El liderazgo del Presidente Hugo Chávez se caracteriza por ser un liderazgo de tipo narcisista, como lo han señalado algunos estudiosos tanto dentro como fuera de Venezuela. Esto quiere decir que se trata de un líder con un ego tan frágil que no integra adecuadamente los aspectos buenos y malos de su personalidad. Este es un aspecto del discurso de Chávez sobre lo que muchos psiquiatras competentes han llamado la atención y se encuentra tan pero tan ajustado a la realidad que el alto gobierno ha debido prohibir que se hable públicamente de las características psicológicas del presidente. Esta prohibición tiene una explicación racional: mientras más enfermo está uno más atado se está, es decir, más fácil de predecir es y más fácil es dar en el clavo cuando uno da un diagnóstico. A la inversa, mientras más sano es uno, más libre se es y, por tanto, más impredecible, más propenso se es para actuar de forma novedosa y desarrollar respuestas innovadoras a desafíos siempre inesperados y cambiantes. En el caso de las características del liderazgo chavista el conocimiento es poder, un poder real, y por eso se ha debido silenciar a todos los psiquiatras de este país.


Cuando una persona exhibe un estilo cognitivo de tipo narcisista no quiere decir que se la pasa viéndose a sí mismo en el espejo como el personaje mitológico, que cae al agua de lo mucho que se extasía viendo su reflejo. Quiere decir que es una persona perennemente preocupada por sí misma y ocupada en sí misma. No tiene por qué admirarse a sí mismo ni considerarse especialmente bello. Lo que sucede más bien es que es una persona continuamente autoreferida porque carece de una cierta seguridad básica (una seguridad que todo individuo psicológicamente sano tiene) que le permitiría ver a los otros y a la realidad con buenos ojos, con ojos inocentes, y disfrutar de la novedad de la vida y de nuevas y cambiantes experiencias. En el narcisismo, como la persona tiene una continua sensación de sentirse amenazado, que es como percibe internamente su inseguridad básica, escinde su personalidad de modo que todo lo malo es proyectado hacia afuera en la forma de figuras persecutorias (el Imperio, la oposición, Uribe, Bush, etc.), mientras que integra en sí sólo una imagen idealizada de sí mismo (el héroe que da su vida por el pueblo, que lo ama inmensamente, que es susceptible de ser asesinado y padecer la muerte de un mártir, etc.). Es importante señalar que paralela a esta idealización de sí mismo se hace necesaria, también, la idealización del otro que lo idealiza a uno. Hay que tener esto presente para el argumento que desarrollaré.


En mi opinión, los Alos Presidentes son “exoactuaciones” (como dicen los psicoanalistas: “acting outs”) o puestas en escena de este drama. Chávez, incesantemente ocupado en el drama interior que lo atormenta, esa batalla entre el bien y el mal que se libra en su interior, utiliza horas y horas del tiempo de sus ministros, acólitos y televidentes para explicar lo bueno que él es y lo malos que son todos los demás que no están de acuerdo con él. Esto es interesante, si uno se detiene en ello.


Incluso si va a hablar mal de sí mismo, el control que él tiene y necesita tener de la propia imagen que, semana tras semana, revisita y reconstruye ante el país entero a causa de su propia fragilidad, le permite hacerlo de tal modo que las claves de su absoluta bondad fundamental permanecerían intactas: su amor total por el pueblo, la santidad esencial de sus intenciones profundas, la certeza de tener a Cristo mismo de su lado, etc., etc. Lo interesante de las personalidades narcisistas es que paralela a esta necesidad de cuidar una imagen impecable de sí mismo, en donde nada malo se admite como componente de uno mismo, corre la necesidad de proyectar todo lo malo sobre aquellos que no le ofrecen a uno ninguna gratificación narcisista, es decir, los que se nos oponen, los que no están de acuerdo con uno, los que son escépticos en relación con el supuesto infinito valor de las intenciones o proyectos de uno. Esta necesidad, como he señalado, se proyecta en la forma de figuras persecutorias totalmente malvadas y perversas: gente con la que no se puede dialogar, con la que hay que entrar en guerra, con la que hay que romper relaciones de inmediato, cuyas razones nunca pueden sopesarse de manera justa, personajes que son comparables al diablo mismo. En el paisaje mental del narcisista o se es blanco o se es negro. No hay medias tintas. Por lo tanto, no hay un sopesar las razones que tienen los demás para hacer lo que hacen. Esto es importante, porque el narcisista tiene una imagen muy pobre y a veces totalmente inexistente de la vida interior de los demás, lo que le permite cometer los mayores desmanes (dejar grupos enteros sin trabajo, por ejemplo), sin una conciencia real del sufrimiento que se causa.


La generalización y popularización de la perspectiva paranoica del Presidente es tal que, dando charlas en contextos en donde hay muchos simpatizantes del PSUV, he debido detenerme y pedir a mis interlocutores que se escuchen a sí mismos dividir el mundo entre buenos y malos absolutos. Cuando les llamo la atención respecto de la profunda paranoia que se oculta tras esa manera de ver la realidad suelo escuchar las risitas nerviosas que suelen emitir los que conceden el punto. Había un tiempo en Venezuela en el que nosotros nos veíamos a nosotros mismos de forma realista y no nos daba vergüenza reconocer que no éramos suizos. Ahora esto no sucede: ahora somos la patria socialista respecto de la cual uno, nada más y nada menos, tiene que estar dispuesto a morir, la vanguardia de la libertad en el mundo pluripolar, la benefactora económica de los pueblos oprimidos de América Latina, en fin, la gran broma de Triana que los pueblos del mundo deben ver con admiración y mudo respeto. Los venezolanos asistimos perplejos a una puesta en escena de un drama interior y personal que la mayoría de nosotros no necesitamos, dado que no tendremos problemas en admitir que uno es un poco pendejo si hacerlo nos permite ahorrar dinero, proteger a nuestras familias, tomarnos un whisky o cervecita adicional, evadir una discusión inútil y promover cualquier otra cosa o circunstancia que conduzca a una vida tranquila y en paz.


¿Cómo ha distorsionado el drama interior del Presidente Chávez nuestra realidad social y qué peso tiene en el aumento de la violencia? Un liderazgo como el que estoy describiendo necesita la adoración de las masas. El correlato de esta fundamental fragilidad yoica y de esta necesidad que escinde el mundo humano entre buenos y malos es que, si el malo es muy malo, el bueno, es decir, el que lo idealiza a uno, el que lo ama a uno incondicionalmente, como sólo alguien muy frágil requiere ser amado, deberá ser muy bueno. Un líder así procede a cubrir al correlato idealizado de regalos que no se ha merecido y por el que no ha trabajado. No me refiero a las misiones, que son para mucha gente su única fuente de ingresos para comer y de cuya necesidad nadie duda. Me refiero a los sueldos, fantásticos porque están determinados políticamente, de los cargos directivos o de confianza en empresas que producen pérdidas, a las bonificaciones millonarias de funcionarios del Estado, para no hablar de las fantásticas comisiones que cobran los corruptos y todo aquel que sea incondicional al gobierno de Chávez. Que esto es así lo evidencia, claramente, los bienes de consumo de los que disfrutan muchos venezolanos actualmente. Se trata de bienes de consumo (autos lujosos, fabulosos apartamentos, ropa fantástica) a la que tienen acceso en Europa y en EEUU sólo individuos en altas posiciones gerenciales y en empresas que arrojan comprobadas utilidades. Cualquiera que haya pasado una temporada en un país de Europa occidental puede darse cuenta, dándose una vuelta por Caracas, que en nuestro país hay corrupción y de la de verdad.


La escalada en las expectativas de las que hablaba al inicio que esto produce es, entonces, inevitable. La mayoría de los varones jóvenes venezolanos que llegan tarde al festín del gobierno simplemente no pueden competir con quienes ya están adentro. Optan por parasitar a los grandes tiburones en una vorágine delicuencial que arroja los resultados por todos conocidos. Para colmo de los males, el esquema mental escindido del chavismo, del cual es responsable el líder, ha destruido todas las fuentes alternativas de trabajo. Las diferencias entre una aristocracia chavista que cobra por y para satisfacer las necesidades narcisistas del líder y el resto de la gente que se gana la vida honestamente es tal que gente que gana sueldos que debería permitirles vivir de modo honorable (me refiero a los profesores universitarios o a los médicos, por ejemplo) han visto reducidos sus niveles de vida a causa de la inflación que esta situación produce.


De esta manera, una primera causa de la violencia hamponil en Venezuela tiene que ver con las distorsiones que ha producido en nuestra sociedad el esquema de justicia distributiva chavista, en el que los premios, recompensas y castigos están determinados por la adhesión al líder y no por ninguna idea filosóficamente válida de los principios de justicia que deberían presidir las instituciones públicas en la sociedad venezolana. Un sistema político injusto y corrupto tiene que llamar la atención a enormes grupos de jóvenes sin trabajo, que no entienden por qué no tienen oportunidades. Un primer condicionante para la violencia está, así, servido.


Pero, aunque esta es una condición necesaria, no es suficiente. Hace falta un segundo componente para completar el coctel explosivo que estamos padeciendo. Paso, pues, a la segunda parte de mi argumento.



5. El liderazgo político narcisista y la destrucción de la conciencia moral y de las instituciones
Con esto que llegamos al segundo punto que quería tocar. Recapitulemos un poco. He sostenido que el tipo de líder que es Hugo Chávez se caracteriza por un estilo cognitivo que es escindido, es decir, no enteramente integrado o fragmentado. Que es típico de este estilo cognitivo la escisión entre los aspectos buenos o malos de la realidad, en donde las personas que pueblan su horizonte afectivo son o totalmente buenas, o totalmente malas. He sostenido también que el estilo discursivo del Presidente, que revelaría al filósofo o al psicólogo sus estilos de interacción cognitiva con la realidad, parece confirmar esta tendencia generalizada a la escisión: si se te considera como perteneciente al bando de los “malos” eres totalmente malo y no hay redención posible. Si considera que perteneces al renglón de los “buenos”, eres totalmente bueno y no tienes ninguna mala intención. Por eso la diplomacia venezolana de la última década es tan intolerante, la insultante, tan dogmática: es que, en este estilo cognitivo, no hay medias tintas, no hay un sopesar de argumentos, no existen las capacidades empáticas necesarias para ponerse en los zapatos del otro y comprender por qué hace lo que hace (por qué Uribe, por ejemplo, toma las decisiones que toma, por qué la oposición dice lo que dice). La extraordinaria rigidez de pensamiento no es purismo teórico: es incapacidad para tener una imagen adecuada de los procesos reflexivos que presiden las decisiones de las personas. En este paisaje mental fragmentado el que tiene una posición diferente a la tuya no es alguien que piensa diferente porque tiene sus intereses racionales como cualquier otro: es porque es un traidor. Hay, por lo tanto que leerle los e-mails e intervenir su teléfono, insultarlo por televisión y someterlo al escarnio público y, finalmente, meterlo preso. Se lo deshumaniza porque hay una visión deshumanizada del individuo.


Pero el liderazgo narcisista no habría calado tan hondo en nuestra sociedad si éste no hubiese surgido como tabla de salvación en el proceso de desintegración institucional que produjo la obsolescencia de los sistemas de justicia distributiva de los gobiernos adecos y copeyanos. En situaciones de disolución institucional, como las que describe Girard, es muy fácil para un liderazgo de este tipo la manipulación de masas desestructuradas. Otto Kernberg, en sus estudios sobre psicología de masas, muestra que la disolución institucional que produce un cambio o la necesidad de un cambio en las relaciones de poder (lo que sucedió en Venezuela hace diez años), porque se agota el sistema distributivo tradicional (el que tuvo éxito durante cuarenta años), tiene un efecto desestructurador en grandes masas de la población. Kernberg dice que las masas desestructuradas son regresivas. Es decir, tienen una enorme necesidad de un liderazgo de tipo pre-edípico: una suerte de mamá que todo lo provea y lo tranquilice a uno (esa es la razón por la cual todos nosotros, cuando pasamos por una situación traumática, queremos acurrucarnos al lado de nuestra mamá y que ésta nos abrace).


Ahora bien, cuando el liderazgo de estilos cognitivos narcisistas, como los que hemos descrito, se une a una situación de desintegración institucional en la que la masa queda desestructurada, los procesos regresivos de ésta son respondidos de modo también regresivo. Hay algo que hace como “click”, es como una llave que calza perfectamente en la cerradura. Las masas desestructuradas quieren explicaciones sencillas para su sufrimiento, es decir, que otros tengan la culpa de que ellas estén tan mal, y se sienten aliviadas si hay alguien que dice que les proveerá de una solución rápida y no dolorosa para su predicamento. Un liderazgo narcisista suele calzar perfectamente aquí porque idealiza a la masa, la “ama”, como Chávez dice todo el tiempo, y una madre que ama a su pueblo incondicional y totalmente, por supuesto, no será capaz de exigirle nada. El pueblo pobre y hambriento, en esta mentalidad, no hace nunca nada malo. Por eso, si roba es porque tiene hambre, si pone una bomba es porque está oprimido por el Imperio, si funda una guerrilla es porque no tolera la injusticia, etc., etc. Ustedes pueden escuchar un Aló Presidente tras Aló Presidente y encontrarán siempre la misma invariable idealización de las masas víctimas de una situación de desintegración institucional. Hay quien dice que esto es una burda manipulación. Yo digo que el líder narcisista, por las razones que he explicado, lo cree realmente. Por eso el pueblo le cree, porque quien así habla es veraz.


Y ahora viene, por fin, el argumento que he estado preparando con este largo preámbulo. El hecho curioso de la relación entre socialismo revolucionario, liderazgo carismático y aumento de la violencia tiene una explicación: este tipo de psicología de masas totalmente regresiva trae consigo, invariablemente, así dicen los estudios empíricos, un colapso de la conciencia moral de quien vive inmerso en ella. En otras palabras: la madre absolutamente proveedora y poco exigente, idealizadora, hace que el niño entre en una situación en la que no tiene por qué sentirse responsable por nada de lo que hace.


Este es un hecho empírico que ha sido confirmado por numerosos estudios a lo largo de los desarrollos de la psicología moral y la psicología social del siglo XX. Un entorno en el que una persona no es exigida, sino totalmente despojada de la posibilidad de asumir la responsabilidad de sus acciones, en el que la persona es dotada sin que se le pida que dé algo a cambio de lo que recibe, en el que el individuo no tiene que hacer nada por lo que le regalan, produce un colapso en las capacidades morales de la persona. Mi tesis es que lo que está sucediendo en Venezuela es un fenómeno de este tipo. La violencia con ensañamiento, deshumanizadora, que estamos presenciando últimamente, una violencia que raya casi en lo gratuito y en lo demoníaco, no es el resultado de una suerte de mera imitación de un discurso violento. Es evidencia del colapso de las capacidades morales de numerosos venezolanos. Creer que las personas, por el mero hecho de vivir en un barrio pobre, son absolutamente buenas y lo merecen todo, es decir, idealizarlas de modo irrestricto, produce individuos menos moralmente responsables de sus acciones. Esta es la tesis de la psicología de masas.


Pero un escéptico pudiera objetar todavía, ¿por qué este tipo de entorno promueve individuos sin conciencia moral o actitudes carentes de conciencia moral? Al respecto, yo tengo la siguiente hipótesis: desde un punto de vista antropológico, los seres humanos, como muchos primates superiores, estamos hechos para resolver problemas en un entorno estable. Somos individuos racionales, es decir, orientamos nuestra acción conforme a metas o fines. Pero los individuos no actuamos en un contexto vacío. Perseguimos nuestros fines e intereses en un entorno social y enfrentados a las estrategias de otros y a los sistemas de fines de otros. Por lo tanto, cada uno de nosotros necesita perseguir sus metas en un entorno social estable, en el que la gente sepa a qué atenerse en relación con lo que harán los demás. Esto es lo que se llama una “institución”. Las mejores instituciones, para un individuo racional, son aquellas que están estructuradas de forma que exista una distribución equitativa o justa de las oportunidades para alcanzar los propios fines y mantener lo logrado consigo. Las capacidades morales son capacidades cognitivas de orden superior que le permiten a un individuo racional cooperar con los demás y ser un compañero confiable en la búsqueda común de la felicidad personal.


Cuando las instituciones se desintegran, porque colapsa un sistema x o determinado de distribución de oportunidades de acción, los individuos quedan como abandonados a su suerte, incapaces de controlar racionalmente su entorno. Es natural que, en una situación de este tipo, se produzcan actitudes regresivas: el deseo de aferrarse a un mesías-mamá que todo lo da y que lo trata a uno como si ya uno no tuviera que luchar más para sobrevivir. Después de todo, ya uno no sabe, de hecho, qué hacer para sobrevivir, dado que la desintegración de la institución ha destruido también el contexto estable que permitía al agente racional el poder llevar adelante sus planes de acción. Este tipo de colapso de funciones racionales superiores provoca, por alguna razón tal vez de tipo neurológico, el colapso de las funciones cognitivas asociadas a lo que conocemos como competencias morales. En un entorno institucionalmente desestructurado la persona se desorienta y lo puede hacer hasta tal punto que queda incapacitado para reconocer la humanidad de sus víctimas. Es en este tipo de situación, como ya hemos señalado, que se produce el fenómeno del chivo expiatorio de Girard.


El auge del liderazgo narcisista de los últimos diez años en Venezuela ha encajado con este fenómeno de desintegración de los recursos morales de una sociedad porque ambos, el líder y la masa desestructurada, se retroalimentan mutuamente. La violencia es un resultado natural de este emparejamiento porque se trata de un tipo de asociación en donde el respeto moral de las personas ha quedado de lado o ha sido abandonado. No hace falta, por decirlo así.


Y no hace falta porque, como bien lo veía Max Weber, en este tipo de asociación no son necesarias las instituciones. No necesitas una institución para conseguir lo que te hace falta. Puedes inscribirte en un partido, hacer la cola en Miraflores, pasarle un papelito a Chávez en un Aló Presidente en vivo, para que, si tienes suerte, como por un acto de magia, obtengas aquello que necesitas. Por esta razón, las luchas intestinas al interior del sindicalismo chavista, de la cual escuchamos cada día toda clase de nuevas historias, cada día más frecuentes y más numerosas, terminan con cruentos enfrentamientos: cuando no tienes que planear una estrategia racional dentro de una institución para obtener lo que necesitas, lo que te queda es la lucha de todos contra todos, el homo homini lupus, el estado de naturaleza de Hobbes.


Pero de esto se sigue otra conclusión, tanto más alarmante todavía. En entornos sin instituciones, desestructurados, galvanizados por la promesa gratuitamente dotadora del líder narcisista que no te exige como personal moral, prosperan los individuos más inescrupulosos y más violentos. Por esta razón, en esas luchas intestinas al interior del chavismo que ya he mencionado, los que se imponen son los matones con mal aspecto que toman una escuela, disparan dentro de la universidad o conducen programas de televisión que son una cloaca. Prosperan los individuos menos considerados, los más radicales y los más violentos.


Pero esto no es todo: de esto se sigue, además, que un sistema así procurará que la disolución institucional se mantenga y se perpetúe en el tiempo, dado que la permanencia del liderazgo narcisista y de la gente que se aprovechan de él depende de ello y sólo de ello. Quisiera repetir este punto, porque es importante: un sistema así procurará que la disolución institucional se mantenga y se perpetúe en el tiempo, dado que la permanencia del liderazgo narcisista y de la gente que se aprovecha de él depende de ello y sólo de ello. Por esta razón, un sistema así necesitará promover exactamente lo contrario a la estabilidad institucional. Y esto se llama: la “revolución”.


Es por esta razón que el régimen chavista habla y necesita de “revolución”. La revolución es la disolución de las instituciones tal y como las conocemos. La revolución es el estado de excepción de Carl Schmitt hecho permanente, para darle al o a los poderosos (lo que llamaba Schmitt “el soberano”) la posibilidad de modificar instituciones históricas a su antojo para satisfacer sus fines personales. ¿En nombre de qué? En nombre de una masa indiferenciada, cuyos miembros, que se suman uno a uno (esto se llama “democracia participativa y protagónica”, es decir, en donde no hay representante de los individuos, dado que sólo se toman sólo qua individuos), y se relacionan uno a uno con el líder. La estructura de partidos, que funciona con una dinámica representativa, requiere interacciones muy complejas destinadas a negociar acuerdos y alcanzar resoluciones que expresan grupos de interés. La masa galvanizada por la voluntad del líder está conformada por individuos que ya no creen necesarios estos procesos porque requerirían esfuerzos destinados a satisfacer necesidades que el líder narcisista-mamá ya estaría dispuesto a satisfacer sin ningún esfuerzo por nuestra parte. Por eso es que los "Aló Presidente" son el escenario por excelencia de la revolución. Allí el líder habla y habla y los demás escuchan y escuchan. No hay diálogo y por lo tanto no se construye institucionalidad.


La masa es indiferenciada porque su pertenencia al grupo no viene mediada ya por las instituciones. Las instituciones crean privilegios, proponen jerarquías, hace exigencias a las personas, requieren esfuerzos por nuestra parte para alcanzar buenos acuerdos con base en procesos de negociación llevados a cabo al interior de complejas interacciones sociales. Al destruir las estructuras institucionales que posibilitan tales interacciones, el liderazgo narcisista mantiene al individuo separado de los demás en una suerte de minoría de edad y lo vuelve propenso a resolver sus conflictos recurriendo a la violencia. Eso, y no otra cosa, es lo que está sucediendo hoy en Venezuela.



6. Conclusiones
La conclusión obvia que se desprende del análisis que acabo de esbozar es que, en Venezuela, es necesario que la oposición al liderazgo narcisista de Hugo Chávez haga todo lo que esté en su poder para fortalecer nuestras instituciones. Fortalecerlas es un antídoto seguro a los procesos regresivos que tienen a grandes grupos humanos sujetos por la fascinación por el líder.


Un ejemplo interesante de este fenómeno es la resistencia de las universidades autónomas a rendirse a esta fascinación. El chavismo cree que si inunda a las universidades de estudiantes de sectores populares e impone la disolución de la estructura institucional convirtiéndolas en la suma de individuos indiferenciados (el voto uno a uno), podrá hacerse con ellas electoralmente. Pero mi hipótesis dice que esto no sucederá mientras no logre acabar con las jerarquías y los procesos de orientación a la tarea y distribución de oportunidades y recompensas que caracterizan a las universidades autónomas como instituciones. La estructura institucional de las universidades autónomas es tan sólida y tan antigua que ellas protegen a los individuos de los procesos regresivos provocados por el liderazgo narcisista. Según mi modesta experiencia, la mayoría de los estudiantes chavistas que entran a la universidad salen todos vacunados después del primer semestre. Si las autoridades de una universidad logran sostener la institucionalidad de la misma contra los embates de los que quieren afectar esa institucionalidad esta jamás se rendirá al chavismo. Un ejemplo interesante de estos procesos destructivos de la institucionalidad fue el show con el cual el ministro Acuña esperó a nuestra Rectora al final de una marcha hacia el Ministerio. El ministro permitió que un estudiante se dirigiera, directamente y sin restricciones, a la Rectora, irrespetando las jerarquías y los procesos institucionales que todos seguimos en esta universidad. El liderazgo narcisista necesita afectar la institucionalidad de esta manera, porque las estructuras de una institución protegen, como he dicho, al individuo de la fascinación por el líder narcisista-mamá que todo lo ofrece a cambio de ningún esfuerzo por nuestra parte. El liderazgo narcisista crea en sus acólitos la ilusión de que pueden saltarse las jerarquías institucionales dirigiéndose a una Rectora electa como si fuera cualquier persona.


Una oposición inteligente y lúcida a estos procesos desintegradores debe, pues, reconocerlos y resistirlos fortaleciendo a rajatabla todas las instituciones. He dicho todas. Es necesario restituir en el venezolano una identidad basada en la densidad de nuestra historia institucional, una que impone restricciones y obligaciones sobre cada uno de nosotros. El Presidente Chávez se devana los sesos tratando de comprender por qué la clase media venezolana no vota por él. La respuesta, que se le escapará incluso si se lee este ensayo mío, es que la clase media trabaja en instituciones que definen claramente sus tareas, obligaciones y premios y que están jerarquizadas. No es porque tengan dinero y sean egoístas (aparte de que la clase media venezolana se caracteriza precisamente por no tener dinero), sino porque escapan, por su pertenencia a instituciones ordenadas y estructuradas, a la fascinación de liderazgo narcisista. La clase media y los habitantes educados de grandes centros urbanos sienten una repugnancia natural a todo proceso que sea desintegrador y que diluya su identidad definida por una institución.


Por lo tanto, el antídoto contra los procesos desintegradores que caracteriza el estilo del liderazgo narcisista es fortalecer a cualquier precio la institucionalidad. ¿Qué es una institución? Una institución es una estructura de interacción humana en la que las tareas, las jerarquías, las recompensas y las expectativas de acción recíproca están claramente definidas. Una institución es, pues, una universidad, pero también una escuela de música o una clase de música, de armonía, por ejemplo. Una institución es una familia, un grupo de amigos que comparten una historia común y tienen sus costumbres y sus hábitos de encuentro. Una institución es una historia que da sentido a una actividad, de modo que un individuo aislado que reconstruye una historia (la historia del pensamiento musical venezolano, por ejemplo) también fortalece una institución. Una institución es lo contrario a una revolución. El concepto de institución se opone al concepto de revolución.


Fortalecer instituciones contribuye a que los individuos que forman parte de ella definan su identidad no conforme a los caprichos de un liderazgo narcisista, sino en relación con las expectativas que sus pares, léase bien, sus pares, sus iguales, elaboran en relación con ellos. Las instituciones nos obligan también a responder ante ellos y a ser responsables ante ellos. Pertenecer a una institución implica pertenecer a una realidad normada, a una estructura normativa, de forma que todo el que, al interior de esa normatividad, actúa de modo caprichoso y arbitrario, injusto, queda fuera de ella. Por esta razón, fortalecer nuestras instituciones contrarresta la violencia del liderazgo narcisista. El violento queda desarmado frente a las miradas de perplejidad de quienes lo rodean con su sensatez y respeto por las tradiciones recibidas.


Los venezolanos estamos pagando hoy nuestro desprecio y nuestro irrespeto a nuestras instituciones y a nuestra historia. El precio que hemos debido pagar por vender a precio de gallina flaca a “la revolución” lo que generaciones y generaciones de venezolanos construyeron con tanto respeto por sus pares y por las generaciones que los precedieron es esto que estamos viviendo, esta violencia asesina, esta desestructuración desintegradora.


Estoy convencida que no hay manera de eludir la conclusión de que la única manera de resistir esta violencia es con el trabajo esforzado, sostenido y lento que consiste en fortalecer todas nuestras instituciones, las que los mismos venezolanos ayudamos a destruir. He aquí, pues, mis recomendaciones finales:


Cada ciudadano y cada miembro de la sociedad civil debe participar activamente en el fortalecimiento de las instituciones de las que forma parte. Estas pueden ir desde el grupo familiar hasta a la empresa a la que pertenece y para la cual trabaja, pasando por una junta de condominio, una junta vecinal, el grupo de amigos que se reúne para ir al cine o al teatro, el que se reúne para charlar y tomarse unos tragos en un bar, etc.


Esta participación activa significa participación discursiva, elocuente y articulada. Se ayuda a construir una institución formulando de manera discursiva las expectativas que uno tiene respecto de ellas, así como estando consciente de los derechos y deberes que uno tiene en relación con ellas y recordándoselos los unos a los otros.


El liderazgo de una institución, sea esta una institución educativa o una empresa privada, debe, en primer lugar, definir claramente las tareas que sus miembros deben realizar, así como el sistema de obligaciones, derechos, recompensas y castigos que acarrean la conformidad o la violación de estas expectativas. Para ello, no sólo debe haber una estructura y organización clara. También debe existir una clara ética del empleador que proteja y ofrezca estabilidad y un entorno de trabajo humanizado a su trabajador. La empresa privada venezolana ha fallado, en muchos casos, casi que criminalmente en llevar a cabo esta tarea, sometiendo a sus trabajadores a condiciones de trabajo enormemente insatisfactorias e injustas. Esto incluye, desde luego, también la conducta de muchas universidades privadas. Después no pueden quejarse si los venezolanos se vuelcan masivamente en la dirección del líder narcisista que promete sacarlos de la zozobra e inseguridad en la que viven. Pero, también, a la inversa, una empresa responsable debe poder castigar con el despido justificado las violaciones a sus normas. Por esta razón, el decreto de inamovilidad laboral es otra medida de lobo disfrazada con piel de corderito: su objetivo es corroer la institucionalidad de una empresa volviendo imposible la aplicación de su sistema de normas.


El liderazgo de las universidades autónomas debe fortalecer aquellos aspectos de su estructura organizacional que permite a quienes viven en ellas resistir la fascinación del liderazgo narcisista. No es suficiente realizar marchas o asambleas que monopolizará el que maneje mejor la retórica o el que tenga una molotov. Es necesario que cada nuevo estudiante conozca la historia de la institución a la que pertenece, sus miembros ilustres, aquellas recompensas que esperan a quienes desempeñan bien aquellas tareas que realizan quienes forman parte de ellas y los castigos que aguardan a quienes las parasitan. Una institución sólida, con un liderazgo que articula de manera elocuente y clara lo que significa pertenecer a ella, no podrá ser nunca intervenida por el violento y por el que no la conoce realmente. En mi opinión, se ha fallado también en Venezuela en articular de forma clara el sentido de la universidad autónoma. Los ataques a la misma empezaron ya desde adentro de la misma, de la mano de antiguas autoridades que han pasado al gobierno y prosiguen desde allí su tarea desestructuradora.


Finalmente, un paso ineludible en la defensa de las instituciones venezolanas es lo que llamaría una política de cero tolerancia a los atentados a la misma. En Venezuela se cometen todos los días graves injusticias contra los ciudadanos sin que nadie intente recurrir a los organismos judiciales para denunciar el atropello o iniciar un recurso legal. Es claro que el sistema judicial es una cosa inmensa y corrupta, pero deberíamos tener organismos que se encarguen de centralizar y recoger la memoria histórica de lo que ha estado sucediendo en Venezuela durante los últimos años. Este gobierno no será eterno y cuando sea derrotado, como confío en que lo será, tenemos la obligación de llevar ante los tribunales, juzgar y castigar apropiadamente a quienes se burlaron de nuestras leyes y pisotearon nuestras instituciones, precisamente para que las futuras generaciones de venezolanos no cometan el mismo error una vez más. La jurisprudencia y la filosofía del derecho venezolana es, en este sentido, lamentable, heredera de una tradición positivista que sólo podía desembocar en la ideología política schmittiana y neo-hobbesiana que domina la mentalidad de quienes están ahora en el poder. Las raíces de esta jurisprudencia positivista que, finalmente, entrega todo al poderoso, están en las facultades de derecho de nuestras universidades, incluyendo a la UCV. Una tarea que habrá que realizar en el futuro es una toma de conciencia de la responsabilidad que tiene esta mentalidad positivista y antiliberal en el desenlace que ahora estamos viviendo.

Y para finalizar, permítanme contarles como termina el personaje de Estados Alterados, que dejamos al inicio deambulando como un homínido por las calles de Cambridge.


En las escenas finales, la involución de Jessup dentro de su tanque de aislamiento se completa de modo que, trascendiendo incluso su animalidad, se reduce hasta alcanzar el tamaño de un pequeño glóbulo rojo. Como si su deshumanización afectara la realidad misma que lo rodea, el cuarto en el que se encuentra el tanque también colapsa sobre sí mismo, como si la no existencia de la conciencia humana de Jessup afectara al mundo físico hasta hacerlo desaparecer. Pero cuando ese glóbulo rojo da vueltas sobre sí mismo para hundirse para siempre en una nebulosa (porque el cuarto con su tanque y Jessup involucionan como si fueran a ser absorbidos por un universo primordial), las manos de Emily, que luchaba desesperadamente entretanto para rescatar a su esposo de entre la vorágine metafísica, lo recogen y lo atraen hacia ella. Vemos, entonces, a Emily tomar cuidadosamente a su esposo, quien recupera gracias a su contacto físico la forma humana.
El final de la película es una dolorosa toma de conciencia por parte de Jessup de que la búsqueda de un fondo metafísico primordial no habitado por un Dios personal es un abandono de su condición de ser humano y del amor personal que acompaña a una tal condición. Y que lo humano que surge triunfante de ese mundo hippie y alucinatorio es uno en el que es infinitamente valioso el amor recíproco que sienten lo dos esposos. Así, el último parlamento de la película es de Jessup, quien le dice a su esposa, “Te amo, Emily”, justo antes del último fundido en negro, en uno de los finales del cine más profundos que alguien puede ver.










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