Epicuro: filosofía, placer
y ausencia de dolor
Por: David De los Reyes
“Obra siempre como si Epicuro te viera”
Precepto epicúreo
Y si viniera Epicuro y dijera: Es preciso que
el bien resida en la carne.
Epicteto. Disertaciones por Arriano.
Dondequiera que miremos, vemos personas
que ignoran profundamente lo que creen y lo que les motiva.
Martha C. Nussbaum. La terapia del deseo.
Datos de vida[1]
Bergson ha dicho: Epicuro no es un sabio. Desprecia las ciencias en general, toma a las matemáticas por falsas, desdeña la retórica y las letras. Lo esencial para él es la vida feliz; en ello consiste la vida del sabio y la filosofía no tiene otro objeto que conducirnos al bienestar por el más corto camino (cit. Brun, 1961:115). En nuestro ensayo intentaremos mostrar esta apreciación certera del filósofo francés para este filósofo clínico, considerado como padre de una moral utilitaria y de un cierto tipo de hedonismo natural, basada en la práctica de una ataraxia solitaria pero cultivando la amistad de los cercanos.
Epicuro, el llamado filósofo del Jardín (Kepos), procede de una de familia de carencias. Su padre era un pobre colono ateniense en Samos; su hijo nace entre el 342-341 a .C., sin tener idea cierta del lugar del hecho, si fue en Samos o en Atenas; su niñez transcurrió en la primera ciudad. Sus inicios en la filosofía fue a los catorce años de edad. A los dieciocho, por el tiempo de la muerte de Alejandro Magno y el dominio de Filipo de Atenas, marchó a esa ciudad, donde seguramente restableció su ciudadanía. Al mismo tiempo los colonos atenienses son expulsados de Samos (322 a .C); esto lo lleva a reunirse con sus familiares en Teos, época en que se encontraba seguramente instruido en el saber filosófico por un tal Nausifanes de Teos, al parecer seguidor del materialismo determinista de Demócrito. Este filósofo materialista fue el que más influyó en su formación. De él conocería su teoría de las emociones, que incluía un camino para el fin de la vida serena en la inalterabilidad (acataplexía) del ánimo. Sin embargo Epicuro se enemistó con su maestro Nausifanes, calificándolo de molusco, analfabeto, bribón y prostituta, entre otros calificativos endilgados, por su servilismo y su sofistería: escuche sus enseñanzas en compañía de unos cuantos jóvenes borrachines. Porque realmente el individuo era un mal hombre y sus hábitos de tal índole que nunca podría conducir a la sabiduría (cit. en Russell, 1975). Su hostilidad deriva de la interpretación ortodoxa del determinismo de Demócrito y sus resultados éticos, lo cual era incongruente una respecto de la otra; era un desviacionista [2].
También estudió a la filosofía platónica con Panfilo y estuvo influenciado por el maestro Anniceris respecto al hedonismo profesado por la escuela cirenaica.
Para el 311 a .C. funda una escuela en Mitilene, luego en Lampsaco, y a partir del 307 otra en Atenas, donde muere entre el 270 y 271 a .C., en esta ciudad vivió por siete lustros.
Filósofo, no mero predicador, su escuela estuvo vigente por lo menos hasta el siglo II d.C. (Hadot: 1998:129)[3]. El Jardín más que ser una especie de academia o escuela fue un recinto que albergó a un grupo de amigos que vivieron bajo una serie de principios comunes, retirados de la vida civil. Su ética estaba basada en la amistad.
Epicuro abre así una nueva dirección al pensamiento occidental: la filosofía como una terapia del alma, la concepción de una filosofía práctica o, para nuestra concepción, de una filosofía clínica. Le dará a la filosofía una valencia terapéutica, basada en una libertad de la acción y la ausencia del dolor como máximo placer.
Opinó, igual que Aristóteles, que dedicarse a la filosofía debe contar con un marco mínimamente civilizado de independencia material, que dé cierta seguridad (aspháleia), dando al sabio la necesaria imperturbabilidad (S.V., XVII).
Pensador poseedor de una mala salud, hace cuidos de ella. Esto lo lleva a refugiarse en su Jardín, lugar donde imparte sus enseñanzas. En ese recinto llevará una vida de escasez, se sostiene con donativos modestos. Los miembros acomodados dan de comer a los más humildes. Nunca se practicó en esa institución filosófica lo que conocemos por vida epicúrea, que equivocadamente se la relaciona con un hedonismo de placeres ilimitados. Epicuro mantuvo una vida frugal, intachable, tranquila y paciente; siempre fue denostado por su ataque a la religión más que por su doctrina del poder, centrada en la autonomía (autarkeia) individual. Según parece ser, su rechazo a tener miedo a los dioses y a los aparentes castigos después de la muerte se deben al haber acompañado a su madre cuando se ganaba la vida purificando y exorcizando con brujerías las casas endemoniadas. Pero su irreligiosidad es de orden más institucional que otra cosa. Ni desacata los cultos pero tampoco se ocupó de ellos; nunca transigió con las supersticiones y vulgaridades pobladas de temores ante los dioses. Sin embargo, encontramos la apreciación de Mondolfo (1968:90) que nos habla de una teología epicúrea, la cual nos presenta a los dioses como modelos ideales de perfección. Afirma este autor que para Epicuro los dioses tienen una lógica necesaria porque es necesario que exista alguna naturaleza superior, a la cual nada podría superar, (cit. en: Cicerón de nat. Deorum, II,17). Opinión discutible, como veremos más adelante. El fundamento de esta supuesta religión epicúrea es una reverencia y culto a la perfección, homenaje desinteresado al ideal.
Epicuro
Del Jardín de la amistad
Desde los comienzos del Jardín sus tres hermanos fueron miembros de ese club filosófico, además de agregarse algunos otros personajes: amigos filósofos y sus hijos, esclavos, mujeres y hetairas[4]; es la primera comunidad filosófica que aceptó la convivencia con mujeres, a diferencia de la Academia platónica o del Liceo peripatético, que fueron comunidad de varones únicamente. Sus discípulos más importantes fueron: Polieno, Leonteo, Colotes, Idomeneo, Hermaco, Metrodoro de Lampsaco, este último el más notable de sus seguidores, cuyos escritos fueron en su mayor parte de contenido polémico.
La novedad de esta escuela, como dijimos antes, fue admitir a esclavos y mujeres dentro de ellas: Temistia y la hetaira Leontina, quien fue la compañera de Epicuro y filósofa, escribió contra Teofrasto. Las mujeres podían pertenecer a la escuela ya que se fundaba en la solidaridad y la amistad de sus miembros; y las amistades epicúreas se hicieron famosas en todo el mundo antiguo por su nobleza. También fueron motivo de burla para sus enemigos, que lo juzgaron injustificadamente a partir de un prurito moral asentado más en acendrar el escándalo que otra cosa. Con la presencia femenina la comunidad obtiene una calidez de emoción de la que carecen las radicales filosofías científicas, donde la mujer sólo tuvo acceso de manera de lujo ocasional.
La amistad será celebrada por Epicuro como ningún otro filósofo y ello nos muestra que practicaba lo que afirmaba: de todos los bienes que la sabiduría pudiera procurar para la beatitud de toda la vida, ningún bien era más grande adquisición que el de la amistad. (M.C.,27). Y la amistad fue ensalzada y requerida para todos los seres humanos como una de las mayores virtudes, además de uno de los mejores placeres de los que podemos gozar. Nos proporciona apoyo en un mundo hostil y extraño, violento e inamistoso. Requeridos son los amigos no tanto por lo que puedan hacer por uno, sino por el hecho de que podamos estar seguros de que podemos contar con ellos en todo momento en caso de ser necesario. Fue la amistad que llevó a Epicuro a fundar su propia escuela, el Jardín (kepos), comunidad de amigos, entendida como un lugar para el encuentro, el disfrute y el estudio, como también de recuerdo gozoso de aquellos amigos que habían desaparecido. Epicuro entendió que lo bueno y valioso no puede separarse de su concepción del placer y de la amistad, adherida a la elección de una vida pacífica.
La mayoría de sus libros se han perdido, sabiendo que ascendieron, según Diógenes de Laercio (D.L. cap. X) a un número de trescientos rollos. De ellas quedan fragmentos, algunas cartas y un resumen de las doctrinas principales. Prolífico escritor, sus obras sobrepasan en número al de los escritores anteriores a él. Se sabe que su mayor obra se llamó De la Naturaleza, la cual constaba de 37 libros; tiene un tratado Del criterio o kanon, una colección de libros de ética: Vidas, Del fin, De elección y aversión. Obras polémicas: Contra los físicos (o naturalistas), Contra los megáricos y Contra Teofrasto. Dióegenes Laercio conservó en su obra tres cartas: a Herodoto, a Meneceo y a Fitocles, junto a una colección de 40 trozos titulada Máximas Capitales (M.C.). Y otra serie que se encontraron en el Vaticano dándoles por título Vaticanae Sententiae (S.V.). Pero su obra está también presente, para negarla o aprobarla, en los comentarios a ella en los escritos de Plutarco, Cicerón, Epícteto, Séneca y sobre todo en el poema filosófico De rerum natura de Lucrecio.
Por parte de Diógenes Laercio hemos obtenido una serie de leyendas un tanto descalificadores del creador de la secta epicúrea. Y ello no sabemos si fue realmente de esa manera, pues según las fuentes estoicas usadas por ese autor del siglo III d.C., presentan una pugna permanente con esta corriente y estilo de vida filosófico. Estando en guardia ante el escepticismo surgido de las tesis atomistas de Demócrito.
Epicteto en sus Discursos (lib.II, cap. XX), refiere dirigiéndose a él de la siguiente forma: esta es la vida de la que tú mismo te pronunciaste digno: comida, bebida, cópula, evacuación y ronquido.
Del Zoom Apolitikon
La postura epicúrea respecto a la comunidad, del estado o la sociedad difiere totalmente de la de Aristóteles, (el hombre es por naturaleza un animal político; zoom politikon), y de la Platón, (el verdadero bien del individuo es el bien de la comunidad a la que pertenece). Desafió a los valores tradicionales de la sociedad griega. Para él los seres humanos no tienen una tendencia natural para la vida comunitaria. En Lucrecio encontramos alguna referencia al requerimiento para la vida en común: los vecinos comenzaron a formar amistad con el deseo de no recibir daño. De esta manera surge la idea de justicia en tanto pacto de no dañar ni de ser dañado (M.C. XXXIII), no siendo algo en sí, como el bien platónico. Comprende que la injusticia es un mal no en sí, sino respecto al miedo y la sospecha de pasar inadvertido por aquellos a quienes compete el castigo (M.C. XXXIV). Se trata de no dañar ni ser dañado. A la justicia y su práctica se le adjudica el principio de placer postulado: el justo es más imperturbable; el injusto está cargado de perturbación (M.C. XVII). No se obra por justicia obligado por un contrato social; este elemento contractual no se presenta como base de una obligación moral o social; no es dado por respetar los derechos de los demás. Su idea de justicia implica el reconocimiento de los intereses de los otros aparte de los propios. La base de esa justicia está asentada en el interés personal, propio de cada quien, en el sentido que perjudicar a alguien es perjudicarse a uno mismo y caer en la perturbación enemiga de la tranquilidad de vida. Llevar una vida justa es estar liberado de toda zozobra mental. Postura congruente con su cálculo de los placeres y dolores. La injusticia es un mal no por sí misma sino por las perturbaciones que os arroja a nuestra vida.
Filosofía como terapia
La filosofía encuentra un poderoso fármaco para lograr superar y ahuyentar la infelicidad, la injusticia, las múltiples maneras que puede atacarse procurando suprimir el sufrimiento sobre la vida en tanto tristeza o como temor que reduzca nuestra estabilidad de conciencia. Visto así la filosofía tiene una función eminentemente clínica o terapéutica pues ella tiene como fin curarnos de los males que se albergan en el alma humana, en la psique, volviendo hacer posible el resurgimiento de la felicidad o tranquilidad. La filosofía no busca en develar el mundo de una forma definitiva sino procurar conseguir el bienestar para el individuo singular. De ahí el énfasis del filósofo del jardín al afirmar que toda palabra filosófica es vana sino viene a aliviar el sufrimiento humano. De ahí que critique la paideia griega tradicional al considerar que esa educación y su cultura sólo encaminaron a un superfluo filosofar y no a la felicidad. Su pensamiento ofrece una preocupación por un subjetivismo preocupado por el problema de la existencia. Es, antes que Nietzsche y Dilthey, un filósofo de la vida.
Cómo era la vida en la comunidad del Jardín
Del recinto del Jardín (Kepos) se sabe que estaba cerca de la Academia de Platón, en la puerta de Dípylon, Atenas. Era un pequeño espacio parecido a un huerto, cuyas habas habrían servido para contener el hambre dentro de la comunidad epicúrea en tiempo de carencias dentro de la ciudad. Las reuniones de esta escuela se celebraron tanto en la casa como en el Jardín, donde Epicuro era reverenciado como guía o maestro, aunque Lucrecio (V, 8ss) nos habla que también era llamado dios por sus discípulos; entre ellos había distintos grados y eran hombres de bien, mujeres respetables y heteras, esclavos de ambos sexos. Era un círculo retirado de la ciudad, con sus propias reglas éticas y su concepción de mundo, bastante negativa al tener una impresión de que pareciera estar en un mundo enfermo, sin rumbo y sin finalidad, sometiendo a los hombres a los terrores del futuro y los sufrimientos infringidos en nuestras relaciones.
Su nombre, Epicuro, significa el auxiliador, epíteto que se aplica a los dioses y, según Reyes (2000:260), se le veneró como un dios. Esta escuela tuvo tanto de filosófica como de cofradía religiosa por la adoración ya referida de los discípulos al maestro. Formaron una capilla de hombres y mujeres que se acompañaban permanentemente, se casaban según su propio rito y llevaban como emblema una sortija con la efigie del filósofo. Entre otras actividades estaban la conmemoración de compañeros desaparecidos y el auxilio a sus familiares.
La comunidad practicaba un tipo de vida muy sencillo debido a la falta de dinero, como ya referimos antes. Sus alimentos eran principalmente pan y agua, ambos ampliamente satisfactorios para Epicuro. Bien se conoce que en la Carta a Meneceo (C.M.) señala que se estremecía de placer en el cuerpo cuando vivía de pan y de agua, y despreció los placeres fastuosos, no por ellos mismos si no por los inconvenientes que acarrean. Esta comunidad, como se dijo, dependió de las contribuciones voluntarias. Envíame un poco de queso seco para que cuando me apetezca pueda darme un banquete. En otra parte señala: Mándanos ofrendas para el sostenimiento de nuestro santo cuerpo, en nombre tuyo y en el de tus hijos. Igualmente solicita aportaciones de orden económico a sus discípulos pues pide recibir de cada uno de vosotros doscientos veinte dracmas y nada más (Russell, 1973:220).
Realmente no reconoció su deuda intelectual con otros eminentes predecesores filósofos, como el caso de Demócrito y Leucipo. A ello se le añade la falta grave de su dogmatismo doctrinal dictatorial. Sus discípulos debían aprenderse de memoria una especie de credo filosófico que era un compendio de sus doctrinas, las cuales no podían ni criticarse ni dudar de ellas. Cuando Posidonio (135 a 51 a .C.), creador del estoicismo o estoa media, del que fue su mayor exponente, quiere reconciliar las distintas escuelas, y retoma las teorías de los estoicos y las combina con elementos platónicos y aristotélicos, recogiendo la idea de un cosmos vivo de los primeros y de los segundos la existencia de un alma, con emociones que pueden ser positivas –al punto que el académico Antíoco de Escalona aconseja, si fuera necesario, desandar el camino-, todavía los epicúreos ismaelitas se defienden escrupulosamente de contaminaciones que les parecen divergentes a sus ideas (Reyes idem:261). Pero tampoco doscientos años más tarde, con Lucrecio y su Rerum Natura, se cambió en algo la visión teórico-filosófica anunciada por el maestro.
Por reducir su existencia al Jardín podemos deducir que no tenían ningún tipo de ciudad ideal presente. Su Jardín de espíritus escogidos, aristócratas de la prudencia, no harán caso del vulgo ni dejan que el vulgo les importune. Una especie de contrato social epicúreo en defensa de dicha asociación. Pero más que aceptar a un Estado Epicúreo se conforma que lo dejen tranquilo en su Jardín, dentro del cual viene a sustituir al poder estatal.
Una filosofía clínica del placer
Su filosofía se inscribe la búsqueda de la felicidad y la supresión del temor y del dolor, de un saber entendido como terapia del alma, que responde, más que a un afán teórico, a una experiencia existencial y vital. La filosofía del jardín se asume como farmacopea contra la confusión de la época; será definida como medicina del alma y el filósofo tendrá el cuido médico de ella, la cual habita dentro de una sociedad perturbada por el miedo y la servidumbre a lo externo; el filósofo clínico mostrará a la par un parecido con el oficio del psiquiatra o del psicólogo. ¿Cómo ve Epicuro la vida humana? Los seres humanos son criaturas atribuladas y arrastradas por fuerzas ajenas. Sus cuerpos son vulnerables a numerosos sufrimientos y enfermedades. Poco se puede hacer para controlar o evitar esos ataques de la contingencia mundana, salvo en que la medicina haya descubierto remedios. Pero el dolor corporal, en su opinión, no es especialmente terrible como fuente de infelicidad general, incluso ese dolor, como veremos, puede mitigarse por la filosofía (Nussbaum, 2003:142).
Filosofía como terapia psíquica, con lo que reincorpora un cierto sabor socrático al proseguir una especie de cuido del alma, es decir, una therapeía tes psiches, pero también un cuido de la carne (cuerpo), actividad que terminó siendo la justificación de la filosofía por excelencia para este sabio retirado de Atenas; filosofía clínica como liberación de todas las preocupaciones exteriores que amenazan la reducida e individual felicidad; el sufrimiento es la tragedia de los seres humanos seducidos por las cosas externas. Ataca no sólo la enfermedad personal sino a la colectiva, la cual habrá que evitar al separarse y vivir retirado de la vida política ciudadana. Ya el sofista Antifonte había hablado de ello e insistido en una virtud médica de la filosofía y su método de curación por medio de la palabra haciendo un ideario en tanto techen alypías, que adquiere parecido a ciertos tratamientos psicosomáticos de la medicina actual (Guthrie, 1969: 290ss).
Epicuro permaneció los últimos treinta y cinco años de vida en Atenas, de la que su situación confusa y envilecida por la política ateniense y del sometimiento de la ciudad le producía una desilusión por ella: servidumbre, servilismo, incapacidad de los políticos, fueron los rasgos que sobresalían en ella: he ahí por qué su retiro, su fuga, su exilio interior ante una ciudad que amaba. Comprendió que solo quedaba vivir para sí mismo y permanecer libre de mente: El mejor fruto de la autarquía es la libertad (M.V. LXXVII). El hombre sano nos mostrará una comprensión y una práctica constante de la ataraxia y de la autarquía, con lo que nos presentará su rostro feliz epicúreo; ambas serán propiedades del individuo no sometido al orden social de la ciudad: se busca ser sabio, mas no ciudadano: es, como en los cínicos, un aspirar al cosmopolitismo. La más pura seguridad fácilmente se obtiene de la tranquilidad y del apartamiento de la muchedumbre (M.C. XIII). No serán sus seguidores revolucionarios, porque ello siempre va acompañado de un espíritu de perturbación, y se apartan de la retórica y la política, al no tener la pretensión de buscar el aplauso del vulgo: No me preocupo de agradar a la masa. Pues lo que le gusta, yo lo ignoro, y lo que yo sé sobrepasa su entendimiento.
¿Una moral del placer y del dolor?
No fue el primero en basar su moral bajo la sombra de una concepción hedonista de la vida. Ya Aristipo lo hizo pero entre ambos hay una gran diferencia. Para el maestro cirenaico consideró la ausencia del dolor como una solución intermedia para una vida placentera; el filósofo del jardín enfatiza que la eliminación de todo dolor define la magnitud del placer. Esta concepción de mantener una vida libre de perturbaciones viene influenciada por el estudio y de la importancia que tuvo Demócrito en su pensamiento. En Diógenes de Laercio (IX, 45) podemos leer que el antiguo atomista defiende un concepto de felicidad basado en la paz mental. El discípulo Epicuro intentará con su filosofía cómo poderla alcanzar. En su Carta a Meneceo le advierte que el placer es el punto de partida y el fin de una vida bienaventurada. El placer es una experiencia subjetiva requerida para el examen de la realidad y ella está en función de su aceptación o rechazo por medio de nuestras experiencias placenteras, el cual es el criterio para conocer cuáles son las cosas buenas o contrarias para una vida feliz. Es desde el momento de nuestro nacimiento que ya tenemos conocimiento de ello mediante el deleite en el placer y de nuestra resistencia al dolor debido a causas naturales independientes de la razón (D.L., X, 137).
Todos los seres vivos perseguimos el placer, evitamos el dolor. Genéticamente estamos aparentemente programados para su búsqueda, pero en Epicuro no se centra en una concepción sólo natural del placer pues mantiene una tensión en su obtención y es la regla moral de estar obligados a perseguir lo que nos causa el mayor placer, con el fin de obtener una mayor felicidad. Lo que implica que hay que pasar por alto muchos placeres si ellos, en tanto medios y no fines, vendrán a causar un mayor dolor posterior a su sensación; no es un hedonismo del placer por el placer, sino de conocer que no todo placer es consustancialmente natural para una buena vida. Al igual del dolor, pues no todo dolor es un mal y su aceptación nos podrá constituir un bien posterior. Placer y dolor pueden ser medios para obtener una mejor salud a la final. Será vida placentera, y no de un modo arbitrario, la de aquellos que gozan una salud física o mental. El placer será un movimiento concomitante a desarrollar y colocar átomos al interior de nuestro cuerpo apropiados para el gozo del bienestar. El dolor sería una ruptura circunstancial o prolongada de esa constitución natural en tanto un bien primario e innato. Obtenemos placer o agradable sensación de vida cuando los átomos son restaurados o mejorados en relación a su posición apropiada con el cuerpo (Lucrec. II, 963-8). El placer es propio de un proceso de restauración de nuestra condición natural vital. Placer y dolor son procesos consustanciales a nuestra vida; toda culminación de dolor produce sensaciones agradables, placenteras.
La carne entra en la filosofía
Esta escuela, como hemos afirmado, proporciona un cambio de rumbo a la filosofía griega. Rechazará con fuerza a toda filosofía metafísica, intelectiva, que se centre en meros juegos del lenguaje, en análisis lingüísticos, en mera conceptualización y descripción de casos. Filosofía que no es capaz de decir nada por sí misma acerca del mundo, nada verdadero o relevante para la vida sosegada y feliz. Funda una teoría crítica respecto a su época, ya que condenó el terror al destino, a la muerte y a los dioses; cree que el mejor es quien se burle del destino considerado como señor supremo de todo. Proporciona una propuesta empírica del conocimiento, basada en la sensación y la carne como valor fundante de lo verdadero. Por ello, los epicúreos se sustraen más a la evidencia que al razonamiento. Niegan la providencia divina, el destino universal, el mundo único, la necesaria simpatía entre las partes, la adivinación por augurios y toda la trama dialéctica de las filosofías adversas (estoicismo, escepticismo, platonismo, etc.). Fuera del hombre no hay nada que le rija conscientemente o enderece su vida a un fin determinado. En el universo no ha imperado jamás ningún tipo de teleología cósmica, de manera que los ojos no fueron creados para ver ni los pies para caminar (Lucrec., IV, 824-842).
Su intención filosófica no está separada de la ética. Reale (2004: vol.V:152) reafirma lo dicho, el punto de partida de esta filosofía es la ética, si bien le adhiere toda una teoría física atómica (del ciclamen), siendo esta el mejor fundamento para justificarla. Tampoco la encontramos en la totalidad de la filosofía de ese periodo helénico, pero ella estaba llamada a lograr la tranquilidad o imperturbabilidad (ataraxia) de ánimo y la búsqueda, ante todo, por la filosofía, de la felicidad; esgrime un discurso teórico que propondrá una definición del verdadero placer y una ascesis de los deseos. Esta purificación, ante nuestro permanente estado deseante, se fundamentará en una distinción estricta; su división le lleva a comprobar la existencia de tres tipos de deseos: a) deseos naturales y necesarios: su satisfacción nos libera de un dolor y corresponden a las necesidades elementales y exigencias vitales: alimento, por ejemplo; b) deseos naturales pero no necesarios: serán todos aquellos que nos arrastran a excesos como manjares suntuosos o la lujuria intempestiva e incontenible y c) los deseos vacíos, los cuales no son ni naturales ni necesarios: son producidos por opiniones vacías, los deseos ilimitados de poder o riqueza, de gloria o inmortalidad.[5] En la Carta a Meneceo acuñó una frase que muestra su opinión al respecto, pues da gracias a la bienaventurada naturaleza al hacer fáciles de conseguir a las cosas necesarias y difíciles de alcanzar las que no son. La ascesis de los deseos está dirigida al aprendizaje de la conducta y la comprensión de la distinción de aquellos deseos que no son ni necesarios ni naturales, restringiendo lo más posible los que sólo son naturales pero no necesarios, ya que no suprimen ningún sufrimiento real (como es el hambre, el frío, la sed), son simples variaciones de placer vano que dan la opción de despertar pasiones violentas y desmesuradas (M.C. #XXX).
Su objetivo es clínico: la salud del alma, y su práctica debe ser efectuada por todo hombre, prescindiendo del género, la edad y la condición social. No pretende ser un saber elitesco, como lo planteó Heráclito, o para una determinada clase del estado, como lo planteó Platón. La filosofía llega a ser un bien universal para todos, seamos jóvenes o viejos, a retomar en cualquier momento de la vida. Sus planteamientos vienen a girar el sentido de la filosofía griega proporcionando una revolución sin precedentes respecto a la actividad filosófica en tanto búsqueda de la felicidad. La aspiración de todo hombre es habitar en un bienestar estable; la práctica filosófica debe conducir a ello. Entiende la filosofía no como profesión, no como una ciencia específica, sino como amor al saber, como una continua y atenta reflexión crítica de sí, no como un patrimonio de clase sino como una capacidad presente en todos que hayan aprendido a ejercer la razón (Adorno, 1993:19-26).
Plantea una canónica que aspira a entrelazar teoría de conocimiento con estado psicológico. Toda inquietud es vitanda. La consigna es tranquilizar, nos dice Reyes (idem:263). De ahí que tenga presente el pathos o pasión afectiva, la facultad de ser impresionado en tanto condición de vida y como canon de verdad individual. De este estado resulta el acercamiento al placer o al dolor en tanto afecto de la sensación, llevando a anclar su doctrina en la persecución del placer ascético o simple, o mejor dicho, en el placer[6] implícito de existir sin perturbación. El pathos es propio de toda investigación filosófica y establece el criterio a partir de las evidencias vividas. Goce o sufrimiento: son las reglas que buscan las causas de la sensación placentera o la penosa. Se vive la verdad en razón de que las sensaciones se correspondan a la realidad de los objetos, la evidencia es siempre sensible, aceptando un relativismo cognoscitivo.
El placer de existir contra Platón y Aristóteles
Epicuro considera que la elección socrática-platónica a favor del amor por el Bien es una ilusión. Su concepción se separa de la de Platón y Aristóteles los cuales buscan la dicha o el placer, sobre todo, en una ascesis del alma, en la que el cuerpo es visto como fuente de engaño y apariencias, consiguiendo sólo la claridad distanciándose de él, y en la contemplación y su influencia mediante el entendimiento. Epicuro encuentra su verdad en el cuerpo, en su propia naturaleza; su terapia funciona mediante el uso filosófico del razonamiento y la argumentación. Un uso tutelado de la razón puede ayudar al adulto a evitar esos sufrimientos: proporcionándole alimento, bebida y cobijo, encontrando tratamientos médicos, formando vínculos de amistad que aumenten la protección, incluso recurriendo a los recuerdos felices para contrarrestar el sufrimiento corporal, (Nussbaum, 2003:149).
Lo que mueve al individuo es la búsqueda del placer y su interés. La filosofía del jardín tiene como finalidad y existencia de examinar de manera razonable el placer, que para esta propuesta filosófica sólo es verdadero placer el satisfacerse con el simple placer de existir. La desdicha, el sufrimiento, los errores dolorosos no son sino productos individuales de la ignorancia de la verdad del placer. Lo buscan pero no lo obtienen pues no son capaces de vivir ni satisfacerse con lo que tienen, o buscamos lo que está fuera de nuestro alcance, o nos separamos del placer al temer siempre de perderlo. Ignorancia, insatisfacción, temor, no aceptación, son condiciones que nos conducen al dolor y nos apartan de la felicidad. Esta filosofía clínica, cuya misión es terapéutica, debe tratar de aportarnos los instrumentos para evitar el sufrimiento al mostrarnos las opiniones nuevas que martillan la imaginación de nuestras almas-mentes: enseñarnos a sanar la enfermedad del alma (mente), para alcanzar vivir en el placer en tanto ausencia de dolor (alypia). El sumo bien no está en el alma sino en el cuerpo, no en la virtud desprendida del placer sino de un placer virtuoso, es decir, en una actitud sensata, bella justa, sentida y experimentada o vivida.
El bien sensual
Como vemos, su principio primordial establece que el placer es el bien, y desarrolla todas las consecuencias posibles de esta afirmación. El placer es el objetivo y fin de toda vida bienaventurada.
En un libro citado por Diógenes de Laercio, con título El fin de la vida, nos advierte de cómo puede concebir el bien: se quitó los placeres del gusto y los placeres del amor y de los oídos y los de la vista. El bien es de carácter sensual. Lo que me reporta una mejoría a mi persona a partir de mis sentidos es lo que me va otorgando el sentido del buen (o bien) vivir. Sin embargo el bien primordial, seguramente por todo lo que padeció en vida a los malestares de orden gástrico, dijo que eran los placeres del vientre. Para él cualquier otro, sea de orden intelectual o filosófico, debe referirse a éste. El vientre es el centro del bienestar del individuo y el principio que nos proporciona el placer en tanto idea (experimentada) del bien. El quitarse los placeres del amor refiere a los que tienen relación con la lascivia. El amor que defenderá será aquel se plasma y se expanda, sobre todo, en amistad.
La postura epicúrea acerca sobre el bien tiene una posición diametralmente opuesta a las concepciones platónicas y aristotélicas. Cicerón (2005:293. L.III, 41s), lo señala tomando la cita de uno de los libros perdidos del griego, Sobre el sumo bien. El romano cita lo siguiente al respecto: Por mi parte, yo no acierto a comprender qué sentido puede darse ese famoso bien (sub.ntro.), si le quito los placeres que se experimentan por medio de las experiencias sexuales, si le quito los que se perciban mediante la audición de los cantos, si le quito las impresiones placenteras procedentes de las formas bellas que se perciben con la vista, o todos los demás placeres que en todo ser humano se originan de cualquier sentido. No puede decirse en verdad que la alegría espiritual consiste en la esperanza de que todos los placeres que he citado antes permitan a la naturaleza, al entrar en posesión de los mismos, se halle privada de dolor. En estas palabras está expresado qué es lo que entiende por placer. Además echa en cara a los filósofos farsantes que sólo esgrimen por medio del discurso una sabiduría aérea. Sus palabras tomadas del mismo Cicerón: Muchas veces he preguntado a quienes recibían el nombre de sabios cuáles serían los bienes con que se quedarían, si les quitasen aquellos (es decir, los placeres procedentes de las impresiones sensoriales; aclaración ntra.), a no ser que lo que ellos pretendan sea pronunciar palabras vanas: nunca he conseguido que ellos me dieran una respuesta (idem)[7].
Placer estático y cinético
El placer de la mente está supeditado a la contemplación y profundización de los placeres del cuerpo, terreno personal en que se tienen que probar la condición del placer en torno a la vida real del individuo. La aparente ventaja que da esto es que los placeres corporales nos llevan a poder contemplar más a estos que al dolor, teniendo más dominio sobre los placeres mentales que los físicos. La virtud, independientemente que signifique prudencia, debe ser la búsqueda del placer, de lo contrario es un nombre vacío. El hombre virtuoso actúa, sea a dónde sea que se dirijan sus actos, hasta en las acciones heroicas o que impliquen sacrificio, a la búsqueda del placer, pues hasta la fama anhelada da un sentido para actuar virtuosamente y con aparente desinterés en sus logros.
La idea de de justicia epicúrea nos enseña que debemos obrar de tal manera que no tengamos nunca ocasión de temer el resentimiento de los otros hombres, que puede ser como un esbozo de la teoría moderna de la sociedad fundada en el contractualismo jurídico.
A Epicuro se le señala, como sabemos, de pensador hedonista y en deuda con la escuela de Antistenes, que persiguió ese principio sin ningún tipo de regulación. Discrepa de ellos al distinguir entre placeres activos y pasivos, estáticos y dinámicos (o cinéticos). Los dinámicos son aquellos que persiguen un fin deseado, acompañando el deseo previo y de dolor por carencia. Estos placeres en movimientos (cinéticos), de carácter dulce y aduladores, se propagan en la carne provocando una excitación violenta y efímera; estos placeres al ser buscados, los hombres encuentran la insatisfacción y el dolor, por ser insaciable, y al alcanzar cierto grado de intensidad, se vuelven sufrimientos. Los podemos comprobar fácilmente cuando estamos hambrientos. Se desea comer, y el acto de satisfacer este deseo produce un placer cinético. Al satisfacer el deseo de alimento se colma toda ansia de hambre.
Los placeres estáticos consisten en un estado de equilibrio, que se caracteriza por la ausencia de dolor y disfrute de esa condición al eliminarlo; es el placer estable o en reposo: es el placer del cuerpo sosegado, libre de sufrimiento, el cual consiste en no tener hambre, no tener sed y no tener frío, como nos lo describe Epicuro en su Carta a Meneceo. Russell (idem:221) nos da una observación de interés sobre esto. Piensa que, por ejemplo, la satisfacción del hambre, mientras se efectúa, es un placer dinámico o cinético, pero el estado de quietud que sobreviene es un placer estático.
Es una ascesis de los deseos. Nuestras desdichas surgen al torturarnos nuestros deseos insaciables, inmensos y huecos, como son los de la riqueza, la lujuria, el consumo, y la dominación (o la ambición de poder).
Epicuro se inclina que debemos perseguir más los placeres estáticos que los dinámicos o cinéticos, puesto que no tiene mezcla y no depende del dolor como estímulo de deseo. Nos lleva a poseer un estado de equilibrio corporal que nos aleja del sufrimiento. Serenidad (euthymía) de ánimo y a los placeres tranquilos en lugar de los goces violentos es lo que debemos aspirar.
Siguiendo las opiniones mordaces de Russell parecería que Epicuro preferiría hallarse siempre en el estado de haber comido moderadamente y nunca en el deseo voraz de comer. El placer estable se opone al dinámico o cinético, oponiéndose como lo determinado a lo indeterminado y a lo infinito, como el reposo al movimiento. Hadot (1998:131), señala que ese estado de supresión del sufrimiento del cuerpo nos muta a un estado de tranquilidad del alma, a una ausencia de perturbación; ese estado de equilibrio, abre la conciencia a un sentimiento global, cenestésico, de la propia existencia. Conduce al hombre a sentirse libre para tomar conciencia de algo extraordinario que está presente en él de manera inconsciente, el cual no es sino el simple placer de su existencia, de la identidad de la simple existencia. Al igual que el Rousseau de las Reflexiones de un paseante solitario donde se pregunta de qué gozamos en una situación similar. El francés nos dice que no gozamos de nada exterior a nosotros mismos, sino de uno mismo y de su propia existencia, y mientras ese estado nos dure seremos como dioses pues nos bastaremos a nosotros mismos.
Esta postura no hace un distingo entre placeres corporales y psíquicos o mentales (o del alma). No tiene una visión dualista del ser humano. Cuerpo y mente se hallan en un constante contacto físico; no se acepta el dualismo platónico, arraigado en toda la tradición filosófica cristiana y moderna occidental. Las sensaciones placenteras son eventos corporales que también influyen y son, al mismo tiempo, gozo para la mente. Sin embargo la mente es independiente del cuerpo en cuanto que puede prever a futuro un placer venidero, y tampoco deja que el placer pasado se esfume pues lo recuerda. La memoria de placeres pasados pueden mitigar sufrimientos presentes y lo mismo vale en relación a placeres futuros. A diferencia de los cirenaicos que postulaban que los placeres corporales del momento como los mayores, Epicuro le antepone la capacidad de la mente para evocar el pasado o el futuro en relación a la experiencia de los placeres y de los dolores como siendo mayores que aquellos que remiten únicamente al cuerpo.
La sexualidad queda en entredicha. El sexo es un placer dinámico. El coito, declara el filósofo, nunca ha hecho nada bueno a los hombres, quien es feliz de aquel no lo ha dañado (cit. Russell, idem:222). Fue apasionado de los niños de las otras personas, más para la satisfacción de este gusto parece haber confiado más en que lo demás no siguieran su consejo, (idem). Según Russell pareciera que le gustaban los niños a pesar de su propio juicio, pues consideró el matrimonio y los hijos como una distracción para tareas más serias. Lucrecio, que lo sigue en su denuncia del amor, no ve ningún peligro en la cópula carnal con tal que esté divorciada de la pasión, (idem).
Un sabio plácido o el arte de vivir
La meta del sabio está en permanecer en la ausencia de dolor (apenia), más que mantenerse en la constante consecución del placer; esa ausencia de dolor se convierte en un bien absoluto individual; este placer no puede aumentarse ni agregarle nuevos placeres. Si tomamos el vientre como principio de placer podemos afirmar que su situación puede ser la raíz de nuestras acciones pues un dolor de estómago sobrepasa a los placeres de querer comer o de la gula. Acordémonos que Epicuro hacía una fiesta en los días que tenía algo de pan y queso. Por lo cual podemos decir que la tranquilidad mental se corresponde al placer del cuerpo liberado de todo deseo o dolor. El placer en tanto tranquilidad del alma es un bien en sí mismo, propio de una actitud que desatan las cuatro virtudes morales tradicionales: la justicia, la prudencia, la moderación y el coraje. Todas son forjadoras de un arte de vivir. Un placer prudente y una prudencia en la búsqueda del placer, eliminando los temores de la concupiscencia, de los tormentos y angustias mentales, como del desarraigo de la vanidad de todas las falsas opiniones que nos hacemos. Moderación, prudencia, son actitudes para el logro de un máximo de placer para nuestra paz mental, separándonos de aquellos placeres que en su obtención se tiene a posteriori mayor dolor físico y mental. De la prudencia nacerán todas las demás virtudes; no se puede vivir placenteramente sin un vivir prudente, noble y justo. La prudencia nos lleva a razonar sobre las ventajas y desventajas relativas de un acto o situación dados, una capacidad para controlar deseos que nos parezcan dominar y nos lleven al dolor; la razón epicúrea como liberadora de temor al castigo y otros males. Como vemos, no es el placer de Benthan, que termina siendo una cuenta estadística: la mayor felicidad del mayor número. Epicuro valora el trabajo personal, interior que debemos hacer cada quién para tener la capacidad de medir independientemente nuestro interés personal respecto al placer. Es un hedonismo orientado por el individuo no por los parámetros impuestos por la sociedad.
Comprende que muchos apetitos tienen un componente mental, mas otros sólo corporal. Muchos deseos vanos reposan en creencias falsas acerca de los objetos que no son necesarios ni siquiera importantes para la buena vida. La creencia falsa es la raíz de la dolencia, el arte curativo estará necesariamente emparentado con un arte del razonamiento o argumentación. Ni libaciones, ni festines reiterados, ni el gozar de muchachos, mujeres y pescados, ni todas las demás cosas que proporciona una mesa refinada, engendran una vida agradable, sino el razonamiento (logismós) sobrio que investigue las causas de cada elección y cada rechazo y ahuyente las creencias de las que nace la mayor parte de las turbaciones que se apoderan del alma (Cart. Meneceo). Se eliminan las falsas creencias mediante el razonamiento, método eficaz para eliminar el deseo perturbador, procurando la condición suficiente para el logro de una vida feliz. Esta filosofía clínica consta de un arte salvífico, la cual procura una vida floreciente por medio del uso de la razón; con ello podemos procurar la buena vida a personas de diferente talento y circunstancias, conduciendo a cada individuo a su fin propio, de una manera nada discriminada; es con argumentos y razonamientos que nos podemos asegurar, gracias a la filosofía, una vida floreciente. La misión única de la filosofía es la curación de las almas, ello a partir de un logos terapeutico; se limita a todo aquello que sirve al arte magistral de vivir, en aprender a mantener un estado de vida sin turbación; se trata de la eliminación de la tyche, la vulnerabilidad ante los acontecimientos que puedan escapar a nuestro control, de la persecución de la eudaimonía en tanto florecimiento manteniendo en una vida activa.
Riqueza y fama están fuera de la alforja hedonística epicúrea. Son deseos inútiles, sólo causan desasosiego y rompen la calma. La prudencia es el mejor de los bienes y aún más precioso que el mismo saber filosófico. La filosofía tiene, por encima de todo, un saber práctico, y debe ser aquél que asegura una vida feliz. Más que saber disciplinas intelectuales como las solicitadas por la academia platónica: matemáticas, física, música, lógica o dialéctica, pide sentido común. A su amigo Pitocles le pide evitar todo camino que lo acerque a la cultura por encima del placentero bien epicúreo: huir de toda forma de cultura si se convierta en engendro de dolores, sufrimientos y perturbación de ánimo: ¡Iza las velas, mi bendito amigo, y escapa a toda clase de cultura (paideia)! (cit. en Fernández-Galiano, 2002:275). Además de abstenerse en participar en la vida pública: sabía que en la misma medida que un hombre emerge y es reconocido por el poder igualmente aumenta la envidia hacia él y, por tanto, la posibilidad de ser perjudicado. Aún si escapa a las desgracias exteriores, la paz de ánimo se verá imposibilitada por dicha situación. Vive oculto, es su máxima para la felicidad epicúrea; el sabio procura vivir fuera del estruendo de la vida pública, separado del ensordecedor río de la vida social, procurando con ello el no tener enemigos. La vida de su comunidad más que exhibirse, se ocultaba. Pero ello no fue ápice para que su filosofía no obtuviera una amplia difusión y expansión en el período helénico. Muchos se le acercaron saliendo confortados, llegando a reclutar nuevos adeptos entre los necesitados de alivio. La presencia del maestro y su cautivadora sencillez daba regla de vida a cambio de un esfuerzo mínimo; los epicúreos prefieren obrar a través de selectos amigos por contagio de sensibilidad.
Witt (1954:329) advirtió que el epicureísmo fue la única filosofía misionera producida por los griegos. Un número de discípulos de su escuela en Lapsaco y Mitilene ayudaron a propagar el evangelio epicúreo por el mundo mediterráneo. Antioquía y Alejandría fueron ciudades afectadas por el credo del filósofo del jardín. Luego paso a Italia y Galia a mediados del siglo I. Entre los romanos epicúreos están: Calpurnio, Pisón y Casio.
De la amistad
La amistad se convierte a sus ojos en el más seguro de los placeres sociales. Al igual que Benthan, Epicuro ya consideró en su concepción de vida que los hombres siempre persiguen su propio placer, unas veces, de manera prudente, otras de forma imprudente; pero a diferencia del inglés no aspira a sostener que la felicidad de muchos es la mejor; su comunidad amistosa se construye entre pocos y la amistad es el elemento que subraya la convivencia placentera entre ellos. Amaba la amistad por encima de lo que podía obtener de ella, pero conciente, como el egoísmo que corre por toda su filosofía, que todos tienen sus propios intereses en cuanto se establece una relación amistosa. Cicerón escribe que para él la amistad no puede separarse del placer, exige que sea cultivada, pues gracias a esa reciprocidad es que podemos vivir de manera placentera, superar temores y permanecer a salvo en la tranquilidad. Afirmó que toda amistad es deseable en sí misma, y es parte de la necesidad y ayuda que tenemos unos con otros. No es amigo la persona que siempre está en busca de ayuda, ni quien jamás asocia amistad con asistencia (S.V., XXXIX). Gozar o sacar placer por la ayuda a un amigo es algo independiente del beneficio tangible que nos pueda aportar ello. Se trata de la práctica afectiva que unos amigos pueden otorgarse unos a otros. La amistad como criterio de valor en toda relación.
Consideró la vida política como una ratonera o una prisión de la que había que guardarse distancia (S.V. LVIII); ella sólo se sostiene por la ambición, lo cual es síntoma de perturbación e insania individual. Afirma que la ambición política es causada por un deseo de protegerse de los hombres. Ante tales temores cultivados en la imaginación y determinantes de la acción, prefiere asegurarse contra ella a través de una vida tranquila, retirada de los negocios públicos (M.C. XIV). Tal postura no es surgida de una actitud misantrópica. Sostiene que la amistad es un bien inmortal (S.V., LXXVIII). Este exilio voluntario en una comunidad es practicado por aquellos que encuentran la sociedad extremamente alienada, sin sentido, superficial. La amistad danza alrededor de la tierra y a todos pregona que despertemos para gozar de la felicidad (S.V., LII).
Como notamos, tuvo un excepcional don para la amistad, considerada como deseable por sí misma (S.V., XXIII), le llevó a escribir consejeras cartas para los hijos pequeños de sus amigos miembros de la comunidad. En ellas no está reprimida la expresión emocional, cosa normal en los filósofo antiguos, mostrando estos escritos naturalidad sin afectación.
Una ética del rechazo de la política
y del amor pasional
Conociendo la naturaleza sufriente de la vida humana su filosofía aboga por una actitud ética que vendría prendada de una exaltación de la filosofía encausada al fin moral del vivir bien a partir del placer (ascético). Los sufrimientos disminuirían profundamente para los hombres si adoptaran esta filosofía. Es un ejercicio espiritual que ayuda a todos a vencer los miedos, sean de orden religioso-divino o político-humanos. Es una filosofía que conduce a acomodarnos a un mundo en el que la azarosa felicidad es apenas posible. Sus consejos, como podemos observar, están dirigidos por actos prudentes, donde la templanza fija la estabilidad emocional de una imperturbabilidad del alma. Sus recomendaciones: come poco, por miedo a una indigestión; bebe poco, por temor a la resaca del día siguiente; huye de la política y del amor en tanto actividades violentamente pasionales; no comprometas tu fortuna casándote y teniendo hijos; respecto a lo intelectual, aprende a buscar más los placeres contemplativos para evitar los dolores corporales.
Respecto al mal, Epicuro se centra en el dolor físico. Esta sensación determina la actividad y la vida de cada uno de nosotros. Contra el gran mal del dolor es a lo que debemos estar prevenidos. Sin embargo afirma que si es intenso es breve y si se prolonga en el tiempo llega a hacerse soportable por medio de la disciplina mental y el hábito de pensar en cosas agradables y en situaciones pasadas (o imaginarias) felices. Vivir de manera que podamos evitar el dolor.
Se puede hacer una relación entre Sócrates y Epicuro respecto al placer. En el primero se asciende desde el placer más concreto al más abstracto (contemplación de las formas o ideas). Si para Sócrates esto es lo más apremiante para su espíritu filosófico, en el caso de Epicuro lo primero y fundamental es existir. La existencia debe ser traducida en placer y ello es lo primordial. Y entre los placeres primeros está la nutrición, es decir, el vientre. Órgano que nos da aviso inmediato de la privación contraria a la existencia y, en su reacción placentera, el apaciguamiento por la acción cumplida. Por este órgano igualmente acepta lo que falta y rechaza lo demás o sufre por exceso (Reyes, idem: 274).
Lo interesante es que por primera vez aparece como fundamentos del edificio existencial humano a la carne (sarx)[8], alterando el lenguaje filosófico[9]. A diferencia de aceptar sólo los placeres del espíritu, Epicuro establece que los placeres se fundan en el cuerpo. Los placeres espirituales son sólo tomados como promesas o recuerdos de los placeres corporales. De ellos derivan que nuestra atención se encause a placeres suprasensibles. La amistad misma surge del suelo humilde de salvaguardarnos contra posibles sufrimientos, caminamos del egoísmo al altruismo en esta secta. Y hay una razón imaginativa que alivia los males y sufrimientos del presente al incorporar una contemplación extratemporal de los momentos placenteros pasados. Ante la opción de los cirenáicos de sólo atender los placeres inmediatos, esta escuela introduce una bomba del tiempo, aquella en que podemos tender los placeres en series temporales (pasadas o futuras). Donde el recuerdo del placer propone una teleología inesperada para el presente pues toda voluptuosidad está subordinado al fin de la felicidad. Reconduce la existencia humana a puerto seguro.
Festugiere (1960) ha señalado que la búsqueda de la felicidad fue un tema recurrente dentro de la filosofía griega, la cual pertenece a un pueblo de condición pesimista y de alma trágica. Platón reflexiona de ella planteándose un nuevo orden como lo hace en la República o en el Gorgias, donde ella depende de ese orden establecido gracias a la política. De Platón pensaba este asceta filosófico, que era un amante del oro y miembro de una pandilla de aduladores del tirano Dionisio de Siracusa (Fernández-Galiano, 2002:253)
Pero en Epicuro, política y conducta personal no están integradas entre sí. La política está considerada como una pérdida de tiempo, algo indigno para un filósofo y el Jardín les aísla de ello. Su experiencia le narra que es una actividad para caudillos retóricos, donde el desorden y la revalidad es lo que arrastra al siempre caótico gobierno; la justicia se presenta como un contrato mutuo y un medio para conseguir seguridad y tranquilidad…para evitar hacer o sufrir la injusticia (M.C: XXXIII y XXXI). Vive en lo oculto (Láthe biosas), es el lema principal, como ya se dijo. Este apartarse y pasar inadvertido es una actitud contraria a la que encontramos en los ciudadanos del mundo griego, para quienes tradicionalmente la vida pública está entrelazada a la cooperación y competencia junto al culto consecuente del héroe (líder), y la gloria. No se espera la aprobación social en su ética, ella sólo se centra al placer individual alcanzado en nuestras vidas; adios a toda vertiente que nos conduzca a reencontrarnos con lo público. A la luz de la vigilia política griega tal postura es llamada, peyorativamente, la del idiota, para los epicúreos significa la renuncia a toda colaboración social, la cual es una mirada contraria a la areté, a la virtud por excelencia: el que conoce los términos de la vida…sabe que para nada necesita de asuntos que comportan competición (M.C.XXI). Horacio retomara esta idea en su verso: Nec vixit male qui natus moriensque fefellit (No vivió mal quien pasó desconocido al vivir y al morir) (Ep.I,17,10). Paul Nizan (1971:22) interpreta a Epicúreo diciendo que debe tomarse al pie de la letra lo del sabio que no debe intervenir en la política (D.L.X.119); no se asumirá ningún rol en la polis: no se casa, no vota, rehúsa favores, los cargos públicos y vive sólo para sí. El retiro epicúreo, al contrario del énfasis cínico del escándalo y la provocación como oposición abierta y revolucionaria, era un recurso para lograr la tranquilidad. Desengañado por experiencia de todo lo social su teoría y práctica de la felicidad nos lleva al recinto casi ascético de un placer minimalista, centrando el bienestar en un espacio sólo subjetivo, mas no objetivo; más cercano a nuestra proximidad y dominio personal. ¡Qué descansada vida la de aquel que huye del mundanal ruido!
Dolor, dioses y atomismo
Al entrar en su reflexión sobre el dolor llegamos a una filosofía teórica en tanto meditación y superación del temor. Los máximos temores que tenía el hombre griego (hoy siguen siendo los mismos para la mayoría, pero añadiéndoles los peligros que nos han traído la ciencia y la técnica), eran ante los dioses y el espanto de la muerte. Ambos estaban entrelazados. La religión fomentaba la opinión de que los muertos son desdichados. De ahí sustrajo toda una metafísica acerca de la cercanía de los dioses y su ninguna influencia en nuestras vidas: ellos no intervienen en los asuntos humanos; la otra opinión, coherente con su materialismo sensualista, es que el alma perece con el cuerpo, es decir, no es inmortal sino finita; al igual, y contra las posturas dualistas del platonismo, el alma no puede existir independiente del cuerpo: un ser vivo se compone de una unión de cuerpo (carne: sarx) y alma; romper esta unión cesa la vida.
En su Carta a Herodoto (63) da cuenta de que el alma es un cuerpo cuyas partes sutiles están distribuidas a través de todo el conjunto. Por lo tanto se refiere a que debe ser algo corpóreo, lo cual es coherente a su visión de que todo cuerpo no puede ser algo vacío. Lucrecio (III, 176) refiere a ello al decir que el alma está compuesta de cuerpos muy pequeños y esféricos, consistiendo ello de poder suscitar los más ligeros impulsos. Son lo más ínfimo y más móviles que cualquier otra cosa; carecen de nombre. Gracias a ella la carne es capaz de producir los movimientos necesarios para la sensación; el alma es la causa primera de la sensación; pero no es capaz de tener o causar vida por sí misma, tiene que estar contenida al interior de todo el cuerpo-carne.
Si bien en la modernidad y en el presente la mayoría de los hombres buscan la religión para enfrentar las desgracias y los males que nutren nuestra vida o el vacío existencial, Epicuro la vio como todo lo contrario: acentúa el malestar, el temor y la desdicha en esta vida, le resta fuerzas y entereza de ánimo. El error de la mayoría está en aceptar, -otra opinión por supuesto-, que hay una intervención sobrenatural y externa en la naturaleza, lo cual es el principio de muchos temores humanos. Lucrecio (Libro I, 62) alabó a Epicuro por liberar al hombre del peso de la religión. Descartó la necesidad de una causalidad divina y cualquier otra forma de teología. Atacó las supersticiones populares, la existencia de seres sobrenaturales, el terror de la ira divina manifestada por medio del trueno y del rayo, además de rechazar la sofisticada teología de Platón y de Aristóteles.
En el caso de Platón encontramos la preocupación en su Timeo (47 b-c) y en Las Leyes (897 d, 899 b), al referir sobre la regularidad de los movimientos celestes como una prueba de la dirección inteligente de unos seres divinos, solicitando imitar en nuestras vidas a los movimientos invariables de Dios; los cuerpos celestes tienen como causa almas virtuosas. De esto Platón nos concluye que no sólo las estrellas están guiadas por dioses sino que la humanidad y el universo como un todo son patrimonio de los dioses (902 b-c). Para Epicuro esta superstición filosófica era tan rechazable como el mismo panteón olímpico griego tradicional.
En Aristóteles lo encontramos en su Metafísica (1074 a 38ss), al afirmar que todo movimiento y toda vida dependen, en última instancia, de un Primer Motor Inmóvil, de la pura Mente o Dios, cuya actividad de eterna autocontemplación promueve el deseo y movimiento en los cuerpos celestes. Aunque hay que advertir que este Primer Motor no tiene injerencia en los asuntos humanos.
Y respecto a la inmortalidad del alma no menos doloroso resulta al saberse de nuestra supuesta condena eterna, separándonos de tener estima a nuestra propia vida como tal, y nos conduce a evitar la esperanza de liberarnos del dolor ahora y en la posteridad. Por ello para él la filosofía, en tanto ejercicio espiritual y saber práctico, está destinada a curar a los hombres de las creencias que inspiran ese sentimiento negativo y de impotencia, de inmovilidad y de autodestrucción. Cicerón (2005:171. L.I, 82), afirma cómo era interpretada esta afirmación y solicita que imaginemos que el alma no subsista después de la muerte. Supón que el alma muera con el cuerpo ¿es que después de la muerte hay en el cuerpo algún dolor o simplemente sensibilidad? Evidentemente nadie sostiene esto, aunque Epicuro acuso de esto a Demócrito, pero los seguidores de Demócrito lo niegan. Las propias palabras de Epicuro respecto al tema de la muerte están en la M.C. II: Nada es para nosotros la muerte, porque lo que se ha disuelto carece de sensación, y lo que carece de sensación nada es para nosotros. Al desaparecer la sensibilidad corporal ya ningún sufrimiento nos concierne en absoluto.
Hay que advertir, como ya lo hemos dicho antes, que Epicuro cree en la existencia de los dioses, mas no afectan para nada a nuestra existencia; de ser responsables de suceso natural alguno. El griego vivía dominado por el temor de los celos divinos, de la condenación divina, de la fatalidad sobrenatural que arrollaba al hombre en su curso sin escuchar sus lamentos; todo esto no son sino síntomas de la simple y desnuda superstición, que hacían depender a las conductas de torpes presagios, manteniendo una permanente aprensión malsana. A los dioses, según este filósofo, no se molestan en absoluto en los negocios del mundo humano. Los imagina como hedonistas racionales que siguen sus propios preceptos y se abstienen de participar en la vida, pues en plena beatitud se carece de tentaciones. Está claro, y de ahí uno de los puntos de ataque de los epicúreos, de entender por superstición a toda práctica que lleve a perseguir augurios y adivinaciones. Fuerza es liberar, desde la filosofía, a los hombres, de ir en su auxilio a tan imaginario sufrimiento. Epicuro, sin negar la perfección de los seres divinos, da un elegante argumento al firmar que la vida de estos seres halados divinos debe estar distante de toda contaminación de la bajeza de nuestra especie. Salvación formal de los dioses; aceptación de intentar ser dioses por la simplicidad de la vida placentera que provee toda existencia. Intento de reconciliar al hombre con su vida terrena. En la Carta a Herodóto refiere que no se debe suponer que el movimiento y el giro de los cuerpos celestes, sus eclipses o salidas y ocasos, y movimientos similares, sean causados por algún ser alado que los dirija y tenga a su cargo; esto no es aceptable porque preocupación y ocupación, ira o favor, no son congruentes con el estado permanente de bienaventuranza de la perfección de los dioses. Se levanta en contra de toda teología que afirme la necesidad de un gobierno divino para el movimiento de los cuerpos celestes en el universo.
No existe temor por la cólera de los dioses ni tampoco que los griegos deban sufrir en el Hades (como el cristiano en el infierno!), después de la muerte. Iba contra toda creencia popular griega que justificase un juicio divino y un castigo eterno. Negó la religión popular griega que sugería que el bienestar y la adversidad humana eran dispensadas por los dioses. El lenguaje reflejaba la creencia: un hombre feliz era eudaimon: que tiene una deidad favorable; kakodaimon: el que es poseído por una deidad desfavorable. Como estamos compuestos de cierta libertad somos los dueños de nuestro destino, el cual será mejor o peor respecto al sentido del placer que aceptemos para nuestras vidas. Su visión de los dioses la resumimos así: a) hay dioses; b) son bienaventurados e inmortales; c) su bienaventuranza consiste en un continuo sosiego o tranquilidad. Su existencia la defendió a partir de que todas las creencias universales de la humanidad advertían que existían, son algo natural. Según Lucrecio (III, 18-24), los dioses habitan en sedes quietae, es decir, lugares de reposo o de quietud, apartados de cualquier perturbación.
Su aceptación del saber científico y concepción materialista tienen un fin práctico y ético: servir para evitar la superstición y, por ende, el sufrimiento causado por nuestra ignorancia. Su acercamiento y desarrollo de una ciencia natural está ligado a una protesta contra la creciente devoción de los últimos paganos a la magia, la astrología y la adivinación. Su filosofía es fe ortodoxa respecto a que lo único que tenía que interesarnos para nuestras vidas sólo es aquello que nos permitiera alcanzar la felicidad individual.
Como podemos comprender este ataque a la religión griega está asociada a la necesidad de efectuar sacrificios humanos y castigos después de la muerte que hasta el siglo V a.C se efectuaron en Grecia. Platón al comienzo de la República refiere lo corriente que era esa superstición post mortem. Igualmente cualquier catástrofe natural, plagas, terremotos eran aceptadas como producto de la cólera divina o al hecho de no respetar los presagios. Si bien este culto a los presagios estuvo presente en poetas y filósofos de origen aristocrático, en el caso de Epicuro, al no serlo, nos lleva a explicar su permanente hostilidad a la religión
Libre albedrío y desviación de átomos
Siendo materialista no fue un determinista como Demócrito. Comprendió que los átomos no estaban sometidos a rígidas e inmodificables leyes naturales. De ahí la introducción del libre albedrío en el mundo y de la posibilidad de actuar libremente y cambiar el curso de los acontecimientos y de nuestra vida personal. La concepción de la necesidad del determinismo griego era originalmente de orden religioso. Si visión de los átomos era que caían en torno a la tierra no en forma absoluta, los átomos tenían la opción de desviarse de sus cursos motivados por algún objeto o perturbación de su dirección. Daba pie para adentrar ya una visión pre-indeterminista propia de la concepción de la incertidumbre de la materia propuesta por Heisenberg en el siglo XX.
De esta manera el alma que es material esta compuesta de finas partículas y el cuerpo-carne está compuesto de partículas atómicas anímicas expandidas por todo él; gracias a ellas el cuerpo tiene la facultad de sentir, pero no experimentan sensación sin el cuerpo (Lucrecio). La sensación se debía a una especie de finas películas desprendidas de los cuerpos que afectaban a nuestra percepción; podían seguir existiendo aún si dejaran de existir los cuerpos de los que procedían; es por lo que pueden aparecer en los sueños.
La muerte del alma se entiende como una dispersión de los átomos que la constituyen pero que no perecen y al estar separados del cuerpo ya no pueden tener ninguna sensación. Es por lo que la muerte para Epicuro no tiene importancia o significado para nosotros, pues no es nada ya que se disuelve y no tiene sensación; y lo que carece de sensación no tiene realidad para nosotros. No podemos escapar de la muerte pero ella, al entenderla desde esta concepción filosófica, no puede ser tampoco un mal. De lo que se trata al aceptar las máximas de Epicuro es obtener una vida alejada y liberada del dolor.
Comentario a la Carta a Meneceo de Epicuro
La carta a Meneceo consta de varios temas que son los recurrentes en la filosofía de Epicuro. Esto son: la filosofía misma, los dioses y creencias religiosas, la muerte como privación de sensación y su falsa existencia para aquellos que vivimos, los deseos en tanto unos naturales y otros vanos, el placer como principio y fin de la vida feliz, la autarquía como un gran bien que conlleva el contentarse con una vida sencilla, la relación intrínseca de las virtudes con la felicidad, la existencia del sabio libre de temores. Son los temas que generan una reflexión para que Meneceo no deje de meditar sobre estas cosas en todo momento. Y es una invitación para acercarse a la filosofía en cualquier etapa de nuestra vida, bien desde la juventud como en la vejez. Veamos su contenido:
Filosofía. El fondo de la carta es evitar el sufrimiento inútil en todos nuestros actos. Por ello inicia la reflexión incitando la necesidad de dedicarse, en cualquier etapa de nuestras vidas, más jóvenes o más viejos, a la filosofía. Nunca se es demasiado joven o viejo para prestarle a ella nuestra atención. Otorga a ésta una condición práctica que debe facilitarnos una mejor existencia. Reflexionar en el pasado para rejuvenecerse en el presente aunque se sea joven y si se es viejo para tener coraje ante el porvenir. La felicidad es consustancial a su ejercicio, pues con ella se tiene todo lo que se puede obtener ese estado de tranquilidad buscado. Ello es un principio para alcanzar el desarrollado de lo que llama Epicuro por vida bella.
Dios. Lo concibe como un ser inmortal y bienaventurado. De su existencia presenta un conocimiento evidente pero la mayoría tiene una creencia deforme respecto a ellos. Hay una impiedad en las opiniones que se le adjudican por parte de la mayoría de los mortales, siendo conjeturas engañosas creyendo que son fuente de la realización de justicia, castigando a los hombres malvados y a los buenos con grandes bienes. Y eso es un error, los dioses no expiden ningún tipo de justicia humana.
Muerte. Nos pide que nos acostumbremos a pensarla como algo que no debe ser nada para nosotros ni motivo de miedo y sufrimiento. Esgrime que la experiencia del bien y el mal sólo es posible por medio de la sensación y la muerte es privación de ella y por tanto no es algo que implique dolor para el hombre. El sufrimiento generado por ella deriva más de nuestra imaginación que lo que es en realidad. Así Epicuro afirma que deja de ser temible para el que vive y al dejar de vivir nada es temible; el temor, para el necio, está en su espera. Mientras vivimos, la muerte no existe, y cuando morimos ya no somos. Llegando a la conclusión que es una falsa realidad pues no existe ni para los vivos ni para los muertos. Tampoco es para que se vea como el peor de los males y más bien puede ser una salida para los males de la vida. El no existir ni es un bien ni es un mal. Por ello el sabio sabe cómo superarla en su mente. En relación a la máxima: es preferible no haber nacido, Epicuro le ofrece que quien la acepta puede salir entonces pronto de esta vida, pues es fácil volver a no existir mediante el suicidio. Ante el futuro sólo podemos realizar conjeturas, mas al no estar el porvenir en nuestras manos ni nuestro alcance, no sabemos qué realmente esperar ni tener seguridad de nada y por tanto es inútil desesperar por ese motivo.
Deseos. Ellos son, unos naturales y otros vanos. De los naturales, unos serán necesarios y otros no. Los deseos necesarios son los requeridos para ser feliz, para la tranquilidad del cuerpo y para mantener la vida misma. Los deseos deberán ser escogidos en función de la salud del cuerpo y a la ataraxia (indiferencia, imperturbabilidad o paz interior) del alma. Toda vida feliz debe comprenderse en tanto acciones que eviten el sufrimiento y la inquietud, en dispersar todos los tormentos del alma, sin desear algo que en su ausencia nos cause sufrimiento. Cuando no sufrimos ya no se tiene necesidad de placer. Metrodoro, discípulo predilecto del maestro del Jardín, considera que se es completamente feliz quien posee una buena constitución física y tiene la certeza de que siempre será así (cit. Cicerón: 2005:217).
Placer. La concepción del placer es principio, comienzo y fundamento (arche) y culminación, fin y término (télos) para una vida feliz. Es la condición que nos guía para aceptar o a rechazar algo; lo que debemos buscar por lo bueno que es para nuestra vida y evitar, por malo. La búsqueda del placer y, su contrario, el dolor, será lo que nos de el sentido de nuestras elecciones o rechazos de un modo natural. Es el primer bien natural y somos selectivos; no se trata de aceptar cualquier placer. El placer es el proton agathón, el summum bonun, el sumo bien. Advierte que todo dolor debe entenderse como mal, aunque no se debe huir necesariamente de todos; habrá algunos que serán justificados o estará bien haberlos padecido por la recompensa placentera a posteriori. En esto se desprende un principio ético hedonista, el que las cosas deban ser apreciadas por una prudente consideración de las ventajas y las molestias. El bien y el mal, placer y dolor, pueden ser relativos de acuerdo a las circunstancias. Se debe tener en cuenta que Epicuro advierte que el mero pensamiento del mal es, por su naturaleza, una aflicción, de manera que quien quiera que piense en un mal de una gravedad mayor a la habitual, con sólo pensar que nos ha sucedido, caemos de inmediato en la aflicción. Sólo pensar que estamos en medio de males caeremos irremediablemente en el sufrimiento, pues se trata de males previstos y esperados con anterioridad, ya sean males inveterados. Epicuro solicita para aliviarnos de toda pena o aflicción en mantener dos actitudes: uno, apartar del pensamiento las penas y volverse a la contemplación de los placeres. Pues piensa que el alma es capaz de seguir a la razón y seguirla a donde ella la guíe; la razón nos ayuda a alejarnos de los pensamientos dolorosos: nos lleva a contemplar y degustar con toda nuestra mente una variedad de placeres que lleva al sabio a alcanzar la plenitud, no sólo por el recuerdo de los placeres pasados, sino también por la esperanza de que puedan seguir disfrutándolos. Para él la filosofía tiene como tarea la reflexión sobre los avatares humanos.
Autarquía. La autonomía del individuo es, igualmente, un sumum bonnus. Es la búsqueda de saber vivir con lo suficiente. La abundancia de bienes no aporta felicidad. Y la regla es que en cuanto sepamos realmente gozar lo suficiente con la riqueza que poseemos, estaremos más conscientes del gozo obtenido. De ahí que esta autarquía aspira a vivir bajo la regla de lo natural pues ello es fácil de obtener. Aprender a disfrutar de los alimentos sencillos pues con ello se goza tanto como con la mesa más suntuosa; de lo que se trata es de evitar el sufrimiento que causa toda necesidad y exceso, y el alimentarnos naturalmente es suficiente para poder superar nuestra carencia. La autarquía también tiene una referencia al placer pues implica ausencia de dolor. Los placeres aceptados por Epicuro son los que no pervierten ni buscan el apego del individuo, los cuales serán catalogados como placeres pervertidos. Tampoco los placeres sensuales por hacer depender al cuerpo llevando a desfigurar y descentrar a nuestro pensamiento. La autarquía debe estar acompañada por una ausencia de sufrimiento y de una permanente tranquilidad del alma. Todo lo que proporciona inquietud debe ser rechazado por nuestra razón.
Virtud y sabiduría. Tendrán que ver con esta aspiración a la tranquila sabiduría, que será propia de una filosofía práctica cultivada. La vida feliz es consustancial a ella, que junto a una actitud honesta y justa, se puede aspirar al bien supremo (proton agathós). La virtud nos distancia del temor de la muerte, comprende el fin de la naturaleza. La felicidad está unida a esta concepción de las virtudes desarrolladas, elegidas y practicadas. Respecto al destino, el sabio se ríe de él. Someterse al azar no encaja en su concepción aunque ello sea un mandato o capricho de algún dios, pues si existiese obraría de forma desordenada, en tanto causa inconstante, y ello no parece ser cualidad de ninguna deidad. En el hombre se encuentran los principios que le aportan el bien y el mal.
Estas son las ideas principales de esta ética del placer epicúreo, el cual se distancia de toda concepción hedonista extrema. Es la búsqueda de la justa medida en la vida del hombre pero a partir de la experiencia de la felicidad en tanto bienestar (eudaimonia), obtenido por nuestra conducta, al comprender el sentido del placer y el dolor desplegado en el espectro de nuestra vida.
Salud de Epicuro
Este filósofo no gozó de una gran salud. Un cuerpo precario lo llevó a aprender a soportar sus carencias con gran firmeza. Por ello comprendió que un hombre podía ser feliz a pesar de los sufrimientos. Fue quien primero dijo, no un estoico, que se puede ser feliz en el potro de la tortura.
En dos de las cartas conocidas y escritas poco antes de su muerte, muestran con exactitud esta opinión. En una refiere a la obstrucción que sufre haciendo tal situación casi llevar a cualquier hombre a desear el final de su vida. Y en otra declara: En este día realmente feliz de mi vida, ya que estoy a punto de morir te escribo esta. Las dolencias de mi vejiga y mi estómago prosiguen su curso, no faltando nada de su habitual severidad: pero frente a todo esto está el gozo de mi corazón al recordar mi conversación contigo. Como podría esperar tu devoción desde la niñez por mi y por la filosofía, ten mucho cuidado con los hijos de Metrodoro. Este último, siendo uno de sus últimos discípulos, había muerto, dejándole a su cuidado sus hijos. Podemos agregar las palabras de Reyes (idem:273): algunos veían en su doctrina un resultado de su escasa salud. Resignación y paciencia pues no poseemos todos los bienes ni todos los males. Una vida que aspira, como otras escuelas, vivir conforme a la naturaleza, aunque por esta entendieran cosas distintas. En donde la prudencia es más preciosa que la filosofía. El placer no crece una vez eliminado el dolor, sabiendo que el supremo placer para él era la ausencia de dolor (apenía). En su Máxima capital V encontramos que no puede vivirse de forma placentera sin mantenerse la virtud según como él la entiende: No se puede vivir de un modo placentero sin vivir de una forma sensata, bella y justa. Al igual niega que la fortuna tenga algo que ver con el sabio, (M.C., 6): Poco cuenta la fortuna para el sabio, porque las cosas más grandes e importantes las ha ordenado ya el cálculo racional a lo largo de su vida. Frugalidad y no opulencia.
El epicúreo no sintió ninguna obligación ni interés por la acción. Trata de no sentirse ligado por una obligación externa, por ningún destino; su filosofía busca eliminar la angustia humana en los aspectos inútiles del temor, el sufrimiento y creencias; o la idea de supervivencia tras la muerte y su sistema de premios y castigos, como recompensa por el desempeño de nuestra vida en este mundo: mera mitología.
El fatalismo helénico proponía mostrar al ánimo humano en no aceptar fácilmente la idea completa de libertad, de la independencia total y el intrascendente destino del hombre. Tal actitud obliga a sentirse el hombre encadenado a algo perdurable que supere a las limitaciones de la finitud de nuestras vidas, agarrándose a la fe del mundo celestial, o a las utopías revolucionarias que restringen superar el miedo a la libertad. Aquí no hay ninguna confianza en las comunes trascendencias por las que se quiere determinar siempre el sentido del destino contingente del hombre. El hombre se queda sólo, algo parecido a la postura cínica que, como sabemos, el destino del filósofo es una ofrenda de su soledad dada a la sociedad, pero en el caso de los miembros del jardín, se traduce en una comunidad amistosa y retirada del mundo. Ante esa soledad comunitaria sólo aspiran el compartir las pequeñas alegrías del placer, de la amistad y del conocimiento por una existencia alejada del temor y del dolor. Además, prefería la compañía de unos pocos amigos íntimos que el aplauso público. Era su credo hasta el final: vive oculto.
Epicuro al final de su vida sufrió de cálculos renales, lo cual hizo que le acaeciese, luego de dos semanas de agonía, una muerte dolorosa: ante la muerte todos los hombres habitamos en una ciudad sin murallas, dijo. Sin embargo mantuvo su buen humor y tranquilidad, con bromas sobre su necesidad de trasladarse en su trikýlistos, una silla de tres ruedas fabricada especialmente para él. A su amigo Idomeneo le escribe diciendo los fuertes padecimientos de la estranguria y la disentería pero, sin embargo, son atenuados por los gratos recuerdos de sus conversaciones pasadas. Su muerte se describe por las palabras de Hermipo, diciéndonos que se metió en una bañera broncínea con agua caliente, tomo algo de vino puro que fue bebiendo a sorbos y, después de pedir a sus amigos y discípulos que se acordaran de sus doctrinas, expiró, entrando en la frialdad del Hades. En su testamento dejó las disposiciones que debían mantener los miembros de su comuna. Pide que se conserve el jardín, mantengan sus enseñanzas bajo la dirección de Hermarco, en tanto escolarca, a quien dona su biblioteca. Su dinero debía repartirse entre sus amigos, a los esclavos fieles dejarlos en libertad y que se celebren ritos fúnebres en memoria de los suyos; el día de su cumpleaños debían atender a las necesidades de los hijos de su amigo Metrodoro. Todo ello mostrando un alma generosa que dejaba ver que mantenía la tranquilidad y la lucidez en su interior, (cit. en Fernández-Galiano, 2002:252).
Como hemos podido constatar Epicuro ha sido, retomando las palabras de Long (1977:78), uno de los pensadores griegos que más sensible estuvo a restar la angustia alimentada por la locura, la superstición, el prejuicio y el especioso idealismo. En una época inestable, de coartada libertad y de una profunda desilusión privada. A los hombres, en tanto átomos sin dirección y vagando sin rumbo, intento otorgarles un modo de ser, de vivir, de relacionarse con otros individuos. La mayor liberación es la del dolor del cuerpo y de la mente: alcanzar ese estado de conciencia es suficiente para justificar y explicar toda acción humana.
No está de más reiterar que vacío es el argumento del filósofo que no permite curar ningún sufrimiento humano. Como en el arte médico que no erradique una enfermedad o una dolencia de los cuerpos, la filosofía no tiene justificación mayor sino erradica el sufrimiento humano. La gran alegría de todo ser humano es poder escapar a un gran mal. En esto consiste el bien asertivo, no como en pararse uno y dar vueltas (peripatei) y comenzar a decir estupideces sobre el bien. La filosofía clínica, en tanto terapia del sufrimiento del individuo y seguidora del epicureísmo, debe estar comprometida con aliviar la desdicha humana si no, es discurso vacío. Y acordémonos, como lo hizo Nietzsche, que si hay dioses, éstos no se ocupan de nosotros.
¡Pásalo bien y vive en serio!
Texto de Epicuro
Carta a Meneceo, de Epicuro (s. IV ac)
Tomado de: http://cita.es/filosofar/hedonismo/
Cuando se es joven, no hay que vacilar en filosofar, y cuando se es viejo, no hay que cansarse de filosofar. Porque nadie es demasiado joven o demasiado viejo para cuidar su alma. Aquel que dice que la hora de filosofar aún no ha llegado, o que ha pasado ya, se parece al que dijese que no ha llegado aún el momento de ser feliz, o que ya ha pasado. Así pues, es necesario filosofar cuando se es joven y cuando se es viejo: en el segundo caso para rejuvenecerse con el recuerdo de los bienes pasados, y en el primer caso para ser, aún siendo joven, tan intrépido como un viejo ante el porvenir. Por tanto hay que estudiar los medios de alcanzar la felicidad, porque, cuando la tenemos, lo tenemos todo, y cuando no la tenemos lo hacemos todo para conseguirla.
Por consiguiente, medita y practica las enseñanzas que constantemente te he dado, pensando que son los principios de una vida bella.
En primer lugar, debes saber que Dios es un ser viviente inmortal y bienaventurado, como indica la noción común de la divinidad, y no le atribuyas nunca ningún carácter opuesto a su inmortalidad y a su bienaventuranza. Al contrario, cree en todo lo que puede conservarle esta bienaventuranza y esta inmortalidad. Porque los dioses existen, tenemos de ellos un conocimiento evidente; pero no son como cree la mayoría de los hombres. No es impío el que niega los dioses del común de los hombres, sino al contrario, el que aplica a los dioses las opiniones de esa mayoría. Porque las afirmaciones de la mayoría no son anticipaciones, sino conjeturas engañosas. De ahí procede la opinión de que los dioses causan a los malvados los mayores males y a los buenos los más grandes bienes. La multitud, acostumbrada a sus propias virtudes, sólo acepta a los dioses conformes con esta virtud y encuentra extraño todo lo que es distinto de ella.
En segundo lugar, acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que el bien y el mal no existen más que en la sensación, y la muerte es la privación de sensación. Un conocimiento exacto de este hecho, que la muerte no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal evitándonos añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo de la inmortalidad. Pues en la vida nada hay temible para el que ha comprendido que no hay nada temible en el hecho de no vivir. Es necio quien dice que teme la muerte, no porque es temible una vez llegada, sino porque es temible el esperarla. Porque si una cosa no nos causa ningún daño en su presencia, es necio entristecerse por esperarla. Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte, no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son. La mayoría de los hombres, unas veces teme la muerte como el peor de los males, y otras veces la desea como el término de los males de la vida. [El sabio, por el contrario, ni desea] ni teme la muerte, ya que la vida no le es una carga, y tampoco cree que sea un mal el no existir. Igual que no es la abundancia de los alimentos, sino su calidad lo que nos place, tampoco es la duración de la vida la que nos agrada, sino que sea grata. En cuanto a los que aconsejan al joven vivir bien y al viejo morir bien, son necios, no sólo porque la vida tiene su encanto, incluso para el viejo, sino porque el cuidado de vivir bien y el cuidado de morir bien son lo mismo. Y mucho más necio es aún aquel que pretende que lo mejor es no nacer, «y cuando se ha nacido, franquear lo antes posible las puertas del Hades». Porque, si habla con convicción, ¿por qué él no sale de la vida? Le sería fácil si está decidido a ello. Pero si lo dice en broma, se muestra frívolo en una cuestión que no lo es. Así pues, conviene recordar que el futuro ni está enteramente en nuestras manos, ni completamente fuera de nuestro alcance, de suerte que no debemos ni esperarlo como si tuviese que llegar con seguridad, ni desesperar como si no tuviese que llegar con certeza.
En tercer lugar, hay que comprender que entre los deseos, unos son naturales y los otros vanos, y que entre los deseos naturales, unos son necesarios y los otros sólo naturales. Por último, entre los deseos necesarios, unos son necesarios para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y los otros para la vida misma. Una teoría verídica de los deseos refiere toda preferencia y toda aversión a la salud del cuerpo y a la ataraxia [del alma], ya que en ello está la perfección de la vida feliz, y todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y la inquietud. Y una vez lo hemos conseguido, se dispersan todas las tormentas del alma, porque el ser vivo ya no tiene que dirigirse hacia algo que no tiene, ni buscar otra cosa que pueda completar la felicidad del alma y del cuerpo. Ya que buscamos el placer solamente cuando su ausencia nos causa un sufrimiento. Cuando no sufrimos no tenemos ya necesidad del placer.
Por ello decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. Lo hemos reconocido como el primero de los bienes y conforme a nuestra naturaleza, él es el que nos hace preferir o rechazar las cosas, y a él tendemos tomando la sensibilidad como criterio del bien. Y puesto que el placer es el primer bien natural, se sigue de ello que no buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos despreciamos muchos placeres cuando tienen como consecuencia un dolor mayor. Por otra parte, hay muchos sufrimientos que consideramos preferibles a los placeres, cuando nos producen un placer mayor después de haberlos soportado durante largo tiempo. Por consiguiente, todo placer, por su misma naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable. Igualmente todo dolor es un mal, pero no debemos huir necesariamente de todo dolor. Y por tanto, todas las cosas deben ser apreciadas por una prudente consideración de las ventajas y molestias que proporcionan. En efecto, en algunos casos tratamos el bien como un mal, y en otros el mal como un bien.
A nuestro entender la autarquía es un gran bien. No es que debamos siempre contentarnos con poco, sino que, cuando nos falta la abundancia, debemos poder contentarnos con poco, estando persuadidos de que gozan más de la riqueza los que tienen menos necesidad de ella, y que todo lo que es natural se obtiene fácilmente, mientras que lo que no lo es se obtiene difícilmente. Los alimentos más sencillos producen tanto placer como la mesa más suntuosa, cuando está ausente el sufrimiento que causa la necesidad; y el pan y el agua proporcionan el más vivo placer cuando se toman después de una larga privación. El habituarse a una vida sencilla y modesta es pues un buen modo de cuidar la salud y además hace al hombre animoso para realizar las tareas que debe desempeñar necesariamente en la vida. Le permite también gozar mejor de una vida opulenta cuando la ocasión se presente, y lo fortalece contra los reveses de la fortuna. Por consiguiente, cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni de los placeres sensuales, como pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el alma. Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón, buscando sin cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que pueden aportar al alma la mayor inquietud.
Por tanto, el principio de todo esto, y a la vez el mayor bien, es la sabiduría. Debemos considerarla superior a la misma filosofía, porque es la fuente de todas las virtudes y nos enseña que no puede llegarse a la vida feliz sin la sabiduría, la honestidad y la justicia, y que la sabiduría, la honestidad y la justicia no pueden obtenerse sin el placer. En efecto, las virtudes están unidas a la vida feliz, que a su vez es inseparable de las virtudes.
¿Existe alguien al que puedas poner por encima del sabio? El sabio tiene opiniones piadosas sobre los dioses, no teme nunca la muerte, comprende cuál es el fin de la naturaleza, sabe que es fácil alcanzar y poseer el supremo bien, y que el mal extremo tiene una duración o una gravedad limitadas.
En cuanto al destino, que algunos miran como un déspota, el sabio se ríe de él. Valdría más, en efecto, aceptar los relatos mitológicos sobre los dioses que hacerse esclavo de la fatalidad de los físicos: porque el mito deja la esperanza de que honrando a los dioses los haremos propicios mientras que la fatalidad es inexorable. En cuanto al azar (fortuna, suerte), el sabio no cree, como la mayoría, que sea un dios, porque un dios no puede obrar de un modo desordenado, ni como una causa inconstante. No cree que el azar distribuya a los hombres el bien y el mal, en lo referente a la vida feliz, sino que sabe que él aporta los principios de los grandes bienes o de los grandes males. Considera que vale más mala suerte razonando bien, que buena suerte razonando mal. Y lo mejor en las acciones es que la suerte dé el éxito a lo que ha sido bien calculado.
Por consiguiente, medita estas cosas y las que son del mismo género, medítalas día y noche, tú solo y con un amigo semejante a ti. Así nunca sentirás inquietud ni en tus sueños, ni en tus vigilias, y vivirás entre los hombres como un dios. Porque el hombre que vive en medio de los bienes inmortales ya no tiene nada que se parezca a un mortal.
De Federico Nietzsche:
Humano, demasiado humano (II, 2.7):
Dos maneras de consolarse: Epicuro, el hombre que calmó las almas en la antigüedad moribunda, tuvo la admirable visión, tan rara hoy, de que, para el descanso de la conciencia, no es completamente necesaria la solución de los problemas teóricos últimos y extremos. Por eso le bastó con decir a las gentes a quien atormentaba la inquietud de lo divino:” Si hay dioses, éstos no se ocupan de nosotros”, en lugar de discutir inútilmente sobre el problema último de saber si, en definitiva, hay o no dioses. Esta posición es mucho más favorable y más fuerte: se cede unos pasos al adversario, y así se le obliga a escuchar y a reflexionar. Pero desde el momento en que se constituye en el deber de demostrar lo contrario, a saber, que los dioses se ocupan de nosotros, ¿en qué laberintos y en qué malezas no ha de extraviarse el infeliz, por su propia culpa y sopor humanidad y delicadeza, la piedad que le inspira este espectáculo? A la postre, el otro llega a sentir hastío, el argumento más fuerte contra toda proposición, el hastío de su propia opinión: se enfría y se aleja en la misma disposición de ánimo que el puro ateo:” ¿qué me importan a mí los dioses? ¡Que se vayan al diablo!”. En otros casos, particularmente cuando una hipótesis semifísica y seminmoral, había ensombrecido la conciencia, Epicuro no refutaba esta hipótesis, sino que admitía que hubiese una segunda hipótesis para explicar el mismo fenómeno, que quizás las cosas pudieran suceder también de otra manera. La pluralidad de las hipótesis basta también en nuestro tiempo, por ejemplo, cuando se trata del origen de los escrúpulos de conciencia, para arrojar del alma esa sombra que nace tan fácilmente de los refinamientos sobre una hipótesis única y, por lo tanto, demasiado manoseada. Por consiguiente, el que quiera llevar consuelo a los infortunados, a los criminales, a los hipocondríacos, a los moribundos, no tiene más que acordarse de los dos artificios calmantes de Epicuro, que pueden aplicarse a muchos problemas. En su forma más sencilla, se expresarían en estos términos: primeramente, suponiendo que sea así, esto no importa; en segundo lugar, puede ser así, pero puede también ser de otro modo.
En La Gaya Ciencia encontramos en el parágrafo 306 la reflexión nietzscheana sobre la diferencia de epicureísmo y del estoicismo:
El estoico y el epicúreo.- El epicúreo escoge las situaciones, las personas y hasta los acontecimientos que se acomodan a su constitución intelectual, excitable en extremo, y renuncia a todo lo restante –o sea, a la mayoría de las cosas-, porque para él serían un alimento demasiado fuerte e indigesto. Al revés, el estoico se ejercita en tragar gusanos, escorpiones y cacharros rotos, sin asco. Su estómago acaba por volverse indiferente a lo que le ofrezcan los azares de la vida. Se parece a la secta árabe de los Assaas, que existen en Argelia, y como estos fanáticos insensibles, gusta de tener un público, de lo cual prescinde gustoso el epicúreo. ¿No tiene éste su jardín? Para los hombres sujetos a las improvisaciones de la suerte, para los que viven en épocas de violencia y dependen de amos bruscos y variables, puede ser muy conveniente el estoicismo. Más aquél que pueda prever que la fortuna le permita hilar un largo huso, hará bien en conducirse al modo epicúreo. Hasta ahora lo han hecho todos los hombres consagrados al trabajo intelectual. Para ellos sería la mayor de las pérdidas verse privados de su delicada excitabilidad y cambiarla por la dura epidermis de los estoicos con sus púas de erizo.
De Martha Nussbaum en La terapia del deseo, pág: 141:
Epicuro nos invita a mirarnos a nosotros mismos, a nuestros amigos y a la sociedad en que vivimos. ¿Qué es lo que vemos cuando miramos si miramos honestamente? ¿Vemos acaso individuos serenamente guiados por la razón, cuyas creencias acerca delo que es valioso son en su mayor parte correctas y bien fundamentadas? No. Vemos gentes que corren frenéticamente tras el dinero, la fama, las delicias gastronómicas, el amor pasional; gentes convencidas por la cultura misma, por las historias con que se las ha educado, de que esas cosas tienen mucho más valor del que tienen en realidad. Por todas partes vemos víctimas de la falsa publicidad social: gentes íntimamente convencidas de que no les es posible vivir sin su posición social, sin sus montañas de dinero, sin sus exquisiteces importadas, sin su posición social, y sus amantes; y ello a pesar de que esas creencias son fruto de la enseñanza y puede ser que tengan poco que ver con los verdaderos valores. ¿Vemos, pues, una sociedad racional y sana, en cuyas creencias se puede confiar como material para una concepción verdadera de la buena vida? No Vemos una sociedad enferma, una sociedad que valora el dinero y el lujo por encima de la salud del alma; una sociedad cuyas morbosas enseñanzas acerca del amor y el sexo convierten a la mitad de sus miembros en posesiones, deificadas y odiadas a la vez, y a la otra mitad en sádicos poseedores, atormentados por la ansiedad, una sociedad que mata a miles de personas con ingenios bélicos cada vez más ingeniosamente devastadores a fin de escapar del miedo corrosivo a la vulnerabilidad. Vemos una sociedad, sobre todo, cada una de cuyas empresas se halla envenenada por el temor a la muerte, un temor que no deja que sus miembros puedan paladar ningún gozo humano estable y los convierte en esclavos implorantes de corruptos maestros religiosos.
Bibliografía
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Walter, O., 2006: Epicuro. Ed. Sexto piso. Madrid.
[1] Para referirnos a los escritos del autor hemos escogido las siguientes Siglas:
D.L.: Diógenes Laertius, Vital Philosophorum, (Vida de Filósofos).
C.H.: Carta a Heródoto, de: D.L. libro X .
C.P.: Carta a Pitocles, ibid.
C.M.: Carta a Meneceo.
M.C. Máximas Capitales.
S.V.: Gnomologio Vaticano.
Us.: H.Usener, Epicurea, Leipzig, 1887 (reimp. Stuttugart, 1966)
Chilton: C.W.Chilton, Diógenes Oenandensis. Fragmenta, Leipzig, 1967.
[3] Ello lo confirma por su presencia en la obra de Lucrecio, De rerum natura o las gigantescas inscripciones que el epicúreo Diógenes hizo colocar en la ciudad de Enoanda en un fecha incierta, entre el s. I y II d.C. queriendo mostrar a sus conciudadanos la filosofía y doctrina de Epicuro.
[4] Las hetaeras se encuentras en la cima de la jerarquía de las prostitutas. Contrariamente a las otras, no ofrecen solo servicios sexuales y sus prestaciones no son puntuales (de manera literal, en griego ἑταίρα, hetaíra significa «compañía»). Son mujeres con un alto desarrollo personal y una cultura cuidada; por su educación esmerada son capaces de tomar parte en las conversaciones entre gentes cultivadas. Únicas entre todas las mujeres de Grecia que son independientes y pueden administrar sus bienes.
[7] Cicerón advierte que estaría de acuerdo con Epicuro respecto a la necesidad de abandonar el dolor y dirigir nuestros pensamientos a los bienes, siempre y cuando lograra ponerlo de acuerdo con él sobre la naturaleza del bien que expone en su obra. (ver Cicerón 2005:296).
[8] Hadot (1998:129) igualmente nos lo advierte cuando plantea que el punto de partida del epicureísmo está en una experiencia y una elección. La experiencia de la carne y cita al filosofo del jardín: Voz de la carne, no tener hambre, no tener sed, no tener frío; el que dispone de eso, y tiene la esperanza de disponer de ello en el porvenir, puede luchar hasta con Zeus por la felicidad (M.V. # 33). La carne no es vista como anatomía del cuerpo, sino en un sentido fenomenológico y novedoso, como receptáculo y sujeto del placer y del dolor, sensaciones que definen a la ética del individuo epicúreo por excelencia. Se tiene que referir a la carne, al sufrimiento, al placer para expresar la experiencia. La persona humana se construye en su historia emocional placentera o discordante. Gracias a ello se nos revela el yo, nuestro si mismo y al otro. No es carne separada del alma. Sufrimiento y placer son estados de conciencia que a su vez remiten a una conciencia de la carne, del cuerpo y, por ende, al alma individual. Se trata liberar a la carne, al cuerpo, del sufrimiento y permitirle con ello alcanzar el placer, el cual no es otro que ausencia de dolor.
[9] Para Epicuro la oposición entre cuerpo y alma es la de lo físico o corpóreo frente a lo incorpóreo. Es por lo que al referirse en sentido estricto al cuerpo Epicuro usa en vez del término griego de soma, el de sarx (carne). Por lo que no nos habla de los placeres del cuerpo sino de los placeres de la carne ante los placeres de la mente (Cf. De UIT p.225: N. W. DeWitt, 1954:33)
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