sábado, 1 de noviembre de 2014



Popper o el oficio de la crítica

Carlos Blank









Habría amado la libertad, creo yo,
en cualquier época, pero en los tiempos
en que vivimos me siento
inclinado a adorarla.
Alexis de Tocqueville



Breve reseña biográfica
Este año se cumplieron 110 del nacimiento de Karl Raimund Popper, ocurrido en Viena el 28 de julio de 1902. Él perteneció, sin ningún género de dudas, a esa admirable élite de creadores que floreció en la capital del imperio austro-húngaro entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Sin embargo, su importancia no reside tanto en la originalidad de sus ideas como en la fuerza y claridad con las cuales las defendió.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, contando apenas 17 años, se decepciona del partido comunista, en el cual militó durante unos pocos meses. Desde entonces se convirtió en uno de los más fervientes críticos del método violento que promovía el marxismo, el cual le parecía poco racional y científico. Hasta el final se mantuvo fiel a la creencia de que el socialismo supone la pérdida de la libertad a expensas de la igualdad y, por tanto, del sacrificio de la propia igualdad y dignidad humanas. Esto lo llevó a reflexionar sobre la verdadera actitud racional que debe comportar la empresa científica, reflexión que nunca abandonaría. Mantuvo una posición crítica hacia el positivismo lógico del Círculo de Viena, llegando a ser considerado como la "oposición oficial" de ese grupo.
En 1937, un año antes de la anexión de Austria por parte de Alemania, llegó a Nueva Zelanda, donde se mantuvo hasta la finalización de la guerra. Allí escribió La sociedad abierta y sus enemigos, libro que lo dará a conocer internacionalmente y en el cual realiza una interpretación, por demás interesante, acerca de los orígenes del totalitarismo. Gracias a la mediación de sus amigos vieneses, Ernst Gombrich y Friedrich Hayek, llega a Londres en 1946. Ocupó la cátedra de Metodología de la Ciencia en la London School of Economics, jubilándose en 1969. Hasta su fallecimiento, ocurrido en Londres el 17 de septiembre de 1994, se mantuvo activo y pudo disfrutar de múltiples honores y reconocimientos. Su influencia se extendió a latitudes bastante alejadas de su Viena natal, como China y Japón. Todo parece indicar que esta influencia sea cada vez mayor y que pase a ser reconocido como uno de los grandes pensadores de la cultura occidental.




Todo conocimiento es conjetural
No es exagerado considerar esta afirmación como el núcleo a partir del cual se articula todo su pensamiento. Esta simple idea constituye un punto de ruptura con la corriente dominante de la tradición occidental, según la cual el conocimiento entraña necesidad y certeza, autoridad y seguridad, a diferencia del carácter contingente o probable de las opiniones humanas. Esta idea choca contra la creencia de que existen fundamentos firmes y definitivos del conocimiento, e introduce la necesidad de revisar constantemente los conocimientos mejor establecidos. Para Popper esta disposición a la revisión crítica del conocimiento humano tiene su origen en la tradición de los primeros pensadores presocráticos y encuentra en la figura de Sócrates su expresión más pura. El maestro de Platón encarna el espíritu de búsqueda permanente que implica todo saber y el reconocimiento permanente de nuestra falibilidad e ignorancia, representa el auténtico racionalismo, del cual se apartara su más aventajado discípulo. Alrededor de la esencial falibilidad humana se desarrolla la tradición de tolerancia que llega hasta nuestros días.

Fue esa doctrina de la esencial falibilidad humana la que revivieron Nicolás de Cusa y Erasmo de Rotterdam (quien alude a Sócrates); y fue sobre la base de esa doctrina 'humanista' (en contraposición a la doctrina optimista a la que adhería Milton, la de que la verdad siempre prevalece) sobre la cual Nicolás, Erasmo, Montaigne, Locke y Voltaire, seguidos por John Stuart Mill y Bertrand Russell, fundaron la doctrina de la tolerancia" (El desarrollo del conocimiento científico: conjeturas y refutaciones, Barcelona, Paidós, 1979, p. 25).

Esta disposición a conceder el beneficio de la duda al momento de defender nuestras opiniones, a reconocer que podemos estar equivocados y, sobre todo, a reconocer que el otro puede tener razón, aunque al comienzo pensemos lo contrario, es una disposición o una actitud de consecuencias invalorables en los asuntos humanos. Ella supone que hagamos una diferenciación importantísima entre los argumentos que sostiene una persona y la persona que los sostiene. Esto implica que podemos atacar los argumentos de una persona, sin dejar por ello de respetar la dignidad de la persona que los profiere, que podemos criticar sus argumentos sin atacar directamente a la persona. Este cambio de espadas (swords) por palabras (words), constituye un paso decisivo en la evolución humana y supone que nuestros argumentos pueden morir en lugar de nosotros. En efecto, "no se mata a un hombre cuando se adopta primero la actitud de escuchar sus argumentos" (Ibid, p. 404). En cambio, "es imposible tener una discusión racional con un hombre que prefiere dispararme un balazo antes que ser convencido por mí" (Ibid, p. 411).






La tensión de la civilización: el conflicto entre la sociedad cerrada
y la sociedad abierta

En su intento por comprender las raíces culturales del totalitarismo, Popper establece la célebre distinción entre la sociedad cerrada y la sociedad abierta. Para él, toda forma de totalitarismo, todo sistema dictatorial, representa la rebelión contra la sociedad abierta o el anhelo de volver a la supuesta seguridad y tranquilidad de la sociedad cerrada, de las pequeñas comunidades, en las cuales se satisfacen las necesidades sociales emocionales y se establecen vínculos personales concretos entre las personas. De allí que "la transición de la sociedad cerrada a la abierta podría definirse como una de las más profundas revoluciones experimentadas por la humanidad" (La sociedad abierta y sus enemigos, Barcelona, Paidós, 1981, p. 173).
Aunque el inicio de esta revolución tuvo su origen en la Grecia de Pericles, puede decirse que apenas está en sus comienzos. De hecho, señala él, nunca podrá darse el paso a una sociedad completamente abierta o abstracta, incluso si la tecnología moderna así lo permitiese, pues siempre hay necesidades emocionales que sólo pueden satisfacerse en pequeños grupos o comunidades. Así pues, "si bien la sociedad se ha tornado abstracta, la configuración biológica del hombre no ha cambiado considerablemente: los hombres tienen necesidades sociales que no pueden satisfacer en una sociedad abierta" (Ibid, p. 172).
Este espíritu de grupo o de cuerpo, propio de la sociedad cerrada, constituye "quizás la más universal de todas las experiencias emocionales y estéticas"(Ibid, p. 566). Esta experiencia se encuentra en los más hermosos gestos de generosidad y desprendimiento humanos, pero también en los más terribles actos de brutalidad y crueldad humanas. De allí su permanente peligrosidad.

Para aquellos que se han nutrido del árbol de la sabiduría, se ha perdido el paraíso. Cuanto más tratemos de regresar a la heroica edad del tribalismo, tanto mayor será la seguridad de arribar a la Inquisición, a la Policía Secreta, y al gangsterismo idealizado. Si comenzamos por la supresión de la razón y de la verdad, debemos concluir con la más brutal y violenta destrucción de lo que es humano. No existe el retorno a un estado armonioso de la naturaleza. Si damos vuelta, tendremos que recorrer todo el camino de nuevo y retornar a las bestias. (Ibid, p. 194).

En resumen, esta tensión es el precio que debemos pagar por vivir en una sociedad cada vez mayor y más compleja, es, en cierto sentido, "el precio que debemos pagar por ser humanos" (Ibid, p. 173).


 


La teoría conspirativa de la sociedad

Así desembocamos en el que posiblemente sea el más conocido, y sobre todo actual, de los planteamientos popperianos: la teoría de la conspiración, que nuestro autor considera como "el mito del siglo XX". De acuerdo con esta teoría "los fenómenos sociales se explican cuando se descubren a los hombres o entidades colectivas que se hallan interesados en el acaecimiento de dichos fenómenos (a veces se trata de un interés oculto que primero debe ser revelado), y que han trabajado y conspirado para producirlos" (Ibid, p. 280). Así, todos los males que aquejan a la sociedad, como las guerras, la pobreza o el desempleo, son producto deliberado de individuos o grupos poderosos interesados en que ellos se produzcan.
Esta teoría es completamente insatisfactoria desde el punto de vista metodológico, aunque satisface nuestra necesidad de encontrar culpables y, sobre todo, nos libera a nosotros de toda culpa. Lo que esta teoría pasa por alto es que "la vida social no es sólo una prueba de resistencia entre grupos opuestos, sino también acción dentro de un marco más o menos flexible o frágil de instituciones y tradiciones y determina -aparte de toda acción opuesta consciente- una cantidad de reacciones imprevistas dentro de este marco, algunas de las cuales son, incluso, imprevisibles" (Ibid, p. 281). La teoría conspirativa resulta ser manifiestamente falsa, pues "equivale a sostener que todos los resultados, aun aquellos que a primera vista no parecen obedecer a la intención de nadie, son el resultado voluntario de los actos de gente interesada en producirlos" (Ibid, p. 281).
Para Popper, en cambio, es la "mezcla de bondad y estupidez la que se encuentra en la raíz de nuestros inconvenientes" (El desarrollo del conocimiento científico, p. 422). Contrariamente a lo que supone la teoría conspirativa, la gran mayoría de los males sociales no tienen su origen en las perversas intenciones de ciertos individuos o grupos que quieren crear deliberadamente estos males, sino más bien son consecuencias imprevistas de acciones inspiradas por las mejores de las intenciones, por los más nobles sentimientos, como el amor a la humanidad. Estos males no surgen de la incredulidad o de la falta de celo moral, sino de la excesiva credulidad humana y del entusiasmo moral mal dirigido, del deseo de hacernos felices o de salvar nuestras almas, en fin, de "la ansiedad por mejorar el mundo en que vivimos" (Ibid, p. 422).  En suma, Popper nos recuerda permanentemente como en nombre de Dios, de la libertad o de la razón, o por amor a los más nobles ideales,  se han cometido a menudo los más atroces crímenes de la humanidad. Tener presente su lección de auténtica tolerancia es quizás el mejor recordatorio para este año que comienza preñado de incertidumbres.