Nubes y Relojes
Carlos Blank
A la memoria de una mujer entrañable y excepcional, Elsa Blank Antich
Introducción: “No hay nada nuevo bajo
el Sol”
Popper es ampliamente conocido como
defensor de la “sociedad abierta”, así como de la libertad y de la creatividad
humanas. Entender que el futuro está abierto y que es intrínsecamente y
objetivamente impredecible es de capital importancia para defender esta
visión de la sociedad humana. La idea de una sociedad abierta se corresponde
también con la idea de un universo abierto, de un universo en constante
evolución y en el que emergen nuevas estructuras que no estaban prefijadas en
un principio y que constituyen auténticas novedades o sorpresas. Por la misma
razón de que no son reducibles a estadios precedentes es imposible predecirlas
de antemano. Por esta misma razón el conocimiento humano es también intrínsecamente
y objetivamente abierto e incompleto. La posición opuesta a esta es la
del determinismo científico, la creencia de que el futuro es siempre
predecible: si podemos conocer de antemano todas las
condiciones iniciales en el presente de los fenómenos, entonces podemos
predecir todos sus estados futuros, gracias a la existencia de
leyes naturales determinísticas. Popper sugiere una forma intuitiva de entender
esta posición determinista por medio de la metáfora del mundo como una gran
película y de Dios como su director.
La idea intuitiva de determinismo
puede resumirse diciendo que el mundo es como una película de cine: la
fotografía o la escena que está proyectándose es el presente. Las
partes de la película que ya se proyectaron constituyen el pasado.
Y las que aun no se han proyectado constituyen el futuro.
En la película, el futuro coexiste
con el pasado; y el futuro está fijado, exactamente, en el mismo sentido que el
pasado. Aunque el espectador no conozca el pasado, todo nuestro futuro, sin
excepción, podría en principio conocerse con certeza, exactamente como el
pasado, puesto que existe en el mismo sentido en el que existe el pasado. De
hecho, el futuro es conocido para el productor de la película, para el Creador
del mundo. (Popper, 1983: 28s)
En un primer momento puede
considerarse el determinismo científico como una reinterpretación o versión
moderna y actualizada –o remake- de la omnipotencia y omnisciencia divinas,
“con las ideas de divina omnipotencia –poder total para determinar el futuro- y
divina omnisciencia, que entraña que el futuro es conocido por Dios ahora, y,
por tanto, cognoscible de antemano y fijado de antemano.” (p. 29) De hecho
Popper considera que esta es históricamente la explicación más plausible.
Históricamente, se puede considerar
la idea de un determinismo “científico” como el resultado de substituir la idea
de Dios por la idea de naturaleza, y la idea del la ley divina por la de ley
natural. La naturaleza, o quizá “la ley de la naturaleza”, es omnipotente y
omnisciente. Todo lo fija de antemano. Al contrario que Dios, que es
inescrutable, y a quien sólo puede conocerse a través de la revelación, las
leyes de la naturaleza pueden ser descubiertas por la razón humana ayudada por
la experiencia humana. Y si conocemos las leyes de la naturaleza podemos
predecir el futuro a partir de los datos presentes por métodos puramente
racionales. (p. 29)
Obviamente, se trata de una
interpretación histórica. Como siempre hay otras interpretaciones alternativas.
Nuestro autor plantea, en efecto, otro punto de vista un tanto diferente: el
determinismo científico constituiría un claro desafío a la visión del sentido
común de acuerdo a la cual hay eventos relativamente predecibles y hay también
eventos que por su propia naturaleza son imposibles de predecir.
Aunque la idea de determinismo
“científico” parece, históricamente hablando, una especie de transferencia del
determinismo religioso a términos naturalistas y racionalistas, es posible,
desde luego, ver la idea del determinismo “científico” bajo un aspecto
diferente. Se puede presentar, por ejemplo, como resultado de una crítica un
tanto sofisticada de la concepción del mundo según el sentido común, según la
cual todos los sucesos del mundo pueden dividirse en dos tipos: los sucesos
predictibles, tales como el cambio de las estaciones, los movimientos diarios y
anuales del sol y las estrellas fijas, o el funcionamiento de un reloj;
y los sucesos impredictibles, tales como los caprichos del tiempo o el
comportamiento de las nubes. (p. 30)
A diferencia del determinismo basado
en creencias religiosas, el determinismo científico es rebatible,
pues “si hubiera un solo suceso futuro en el mundo que no pudiera predecirse,
en principio, por medio del cálculo basado en las leyes naturales y en los
datos que conciernen al estado presente o pasado del mundo, entonces habría que
rechazar el determinismo “científico”.” (pp. 29s) Las exigencias claramente
sobrehumanas del determinismo científico se ponen en evidencia cuando nos exige
“que seamos capaces de calcular, a partir de nuestra tarea de predicción
específica, el grado de precisión de la información inicial que nos es
necesaria para realizar la tarea de predicción.” (p. 39) Así que por
un lado tenemos que si existe un solo hecho que sea imposible de predecir no
importa lo bien que conozcamos los estados iniciales de un evento entonces el
determinismo científico es falso. Por otro lado, tenemos la imposibilidad de
cumplir con las exigencias previas de conocer hasta en sus detalles
infinitesimales el estado del universo en el presente, de modo que podamos
entonces predecir sus estados futuros. La dificultad -`por no decir
imposibilidad- de satisfacer estas exigencias fue puesta de manifiesto en la
conocida formulación del determinismo hecha por Pierre Simon Laplace.
Por eso Laplace introdujo la ficción
de un demonio: una inteligencia sobrehumana, capaz de averiguar el conjunto
completo de las condiciones iniciales del sistema del mundo en cualquier
instante del tiempo. Con la ayuda de estas condiciones iniciales y con las
leyes de la naturaleza, es decir, las ecuaciones de la mecánica, el demonio
sería capaz, según Laplace, de deducir todos los estados futuros del sistema
del mundo; esto mostraría que, siempre que se conociesen las leyes de la naturaleza,
el futuro del mundo estaría implícito en cualquier instante de su pasado; y así
quedaría establecida la verdad del determinismo. (pp. 52s)
Lo más importante del aporte de
Laplace consiste en deshacerse de la idea de Dios, la de considerar a Dios como
un hipótesis superflua e innecesaria, como le respondiese al incrédulo de
Napoleón Bonaparte. Es así “que el demonio de Laplace no es más que un
científico idealizado. En realidad, es un Laplace idealizado.” (p. 54)
El punto crucial del argumento de Laplace
es éste: Hace de la doctrina del determinismo una verdad de la ciencia
y no de la religión. El demonio de Laplace no es un Dios omnisciente,
sino simplemente un supercientífico. No se le supone capaz de nada que no
puedan hacer los científicos humanos, o al menos que no puedan hacer
aproximadamente: simplemente se le supone capaz de realizar sus tareas con
perfección sobrehumana. (p. 53)
A diferencia de una posición
determinista de carácter religioso o metafísico, que son simplemente
irrefutables, el determinismo científico tiene la ventaja de ser refutable y no
precisamente, como piensan algunos, porque la física contemporánea nos ofrezca
claros ejemplos del carácter intrínsecamente indeterminista o probabilístico de
ciertos fenómenos de la naturaleza. Como veremos, este indeterminismo
“científico” es tan poco satisfactorio como el determinismo científico y suele
ser utilizado de manera abusiva para justificar la existencia de la
libertad humana. Por el contrario, el indeterminismo y el puro azar tampoco son
suficientes para permitir la existencia de acciones humanas libres. Todo ello
es resumido por Popper en la siguiente expresión: “el indeterminismo no
basta”. Si el pensamiento de que vivimos en un mundo en que “no hay nada nuevo
bajo el sol” puede ser calificado, siguiendo a Popper, como “la pesadilla
del determinista”, pensar en un mundo dominado por el puro azar y la casualidad
podríamos también calificarlo, si se nos permite la expresión, como la
“pesadilla del indeterminista”. De hecho, nuestro autor está en contra del
tinte subjetivista e idealista que suele darse al indeterminismo. No se
trata, pues, de sí la historia reciente de la física favorece o no el
determinismo, sino de encontrar argumentos válidos en contra del determinismo
científico y a favor del indeterminismo.
Aunque no creo que la mecánica
cuántica permanezca como la última palabra en física, sí creo que su indeterminismo
es fundamentalmente correcto. Yo creo que la mecánica clásica newtoniana es
indeterminista en principio. Esto resulta claro si introducimos en ella modelos
físicos de conocimiento humano; por ejemplo, computadoras. La introducción de
conocimiento humano objetivo en nuestro universo –la introducción del “Mundo 3”
(no debemos olvidar que las computadoras, aunque no son humanos, están hechas
por el hombre)- nos permite probar no sólo el carácter indeterminista de este
universo, sino también su esencial apertura o incompletud. (p. 147).
Volviendo ahora a la mecánica
cuántica, quiero señalar que el indeterminismo de un Dios que juega a los
dados, o de las leyes de probabilidad, no crea espacio para la libertad humana.
Porque lo que queremos entender no es sólo cómo podemos actuar impredictiblemente
y de una forma fortuita, sino cómo podemos actuar deliberada y
racionalmente. La famosa constancia probabilística de sucesos fortuitos
como el de que se echen cartas al correo sin dirección puede ser una curiosidad
interesante, pero no tiene semejanza alguna con el problema de la libertad de
escribir un poema, bueno o malo, o de presentar una nueva hipótesis sobre,
digamos, el origen del código genético. (p. 148)
La pesadilla del determinista
Como ya hemos mencionado, el sueño
del determinista es, más bien, una pesadilla, pues excluye toda posibilidad
real de actuar con libertad y espontaneidad, impide la acción humana y el libre
arbitrio, impide, en definitiva, esa chispa de creatividad que nos hace humanos.
Por otro lado, la defensa de un indeterminismo puro y simple no nos deja mejor
parados. (Obviamente, existen teorías compatibilistas, que conjugan la defensa
del determinismo físico y la existencia de la libertad humana, como las de
David Hume, Immanuel Kant o, más recientemente, Daniel Dennett) De
acuerdo con Popper, sin embargo, existen argumentos en contra del determinismo
científico. Al esgrimir estos argumentos le estaríamos restando piso también al
determinismo religioso y metafísico, si bien estos últimos son, como ya
dijéramos antes, irrefutables en principio.
Pero para poder argumentar mejor en
contra de este determinismo científico se hace necesario hacer formulaciones
más precisas de él, pues cuanto más precisa sea su formulación más precisa será
también su refutación. Ya hicimos mención de la formulación del “demonio
laplaciano”. A continuación Popper lo reformula en los siguientes términos:
Una teoría física es
determinista prima facie si, y sólo si, nos permite deducir, a
partir de una descripción matemáticamente exacta del estado
inicial de un sistema físico cerrado que se describe en términos de la teoría,
la descripción, con cualquiera que sea el grado de finito de precisión
estipulado, del estado del sistema en cualquier instante dado del futuro.
(Popper, 1983: 54)
La cuestión importante que debemos
plantearnos a continuación es la siguiente: “¿estamos autorizados a inferir de
dicha suposición la verdad del determinismo ‘científico’? o, dicho de otro
modo, ¿estamos autorizados a inferir el carácter determinista del mundo del
carácter determinista prima facie de una teoría?” (p. 55) La
opinión de Popper es que no. Pero además existen buenas razones para suponer
que es imposible encontrar una teoría determinista completa. Y la razón de ello
es bastante simple. Es imposible hallar una teoría que pueda dar completamente
todas las razones de la realidad. Sin duda que la ciencia ha tenido un gran
éxito, en especial, la mecánica newtoniana. Sin embargo, este éxito es producto
de una simplificación deliberada de la realidad, dejando al margen si la
realidad es mucho más compleja de lo que se asume en nuestro modelo idealizado.[1] La cuestión ahora es la de si de la simplicidad de
nuestros modelos podemos inferir la simplicidad de la realidad. Pero “el mundo
tal como lo conocemos, es enormemente complejo; y, aunque pueda tener aspectos
estructurales que sean simples en un sentido u otro, la simplicidad de algunas
de nuestras teorías –que son nuestra propia creación- no entraña la simplicidad
intrínseca del mundo.” (p. 66) Aunque podamos preferir siempre aquella
explicación más simple, entre otras cosas, porque nos facilita su
contrastación, no podemos transferir esta simplicidad a la realidad como
tampoco el determinismo. En este sentido la ciencia puede ser descrita como “el
arte de la ultra-simplificación sistemática, el arte de discernir lo que es
ventajoso omitir.” (p. 67) El conocimiento científico es, en cambio, una
secuencia infinita de aproximaciones, una sucesión de mallas o redes de distinto
tamaño y grosor, de las que es imposible que no se nos escape algún pez más
pequeño.
Pero, puesto que no hay medida
absoluta para el grado de aproximación logrado por la tosquedad o fineza de
nuestra red –sino sólo una comparación con aproximaciones mejores o peores-,
incluso nuestros esfuerzos de mayor éxito no pueden producir más una red
cuya malla es demasiado tosca para el determinismo. Intentamos examinar el
mundo exhaustivamente con nuestras redes; pero sus mallas siempre dejarán
escapar algún pequeño pez; siempre habrá suficiente juego para el
indeterminismo. (pp. 69s)
La otra importante línea
argumentativa en contra del determinismo científico proviene de la naturaleza
del tiempo. Existe una asimetría fundamental entre el pasado y el futuro: mientras
que el pasado puede considerarse trivialmente como algo determinado y
clausurado, en cambio, el futuro nunca está completamente determinado, está
abierto a nuevas posibilidades e influencias. A diferencia de aquellos sistemas
que consideran el tiempo como una variable reversible, como una mera ilusión,
existen poderosas razones para considerar el tiempo como real y dotado de una
dirección irreversible –la flecha del tiempo-. Para entender mejor el concepto,
imagínense lo absurda que nos parece una película cuando la mostramos hacia
atrás o lo imposible que puede resultar separar determinados elementos una vez
que ya han sido mezclados o “recoger la leche derramada”. Esto no sólo es
compatible con nociones de sentido común, sino que además está en clara
sintonía con los principios de la termodinámica y con el hecho de que el calor
pasa de un cuerpo más caliente a uno más frio, perdiéndose irreversiblemente
ese calor. Claro está, que hay también “estructuras disipativas”
apartadas de ese estado de equilibrio termodinámico o muerte térmica.
Prigogine está desarrollando esta
parte de la física, tanto teórica como experimentalmente, y ahora es claro que
los sistemas abiertos en un estado distante del equilibrio pueden construir
nuevas estructuras en lugar de moverse hacia un estado de equilibrio, de
maximización de la entropía, de desaparición de la estructura: de esa muerte
del calor que desde hacía tanto tiempo se predecía para el universo. (p. 194)
Además, la predicción del futuro debe
enfrentarse a toda una serie de dificultades. Una de ellas tiene que ver con la
imposibilidad de conocer ahora lo que sólo podemos conocer en el futuro. Más
allá de las “predicciones” triviales y de las generalidades a los que nos
tienen acostumbrados aquellos que son capaces de “leer el futuro”, las
predicciones científicas deben ser lo suficientemente precisas para que puedan
tener algún interés. Ahora bien, esa precisión tiene necesariamente un límite,
es imposible alcanzar una precisión infinita o absoluta. Es imposible, por
ejemplo, conocer de antemano todas las consecuencias que se derivan de un nuevo
conocimiento o de un agente, de nuestras propias acciones. Es imposible saber
cómo nuestras propias predicciones pueden afectar el futuro. Existe un límite a
lo que podemos anticipar, aunque sólo sea por el hecho de que aquello que
queremos anticipar ni siquiera se encuentra remotamente presente en el ahora.
En la medida en que nosotros o una máquina calculadora –da igual- debe incluir
permanentemente sus propios estados en cualquier predicción futura, esta
predicción no podrá realizarse plenamente. En la medida en que nosotros somos
parte del universo que pretendemos describir es imposible llevar a cabo una
descripción completa, pues para ello deberíamos incluirnos a nosotros mismos
como parte de nuestra descripción, lo cual nos enfrenta, como en “Las Meninas”
de Velázquez o en “Las manos dibujando” de Escher , a una
regresión o tarea infinita. Por algo no le gustaban a Borges los espejos:
porque multiplican la realidad al infinito.
En el planteamiento del determinismo
científico se esconde una trampa similar a la que encontramos en los defensores
de la inteligencia artificial, en la que se nos pide que seamos lo
suficientemente precisos en la determinación de aquellas actividades que
realiza un ser humano y que una máquina es incapaz de realizar.
Turing afirma que los hombres y las
computadoras son indistinguibles en principio por sus funciones
(comportamentales) observables y reta a sus oponentes a que especifiquen alguna
realización o comportamiento observable del hombre que, en principio, no pueda
llevar a cabo una máquina. Pero este desafío es una trampa intelectual:
al especificar un tipo de comportamiento, suministramos
condiciones para la construcción de un computador. Además, usamos y construimos
computadores para que realicen aquellas cosas que nosotros no podemos hacer,
del mismo modo que yo empleo una pluma o un lápiz para hacer una suma que
me resulta imposible resolver de memoria. Einstein acostumbraba a decir “mi
lápiz es más listo que yo”, lo cual no demuestra que fuese indistinguible de su
lápiz. (Popper, 1974: 209, 40n)[2]
Las computadoras son máquinas hechas
por nosotros, su existencia era impredecible hace muchos años. Si alguien las
hubiese predicho con mucho detalle, no las hubiese predicho sino inventado.
Esto ocurre con todos aquellos objetos que inventamos. ¿Quién podría predecir
todos los cambios que se originan a partir del uso de las computadoras? Algo
similar ocurre con nuestras propias teorías. También aquellos que
han descubierto o inventado una teoría –a los propósitos actuales es lo mismo-
son incapaces de predecir todas y cada una de las consecuencias de su propia
teoría. El ejemplo favorito de Popper es que si Dios o nosotros inventamos o
creamos los números naturales, existen posteriormente propiedades que deben ser
descubiertas, por ejemplo, la de ser un número primo o la de que no hay un
número primo máximo o la conjetura de Goldbach de que todo número par >2 es
la suma de dos números primos. Estas son propiedades que descubrimos y que no
podíamos conocer de antemano, tienen un carácter relativamente autónomo y
libre.
Miremos o no al universo como a una
máquina física, tenemos que enfrentarnos al hecho de que ha producido vida y
hombres creativos, que está abierto a sus pensamientos creativos y que ha sido
cambiado físicamente por ellos. No debemos cerrar los ojos ante este hecho ni
permitir que nuestra apreciación de los éxitos fraguados por los programas
reduccionistas nos impida ver que el universo que alberga la vida es creativo
en el mejor sentido: creativo en el sentido en el que lo han sido los grandes
poetas, los grandes artistas, los grandes músicos, y también los grandes
matemáticos, los grandes científicos y los grandes inventores (Popper, 1983:
195).
La otra alternativa es la pesadilla
del determinismo físico, según el cual “el mundo es su conjunto, con todo lo
que hay en él, es un inmenso autómata y, por tanto, nosotros no somos más que
diminutos engranajes o, a lo sumo, sub-autómatas suyos.” ( Popper, 1974: 207)
Para visualizar mejor lo que de pesadilla hay en el determinismo físico nos
plantea el siguiente ejemplo.
Pondré un ejemplo aún más
impresionante: si el determinismo físico está en lo cierto, entonces un físico
completamente sordo que nunca haya oído una composición musical podrá escribir
todas las sinfonías y conciertos de Mozart o Beethoven por el simple expediente
de estudiar los estados físicos exactos de sus cuerpos y predecir en qué lugar
del pentagrama habrían de poner las señales negras. Nuestro físico sordo podría
hacer aún más cosas: mediante un estudio suficientemente detallado de los
cuerpos de Mozart o Beethoven podría componer partituras que ellos, de hecho,
nunca escribieron, pero que habrían escrito si hubiesen comido cordero,
pongo por caso, en lugar de pollo o si hubiesen bebido té en lugar de café.
(Popper, 1974: 208)
Peor aún, si cabe, el determinismo es
indefendible en la medida en que desconoce el poder de los argumentos y la
capacidad que tienen de influir en nuestras decisiones. Para el determinista la
aceptación del determinismo es una consecuencia de la propia estructura
determinista del mundo. Si esto es así entonces la aceptación del
determinismo no puede ser sino producto del autoengaño, no del convencimiento
propio.
Según el determinismo, una teoría
–como, por ejemplo, el determinismo- se sostiene a causa de cierta estructura
física de su defensor (tal vez de su cerebro). De acuerdo con ello, nos estamos
engañando a nosotros mismos (y estamos físicamente determinados a hacerlo)
cuando creemos que existen cosas tales como argumentos o razones que nos hacen
abrazar el determinismo. En otras palabras, si el determinismo físico es
verdadero, no es defendible, ya que debe explicar todas nuestras reacciones
(incluso las que nos parecen creencias basadas en argumentos) en términos de
condiciones puramente físicas. Las condiciones puramente físicas,
junto con nuestro medio físico, nos obligan a decir o aceptar lo que decimos o
aceptamos. Un físico experimentado que no sepa una palabra de francés no
haya oído hablar nunca del determinismo, habrá de poder predecir lo que diría
un determinista francés en una discusión francesa acerca del determinismo, así
como lo que diría su oponente indeterminista. Ahora bien, lo que esto significa
es que si creemos haber aceptado una teoría como la determinista movidos por la
fuerza lógica de ciertos argumentos, entonces según el determinismo físico nos
estamos autoengañando; o, más exactamente, estamos en unas condiciones físicas
que nos determinan a autoengañarnos. (pp. 208s)
En cambio, la creatividad y la
inventiva humanas en todas sus manifestaciones, científica, artística, etc.,
es, sin duda, la mejor prueba en contra de un universo determinista y
cerrado causalmente. La música, por ejemplo, es la mejor prueba de que no
podemos reducir el mundo a su expresión puramente física o material. Sin duda
que si Beethoven hubiese sido sordo de nacimiento hubiese sido una limitación
que le hubiese impedido el ser compositor. Sin embargo, las limitaciones de un
músico provienen también de las propias restricciones internas que imponen la
teoría musical y que no puede reducirse a meras manchas en un pentagrama.
Pero la teoría de que la creación de
obras de arte o música puede explicarse, en última instancia, en términos de
química o física, me parece absurda. En la medida que puede explicarse la
creación de música, tiene que hacerse, al menos en parte, en términos de la
influencia de otra música (que también estimula la creatividad en el músico); y,
lo más importante, en términos de la estructura interna, las leyes y las
restricciones internas, que juegan un papel en la música y en todos los demás
fenómenos del “Mundo 3”; leyes y restricciones cuya absorción (y cuyo ocasional
desafío) es enormemente importante para la creatividad del músico. (Popper,
1983: 149s)
En suma, lo que está planteado
es la existencia de un universo abierto, de un mundo donde es posible la
emergencia de novedades que no estaban preformadas o contenidas de antemano, un
mundo y una sociedad en perpetuo cambio, donde lo que perdemos en certeza y
seguridad lo ganamos en creatividad y libertad. La creatividad humana es vista,
así, como parte de la propia evolución creadora del universo; somos también, en
esa medida, cocreadores de la evolución del universo o multiverso –como algunos
prefieren llamarlo-.
Así pues, vivimos en un universo
abierto. No podíamos hacer este descubrimiento antes de que hubiera
conocimiento humano. Pero, una vez que lo hemos hecho, no hay razón para pensar
que la apertura depende exclusivamente de la existencia de conocimiento humano.
Es mucho más razonable rechazar todas las teorías de un universo cerrado: la de
un universo cerrado causalmente tanto como la de uno cerrado
probabilísticamente, rechazando, por tanto, el universo cerrado concebido por
Laplace y el contemplado por la mecánica de las ondas. Nuestro universo es
causal, en parte probabilista y en parte abierto: es emergente. (pp. 151s)
Nubes o relojes
Posiblemente una de las metáforas más
felices de Popper ha sido la del contraste entre nubes y relojes, para expresar
las diferencias que existen entre un universo abierto e indeterminista, por un
lado, y un universo cerrado y determinista, por otro lado. Desde la invención
del reloj mecánico de péndulo, gracias a Huygens, el reloj ha sido comprendido
como la expresión más acabada de la precisión y la regularidad. La idea
de un Dios-relojero enfrentó a Leibniz y a Newton, permitiendo expresar así sus
diferencias sobre el universo. Si para Leibniz se trataba de un mecanismo de
relojería perfecto, que medía el tiempo sin adelantarse ni
retrasarse jamás, dejando así ocioso a su creador; en cambio, para Newton
ese universo-reloj sufría ciertos adelantos y retrasos de cuando en cuando, lo
que hacía imprescindible la intervención regular de ese Dios-relojero en su
propia creación y hacía que se mantuviese constantemente ocupado. Si el
primero es el Dios del descanso dominical o del Sabbath, el segundo es el
Dios de los días laborales, en la hermosa metáfora de Koyré.
Un gran naturalista también utilizó
la metáfora del reloj para expresar la imposibilidad de concebir los
maravillosos diseños, los “diseños inteligentes” de que hace gala
abundantemente la naturaleza, sin que una Inteligencia Superior hubiese
concebido previamente esos diseños, pues ello sería tan impensable como
observar un reloj y no pensar que ese reloj es el producto de un maestro
relojero o de un artesano. En efecto, para William Paley el fino ajuste que
muestra el ensamblaje de las partes de los organismos en la naturaleza para
desarrollar una determinada función, por ejemplo, la visión, es similar al fino
ajuste que presenta el ensamblaje de un reloj para medir el tiempo. Y así como
es inconcebible pensar que las partes de un reloj se han unido espontáneamente
o como producto del azar y sin la intervención de un artífice, así mismo,
plantea Paley, es impensable que ese “diseño inteligente” que observamos en la
naturaleza sea producto del azar y no obedezca también a un artífice o
diseñador inteligente. Paley establece así un analogía entre la mente humana y
la mente de Dios, entre la construcción de un casa por un arquitecto y la
construcción del universo por parte de Dios. De nuevo pareciera que pudiésemos
hacer una analogía entre la precisión matemática de un reloj y la precisión
matemática que encierra el funcionamiento de la naturaleza.[3] Justamente
para contrarrestar la precisión matemática de los relojes Popper introduce la
imagen de las nubes, para dar cuenta, más cercano al sentido común, de la
existencia de fenómenos altamente irregulares.
Mis nubes pretenden representar los
sistemas físicos que, como los gases, son altamente irregulares,
desordenados y más o memos impredictibles. Supondré que tenemos ante nosotros
un esquema u ordenamiento a cuya izquierda está situada una nube muy perturbada
o desordenada. En el otro extremo de nuestro ordenamiento, a la derecha,
podemos colocar un reloj de péndulo, un reloj de precisión que intenta
representar los sistemas físicos regulares, ordenados y de comportamiento
altamente predictible.
De acuerdo con lo que se podría
denominar la visión de las cosas según el sentido común, algunos fenómenos
naturales, como el tiempo atmosférico o el paso de las nubes, son
difíciles de predecir: hablamos de los “caprichos del tiempo”. Por otro lado,
hablamos de “precisión propia de un mecanismo de relojería” para describir
fenómenos muy regulares y predictibles. (Popper, 1974: 194)
Esta tabla nos permite hacer una
clasificación todo lo exhaustiva que se quiera de fenómenos que se ubican
claramente a la izquierda si son bastante desordenados o claramente a la
derecha si son altamente regulares y periódicos. Y dentro de esos dos extremos
podemos encontrar toda una gama de fenómenos que se aproximan más a uno u otro
de ambos extremos.
Entre ambos extremos –las nubes a la
izquierda, los relojes a la derecha- podemos colocar muchísimas cosas, procesos
y fenómenos naturales. Los cambios de estación son relojes un tanto imprecisos,
por lo que tendríamos que situarlos hacia la derecha, aunque no
demasiado. Supongo que será fácil ponerse de acuerdo en que los animales han de
estar no muy alejados de las nubes, mientras que las plantas habrán de
colocarse algo más cerca de los relojes. Por lo que respecta a los animales,
habrá que colocar a un joven cachorro algo más a la izquierda que a un perro
viejo. Los coches también dispondrán de un lugar en alguna parte de nuestra
ordenación de acuerdo con su precisión: imagino que un Cadillac estará bastante
a la derecha, y mucho más un Rolls-Royce, que estará muy próximo al mejor de
los relojes. Tal vez el sistema solar haya de situarse más a
la derecha, (pp. 194s).
El autor nos propone otras metáforas
alternativas, como la de un enjambre de mosquitos o una excursión familiar al
campo, en la cual el carro hace las veces de centro de atracción o atractor,
como se denomina en teoría del caos.
Los mosquitos individuales que, como
las moléculas de un gas forman todos juntos un enjambre, se mueven de un
modo asombrosamente irregular. Es casi imposible seguir el vuelo de un mosquito
particular, aunque todos ellos sean lo suficientemente grandes como para ser
visibles con claridad. (p.195)…
Del mismo modo que ocurre con muchos
sistemas físicos, biológicos y sociales, el enjambre de mosquitos puede
describirse un “todo”. Mi conjetura de que se mantienen unidos por una especie
de atracción que ejerce la parte más densa sobre los mosquitos individuales que
se alejan demasiado de la muchedumbre, muestra que incluso dicho todo ejerce
una especie de acción o control sobre sus elementos o partes…., (p. 196).
Un ejemplo (semejante en muchos
sentidos) de sistema biológico que constituye un “todo”, con un control sobre
los movimientos en gran medida irregulares de sus partes, viene dado por una
familia que va de excursión al campo –los padres con unos niños y un perro-
vagabundea durante horas por el bosque sin alejarse nunca mucho del coche
familiar (que actúa, como si dijéramos, a modo de un centro de atracción).
Puede decirse que este sistema es aún más nebuloso que nuestra nube de mosquitos;
es decir, menos regular respecto al movimiento de sus partes, (p. 196).
Aunque esta posición nos parece
completamente familiar y acorde con nuestras nociones básicas de sentido común
sobre la realidad, la visión del determinismo físico se mantuvo como la única
posible científicamente. Según el determinismo científico todas las nubes son
relojes y cualquier ubicación de fenómenos hacia la izquierda responde
simplemente a nuestra ignorancia. Resultaba poco científico o racional no
adherirse a este determinismo físico. Sin embargo, Popper destaca a Charles
Sanders Peirce como un claro exponente de la disidencia en contra de ese modelo
dominante y como alguien que se atrevió a nadar contra la corriente científica
principal.
Charles Sanders Peirce, el gran
matemático y físico americano que considero uno de los mayores filósofos de todos
los tiempos, se encontraba en el pequeño grupo de los disidentes. No ponía en
cuestión la teoría de Newton; ya en el año 1892 mostró que aunque la teoría
fuese verdadera no nos suministraría ninguna razón válida para creer que las
nubes sean relojes perfectos. Aunque compartía con todos los físicos de su
tiempo la creencia de que el mundo era un reloj que funcionaba de acuerdo con
las leyes de Newton, no aceptaba la creencia de que dicho reloj, o cualquier
otro, fuese perfecto hasta en los menores detalles. Señalaba que, en cualquier
caso, partiendo de la experiencia no es posible pretender alcanzar el
conocimiento de algo semejante a un reloj perfecto; ni siquiera de algo que se
asemeje débilmente a la absoluta perfección supuesta por el determinismo físico.
(pp. 198s)….
Por tanto, Peirce conjeturaba que el
mundo sólo no estaba estrictamente regulado por leyes newtonianas, sino que, a
la vez, también estaba dominado por leyes de azar, aleatorias o de desorden;
por leyes de probabilidad estadística. El mundo se convertía así en un
sistema trabado de nubes y relojes de tal modo que incluso los mejores relojes
mostrarían cierto grado de nubosidad en su estructura molecular. (p. 199)
Para él las medidas físicas y
astronómicas estaban muy lejos de la precisión con que se usan los números
en la contabilidad, por ejemplo. Si bien Peirce era una voz que clamaba
en el desierto, a comienzos del siglo XX se invierte la relación y son los
defensores del determinismo físico los oscurantistas y reaccionarios, aunque
entre ellos se encontrasen los propios fundadores de la teoría cuántica.
Los físicos solo estuvieron
dispuestos a abandonar el determinismo físico tras la caída de la física
clásica y el surgimiento de la nueva teoría cuántica.
Entonces cambiaron las tornas. El
indeterminismo, que hasta 1927 era igual a oscurantismo, se convirtió en una
moda generalizada hasta el punto que algunos grandes científicos como Max
Planck, Erwin Schrödinger y Albert Einstein fueron tenidos por viejos
carcamales, a pesar de estar a la vanguardia de la teoría cuántica. (p. 200)
Como ya vimos antes, el determinismo
físico –o el determinismo científico, al efecto es lo mismo- tiene una gran
desventaja con relación al indeterminismo físico, pues tiene la carga de la
prueba y debe demostrar que no hay ningún evento que no esté predeterminado y
que no sea predecible en principio. En cambio, el indeterminismo físico afirma
simplemente que sí los hay y es “compatible con cualquier grado de
regularidad que se desee”.
Lo único que afirma el indeterminismo –o,
más exactamente, el indeterminismo físico- es que no todos los acontecimientos
del mundo físico están predeterminados con absoluta precisión en todos sus
detalles infinitesimales. Al margen de esto, resulta compatible prácticamente
con cualquier grado de regularidad que se desee y, por tanto, no implica la
opinión de que haya “acontecimientos” sin “causas”, por la sencilla razón
de que las palabras “acontecimientos” y “causas” son lo suficientemente vagas
como para permitir la compatibilidad de indeterminismo físico con la doctrina
de que todo acontecimiento tiene una causa. Frente al determinismo físico, que
exige una predeterminación física completa e infinitamente precisa sin
excepción alguna, el indeterminismo físico sólo afirma que el determinismo es
falso y que al menos hay, aquí y allá, algunas excepciones a la determinación
precisa. (pp. 205s)
A menudo la discusión entre el
determinismo y el indeterminismo es visto como la elección entre el
determinismo absoluto y perfecto o el azar absoluto y perfecto. El haber
planteado las cosas en esos términos no ha ayudado para nada y ha sido fuente
de confusión y falsas extrapolaciones, como la de que en un mundo dominado por
el azar hay cabida para la libertad humana. Pero para Popper es claro que el
puro azar es tan insatisfactorio como el determinismo más estricto, por lo que
debemos ubicarnos en un punto intermedio. Por ello “lo que necesitamos para
comprender el comportamiento humano racional –así como el animal- es algo que posea
un carácter intermedio entre el azar perfecto y el determinismo perfecto –algo
intermedio entre las nubes perfectas y los relojes perfectos.” (p. 212)
Como es obvio, lo que queremos es
comprender de qué modo las cosas no físicas, como los propósitos,
deliberaciones, planes, decisiones, teorías, intenciones y valores pueden tomar
parte en la introducción de cambios físicos en el mundo, como es obvio que lo
hace, mal que les pese a Hume, Laplace y Schlick. Es evidentemente falso que
todos esos tremendos cambios físicos que producen nuestras plumas, lápices o
excavadoras se puedan explicar en términos exclusivamente físicos, sea mediante
una teoría física determinista, sea mediante una teoría estocástica (según la
cual se deberían al azar). (p. 213)
A continuación nuestro autor va a
criticar a aquellas teorías que llama “modelos de control de conmutador
general” o “teorías de conmutador general”, según las cuales “nuestro cuerpo es
una especie de máquina que puede regularse mediante una llave o conmutador
desde uno o más puntos centrales de control.” (p. 216) Para
él estas teorías le recuerdan la excusa de la madre soltera que afirmaba que su
niño era muy pequeño, como para restarle importancia al hecho.
La razón estriba en que estas teorías
–sea la cartesiana o la del amplificador de los físicos cuánticos- pertenece a
lo que tal vez podríamos denominar “teorías del niño pequeñito”. Me
parecen casi tan poco atractivas como los niños pequeñitos.
Estoy seguro de que todos ustedes
conocen la historia de la madre soltera que alegaba: “Pero si sólo es un
niño muy pequeñito”. Las protestas de Descartes me parecen
similares: “Pero si es tan pequeño: no es más que un punto matemático inextenso
aquel en que la mente actúa sobre el cuerpo”.
Los teóricos cuánticos mantienen una
teoría del niño pequeño muy similar: “Pero si es sólo mediante un salto
cuántico y precisamente con las incertidumbres de Heisenberg –que también son
muy pequeñas- con lo que la mente actúa sobre un sistema físico.” Admito que
aquí puede haber un ligero progreso en la medida en que se especifica el tamaño
del bebé. Pero sigue sin gustarme la criatura.
Por pequeño que sea el conmutador
general, el modelo de tal conmutador cum amplificador sugiere
con gran fuerza que todas nuestras decisiones o son precipitadas (como ya lo he
señalado en la sección X) o se componen de decisiones precipitadas. (pp. 216s)
Para dar una explicación
satisfactoria a la interacción mente-cuerpo o problema de Descartes y la
interacción entre las ideas abstractas y la mente humana –o cómo influyen en el
comportamiento humano- o problema de Compton, Popper propone sustituir el
control férreo que está implícito en estas teorías del conmutador general
por el control plástico de una pompa de jabón.
Se puede definir mi teoría como un
intento de aplicar a la evolución en su conjunto lo que hemos sacado en limpio
del análisis de la evolución, desde los lenguajes animales hasta el lenguaje
humano. Se trata de una visión de la evolución como un sistema de
controles plásticos en desarrollo, así como de una visión de los organismos
como elementos que incorporan –o, en el caso del hombre, que desarrollan
exosomáticamente – ese sistema jerárquico de controles plásticos. Suponemos
aquí la teoría neodarwinista de la evolución, aunque se reformula señalando que
sus “mutaciones” pueden interpretarse como gambitos de ensayo y error más o
menos accidentales y la “selección natural”, como un modelo de controlarlos
mediante la supresión de errores. (p. 224)
Popper resume su teoría en doce tesis
que transcribimos a continuación:
(1) Todos los organismos acometen constantemente la resolución de problemas.(2) Estos son problemas objetivos y no precisan de una contrapartida consciente. (3) La resolución de problemas procede siempre por ensayo y error: por medio de nuevos órganos, nuevos hábitos e hipótesis y la eliminación de errores correspondiente.(4) La eliminación de errores procede a través de la selección natural o evolución tentativa de estos órganos, hábitos o hipótesis.(5) El organismo individual incorpora en sí mismo los controles desarrollados a lo largo de la evolución de su phylum.(6) El organismo individual es una especie de punta de flecha de la secuencia evolucionista de organismos a que pertenece su phylum: él mismo es una solución tentativa que prueba nuevos nichos ecológicos, eligiendo y modificando el medio.(7) Todo lo anterior se puede esquematizar del siguiente modo: P à TT(S) àEE àP o mejor P1 à TT(S) à EE àP2 (donde P=problema, TT=teoría tentativa o TS=solución tentativa y EE=eliminación de error).(8) Tomando en cuenta la multiplicidad de ensayos o hipótesis tentativas sería: P1 à TS1 à EE à P2, P1 à TS2 à EE àP2, ……… P1 à TSn à EE à P2.(9) Este esquema es comparable con el neodarwinismo: hay una multiplicidad de soluciones tentativas –las variaciones o las mutaciones- aunque sólo hay un medio de eliminar los errores –la muerte del organismo.(10) Cabe señalar que no todos los problemas son de sobrevivencia, sino también con la creación de nuevos “nichos ecológicos”.(11) Los problemas a los que trata de enfrentarse el organismo son muchas veces nuevos y surgen por sí mismos como resultado de la evolución. Esto se ha denominado, de un modo un tanto equívoco, “evolución creadora” o “evolución emergente”.(12) Nuestro esquema permite que nuestra hipótesis muera en lugar nuestro. ( ver pp. 224ss)
Es aquí donde desarrolla su
epistemología evolucionista y considera la propia evolución material desde una
ameba hasta Einstein como una línea continua de resolución de problemas, por
más diferencias obvias que podamos encontrar entre una ameba y Einstein. Aparte
de la búsqueda consciente de la mente de Einstein, la diferencia fundamental es
que los entes biológicos suelen morir si se equivocan, si, por ejemplo,
confunden una presa con un predador, mientras que las teorías científicas
pueden morir en lugar de nosotros. (Esto no impide reconocer el hecho que haya
habido personas que hayan muerto o se las haya amenazado de muerte por defender
determinadas teorías.) Entre las teorías científicas y, en general, todos
aquellos objetos del mundo 3 que son producto de la mente humana, pero tienen
relativa independencia, se establece un control plástico, un control flexible,
que restringe algunas posibilidades pero que también hace posible otras.
En fin, la pompa de jabón exhibe toda la complejidad de las nubes y
requiere un control flexible para mantener su sutil y delicado equilibrio.
Pero, ¿acaso hay ejemplos de sistemas
físicos pequeños controlados “blandamente”, a parte de los sistemas orgánicos y
esos vastos sistemas de partículas?
Creo que los hay. Propongo que, en
medio de nuestro diagrama, coloquemos la pelota de un niño o, tal vez mejor,
una burbuja de jabón que resulta ser un ejemplo muy primitivo, y en muchos
aspectos excelente, de sistema peirceano con un tipo blando de
control plástico.
La burbuja de jabón consta de dos
subsistemas que resultan ser nubes y que se controlan entre sí: sin el aire, la
película de jabón se destruiría, con lo que sólo tendríamos un agota de
agua jabonosa. Sin la película de jabón el aire estaría descontrolado, se
difundiría y dejaría de formar un sistema. Por tanto, el control es
mutuo, plástico y tiene un carácter de retroalimentación. Con todo, es posible
establecer una distinción entre el sistema controlado (el aire) y el sistema de
control (la película): el aire encerrado no sólo es más nebuloso que la
película envolvente, sino que además deja de constituir un sistema físico
(con interacción) si eliminamos la película. Por el contrario, tras eliminar el
aire, la película formará una gota que, aunque tenga una forma distinta, se
puede decir que es un sistema físico. (p. 230)
De nuevo, el mejor ejemplo de que
nuestra mente ejerce un control plástico sobre nuestro cuerpo proviene del arte
y en particular del aprendizaje en la ejecución de un instrumento musical.
El control, una vez más, tendrá un
carácter “plástico”; de hecho todos sabemos –especialmente los que tocan algún
instrumento como el piano o el violín- que el cuerpo no siempre hace lo que
queremos, así como hemos de aprender mediante nuestros fracasos a modificar
nuestras metas, haciendo concesiones a las limitaciones de nuestros controles:
aunque hasta cierto punto seamos libres, siempre hay condiciones
físicas o de cualquier otra naturaleza que limitan lo que podemos
hacer. (Naturalmente, antes de rendirnos, somos libres de intentar vencer estas
limitaciones). (p. 233)
Sería, sin embargo, un error
considerar que todo lo que hacemos tiene un valor de sobrevivencia, por ser
productos de la evolución biológica del ser humano. Posiblemente hasta el arte
rupestre tenía en sus comienzos ese sentido de sobrevivencia y de utilidad
biológica, aunque posteriormente otras acciones pueden incluso oponerse a la
mera sobrevivencia biológica, como “la ambición de sobresalir en empresas
arriesgadas, escalar el Everest, descubrir un nuevo continente, llegar el
primero a la Luna o, también, la ambición de descubrir una nueva verdad.” (p.
234)
En fin, hemos pasado de la opinión de
que todas las nubes son relojes, a la opinión de que incluso los relojes más
precisos contienen elementos nebulosos y de incertidumbre, los relojes se nos
han tornado blandos y suaves, una suerte de huevos fritos, como en el conocido
cuadro de Salvador Dalí. Posiblemente, al final el poeta tenía razón y
debemos preferir “los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de
jabón”.
Tal vez podamos detenernos aquí un
momento para volver sobre el problema del determinismo físico y sobre nuestro
ejemplo del físico sordo que, sin haber oído nunca música, era capaz de
“componer” una ópera de Mozart o una sinfonía de Beethoven, sólo con estudiar
sus cuerpos y el medio en que se desenvolvían sus sistemas físicos, prediciendo
en qué lugar del pentagrama iban a escribir sus plumas las señales negras. Para
mí, estas consecuencias del determinismo físico son inaceptables. Mozart y
Beethoven eran controlados, en parte, por sus “gustos”, por sus sistemas de
evaluación musical. Ahora bien, dichos sistemas no son férreos, sino plásticos.
Responden a nuevas ideas y se pueden modificar mediante nuevos ensayos y
errores –tal vez, incluso, mediante un error accidental o una disonancia
inesperada. (pp. 234s)
Notas:
[1] Cabe
señalar que Newton era perfectamente consciente de esta simplificación
necesaria. El concepto de centro de masa o gravedad –o baricentro- permitía
reducir la masa del Sol –o de cualquier planeta-a un punto o partícula. Por
otra parte, la mecánica clásica trabaja con un modelo de dos partículas, pues
al introducir una tercera el modelo se hace extremadamente complejo y genera
perturbaciones –o turbulencia- en todo el sistema. Newton introduce el
“sensorio Dei” como hipótesis “ad hoc” para mantener estable el sistema solar,
siendo Laplace el que se deshace precisamente de esta hipótesis. El problema de
los tres cuerpos –o de n-cuerpos, siendo n>3- y la sensibilidad a las
condiciones iniciales fue posteriormente destacado por el matemático francés Henri
Poincaré, y sentó las bases de la moderna teoría del caos. Fue también él quien
consideraba al azar como la medida de nuestra ignorancia y a la ley de los
grandes números como patrón del orden dentro del caos, formulando así la
existencia de un caos determinista.
[2] Popper
nos platea el siguiente experimento mental: “4.
25 Pero supongamos que hallamos una máquina física cuyo mecanismo no
comprendemos y cuya conducta es muy humana. Podemos preguntarnos entonces si
actúa intencionalmente, y no mecánicamente (causalmente o probabilísticamente),
es decir, si no tendrá una mente, a fin de cuentas, si no debemos tratar de
evitarle dolor, etc. Pero una vez que comprendemos totalmente cómo está
construida, cómo se la puede copiar, quién es el autor de su diseño, etc.,
ningún grado de complejidad hará que sea de una especie diferente a la de un
piloto automático, un reloj o un termómetro de pared. 4. 4 Una vez que
conocemos la conducta causal de la máquina, comprendemos que su conducta es
puramente expresiva o sintomática. Podemos seguir interrogando a la
máquina para divertirnos, pero no discutiremos seriamente con ella, a menos que
creamos que transmite los argumentos a otra persona y que ésta, a su vez, nos
responde a través de la máquina”, “Lenguaje y problema del cuerpo y la mente”
en Conjeturas y Refutaciones, Paidós, Buenos Aires, p. 343. Para él “una
computadora no es más que un lápiz dignificado”.
[3] Ya
antes de Darwin, Hume hizo un demoledor ataque al concepto de diseño
inteligente, criticando no sólo la falta de justificación para establecer una
analogía entre la mente humana y la mente divina, sino destacando además las
imperfecciones y males que encontramos en la naturaleza, las cuales contradicen
la omnipotencia y benevolencia divinas o, lo que es peor, nos llevan a un Dios
malicioso. Anticipándose a Darwin, Hume propone considerar a la
naturaleza como un animal en vez de como una máquina o artificio, por lo
que podríamos omitir la presencia de diseño previo alguno o de ajuste de
finalidades, lo cual realizará Darwin mediante su concepto de selección
natural. En sus propias palabras: “Claramente se ve que el mundo se asemeja más
a un animal o un vegetal, que a un reloj o un telar”, Diálogos sobre
religión natural, FCE, México, 1979, p. 83. Por qué no mejor volver a las
viejas cosmogonías que veían el origen del mundo como producto de una cópula
originaria o de una araña infinita, como en la mitología brahmánica, nos
sugiere Hume (Filo). Algunos autores consideran que hoy en día hay más razones
aún para defender la tesis de Paley, pues hay una “complejidad irreductible”
que resulta inexplicable sin la intervención de un Creador.
Referencias:
Karl Popper: El universo
abierto. Un argumento a favor del indeterminismo, Post Scriptum a La
Lógica de la Investigación científica, Vol. 2, Tecnos, Madrid,
1983.
Karl Popper: “Lenguaje y el problema
de la mente y el cuerpo” en Conjeturas y refutaciones. El desarrollo
del conocimiento científico, Paidós, Buenos Aires, 1979, pp. 339-345.
Karl Popper: “Sobre nubes y relojes”
en Conocimiento objetivo. Un enfoque evolucionista, Tecnos, Madrid,
1974, pp. 193-235.
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