La
poética de la lectura (II)
Jorge Luis Borges
David
De los Reyes
Aclaración:
el siguiente ensayo es la continuación del texto publicado en el mes de mayo de 2016 en este
mismo blog.
II
Si
entendemos el arte como una actividad que permite expresar emociones, el lector
tendrá la capacidad de poder absorber el asombro, la emoción expresada por el
artista. En ello está uno de los hechos que Borges más nos habla respecto a su
propia experiencia estética como lector. Pope escribió que la tarea del poeta
era poder expresar lo que todos sentimos,
pero que nadie ha podido expresar tan bien; así encontramos que habrá
una diferencia primordial entre el lector y el creador; diferencia que radica
en el hecho de que, aún cuando ambos hacen la misma cosa, es decir, expresar
esa emoción particular con estas palabras particulares, el poeta, el escritor,
puede resolver por sí mismo el problema de expresarla; al contrario del lector,
que sólo puede expresarla cuando el poeta ya nos ha enseñado y ensayado cómo
hacerlo. En el caso de Borges las dos caras de la misma moneda se juntan. Para
él la experiencia de la lectura y de la escritura están fundidas dentro de su
ser. Al igual que en Nietzsche lo importante de una idea está en la
transformación que pueda obrar en nosotros, no el mero hecho de razonarla; la
importancia de una idea es su capacidad de transmitir asombro y de poder
alcanzar a tocar nuestras fibras con la emoción que depare, transportando
cambios de significación y emoción a
nuestra sensibilidad. Lo bello es grato
siempre, (Eurípides, Baechae 881). Borges lo ha repetido muchas veces, él
se considera un lector hedonista, busca placer en la lectura; e igual, en el
proceso de la creación poética y literaria. Jamás
consentí que mi sentimiento del deber interviniera en afición tan personal como la adquisición de
libros, ni probé fortuna dos veces con autor intratable, (OC.p.233).
Demócrito ya decía que los grandes placeres nacen de contemplar las obras
hermosas; tal capacidad de obtener placer en Borges está en la lectura de obras
literarias. Su vanidad, que pocas veces nos la muestra, estriba más en los
libros que ha leído que de haber escrito alguno. Podemos añadir, que respecto al leer, afirma que es una actividad
posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual,
(HUI/OC.289). Y en su poemario Elogio de la sombra nos ofrece esa
declaración total en su poema Un
lector: “Que otros se jacten de las
páginas que han escrito; a mí me enorgullece las que he leído”. Al
contrario de Sócrates o del mismo Pitágoras, que no dejaron una línea escrita y
para quien los libros atan, o, para decirlo en palabras de la Escritura, que la
letra mata y el espíritu vivifica, (7N.127), Borges solamente considera una
imagen de lo que pudo ser para él al imaginar el Paraíso: una biblioteca. La
timidez borgeana nos lleva a encontrar su misticismo y asombro que surge frente
a la literatura. No podemos dejar de señalar aquí un pequeño párrafo de su
libro Otras Inquisiciones en el que
habla que, tanto para Valéry como para Emerson y Schelley, hay en ellos tres
una emoción y comunión presente, dentro y frente a toda esa montaña que compone,
como adoquines apilados, las obras que fundan a la historia de la literatura.
Valéry habló de una historia de la literatura sin fechas, ni nombres propios;
de una historia en que se consideraban todas las obras como producciones del
espíritu, sin distinciones de tiempo o de espacio: Hacia 1938, Paul Valéry
escribió: “La historia de la literatura
no debería ser la historia de los autores y de los accidentes de la carrera de
sus obras sino la Historia del Espíritu como productor o consumidor de
literatura. Esa historia podría llevarse a término sin mencionar un solo
escritor”. Señala que también Emerson acuña esta frase: “Diríase que una sola persona ha redactado
cuantos libros hay en el mundo; tal unidad central hay en ellos que es
innegable que son obras de un solo caballero omnisciente”. Alrededor de
1824, Shelley dictaminó “que todos los
poemas del pasado, del presente y del porvenir, son episodios o fragmentos de
un solo poema infinito, erigido por todos los poetas del orbe” (A Defence of Poetry, 1821), (OI/OC.639).
El escritor es únicamente un participante ínfimo de un demiurgo universal que
dirige al alma del poeta, del escritor, para consumar el conjunto de todo lo
que debe ser escrito. Y si bien hemos dicho, como lo apunta el budismo, que el
mundo es ilusorio, para Borges, el lector no lo es menos; señala que nosotros,
en tanto lectores, podemos caer dentro de la trampa de la ficción y ser parte
de ella. Borges ha notado que a todo lector del Quijote le inquieta que el
mismo Quijote pueda ser lector de su misma historia o Hamlet espectador de
Hamlet. Tales inversiones llevan a sugerir que si los caracteres de una ficción
pueden ser lectores o espectadores,
nosotros, que somos lectores y espectadores de tales obras, también podemos ser
ficticios; la angustia, la sorpresa y la admiración de ello nos aturden y
asustan suspendiendo el juicio para al cerrar y volver a abrir los ojos y
darnos cuenta que se nos va por completo y momentáneamente el fino instante por
el cual nuestra vida, sentida como real, transcurre no sin dejar el regusto del
pasmo de estar posiblemente dentro del “sueño” llamado realidad, vértigo que se
alarga a cada respiración. Es la sensación del saber que nuestra vida se agota
a cada instante dentro de un efímero presente, y nos retorna a ver al mundo, y
a nuestra vida, como la única realidad cercana. La literatura es para este
argentino un sueño, un sueño que nos devuelve una dulce cachetada para soportar
el peso de la vigilia al estar fuera de ese sueño, es decir, del filtro de la
literatura. El lo ha dicho al referir que para Mallarme el mundo existe para un
libro, para León Bloy somos versículos o palabras o letras de un libro mágico,
y para Borges, ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo; es,
mejor dicho, el mundo. El libro, en tanto obra de arte, es una experiencia
real, es un hecho del mundo; cosa del universo, y no, precisamente, obras que
reflejen una realidad o que contienen distintos valores. El mundo sólo existe
para ser narrado, dicho, clasificado lingüísticamente y en total dependencia
con su relato literario; el mundo sólo es soportable porque nutre a la
literatura y el sueño de la literatura es su única y auténtica justificación de
ser. De ahí que comprenda que la literatura no es agotable por la simple razón
que un solo libro no lo es; el libro no es un ente incomunicado, sino una
relación, una intercomunicación e interdependencia; el libro es un eje de
innumerables relaciones; caleidoscopio de formas, tallado de palabras. Por ello
llega a sugerir que la literatura no difiere de otra, bien anterior o ulterior,
por el texto o su contenido, sino por la manera de ser leída, por la forma que
se ataca a la emoción contenida entre las palabras extendidas hacia un sentido
único e individual; ”si me fuera otorgado leer cualquier página actual –ésta
por ejemplo -, como la leerán en el año dos mil, yo sabría cómo será la
literatura del año dos mil, (OI/OC.747)”[1].
Para nuestro señor Borges, poeta, santo y patrón de todas las almas perdidas y
angustiadas por la punzante flecha de la literatura, encontramos que un libro es un diálogo, una forma de relación,
un vinculo de intimidad creadora y fantástico. En el diálogo, un interlocutor
no es la suma o promedio de lo que se dice: puede no hablar y transmitir que es
inteligente, puede emitir observaciones inteligentes y traslucir estupidez
(idem.748). Lo normal es que se piense en el libro como un instrumento para
justificar, defender, combatir, exponer o historiar una doctrina; lo que
pudiéramos llamar la política del libro
y no la poética. De ahí que diga que en la antigüedad no se llegase a pensar que
un libro podía exponer un tema en su
totalidad, era sólo un sucedáneo de la palabra oral; era una especie de guía
que acompañaba a una enseñanza oral. Pero si bien refirió que su Paraíso era
una biblioteca, Borges comprende que la poesía no son los libros de la
biblioteca, no son los libros del gabinete mágico de Emerson, (7N.106). En
definitiva la poesía, ¿y la literatura? en general, es el encuentro, hallazgo y
descubrimiento del lector con el libro. “Las
palabras son imágenes del alma de cada uno”, (Dionisio de Kalicarnaso, Ant. Roman,I.1,3). Lector y libro forman
la pareja completa para posibilitar el hecho estético en una de sus
posibilidades; la otra experiencia estética es la situación de darse el poeta
el extraño momento en que concibe su obra, segmento temporal en la que descubre
o inventa o transmite esa cosa liviana, alada y sagrada (Platón), que es la
poesía.
Se nos ha dicho en algunas de sus páginas que cuando
sus alumnos de literatura inglesa le llegaban a preguntar cuál era la
bibliografía para un autor, él respondía que la bibliografía no importaba, que
al fin y al cabo, Shakespeare no supo nada de bibliografía shakesperiana.
Mandaba a estudiar directamente sobre los textos de los autores. Si ellos eran
del agrado de uno, pues bien; si no, mejor dejarlos; no compartía la idea de la
lectura obligatoria; es solo una idea absurda para la lectura: sería más
conveniente hablar de felicidad obligatoria. Escupo sobre la belleza y sobre los que la admiran en vano, cuando no
causa placer, (Epicuro, Ateneo, XII,547ª). La poesía debe sentirse además
de poder descifrarla; cuando se lee hay que buscar más el sabor que la ciencia.
Si nos es imposible llegar a sentirla, si no se tiene sentido de belleza, si la
trama de un relato no nos arrastra a querer saber lo que ocurrirá después, es
mejor cerrar el libro y saber que ese autor no ha escrito para nosotros. La
belleza es lo que produce placer por medio del oído y la vista, nos dice la voz
profunda y metálica del Borges-Sofista, (Platón, Hippias maior, 298 A). Su consejo es ese, además de agregar que la
literatura es lo suficientemente rica en obras para que nuestra atención sea
atrapada hoy por alguna de ellas. Esta regla de lectura sólo se atiene al hecho estético, al placer y a la emoción
que irrumpen en nosotros motivados por la fuerza de las palabras. Hecho
estético que no precisa ser definido. Nuestra contemplación estética tiene que
ser evidente por sí misma; tan inmediata como el amor, el sabor de la fruta, el
agua. Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como
sentimos una montaña o una bahía. Si la sentimos inmediatamente, ¿A qué
diluirla en otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros
sentimientos?, (7N.108). Godofredo de Vinsauf ha dicho que la obra esté antes
en el corazón que en el papel, (Poetria
Nova, V 58). Su labor como profesor
de literatura llevó a Borges a enseñar no sólo poesía, sino mostrar el amor a
determinado texto y en ello en leer y releer, comprender y sentir a un texto, o
a la literatura, como una de las formas de la felicidad. Si bien Emerson ha
escrito que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus
hechizados, ellos sólo despiertan al ser invocados, al llamarlos, es decir, se
nos presentan al abrir un libro. Un libro es un objeto más, una cosa pesada y
cuadrilátera, “una cosa entre las cosas”. Solo al abrirlo es cuando el lector
incurre en su sabor estético. No deseamos
las estrellas; gozamos con su brillo, (Goethe). Y el libro cambia con lo
que nuestra propia experiencia aporta, pues somos tan cambiantes como el río de
Heráclito, para quien el hombre de hoy no será el de mañana. De ahí que cada
lectura, y cada relectura, renueva al texto, al libro, como un diálogo abierto
y mezclado con/por nuestro incesante devenir. Solamente ante la presencia de la
poesía es que encontramos la insaciable turbación estética, no en bibliotecas
ni en bibliografías ni en estudios sobre familias de manuscritos ni volúmenes
cerrados, (7N.119). Escrutar e ir a la literatura como una actividad, una
acción interna y contemplativa, que permite expresar emociones; para ello el
lector debe tener, y no es fácil, capacidad de absorber el asombro del otro
como suyo, recoger para él la emoción expresada por el artista. Que podamos ser
al leer una línea de Shakespeare, Shakespeare. Nos ha señalado, por ejemplo,
que Schopenhauer pensaba que no hay que leer ningún libro que no haya cumplido
los cincuenta años, porque lo más probable es que no sea bueno. Emerson creyó
que no debía leerse nada sin haber cumplido un año y respecto a los diarios de
opinión, que era mejor no leerlos. Borges da una declaración insólita: ”Yo, en
mi vida he leído un diario” (Vásquez, 1977.p.225)
III
El
crítico y erudito dominicano Henríquez Ureña comprendió, por completo, que el
procurar un aislamiento a los hombres es algo completamente ilusorio y aún más
hoy dentro de la red construida por los medios de comunicación de nuestro
siglo. Este escritor, fundamentalmente para la expansión de las ideas y
hallazgos literarios dentro de Latinoamérica y de transmitir un entusiasmo por
tal tipo de empresa, que en un primer momento, no se le verá territorio alguno
pero que sí cala en el horizonte de nuestra cultura, dirá que más que
reducirnos a permanecer dentro de un criollismo purista, por ejemplo, debemos
tomar de las otras culturas, y en especial de la europea, todo lo que nos
plazca: ”Tenemos derecho a todos los
beneficios de la cultura occidental. Y ello no menos presente que nuestro
idioma, el cual arranca de tierras europeas”. (UA.42). Es antiguo ese
dicho, que los poetas y los pintores no tienen que justificarse, (Luciano, Pro Imag.18).
Ureña fue un buen amigo de Borges, - su amistad data
desde 1920; muere en el segmento
temporal de un viaje en tren de su casa a la universidad donde trabajaba en
tierra argentina. De Borges ha dicho que su obra es íntegra y pulcramente
realizada, obra de plenitud intelectual y artística. Y si esto fuera poco,
advierte ya en 1942 que: ”Al extranjero
que le pregunte los mejores nombres de la literatura argentina, toda persona
inteligente le dará entre los primeros el de Jorge Luis Borges”. (UA.399).
Esta referencia a Ureña en relación a Borges, la hacemos por el hecho de mantener
el argentino la misma posición ante la simbiosis y síntesis de las culturas.
Monegal afirma que Borges sólo puede ser un americano europeo. ¿Cuál es la
ventaja que tiene un hispanoamericano sobre los europeos? Borges señala que
somos y podemos ser buenos europeos y más europeos que ellos, y esto por un
peligro que corren. El hermoso peligro de, digamos, un alemán, es ser solamente
un alemán, o un inglés de estar reducido a ser inglés. A diferencia del
hispanoamericano que somos herederos de toda la cultura occidental y no hay que
fijarse en una región u otra. Para Borges, considerado como un eurocentrista,
en Europa está todo: hasta nuestro pasado; sujetarnos solo a nuestra historia
cultural resulta, para tal mente universal y cosmopolita, un poco miserable, un
poco pobre. Para Borges nuestra tradición se encuentra dentro de la llamada
cultura occidental, y por lo tanto, tenemos derecho a esa tradición; derecho
aún mayor que el que puedan tener los habitantes de una u otra nación
occidental, como ya dijimos, (D/OC.272).
Sin complejos de inferioridad, afirma que los sudamericanos, en general,
estamos en una situación que podemos manejar todos los temas europeos y
manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener y ¡ay!
tiene, consecuencias afortunadas (ídem.273). Nuestro patrimonio, -manda a
pensar-, es el universo; hay que asumir el riesgo de tratar de ensayar todos
los temas; no permanecer dentro de los meros localismos ciegos para ser el
“buen salvaje” americano; si ello es así entonces, el pertenecer a determinada
nacionalidad latinoamericana lo considera una fatalidad; en tal caso lo seremos
de cualquier modo; sino, el ser argentino, uruguayo, venezolano, etc., es una
mera afectación, una máscara, una cáscara, una mutilación intelectual y humana.
En Borges ello está presente. Desde su infancia, de la que siempre habló
felizmente, nos dirá que primero aprendió a leer en ingles antes que en español
gracias a la influencia de su abuela paterna; el inglés será el idioma de la
cultura, el español el de su herencia familiar patriótica. Convirtiéndose para
muchos de nosotros, este políglota, como un puente literario que une dos
orillas distantes y sobre todo en lo referente a la literatura inglesa, tanto
antigua como moderna, además de las distintas incursiones en toda obra
literaria importante en cualquiera de los idiomas que forman la Babel
lingüística y literaria del mundo. Sin miedo y con una gran decisión se adentró
en un vergel de obras clásicas y de ellas extrajo casi todo el material para
conformar a las suyas. En una época que todo el mundo quiere ser original,
Borges cuestionará tal avidez de la estupidez artística. Y encuentra que la
mejor forma de serlo es dejándolo de ser dentro del ensayo (Sucre, 1976. 168).
Sus ensayos críticos son menos críticos que poéticos, incitantes, aunque puedan
ser incompletos, y a no llegar a integrarse suficientemente con el hombre o al
mundo a que se refieren. Sus ensayos son un contiuum
perpetuo de variedad y curiosidad intelectual; nos ayudan a descifrar lo que posiblemente no
nos hubiéramos dado cuenta sin ese comentario preciso, irónico, lleno de pasión
y asombro, dentro de una espiral de relaciones sincréticas, que de forma
continua aportó en sus escritos. Novalis ha observado: Nada más poético que las
transiciones y las mezclas heterogéneas... La mera yuxtaposición de dos piezas
(con sus diversos climas, procederes, connotaciones) pueden lograr una virtud
que no logran esas piezas aisladas. Por lo demás: copiar un párrafo de un
libro, mostrarlo solo, ya es deformarlo sutilmente. Esa deformación puede ser
preciosa, (TC,p.219). Si podemos hablar de un método en Borges pudiéramos
señalarlo el del collage, el cual es encontrado cuando leemos sus heterodoxas
biografías de Historia Universal de la
infamia, por ejemplo. El método de collage posiblemente Borges lo encuentró
en el inglés De Quincey, al narrar los últimos días de Kant; éste escritor crea
su texto a partir de narraciones de diversos testigos (Wasianski, Jachman, Rink
y Borowski, entre otros) y en lugar de indicar la fuente en cada caso, prefiere
presentar ese collage de textos como una sola narración atribuida a Wasianski,
para obtener unidad literaria. Steiner (1989) ha señalado esa intertextualidad
comprehensiva al hablar de la crítica desconstructivista para la cual no hay
diferencia entre el texto primario y el comentario, entre el poema y la
explicación crítica. Todas las proposiciones enunciadas, sean primarias,
secundarias o terciarias (el comentario sobre el comentario, la interpretación
de interpretaciones previas, la crítica de la crítica, tan familiares a nuestra
actual cultura bizantina, p.14), son equivalentes como “écriture”; un texto
primario y todos y cada uno de los textos a los que da pie u ocasión no sean ni
más ni menos que pretexto. Borges ha hecho uso, de forma recurrente, tanto en
sus ensayos como en sus narraciones, de presentar el tema oblicuamente y en
forma de collage, en una época mucho antes que se convirtiera tal procedimiento
escritural, en algo normal dentro de la crítica literaria occidental. Nada más
habría que leer sus artículos de la revista El
Hogar y lo que comentamos aquí, allí es un hecho, tiene una presencia real;
ese conjunto de ensayos bien podría servir como la mejor presentación posible
para llegar a sus ideas literarias. Ese método de collage fragmentario es, dentro de esa escritura
borgeana, que parece carecer de esfuerzo, más que un rasgo negativo, una forma
de composición y no un defecto. A la vez nos encontramos con una necesidad
vital de evocar ideas universales en el tiempo y mantener una actitud adánica e
ingenua ante ellas. Se ha dicho que su obra ensayística será el “descubrimiento
de lo ya descubierto”. Su método, fragmentado y de collage, desarrollará el
deliberado anacronismo, las simetrías, las alusiones, las citas, las glosas. Y
lo que es más que un método: la afirmación de su pobreza, (Sucre, idem);
retomando temas, ideas, metáforas y conceptos para ser introducidos,
enfrentados, contrastados y reelaborados dentro de sus obras, barnizadas por una pureza y precisión en el
uso del lenguaje. Su cultura no es la de un hombre reducido al corral de la
pampa argentina. Sin embargo ha realizado escritos donde el tema de la pampa y
lo gauchesco; ambos temas asoman un interés primordial para la vida del mismo
Borges. Es un hombre de cultura general que enfoca los libros y la cultura con
intenso apetito, pero sin ninguna ilusión de dominarlos. Rompe límites
culturales con la fuerza que le otorga la fe de encontrar mundos poéticos
inéditos y vírgenes para ahondar en el placer estético de la literatura y su
pasión por la metáfora. En Borges, como en E. Pound, se descubre la metáfora con
el poder de socavar la fijeza del mundo. Para el creyente, las cosas son
realizaciones del verbo de Dios –primero fue nombrada la luz y luego
resplandeció sobre el mundo -; para el positivista, son fatalidades de un
engranaje. La metáfora, vinculando cosas lejanas, quiebra esa doble rigidez, (Inquisiciones. p.27; cit. por Monegal
1987, p. 158). De ésta ha dicho que algún día se deberá escribir la Historia de
la Metáfora, empresa ciclópea, para saber la verdad y el error que tales
conjeturas encierran. A diferencia de Spengler, por ejemplo, para quien
sostiene que la historia es periódica y que propone una técnica especial de los
paralelos históricos como de una morfología de las culturas, o de Schopenhauer,
quien remite los hechos de la historia a meras configuraciones del mundo
aparencial, sin otra realidad que las derivadas de las biografías individuales
e historia como interminable enumeración de hechos particulares, encontrándonos
que no hay una ciencia general de la historia; para este alemán la historia es
el relato insignificante del interminable, pesado, deshilvanado sueño de la
humanidad. Para Borges la historia universal se pudiera derivar de unas cuantas
metáforas, o en sus propias palabras, quizá la historia universal es la
historia de la diversa entonación de algunas metáforas, (OI/OC.638). Para
Borges la historia del hombre se le aparece, a semejanza de cierto
cinematográfico, por imágenes discontinuas, o nos dice que ella es una antigua
variedad de la novela histórica. Su ironía le lleva a decir de los
historiadores que no tienen ni memoria ni inventiva: lo que tienen son papeles;
para él lo mejor no es poseer papeles sino memoria inventiva. Pero comprende
como imposible abolir el pasado (la historia); tal ocupación, el de tratar de
abolirla, declara, ya ocurrió en el pasado, y paradógicamente, es una de las
pruebas de que el pasado no se puede abolir. El pasado es indestructible; tarde
o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelve es el
proyecto de abolir el pasado, (ídem.680). Historia como recuerdo y memoria de
imágenes arando en la trasegada y hollada vida humana. Afirma que todas las
épocas fueron espantosas para quienes tuvieron que vivirlas y es en el recuerdo
donde todo se mejora. Toda época arrastra con ella una nostalgia posterior
aunque haya sido intolerante en el momento vivido en tanto presente. Metáforas
que exhalan la belleza que para Borges era motivo para conducirlo y guiarlo a
escarbar en terrenos inaccesibles, inabordables e infranqueables para cualquier
latinoamericano o más, para muchos europeos. Sabe que el arte se hace con
recuerdos personales y ajenos que llegan, al fin, a ser personales. Como todo
el pasado, como los clásicos, (Vásquez,1977.p.265).
Bibliografía
Obras de Jorge Luis Borges:
Obras Completas 1923 – 1972,Emecé, Argentina, 1974. (OC).
Prólogos (con un prólogos de prólogos), Torres Agüero,
Argentina, 1975.
Siete Noches (Conferencias), F. C. E. México, 1980. (P).
Textos cautivos (ensayos y reseñas de la revista “El Hogar
1936-1939),
Tusquets, Barcelona, 1986. (TC).
Obra Poética, Alianza, Madrid, 1975. (OP)
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1976: Borges, El Mangrullo, Buenos Aires.
Charbonier, George
1967: Entretiens avec J.L. Borges, Gallimard, Paris.
Stefanía Mosca
1983: Utopia y realidad, Monte Avila, Caracas.
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1987: La Filosofía de J.L. Borges, F. C. E. México.
Rodriguez Monegal, Emir:
1976: Borges: hacia una interpretación. Guadarrama,
Madrid.
1985: Ficcionario. Antología de textos de J.L.. Borges,
F.C.E., México.
1987: Borges: una biografía literaria. F.C.E., México.
Sucre, Guillermo:
1968: Borges, el poeta. Monte Avila, Caracas.
1975: La máscara, la transparencia. Monte Avila, Caracas.
Vásquez, Maria E.
1977: Borges: Imágenes, memorias, diálogos. Monte
Avila, Caracas
Otras referencias:
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1979: El libro que vendrá. Monte Avila, Caracas
Collingwood, Roger.
1960: Los principios del Arte. F.C.E., México.
Croce, Benedetto.
1969: Estética. Nueva Visión, Buenos Aires.
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1968: Las palabras y las cosas. Siglo XXI, México.
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1984: Tratado de la naturaleza humana. Orbis, Barcelona.
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1981: El Reino de la Imagen. Ayacucho, Caracas.
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1985: El Mundo como Voluntad y Representación. Orbis, Barcelona.
1976: La estética del pesimismo. Antología. Labor, Barcelona.
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1989: Presencias Reales. El sentido del sentido. Dimensiones,
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Artículos de revistas:
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Nuño, Juan:
“Semiótica y poética en J.L. Borges”. En:N”Escritura” No.22, 1986,
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Planella, Antonio: “El
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Rodriguez Monegal, Emir:
“Mario de Andrade, descubridor de Borges”, En: “Eco” No.210, 1979, Bucholtz,
Bogota.
Sucre, Ramos: “La
Narrativa de Borges: Biografía del Infinito”. En: “Eco” No123, 1970, Bucholtz,
Bogota.
Notas
[1] Podemos
preguntarnos ¿la lectura de hoy es la
misma de los años anteriores a la multiple presencia de la pantalla digital? A veces dudamos que tal actividad, hoy podemos
decir arcaica, pueda permanecer dentro de un mundo y unos hombres de incesante
imagen visual, de pantallas móviles, de informaciones dislocadoras de atención,
el cual es un fenómeno distinto de la
imagen literaria. Octavio Paz esperaba que se pudiera transmitir la emoción
poética a través del módulo granítico de una imagen en la pantalla de
televisión; es optimista, no hay duda.