Del Tirano en Jenofontes
Hierón
I al carro de la victoria (Coronando los Vencedores en Olimpia - Hierón de
Siracusa y vencedores) en una pintura de James Barry que posee la Royal Society
of Arts de Londres
“La primera responsabilidad de un filósofo que
se ve
rodeado de corrupción política e
intelectual quizás sea el retiro”
Mark
Lilla
I
Introducción
Jenofonte, de familia acomodada, nace en el 430 a.C., en el demo de Erquia, perteneciente a Atenas.
Al igual que los filósofos de su tiempo,
como Platón, Jenofonte es testigo de una época convulsa, crítica y decepcionante
de la historia de Grecia. El inicio de las hostilidades entre Esparta y Atenas,
la muerte de Pericles y la mortífera peste, trazan una ruptura con la época
anterior; juntándose al final de la larga guerra, la derrota y el torpe
gobierno de los Treinta Tiranos. Por nacer en una familia con bienes de fortuna
pudo consagrarse plenamente al arte de la equitación, que era su gran pasión (del
cual escribe varias obras: Sobre el arte de la equitación y Sobre el
comandante de la caballería, además de hacer referencia en sus obras
reiteradamente, como es el caso de la
figura de Ciro en su Ciropedia) y formarse en filosofía.
Diógenes de Laercio nos dice que también era amante
de la caza (escribe El arte de la caza), hábil estratega militar como lo
prueban sus obras; además piadoso, gustaba de hacer sacrificios a los dioses, y
sabía leer el porvenir en las entrañas
de los animales ofrecidos a los dioses en sacrificio. Celoso de la
figura de Sócrates, no fue discípulo a la manera de aquellos otros que durante
toda su vida estuvieron apegados al maestro. Las impresiones que recibió
perduraron en su pensamiento, sin convertirse en los únicos impulsos
orientadores de su vida. Además de ser discípulo del atopos Sócrates y del sofista
Pródico de Ceos, según al decir de Filostrato, recibió enseñanzas del
maestro orador Isócrates.
Gracias
a su destierro de Atenas, y conocer la
condena y muerte de Sócrates por los Treinta Tiranos por esa ciudad (404 – 403
a.C), obtiene la circunstancias motivadoras para desarrollar su dos obras
inspiradas en la personalidad del maestro, Apología
y Memorabilia o Recuerdos de Sócrates (Apomneumata). Son obras que vienen a defender la figura del filósofo de Atenas por
excelencia. La Memorabilia tiene la
particularidad de haber sido la primera en presentar las palabras e ideas del hombre más sabio de Atenas[1]
antes que las de Platón.
El
inicio de su experiencia con el poder y el estado podemos remitirla a la
petición de su cercano amigo Proxeno de Beocia,
quien le pide, en el 401 a. C., que le acompañe a compartir la
expedición del rey persa Ciro El Joven (424 a. C.-401 a. C aprox.), quien aspiraba
a tomar el trono de su hermano Artajerjes II.
Ciro tiene el apoyo de Esparta, lo cual no es de la simpatía del gobierno
ateniense. Jenofonte se alista en esa
aventura guerrera. Por su relación con el lacedonio Agesilao, amigo de Ciro, y
por su cercanía con Esparta, es acusado de traidor a la patria. Esto le vale
ser condenado al destierro. Ello lo lleva a decidirse a permanecer en la corte de
Ciro, impulsado por la decepcionante atmósfera política de Atenas al restaurar
la democracia. Pero en el fondo, lo que
se trató contra él por la dirección ateniense, fue retirarlo del círculo de
influencia de la ciudad natal. Fue visto como una amenaza contra los
gobernantes déspotas de turno de su ciudad natal.
Tras un cierto tiempo, en el que estuvo al frente
de las tropas del espartano Quirísofo, el rey de Esparta, Agesilao asumió el mando de éstas, y
Jenofonte entabla una íntima amistad con él. Este amigo le concedió la proxenia[2],
es decir la ciudadanía espartana. Le otorgó también una finca en Escilunte,
cerca de Olimpia. Su obra Agesilao trata de un encomio a su amigo en
tanto rey espartano. Jenofonte lo había
acompañado en su campaña contra Atenas y sus aliados, la cual culminó con la
batalla de Queronea[3].
Allí en
Esparta tuvo una tranquila y creativa permanencia, dedicándose a la caza y a la
redacción de sus obras. Residir en el
territorio de Escilonte, donde se
lleva a su esposa Filisia y sus dos
hijos, Diodoro y Grilo. De esta manera su nuevo hogar es un
regalo de los lacedonios, otorgándole, a su vez, derechos legales para ser
tomado como un extranjero reconocido, propietario de una pequeña finca, donde
encontrará la paz y disfrutará de ella casi hasta sus últimos días.
Sin embargo en el año 370 tiene que
dejar ésta solaz propiedad, cuando los eleos,
enemistados con Esparta, se apoderaron de la localidad después de la batalla de
Leuctra. Jenofonte tuvo que huir a Corinto, allí pasó la última etapa de su
vida. No regresara a Atenas cuando los
atenienses le levantaron el destierro. Murió poco después del 355.
II
De
su experiencia con la campaña bélica del medio Oriente saldrá su relato del Anábasis o la Retirada de los Diez mil. Ahí narra las vivencias por su
estancia en distintas regiones del medio oriente, y su participación en
las batallas que tuvo el rey Ciro al rebelarse por el trono de Persia contra su
hermano mayor Artajerjes II (ambos hijos de Dario II), en el año 401 a.C. Nos presenta las campañas
de los ejércitos persas. El contingente
militar de Artajerjes II era de 200 mil soldados; el contingente ciriano, estaba
compuesto de 50.000 bárbaros, junto a los doce mil quinientos voluntarios griegos
(hoplitas y pelastas)[4].
Fue en la Batalla de Cunaxa donde Ciro
muere. Es alcanzado por una flecha, pero su ejército vence a Artajerjes
II. Este rey tiende una trampa los
oficiales del ejército vencedor. Los invita a un agasajo en su corte. Llama a todos
los generales de Ciro a palacio a una
gran cena donde fueron todos ejecutados.
Esto hizo que el ejército griego quedara errante de liderazgo. Jenofonte asume
el mando y el riesgo de regresarlos a la Helade. Atraviesan por lugares
riesgosos geográficamente y de sufren implacables ataques enemigos y carestías
de pertrechos. Esta marcha de los diez mil, como se le llamó, son llevados
venturosamente a través de Frígia, Licaonia y Cilicia, sufriendo las perfidias de Tisafernes. En su narración nos
habla de su propio coraje, habilidad logística y militar al ser nombrado general
tras la muerte de Clearco. De esta manera,
después de la retirada de la batalla de Cunaxa, devuelve a la patria los diez mil soldados griegos bajo su
responsabilidad. Un punto de interés de esta obra se centra en la exposición de
cómo, en circunstancias críticas, la unión y la solidaridad de los soldados se
sobrepone a las rivalidades tradicionales y nacionalismos enconados entre
ellos. Espartanos, atenienses, tebanos,
tesalios van a sentirse, por encima de todo regionalismo, griegos, en la búsqueda de su fin común, el
regreso a la añorada Helade.
Su
estilo de escritura es de una simplicidad elegante, influido por la retórica, y
a veces algo floja. No se encuentra ni patetismo ni momentos que busquen
dignificar una intensidad de vida, tampoco precisión científica o
filosófica. Sí encontramos una
preocupación por dar entender lo que nos dice, buscando claridad y orden en sus
ideas expuestas. Por tan larga experiencia de vida puede ser reconocido como
filósofo, estratega militar e historiador, en definitiva, un pensador.
III
Dos obras políticas: Ciropedia e Hierón
Entre
las obras de este pensador antiguo podemos rastrear dos posturas políticas
sobre la condición de gobernante de un Estado. En una, nos presenta el modelo
de un gobernante fuerte pero sabio y
justo, en la figura histórica –ya nombrada- de Ciro el Joven, en su Ciropedia[5],
especie de novela histórica. Relata la educación
de Ciro, (aunque solamente dedicará el primer libro de esa obra a mostrar su
formación). Sus páginas son una representación de un gobierno bueno, surgido
por las soluciones prácticas y felices que realiza este persa. Para nuestra
mirada actual Ciro pudiera pasar por la de un tirano benefactor, si es que
puede hablarse así, presentado bajo el
barniz de ser una persona feliz aparentemente con su gobierno y vida. Para
ciertos historiadores fue un sátrapa y un general. De él nos dice que por su sola fama unos le temían y otros le
amaban, y todos de buena gana le obedecían[6],
nos muestra una imagen afirmativa del que podía pasar por ser un déspota aceptado.
La
segunda postura de gobernante está en
su obra el Hierón[7],
un pequeño diálogo imaginario y cuasi periodístico. Sucede a cargo de la voz
interrogadora y oportuna del poeta Simónides ante el tirano Hieron.
Ambas
nos advierten la preocupación de Jenofonte ante los desmanes o las virtudes del poder
absoluto manejado por la voluntad de un solo individuo. La falta de
interés por la Ciropedia y el Hierón, pudiera decirse, se debe en
parte por la moda de subestimar y hasta despreciar las dotes intelectuales de este
pensador. Ambas nos muestran el modelo de gobierno, la monarquía y la tiranía
respectivamente. La monarquía entendida aquí como un gobierno que se ejerce
sobre súbditos que consienten en ello y de acuerdo con las leyes de la ciudad. La
tiranía, en cambio, es el mandato del tirano que ejerce sobre sus súbditos que
no consienten en ello y que concuerda no
con las leyes, sino con la voluntad del gobernante.
En la Ciropedia¸ obra de la que sólo haremos algunos comentarios, Jenofonte
nos muestra, como dijimos, la formación y la vida centrada en la templanza de Ciro
el Joven. Formado en el hombre más apto
para reinar y el más digno de gobernar entre los persas que sucedieron a Ciro
el Viejo y añade: juzgo
que nadie ha sido amado por más personas ni entre los griegos ni entre los bárbaros. Sin embargo historiadores nos dan una mirada más realista
al decir que fue un príncipe persa de la
dinastía aqueménida, sátrapa a los dieciséis
años nombrado por su padre Darío II de las regiones de Lidia, Frigia y
Capadocia, además de reconocido estratega y general. Como príncipe, sus ambiciones, al asumir el
trono persa, fueron alentadas por su madre, en contra del heredero natural, su
hermano Artajerjes II. Reúne un numeroso ejército para ello, y lanza una
batalla en Pasagarda el mismo día de la
coronación (405 a.C). Detenido y expulsado de su cargo de gobernante en Lidia
es perdonado. Esto no lo detuvo para volver
en el 401 a.C. otra vez a marchar en contra de su hermano. Esta acción,
como sabemos, reunió unos doce mil quinientos soldados griegos entre hoplitas y peltastas,
además de cincuenta mil bárbaros, todos dirigidos por el aliado espartano Clearco, encontrándose en el campo de Cunaxa con las tropas de
Artajerjes II, las cuales contaban con alrededor de doscientos mil soldados.
Ciro hiere a su hermano pero él es muerto en batalla.
Ganan los griegos a los
persas, sin embargo pierden a su líder. Las tropas se dispersan, los oficiales
traicionan al valeroso ejército de los griegos. Como dijimos son invitados a la corte de Artajerjes y luego
asesinados. Quedan sin mando y es un joven militar, Jenofonte, que a falta de
líderes con mando, alza la voz para proponer un plan. Reorganiza las tropas que se encontraban sin moral. Dirige
su regreso casi sin pertrechos ni ser bien acogidos por las comunidades por donde
pasan. Ese mando inesperado lo hará
famoso y da origen a la leyenda de la difícil pero gloriosa retirada de los diez mil; sufriendo diversos ataques
en ese regreso, alcanzan los límites de Armenia; en las riberas del Mar Muerto embarcan hacia
la añorada Hélade. Es el famoso grito esperanzador de ¡El mar!, ¡El mar! (Η θάλασσα! Η θάλασσα!), de los soldados en la montaña de
Teques.
¿En qué se centra la
obra Ciropedia?
Obra escrita ya en su vejez, nos
presenta el ideal de gobierno, la educación del príncipe y del pueblo, las
normas necesarias para una satisfactoria convivencia ciudadana y una
propedéutica de derecho internacional entre estados. No olvida el
necesario entrenamiento guerrero del ciudadano y la organización práctica de las
instituciones públicas. En ella no encontramos un tinte ideológico fijo, como
tampoco de una postura imaginaria. Tampoco es una presentación propiamente
histórica del príncipe persa. Este escrito
presenta una suerte de realismo utópico. Tiene la finalidad de mostrar lo que es un
gobierno mesurado, centrado bajo el
término medio de la virtud, y el ejercicio práctico y exitoso de un gobernante
sabio, según la visión de Jenofonte. Un modelo
del cual no tiene nada que compararse con la utopía platónica de República
y su búsqueda del gobernante ideal centrado en el filósofo-guerrero. Su
propuesta surge simplemente de los triunfos que obtiene de su práctica el gobierno de Ciro a lo largo de
su corta vida.
Aquí la figura del gobernante
se nos muestra preocupado por la educación de su pueblo. Un gobernante
trata de dar formación a los seres humanos, movido por el amor de alguna clase.
Jenofonte indica el amor que puede presentar un gobernante en la Ciropedia,
que sabemos que representa el paradigma de gobernante benefactor. Obra dedicada
a describir la vida y condición, para el mundo antiguo, de un rey perfecto en
tanto contrapuesto al tirano. El Ciro posee la cualidad de ser una naturaleza
fría y sin eros. Si bien ha sido un
gobernante seguro y fuerte en el mando, siendo persa y bárbaro, condujo bajo su
liderazgo una multitud de hombres,
ciudades, provincias y reinos. Consideraba que
la sujeción y mando de los hombres podía ser dificultoso para muchos,
para él era cosa ligera y fácil, ya que el proceder, la pericia y la
experiencia del gobernante es determinante para ello. La condición
indispensable, según este persa es que quien lo hace, sea prudente en el hacer, a ejemplo de persona que lo sepa sabia
y Ciro, del cual leemos que por esta sola razón
se le sujetaron y obedecieron, no solamente sus naturales y vecinos, más
bien un gran número de otras gentes, que sin haberle conocido, de su voluntad
se le sujetaron y obedecieron (Ciropedia.
I,I). La virtud de la prudencia en el
obrar es la primera condición del buen gobernante. Por la buena fama de hombre virtuoso y el justo gobernante llega a ser aceptado hasta por aquellos que
no lo conocen ni lo han visto: por su
sola fama unos le temían y otros le amaban, y todos de buena gana le obedecían.
Al comienzo de la Ciropedia
encontramos, en el primer párrafo, referir
Jenofonte su opinión sobre la democracia, la monarquía y la tiranía, dando observaciones de
cada una de ellas respecto a sus gobernantes. Advierte la importancia de la
condición de los gobiernos y sus ejecutantes para su permanencia. Sus palabras pueden ser las apropiadas para
pasar, como introducción, a la interpretación del Hierón, el cual es, por los estudiosos del caso, un diálogo olvidado sobre la tiranía. Situación
política que a los ojos del errante pensador ateniense, es un peligro tan antiguo como la misma vida
política. El Hierón es el único
escrito de este periodo clásico de la filosofía que estuvo dedicado
exclusivamente a reflexionar sobre ese tipo
de gobierno, muy propio de la Grecia antigua. Las palabras de la Ciropedia (I,I) que nos referimos dicen así:
“Considerando muchas veces conmigo mismo cuántas democracias
han sido deshechas, a causa de que los gobernantes de ellas las gobernaban muy
diversamente de lo que convenía a cada una forma y género de república: y por consiguiente, cuántas y cuán grandes
monarquías y otros señoríos particulares han perecido por defecto de sus
monarcas o personas públicas, y por el contrario, ¡cuánta infinidad de tiranos
se han levantado y caído; y cómo alguno de ellos se sostuvieron defendiendo y
ensanchando sus reinos y monarquías que por tiranía habían ocupado: y cómo
estos tales causaron admiración en los que los veían conservarse en sus
tiranías, unos por vía de pendencias y otros por sagacidad y astucia, y todos
por venturosos!
Democracia y monarquía son puestas en tela de juicio no por
su condición estructural, sino por la virtud y proceder de sus gobernantes. Su
permanencia está sujeta a la condición política de sus actores en correspondencia
al buen fin común que pregonan. A
diferencia de estas formas de gobierno, que deben ser aceptados tales
personajes públicos por una mayoría y acomodarse a cierto dictado legal, la
tiranía, pareciera correr con más suerte que las otras dos. Los tiranos
los han tumbado pero también repuesto, sosteniendo y ampliando los
límites de sus países; causando en unos, admiración, en otros, rechazo;
bien por maldad o por inteligencia y sagacidad todos fueron tomados, por
tener de su lado, la malhadada fortuna que pareciera protegerlos hasta su
final…
Dicho esto pasemos a la
obra jenofontina que nos pone en contacto con un tirano particular, Hierón, a través del recurso literario
de la imaginación y el diálogo socrático,
creando una mayéutica que interroga el saber del tirano mediante las
preguntas y respuestas, argumentos y consejos pertinentes del poeta Simónides,
portavoz de enseñar cómo mejorar la condición del tirano en relación a sus
súbditos, al llevar un gobierno más prudente que el que realiza.
Hieron I de Siracusa
IV
Del Hierón
o cómo mejorar al tirano
"Si se abriesen los corazones de los tiranos,
entonces se vería cuán despedazados están"
Tácito
El Hierón[8] es un diálogo al
estilo socrático, escrito por Jenofonte entre
el 370 y 358 a.C., el cual nos presenta la conversación amistosa entre
un poeta y un tirano, entre Simónides e Hierón[9], donde se contrasta el tipo de vida que lleva el ciudadano particular y el
tirano respecto a sus alegrías y tristezas, gustos y disgustos, placeres y
dolores que enfrentan una y otra condición humana; entre el particular, con
rostro anónimo, que pulula por las calles de la ciudad, sin temor de sus
movimientos, y aquel otro, con reconocido rostro público y temido, que debe
resguardarse, hasta de su esposa y amigos, dentro del palacio y cuando sale ir rodeado
de esbirros por el permanente temor de perder su vida.
El título original de
la obra es Hierón o de la tiranía: Ιέρων ή τυραννίκός, y es la única obra en todo el corpus jenofontino que tiene
un nombre propio para distinguirla y un adjetivo referido al tema de la obra. En
principio pareciera que, por el adjetivo, este escrito tiene el sentido
pedagógico de enseñar el arte del tirano, su sophoi (ϭοφια) o bien su techne
(τεχνη). Como veremos, de hecho se
trata de mostrar cuál es el mejor gobierno que puede ejercer el desviado mando
de un tirano en ejercicio. La intención del Hierón
no es enunciada por el autor en ninguna parte. Sólo con la evolución de su
lectura va mostrando una preocupación personal de Jenofonte: como mejorar un
gobernante que lleva un régimen injusto y defectuoso por uno aceptable y
benéfico para la comunidad.
Desde el punto de vista de nuestra filosofía
clínica la observación que podemos sacar del diálogo es que presenta un orden político defectuoso, mostrando la
teoría de este autor sobre la tiranía, que es desarrollada en dos partes.
Primero, una patología: al poner de
manifiesto las deficiencias específicas de toda tiranía. Segundo, una therapéutica: mostrar cómo se puede
mitigar tales deficiencias. No se plantea eliminar al tirano, sino mejorar su
condición tiránica en tanto gobierno que puede ser mejorado, sin aspirar a ser
perfecto o restituir una plena salud política para la ciudad. Se trata de vivir
lo más recomendable con un cuerpo defectuoso
que no podrá ser rectificado o apartado. Tal posición ante la tiranía, que plantea ser un gobierno benefactor,
tiene, como consecuencia inmediata, un significado teórico más que práctico. Ni
el mismo Hierón cree que pueda salir del vértigo que el mismo ha creado y se ha
creado en sí mismo.
Se advierta que la
obra puede dividirse, de igual manera, en dos partes. En la primera parte, su patología, (epígrafes del 1 al 7), se nos muestra que la
vida de un tirano no puede tener una cosa mejor que ahorcarse. En la segunda parte, su terapéutica, (epígrafes del
8 al 11), Simónides demuestra al tirano
que podría llegar a ser el más feliz de los hombres. En la primera parte
pareciera dirigirse al prejuicio popular de que la vida magnífica y ostentosa del tirano
(o de cualquier hombre poderoso de este tipo) es más placentera que la del
hombre común, lo cual es desmentido por las respuestas que nos ha dado el
propio Hierón. En cambio, en la
segunda parte, se deja por sentado cómo puede ser la vida de un tirano benefactor
superior a la de todos. Mostrar tal aspecto, a todo aquel que ejerce el mando
despóticamente, es a lo que está dirigida la obra; es la intención oculta que
en al principio no revela el pensador y que lo deja para un final constructivo.
Grote[10] refiere
que al leer las recomendaciones hechas por Simónides para enseñar cómo
mejorar el gobierno de Hierón y
hacerse más popular, se percibe de inmediato que sólo son una serie de buenas
intenciones carentes de eficacia. Jenofonte no encontró ningún déspota griego
real que se correspondiera con este modelo propuesto en su obra. Lo que hizo
fue ser capaz de inventar uno con visos
de verosimilitud. Por lo que este comentarista advierte que el autor se vio
forzado a recurrir a otros países y
otras costumbres diferentes a las de Grecia. Tal necesidad es también lo que
podemos notar en la Ciropedia. Este
juicio de Grote nos lleva a conjeturar
que Ciro es también visto como un
tirano. Para Jenofonte es más un rey o, en dado caso, un tirano benefactor. El
autor inglés confunde e identifica tirano con déspota.
Jenofonte consideró que tanto la democracia como la
tiranía son regímenes defectuosos. Es lo que puede uno observar en su obra Los ingresos públicos o Economía, como
en el Hierón, obras que están dedicadas a la cuestión de cómo corregir un orden político (πολιτεια)
de naturaleza defectuosa y transformarlo
en un orden medianamente bueno.
En todo caso el Hierón es un diálogo producto de la
imaginación literaria de Jenofontes, pues el poeta Simónides visitaría
la corte de Hierón en el año
476 a.C., es decir, un siglo antes de la creación de esta obrita meritoria. El
motivo de su creación estaría signada por la caída del tirano Jasón de Feras,
en el 370 a.C. o, si no, por la de Dionisio El Joven de Siracusa, producida en
la década siguiente. Sus personajes no son los históricos, sino adaptados para
la ocasión, pues el poeta Simónides que
nos presenta, no tiene referida ni una sola frase en su obra personal al tirano,
pudiendo afirmar que por él habla
Jenofonte. Hierón fue un personaje
contradictorio, para unos un tirano infame, para otros, vieron en este diálogo
un intento de reconciliar al tirano con la inteligencia y tratar de reflexionar
sobre su vida y su condición individual. No pierde a todo lo largo de la
obra la condición de ser un tirano desilusionado,
descontento de su condición de tirano, puesto ante un sabio poeta que trata de
mostrarle cómo debería gobernar su estado de tal modo que llegase a estar
satisfecho él mismo con su mandato.
Habría que señalar
que al igual que otros tiranos, Hierón será un propulsor de las artes y
las letras, siempre y cuando no pongan en duda su figura. Que Simónides de Ceos
aparezca en el diálogo de Jenofonte ha sido una
oportuna elección, presentando que un tirano puede tener sensibilidad
ante el arte poético, sin que por ello le tiemble el pulso a la hora de llevar
una ejecución por su conveniencia y
temor.
Podemos hacernos
ahora una pregunta. Es verdad que Hierón
mostrará amabilidad a Simónides, tratándolo como hombre virtuoso y libre, pero
sabio, además de poeta. Sin embargo ¿por qué todo tirano teme al hombre sabio?
En principio el sabio debe ser capaz de juzgar la miseria o la felicidad de la
vida del tirano, sin la necesidad de haber experimentado realmente
la infructuosa vida tiránica. Hierón
expresará su opinión de Simónides,
reconociéndolo como un hombre mucho más sabio que él mismo, mostrándose a lo
largo de diálogo que tiene la capacidad de enseñar a su interlocutor el arte de gobernar como tirano benefactor. En su conversación advertimos que el poeta tiene
presente dos cosas, primero que con su
conversación puede llevar a dar algún provecho al tirano y, segundo, que sabe
que Hierón no es un gobernante
perfecto ni querido. Esto último lo lleva a probar suerte encausando su
conversación a cómo mejorar su régimen defectuoso y positivamente negativo para
sus súbditos. Mostrar ciertos errores y reconocerlos concebiría una
transformación expandida al ambiente de la ciudad respecto a él. El modelo
presentado aquí por Jenofonte es el de un hombre sabio carente de escrúpulos. Si bien la obra se
explaya en cómo viven los tiranos y el
tipo de vida que llevan, la finalidad de la misma es cuál es la mejor manera de
concebir la tiranía o, más bien, cómo mejorarla. La visión de Jenofonte sobre
la tiranía pareciera sugerir que la
tiranía benefactora podía ser superior al imperio de la ley y al gobierno
legítimo. Sin embargo pensamos que el pensador ateniense nos muestra que la doctrina tiránica no sirve para solventar
problemas políticos, sino sacar a la
luz la naturaleza de las cosas políticas
de un estado, en hacer más visible los asuntos conflictivos que presenta un
orden de convivencia ciudadana al ser dirigido por una voluntad única y las consecuencias que
arrastra tal condición para la ciudad-estado.
Notamos que la
relación de Hierón con los sabios no
es reconciliadora. Todo tirano tiene miedo de los sabios, y para poder tenerlos
cerca debe conocer sus debilidades, y detenerlos al límite en sus acciones. Si en apariencia Hieron no es sabio (cosa que el diálogo
muestra que no es así, pues está plenamente consciente de sus actos y de cómo
se constituye el entorno de su vida),
tiene en cuenta algo que él no puede poseer. Es que la sabiduría es una
virtud de pocos, un poder que limita, en
contraposición, el poder del tirano. Es
un peligro para el gobierno si se deja sin observancia. La sabiduría es
distinta, también, a la valentía y a la justicia. Saber es poder, como dice la
máxima de sir Francis Bacón. Por el comportamiento y conocimiento del tirano, la
sabiduría es algo misterioso, no sabe cómo realmente ocurre tal adquisición,
pues si lo fuese no sería tirano, claro está.
El sabio infunde cierto temor indeterminado, o hace pasar por un
malestar vago e intenso al hombre poderoso. Es capaz de juzgar la felicidad o
la miseria de la vida del tirano sin la necesidad de haber experimentado
realmente la vida que se incrusta bajo la dura piel del tirano. De ahí que
puedan ser expuestos al escarnio público por parte del estado. Hay una actitud
constante de envidia y recelo a ellos por parte de los tiranos, de los
monarcas, del ciudadano común. Fue el caso de Sócrates, que todos conocemos, el
cual es el personaje que puede tener en mente Jenofonte. No estaría seguro que
en una Atenas democrática no hubiera tenido
el destino que le procuro el gobierno de los Treinta Tiranos, o bajo un régimen monárquico. Si sabía que
el hombre sabio corre el riesgo de estar
expuesto al odio o a la sospecha de todo
funcionario de gobierno o del
vulgo. Tal situación, no cabe duda,
se reitera porque los sabios sufren por lo limitado de comprensión,
experiencia que poseen tanto tiranos, políticos como el hombre medio. El gobierno tiránico ve al sabio como un potencial enemigo. Puede
confabularse para urdir una trama que pueda tumbarlo. O aconsejar a discípulos
cómo sería la mejor manera de convertir al tirano actual en derrocado y pasar a
la búsqueda de un mejor gobierno.
En la época antigua
este diálogo influyó en Isócrates, el gran maestro ateniense de la oratoria, al
componer su obra Sobre la Paz. No
menos lo fue en los filósofos de la escuela
cínica, al mostrar la vida desgraciada de todo déspota y, leído
atentamente, en los siglos I y II, por los sofistas Dión de Prusa y Arriano. En
el siglo XVI por Maquiavelo. En el siglo XVIII por Montesquieu (El espíritu de las Leyes, Libro IX,
cap.9 y libro XIV, nota 13) y Rousseau (Ver El
Contrato Social. Libro III, cap XX, nota 32)[11].
En el siglo XX fue retomado por el pensador político Leo
Strauss, quien tuvo una fructífera polémica con su amigo el filósofo Alexander
Koyeve, sus puntos de vista los tocaremos más adelante en detalle por el
interés que presenta sus posturas para el esclarecimiento del arquetipo del
hombre fuerte dentro del Estado y su presencia en una sociedad en
descomposición y sin atisbos claros de
salir de su decadencia.
Monedas del estado de Heron I
V
El Hieron: para una hermenéutica del tirano
El diálogo está
dividido en 11 epígrafes. En una primera
lectura rápida pareciera que tratara de un tema individual, la vida del tirano
y su comparación con la del hombre de a pie. Pero al entrar en detalle en cada una de esas secciones,
encontramos una sucesión de eventos y casos que serían pertinentes a Jenofonte
explorar y expresar para comprender sus
ideas sobre el buen gobierno y el gobierno desviado. En el primero priva cierto
sentido de justicia apegado a la ley, en el segundo la injusticia reina por
voluntad del que manda. Y más de cerca, nos abrimos a la entramada tela
narrativa de la desgraciada condición del tirano en general. Se pretende
construir un arquetipo del tirano en la antigüedad, de su soledad, sus
sufrimientos, sus angustias, su vida acorralada en palacio y, sobre todo, el
temor permanente a ser defenestrado y aniquilado. Situación que no deja de
modelar, a su vez, la vida social en
general y el tipo de relaciones humanas asentadas alrededor del comportamiento de un Estado
tiránico. Nosotros presentaremos una hermenéutica del tirano en la antigüedad
bajo la fisonomía espiritual de este
modelo. Descripción e interpretación que si la traemos a nuestro tiempo,
pudiéramos afirmar, que se asemeja y
contrasta con los gobernantes de ciertos estados totalitarios y democracias populares contemporáneas, junto al control y sujeción de la vida privada, la
cual es manejada al antojo por una burocracia servil e interventora en todos
los órdenes de la sociedad. Además se puede agregar lo que implica hoy en día el desarrollo y la
intervención de la tecnología de control electrónica aplicada en todos los
estamentos de la vida, tanto pública como privada. Una sociedad que ha aceptado
ser tiranizada siempre tenderá a tiranizar el pensamiento individual y
colectivo.
Jenofonte nos da una
opción de entrada para abrir la puerta de la tiranía y no permitir asumir la
desgracia de los seres moldeados por el
comportamiento tiránico en nuestra
condición consciente de individuos que cultivan, elitescamente, la conciencia de libertad individual frente al mundo
conformista de las mayorías.
En todas sus páginas
encontramos un leit-motiv que va cobrando fuerza hasta su final: el tirano
no le va nunca bien porque está
enfrentado con toda la ciudad. Es un tipo de relación encontrada. Sabemos que
en la historia también estaría la aceptación del tirano por un gran número de
partidarios que vendrán a ejercer un control con respecto a todos aquellos que
se sienten acosados por el ejercicio del gobierno del tirano. Y siempre debe tomar medidas impopulares que
pueden ser consideradas criminales. Pero el tirano confesará que goza menos y
sufre más que el común. La ambición de tener el poder de forma absoluta es,
según la óptica jenofontina, que puede, en apariencia, disfrutar más placeres y
tipos de vida más abundantes y
variadas que cualquier otro; que, a la
luz pública y a la envidia eterna
humana, es favorecido en la
perspectiva de disfrutar múltiples placeres por encima de todos. Dada esta
introducción queda entrar al desarrollo del tema en cada una de las partes del
diálogo.
¿Cuál es la opinión
del hombre vulgar acerca de la tiranía? Podemos resumirla sí: ella es mala para
la ciudad, pero buena para el tirano, ya que la vida del tirano es del
género de vida más gozoso, envidiable y
deseable. Es la visión que percibe el
poder bajo el manto de un fin hedonista personal, propio del hombre común y sin
criterio; los placeres del cuerpo y la
riqueza o el poder son más importantes que la virtud. A esta opinión se le
oponen, los hombres probos, que como tales, no tienen que ser hombres sabio, sino justos y valientes, es
decir, buenos ciudadanos; para estos últimos, la tiranía es mala no sólo
para la ciudad sino para el tirano mismo, por carecer de moderación y
autocontrol del hombre que sabe cuáles son sus límites. Recordemos la leyenda
de Zeus, quien recurría a introducir en su vida la vanidad y la soberbia para
aquellos que quería destruir…
[1] Diógenes de
Laercio: Vies et doctrines des
philosophes illustres. Ed. La Pochotéque. Paris, 1999. P. 252.
[2] La proxénia es una institución que se compone de dos aspectos: una
funcional, que consiste en dar servicios a una ciudad griega y una ayuda a los
extranjeros que están de paso por ella; otra, un honor: aquel que es reconocido
por la proxénia es honrado por la ciudad a la cual ha servido
y, por tanto, se le da tal
reconocimiento. Un extranjero podía residir en la ciudad que lo nombra como proxéno y
le otorga cierto número de privilegios. Jenofonte recibe la proxénia a causa de sus servicios que ha
prestado a Esparta en el curso de la guerra contra la liga de Corintio. Ver F. Gschnitzer, art. Proxenos.
RESuppl XIII, col. 629-730.
[3] Ver Jenofonte Anábasis. Ed. Gredos. Madrid, 1999, V
3.6. Helénicas.
Ed. Gredos. Madrid, 1994. IV
3.15.
[4] Los hoplitas eran
ciudadanos-soldados de las Ciudades-Estado de la Antigua Grecia.
Su nombre procede del griego antiguo ὁπλίτης, hoplitēs, que deriva de hoplon (ὅπλον, plural hopla, ὅπλα),
que significa «artículo de armamento» o «equipamiento». De esta forma podemos
deducir que era un soldado de infantería pesada, en contraposición al gimneta ( del griego antiguo γυμνής, gymnếs,
“desnudo”) y al psilós (griego antiguo ψιλός, psilós, “desnudo” también),
soldados de infantería
ligera. Los peltastas
eran originarios de Tracia y su nombre
se debe al vocablo griego
πελταστής /peltastēs, derivado de πέλτη/péltê, que refiere al «escudo ligero», por ser hecho de
mimbre y no de metal; en latín, peltarion)
apareciendo desde el siglo
IV a. C.
en el mundo antiguo. Fue de esta manera llamados los que pertenecieron a la infantería ligera mercenaria característica de los
ejércitos griegos y helenísticos.
[5] Jenofonte, Socráticas, Económía y Ciropedia. Ed.
Océano. Barcelona, 1999.
[6] Ciropedia, 1, 1.
[7] Todas las
referencias a esta obra son tomadas del libro Sobre la tiranía de Leo Strauss (Ed. Encuentro. Madrid, 2005), el
cual es un estudio clásico de la filosofía política sobre el tema de la tiranía
y Jenofonte. El Hierón o de
la tiranía, aparece completo en ese texto.
[8] Ver op.cit.p. 20-41.
[9] Las personajes históricos en los que se inspira Jenofonte
para escribir su diálogo más o menos unos cien años después de sus vidas,
fueron Hierón I y Simónides de Ceos. Hierón I (Ἱέρων; ?-467 a. C.), fue tirano de Gela (485 - 478 a. C.) y de Siracusa (478-467 a. C.), hermano y
sucesor de Gelón.
Se casó sucesivamente con tres esposas: la hija de Nicocles de Siracusa, con la del tirano Anaxilao de Regio y con la de Jenócrates, hermano de Terón de Acragante. En el año 485 a. C. sucedió a Gelón como tirano
de Gela, cuando éste se hizo con el poder en Siracusa, y en el 478 le volvió a
suceder en Siracusa, tras disputarse el poder con otro hermano, Policelo.
Fue proclive a una política
expansionista y bajo su dominio la tiranía siracusiana alcanzó su momento más
alto, al controlar todas las ciudades griegas en Sicilia. Fue un protector de
las artes y de las letras. Por su corte pasaron filósofos y poetas, entre ellos
al mismo interlocutor del diálogo, Simónides de Ceos, pero también su sobrino y
discípulo el poeta Baquílides (Iulis, isla
de Ceos ¿565 - 430? a. C.?), quien le dedicó tres epicinios, el 3, 4 y 5, a Hierón I como vencedor en la carrera de carros de
los Juegos Olímpicos de 468 a. C; este poeta permaneció como huésped por diez años en
su corte. Estuvo también Esquilo (Eleusis, 525 a. C.- Gela, 456 a. C),
que escribió una tragedia sobre la refundación de Catana y representó Los persas ante
el tirano en 470 a. C.; Epicarmo
(Megara Hiblea, de Sicilia, ca. 540 a. C. - Siracusa, 450 a. C.) y Píndaro (Beocia, hacia el 518 a. C - Argos 438 a. C), que compuso laudos para celebrar las victorias de Hierón en los Juegos Píticos
de 482, 478 y 470 a. C., y en los Olímpicos de 476, 472 y
468 a. C. Hieron I muere en Catana en el año 467 a. C. y fue sucedido
por su hermano Trasíbulo. El otro personaje del diálogo es Simónides de Ceos (Yulis, en
la isla de Ceos, ca. 556 a. C. -Siracusa, ca. 468 a. C), que gozó de gran fama como poeta lírico; de una producción
literaria muy variada, fue el primero en cantar al hombre y no a dioses y
héroes; creador de la mnemotécnica
(afirma Cicerón), además de ser un gran viajero y de permanente espíritu
cosmopolita de mentalidad abierta. Invitado por distintas cortes, como la del
tirano Hiparco y otros gobernantes mecenas, viajó por Cranón y Farsalia. Su
popularidad creció con sus cantos a la batalla de Maratón y principalmente por sus epicedios como el de los trescientos espartanos
de Leónidas I: «Extranjero, ve a decir a los lacedemonios que yacemos aquí en obediencia a sus
leyes.», según cuenta Herodoto (Historia, VII, 228), Fue un poeta profusamente citado. Simónides fue autor de una famosa definición de justicia, según la cual esta sería "la obligación
de dar a cada uno lo que se le debe". Finalmente vivió, hasta el final de su vida, en la corte de
Hierón I. Muere y es enterrado en Agrigento. Ver: Juan Manuel
Rodríguez Tobal: El ala y la cigarra. Fragmentos de
la poesía arcaica griega no épica. Edición bilingüe. Hiperión, Madrid, 2005
[10] Grote, George: Plato
and the other companions of Socrates, London, 1888, vol 1, p.222.
[11] Las palabras de Rousseau
referidas al Hierón son estas:
"Omnes autem et dicuntur et habentur tyrimni, qui potestate sunt
perpetua in ea civitate quée libertate
usa est." (Corn. Nep. in Miltiad, cap. VIII). Es cierto que ristóteles
(Mor., Nicom., lib. VIII, cap. X), distingue al tirano del rey, en que el
primero gobierna para su propia utilidad, y el segundo, para utilidad de sus
súbditos; pero además de que, en general, todos los autores griegos han tomado
la palabra tirano en otro sentido, como parece, sobre todo, por el Hieron
de Xenofonte, se seguiría de la distinción de Aristóteles,
que desde el principio del mundo,
nunca ha existido un solo rey.
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