De la escucha líquida
y otros artificios sonoros (I)
David De los Reyes
"El primer
medio para pensar es escuchar bien".
Jaime Balmes
“Para saber hablar
es preciso saber escuchar".
Plutarco
"Así como hay
un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar".
Epicteto de Frigia
“Hay que aprender a
juzgar una sociedad por sus ruidos,
por su arte y por
sus fiestas más que por sus estadísticas”.
Jacques Attali
Avance de investigación del proyecto ¿Escuchaste eso…? La
escucha entre habilidad y estética. Coordinadora Profa. Meining Cheung para
UArtes - 2020
Intensión de escucha
¿Es lo mismo oír que escuchar para el humano? ¿Es el
oído un sentido cognitivo o estético? ¿Qué tipo de conocimiento puede arrojar
el oír o el escuchar? ¿Son dos momentos distintos de cierta condición animal por
el hecho de estar en el mundo? ¿El escuchar tiene un sentido orientador ante
los placeres como los peligros que en un momento pueden rodearnos? El oído, ese
Auris, como refieren los latinos antiguos, es sólo una vibración
transportada por el invisible aire y traducida en significado, ¿por el audible
sentido vinculado a la percepción de una conciencia animal? ¿Escuchan u oyen de
igual manera todos los animales y en especial los hombres? ¿Escuchamos sonidos
o ruidos? ¿Hay tantas escuchas como oídos en el mundo o tantas escuchas como
atención y culturas? ¿Todos los humanos escuchamos de la misma manera? ¿Es el
oído un sentido igualitario o diferenciador? ¿Podemos hablar de un oír natural
y de una escucha cultural? Para responder a estas preguntas el compositor
norteamericano Aaron Copland, a finales de la década de los años 30 del siglo
pasado, dio una serie de conferencias. Con ellas buscaba responder a la
inquietud sobre cómo escuchamos música[1]. Para
este músico escuchar música vendría a estar asociado con el aprendizaje de ese
arte junto a nuestra experiencia. Su preguntaba sobre ¿cuál público es el que
escucha? ¿Cuál es la calidad de los oyentes? O ¿cuál es la condición de nuestra
audición musical? ¿Cómo escuchamos? ¿Cuál es el medio por el cual nos llega la
música? Pudiendo transliterar el adagio conocido de dime qué, cómo y dónde
escuchas y te diré qué tipo de público u oyente eres. En el caso de este músico, exigía la necesidad
de una atención concentrada, aunado a una aptitud tanto intelectual como
emocional, que siempre estaría en juego o en posible distracción; la desviación
del buen escuchar hoy viene a ser casi infinita y de una globalidad sonora
ubicua. De la misma manera que podemos rápidamente experimentar cuando entramos
en una sala de conciertos, en la cual un gran público no escucha la música,
sino que lleva a cabo otras acciones distractoras: ver el celular, responder a
una llamada, mandar mensajes y fotos a las redes sociales, pulsar teclas para
un chat en curso, hablar, leer, caminar
por el espacio; el pianista canadiense Glen Gould decía que los públicos van a
los conciertos a más que todo a ver y no a escuchar. Todo entorno,
junto a los dispositivos sonoros, confabulan para no concebir una escucha de
calidad sino una escucha distraída, líquida, deslindándose de la
interpretación musical en desarrollo o cualquier otro ruido electrónico
codificado en grabación digital. Otro fenómeno sería la escucha en un concierto
al aire libre por ejemplo, de rock. Las actitudes son otras; se busca una
experiencia catártica, unificadora con el conjunto humano, en participar de una
emoción tribal colectiva, de una identidad emocional común y aceptada donde la
música vendrá a ser el broche de amarre del vínculo religioso moderno
dionisiaco. Nuestros oídos están sobreexcitados, sobresaturados; reductos
acústicos del ruido permanente de las ciudad y de todo el cerco que nos proveemos
como coraza aislante para la distancia y la vida separada de la vida
interpersonal.
Copland habló de la formación de una escucha
virtuosa, selectiva, de atención plena a la par de un oyente virtuoso, que
tendría la capacidad de reconocer, captar la estructura, el estilo, la época,
los modos, los instrumentos utilizados, los espacios en que la música se
presentaba. ¿Podemos seguir hablado de esta propuesta en cómo escuchamos u
oímos en el presente? ¿La música o los músicos cambiaron? ¿No serán ambos,
música y músicos, espectros que emergen de una realidad virtual permanente? ¿La
escucha es la misma en cada época o es un sentido que evoluciona -o
involuciona- gracias al espejismo del progreso tecnológico? Estas son algunas
de las preguntas y preocupaciones que nos surgen ante tan maravilloso tema, y
que quisiéramos intentar aclarar a lo largo de nuestra breve investigación
sobre ¿Qué escuchamos o cómo escuchamos?
¿Una escucha líquida?
Oír escuchar,
escuchar oír o ir a escuchar
El oído es un sentido que no queda intacto en sus
capacidades a lo largo de la vida de cada individuo. El escuchar atento es
distinto del oír por oír cualquier cosa. La escucha se adentra en campos
semánticos de una narrativa sonora que se diversifica con el entorno, tanto natural
como cultural. Pudiéramos ya decir que el oído tiene una escucha en relación,
no sólo con lo que escucha, sino con el vínculo que irrumpe en la vibración del
espacio transportador de ondas diferenciadas en los distintos matices de
gravedad o agudeza, lisura o corrugado sonoro por las que gravitan los sonidos al
ser absorbidos por la acústica de nuestros oídos.
¿Todo lo escuchamos de la misma manera? Pudiéramos
decir que puede que todos tengamos oídos, pero no todos los oídos escuchan de
igual forma y captan al universo sonoro exterior del mismo modo. La aproximación
auditiva en cómo apercibe el hecho acústico-sonoro un músico de formación o un ingeniero
de sonido poseerán ciertas similitudes, pero también grandes diferencias,
aunque ambos tendrán como materia principal la emisión y la audición de los
sonidos musicales, pongamos por caso. Y estas dos posturas ante la escucha ya
nos da una gama infinita de distinciones y de resonancias, de matices y de
vibraciones que llevarán a encontrar posturas disímiles ante el mismo hecho del
fenómeno sonoro y según el apéndice-dispositivo que lo acompaña en su cotidianidad. Con ello
queremos dar a entender que la escucha del oído si bien puede ser una condición
genética y ontológica por constitución y evolución natural desde el comienzo de
nuestra existencia y del ser, sin embargo, nos encontramos finalmente que los
linderos de la audición se bifurcan con la relación y formación cultural de la
escucha de quien escucha. El ser de la escucha está determinado o
elegido, constituido o agudizado por su devenir del mundo sonoro al que
se encuentra adherido.
Por otra parte nos encontramos con la opinión de que el
oído no debe cultivarse, o se forma casi por generación espontánea, lo
cual pudiéramos catalogar como una falsa creencia, la del oído del tipo lamarckiano;
no hay que hacer nada para escuchar, porque el oído capta todo. Por otro lado, como
sabemos por experiencia personal, nuestro oído no capta todo, capta, como cuál oído
de Pávlov, lo que está acostumbrado a ensalivar en los conductos
auditivos a determinados sonidos e intensidades. Es por ello que el oído es uno
de los sentidos más importantes para la sobrevivencia animal. Es un sentido muy
primitivo, que sirvió en la evolución cerebral del homo sapiens para
captar los ambientes seguros de aquellos que lo eran cuando se estaba en
descanso, durmiendo o en faenas. Si dormir nos lleva a cerrar nuestra óptica, vitrina
abierta a los matices de lo material, de los objetos y sujetos en torno al mundo
exterior que habitamos, los oídos permanecen activos y en total captación en
todo momento, sirviéndonos desde hace más de 70 mil años en la evolución para
despertar la atención al romperse el manto de los sonidos habituales que mecen
nuestros sueños en un ambiente conocido y sentido como seguro.
Pero el oído evolucionó, se desarrolló y se especializó.
Construyó formas de sentir-escuchar los sonidos, los ruidos naturales o no, las
palabras, los cantos de los animales y el escucharse tanto a nuestra propia voz
desde la misma conciencia como a las voces externas de la comunidad con la que
convivía o se distanciaba. Hasta llegó a pensar el hombre de conciencia mágica
y holística que podía escuchar a los mismos dioses de su panteón
mítico-cósmico y conversar con ellos.
A partir de estas ideas referidas previamente,
intentaremos acercarnos al tema en cuestión. Estos son algunos de los interrogantes,
inquietudes y tópicos a tratar en mi reflexión en torno a lo que llamaré la escucha
líquida y otros artificios sonoros, donde la modernidad, la tradición, la
religión, la neurociencia, la escucha filosófica, la estética de los sonidos, los
medios de comunicación, la tecnología y otras interfases del ayer y del hoy
(¡como del futuro!), nos han condicionado y preparado para atender o no a una
conciencia de la percepción auditiva. Entendiendo a ésta como fenómeno
inevitable y, a veces, asfixiante pero mágico, ilusorio y trastocado de
emociones, fascinante y vinculante con el todo sonoro que nos habla y nos
pregunta a nuestra consciencia en todo instante.
[1] Copland, Aaron,
2001: Cómo escuchar la música. F.C.E. México. El libro contiene las
quince conferencias que dio en la Escuela Nueva de Investigación Social de N.Y.
para guiar a los oyentes o escuchas en el disfrute de la música. Una
excelente introducción sobre el método creador y los elementos anatómicos de la
música: ritmo, melodía, tono armonía, son presentados de forma comprensible
para todo público. Fue una excelente iniciativa de compartir criterios críticos
sobre qué era escuchar para muchos oyentes del siglo XX. Hoy esto ha cambiado.
Podemos apreciar una modificación en la escucha completamente inaudita,
impensada, no imaginada para ese momento. La obra, de todas formas, no deja de
ser un clásico sobre el tema.
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