Estética de la Distracción,
estética de lo banal
David De losReyes
I
Dentro de nuestro estadio cultural y la interacción con
los dispositivos de comunicación a todo nivel, nos encontramos en la situación
del triunfo de lo estético en todos lo niveles que cualquier cosa pueda ser
tomada como arte. Por ello, la estética no pasa por debajo de la mesa para
cualquier proceso de la línea d producción o de marketing. Lo digital nos ha llevado a establecer un
mundo desmaterializado. El arte, como ha visto ya hace varias décadas Michaud,
se ha evaporizado. Debemos pensar este estadio a la realización del arte
desde otra perspectiva. Más que la producción material de un objeto artístico,
la infinita e incansable presencia de la imagen que nos desmaterializa al mundo
en una representación virtual. Así respiramos y vivimos sumergidos en una
atmósfera estética que ha invadido toda circunstancia, a nuestro mundo y
nosotros mismos, nuestro cuerpo y nuestras mentes. Es la búsqueda y la
impedancia del sentido de lo bello en todo lo que vemos, tocamos, olemos, y
masticamos. Es una sobreabundancia de una perspectiva que reafirme un carácter
emocional de aceptación a través de un recurso estético que ya no es lo
característico de lo que se llamó arte en los tiempos pasados. El arte era el
reino de lo bello. Ahora nos vemos que todo busca adentrarse en el reino de lo
bello y el capitalismo no ha dejado de pasar este efecto en todo lo que toca y
en todo lo que produce. Lo bello como
un elemento inconsciente para todo público al interactuar con cualquier cosa o
evento en el que esté presente, bien por la vía de la realidad del consumo
virtual o bien por la realidad del consumo material.
Se ha dejado desplazada la noción de belleza que acuñó
Kant (siguiendo a toda una tendencia del siglo XVIII), y es que la relación
estética, era una relación sin otro fin que para sí mismo y desinteresada. Y
afirmaba Kant que lo bello era aquello que tiene un abordamiento universal por
el público que lo perciba, y no debía tener un definición previa particular o
determinada. Lo bello era lo que gusta universalmente sin concepto. La belleza se encontraba dentro de los
límites del arte o de una experiencia sublime con la naturaleza. Eso ha
cambiado. Eso prácticamente ha desaparecido por el triunfo de la estética en
toda nuestra percepción de lo banal. Lo banal se pudiera categoriza como una
belleza que se desprende de todo lo que el marketing, la sociedad de consumo
toca para presentarse y afectar nuestra sensibilidad. El diseño, en
todas sus ramificaciones industriales o no, ha sido un buen agente propagador
de este sentido de lo bello seductor como cualidad de todo objeto producido
masivamente hy dirigido al hipoerconsumo. La estética ayuda al gusto
masificado. Ahora las masas tocan las riveras del gusto por lo bello sin mayor
requerimiento de formación sino de consumo y a través de la hiperpublicidad en
todo momento y dispotivo, y de aceptar la construcción corporal de una
docilidad sensible ante los lamparazos lumínicos que nos dan el persistente y
obsesivo mundo de las redes y de lo virtual. La belleza se ha desmaterializado,
se difumina, se ha pasado a un estado vaporoso electrónico de bits. La belleza,
si podemos hablar de este modo a la seducción líquida de los medios, en tanto
impresión pasajera entorno a la red con la que interactuamos y nos devuelve una
belleza de la atracción hipnótica iconológica.
Esto nos lleva a pensar con la desaparición de la
necesidad del arte, de su ser ahí, para utilizar la manida expresión
heideggeriana, para ir a encontrarnos con el origen de la obra de arte. Si existe es tan sólo para generar una
experiencia difusa, sin contemplación, indefinida, sin exigencia de penetrarla
para su juicio estético, sino un roce contingente, que se queda en la
indeterminación y gracias a una fácil accesibilidad continua. Una relación
estética que viene a ser una comunicación sentida más no consciente. Es la
permanente conexión ansiada en el vacío de la mente en movimiento iconocinética.
Sin embargo, a principios del siglo XX, con todo el
movimiento artístico de las vanguardias, se vino a encallar en un arte que
tenía como fin reemplazar, sin querer queriendo, toda la tradición del arte
presencial anterior en todas sus formas. No sólo por la reproductibilidad
técnica del arte, como lo vio Benjamin, sino por la idea de una ampliación del
arte a partir de los ready-made, con Duchamp a la cabeza. Surge una nueva dimensión del arte, del
concepto de arte ampliado. ¿En qué se basó esto? Como bien se sabe, se
tomará a los proyectos artísticos como lo objetivo, los conceptos de las
obras, sus dimensiones intelectuales del acto creador, su lógica de construcción
y su efecto artístico como aquello que reemplazará a la obra en tanto realidad
presencial.
Ello dará pie para la aparición de un arte sociológico,
que toma en cuenta las condiciones situacionales de la existencia de la obra,
pero llevándola a una deconstrucción a partir de una investigación que
traspasa hacia un desmantelamiento de las partes dando evidencia de sus
elementos constitutivos artísticos. ¿Cuáles elementos serán esos? Si en el caso
de un cuadro, implicará su deconstrucción en la medida que se reduce a sus
elementos simples: canvas, tela, colores, firma, marco, etc.). Y esto se puede
aplicar en cualquier obra. Se trata de reducirlas a sus elementos estructurales
simples.
Este desjuntamiento de la obra por los cauces artístico
del deconstructivismo en sus componentes
materiales, conceptuales, concepto, actitudes y aptitudes artísticas, el
cuerpo del artista inmerso en la obra
como elemento requerido, su medio de existencia nos lleva a este desconyugamiento
de la obra. Decantando en arte conceptual, minimal art, body art, land art y
performance art. Esta mutación también toca a la personalidad del artista. De
ser pintor, compositor, escultor, se pasa a coquetear y coexistir con
arquetipos profesionales de otras ramas, entrando a una primera aproximación a
una transversalidad y multi/hiper/inter relación con la del chaman, el performer, el
accionista, el conceptual, el minimalista, entro otros. Sin dejar de tener
determinados compromisos político con otros campos de la estética artística:
situacionistas, feminismo, ecologistas, terroristas del arte, hedonistas del
consumo, con los hippies, etc. Pero en el transcurso del tiempo el artista está
cada vez más alejado de aquella figura romántica a lo Van Gogh o Gauguin, en
tanto artistas malditos, enfermos, marginados.
El artista ha venido a convertirse en un buen operador o mediador
social, según la mirada de Michaud, que se interconecta con la mentalidad del
hombre de negocios, del hombre de la comunicación, de ilusionista y de chamán. Un
arte mas cercano a la moda, al video, al clip, al tiempo libre, al turismo,
siempre como experiencias intensas y particulares, sin tener una búsqueda
tocante a una existencia metafísica a la contingencia de la inercia cotidiana.
Es lo que ha conducido a un estadio en que nos topamos
con una vaporización del arte, a un arte líquido, pasajero, que se amolda a las
circunstancias de los imperativos estéticos de las modas, entrando a una
plataforma del usufructo económico que viene agarrada apretadamente de la
estética invadiendo todo terreno de seducción. En el mundo del consumo de
datos, del datismo
(Baudrillard), la estética es un aliado
para la seducción y concentración de la atención en los modos agresivos,
de IA no artística pero sí estética, dentro de nuestro intervalo vital social. Muta la obra maestra de arte,
entra en escena la obra de la estética multicultural, anticonolonialista o
postcolonial, de objetos estéticamente masificados y enfocado al hiperconsumo,
que ha venido a ocupar el sitial de la cúspide el sistema simbólico con los logos,
la publicidad en un nuevo estadio hiperproductivista. Antes de pensar que nos encontramos con la
muerte del arte, lo que hemos entrado es con la demasía del arte, demasiadas
obras de arte de múltiples diversidades y significados, quedando reducida su
significación para solo venir a decantar en una estética de la distracción. Con lo digital se inaugura otro estadio de esa
actividad arqueológica del arte. El arte se evaporó en la cadena de
bits, en las cadenas de arte del ready-made, donde al pecar por exceso
de arte nos encontramos con al asfixia del arte por sobre producción e
inmediates, perdiendo el público su capacidad de agudizar un gusto, una
estética, un estilo. Todo es arte y nada es arte. Sólo diversión, experiencia
estética del momento. Pase la próxima obra…
Con esto se llega al grado cero del arte, por decir así,
vendrá a desdefinirse y destetizarse la
obra de arte, al perder los componentes tradicionales modernos de gusto,
placer y belleza. La experiencia estética se ha trastocado en el
sentido de lo que se entendía como experiencia estética artística tradicional,
que estaba en contraste con un sentido y apreciación de lo que podemos conocer
y vivir como lo consagrado por belleza,
por lo sublime, por la invención.
II
La estética de la distracción, que Benjamin observó al
dejar de existir el aura, el culto a las obras únicas y al convertir los
productos del arte en una producción en serie, gracias a su reproductibilidad
técnica, se dio paso a convertir el escenario artístico de las obras en un
ludismo permanente enlazado con el lenguaje bimario de lo virtual. Una
distracción en los bordes de la estética que Michaud, refiere a un
comportamiento surgido para ocupar un doble sentido del tiempo libre. Por un
lado, una desestización de las obras en la medida que se entiende por estética
a la exigencia de una contemplación
análoga presente en las obras maestras del arte. Y la distracción como un
tiempo a solventar el vacío del no saber qué hacer. Es una experiencia distraída
del usuario, del paseante ocioso por las calles y los escaparates, del
transeúnte sin destino, en oposición del conocedor y del iniciado en la
apreciación de las obras de arte. Es lo que recoge la frase de Benjamin citada
por Michaud: A grandes intervalos en la historia se transforma al mismo
tiempo que el modo de la existencia, el modo de percepción de las sociedades
humanas (Michaud, 94). Lo que vendrá a referir que no hay obras de arte
inmutables, sino que la esencia, el devenir de las sociedades y su historia,
también llevará a construir una percepción común que las conduce a verlas de
manera distinta al momento de su aparición. Dependerá la percepción de la obra
de consustanciales transformaciones sociales a diferentes niveles, pero también
a la aparición e introducción de los dispositivos técnicos con los que el
hombre irá construyendo su cotidianidad dentro de la naturaleza digital.
¿Cuál ha sido la mayor transformación social del mundo a
nivel global? El desarrollo de un público de masas, surgimientos de otras
habilidades de trabajo, de otro tipo de agente productor, de una diferente
percepción para acercarse a lo llamado
por realidad consensuada. Todo ello ha traído una fuente indetenible para un
aumento de los dispositivos y los valores de distracción con qué contener el
tiempo aparentemente improductivo y
libre. Transformando la política en espectáculo masivo que se conjugó con los
niveles exigidos por las transformaciones de la evolución del capitalismo
corporativista y sus tenazas de captación de la atención común.
Entramos desde hace tiempo en el elogio de las masas por
las fabricas de sueños que nos aporta toda la industria de imágenes.
Vivimos sumergidos en ellas, convirtiéndonos en seres permanentemente
distraídos, anhelantes de nuevas imágenes, y a la vez el gusto por el ser
cómodamente manipulados por ellas. El gran placer se nos abre ante nuestros
ojos, oídos, ¿tacto? ¿paladar? ¿olfato? Que ininterrumpidamente nos convertimos
en unas esponjas insaciables de estímulos, ¿experiencias? estéticas en todo
momento. La estética toma el control. La
política es uno de los campos de la estética. Vivimos dentro de la burbuja
exitosa de la seducción estética en todos nuestros confines existenciales. Un
tiempo abierto a la recepción de la distracción.
Ya no queda ni el recuerdo de la contemplación estética
de la obra, ni lo sublime ante los fenómenos magnificentes de la naturaleza.
Miles de reproducciones de diferentes estandartes artísticos siempre se nos
aproximan para su consumo. Miles de libros, de grabaciones, de fotografías, de
filmes, de vídeos, de informaciones. Todas ellas trasegándose entre nuestro
cuerpo y nuestra mente. Con los cambios técnicos el arte sufre una crisis
irrecuperable. Sobre todo, cuando se pueden realizar obras de arte ayudadas por
las tecnologías de la reproductibilidad casi instantánea, dejando de ser
artísticas en el sentido del lugar que ocuparon en el pasado. El arte ha dejado
de asociarse a un tiempo de calidad, de contemplación, de culto, de gozo
sensible. Nos adentramos en las experiencias de la permanente liquidez de lo
indetenible de la producción técnica en todas las expresiones que implican una
sobra, un aire gaseoso con lo que se llamó arte. ¿Cómo llamarlo aún hoy? Creo
que más que encontrar un concepto podemos aceptar que nuestra percepción,
nuestra bombardeada sensibilidad, nuestra frigidez narcisista sensible del
consumo contumaz, nos ha cambiado nuestra naturaleza ante esta fenoménica
realidad en se conjuga procedimientos
artísticos tradicionales, con procedimientos tecnológicos aunados a
dispositivos masivos, más el vértigo que imprime el ritmo de vida veloz dentro
de nuestra esfera global. Como se ha dicho, ante todo esto descrito antes, ya
no queda ni el recuerdo de la contemplación y el recogimiento estético. Viva la
fábrica de orgías mediáticas de la distracción consumista en el estadio del hiperdatismo galopante.
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