lunes, 2 de septiembre de 2024

 

 Descartes o los comienzos de la razón moderna

David De los Reyes







            I.-  El filósofo y el método 

            Nos encontramos con el personaje que lleva a cabo la avanzada más profunda en la filosofía en un cambio de pensar; cambio que operaba a través de los recursos que le abrían las nuevas relaciones que donaba su concepto de razón, asegurado con el procedimiento, pero convencido, según dicho autor, de encontrar las verdades correctas a través del “método”.

Será el pensamiento cartesiano donde justamente comienza la gran crisis histórica que va a dar de sí a la modernidad su último respiro. Con dicho pensamiento, ésta era queda superada. Pues bien sabía que el humanismo moderno establece su radical postura en el hacer coincidir en el hombre el sujeto y el objeto eminente del pensar. Será con Descartes donde esta postura se decantará en “racionalismo”.

Se nos presenta una filosofía donde el hombre no puede filosofar desde Dios, sino que querrá hacerlo desde sí mismo. La figura divina no será ningún punto de partida desde ahora; será sustituida por el que encuentra el hombre dentro de sí, el cual es su propio pensar, sus “cogitaciones”; y entre ellas, las únicas capaces de ofrecer seguridad, esto es, “trascendencia”. Es decir, serán los pensamientos que procedan de la razón. A Dios se lo aparta de lado y el pensar pasa a ocupar, dentro del cartesianismo, el puesto de aquel. Surge ahora, la reflexión del hombre y del mundo.

Descartes declara que la razón es cosa de todos los hombres y no un misterio alquímico a la mano de unos pocos o de una capilla filosófica. La razón será democrática. Descartes se vuelve contra la autoridad, en nombre de la espontaneidad del pensamiento. Todos los hombres están dotados para alcanzar la verdad, según Descartes, pues todos poseen “naturaleza”, esa facultad de distinguir lo verdadero de lo falso; esa disposición es la razón. El problema estriba en usarla. Se levantan aquí las cautelas; las amenazan surgen por todas partes al tumbar a la mera ilusión, encontrando debilidad a “ciertos” juicios humanos. Por ello, nuestro autor buscará el remedio contra el “error”, el error de la caída dentro del pozo de la ilusión. Para ello crea el método, que será producto de sus propias experiencias para alcanzar un juicio verdadero acerca de las cosas. Descartes, con ello, se convierte en el primer racionalista moderno, por lo cual viene a ser llamado el hombre del método.

El individuo correrá su propia suerte y es posible que al final del camino no encuentre nada. Descartes no ve una conciencia universal en cuanto a lo social; o es que no la quiere ver, con lo que evita problemas mayores a la filosofía, y a su filosofía en particular; y si llega a nombrar algo con lo que no está completamente de acuerdo, por ser llevado por su propia reflexión a senderos desviados a los establecidos por el statu quo, lo dirá con reservas y con modos indirectos de expresarlos.

Para Descartes la “verdadera razón” no está ahí, como algo dado. Hay que emprender la marcha. El individuo deberá alumbrarse a sí mismo desde su propia soledad, en la medida en que quiera hallar la verdad; es un penoso y solitario esfuerzo personal.

En Descartes (como en Malebranche, Spinoza y Leibniz), la razón es la región de “las verdades eternas”, verdades comunes al espíritu humano. Es lo que piensa Cassirer; "Lo que conocemos y contemplamos, en virtud de la razón nos asegura la participación de la naturaleza divina y nos abre el reino de lo inteligible, de lo suprasensible puro. No es el hombre colectivo de las ideas innatas, que nos son dadas con anterioridad toda experiencia y en la que se nos descubre la esencia absoluta de las cosas. La razón, lejos de ser una tal posesión, es una forma determinada de adquisición[1].

Descartes sólo buscará una ciencia, aquella que pueda encontrar en él mismo o en el gran libro del mundo.

Igualmente encontramos un paralelismo entre el conocimiento racional y una arquitectura -¿Arquitectónica ?- del pensamiento. Notamos que el conocimiento se nos presenta como una morada, algo que el hombre necesita construirse para que pueda resguardarse como pervivir dentro del mundo. La falta de conocimientos sería estar en la intemperie. Se construye el saber, -la morada-, el mismo individuo a través del “recurso del método” por medio de principios que nos van guiando hacia la finalidad de alcanzar dicha ciencia. Con la construcción nos muestra que la vida es un continuo hacer, con lo que se ponen a prueba nuestros principios racionales, nuestro juicio acerca de las cosas; el hacer implicará, pues una norma; la vida en su acción estará sometida a una norma que en su conjunto se desprenderá una moral racional, con la que nos mantendremos en una actitud racional frente al mundo que se nos presenta.

Moral provisional será lo que construirá Descartes para continuar sujetándose a determinadas normas y no salirse de su propósito. Una moral mientras dura la construcción del gran edificio del saber racional definitivo. Según Hámelin[2] , la verdadera moral de Descartes sería, en esencia, el conocimiento actuante (la connaissance agissante). Con lo que se pretende mostrar una fidelidad racional a sí mismo o, en otras palabras, un voluntarismo de la razón.

En una carta a la reina Cristina de Suecia, Descartes le escribe lo siguiente: “Cuando la voluntad asiente a la evidencia racional tenemos juicios verdaderos; cuando consciente en una inclinación racional, tenemos actos buenos”[3]. En ello se ve la fidelidad a sí mismo que mencionamos arriba. En la segunda parte del Discurso del Método nos encontramos con otra declaración interesante, en su consecución de utilizar un método para guiar su vida entre los pasajes aceitosos en donde tenga que llevar a cabo su empresa: "Pero como hombre que anda sólo en las tinieblas, me resolví caminar tan lentamente y a usar de tanta circunspección en todas las cosas que, aunque sólo avance muy poco, por lo menos me preservaré de caer"[4]. A modo de evitar dichas caídas se aplica a la duda implacablemente y con suma radicalidad. Todo lo que se permita recostarse en la duda deberá ser tomado como falso. La duda metódica, al contrario de la duda escéptica, será vista como el órgano primario de la seguridad intelectual. Hegel nos dice que la duda: "...nos da el comienzo absoluto dentro de esta filosofía"[5] con ella "...hay que renunciar a todo prejuicio -es decir, cualquier premisa que pueda aceptarse como verdadera-, y tomar como punto de partida al pensamiento mismo, para llegar a partir de él a algún resultado firme y sentar así un comienzo puro". Y con respecto a la diferencia de esta duda con la de los escépticos Hegel dirá: “No es esto, ni mucho menos, lo que hacen los escépticos, para quienes la duda no es el punto de partida, sino por el contrario, el resultado"[6], en el punto de llegada.

Con la duda en su pensamiento sólo llega a la única seguridad posible, a la única evidencia posible que le queda. Esta evidencia será que podrá llegar a dudar de todo, pero de lo que no podrá dudar es de que estoy dudando, pero dudar es pensar y pensar es ser, con lo que llega al principio evidente de sí mismo; ello le permite continuar con su moral, con su “norma” de seguir siendo fiel a sí mismo. Al dudar pienso y al pensar soy, luego existo (je pense, dono je suis). Con ello se establece el fundamento por donde comenzará el idealismo, con ello su puerta, si no está completamente franqueada, al menos estará completamente abierta. De ahora en adelante toda la filosofía deberá gravitar sobre ese yo entendido como puro pensamiento, el todo de la realidad. De esa frontera que es únicamente su pensamiento en tanto yo, Hegel nos dice que este yo tiene el significado del pensamiento, pero no el de la individualidad de la conciencia. Descartes arranca, como más tarde lo hará Fichte, del yo como lo sencillamente cierto; "yo sé que algo se representa en mí”. Así "la filosofía entra de golpe en un campo totalmente nuevo y se sitúa en un punto de vista completamente distinto, pues se desplaza de la esfera de la subjetividad. Se abandona la premisa de la religión y se busca solamente la prueba, y no el contenido absoluto, el cual desaparece ante la subjetividad abstractamente infinita" [7].

Así, ante la res cogitans está la res extensa y entre ellas un abismo ontológico -la unión entre ambas será uno de los problemas más apasionantes para todos los filósofos de la filosofía moderna, el problema de la comunicación de las sustancias (con todo un peso y una prolongación de la escolástica en el pensamiento cartesiano). Abismo que sólo le quedará como última ocurrencia para cerrar la brecha entre las dos “res” a la sustancia infinita de Dios. "Para Descartes, Dios es el nexo último entre el concepto y la realidad”[8]. "Descartes tuvo que recurrir a la ‘veracidad de Dios’ para poner la clave de bóveda a su doctrina de la certeza del conocimiento”[9].

 

II.- Buscando al concepto de razón dentro del Discurso del Método

Nada más que ver el subtítulo del Discurso del Método para darse cuenta de que lo que uno va a leer es algo que estará relacionado con la cosa mejor repartida en el mundo, para parafrasear al mismo Descartes, pues lleva las siguientes palabras: “Para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias”. Más claro no hay que buscar. Se trata de alcanzar el método, según experiencia personal del autor, para poder así desplegar un conocimiento verdadero y racional, que esté ligado, a su vez, al saber de las ciencias.

La facultad de la razón será igualmente el sentido común con el que cualquiera llegará a poder distinguir lo verdadero de lo falso; dicha facultad es naturalmente iguala los hombres. Por lo visto se cree que cualquier podrá poseerla de una manera inmediata, pero el autor advierte que para ello habrá que realizar un trabajo arduo en sí mismo, que comenzará en la duda y terminará con la aplicación del método,

La razón es la facultad que nos distingue de las bestias, de la naturaleza en cuanto tal y nos concierte en hombres; la distinción se logra en la actividad que desenvuelve cada especie con sus propios recursos intrínsecos ante el medio. Como dijimos, la moral cartesiana estará basada en una voluntad del conocimiento, en un vivir activo para aplicar las reglas del método a la propia vida de uno y a lo desconocido.

Sin colocarse en una posición tiránica, Descartes pretende sólo mostrarnos sus experiencias, “los caminos que he seguido”, en sus propias palabras. Su propósito no será enseñar a cada cual el método que cada uno deberá seguir para conducir “bien su corazón”, sino el “mostrar de qué manera he tratado yo de conducir el mío”[10]. Su pasión es la de lograr la distinción entre lo verdadero y lo falso, en aprender un procedimiento que lo llevase por la seguridad del conocer, con la seguridad “en la vida”.

En Descartes es más que evidente que es el individuo mismo quien deberá alcanzar la posibilidad de ejercer lo racional a través de unas normas, de unas reglas que los conduzcan a la evidencia racional en todo saber. La razón no se puede inculcar a nadie sino es el propio individuo quien ejerce la función de percibir un mundo en que lo halle cuadriculado por la facultad de la razón.

Si en Hegel encontramos que el individuo no está consciente del todo en el momento en que está actuando racionalmente y que deberá esperar a su contradicción de turno para llegar a ser autoconsciente de su propio saber, mediante la lucha que se entabla dentro de su propia conciencia las tendencias que se oponen a sí mismas dentro de sí, en Descartes la razón más que una oposición a un contrario será la búsqueda de un saber que estará guiado de la mano por unas reglas en donde recibirá, al menos, la posibilidad de no errar y de no ahondar en el error en el momento que sepa que no cabe duda de lo que esté conociendo.

 En Descartes la actividad racional estará desplegada desde la propia individualidad hacia y para la propia individualidad. Su moral sólo se atendrá al desarrollo que tenga en sí esa misma facultad, la realidad se presentará racional si y sólo si estará aplicando las reglas del método, las cuales serán una “adquisición”., más que una “condición natural”. "Un día tomé la resolución de estudiar también en mí mismo y de emplear todas las fuerzas en mí espíritu en elegir el camino que debía seguir, lo que conseguí, según creo, mucho mejor que si no me hubiese alejado nunca de mi país ni de mis libros"[11].

Para que no quedasen dudas al respecto continuamente nos dice que su propósito no se extendió nunca más allá del intento de reformar sus propios pensamientos y de edificar en un terreno que no fuese enteramente suyo. Ir más allá de ello sería una locura para Descartes. Para ello se tendrá que comenzar definiendo lo que uno entiende por saber racional y luego de ahí, al estar menos seguro de algo, así sea de que dudamos entonces podremos agrandar la lista de nuestro saber y de llevar a cabo la idea de la universalidad de la razón en la aplicación de esta realidad.

En relación con la costumbre refiere que muchas veces nos dejamos convencer por ella, sin enjuiciar lo que nos propone como cierto; al igual, la “pluralidad de votos” no es prueba que “valga nada para las verdades” que haya que descubrir; la cantidad no es un principio fiel para saber que estamos en lo cierto, para conocer lo verdadero, pues éstas son mucho más verosímiles que un hombre solo las hay encontrado, que no “todo un pueblo”. Con lo que concluyen que uno, según su experiencia, estará obligado a conducirse por sí mismo.

Las cuatro reglas para la conducción del pensar por el pasaje del conocimiento racional son las siguientes:

1.- No aceptar ninguna cosa como verdadera si no se nos ofrece como evidente. Todo deberá sernos presentado de una forma clara y distinta, con lo que se prevé de ponernos en duda acerca de dicho saber.

2.- Dividir cada una de las dificultades que se deban examinar en el mayor número de partes posibles que se pudiese y según se requiera para su mejor resolución.

3.- Ordenar los pensamientos comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer hasta ascender poco a poco, “como por grados”, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo un orden hasta que no se preceden naturalmente.

4.- Realizar enumeraciones tan complejas y revisarlas cuidadosamente con lo que se perseguirá saldar la posibilidad de errar al no dejar de omitir nada.

Con ello se llegará al menos a obtener una posibilidad de cometer un error y asumir un conocimiento o juicio por verdadero al no haber aplicado correctamente dicho método…nos enseña a seguir el orden verdadero y a enumerar exactamente todas las circunstancias de lo que se investiga”[12].

El camino que eligió Descartes lo toma por fidelidad a su propia razón con lo cual pretendió toda su vida entera dedicarse a cultivar la razón, como progresar en todo lo que pudiera en el conocimiento de la verdad racional, según el método que expusimos ya antes.

Como él mismo dirá: la obtención de dicho método no fue en una noche fría, junto al campo de batalla, sino que en el transcurso de su vida lo había estado perfeccionando y aplicando continuamente en las distintas esferas y disciplinas del saber por dónde su atención era atraída. Así al encontramos con el Tratado del hombre[13] podemos notar la aplicación severa de las reglas que comprenden dicho método. Y su método sin el contenido que debiese aplicarse no nos ofrecerá nada, no nos dará ningún conocimiento que no sobrepase de la propia vaciedad de las distintas premisas que la componen.

 

Su confesión se explicita en el sentido de la fidelidad a sí mismo que se debe tener para él obtener la certeza de la verdad. Aunque debería tener el apoyo de Dios, pues así nos los dice Hegel: “…la verdad de todo saber descansa sobre la prueba de la existencia de Dios”.

“La trayectoria de Descartes es simplemente la trayectoria del entendimiento claro. La certeza es para él lo primero; de ella no se deriva, necesariamente, ningún contenido, ni un concepto general, ni menos aún su objetividad como distinta de la subjetividad interior del yo. Nos encontramos, pues, de una parte, con su inseparable vinculación”[14]. Sus palabras son éstas; “Y creo decir, sin vanidad, que si hay alguien que sea capaz de ello (se refiere a la utilidad de sus propios pensamientos), debo ser yo más bien que otro cualquiera; no porque no pueda haber en el mundo muchas mentes incomparablemente superiores a la mía, sino porque no se podría concebir tan bien una cosa y hacerla suya cuando se aprende de otro modo”[15]. Habrá que inventarse su propio método para obtener a cambio el saber verdadero de la forma en que incurramos menos en el error y la duda dentro de las premisas y objetos que conformen a dichos saber.

El Discurso del método constituye así, según creemos nosotros, como el manifiesto del hombre moderno, al que se incita a explorar y dominar los recursos y fuerzas de una tierra que, por aquella época, se agrandaba a diario. La renovación del hombre surgiría en el momento que éste ajustase sus opiniones mediante el nivel de la razón, lograr una renovación del medio natural, aplicar el método, el cual “permite dirigir adecuadamente la razón e investigar la verdad de las ciencias”; en ello estriba la unidad en que pareciera discurrir la atención del método. Ambas tareas, según la moral cartesiana, requerían de un individuo que estuviese no disconforme con la sociedad en que viviese, dicho individuo deberá estar seguramente instalado en la sociedad, las reglas de moral provisional nos declaran, sin duda alguna, dicha función.

Pero al estar guiados por la razón pareciera que fuese imposible establecer reglas que gobiernen de un modo la conducta humana, por ello, su moral y las reglas para la dirección de la mente, serán de corte provisional. Descartes únicamente parece establecer una limitación general al individualismo que tal moral alimenta. Aunque cada uno de nosotros sea una persona separada de los demás y cuyos intereses, por consiguiente, son, en cierto modo, distintos de los del resto del mundo, se debe siempre pensar que es imposible subsistir individualmente, ya que, en efecto, cada uno de nosotros somos una de las partes de esta tierra, una de las partes de este Estado, de esta sociedad concreta, de esta familia con la que se comparte la vivienda y en la que se está unido por promesa y nacimiento. Por lo tanto, siempre hay que preferir los intereses del todo, del que se es parte, a los intereses particulares, ello está escrito en una carta a su amigo Balza, desde su residencia en Ámsterdam el 5 de mayo de 1631. Descartes, de todas formas, se encontró con el problema que posteriormente se desarrollará dentro de toda la filosofía política, ya sea francesa o la del idealismo alemán. Hegel estará, en cierta forma, con lo dicho por Descartes. Aunque el esfuerzo, la renovación del hombre debe alcanzar. por llevar individualmente la opinión al nivel de la razón: este individuo no podrá permanecer en su pura singularidad sin pertenecer al todo social en el cual se manifiesta su vida. Si Descartes plantea esta cuestión es por llegar a alcanzar una comprensión evidente de las consecuencias de sus posiciones individualistas y por cuanto que no confía que fuera posible el acuerdo, la armonía y la concordancia entre los individuos[16]. Al menos juzgaba como problemático el bien social, la pervivencia de los todos pudiera garantizarse en base a la autoafirmación de los fines individuales. Hegel no dudará de ello, la razón sólo es posible si el individuo permanece arraigado al todo. Lo universal se nos presenta como la supremacía de la existencia del individuo, pero. a su vez, éste es la única posibilidad que tiene de manifestarse ese mismo universal a través de su acción particular, cada uno negará al otro, pero en dicha negación se encontrará su razón de ser, sus intenciones en tanto portadores de una voluntad universal que exteriorizarán a la luz de su acción llevada a la existencia, con lo cual ambos lados de la relación se conservarán. Hegel no tiene duda en esto y sabrá que en Descartes hay un 'profundo desarrollo interior, pero que se manifiesta de un modo ingenuo[17]. La diferencia estribará que, si en Descartes el nivel de la razón se la presenta como la mera posibilidad de adquirir lo verdadero desde una perspectiva individual sin pasar por la criba de lo universal, en Hegel el individuo realiza lo universal, lo racional aún sea él inconsciente de ello. En Descartes la razón es un saber, en Hegel un saber que se realiza con la competencia del individuo. Descartes. en su Discurso del Método no pide ningún empleo, él se sentirá mucho más obligado hacia aquellos que le permiten gozar de su tiempo sin impedimento alguno. Es pura postura, al cual lo atrapa la duda en el momento de declararse al favor del todo por sus posiciones individualistas en el transcurso de su vida. Lo universal, como lo señalará Hegel, ni tarde ni temprano nos atrapará dentro de él, sino que al salir al mundo y pertenecer a una sociedad ya estamos inmersos dentro del mismo.

Aunque con respecto al carácter universal que arroja el saber racional, Descartes no tiene duda al decir que éste es más noble por ser más universal, por ser el que nos suministrará mayor cantidad y más selecta información; esto está en el principio de la Dióptrica, parte tercera del Tratado de la luz.

La ubicación de la razón estará en su cerebro, según sus palabras en el Tratado del hombre: “Finalmente, cuando esta máquina posea un alma racional, (se refiere al hombre, ‘autómata’, como ‘máquina’), estará localizada en el cerebro y su función será comparable a la del fontanero, que debe permanecer ante los registros donde se reúnen todos los tubos de estas máquinas, si desea provocar, impedir o modificar en cierto modo sus movimientos”[18].

 “Descartes ve en lo “orgánico”, en los animales, “máquinas”, mecanismos movidos por otra fuerza, es decir, que no se encierran dentro de sí el principio autónomo del pensamiento; es una fisiología mecanicista, un pensamiento determinado, intelectivo, que carece por lo demás, de importancia”[19].

El padre Rochon en su Carta de un filósofo a un cartesiano nos da una idea del mecanicismo y de sus engranajes diciéndonos con tono de moda, que aquella filosofía se asemeja al “taller de un cerrajero”.



[1] E. Cassirer, Filosofía de la Ilustración, trad. E Imaz (México: Fondo de Cultura Económica, 1975), 28.

[2] O. Hamelin, Le systeme de Descartes (Paris: Ed. Alcan, 1948), 384.

[3] René Descartes: Cartas, trad. Carmen Castro (Madrid: Ed. Adan, 1944), 244s.

[4] René Descartes, El discurso del método, trad. A.R. Huéscar (Madrid: Ed. Orbis, 1983), 58.

[5] G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, trad. Wenceslao Roces. (México: F.C.E. 1981), 258.

[6] Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, 258.

[7] Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, 260

[8] Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, 273

[9] Cassirer, Filosofía de la Ilustración, 80

[10] Descartes, El discurso del método, 45.

[11] Descartes, El discurso del método, 51.

[12] H. Burrows, Racionalismo, Empirismo, Ilustración. Colección Historia de la Filosofía, trad. G. Romero (Buenos Aires: Siglo XXI, 1976) 18.

[13] René Descartes, Tratado del hombre, trad. G. Quintas (Madrid: Ed. Nacional, 1980).

[14] Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, 255.

[15] Descartes, El discurso del método, 105.

[16] Lucien Goldman, Introducción a la filosofía de Kant, trad. L. Etcheverry (Buenos Aires, 1974), 41.

Con esta referencia pretendemos aceptar que la respuesta es dogmática, pero no que la burguesía francesa radical pensara que la armonía del universo no constituía problema alguno y que sería realizada de modo inmediato por la libertad de los individuos. En una carta de Descartes de 30 de octubre de 1645, lo hace notar desde sus comienzos.  Anteriormente, en otra carta de 6 de octubre del mismo año, Descartes reconoce que es muy complejo prescribir reglas: “…es difícil medir exactamente hasta donde la razón nos ordena que debemos interesarnos por el bien público (“los intereses de todos”), pero esta es una cuestión en la que no es preciso ser exacto, pues con satisfacer la propia conciencia basta…”

[17] Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, 257

[18] Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, 257.

[19] Descartes, Tratado del hombre, 63.

No hay comentarios: