martes, 1 de abril de 2025

    El dolor de emigrar

Theo D´Elía



“Emigrar es desaparecer para después renacer;

inmigrar es renacer para no desaparecer nunca más”


Samir Nair

La movilidad geográfica es una de las características que define a la raza humana, y se ha repetido constantemente en todas las épocas y civilizaciones de nuestra humanidad.

 

Separarnos de la tierra que reconocemos como nuestra, es una experiencia que duele y le acompañan todo un carrusel de emociones. Lleva en sí la pérdida de la patria, cultura, idioma, paisajes, relaciones familiares y sociales, entre muchas otras. En sentido metafórico, separar el árbol de sus raíces. ¡Estado del Ser que merece una atención especial! 

 

Existen muchas razones que nos llevan a emigrar. Algunos lo hacen de forma voluntaria por trabajo, estudios u otros, pero la gran mayoría de personas emigran huyendo de condiciones precarias y conflictivas que ocurren en su país de origen, aspirando a mejorar su calidad de vida. Independientemente de la razón por la cual se emigra, todos experimentamos en mayor o menor grado el dolor de la pérdida.

 

Emigrar implica entre otros, afrontar un proceso de adaptación que exige el lugar escogido como destino, lo que en un primer momento puede conllevar a distanciarnos de nuestros valores, creencias, cultura y comportamientos que nos han identificado con la sociedad de dónde venimos. Lo que de alguna manera nos “distrae” de ser conscientes del dolor emocional que ocasiona, el haber dejado nuestro lugar de origen y con ello la pérdida de esa vida.

 

La emigración puede ser percibida de manera diferente por los miembros de una misma familia, pero en todos los casos estará marcada por la ausencia y la necesidad de adaptación a una nueva realidad. Significando, en los niveles más profundos de nuestro ser, una ruptura sentimental, personal y familiar, que bien toma su tiempo para poder ser reconstruida y sanada.

 

El reconocer y hacer contacto con nuestro dolor por la pérdida del territorio, para luego procesarlo conscientemente, nos permitirá llenar ese espacio de vacío que produce el proceso de adaptación. Como puede ser la sensación de soledad, desesperanza, añoranza, fracaso, dolor, tristeza, miedo, pena, que en oportunidades sufrimos los emigrantes.

 

“Este duelo empieza cuando una persona se aleja de su territorio, ya sea una migración interna o transfronteriza, donde se pierden vínculos, creencias y todas esas reacciones van a ser producto de esos nuevos retos”. 

Gerson Yesith Jaimes

 

El duelo migratorio es un proceso de adaptación a una nueva realidad, bastante complejo y multifacético. Tiene entre sus características el no atender a un patrón lineal, manifestándose de forma y tiempo diferente en cada individuo, incluso a nivel del grupo familiar. Dependiendo de la capacidad de manejo del estrés de adaptación y la manera de reconstruir la pérdida de quien lo sufre.

 

Existen ciertas características que le diferencian de otros tipos de duelos:

 

● Contiene en sí varios duelos al mismo tiempo: A la sensación de pérdida de nuestro territorio se ha de sumar, el haber dejado nuestra zona de confort y estabilidad, la cotidianidad que representa por la separación de familiares, amigos, costumbres, idioma, nivel social, paisajes, entre otras.

 

● Al mismo tiempo, en tanto que el país de origen no desaparece, la sensación de pérdida aparece como parcial. Pudiendo ser, en nuestro imaginario, el retorno como una opción abierta.

 

● Es un duelo recurrente que puede reaparecer en alguna medida, cada vez que hacemos contacto con lo propio de nuestro país.

 

Al igual que el duelo por la pérdida de un ser querido, para el duelo migratorio podemos recurrir a las llamadas “cinco etapas del proceso de duelo”, negación, ira, culpa, negociación, tristeza, mencionadas por Elizabet Kubler Ross, (1926-2004). Recordando que estas etapas carecen de orden y no necesariamente están presentes en todos los que transitamos este duelo. Cada uno vive su dolor migratorio de la manera que pueda y lo necesite. El camino lo hacemos al andar.

 

Negación: Ocurre cuando estamos todavía asimilando el cambio. Es la etapa en la cual negamos o minimizamos la magnitud del dolor que nos produce la migración. Rechazando o ignorando lo que sucede, como la anestesia que en momentos necesitamos para bloquear el dolor. Pudiendo experimentar euforia por la novedad del nuevo entorno o por el contrario, una negación del impacto emocional de la migración.

 

Ira: En un primer momento puede manifestarse como un enfado con nosotros y/u otros. A medida que se asienta la realidad de la situación, podríamos sentir ira hacia las circunstancias que nos obligaron a dejar nuestro lugar de origen y/o hacia la nueva sociedad que nos acoge considerándola hostil. Es una forma de energía que nos permite revelarnos ante la pérdida, asociada a la frustración e impotencia o con cualquier circunstancia o personas que consideremos responsable de nuestra situación.

 

Culpa: Tiene que ver con lo que hicimos o dejamos de hacer en aquella patria, refiriéndonos no sólo a nosotros sino a otros. Retornando a un pasado, imposible de cambiar.

 

Negociación: Que hacemos con nosotros mismos y con nuestro territorio original. En un intento de encontrar formas de adaptarnos a la nueva vida que nos ofrece el lugar que nos ha dado espacio, donde estará presente nuestra cultura de origen.

 

Tristeza o melancolía profunda: Por la sensación de pérdida del territorio que nos hemos visto en la necesidad de dejar atrás y el esfuerzo que necesitamos hacer para llegar a este momento. En esta etapa comenzamos a ser conscientes de la pérdida y se intensifica la nostalgia por nuestro país, abrazando lo que ya no está.

 

Podemos añadir tres etapas mencionadas por estudiosos del tema, como son la: reconstrucción, aceptación e integración. Estas etapas son parte del camino hacia una nueva versión potenciada de nosotros. El resurgir como el Ave Fénix.

 

Reconstrucción: A medida que nos damos cuenta de los beneficios del nuevo hogar, se inicia un proceso de reconstrucción interna que nos lleva a redefinirnos, ya conscientes de los cambios ocurridos en nuestra vida a raíz de la migración, lo que somos y/o deseamos ser, donde estamos y a dónde queremos llegar. Es la oportunidad de ver nuestras fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas en el nuevo territorio con otra visión del mundo. Es lo que llamo el principio de la última fase del duelo. La opción de reconstruirnos en la tarea de recomponer lo que se ha roto, reinventarnos una nueva vida y salir del dolor. Escuchándonos profundamente, sin juzgarnos, centrándonos en nuestras necesidades y sobre todo siendo profundamente compasivos y amorosos con nosotros mismos.

 

Aceptación: Período en el que comienza con la adaptación a la realidad actual. Empezamos a formar nuevos vínculos, a familiarizarnos con la cultura local y a sentirnos más cómodos con el entorno. Nos permitirá reconocer y aceptar los cambios que han acontecido en nuestra vida. Con el tiempo, muchos migrantes llegan a aceptar su realidad y encuentran formas de construir una vida satisfactoria en el nuevo hogar.

 

Integración: Como última etapa del recorrido. Implica tomar acciones que nos permitirán retomar el contacto con nuestra nueva vida. Luego de esta experiencia nunca seremos los mismos. En esta fase integramos la pérdida. Aprendemos a recordar nuestro lugar de origen, sin dolor ni sufrimiento, y a reconocernos como Ciudadanos del mundo.

 

La elaboración del duelo migratorio, viviéndolo paso a paso y a conciencia plena, nos permitirá recolocar a nuestra tierra de origen en un lugar muy especial del corazón, recordando con orgullo, agradeciendo los años que tuvimos la gracia de vivir en ella. Y saber que aun cuando hayamos sido arrancados de nuestras raíces de origen, nuestro tronco ha sido tan vigoroso que pudimos retoñar, crecer, florecer, dar frutos y semillas que serán los presentes y futuros árboles del Mundo.

 

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