Del tiempo profundo y la Tierra
David De
los Reyes
A lo
largo de mi experiencia vital he sentido una conexión profunda con la tierra,
con esos espacios verdes y salvajes que parecen susurrar historias de un tiempo
en el que el hombre no era amo, sino parte de un todo. En Venezuela, mi país,
la naturaleza es un regalo abrumador: los paisajes de los Andes, la inmensidad
del Amazonas, los tepuyes de Canaima que parecen desafiar la gravedad. Pero, al
mismo tiempo, me pesa en mi ser ver cómo hemos reducido todo esto a una idea de
"Tierra inanimada" o “tierra saqueada”, un concepto que no es más que
una construcción de cierta tradición epistémica y religiosa occidental. Se nos
ha enseñado a ver la naturaleza como algo separado, distante de nuestro ser,
como un recurso mudo a explotar ilimitadamente, cuando en realidad está viva,
vibrante, comunicándose de formas que apenas comenzamos a entender. La
hipótesis Gaia, de Lovelock, que plantea que la Tierra es un sistema autorregulado
que mantiene las condiciones necesarias para la vida, hoy se ha convertido en
una realidad distópica. La intervención de ciertos modelos de producción y
estilos de vida han generado un cambio radical en ella; las condiciones de la
existencia dependen ahora de lo que hagamos los humanos día a día.
Por otra
parte, cada vez somos más conscientes de la interconexión entre las realidades
de lo humano y lo no humano. Surgen descubrimientos asombrosos sobre las
relaciones que se establecen entre los organismos que nos rodean. Los árboles,
por ejemplo, tienen sistemas complejos de comunicación. En los bosques, se
envían nutrientes y responden a las llamadas de angustia de otros árboles. Todo
esto lo sabemos, y sin embargo, dentro de determinada tradición occidental, el
lenguaje es tan primordial que restringimos toda idea de comunicación a
palabras, ignorando las conversaciones silenciosas pero profundas que suceden
bajo la tierra y entre las ramas.
Recuerdo
haber leído sobre las experiencias de Ashish Kothari, quien compartió una
vivencia que me marcó profundamente. Contaba que, en el territorio de la nación
indígena Sapara en el Amazonas ecuatoriano, le explicaron cómo viven sus vidas
en parte a través de la interpretación de los sueños. Me impresionó saber que,
en sus sueños, tanto sus ancestros como los espíritus del mundo natural que les
rodea vienen a ellos. Intentan organizar su vida en un diálogo constante con
los espíritus del río, de las plantas y los animales. Es algo fascinante, casi
mágico, prácticamente de otro mundo espiritual al nuestro, que me hace
cuestionar cómo hemos perdido esa capacidad de escuchar, de dialogar con lo que
nos rodea. En mi propia cotidianidad, a veces siento que la naturaleza me
habla, pero no sé cómo establecer el vínculo. ¿Cuál es el lenguaje que debo
utilizar? Estoy atrapado en un mundo que solo valora, y nos ha condicionado a
valorar, lo que se puede medir o vender.
Y es
que, quizás, estemos viendo el inicio de un cierto tipo de mentalidad que he
llamado biofilia, lo que algunos expertos refieren como una especie de religión
verde. Estas creencias se extienden no porque los humanos hayamos
despertado de repente, sino porque la Tierra se ha metido ella misma en nuestras
conversaciones cotidianbas con gran violencia y preocupación, creando
ansiedades y cambios radicales. Estamos viendo que casi todo lo que creíamos
son sandeces. De todas las formas de pensar, una de las más erróneas es la de
la economía, vista como el conocimiento que solo aspira a obtener una riqueza
material ilimitada, sin comprender que es la disciplina que enseña a
administrar la escasez. Ahora podemos ver sus devastadores efectos en la
biosfera del planeta, tanto en la superficie terrestre como en las
profundidades de los océanos. Y, sin embargo, vivimos en una sociedad que adora
la economía y su fetichismo productivista y consumista desbordado. Está muy
claro que tenemos que relacionarnos con la tierra de una manera diferente y me
gustaría confirmar que esto está sucediendo. No obstante, también siento que
debemos tener ciertas precauciones, porque esta propuesta de biofilia puede
deslizarse muy fácilmente hacia un cierto tipo de ecofascismo, en el que
la gente se imagine que hay una especie de conexión y jerarquía de sangre y
suelo entre las personas y la tierra. Sin embargo, algo ha cambiado, por
ejemplo, lo interesante que fueron las protestas en Niyamgiri, contra la
explotación de un bosque sagrado en esa región en la India por la empresa
británica de bauxita Vedanta Resources, y las del oleoducto de Dakota. Ambas
manifestaciones civiles, si bien fueron dirigidas por indígenas, de ninguna
manera se limitaron a ellos. La protesta se expandió hasta convertirse en una
toma de conciencia ciudadana global. Gente de todo el mundo se unió a esta
manifestación de tipo biofílica. Son estos los modelos de política
ciudadana que deberíamos tomar en cuenta, porque nos muestran que la lucha por
la tierra no es de unos pocos, sino un deber de todos.
A todo
esto, también me pregunto: ¿se puede hablar de un solo modelo de tiempo común?
¿Podemos hablar un poco más sobre las diferentes nociones de tiempo? Comparados
con los marcos temporales lineales que las civilizaciones occidentales han
usado para uniformar la acción social y económica global, muchos pueblos
indígenas o culturas no occidentales tienen nociones muy diferentes de tiempo.
¿No es esto algo importante que tenemos que introducir en nuestra forma de
pensar? Se puede advertir que las ideas occidentales de temporalidad son muy
breves; todo tiene que suceder, por ejemplo, dentro de un ciclo electoral.
Mientras que históricamente la gente siempre había pensado en las generaciones
venideras, en un tiempo a futuro, y eso se ha perdido. Nuestro tiempo no solo
es un factor instantáneo, inmediato e intensamente lineal, sino que pareciera
que tampoco espera por nadie. Todo tiene que hacerse en esta especie de prisa
loca y desbordante. Todo es para ayer, y ese es uno de los problemas que
constatamos al seguir aceptando "la dinámica de los negocios como
siempre". Al sentir ese desvanecimiento y empuje cotidiano hacia la
nada mundana, en mi propia vida también caigo en esa urgencia, en esa carrera
contra el reloj que no me deja detenerme a reflexionar con sosiego sobre el
impacto de mis acciones, de mi huella ecológica de cara al futuro. ¿Cómo sería
vivir con un sentido del tiempo más amplio, más conectado con las generaciones
que vendrán, con la tierra que seguirá aquí mucho después de que nos hayamos
ido?
Este
pensamiento me es latente, pero también me da cierto horizonte posible a
construir. Siento que estamos en un momento de cambio; de aprender
individualmente (y de forma colectiva), a ver la naturaleza no como algo que
poseo, sino como algo con lo que convivo y de lo que formo parte consustancial.
Me gustaría poder escuchar sus mensajes, como lo hacen los nativos de Sapara en la amazonia ecuatoriana en sus
sueños, y unirme a esas luchas colectivas que trascienden fronteras y culturas.
Tal vez, solo tal vez, podamos encontrar una nueva forma de estar en este
mundo, una que honre el tiempo profundo y de los largos periodos de la Tierra y
no solo del fugaz y contingente tiempo de nuestras agendas prestablecidas por
el afán de poder y destrucción sin más.
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