miércoles, 1 de agosto de 2018


La revolución somos nosotros. 

A propósito del chamán Joseph Beuys

David De los Reyes
Universidad de las Artes, Guayaquil, Ecuador - Universidad Central de Venezuela

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Todo hombre es un artista, entre Durero y Beuys. Esta afirmación  exige conocer el impulso artístico del individuo como transformador de entidades, interventor del devenir de los entes, del ensamblaje del mundo a partir de modos de acción y valores incardinados en el cuerpo. Se trata de aprender a mirarse a sí mismo de forma descarnada y encontrarse con la propuesta nietzscheana de un concepto ampliado del arte: ver la ciencia bajo la óptica del artista y el arte, bajo la de la vida. Abriendo rendijas antes las formas antiguas, solidificadas, por formas lúdicas, mirando al mundo desde la inocencia del juego, impulsora de la vida y del espíritu.
Peter-Klaus Schuster[1] propuso que, antes que el mismo Nietzsche y mucho antes con Novalis que reformulan el concepto de despertar en el hombre un artista, no es un planteamiento original de Beuys sino de mucho más atrás, no en la concepción del idealismo alemán del romanticismo sino desde el Renacimiento y en especial con la obra de  Durero. El arte como la pulsión estético-dionisíaca de reactivar todos los sentidos y potencias del hombre que para el artista alemán del siglo  pasado, apuntan a  la finalidad  vivificadora de reactivar la capacidad creadora sepultada por la racionalidad instrumentadora de una mecánica infernal tanto del hombre como de la misma vida y la naturaleza. Despojarlo de sentir el devenir de su existencia  individual como la de un ser rítmicamente disciplinado al sonido de las máquinas o al silencioso pulsar de las teclas digitales reducido a una serie de habilidades aprendidas, superando ese topos  para conformarse como una parte activa creadora de un organismo total; que en las metáforas del renacimiento sería incorporar un microcósmos en un macrocósmos.

Autorretrato de Durero, 1500. Pinacoteca de Munick, Alemania.
Schuster observa que el motivo por el cual Beuys elige materiales marcadamente pobres  como el fieltro, la grasa, la miel, animales muertos y basura, entre otros, tiene el fin de reactivar un sentimiento prístino, original, esencial, para incidir lo individual en el todo. Materiales indignos, no usados nunca por el arte.
Esta concepción de Beuys respecto a considerar que todo humano es un artista se conecta  con este planteamiento bajo la idea que tenía el renacimiento de sí mismo. Durero lo llamó Widererwaxsung, es decir, la amplia advertencia que el pintor nos viene a expresar en su famoso autorretrato pintado en Munich en 1500, a los  28 años de edad. En él muestra la necesidad del restablecimiento de la condición humana inocente del hombre en tanto imagen y semejanza de Dios gracias a sus dotes creadoras.
Schuster nos dice que esta conciencia renacentista expuesta por Durero al evidenciar su retrato imitando los rasgos de Cristo, es su búsqueda humana de rehabilitarse  como semejante a Dios. El cuadro no posee para los humanistas rasgos de hybris blasfema: antes al contrario, para ellos la tarea encomendada por Dios a cada hombre consiste incuestionablemente en utilizar las dotes y habilidades que le han sido otorgadas de manera tal que vuelva a adquirir su real naturaleza semejante a la imagen de Dios[2].  Instala a la condición del hombre como un creador: plastes et fictor (hacedor y configurador de sí mismo).
La lectura del cuadro de Durero pareciera que nos quiere presentar al hombre como  sui optimus artifex, (como su óptimo artífice), en palabras de otro renacentista, Pico  de la Mirandola[3]. Su pintura nos presenta la condición humanista del hombre creador y dotado de libre albedrío, que a sí mismo se ha hecho merecedor de acercarse a imagen y semejanza de Dios. El todo hombre es un artista de Durero expuesto aquí por Schuster pareciera que tendría un guía supremo, lo cual no podríamos decir que se ha hecho a partir únicamente de sí mismo sino por un modelo de ser supremo que sería Cristo en este caso. ¿Lo mismo encontramos en la concepción de Beuys? ¿Tiene tanto coqueteo teológico y registro cristiano su visión? Son preguntas que iremos esbozando sus respuestas. Por ahora  fijemos la postura que Schuster tiene del arte respecto a estos dos artistas:

“El arte no significa sólo la destreza especial de una mano habilidosa, que Durero destaca intencionalmente en el cuadro. Muy al contrario, el arte significa también, para el humanista que es Durero, que todo ser humano tiene en su propia mano la posibilidad de hacerse a sí mismo lo que quiere ser”[4].

Comprende que el arte no es habilidad sino que en el hacer esta la construcción de nuestras vidas, la mano es la prolongación de lo que podemos ser gracias a la actividad a desarrollar, con lo que nos acercamos al hecho de la creación, que sería la condición primordial de esta concepción de Dios hacedor. Es igual a la concepción de Beuys al observar  a un creador, a un artífice de sí mismo, junto a la dotación del libre albedrío, en cada hombre un artista.
Pero mientras que para Durero comprende su hacerse a sí como un renacimiento del hombre, propio de la búsqueda humanística de ese momento, en Beuys quiere marcar con su lema todo hombre es un artista una especie de estallido individual que conlleva una revolución personal que construye, en su expansión, una trama colectiva por empatía. Schuster contrapone al autorretrato de Durero en Munich la propuesta artística de Beuys titulada La revolución somos nosotros. Un retrato firmado que tiene toda una serie de inscripciones simbólicas y en la acción de su cuerpo enhiesto y avanzando, pareciera ser, contra el mundo sin detenerse, su propuesta de una voluntad de poder que viene a realizar su condición óptima de sí.  El título, para comenzar, podemos sentir en él un reverberar del lema del Mayo francés del 68: la imaginación al poder, que para el artista alemán está vinculada a la creatividad de cada individuo en tanto fuerza revolucionaria transformadora. Su obra,  presente en su boceto fotográfico, nos da el mismo mensaje de autorretrato de Durero, pero bajo el recurso  moderno  de la imagen mecánica de la fotografía. Se busca, tanto uno como otro, el arte como la actividad para encontrar y desarrollar un renacer individual. Ambos tienen la convicción de que todo hombre es real en la medida en que es y se hace artista. Pareciera ser que estas dos obras nos muestras en síntesis la posibilidad única de hacer algo por el hombre. Donde las palabras de Beuys se hacen patentes respecto a su intención:

“Haced uso de nuestro poder –dice Beuys en las huellas de la tradición humanista- del poder del que disponéis mediante vuestro derecho a la autodeterminación. Esto es, el principio fundamental de que los hombres hagan uso de su poder como individuos, como hombres libres creadores”[5].

Según esta  lectura de Durero su obra nos abre una postura que está más allá de la razón y el cálculo matemático tan elogiado por el arte y la ciencia del renacimiento. Hay una toma de posición que busca una armonía que equipare al hombre con Dios. En sus escritos sobre arte se encuentran pensamientos que lo expresan: Buena cosa es el poder de hacer algo. Porque merced a ello nos asemejamos tanto más a la imagen de Dios que todo lo puede[6].  El caso es que esta comparación pareciera ser que toda postura del hombre como artista termina por querer ser un remedo de lo divino; hay un desplazamiento del cálculo matemático de la nueva ciencia. Su confesión en un acercamiento mimético a Dios en su potencialidad y acto de crear, propio del renacer cristiano. Posiblemente lo haya sido en Durero. No lo tengo tan claro en Beuys, por su propia postura de  proponer una ciencia de la creación, donde más que afirmarse en una mística y fe está en la visión nietzscheana de la pulsión artística de lo dionisiaco y apolíneo de todo acto creativo, en ver la ciencia bajo la óptica del artista y el arte bajo el de la vida. 

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Joseph Beuys, La Revolución somos nosotros. Agencia de Arte Moderno, Nápoles


Para el historiador del arte alemán Schuster interpreta, con una gran imaginación y libertad, los elementos que se reflejan en el retrato fotográfico intervenido por Beuys. Encuentra la actitud de un enfático redentor que ha resucitado del sepulcro. Da la espalda a una puerta cerrada, de la que los laterales y el dintel lo enmarcan como en un rombo. Se presenta con su vestimenta personal: su sombrero de gángster y su chaleco de aviador, cerrando el puño, sigue su paso impertérrito su  rumbo, donde combina una mezcla de labriego pobre y predicador ambulante[7]
Schuster proyecta en ambas obras un mensaje cuasi-cristiano que pretende dar muestras de la renovación que la humanidad puede obtener por medio del arte. Una voluntad de poder creador. De esta manera iguala La revolución somos nosotros y la presenta cargada de una teología más que cristiana artística.  Aunque al pie de la foto encontramos la palabra alemana Haupstrom, (flujo primordial, o corriente principal, pudieran ser su traducción),  junto al signo de la cruz, símbolo presente y distintivo en su obra. Esto lleva a concluir que la idea de todo hombre es un artista tiene una larga trayectoria en el arte occidental que se prolonga desde el autorretrato de Durero hasta la fotografía que capta la inmediates de la acción performativa de Beuys.
Como el mismo artista ha declarado en 1985: «Los hombres de hoy desconocen la esencia de las cosas. Han perdido la relación con el sentido de la vida y de la creación del mundo...., la libertad consiste en la capacidad del hombre para crear una nueva causalidad= libertad= autodeterminación= creatividad= arte= hombre»[8].
Son dos direcciones que emergen en la actitud artística que nos presenta Beuys, las cuales no son contradictorias en él:  el sentido de ir de lo interior al exterior. Al provocar el aislamiento y el silencio (envolviendo, protegiendo) presentes en sus performances, encuentra  la esencia de lo humano en tanto fuerza para exigir la transformación social: “todo hombre es un artista” y, como tal, podrá volcar su creatividad en la fundación de nuevas condiciones para la vida en comunidad. En este aspecto, las ideas de Beuys no pueden estar más vigentes. Puede que hoy utilicemos otros conceptos, pero es seguro que los movimientos transformadores sociales (y no sólo políticos) inscritos en la actualidad que presentan una alternativa a la visible y universal crisis del sistema pueden tener a Beuys por abanderado. Ninguno de los problemas que señaló en sus sucesivas entrevistas se ha solucionado, y su propuesta transformadora de Kassel, de la plantación de 7.000 robles sigue siendo un modelo de cómo el arte puede expandirse, y afectar, al entorno social y transformando en una calidad de vida creativa. 


Beuys, El Chaman
Se ha referido en muchas ocasiones y por muchos estudiosos de su obra la postura chamánica que encontramos en su personalidad. ¿De dónde surge esta personalidad hermética a la vez pero comunicadora con lo invisible en él? ¿Por qué vivir la existencia de un chamán-artista? El modelo del chamán se origina en la organización social y religiosa de las tribus de Mongolia desde antes de Cristo y también está presente en las culturas nativas precolombinas de América. Beuys elige esta figura del hombre sabio poseedor de un conocimiento intuitivo y poderoso para adaptarse a su finalidad de intermediario, y muy en especial al sentirse un artista terapeuta espiritual social, al poseer la destreza simbólico-imaginaria de curar a los demás tras la autocuración que le sirve como rito de paso para su designación como chamán. El chamán sufre una muerte ritual de la que se cura a sí mismo, por lo que sabrá que es un elegido de los espíritus trascendentes para curar las crisis de los otros. Esta elección del enfermo, del doliente, la visión positiva de la muerte, seguida de la resurrección, no puede ser más afín a las ideas de Beuys. El chamán, vestido siempre con la misma indumentaria, que es como se mostraba siempre ante los demás, ejecuta rituales por los que llega al trance místico exploratorio de presencias numinosas, convirtiéndose en un guiador de almas. En este trance de la curación (para el que se vale de mantras, instrumentos como el tambor o los cascabeles, animales, escaleras, drogas rituales....), es donde el brujo absorbe  la enfermedad, la asimila y procede a una nueva autocuración y transformación. Algo fundamental que distingue al chamán del resto de los tipos de brujos tribales, es su función de psicopompo, de conductor de almas. Es el sacerdote como un pastor de almas que Beuys pretende ser. Trabaja, pues, en pos de la vanguardia con métodos rituales y ritos chamanísticos, pero no propugna la vuelta a una visión mística del mundo pasado. Sus acciones y obras son propuestas de esta alquimia interior, que proyectan mensajes y fórmulas poéticas, míticas.
El papel demiúrgico del chamán se confunde con el de artísta en Beuys, y en esa metamorfosis interior crítica encuentra, para decirlo en palabras de Rudolf Steiner, «la misión cósmica del arte». Esta misión, de la que es al mismo tiempo intérprete y defensor, consiste en captar la totalidad de la vida en la exigencia de una evolución espiritual de la humanidad, cuya piedra angular es la creatividad de cada uno («Todo hombre es un artista»).
Esta concepción de psicopompo la vemos en  distintas propuestas artísticas que concibe el artista. Sobre todo con otras que  expone la necesidad de la crisis como motivo y modelo de restauración de la espiritualidad. La crisis individual para aspirar a una curación existencia.
La llamada obra Acción Manresa (Cataluña) tiene lugar tras su viaje a España en 1966[9], donde se produce una de sus graves crisis físicas, estando al borde de la muerte. Hay que decir que  Manresa es reconocida como la ciudad donde Ignacio de Loyola va a realizar y escribir sus ejercicios espirituales, producto también de una crisis religiosa personal. La relación de Beuys con la obra del místico Loyola (junto con la del místico catalán Ramón Lull), se inició luego de sus crisis en la década del cincuenta del siglo pasado, sintiéndose a fin con el fundador de la Compañía de Jesús. El místico español  y sus ejercicios místicos puede ser reconocido como un paradigma occidental de la guerra interna que el hombre moderno debe librar y vencer para llegar a reconciliarse con lo espiritual olvidado. Esto tiene eco con las claves del pensamiento chamánico-artístico de Beuys, en que una de sus principales acciones  se centra en la necesidad de vivir una crisis existencial como vía para superar el materialismo de nuestra sociedad de consumo. Loyola inspira por su sentido, disciplina, espiritualidad de sus ejercicios, presentándolo como un referente auténtico de reinvención del cristianismo beuysiano en relación al hombre moderno en su búsqueda de alcanzar, de esta forma, la autodeterminación. Siendo esta propuesta moral espiritual uno de las premisas fundantes de su concepción de arte ampliado, no como postura teórica sino como la única vía para llegar a reconciliar y reencontrarse con lo que llama como fuente espiritual.
De esta manera su performance une las enseñanzas y el recogimiento de Ignacio de Loyola, de donde sale renacido como soldado de Cristo»[10], como el renacimiento del propio Beuys de esta «segunda muerte» (la primera se había producido en Crimea (1943), cuando es derribado en la guerra y cuidado por los tártaros). Une así, la crisis y el sufrimiento de la cultura cristiana con la enfermedad y la autocuración de los chamanes euroasiáticos, donde la enfermedad tiene siempre un cariz psicosomático, de herida moral que da como resultado la herida física. Beuys admira de Ignacio de Loyola la tenacidad con que conduce su vida, desde la crisis hasta la enseñanza positiva, la combinación de razón e intuición, y el aspecto de «modelo de actuación» para alcanzar una creatividad inspirada. «Para Beuys, Ignacio de Loyola se sitúa en el inicio de la era científica. Desde ahí se nos presenta, por encima de todas las rupturas que esta época ha conllevado para los hombres, como señal orientadora para la salida de esta crisis, para la superación del racionalismo», escribe Friedhelm Mennekes "[11]. La crisis y la superación. Beuys tiene a lo largo de su vida dos grandes «muertes» (de las que ya hemos hablado) y una larga crisis psicológica de 1953 a 1957, de la que renace, de la que se autocura. Su larga crisis psicológico-creativa-espiritual, le sirve para desprenderse de las influencias ajenas y comenzar su obra más personal, centrada ya en sus temas y obsesiones, que como estamos viendo, son desde un principio prácticamente los mismos. La acción, tal y como el artista la concibe, no es un mero recreo o un acto de provocación y participación, como el «happening» de Fluxus. Es una experiencia catártica, un rito de iniciación (antropológicamente recordemos que arte y ritual van unidos), dramático, encarnado en tremendos esfuerzos físicos y de concentración, enmarcado por su intensa mirada. Como lo ha visto también Michaud, nos colocamos ante una mirada artística que busca un  modelado escultórico del individuo y de la sociedad donde el arte funciona como un método terapéutico, con el fin de tomar el aspecto de una curación de ese cuerpo a través de un discurso didáctico-artístico, aunado a la dimensión afectiva o energético-vital, que es necesaria para la fertilización de todas las esferas de la existencia, constituyendo la condición necesaria para el actuar sanamente los seres humanos como agentes sociales creadores: cada hombre, un artísta, o dicho en los términos de Beuys, “como agentes evolutivos”.
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[1] Schuter, 1997, p.55-59.
[2] idem
[3] En su discurso Sobre la Dignidad del hombre advierte en la capacidad que tiene de regenerar y de ser consciente de su vida el hombre, como de superar la condición animal que están determinados por las leyes prescritas y no poseen la facultad de elegir sus propias intenciones para su conservación. Las palabras del ser supremo colocadas por Mirandola son estas: Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas. El hombre le es otorgado,  bajo esta visión cristiana de la creación, la potestad de ser arbitro soberano y artífice de sí mismo, con lo que el libre arbitrio tiene un fin constructivo. Convicción propia del  humanismo renacentista. Pico de la Mirandola, 2006, p.5.
[4] Schuster, op. Cit.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Lebrero, S., 1988: Joseph Beuys, se liquida una utopía. Revista LÁPIZ, n"* 51, pág. 51- 57. Madrid.


[9] Con la visita a Manresa, Beuys se inspiró en la figura de Ignacio de Loyola para realizar la acción MANRESA, que tuvo lugar el 15 de diciembre de 1966 en la Galería Schmela de Düsseldorf, y para la que contó con la colaboración del compositor Henning Christiansen (Copenhague, 1932) y del escultor Bjorn Norgaard (Copenhague, 1947). Ver: Parserisas, Pilar: Manresa HDF, una experiencia de Joseph Beuys en Cataluña: www.raco.cat/index.php/Catalonia/article/download/97277/161858

[10] Un Beuys enfermo y doliente que encarna al propio Cristo o al «hombre-crisis» que supera ésta en el dolor y renace de sus cenizas fortalecido espiritualmente. Este tema ni sólo lo encontramos en La acción Manresa (1966), basada en la crisis espiritual de Ignacio de Loyola, sino también en su especialmente la instalación Enseña tus heridas (1974-75) donde habló de esta catarsis por medio del dolor, de la salvación por el sufrimiento. Beuys cree que todo hombre debe soportar su propia crucifixión, debe superar sus conflictos a través de experimentar el dolor y superarlo en su propia carne y espiritualidad.
[11] Cit. Parserisas, Pilar: Manresa HDF, una experiencia de Joseph Beuys en Cataluña: www.raco.cat/index.php/Catalonia/article/download/97277/161858




El Origen de la moral   o el usufructo del resentimiento

María Eugenia Cisneros Araujo


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…Aprovecho la ocasión que me proporciona este tratado para expresar pública y formalmente un deseo que hasta ahora he manifestado tan sólo en conversaciones ocasionales con personas doctas; a saber, que alguna Facultad de Filosofía se haga benemérita del fomento de los estudios de historia de la moral convocando una serie de premios académicos: -tal vez este libro sirva para dar un fuerte impulso precisamente en esa dirección. En previsión de una posibilidad de esa especie, se propone la cuestión siguiente: ella merece la atención de los filólogos e historiadores tanto como la de los auténticos doctos en filosofía por oficio.

Friedrich Nietzsche La genealogía de la moral

           

En este ensayo se analiza el “Prólogo” y el “Tratado primero” del libro La Genealogía de la moral de Friedrich Nietzsche. Lo que motiva este estudio son las siguientes interrogantes: ¿Por qué el filólogo alemán quiere dar cuenta del origen de la moral? ¿Qué persigue mostrar?; Cuando se refiere a la valoración de los valores de la moral ¿Qué quiere decir?; ¿Qué es la valoración?
            Las respuestas a las anteriores preguntas mostrarán que Nietzsche es un antimoderno que desprecia la sociedad de masas; rechaza el positivismo moderno como soporte de las sociedades contemporáneas; denuncia que la forma de vincularse con el otro ocurre mediante la ciencia y no por la ética; critica el utilitarismo inglés; la moral se deriva de la lucha entre dominantes y dominados. Tras estos cuestionamientos aparece lo que realmente le interesa a Nietzsche: La afirmación de la vida mediante la voluntad de poder. Una estética de la existencia como un nuevo modo de sentir requiere de un cambio en el origen de la moral.


Notas sobre el Prólogo
            El “Prólogo” inicia con las siguientes palabras: “Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, -¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?...”[1]. Nietzsche diferencia la filosofía clásica de la moderna, a Sócrates de Descartes[2]. Para Sócrates[3] el fin de la episteme es la ética, el saber es ethos; para Descartes  la subjetividad impide el conocimiento, el énfasis está en la mathesis universalis no en saber quién soy yo mismo[4]. Nietzsche evoca la nostalgia de la filosofía clásica. 
El tema del filólogo alemán es la propia vida. Su angustia: cómo convertirnos en escultores de nuestra vida, en los autores de la historia de nuestra vida. Es necesario el esfuerzo de distanciarse de sí mismo. Es un proceso que produce rupturas, quiebres en el ámbito subjetivo. Exige una plena atención sobre nuestras acciones y comportamientos; de una tensa percepción de nuestro cuerpo e interioridad. Hay que construir una nueva subjetividad que significa otra forma de valorar los valores morales.
¿Cómo le damos forma a la vida? ¿Cómo conducir la vida para que su devenir de motivos para pensarla? El proyecto incierto de ser yo mismo cuya expresión es el encuentro del pensamiento como modo de existir. Y esto es lo que hace el pensador alemán: dar cuenta de la propia vida a partir de su propia vida. Trabajar en su sí mismo para convertir su vida en un ejemplo para todo el género humano. Para esto, Nietzsche escribe sobre sí mismo y para sí mismo con el fin de comunicar su propia práctica de lo que implica experimentar una estética de la existencia. Dejar constancia del instante vivido, de cómo poder existir en el mundo convirtiéndonos en obras de arte cuya materia prima la constituye el azar, el juego y la danza: el superhombre cuya esencia es la afirmación de la vida, la máxima expresión de la voluntad de poder.
La invitación es a explorar nuestra vida para dotarnos a nosotros mismos de sentido y significación. Navegar en nuestro mundo particular requiere la pasión por la configuración creativa de vivir. El individuo busca verdades fijas como la moral que ata la acción; como el conocimiento de la naturaleza y de la historia para orientar su vida a partir de tales teorías; de la religión para relegar su existencia al mundo suprasensible. Crear un mundo, otra manera de sentir, de valorar los valores morales configura la filosofía que propone Nietzsche. Se trata de una filosofía crítica, un nuevo modo de existir: “…«Nuevo modo de pensar» significa: un pensamiento afirmativo, un pensamiento que afirma la vida y la voluntad en la vida, un pensamiento que expulsa, finalmente, todo lo negativo…”[5].
            Escrutar nuestra interioridad implica develar el enigma de nuestro propio yo y aceptar que algunas veces no sabemos lo que queremos. Vernos a nosotros mismos requiere el esfuerzo de separar lo que es propio de nuestro ser y lo que es extraño a este. ¿Cómo se puede descubrir el propio querer? Tienes que atreverte a buscar la verdad y darte cuenta que lo verdadero no está unido a lo bello y a lo bueno; por el contrario, lo verdadero puede ser feo y repugnante. El mundo construido por la razón, el sentido histórico, la moral, la religión, no es auténtico. En otras palabras, la esencia del mundo no es racional, lógica, ni moral, tampoco religiosa. Por debajo de esta superficie se oculta la vida real, el impulso oscuro y vital.
Examinar nuestra interioridad nos vuelve hacia la vida real, nos enfrenta a nosotros mismos y nos coloca ante el dilema de decidir cómo queremos vivir. ¿Quién se ocupa de su propia vida? ¿Quién le dedica tiempo a mirarse internamente? ¿A alguien le interesa conocer quién es en realidad? La mayoría solo vive para resolver las situaciones inmediatas. “Necesariamente permanecemos extraños a nosotros mismos, no nos entendemos, tenemos que confundirnos con otros, en nosotros se cumple por siempre la frase que dice «cada uno es para sí mismo el más lejano», en lo que a nosotros se refiere no somos «los que conocemos»…”[6]. El anuncio de la decadencia por la aparición de la moral de masas; la vida está enferma por la cultura[7].
            La preocupación de Nietzsche por el origen de los prejuicios morales inició en sus textos Humano, demasiado humano y Aurora. Pensamientos allí enunciados son retomados y actualizados en La genealogía de la moral. Se pregunta de dónde surgen nuestros valores, pensamientos, los sí, los no, las preguntas, dudas. “…No tenemos nosotros derecho a estar solos en algún sitio: no nos es lícito ni equivocarnos solos, ni solos encontrar la verdad…”[8].
            Al llegar al mundo el individuo se encuentra con una moral establecida, un a priori en el que es socializado, una valoración de los valores morales que establecen lo bueno y lo malo. La inquietud de Nietzsche sobre “…qué origen tienen propiamente nuestro bien y nuestro mal…”[9], la transformó en la siguiente interrogante:

…¿en qué condiciones se inventó el hombre esos juicios de valor que son las palabras bueno y malvado? ¿y qué valor tienen ellos mismos? ¿Han frenado o han estimulado hasta ahora el desarrollo humano? ¿Son un signo de indigencia, de empobrecimiento, de degeneración de la vida? ¿O, por el contrario, en ellos se manifiestan la plenitud, la fuerza, la voluntad de la vida, su valor, su confianza, su futuro…[10].

            El filólogo alemán pretende revelar que en el origen de la valoración de los valores morales existe una lucha[11] entre dominantes y dominados. Esa rivalidad determina el fundamento que califica a los valores morales. Dicho de otra forma, la genealogía de la moral hace visible que la valoración que asigna valor a los valores morales depende de quienes los establezcan: dominantes o dominados: “En el fondo lo que a mí me interesaba precisamente entonces era algo mucho más importante que unas hipótesis propias o ajenas acerca del origen de la moral (o más exactamente: esto último me interesaba sólo en orden a una finalidad para la cual aquello es un medio entre otros muchos). Lo que a mí me importaba era el valor de la moral…”[12].
            Heidegger se pregunta ¿Qué es un valor? Y responde: valor es lo que vale. Y la pregunta por el valor apunta al “es” del ente. Se valora al ser mediante el establecimiento de una norma que va dirigida a regular un comportamiento. Ese valor se relaciona con una meta porque implica una acción que se dirige a algo y con un fundamento porque se conecta con todos los aspectos del ser[13]. ¿Qué le interesa realmente a Nietzsche desde la interpretación de Heidegger? Si el valor apunta a la esencia del ser y se vincula con la meta y el fundamento entonces quienes se encuentren en la posición dominante determinan la norma que regulará el comportamiento. Los efectos de tales acciones serán apreciados según el patrón establecido por los que están en el poder. La valoración que dota de valor los valores morales deriva de una perspectiva determinada: los que están en el poder.
            Pero Nietzsche también se propone analizar si ese valor que asigna valor a la moral: 1) ha detenido o ha contribuido al desarrollo humano; o, 2) si es una muestra de empobrecimiento o de plenitud de la vida. Y para abordar estas cuestiones se necesita:

…una nueva exigencia. Enunciémosla: necesitamos una crítica de los valores morales, hay que poner alguna vez en entredicho el valor mismo de esos valores -y para esto se necesita tener conocimiento de las condiciones y circunstancias de que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y modificaron (la moral como consecuencia, como síntoma, como máscara, como tartufería, como enfermedad, como malentendido; pero también la moral como causa, como medicina, como estímulo, como freno, como veneno…[14].

            Las dos caras del origen de la valoración que dota de valor a los valores morales: 1) el resentimiento, la mala conciencia y los ideales ascéticos; y 2) La voluntad de poder.
Nietzsche se percata que se asumía el valor del valor de la moral como una verdad de validez universal, algo en sí mismo dado y que no era susceptible de discusión: “… lo que parece pertenecer a la ciencia, y también a la filosofía, es el afán de sustituir las relaciones reales de fuerza por una relación abstracta, supuesta capaz de expresarlas todas, como una «medida»…”[15]. Los tentáculos de la ciencia, el positivismo impone que la valoración sea una medida, un patrón, y a partir de allí se acepta como un dogma que “el «bueno» es superior en valor a «el malvado», superior en valor en el sentido de ser favorable, útil, provechoso para el hombre como tal (incluido el futuro del hombre…”[16]. La moral asimilada al utilitarismo. Y esto es lo que precisamente Nietzsche cuestiona:

¿Qué ocurriría si la verdad fuera lo contrario? ¿Qué ocurriría si en el «bueno» hubiese también un síntoma de retroceso, y asimismo un peligro, una seducción, un veneno, un narcótico, y que por causa de esto el presente viviese tal vez a costa del futuro? ¿Viviese quizá de manera más cómoda, menos peligrosa, pero también con un estilo inferior, de modo más bajo? [...] ¿De tal manera que justamente la moral fuese culpable de que jamás se alcanzasen una potencialidad y una magnificencia sumas, en sí posibles, del tipo de hombre? ¿De tal manera que justamente la moral fuese el peligro de los peligros?...[17]

            Magistralmente Nietzsche pone en entredicho el origen en el que se sostiene el valor que asigna valor a la moral de su tiempo y al hacerlo posibilita la apertura para incorporar otra forma de concebir la valoración que dota de valor a los valores morales. Hasta ahora lo establecido, aceptado e internalizado es que lo bueno se deriva de los hombres que se creen en sí mismos buenos. Y tras esta imposición se sostiene una sociedad utilitarista que enseña que los valores morales son inútiles, ¿Qué utilidad tiene ser honesto, decente? ¿Para qué es útil la moral? El pragmatismo inglés detiene el desarrollo humano, empobrece la vida. La valoración del valor de los valores morales responde a una lucha entre dominantes y dominados: “…Se trata de recorrer con preguntas totalmente nuevas y, por así decirlo, con nuevos ojos, el inmenso, lejano y tan recóndito país de la moral –de la moral que realmente ha existido, de la moral realmente vivida-…”[18].
            Gilles Deleuze explica en su libro Nietzsche y la filosofía, lo siguiente:
1) El proyecto del pensador alemán consiste en introducir los conceptos de sentido y valor en la filosofía como una crítica a la filosofía moderna por considerar que esta genera con su teoría de los valores la subordinación, la pasividad. Para el filósofo francés: “…cuando se trata de Nietzsche, tenemos […] que partir del hecho siguiente: la filosofía de los valores, como él la instaura y la concibe, es la verdadera realización de la crítica, la única manera de realizar la crítica total, es decir, de hacer filosofía a «martillazos»…”[19].
Los valores implican una perspectiva determinada y es desde esa particular apreciación de donde se asigna valor a los valores. Por eso: “…El problema crítico es el valor de los valores, la valoración de la que procede su valor, o sea, el problema de su creación […] las valoraciones, referidas a su elemento, no son valores, sino maneras de ser, modos de existencia de los que juzgan y valoran, sirviendo precisamente de principios a los valores en relación a los cuales juzgan.”[20] Concebir a la filosofía como una crítica a la teoría de lo que establece la modernidad significa que Nietzsche cuestiona la idea de fundamento de validez universal que se le otorga a los valores y en su lugar enuncia que el origen del valor que se da a los valores morales deviene de puntos de vista determinados que se derivan de una lucha entre dominantes y dominados.
            2) “…Nietzsche crea el nuevo concepto de genealogía…”[21]. La “Genealogía quiere decir a la vez valor del origen y origen de los valores…”[22], es decir, la genealogía se pregunta por: 1) La esencia del valor que asigna valor moral; y, 2) Si esa esencia constituye la fuente de los valores. En otras palabras: ¿De dónde surge la valoración de los valores morales? y ¿Qué implicaciones tiene ese origen en la conformación del mundo?
            Pero Deleuze ha señalado que el pensador alemán introduce en la filosofía los conceptos de valor y sentido como una crítica. Lo que me lleva a considerar que la indagación que hace Nietzsche sobre la genealogía de la moral tiene como consecuencia develar el siguiente hallazgo: sacar a la luz que la genealogía de la moral muestra el fundamento que sostiene a los valores morales de un mundo y que ese origen es el que dota de sentido a esos valores. La visibilidad de esta verdad es poner al descubierto que ese origen que sostiene la escala de valores ha caducado y que están siendo sustituidos por otros: el usufructo de la moral del resentimiento. De allí la diferencia a la que apunta Nietzsche entre la filosofía clásica y la filosofía moderna. La filosofía moderna constituye el usufructo de la moral del resentimiento, la falsa conciencia y los ideales ascéticos. El mundo del hombre mediocre, débil, enfermo. Por esta razón: “…La crítica […] es […] la expresión activa de un modo de existencia activo…”[23]. La crítica consiste en dar cuenta de esta situación y el llamado urgente a producir la transvalorización, esto es, desvalorizar los valores de la moral del resentimiento y en su lugar crear nuevos valores: la afirmación de la vida, la materialización de la esencia de la voluntad poder.
            La Genealogía de la moral consta de tres tratados: 1) «Bueno y malvado», «bueno y malo». La moral del resentimiento; 2) «Culpa», «mala conciencia» y similares, La falsa conciencia; y, 3) Los ideales ascéticos. El significado de la acción del sacerdote en la conducción de la moral del resentimiento. Este ensayo se dedicará a analizar el Tratado Primero para mostrar cómo Nietzsche da cuenta que el origen moral de la sociedad moderna se deriva del usufructo de los valores del resentimiento, la venganza de los esclavos que asumen la posición de dominantes.


Tratado Primero: «Bueno y malvado», «bueno y malo»
            Nietzsche se refiere a la concepción que tienen los psicólogos ingleses[24] de la moral. Señala que la piensan como un hábito que realiza el individuo mecánica y pasivamente. Se trata de una moral normativa que se concibe como una medida que rige los comportamientos de los individuos para que sean valorados como buenos y no malvados. Un patrón de esencia a-histórica: el utilitarismo inglés.

… «Originariamente -decretan- acciones no egoístas fueron alabadas y llamadas buenas por aquellos a quienes se tributaban, esto es, por aquellos a quienes resultaban útiles; más tarde ese origen de la alabanza se olvidó, y las acciones no egoístas, por el simple motivo de que, de acuerdo con el hábito, habían sido alabadas siempre como buenas, fueron sentidas también como buenas –como si fueran en sí algo bueno»…[25]

            El valor de la moral que secundan los psicólogos ingleses -de Locke a Spencer- establece como una verdad absoluta que las acciones no egoístas son buenas por ser útiles, provechosas y tales consideraciones hacen que sean dignas de alabanza. La utilidad propia es el canon que asigna valor a los valores morales. Lo útil como hábito crea el comportamiento altruista en los individuos. Nietzsche critica la ética utilitarista y pone al descubierto la oposición entre los valores burgueses y los aristocráticos. La utilidad como medida, contradice la arete en sentido clásico: lo mejor en sentido moral[26].
La genealogía de la moral no procede de la ética utilitarista. Por el contrario deriva del poder: “…el poder mismo y sólo él pone los valores, los mantiene en vigencia y es el único en decidir sobre la posible justificación de una posición de valores. Si todo ente es voluntad de poder, sólo «tiene» valor y «es» un valor aquello que cumple con la esencia del poder…”[27]. Lo bueno es lo que impone la clase dominante. El poder es la valoración que dota de valor a los valores morales:

…¡el juicio «bueno» no procede de aquellos a quienes se dispensa «bondad»! Antes bien, fueron «los buenos» mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo. Partiendo de este pathos de la distancia es como se arrogaron el derecho de crear valores, de acuñar nombres de valores…[28]

            El origen del valor de la moral emana de la oposición entre los nobles y todo lo vulgar y plebeyo. Esto quiere decir, que lo bueno lo determinan los dominantes[29]: “...He aquí lo esencial: lo alto y lo bajo, lo noble y lo vil no son valores, sino representación del elemento diferencial del que deriva el valor de los propios valores”[30]. El valor moral no deviene de la bondad en sí misma. La concepción de lo bueno responde al poder[31]:“…la palabra «bueno» no esté en modo alguno ligada necesariamente a acciones «no egoístas»: como creen supersticiosamente aquellos genealogistas de la moral…”. [32]
            Para el pensador alemán el origen de la moral deviene del poder de los que dominan: En una época los aristócrata, en otra los burgueses y actualmente los esclavos. La genealogía de la moral es producto de la oposición entre nobles y plebeyos. En la distancia entre los de arriba y los de abajo se ubica la valoración que fija valor a los valores morales. A lo que se apunta aquí siguiendo la interpretación de Deleuze es que la genealogía de la moral como una filosofía crítica revela que lo que asigna valor a los valores morales son las diferencias que surgen entre una fuerza dominante y una fuerza dominada. En palabras del filósofo francés:

…cualquier fuerza se relaciona con otra, sea para obedecer sea para mandar, he aquí lo que nos encamina hacia el origen: el origen es la diferencia en el origen, la diferencia en el origen es la jerarquía, es decir la relación de una fuerza dominante con una fuerza dominada, de una voluntad obedecida con una voluntad obediente. La jerarquía como algo inseparable de la genealogía, he aquí lo que Nietzsche llama «nuestro problema». La jerarquía es el hecho originario, la identidad de la diferencia y del origen…[33]

Y al decir de Nietzsche:

…en todas partes, «noble», «aristocrático» en el sentido estamental, es el concepto básico a partir del cual se desarrolló luego, por necesidad, «bueno» en el sentido de «anímicamente noble», de «aristocrático», de «anímicamente de índole elevada», «anímicamente privilegiado»: un desarrollo que marcha siempre paralelo a aquel otro que hace que «vulgar», «plebeyo», «bajo», acaben por pasar al concepto «malo»…[34]

            De acuerdo a esta afirmación, ser de posición elevada, privilegiada, superior es igual a bueno. Y ser vulgar, plebeyo y bajo es malo. En otras palabras, en el origen del valor bueno lo que se revela es el sentimiento de superioridad del noble por ser poderoso, privilegiado, estar elevado en la escala social y por este mismo hecho establecer que todo lo contrario es malo. “…Lo que Nietzsche llama noble, alto, señor, es tanto la fuerza activa, como la voluntad afirmativa. Lo que llama bajo, vil, esclavo, es tanto la fuerza reactiva, como la voluntad negativa […] un valor tiene siempre una genealogía, de la que dependen la nobleza o la bajeza de lo que nos invita a creer, a sentir y a pensar…”[35]
            Aquí incorpora el filólogo alemán la siguiente cuestión: La moral de la arete es una fuerza activa y afirmativa. Su contrario es una fuerza reactiva y negativa. De este modo, primero el poder es el origen de la moral; segundo, dependiendo de quienes estén ejerciendo el poder la moral será afirmación o negación de la vida. Y aquí también se incorpora la religión. Los sacerdotes imponen los ideales ascéticos que para Nietzsche constituyen una fuerza negativa y reactiva.
La casta sacerdotal determina la oposición entre puro e impuro. “El «puro» es, desde el comienzo, meramente un hombre que se lava, que se prohíbe ciertos alimentos causantes de enfermedades de la piel, que no se acuesta con las sucias mujeres del pueblo bajo, que siente asco de la sangre…”[36]. Se tiene así varias formas de valoración de la moral que provienen de distintos ámbitos del poder: 1) Nobles, aristocráticos (arete): fuerza activa y voluntad afirmativa; 2) Los burgueses (utilitarismo inglés): fuerza reactiva y voluntad negativa; 3) Los sacerdotes: fuerza reactiva y voluntad negativa; y, 4) Los esclavos: fuerza reactiva y voluntad negativa. La 2, 3 y 4 son las que reinan en la modernidad.
 Los sacerdotes que ponen el énfasis en el ayuno, continencia sexual, aislamiento, rechazo a los sentidos vuelven impuro los valores aristocráticos. La moral de la arete es interpelada por la rebelión de los esclavos ejercida por el pueblo judío en el que produce la transvaloración; la consecuencia mortal es que se desvalorizó los valores calificado por la arete. Se impone la moral de los esclavos: “«¡los miserables son los buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos […] en cambio vosotros, vosotros los nobles y violentos, vosotros sois, por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los lascivos…”[37]
            La rebelión de los esclavos, el usufructo de la moral del resentimiento. En Grecia también ocurrió una transvaloración. Hesíodo versus Homero. Explica Nietzsche que:

…la aristocracia griega pone en todas las palabras con que diferencia de sí al pueblo bajo; obsérvese cómo constantemente se mezcla en ellas […] una especie de lástima, de consideración, de indulgencia, hasta el punto de que casi todas las palabras que convienen al hombre vulgar han terminado por quedar como expresiones para significar «infeliz», «digno de lástima» (véase […] [miedoso] […] [cobarde] […] [vil] […] [mísero], las dos últimas caracterizan propiamente al hombre vulgar como esclavo del trabajo y animal de carga) –y cómo, por otro lado, «malo», «infeliz» …[38]

Explica Francisco Rodríguez Adrados en su libro La democracia ateniense[39], que Píndaro y Teognis refieren a la creación de la aristocracia griega. La aristocracia griega establece la moral agonal donde prevalecen las cualidades competitivas. Éstas se traducen en lo siguiente: 1) La excelencia: el mejor en la guerra, se premia la buena fama, las cualidades se heredan; 2) La virtud pertenece a los nobles: fuerza, belleza, éxito, capacidad guerrera, poder económico, mando político y religioso; 3) La sabiduría: acertar en una justa elección; 4) En su comportamiento hay una coherencia entre la acción y el pensamiento; 5) Son exclusivistas, tienen un estilo de vida propio: banquetes, lujo en el vestir, refinamiento, educación propia; 6) Practican la censura social hacia el exterior: Hermoso-feo, respeto-reverencia; 7) Autoafirmación del individuo, respeto al vínculo que lo une con los dioses; 8) Solo la aristocracia posee la cualidad del espíritu que consiste en la sophrosyne, esto es, la medida, moderación, templanza; y la arete (virtud), es decir, éxito exterior, la sabiduría de la medida, saber llevar los reveses de la fortuna, se ocupan de las acciones políticas y tienen el conocimiento ético. El pueblo bajo por oposición es feo, malo, vulgar, débil.
Lo anterior es así, hasta que Hesíodo revierte esta valoración de la moral creando el concepto de justicia para defender al débil contra el fuerte y mostrar que los nobles son los feos, vulgares, malos. Los nobles son corruptos, injustos, provocan las guerras por sus intereses particulares. Las cualidades que se asignan a sí mismos no le son ínsitas a su naturaleza. La bandera de Hesíodo para defender al pueblo es mostrar que se requiere una norma general que haga posible la convivencia dentro de la polis. La justicia es un principio general que garantiza la igualdad y con esto se busca una mejora de las condiciones de vida del pueblo con vistas al beneficio de toda la polis. Valga aclarar que la propuesta de Hesíodo refiere a la moral del hombre que mediante el trabajo puede forjar su vida y no a la concepción de la moral del esclavo que es el tema de Nietzsche[40]. Lo que me interesa destacar es que también esta situación se puede interpretar como una forma de transvaloración.
            La rebelión de los esclavos desvaloriza y valoriza los valores morales. De los valores nobles que derivan de una fuerza activa que se afirma a sí misma como buena, bella, feliz, poderosa, bien nacida, activa: “…El que dice: «Soy bueno» no espera ser llamado bueno. Se llama así, se nombra y se denomina así, en la misma medida en que actúa, afirma y goza. Bueno califica la actividad, la afirmación, el goce que se experimenta en su ejercicio: una cierta cualidad del alma […] El que actúa y afirma es al mismo tiempo el que es […] no interviene ninguna comparación. Que otros sean malos en la medida que no afirmen, no actúen, no gocen, es solo una consecuencia secundaria, una conclusión negativa…”[41], se pasa a la moral del resentimiento: “…como si los valores no tuvieran por sentido, y precisamente por valor, servir de refugio y de manifestación a todo lo que es bajo, vil, esclavo…”[42].
El evangelio viviente del amor y la redención del género humano creó la moral del resentimiento: “…Tener resentimiento, no tenerlo: no existe mayor diferencia, más allá de la psicología, más allá de la historia, más allá de la metafísica. Es la verdadera diferencia o la tipología trascendental –la diferencia genealógica y jerárquica”[43]. La moral del esclavo que constituye al rebaño no es una rebelión. Lo bajo, plebeyo, vulgar no se afirma a sí mismo; por el contrario, responde a una fuerza reactiva estimulada por el odio, menosprecio, venganza hacia los poderosos. En efecto, el resentimiento:

…designa un tipo en el que las fuerzas reactivas prevalecen sobre la fuerzas activas. Y solo pueden prevalecer de una manera: dejando de ser activadas. Sobre todo no debemos definir el resentimiento por la fuerza de una reacción. Si queremos saber qué es el hombre del resentimiento no tenemos que olvidar este principio: no reactiva. Y la palabra resentimiento da una indicación rigurosa: la reacción deja de ser activada para convertirse en algo sentido. Las fuerzas reactivas prevalecen sobre las fuerzas activas porque se escapan a su acción…[44]

            Ha triunfado la moral del esclavo, se impone y toma el lugar de los nobles[45]. El cristianismo constituye la moral del resentimiento. La moral cristiana adormece al pueblo con la pasividad al inocularles en su interioridad que el obrar bien y la felicidad consiste en la quietud, la paz, la obediencia, en callar, transitar los caminos tortuosos que le corresponden, dejarse oprimir, disminuirse, rebajarse y humillarse[46]. El valor malvado es el que surge en el pueblo producto del resentimiento para calificar a los nobles.
Para Heidegger:

Ante la expresión «transvaloración de los valores» tendemos a pensar que, en lugar de los valores que ha habido hasta el momento, se ponen otros diferentes. Pero «transvaloración» significa para Nietzsche que «el lugar» mismo de los valores anteriores desaparece, y no sólo que éstos caducan. Ello implica: el modo y la dirección de la posición de valores, así como la determinación de la esencia de los valores, se transforma. La transvaloración piensa por vez primera el ser como valor. Con ella, la metafísica comienza a ser pensamiento de los valores. Forma parte de esta transformación el hecho de que no sólo los valores que había hasta el momento caen presa de una desvalorización sino que, sobre todo, se erradica la necesidad de valores del tipo que había y en el lugar que ocupaban hasta el momento, o sea en lo suprasensible…[47]

            La moral del resentimiento erradicó los valores de la arete. Ahora, la moral del resentimiento tiene que ser objeto de desvalorización; en su lugar, colocar una nueva posición de valores: La voluntad de poder, la afirmación de la vida. La filosofía crítica, un nuevo pensamiento sobre la valoración de los valores. La transformación que va de la desvalorización de los valores aceptados como válidos a la valorización de otros valores. Para Heidegger, Nietzsche se ocupa de estudiar la fundación del principio de una nueva posición de valores. Lo que hace Nietzshe es metafísica: “…la transvaloración de todos los valores, en cuanto fundación del principio de una nueva posición de valores, es en sí metafísica…”[48].
Explica Nietzsche que la moral establecida contrapone malo y malvado a lo bueno como si se tratasen del mismo significado. Malo y malvado son términos diferentes y la oposición de lo bueno respecto a cada palabra también es distinta. Lo malo tiene su origen en la nobleza. El poderoso considera que lo que le es opuesto es malo: “Bueno designa en primer lugar al señor. Malo significa la consecuencia y designa al esclavo. Malo es negativo, pasivo e infeliz…”[49]. En cambio, desde la perspectiva del resentimiento, lo que le es contrario es malvado. Este calificativo es un rebote, una reacción, un sentimiento de venganza y odio hacia su adversario: “…El hombre del resentimiento tiene necesidad de conseguir un no-yo, después de oponerse a este no-yo, para afirmarse finalmente como él. Extraño silogismo el del esclavo: necesita dos negaciones para conseguir una apariencia de afirmación…”[50]. Tal valoración depende del punto de vista, de la perspectiva de quienes estén detrás de esta: “El bien y el mal no son lo bueno y lo malo, sino al contrario, el cambio, la alteración, la inversión de su determinación”[51].
La cuestión es, según el filólogo alemán, que se ha impuesto la moral del rebaño, esto es, los instintos de reacción y resentimiento. Estos son los auténticos instrumentos de la cultura. La moral del rebaño produce al hombre domesticado, dominado, humillado, empequeñecido. Esta es la manera de ser de lo que se llama hombre civilizado: “…el que ya nada tengamos que temer en el hombre; el que el gusano «hombre» ocupe el primer plano y pulule en él; el que el «hombre manso», el incurablemente mediocre y desagradable haya aprendido a sentirse a sí mismo como la meta y la cumbre, como el sentido de la historia, como «hombre superior»…”[52].
El cristianismo se encargó de volver a los hombres débiles, mansos, pasivos, tranquilos, indiferentes. Trastocaron su capacidad de ser activos, fuertes, vigorosos, poderosos, victoriosos, arriesgados, enérgicos, atrevidos. Se impuso la mediocridad, lo bajo, lo vulgar como lo mejor. Y afirma Nietzsche: “…al perder el miedo al hombre hemos perdido también el amor a él, el respeto a él, la esperanza en él, más aún, la voluntad de él. Actualmente la visión del hombre cansa -¿qué es hoy el nihilismo si no es eso? [...] Estamos cansados de el hombre…”[53]. Sobre el nihilismo explica Heidegger que: “…es ese proceso histórico por el que el dominio de lo «suprasensible» caduca y se vuelve nulo, con lo que el ente mismo pierde su valor y su sentido […] El nihilismo es […] ese acaecimiento que dura desde hace tiempo en el que la verdad sobre el ente en su totalidad se transforma esencialmente y se encamina hacia un final determinado por ella”.[54] El Dios cristiano ha muerto, el dominio de la religión, la moral del mundo suprasensible ha terminado. Estamos cansados de la moral del resentimiento.
            Se ha establecido que el hacer deriva del sujeto, es decir, se asume al sujeto como una sustancia que fundamenta el hacer. Esta apreciación la discute Nietzsche al afirmar que concebir una esencia de la que deriva el hacer es una postulación ficticia. El hacer es todo: “…no hay ningún «ser» detrás del hacer, del actuar, del devenir…”[55]. El sujeto y su acción constituyen una unidad indisoluble e indiferenciada en el hacer. Pero al imponerse tal creencia como una verdad, esto es, que hay una sustancia que determina el actuar, entonces se presenta al fuerte con sed de triunfo, de resistencia, de querer dominar[56], rasgos que lo valoran, por la moral del rebaño, como un individuo malvado; y al débil se le estima como carente de tal fortaleza. Entonces

…Cuando los oprimidos, los pisoteados, los violentados se dice, movidos por la vengativa astucia propia de la impotencia: «¡Seamos distintos de los malvados, es decir, seamos buenos! Y bueno es todo el que no violenta, el que no ofende a nadie, el que no ataca, el que no salda cuentas, el que remite la venganza a Dios, el cual se mantiene en lo oculto igual que nosotros, y evita todo lo malvado, y exige poco de la vida, lo mismo que nosotros los pacientes, los humildes, los justos» -esto, escuchado con frialdad y sin ninguna prevención […] significa en realidad […] lo siguiente: «Nosotros los débiles somos desde luego débiles; conviene que no hagamos nada para lo cual no somos bastante fuertes…[57]

            El cristianismo muestra como una verdad universal que la debilidad, obediencia, humildad, bajar la cabeza, callar, ser pasivos, dejar la acción en manos de Dios, aceptar como un dogma que se debe permitir la opresión, creer que la libertad se encuentra en esta domesticación y ser así es un mérito, vive en el resentimiento en el que fue socializado[58]. Hay dos valores contrapuestos: “…«bueno y malo», «bueno y malvado»…”[59]. Estos dos valores han sostenido un conflicto en el tiempo y hasta ahora prevalece el usufructo de la moral del resentimiento que equivale a la imposición del instinto del rebaño, la fuerza reactiva, la voluntad negativa.
Ahora los valores superiores considerados como buenos son la debilidad, pasividad, cobardía, el silencio, la obediencia, la humildad, dejar la solución de los conflictos en manos de Dios, entre otros; y lo contrario, como la fuerza, la templanza, la valentía, el arrojo, el desafío es lo malvado. En otras palabras, la fortaleza de alma que exige el cristianismo se concentra en acrecentar la debilidad y mantener vivo el sentimiento de venganza. Los débiles se aferran al mundo suprasensible, rechazan la vida real, constantemente niegan la afirmación.
Finalmente, para Nietzsche la cuestión es la siguiente:

…El bien de los más y el bien de los menos son puntos de vista contrapuestos del valor; considerar ya en sí que el primero tiene una valor más elevado es algo que nosotros vamos a dejar a la ingenuidad de los biólogos ingleses […] Todas las ciencias tienen que preparar ahora el terreno para la tarea futura del filósofo; entendida esta tarea en el sentido de que el filósofo tiene que solucionar el problema del valor, tiene que determinar la jerarquía de los valores[60]

            El filósofo le corresponde denunciar la falsa moral que reina. Tiene que mostrar que la mayoría obedece a la moral del resentimiento y es necesario descolocarla de su posición. Se requiere una nueva forma de pensar, de sentir, otro estilo de existir. La voluntad de poder como afirmación de la vida es el origen de la creación de un mundo que conciba la existencia como una estética. De esta forma la “…transmutación de los valores o transvaloración significa la afirmación en lugar de la negación, y aún más,  la negación transformada en poder de afirmación…”[61].




[1] Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral. Madrid, Alianza Editorial, Primera edición, 1997, p. 21.
[2]La época que denominamos moderna, y en cuyo acabamiento comienza a entrar ahora la historia occidental, está determinada por el hecho de que el hombre se vuelve medida y centro del ente. El hombre es lo que subyace a todo ente, es decir, en la modernidad, a toda objetivación y representabilidad, es el subiectum. Por mucha que sea la fuerza con la que Nietzsche se dirija repetidamente contra Descartes, cuya filosofía es la fundación de la metafísica moderna, sólo se dirige contra él porque aún no había puesto al hombre de manera completa y suficientemente decidida como subiectum. La representación del subiectum como ego, como yo, o sea la interpretación «egoísta» del subiectum, no es para Nietzsche aún suficientemente subjetivista”. Heidegger, Martin. Nietzsche. Barcelona, Ediciones Destino, Segundo Tomo, 2000, pp.56 y 57.
[3]“…Sócrates es el primer genio de la decadencia: opone la idea a la vida, juzga la idea por la vida, presenta la vida como si debiera ser juzgada, justificada, redimida por la idea. Lo que nos pide, es llegar a sentir que la vida, aplastada bajo el peso de lo negativo, es indigna de ser deseada por sí misma, experimentada en sí misma: Sócrates es el «hombre teórico», el único verdadero contrario del hombre trágico”. Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía. Barcelona, Anagrama, Segunda edición, 1986, p. 24.
[4] Esta aclaratoria me la hizo el Prof. Dr. Erik Del Bufalo (Comunicación personal 25-04-2018).
[5]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 55.
[6] Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 22.
[7] Esta aclaratoria me la hizo el Prof. Dr. Erik Del Bufalo (Comunicación personal 02-05-2018)
[8]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 23.
[9]Ibid., p. 24.
[10]Idem
[11] “La lucha […] es el medio por el que los débiles prevalecen sobre los fuertes, porque son más…” Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 117.
[12]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 26.
[13]Valor es lo que vale; sólo lo que vale es un valor. Pero ¿qué significa «valer»? Vale aquello que desempeña un papel normativo. Se plantea entonces la pregunta: ¿Un valor vale porque es normativo, o sólo puede dar la norma porque vale? Si es esto último, preguntamos nuevamente: ¿qué quiere decir: el valor vale? ¿Vale algo porque es un valor o es un valor porque vale? ¿Qué es el valor mismo, el hecho de que valga? El «valer» no es una nada sino el modo en el que el valor, el valor en cuanto valor, «es». Valer es un modo del ser. Sólo hay valor en un ser-valor. La pregunta por el valor y por su esencia se funda en la pregunta por el ser. Los «valores» sólo son accesibles y aptos para dar una norma allí donde se estima algo así como un valor, cuando se prefiere o se pospone una cosa a otra. Un estimar y valorar de este tipo sólo se da allí donde respecto de un comportarse hay algo que «importa». Sólo allí se da aquello a lo que todo comportarse siempre vuelve a ir, en primer y último término. Estimar algo, es decir considerarlo valioso, significa al mismo tiempo: dirigirse a, rigiéndose por ello. Este dirigirse «a» ha adoptado ya una «meta». Por eso la esencia del valor está en una conexión interna con la esencia de la meta. Rozamos nuevamente la insidiosa pregunta: ¿es algo una meta porque es un valor o se convierte algo en valor sólo en la medida en que se lo ha puesto como meta? Quizás esta disyuntiva no sea más que la forma que adquiere una pregunta aún insuficiente, una pregunta que no alcanza aún lo digno de ser cuestionado.
Las mismas reflexiones surgen a propósito de la relación entre valor y fundamento. Si el valor es aquello que siempre importa en todo, se muestra entonces al mismo tiempo como aquello en lo que se
funda todo lo que tiene su importancia en él y tiene allí su permanencia y su existencia consistente. Se plantean aquí las mismas preguntas: ¿Se convierte algo en fundamento porque vale como valor, o adquiere la validez de un valor porque es un fundamento? Quizás fracase también aquí la disyuntiva, porque las delimitaciones de la esencia del «valor» y del «fundamento» no pueden efectuarse en el mismo plano. Cualquiera que sea el modo en el que se solucionen estas cuestiones, se delinea por lo menos en sus contornos una conexión interna entre valor, meta y fundamento”. Heidegger, Martin. Nietzsche…, op cit., p. 46.
[14]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, ob cit., p. 28. “Nietzsche presenta la finalidad de su filosofía: liberar el pensamiento del nihilismo y de sus formas. Y esto implica un nuevo modo de pensar, una conmoción del principio del que depende el pensamiento, una reincoporación del propio principio genealógico, una «transmutación»…” Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 54.
[15]Ibid., p. 106.
[16]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 26.
[17]Idem
[18]Ibid., pp. 28 y 29.
[19] Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 7.
[20] Ibid., p. 8.
[21] Ibid., p. 9.
[22] Idem
[23] Idem
[24] David Hume, Adam Smith, Herbert Spencer, Stuart Mill, entre otros.
[25]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 37.
[26] Esta aclaratoria me la hixo el Prof. Dr. Erik Del Bufalo (Comunicación personal 09-05-2018)
[27]Heidegger, Martin. Nietzsche…,op cit., p. 38.
[28]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 37.
[29] Primero está el poder y luego lo bueno. Lo que se llama bueno es un valor que implica supremacía sobre otro. La supremacía es anterior al contenido de la moral.  Esta aclaratoria me la hizo el Prof. Dr. Erik Del Bufalo (Comunicación personal 09-05-2018).
[30]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 8.
[31]la esencia de los valores tiene su fundamento en «formas de dominio». Los valores están esencialmentes referidos al «dominio». Dominio es el estar-en-poder del poder. Los valores están referidos a la voluntad de poder, son dependientes de ella en cuanto auténtica esencia del poder. Lo no verdadero e insostenible de los valores supremos válidos hasta el momento no radica en ellos mismos, en su contenido, en que se busque un sentido, se ponga una unidad y se fije una verdad. Lo no verdadero lo ve Nietzsche en que esos valores sean trasladados a un ámbito que «es en sí», dentro del cual y a partir del cual habrían de valer en sí mismos y de modo incondicionado; mientras que, por el contrario, tienen su origen y su ámbito de validez sólo en una determinada especie de la voluntad de poder”. Heidegger, Martin. Nietzsche…, op cit., pp. 77 y 78
[32]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 38.
[33]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 16.
[34]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 40.
[35]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 80.
[36]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit.,  pp., 43 y 44.
[37]Ibid., p. 46.
[38]Ibid., p. 51.
[39] Rodríguez A., Francisco. La democracia ateniense. Madrid, Alianza Editorial, S.A., 1975, pp. 29-96.
[40] Esta aclaratoria me la hizo el Prof. Dr. David De Los Reyes (Comunicación personal 27-06-2018)
[41]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit, pp. 169 y 170.
[42]Ibid., p. 81.
[43]Ibid., p. 54.
[44] Ibid., p. 158.“…el resentimiento es una reacción que simultáneamente se convierte en sensible y deja de ser activada. Fórmula que define la enfermedad en general…” Ibid., p. 161.
[45] “…si el resentimiento ha podido imponerse en el mundo ha sido haciendo triunfar el beneficio, haciendo del provecho no sólo un deseo y un pensamiento, sino también un sistema económico, social, teológico, un sistema completo, un mecanismo divino […]  Es en este sentido que los esclavos tienen una moral, y que esta moral es la de la utilidad…” Ibid., p. 167.
[46] “…Los «bien nacidos» se sentían a sí mismos cabalmente como los «felices» […] por ser hombres íntegros, repletos de fuerza y, en consecuencia, necesariamente activos, no sabían separar la actividad de la felicidad, -en ellos aquélla formaba parte, por necesidad, de ésta […] [obrar bien, ser feliz] –todo esto muy en contraposición con la felicidad al nivel de los impotentes, de los oprimidos, de los llagados por sentimientos venenosos y hostiles, en los cuales la felicidad aparece esencialmente como narcosis, aturdimiento, quietud, paz, «sábado», distensión del ánimo y relajamiento de los miembros, esto es, dicho en una palabra, como algo pasivo. Mientras que el hombre noble vive con confianza y franqueza frente a sí mismo […] el hombre del resentimiento no es ni franco, ni ingenuo, ni honesto y derecho consigo mismo. Su alma mira de reojo, su espíritu ama los escondrijos, los caminos tortuosos y las puertas falsas, todo lo encubierto lo atrae como su mundo, su seguridad, su alivio; entiende de callar, de no olvidar, de aguardar, de empequeñecerse y humillarse transitoriamente…” Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., pp. 51 y 52.
[47]Heidegger, Martin. Nietzsche… op cit., p. 36.
[48]Ibid., p. 37.
[49]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 170.
[50]Ibid., p. 171.
[51]Ibid., pp. 171 y 172.
[52]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 57.
[53] Ibid., p. 58.
[54]Heidegger, Martin. Nietzsche…, op cit., pp, 34 y 35.
[55]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p. 59.
[56] “…esa creencia […] que el fuerte es libre de ser débil…” Ibid., p. 60.
[57]Idem
[58] “…«y la importancia, que no toma desquite, en bondad; la temerosa bajeza, en humildad; la sumisión a quienes se odia, en obediencia (a saber, obediencia a alguien de quien dice se ordena esa sumisión, -Dios le llaman). Lo inofensivo del débil, la cobardía misma, de la que tiene mucha, su estar –aguardando-a-la-puerta, su inevitable-tener-que-aguardar, recibe aquí un buen nombre, el de paciencia, y se llama también la virtud; el no-poder-vengarse se llama no querer-vengarse, y tal vez incluso perdón (pues ellos no saben lo que hacen –¡únicamente nosotros sabemos lo que ellos hacen)…” Ibid., pp. 61 y 62.
[59]Ibid., p. 67.
[60]Ibid., p. 71.
[61]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 103.