martes, 5 de mayo de 2009


La sexualidad como culpa 
y negación corporal


David De los Reyes





Max Sauco


De la selva sexual venimos y hacia lo sagrado sexual vamos
Según Feuerstein (1984:17s) vivimos en una selva sexual. Si bien se habló de una revolución sexual en los años 60 y 70, hoy pareciera que estamos en un ámbito caótico y diverso, que nos lleva a estar todos dentro de una jungla carnal sin aparentes señales del camino a seguir en tanto normas y valores,  una jungla que nos  lleva a un espectro cultural que nos incita a la experimentación y a la tolerancia. Estamos en un paisaje social que no nos muestra en cómo sostenernos espiritualmente y poseer una clara guía moral. Una mayoría vive en el extravío, lo cual, según este autor, es el síntoma trágico de la desorientación moral de nuestra cultura.

Lo que si podemos notar, como hemos dicho en otras oportunidades, es que el sexo tiene un espacio dominante en la vida contemporánea. Época de exceso y experimentalismo sexual, de amplitud de las opciones y de intensificación del cuerpo sexual: modos de referirse a él desde nuestro presente. Sin embargo esta presión de y por lo sexual causa el síntoma que se ha llamado estrés sexual. Tal malestar en la sexualidad ha ocasionando conflictos, alteraciones y confusión entre las parejas con relación a los temas y prácticas sexuales, al amor, nuestras opiniones y conductas.


En esta aparente deriva sexual algunos asignan que se han perdido los límites familiares o aquellos aceptados por tradición. A mayor número de opciones más indisposición al momento de elegir; pareciera faltar cierta sabiduría para llevar a tener un buen uso de ese ampliado placer corporal. Y a mayor libertad igualmente se involucra una mayor responsabilidad personal.

Entre los modos en que se presentan este malestar nos encontramos con la cotidianidad sexual rutinaria, la cual conduce a practicar sexo de manera mecánica, privada de sentimientos, y como descarga orgásmica (1) de energía sexual reprimida. Muchos opinan del sexo como una necesidad biológica; para ciertas mujeres, como un mal necesario. La rutina causa disociación emotiva e inapetencia en la pareja. La descarga orgásmica se vive como un desgano, una caída. Frustración, insatisfacción, carencia de amor, desavenencias, depresión, incomunicación, rupturas, son algunos de las emociones sentidas por dicha situación, obteniendo una degradación del gozo con la el resultado de una despersonalización del individuo y de la pareja: émbolo o recipiente sexual.

El bloqueo emocional lo proporciona la ansiedad del rendimiento que termina con impotencia, disfunciones orgásmicas e indiferencia. Se finaliza con la sensación de una sexualidad frustrante, negativa, fuente de conflicto y dolor que habrá que evitar a toda costa. Es lo que Fuerstein llama extinción sexual, condición que termina no sólo retrayéndonos de nuestros genitales sino también de nuestros sentimientos. Frigidez y rigidez corporal son sus síntomas notables y observables, otros serán: incapacidad creativa, espontaneidad convivencial. Y a todas estas, al vivir esa experiencia, pareciera que se es más feliz sin tener sexo que hacerlo. Lo habitual, para romper con este esquema rutinario, muchas veces es el salto a encontrar satisfacción fuera de la pareja, o superar el aburrimiento traspasando las fronteras establecidas en la transgresión del bondage, el sadomasoquismo, la zoofilia, la pedofilia o las orgías, entre algunas. Estas búsquedas de la intensidad sexual suprema terminan dominando la vida, construyendo una práctica adictiva. Es la puerta a la cultura sexual de consumo. Es la entrada a la mercantilización sexual extrema. Cosa que choca con la puritana situación legal que existen en los códigos civiles al catalogar  a estas conductas. Las costumbres oficiales (hipócritas) posiblemente condenarían a más de una de las relaciones sexuales que hoy son aceptadas, y son ya casi vistas como normales. Kinsey (1948:24) dijo que: si un individuo se aparta de los códigos sexuales judeo-cristianos e incurre en la masturbación, los contactos buco-genital, homosexual o animal y otras actividades que no satisfacen la función procreativa del sexo, está poniendo en juego intereses sociales. Y por tanto es un individuo que sexualmente se encuentra fuera del orden reinante legal.
Alfred C. Kinsey (1894-1956)

Todo uso recreativo y fuera del orden y control del consumismo mercantil o del código sexual civil, pone en juego las relaciones sociales de la supuesta política correcta de los cuerpos en conjunción. Para ciertas personas la fornicación y el adulterio son delitos que deben ser penados legalmente. Fuerstein dice al respecto que considerando la cantidad de divorcios que se conceden sobre pruebas de adulterio, se trata de leyes evidentemente anticuadas (1994:23). En nuestro país esto todavía sigue siendo aplicable en el código civil como causante de divorcio. La homosexualidad igualmente no es aceptada legalmente.


Robert Bly


Por otra parte la mujer solicita que al sexo se acompañe con sentimiento. El individuo neurótico (hombre o mujer) pide ternura. Ello propone una disposición a superar el sexo por el sexo mismo, la inclusión del otro y el vínculo afectivo es un ingrediente determinante para una mejor relación. Pero nos encontramos que la feminización de la vida pudiera ser requerida no sólo como apertura de los hombres a su sensibilidad sino hoy también en la misma mujer en el reencuentro con su condición natural, al ser desplazada en ella el mundo afectivo al masculinizarse por sus relaciones sociales y culturales de trabajo y espacio personal. Más que la feminización del hombre el poeta Robert Bly (cit. en idem) prefiere recurrir a un personaje del folclore alemán, Juan de Hierro, diciéndonos que el macho blando podía ser sensible y comprensivo, pero terminar siendo exasperado e infeliz. Lo que quiero explicar -dice Bly-, es que en el fondo de la psique de todo hombre moderno hay un primitivo grandote y peludo de pies a cabeza. Lo que aún le falta al hombre de los ’70 y ’80 (y podemos agregar del 2000), es tomar contacto con el Salvaje: la cultura contemporánea todavía no ha dado lugar a ese proceso. Al hablar del Salvaje no se refiere a lo primitivo, sino a la fuente de energía creativa que el hombre a abandonado al estar absorbido por lo exterior y la historia, este encuentro integraría al individuo superando al síndrome de macho y al de Sissí. La exigencia femenina de ternura puede parecer amenazante como la de la satisfacción sexual.

En relación a ¿cuál es nuestro ser sexual? nos encontramos que podemos encontrar que hay un ambiente de grupo y de ciertas religiones que alientan al sexo. Sabemos que se puede experimentar sexualmente mucho más de lo que nos permitimos. Que las posibilidades son múltiples respecto al placer y al juego sexual. Pero la carencia de tiempo, energía, coraje y sinceridad nos lo impide.
Para Fuerstein la felicidad no se encuentra en el formato del matrimonio abierto, en los orgasmos múltiples ni en los vibradores. Tampoco en los paraísos sexuales sugeridos e inducidos por los medios de comunicación. Tampoco en la libertad prometida de una revolución sexual incomprendida o en el desgano de la alcoba. Antes que nada habría que intentar un acto de auto-reconocimiento y echar una mirada a los sentimientos de culpa y vergüenza, mecanismos extraños que se nos instalan -desde tiempos pasados-, con toda la naturalidad, bien para nuestro fracaso o para alejarnos de la felicidad.


De la culpa
Sexualidad y culpa se encuentran reiteradamente juntas. La culpa sexual es uno de los síntomas que aparecen con frecuencia. La culpa se presenta objetivamente cuando sentimos que se ha cometido algo incorrecto, infringiendo la ley y, por ello, es generador de castigo. En lo subjetivo es un insistente sentimiento de tener conciencia de cometer una falta, de ser culpable. Todo estriba en qué pensemos respecto a lo que sea correcto e incorrecto de nuestro comportamiento. Culpa y temor van dados de la mano al poder ser descubierto en relación a lo que creamos que deba ser castigado. El sentimiento de culpa es un gatillo interior que la menor provocación se dispara. El mito de Adán y Eva y la idea del pecado original que inculca sentir vergüenza por el cuerpo desnudo, junto a la prescriptiva de la Iglesia ante los gozos corporales, forman parte de muchos de estos síntomas de culpabilidad individual.

Adán y Eva ante el árbol del bien y del mal.


La culpa es un sentimiento natural en determinadas ocasiones: enfado o celos; si se vuelve permanente, exagerada y persiste, es síntoma de neurosis. Fuerstein distingue entre culpa situacional y modal. La primera es por haber cometido una falta, la segunda por haber sentido, dentro del imaginario de culpabilidad personal, que se ha infringido una ley o un pecado. La primera es normal y pasajera, la segunda neurótica y persistente.

La culpa aparece en toda sociedad y cultura. La condición imperfecta del hombre la conlleva, en el sentido de admitir errores o faltas que se han cometido ante leyes, costumbres o protocolos existentes. Causan pena y remordimiento pasajeros, mezclada con miedo al castigo que puede conllevar. La condición humana, y sobre todo por la condición del cuerpo dentro de la tradición cristiana, es proclive a la culpa.


Las culturas religiosas han desarrollado un control del la sexualidad 
por medio del sentimiento de vergüenza




De la vergüenza


Se vincula con la culpa pero son distintas. La culpa es la conciencia de haber hecho algo malo. La vergüenza es sensación penosa de ser malo o indigno. Aquella surge al hacer algo indigno, la segunda al pensar que se es indigno. La vergüenza viene acompañada por la sensación de un fracaso de ser, de un avergonzarse de nuestros supuestos defectos, de sentirse abandonado por ello; la culpa de un fracaso en el hacer, de poner atención a nuestras transgresiones, de poder ser castigado por ello. Sin embargo la vergüenza puede devenir de un sentimiento de culpa. Ambas emociones pueden ir juntas, rotando en la persona indistintamente, intensificando el malestar sexual.

El sexo pareciera ser un reducto donde puede aparecer fácilmente la culpa y la vergüenza. Es visto, en ciertas posturas de orden religiosa y puritana, como algo indigno e inhumano, sucio y degradante. Se debe practicar en oscuras, apresurado y casi ocultando nuestro cuerpo. Son individuos sometidos al remordimiento de hacer sexo. En los círculos religiosos fundamentalistas siempre deslumbran por su actitud negativa ante el cuerpo y al placer sexual en tanto gozo natural.

La aparición de la culpa en la pareja por motivos sexuales es diversa. Por ejemplo de querer sexo uno y el otro no; por la frecuencia o economía sexual de cada uno de los miembros de la pareja; por las ganas de uno respecto a otro; por la manera inhibida o desenvuelta, exploratoria o limitada en como se quiere practicar; por el tipo de posiciones o caricias, sugerencias placenteras solicitadas; culpa por proponer cierto tipo de contacto carnal, o por el uso o no de métodos anticonceptivos; por mantener relaciones prematrimoniales, inducir a ver material pornográfico, etc. Todos estos motivos pueden dirigirnos al tobogán de la culpa. Numerosas situaciones para rechazar o desear son causantes de vergüenza o culpa. Y se sabe que quienes menos saben de sexo más afectados se sientes y se sumergen en una ignorancia que puede terminar en una conciencia puritana y castradora. Fuerstein (1994:31) advierte que los intransigentes en materia religiosa tienden a ser frígidos en materia sexual. Y citando a Confort incluye que el mayor logro negativo de la cristiandad es haber hecho del sexo un problema. Sin embargo, sabemos que muchos cristianos condenan la actitud eclesiástica hacia el sexo.


La carne: enemigo del espíritu.


En toda esta actitud en contra del uso del cuerpo para el placer sexual, hay un menosprecio y persistente negación de la existencia corporal. El cuerpo es visto como enemigo del espíritu, como el medio que nos lleva al pecado por el placer y la satisfacción del mismo. En la visión tradicional cristiana el cuerpo es algo impuro y enemigo de la vida religiosa o espiritual. Demasiados traumas siguen causando tal afirmación. Vergüenza y culpa corporal por poseer, usar y gozar con nuestros órganos sexuales individualmente o en pareja. Si bien conscientemente muchas personas rechazan tal situación, en su inconsciente cobijan un mensaje negativo que nos ha trasmitido siglos de platonismo, gnosticismo, cristianismo y, por fin, del dualismo cartesiano que está en la base de todo nuestro edificio científico (idem, 1994:32). La creencia de la doble existencia de un cuerpo y alma ha arraigado la condición de condena al cuerpo separado de lo que han llamado como alma, que vendría a ser sede de la condición intelectiva y espiritual. En nuestra evolución cultural pareciera que a medida que progresamos en tecnología y ciencia, en comodidad y calidad de vida material tenemos en la misma medida un descenso en el contacto con nuestra auténtica realidad somática. La pensamos como dividida y disgregada: el cuerpo corrupto y perecedero por un lado y el alma pura e inmortal por otro. Hemos perdido cuerpo y ganado en evasión y negación corporal. Se nos exige permanente atención a lo que está fuera del cuerpo; se nos dan sucedáneos: búsqueda de éxito, reputación, carrera, imagen, dinero, prácticas deportivas, actitudes fundamentalistas nacionalistas y gusto por la destrucción y la guerra (que son una forma de eliminar a otros cuerpos, además del nuestro como opción en la acción).

La forma en que posa nuestro cuerpo nos da una información valiosa respecto de nuestra relación con nosotros mismos. Toda derrota es expresada corporalmente: nos estiramos, o nos encorvamos, nos hundimos y nos surgen ticks persistentes. Hay un olvido de lo somático en tanto necesaria preocupación (no idolatría) por el cuerpo y su apariencia. El cuido que viene desde lo externo, propio de la atención consumista que nos exige nuestra sociedad, nos proporciona mejorarlo a través de maquillajes, ropa cara, peinados, cirugía plástica, perfumes, comida sana, vitaminas y sesiones de gym. Nos olvidamos del cuerpo vivido, es decir, cómo lo sentimos por lo vivido junto a él tanto en el pasado como en el presente.

Cuando el cuerpo está normal desaparece de nuestra conciencia. Cuando estamos incómodos de él, no es posible desapegarnos de la molestia que nos causa. El dolor es una de las formas de expresarnos su reclamo de atención respecto a las prácticas que realizamos en nuestra cotidianidad. La vida pareciera ser sólo importante en la medida que es captada por la mente y la abstracción y representación conceptual. El cuerpo vivido se encuentra en el olvido y está oculto por la atención a la fuerza de las cosas y del mundo exterior estigmatizando la corporalidad personal.

Así la obsesión por el sexo, vivido mentalmente, es la imposibilidad de experimentar una sexualidad verdadera con el cuerpo, de tener una atención al ritmo propio del deseo y de la expresión de la entrega y pasión a nuestra condición corporal. Fuerstein habla de llegar a hacer el amor sin estar verdaderamente presentes con el otro. Quien sea religioso se identificará con el espíritu porque el cuerpo es impuro. Quien sea laico, se identificará con la mente o la conciencia porque el cuerpo es una amenaza. En ambos casos el ser quedará disminuido (idem: 33). Es el miedo a nuestro propio cuerpo en tanto naturaleza, estableciendo con él sólo una adecuación permanente; es un receptáculo a todos los adminículos y desechos de la sociedad de consumo. Hay una alienación por un desdén, que podemos decir casi conciente, tanto de lo femenino como de lo masculino que somos, que se encuentra presente por ser naturaleza y corporalidad.


Culpa o vergüenza existencial


Lo tratado en tanto afectación de la sexualidad por la culpa y la vergüenza se derivaba de la experiencia personal, de nuestros traumas, valores religiosos y morales, condicionamientos y alienaciones sociales respecto al cuerpo; todas partían de realizar una transgresión o insuficiencia individual. Fuerstein nos habla también de una culpa y vergüenza existencial, en tanto aspectos integrales de la condición humana. Parte de la conciencia de alienación, finitud e imperfección que surge de nuestro yo, al tener la sensación e idea de sentirnos separados de los demás y del mundo.

Esta separación nos reporta desdicha. El existencialismo lo refiere como angustia. Esta escisión lleva a ser vivida como una incapacidad de expresar la totalidad de nuestro ser. Se experimenta la vida mostrándose por debajo de sus capacidades. Es una especie de neurosis en tanto incapacidad de trascenderse heroicamente a sí mismo, de salir y traspasar más allá de la apariencia del presente: se toma como normalidad el impulso hacia la totalidad y auto-trascendencia del ser.

Por otra parte al sentirnos que estamos por debajo de nuestras capacidades experimentamos vergüenza existencial, que es conciencia de separación y de falta de unión amorosa, añadiéndose culpa y ansiedad a nuestras vidas. Puede surgir de la idea del cuerpo como residuo de maldad y riesgos al practicar la sexualidad.

Culpa y vergüenza existencial son de carácter neurótico. Esta situación nos consume nuestra energía vital. La vergüenza se experimenta como royendo nuestra alma, como vivir en un agujero negro, un sentimiento sombrío rodeando a nuestro ser, una queja y resentimiento continuo, roba la energía ajena y no proyecta ni comparte la propia, no tiene la materia para emprender un crecimiento personal y todo ello es la carencia de confianza personal, voluntad de poder, valentía y aceptación al cambio y sus opciones. Es lo que Freud ya manifestó en su texto Malestar de la Cultura, al constatar que la civilización conspira para reducirnos a la mediocridad, volviéndonos inauténticos e incapaces de éxtasis. El principio de placer que busca todo individuo que quiere ser feliz es desviado por otras opciones culturales como lo es la seguridad a la expresión personal y la libertad. Viendo el conjunto de la humanidad se afirma que la neurosis es, aparentemente, una condición universal. La cultura está enferma y la sexualidad reprimida y desviada.


S. Freud.
En nuestra sociedad postmoderna la felicidad no se centra en el principio del placer sino en el principio de diversión. Tal diversión se nos ofrece como felicidad, y se presenta como lo es la sexualidad para el voyer: mira pero no participa ni trasforma su sexualidad. El principio de diversión es consustancial al modo de vida capitalista. Esta búsqueda de placer es la respuesta del estilo de vida de una civilización agobiada por el aburrimiento (idem:37). Nuestro status quo nos ofrece el porcentaje y estilo de diversión para paliar la monotonía y el displacer de una vida que ha perdido el interés por la misma vida. Un civilización que todo lo convierte en una búsqueda de diversión y espectacularidad mediática. Ante la permanente competividad lacerante nos queda el reducto de una diversión evasiva.

¿Cómo se expresa la diversión en nuestra corporalidad? La diversión se sostiene en base al fingimiento, a la ficción, al espectáculo. No es real placer ni alegría, menos dicha y felicidad. Es una neurosis de escape de la misma neurosis implícita al sistema. Son una secuencia de sensaciones agradables pero que no tienen que ver con la alegría y la sensación de plenitud. Para muchos el placer está vetado. Es más temor que opción. Las situaciones placenteras pueden llegar a arrojar ansiedad aguda y si es muy intenso dolor y malestar.

El cuerpo normal de los ciudadanos medios está asentado entre rigidez y tensión crónica, impidiendo dejar vivir el placer que está bloqueado por los temores, los valores y el estilo de vida, transformándose en un cuerpo para el cual lo placentero se transforma de agradable en doloroso. Viven el lado oscuro del placer. A bloqueos físicos corresponden bloqueos emocionales. Se nos prohíbe vivir el éxtasis en tanto poder transformador. Se busca el éxtasis más no se sabe cómo y se traduce en diversión consumista, mecánica la sexualidad como mera fricción genital, la ingesta de drogas y alcohol como salida a la rutina y a la frustración, la televisión como un permanente carrusel de paraísos artificiales iconográficos. Se carece de la intuición del sentido de auténtica felicidad.

La adicción de la descarga genital y la estela de lo traspersonal

Existe una permanente condición sexual en nuestra cultura respecto a la fijación a las sensaciones genitales, y en particular al orgasmo. Esta descarga sexual la utilizamos como un escape a la monotonía cotidiana y a la rutina que se incrusta como tensión nerviosa en tanto fuerza negativa, o agresión contra sí.

La sexualidad se puede vivir, al igual que el alcohol y las drogas, como una variante adictiva: termina siendo una instantánea excitación fugaz para beneficio del sistema nervioso. No enfrentamos un cambio personal para superar este malestar y extender el margen de nuestra realidad emotiva y expresiva corporal. Engañamos nuestra naturaleza por medio de elementos artificiales y ajenos. Hay una permanente huida a la intimidad. Las mujeres pueden comportarse en tanto provocadoras, verse sexy y sólo piensa en cómo excitar al otro pero tiene miedo profundo al contacto pleno y a una ampliación del placer sexual: es una anoréxica sexual (igual puede ser para la parte masculina). Otro tipo de adicción es la búsqueda permanente de fantasías sexuales, la adicción a tener aventuras sexuales en espacios públicos y con riesgos de ser sorprendida, llevando a una permanente búsqueda del orgasmo siguiente en condiciones y situaciones socialmente peligrosas o engorrosas. También estaría aquello que sólo logra la satisfacción sexual por medio de la violencia sexual, incesto, abuso infantil y sadomasoquismo no consensuado.

Esta adicción es una forma de actuar para distanciarse de la felicidad. Se pasa del placer corporal a la excitación instantánea.

Sexualidad como realidad interna sagrada

Dentro de cultura hay un empeñó permanente y como también desde nuestra vida familiar, en reducir toda vida instintiva, rodeando a la sexualidad y a la agresividad de variadas restricción que se convierten en tabúes. Nuestro mundo políticamente correcto nos conduce a una permanente intensificación de sentimientos de culpa. Sin poder hacer conscientes esos sentimientos que forman parte de una liberación personal. En un mundo de un ideal extático de la persona, sólo al trascender a las tendencias corrientes es que podemos hacer un salto cualitativo hacia el conocimiento real de la búsqueda de placer y así trascender nuestra condición de fracaso. Este salto implica superar el espacio y tiempo a la experiencia transpersonal, superando la identidad fija pública e incitada por los demás hacia nosotros. Para ciertos autores es el encuentro con lo espiritual, que puede traducirse por participar de una realidad mayor llamada dios, diosa, absoluto, tao, unión de Shiva y Shakti, Brahman o Atman.

Cada uno de estos conceptos tiene una referencia y particularidad con lo trascendente. El tao significa camino, senda, representando el proceso último de todas las realidades y existencias sin limitarse a su condición contingente. El término sanscrito shunya, del budismo, significa vacío, y refiere a la realidad vacía de toda cualidad y condición presente en la conciencia. La palabra brahman, del sánscrito, se origina en la raíz brih cuyo significado es crecer y expansión, alude a lo trascendental que habita en el universo. Shiva y Shakti son los dioses hindúes que en su unión, en tanto portadores de lo masculino y lo femenino en tanto fuerzas creadoras que dan forma al universo, experimentamos la unidad de lo absoluto en nuestras vidas. Atman es la identidad de sí mismo, el self personal experimentado pero en tanto sujeto último y más allá de la experiencia del mundo y del cuerpo como espacio y tiempo. Todo ello apunta a la búsqueda de una realidad interna sagrada. Sólo despojándose de la vida humana convencional y lleno de asombro reverencial se obtiene una puerta a ese recinto de la condición humana. Se trata de vivir lo divino no como separación sino como fundamento o esencia del universo (taoísmo, hinduismo, tantrismo, budismo, etc.) (idem:41). Hoy la ciencia ha dado muestras de encontrar una especie de realidad divina en la construcción de lo existente, que quizás Heráclito en su intuición de oráculo filosófico le daba el nombre de hierologos o logos divino. Se ha vuelto a lo sagrado pero buscándolo en lugares distintos a los referidos por las religiones tradicionales occidentales en tanto un mundo del más allá. Esta realidad última reside en un más acá personal. Es la permanente búsqueda que cubre a toda acción humana en tanto impulso espiritual que se traduce en el contacto con la trascendencia personal, saliendo de la ilusión y de la apariencia que habitan en nuestras conciencias. Es la superación del yo mundano para entrar en la realidad último del Atman o del self: del sí mismo.

Esta realidad última que habita en nosotros se nos escapa por los estilos de vida que cubren nuestra vivir cultural y social. Son más los obstáculos que se nos coloca y nos seduce que la fuerza y energía que tenemos dispuesta a sacrificar para alcanzarlo. Nuestra condición sagrada, por llamarlo así, nos da miedo llegar a poseerla por el sentido de placer o dicha profunda, pues puede envestir contra nuestra identidad estatizada o personalidad yoica, viviendo una corporalidad y una conciencia reducida y limitada, más cómoda y menos riesgosa. Apostamos por el yo y no por el crecimiento del sí mismo. El mundo, gracias al yo, nos remite que lo real está en la realidad exterior. Lo verdadero viene de afuera y no se experimente como realidad interior. No hay verdad interior, si topamos con un indicio de transitar por ella nos retractamos de hacerlo bien por miedo o incomodidad ante el mundo en que habitamos. Para ciertos autores esto refiere a la experiencia de vivir en una autotrascendencia extática o iluminación espiritual más que satisfacción momentánea. Así comprendemos que somos cuerpo pero no como algo separado sino como una unidad con el mundo. Es el éxtasis de la vida identificada como continuidad y proyección de mí ser en el ser del mundo.

Esta incapacidad nos lleva a vivir en ese malestar sexual postmoderno que viene a ser una falla de profundidad de vida psíquica o vida interior. El cuerpo es un fantasma escindido, es ambigüedad corporal, es dualismo cartesiano, es exclusión del mundo, es incertidumbre permanente con nuestro cuerpo. Es imposibilidad de gozo sexual por la experiencia de la sensación permanente de escisión. No hay relanzamiento ha lo sagrado sino reducción a lo aparte. El intento de Fuerstein es proponer la unión entre lo sagrado y lo profano en nuestras vidas a partir de esta experiencia de búsqueda interior. Se trata de vivir lo trascendente más que adorarlo: esto termina en el fetiche, aquel en la liberación espiritual por el contacto con lo absoluto gracias a la sexualidad como medio; es encuentro con el éxtasis, la alegría, la dicha, la felicidad o, epicúreamente, con la plena vivencia del placer del simple existir.

Notas:
1- El tema del orgasmo pareciera ser un placer más masculino que femenino, al encontrarse el hombre en incapacidad para afrontar y llevar a la mujer a su orgasmo, el cual requiere de mayor tiempo y de otros matices que la mera eyaculación del varón.

Bibliografía:
Feuestein, G. 1994: Sagrada sexualidad. Ed. Kairos. Barcelona.
Kinsey, A y otros. 1948: Sexual Behavoir in the Human Male. W.B. Saunders Company. Filadelfia.





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