la desigualdad entre los hombres
de
J.J. Rousseau (II)
(A los 300 años de su nacimiento)
David
De los Reyes
J.J. Rousseau |
(Observación:
Esta es la segunda parte del artículo. La primera parte del mismo ha sido
publicado en el mes de diciembre de este
blog. Ver:
http://filosofiaclinicaucv.blogspot.com/2012/12/reflexionesinactuales-sobre-la.html)
V
Conocer
a los hombres mismos antes que nada
El Discurso
sobre la Desigualdad del Hombre (D.D.H., de ahora en adelante), comienza
resaltando la importancia de hacer del hombre el centro del conocimiento para
poder definir su naturaleza y su condición; ello viene a ser el más
útil de todos los conocimientos humanos. Refiere que la pregunta a
resolver, es decir, el tema de la desigualdad
humana, es una de los más difíciles de dar una respuesta certera y definitiva por
la filosofía. Pues afirma el pensador suizo que: ¿cómo conocer el origen de la desigualdad entre los hombres si no se empieza por conocer a los hombres
mismos? El alma humana está permanentemente alterada por continuas causas
novedosas, renovadas por el desarrollo de los conocimientos y errores, por los
cambios producidos en la constitución de los cuerpos y, sobretodo, por el
conflicto constante de las pasiones. Su apariencia, para Rousseau, ha cambiado
tanto que es casi imposible reconocerlo. Pareciera que el hombre no pudiera conocerse
sino por principios que estuvieran sometidos a una constante alteración,
mutación, transformación; en el hombre no hay nada que pueda ser perpetuo;
no tiene principios perpetuos e
invariables. Este lamento de Rousseau nos da pie para intuir lo que vendrá: el
hombre sometido a la sociedad no permanece inalterable, glauco, puro. Todo progreso de la especie humana lo lleva a
alejarse cada vez más de su estadio primitivo o natural, de su constitución
original. Y por el insistente hecho de
querer estudiar al hombre de esta forma se ha terminado sin conocerlo.
Sin embargo debemos atender la observación que nos
da Groethuysen respecto a cualquier superioridad que se arrogue el hombre natural sobre el hombre social; a
aquel:
“…le falta una cualidad esencial: la de existir, y
todo el pathos que emplea contra los
hombres “desnaturalizados” no podría ocultar esta imperfección. Es el defecto
inicial de todos los hombres primitivos construidos de acuerdo con la fórmula
clásica, y el hombre de Rousseau no es excepción. Por más que adopte la voz de
su autor, por más que se convierta en su portavoz, sigue siendo un ser abstracto y la violencia de sus
gestos y de su acento es incapaz de prestarle la vida que le falta[1].
El primer origen de la desigualdad Rousseau lo ubica
dentro de los cambios a los que está sometido, dentro de su entorno cultural y
ambiental, cada individuo particularmente, donde le sobrevienen alteraciones
que no son los mismos, a la vez, para todos los individuos de la especie o del
grupo; adquirir cualidades buenas o malas, perfeccionarse o deteriorar, crecer
o autodestruir su vida vendrán a ser causa de la separación de su estado primigenio que posee al nacer. A
sí que no considera fácil, para su estudio del hombre de su presente, el poder
deslindar lo que hay de originario y de
artificial en la naturaleza actual del hombre, y conocer un estado que ya
no existe, que tal vez nunca ha existido, que probablemente nunca existirá[2] (subrayado nuestro). Como podemos
notar la existencia de un hombre en
tales condiciones de simplicidad y existencia, de originalidad y naturaleza pareciera
ser solo una hipótesis, pues él duda,
como afirma, de que haya existido, exista o pueda existir, por tanto, ese
camino de estudio está vetado. Este
hombre natural será solamente un
fantasma construido por la imaginación del escritor; un arquetipo ideal al que
remite pero que sabe bien que no puede considerarlo como una realidad tangible.
Rousseau
considera casi imposible llevar a
poder realizar una serie de experiencias
necesarias para deslindar el conocimiento del hombre natural; ha sido poco pensado, y llevarla tales
experiencias a cabo resultarían tener que enfrentar un sinfín de obstáculos.
Esto implica hasta el poder llegar a definir de forma cabal al mismo derecho
natural, por ejemplo, ya que sólo se
tiene ideas relativas a la naturaleza humana; terminan todas las propuestas
cayendo en comprender la ley natural a partir de unos principios metafísicos,
alejados de cualquier naturaleza. Y
terminan declarando todos estos tratadistas en que es imposible entender la ley de la naturaleza y, por consiguiente,
obedecerla, sin ser un extraordinario razonador y un profundo metafísico[3].
Como podemos notar no es nada fácil con llegar a establecer un concepto de
naturaleza y cada intento termina siendo un embrollo de orden metafísico, sin
asidero real respecto a lo que se espera
para fundar y justificar la existencia de la ley natural. Lo qué es la
naturaleza se tiene por mal conocida o
simplemente resulta una idea abstracta, metafísica, de la que se tiene que
tener sólo con conjetura y no como un conocimiento real.
Igualmente destaca que tal ley de la naturaleza presenta
de antemano una contradicción interna en su enunciado, pues para que exista una
noción de tal ley los hombres deben de haber salido de vivir del estadio de la
naturaleza, y así poder llegar a aceptarla como una forma y condición universal,
además de una mutua conformidad humana a una ley como tal. Y pareciera
que para poderla acatar, sin embargo, de forma inmediata, nos debería hablar, a
cada uno de nosotros, desde la voz de la
naturaleza.
Sin llegar a quedarse en torno a ese punto, Rousseau advierte que encuentra dos principios o
tendencias, anteriores a la razón, -por intuición podríamos decir-, en torno a lo natural de todo hombre. El
primero es que a todos nos interesa intensamente nuestro propio bienestar y
conservación; y el otro es que nos causa repugnancia natural ver a otro ser
sensible sufrir o perecer, principalmente si son nuestros semejantes. A partir de la
combinación de estos dos principios, bienestar/conservación y
sufrimiento/mortalidad, identificación/compasión, emanan todas las normas del
derecho natural.
De ahí que antes de hacer al hombre un filósofo, es más importante hacer de él un hombre. De la inteligencia no dimanan los dictados y deberes a establecer con el
prójimo: no le son dictados por las
tardías lecciones de la inteligencia; ellas parten de un impulso interior: el de sobrevivir y el
no dañar a otro ser sensible, defendiéndose sólo en casos que se ponga en
peligro su propia conservación, por preferirse más a sí mismo que a otro
(postura de la que pareciera también participar también todo ser animal). Los animales parecieran también estar
incluidos en participar en dicha ley, aun
desprovistos de luces y de
libertad, asimilándose a ella por participar por naturaleza de cierta
sensibilidad: fácil es colegir que deben
participar también del derecho natural,
y que el hombre está sujeto respecto
a ellos a cierta clase de deberes[4]. La condición de la existencia de un derecho
natural Rousseau no la limita a los hombres sino a todos los seres dotados de cierta sensibilidad que los inclina a la autoconservación.
Persiste en la necesidad de emprender el estudio del
hombre originario para dar con las
causas del origen de la desigualdad moral en relación a los verdaderos
fundamentos del cuerpo político, de los derechos recíprocos de sus miembros. De
ahí que la primera mirada que tiene al observar a la sociedad es la desigualdad
reinante en ella: la violencia de los
poderosos y la opresión de los débiles…encontramos la dureza de unos y deploramos la inclinación de la ceguera de otros.
Entendiendo que unos poseen poderío, otros
debilidad, unos riqueza otros pobreza, e instituciones sostenidas sobre
montones de arena movediza más que en
bases inconmovibles. La verdadera fuente de nuestras miserias estarían en
nuestro pretendido perfeccionamiento.
Para poder reorientar tales desigualdades nos advierte la impostergable necesidad de estudiar seriamente al hombre. Y arguye la
necesidad de describir una historia
hipotética, es decir, una genealogía imaginada, del origen de los gobiernos
del hombre en tanto lección instructiva para resolver y prescribir todos estos
aspectos que arrojan incertidumbre. Estas son las notas que nos presente en
el prefacio al D.D.H.
VI
El hombre natural. Primera parte
del Discurso.
Su ensayo comienza advirtiéndonos que no intentará explicar el estado natural del hombre desde su origen,
ni en los sucesivos desarrollos sucesivos de la organización del embrión hasta
su final. Tampoco indagará en el sistema animal, de cómo pudo ser el hombre al
principio: si tenía uñas, caminaba en cuatro patas o tenía una nariz muy
desarrollada y pegada al suelo. Todas estas reflexiones serían sólo conjeturas
vanas y casi imaginarias. Es estudio de la anatomía que, para su momento, la
encuentra que no está desarrollada en sus conclusiones y fundamentos. Para sus
indagaciones partirá de cómo lo veo hoy,
es decir, ante sí, en su presente, caminando
a dos pies, sirviéndose de sus manos como nosotros de las nuestras.[5]
Y al describir e imaginar cómo pudo ser y sería el hombre natural, pareciera, en una
primera instancia, haberse tomado a sí mismo como modelo. Es una idea que no es
más que un símbolo, una idea que irá tomado cuerpo, una realidad oculta que se
le ha revelado a él, que se le ha hecho visible (en su imaginación!). Pero ese hombre natural no es un simple retrato
de Rousseau. Lo que nos muestra es lo ha observado y reflexionado sobre los
complejos movimientos de su propia alma; lo que ha descubierto en su psique interior
separando las apariencias que la cubren. Rousseau
no ha dicho: el hombre natural soy yo; ha dicho encuentro al hombre
natural en mí cuando, ahondando hasta lo
más profundo de mi ser, llego a recobrar mi alma[6].
En el fondo lo que nos presenta es la intuición personal de que saber vivir
conforme a la naturaleza no es, pues otra cosa, que saber vivir la vida
interior; es volverse al sentimiento interior que lo separa de los movimientos
de la apariencia circundante de las convenciones sociales.
Este hombre pristino, independiente de sus
facultades sobrenaturales o metafísicas (si es que tiene), y de las
artificiales: adquiridas gracias a lentos progresos culturales de adaptación
que lo lleva a salir poco a poco de las
manos de la naturaleza¸ encuentra que ese hombre es un animal menos fuerte que unos,
menos ágil que otros, pero, mirándolo bien, el más ventajosamente organizado de
todos. Ello querrá decir que sabe menos que otra especie darse respuestas
para solventar sus necesidades vitales y llegar a estar satisfechas ante las
exigencias de la satisfacción mínima para la vida. Sabe organizar su vida en
función de los fines para sobrevivir en el medio que le ha tocado estar.
Dentro de la naturaleza y la fertilidad de las
selvas, los animales encuentran sus provisiones y cobijo. El hombre, con sus
ventajas intelectivas, se encamina a observarlos e imitan su industria; del instinto bruto se elevan a darse
respuestas certeras y el aprendizaje de ello viene acompañado por la repetición
del hábito.
De igual manera, al nacer desnudo, desvalido,
sometido al rigor de las estaciones anuales, y siendo presa de animales feroces,
los hombres se forman un temple robusto y
casi inalterable. Los hijos contraen la excelente constitución de sus
padres, se fortalecen mediante los mismos ejercicios de sus padres,
adquieren un perpetuo vigor, se hacen fuertes, robustos y bien constituidos.
Esta excelencia natural es lo que marcará, en una primera instancia, su
diferencia frente el hombre social: En
esto es diferente de nuestras sociedades, en las que al devolver al Estado los
hijos onerosos a sus padres, los mata indistintamente antes de su nacimiento[7].
La observación de tal como es el hombre no
deja pasar por alto la relación del cuerpo para el hombre civilizado moderno,
rodeado ya por máquinas y organizaciones sociales que le han hecho perder
cualidades y atrofiado sus habilidades y destrezas físicas al adquirir ciertas
habilidades culturales. El único instrumento que conoce el hombre
salvaje es su cuerpo. Es el punto
central en donde recae su atención y acción para afrontar el medio, empleándolo
para diversos usos, situación negada a los hombres urbanos, incapaces por falta de ejercicio y agilidad.
Los productos de la industria y su dependencia nos llevan a reducir nuestra fuerza y la habilidad física. De ello
nos da una serie de ejemplo de instrumentos rudimentarios pero propios de la
técnica del neolítico que ya mostrarán las intenciones del hombre en adecuar su
cuerpo al instrumento para debilitarlo; no ve tal condición como una potencialización y proyección de sus
condiciones intelectuales; toda comodidad e instrumento para facilitar los usos
y los modos del vivir, nos llevan a una reducción de las cualidades corporales.
Según Rousseau afirmará que: el hacha le quita la fuerza de los brazos (¿?); la
honda: reduce su capacidad e ímpetu de tirar piedras; la escalera: la capacidad
de trepar con ligereza sobre los árboles; el caballo: reducir la veloz carrera
natural. Rousseau no encuentra que cada uno de estos instrumentos a los que
refiere, más que apagar y reducir nuestras condiciones físicas podían
potenciarlas pero adecuando el cuerpo a
ellas. Sin embargo sus palabras son concluyentes:
“Dejad tiempo al hombre civilizado para que alegue a
todas sus máquinas alrededor, y qué duda cabe que superará fácilmente al hombre
salvaje; pero si queréis presenciar un combate, más desigual aún, ponedlos
desnudos y desarmados frente a frente, y pronto reconoceréis la ventaja de tener siempre todas las fuerzas
personales a la propia disposición, de estar preparado en todo momento para
cualquier contingencia y de andar uno siempre, como quien dice, entero y
verdadero consigo mismo.
Condiciones
físicas del hombre natural. Rousseau, como lo fue
por la mayoría de los teóricos políticos de su tiempo, se adhiere a una larga tradición reflexiva de
su momento, en torno al estado de naturaleza. Su visión no exenta de
hipotética, es contraria a la visión del hombre natural que tienen los
principales teóricos de sus tiempos. Arremete contra Hobbes, para quien el
hombre en la naturaleza lo reduce a
estar permanentemente atacando y combatiendo. O las opiniones contrarias de Cumberland
y Pufendorff, que encuentran tímido al
hombre en estado de naturaleza. La naturaleza, en la visión rousseauniana
idealizada, observa que los eventos en ella transcurren de manera uniforme, sin
estar sujeta a cambios bruscos y continuos, y ello impide al hombre despertar
fuertes pasiones. Al estar en continua confrontación con los animales los llega
a superar en sus destrezas y no deja de imaginar situaciones erróneas e imaginarias
como las siguientes: Poned a un oso o a
un lobo frente a un salvaje robusto,
ágil, valiente como lo son todos, armado de piedras y un buen palo, veréis que
el peligro será cuando menos recíproco, y que después de unas cuantas
experiencias semejantes, las fieras, que no
gustan de atacarse entre sí,
atacarán con tan pocas ganas al hombre, porque los habrán hallado tan
feroz como ellas[8].
Esta situación ideal pudiera ser aceptada pero ¿son todos los hombres tan robustos en ese estado de naturaleza?
Hay una permanente idealización de dicho hombre por parte del autor. Los
animales parecieran que naturalmente no tienen intención de hacer la guerra al hombre, salvo en caso de su
propia defensa o de un hambre extremada.
Salud
y enfermedad del hombre natural y civilizado. Igualmente
refiere al buen estado de salud que adquiere por sus formas y estilo de vida
este hombre salvaje imaginado. Los
enemigos más temidos por el propio hombre no son sino los que están latentes
por su propia condición física: achaques
naturales, la infancia, la vejez y las enfermedades. Elogia la relación
maternal humana ante la de las bestias, por su relación de adecuación, defensa
y protección recibida el hombre respecto al abandono casi inmediato de la
crianza animal en general. De la vejez refiere que en los salvajes, entre otras
cosas, están exentos de sufrir de la
gota y del reumatismo, extinguiéndose el anciano sin que se note que dejan de existir y casi sin darse cuenta ellos
mismos, seguro.
Respecto a las enfermedades refiere que somos los
mismos hombres civilizados los que las buscamos la mayoría de las veces, sin
descartar que la misma medicina nos puede llevar a esa misma situación al
suministrarnos sus recetas curadoras. Y aquí entra ya a referir los males
causados por la desigualdad en las formas de la vida: unos por ocio y otros por
exceso de trabajo encuentran la enfermedad, agregando el despertar de todo tipo
de apetitos y sensualidad, de la mala alimentación en los pobres, de alimentos
demasiados refinados en los ricos, agobiando la
digestión, entre otras cosas. La lista sigue: noches sin dormir, los excesos de todo género, los arrebatos
inmoderados de todas las pasiones, las fatigas
y el agotamiento mental, los disgustos y las penas sin cuento que
experimentan en todos los estados para perpetuo tormento de las almas[9].
Llegando a la conclusión que nos enfermamos gracias a nosotros mismos y
nuestros hábitos. Desechamos la vida sencilla, uniforme y solitaria que nos fuera prescrita por la naturaleza. Y hasta pensar es una facultad que puede ser tomada de males
humanos:
“Si la naturaleza nos ha destinado a estar sanos,
casi me atrevo a asegurar que el estado de reflexión
es un estado contra natura, y que el
hombre que medita es un animal depravado.Cuando uno piensa en la buena
constitución de los salvajes, o por lo menos de aquellos a quienes no hemos
echado a perder con nuestros licores y
aguardientes, cuando es notorio que no conocen
casi otras enfermedades que las heridas y la vejez, se siente uno muy
inclinado a creer que con seguir la historia de las sociedades civiles se
harían muy fácilmente la de las enfermedades humanas[10] (subrayado
nuestro).
Esta afirmación nos lleva a una de las frases más
discutidas en su época. Es un manifiesto antirracionalista, contra la
ilustración y con las posturas del derecho natural establecidos por los
enciclopedistas, en el sentido que Diderot le dio en la Enciclopedia, donde
afirma en su artículo Derecho Natural que: Aquel que no quiere razonar, renunciando a
su condición de hombre, debe ser tratado
como un animal, desnaturalizado[11].
La depravación humana del hombre reflexivo que refiere el ginebrino está
referida a esta afirmación de Diderot, en el que para uno la racionalidad es
propio de la naturaleza humana, para Rousseau
es lo que lo separa de su buena condición humana natural de su idea de civilización depravada. Pero Rousseau
nos da una clave en relación a las sociedades
y las declinaciones de la salud del hombre, donde al estudiar la
historia de cada una de ellas podemos conocer cómo su evolución y progreso
están relacionadas con la aparición de determinadas enfermedades y su cura o propagación
inevitable; en la actualidad pudiéramos referir a nuestra sociedad globalizada
varias enfermedades implícitas en tal estadio humano de las sociedades como lo
son el sida y la gripe Aviar, por ejemplo, por no decir el cáncer y su relación
directa con nuestras formas de vida y desempeño emocional y alimenticio.
Rousseau advierte que el hombre que razona termina
siendo un animal depravado respecto al hombre natural, su capacidad de
destrucción de sí y del entorno, por lo visto puede ser permanente y mayor,
tanto para sí como para con los demás, si ello es requerido. No hay mayor
enemigo que uno animal inteligente. Como conclusión encuentra que el hombre
salvaje tiene pocas causas de contraer enfermedades; en el estado de naturaleza
no se tiene necesidad de remedios y menos
todavía de médicos. Especulación poco cierta y gratuita.
Conservación,
amor de sí y libre arbitrio. Determina que el
principal cuidado del salvaje es su instinto de conservación, el amor de sí, para ello debe ejercitar
perpetuamente sus facultades, teniendo por objeto el ataque y la defensa a su
vida; en él no hay sentido de delicadeza pues
el estado de tosquedad permanece al no poder desarrollar otros órganos
que son desarrollados por medio de la molicie
y la sensualidad, condición propia de la civilización depravada. Tacto y gusto propios de su condición de rudeza
elemental; a cambio de olfato, vista y oídos, que estarán aguzados por su
instinto de conservación.
Para Rousseau todo animal es definido como una máquina ingeniosa a la que ha
dotado la naturaleza de sentidos para fortalecerse ella misma y para
asegurarse, hasta cierto punto, contra aquello que tiende a destruirla o a
trastornarla[12].
El hombre, igualmente es máquina pero humana, que tendrá a diferencia de la
animal que lo hace por instinto, el hombre contribuye
a las suyas en calidad de agente libre. Es decir, posee la libertad, el
libre arbitrio. No escoge o rechaza por instinto sino por medio del libre
albedrio; el animal no puede apartarse de su norma prescrita. Ello puede ser
arma de doble filo. Pues en el hombre civilizado (y del siglo XVIII!): los hombres licenciosos se entregan a
excesos que les causan enfermedades y la muerte, por
cuanto el pensamiento deprava los sentidos, y la voluntad sigue hablando cuando
la naturaleza calla.[13]
Y hace referencia a Montaigne sin nombrarlo, al
decir que ciertos filósofos encuentran una mayor diferencia entre los hombres
entre sí que en relación con los animales, pues no es el entendimiento lo que
los hace distintos de los animales sino su sentido de libertad, de su condición de agente libre. La naturaleza
le da una orden al animal y este obedece; el hombre, en cambio, tiene la misma
impresión pero reconoce que es libre de hacerla o no, y es, sobre todo en la conciencia de esa libertad donde se manifiesta
la espiritualidad de su alma. En los actos de querer o no elegir, en la
conciencia de esa facultad, es que encuentra Rousseau actos puramente espirituales, de los que nada se nos explica merced a
las leyes de la mecánica. Agregada a esta condición el hombre posee también
la facultad de perfeccionarse,
gracias a ciertas circunstancias, lo cual puede ser tanto para la especie como
para el individuo; el animal está atado
a algunos aspectos que serán inamovibles para el resto de su vida. Pero Rousseau
reduce a esta condición como centro y fuente de todas las desgracias del
hombre, pudiéndole volverle, la mayoría de las veces, hasta imbécil. Tal facultad, haciendo despuntar con los siglos sus
conocimientos y sus errores, sus vicios y sus virtudes, lo convierte a la larga
en tirano de sí mismo y de la
naturaleza.
Pasión
y entendimiento. Para Rousseau el entendimiento humano se
desarrollará por las pasiones y éstas a él.
Por ello puede perfeccionarse la razón, por afanarnos en saber más para
gozar más, y si no tuviéramos deseos y temores no nos tomaríamos el trabajo de
desarrollar la razón. En las pasiones despertadas por la sociedad desarrollada encuentra el origen de nuestras necesidades, y
el progreso se debe al conocimiento. Es la diferencia primordial para Rousseau
respecto al hombre civilizado con el salvaje, el cual se encuentra privado a
todas luces y no experimenta pasiones por el conocimiento ilustrado: sus
deseos no van más allá de sus necesidades físicas; los únicos bienes que conoce en el universo son la comida, una hembra y el
descanso; los únicos males que conoce son el dolor y el hambre. Sin embargo
reconocerá que el hombre es diferente de los animales por una condición
primordial: posee conciencia de la muerte: Digo
dolor y no muerte, pues el animal no sabrá jamás lo que es morir, siendo el
conocimiento de la muerte y sus terrores una de las primeras adquisiciones que
hizo el hombre al apartarse de la condición animal[14].
Su interés etnográfico se hace explícito al comentar
la relación que encuentra entre los progresos
y la creatividad de las naciones en relación a los obstáculos y condiciones que
les imponía la naturaleza a superar. Las circunstancias despertaban las pasiones que les inducía a satisfacer
las necesidades. Refiere al origen de
las artes en Egipto debido al desbordamiento del Nilo; el progreso de los
griegos entre una tierra marcada
por los cielos y las rocas y las arenas
del Ática; y a los pueblos del norte europeo como más industriosos que los del
sur debido a la pobre fertilidad de sus tierras.
Pero advierte que el hombre salvaje no quisiera
perder su condición, no quiere de ser lo que es y hay poco que pueda alejarlo
de su condición:
“Nada le pinta su imaginación; su corazón nada le
pide. Sus módicas necesidades hallan tan a la mano con qué satisfacerse, y tan
lejos está el grado de conocimientos necesarios para desear adquirir otros
mayores que no puede tener ni presión ni curiosidad. A fuerza de hacerse
habitual: el espectáculo de la naturaleza
llega a resultarle indiferente”[15].
El hombre salvaje, en la tesitura
rousseauniana, no se asombra del
acontecer natural por ser lo habitual y se entrega al sentimiento exclusivo de
vivir en tiempo presente, sin pensar en el futuro por próximo que sea; sus
proyectos duran el tiempo del día. Es una vida sin tener conciencia de prever
lo necesario; la naturaleza le da todo y
sabe cómo obtenerlo fácilmente. En el estado de naturaleza para Rousseau
encontramos un reparto justo de los bienes y de las tierras, cosa que no pasa
al ingresar la cultura y el sentido de posesión de homo civilis. Este hombre salvaje no se veía atormentado por el
cultivo de su campo que pueda ser saqueado por el primero que llegue, pues no
sabe de cultivo; además que no concibe su vida en pasar bajo el dictamen de un
trabajo penoso y que no tiene seguridad de recoger los frutos de ese trabajo, y
por otra parte, el hombre no se sentiría seguro hasta no alcanzar un reparto
justo de las tierras. Está exento de la filosofía por más sublimes verdades descubiertas,
además de no seguir su conducta a máximas
abstractas de justicia y razón, sino
que viviría en función de lo que llama
este pensador por amor al orden en general o de la voluntad conocida. Este amor y
voluntad de sí es el principio necesario para reconocer posteriormente el amor
y la voluntad general al darse sus leyes en tanto emanadas de la voluntad
general de un pueblo. E igualmente está libre de toda metafísica o idea de
trascendencia; no tendrá necesidad de
comunicarla o nombrarla, porque la vive de forma inmediata, por estar en
contacto con el dictamen que surge de la naturaleza misma del hombre y del
entorno en que vive.
Del
grito a la palabra. Refiere el uso y origen de la palabra o
del lenguaje, advierte que del largo tiempo que debió pasar hasta que el hombre
se hizo diestro con ellas y expresar la realidad representándola así tuvo que
pasar por significativos cambios físicos, emocionales y mentales. El origen de las lenguas, siguiendo las
propuestas del abate Condillac por Rousseau, confirma sus propias intuiciones
al respecto, pero que el ginebrino pone en duda. La aparición de este
instrumento casi natural de
comunicarse se debió al trato doméstico con los padres y los miembros de la
familia. Las palabras son necesarias
para poder pensar, pero más necesario es saber pensar para encontrar el arte de
las palabras. Precisar el origen del lenguaje por medio de la investigación
académica sería casi imposible de obtener de forma definitiva. Rousseau
propondrá a tal dificultad una hipótesis
que él la da como evidente:
“El primer lenguaje del hombre, el lenguaje más
universal, el más enérgico, y el único que precisó antes de que necesitara
persuadir a otros hombres reunidos, es el grito
natural. Con este grito le era arrancado tan sólo por una especie de
instinto en las ocasiones apremiantes, para implorar socorro en los grandes
peligros y alivio en los males violentos, no era de uso frecuente en el uso
ordinario de la vida en el que reinan sentimientos más moderados.
El grito apremiante es el inicio de todo lenguaje
social. Con el nace la empatía y la identidad con los otros al sentir el
peligro o el dolor del semejante y socorrerlo por la condición de compasión a
todo ser sensible por parte de este bondadoso
hombre salvaje rousseauniano. Sin embargo,
el buscar un número mayor de
símbolos y signos para poseer un
lenguaje más amplio surge en la medida en que las ideas de los hombres se extienden y se multiplican: inflexiones de
voz, gestos, que vendrán a expresar los objetos visibles y móviles, hiriendo al
oído por el recurso de sonidos imitativos; gestos que refieren, en principio, a
los objetos que están en el presente vivido, fáciles de describir. Palabras o
sonidos con una amplia significación a la que tenemos nosotros con el uso de
los conceptos precisos en las lenguas establecidas; con ello, al principio, los hombres darían a cada
palabra el sentido de una proposición
entera. Indicando que las primeras palabras serían sustantivos que
referirían a nombres propios en un principio. Tales hombres juzgaron las cosas
por el primer aspecto que obtenían por la relación emocional con lo exterior.
Finalmente se hace una pregunta al respecto ¿Qué
fue más necesario, una sociedad ya constituida para la institución de las
lenguas, o unas lenguas ya inventadas para el establecimiento de la sociedad? Toda
sociedad requiere de un lenguaje pero sin el lenguaje no hay sociedad. Al
reflexionar sobre las lenguas y su requerimiento para instituciones o saberes,
como la filosofía y la ciencia, acuerda la importancia de su existencia para el
establecimiento de la comunicación y cohesión social entre una comunidad. En la
vida dentro de la naturaleza, para Rousseau, lo que le importa al hombre es
aproximarse por merced de las
necesidades mutuas a superar, y para ello se le facilitó el uso primario de las
palabras. Se imagina al hombre salvaje libre de las miserias humanas (de
privaciones dolorosas y sufrimientos
consiguientes del cuerpo y del alma) pues en su imaginación tal humano en tanto ser
libre vive en paz con su alma y en perfecta salud del cuerpo. Y se interroga ¿Cuál de las dos, la vida civil o la vida
natural, es la más dada a hacerse insoportable a los que de ella disfrutan?
La respuesta no es difícil de imaginar, pues la sociedad (francesa y europea
por extensión) en que vive, le da inmediatamente la respuesta: No vemos
casi en torno nuestro más que gente que se lamenta de su existencia; hay
hasta quienes se privan de ella, y
apenas si basta la conjunción de las leyes divina y humana para poner fin a este desorden[16].
Este superman de la selva nunca
se quejará de la vida y de querer darse la muerte. Es un hombre imaginario, que
no vive en la miseria, esta apartado
del contacto con todo tipo de metafísica o religiones, de estar ofuscados por filosofías, o atormentado por
las pasiones y razonando sobre un estado
distinto al suyo. Sus facultades sólo se desarrollan por necesidad de
ejercerlas, sin caer en la superficialidad, ni siendo inútiles en caso de
necesidad. Es la fuerza y guía del instinto vital que los lleva a
prepararse para la tarea de superar los obstáculos de su vida natural: Sin más que el instinto, tenía cuanto era
preciso para vivir en el estado de naturaleza como en una razón cultivada no
tiene sentido sino lo que necesita para
vivir en sociedad.
Todo ello será retomado y ampliado en su posterior
tratado Ensayo sobre el origen de las
lenguas[17].
Moral,
vicio y virtud. En relación a la condición moral de los
hombres salvajes deja claro que no le es inherente a ellos tal condición de
abordar lo justo y lo injusto, lo bueno
o lo malo pues no tenían ninguna relación moral entre sí como tampoco deberes
conocidos; no poseían ni virtudes ni vicios. Sólo pudieran tener significado
tales conceptos en relación a la condición física de los individuos: llamemos
vicios en el individuo a las cualidades que pueden perjudicar a su propia
conservación, y virtudes a las que puedan favorecerla, en cuyo caso habría que
tener por más virtuoso al que menos resistiera a los puros impulsos de la
naturaleza[18].
Ante tal situación, independiente de la referida, es recomendable suspender el juicio que pudiéramos formular
acerca de una situación. Pues habrá que averiguar si hay
más virtudes que vicios entre los hombres civilizados, o si sus virtudes son
más provechosas que funestos sus vicios, o si el progreso de sus conocimientos es compensación
suficiente de los males que mutuamente se infieren a medida que se instruyen
acerca del bien que debieran hacerse…hombres civilizados que están
sometidos a una dependencia universal.
La postura de Rousseau es contraria a la de Hobbes.
Este inglés, como sabemos, no defendería la tesis del ginebrino; no se detiene,
en afirmar o negar, que no exista tal bondad en el hombre natural sino que la
condición de éste es ser malo por naturaleza. Le reconoce que este inglés
advirtió los defectos de la definición
moderna del derecho natural, pero que
las conclusiones a que llegan no son menos falsas que las de aquellos.
Retomando los principios que establece, Rousseau dirá que debería afirmar que si el estado de naturaleza es donde el
cuidado de nuestra conservación es menos perjudicial … para la del prójimo,
será entonces dicho estado el más idóneo
para la paz y el más conveniente para el género humano. Hobbes abogará por
lo contrario, como sabemos. El inglés le atribuye un sinfín de pasiones a
controlar en el salvaje que para Rousseau serán obra de la sociedad, y que las leyes han hecho necesarias. Para
Hobbes el hombre de la naturaleza es visto como un niño robusto que hay que guiar en el uso de su fuerza mediante leyes
coercitivas o controladoras de dicho poder personal. Para Rousseau el ser
robusto refiere a un ser que es autónomo e independiente, emancipado, lo cual será
lo contrario a uno débil, enfermizo, que reflejaría completamente el ser
dependiente: el hombre es débil cuando es
dependiente, y no es robusto sin emanciparse antes. Al no saber usar la
razón, como los jurisconsultos, afirma que los
salvajes no son malos precisamente porque no saben lo que es ser buenos; no
han desarrollado su inteligencia, ni saben de leyes sino que por ser un hombre
puro está libre, igualmente, de pasiones, e ignora los vicios que los llevarían
a realizar el mal. Llega a esta conclusión asentándola en las palabras de
Justino (Hostiriae, L. II, cap. II,
15): En ellos, la ignorancia de los
vicios es más eficaz que en otros el conocimiento de la virtud.
El
manantial de la compasión y la insensibilidad de la razón. Para
defender su postura recurre al sentimiento de piedad que deben sentir los
humanos por ser seres en el fondo siempre débiles y sometidos a muchos males de forma
constante; para Rousseau la piedad es la virtud natural por excelencia, la más
importante e útil del hombre, pues precede en él al uso de la reflexión; es una virtud tan natural que hasta en los
meros animales la practican de forma
instintiva: el ejemplo es este, observamos
a diario la repugnancia que tienen los
caballos a pisotear un cuerpo vivo; o: un animal no pasa cerca de un
congénere muerto sin manifestar inquietud, etc.
La compasión es
un impulso natural previo a toda reflexión; tal fuerza de simpatía
natural no ha sido destruida ni aun con
las costumbres más depravadas. En todo momento
encontramos la situación en que se conmueve el individuo ante la desgracia
de cualquier desventurado. Y en esto se apoya en el holandés Mandeville, autor
de la Fábula de las Abejas,
quien observó que los hombres, con toda
su moral, no hubieran sido nunca más que
monstruos si la naturaleza no les hubiera dado la piedad en apoyo de la razón;
pero no vio que de esta sola cualidad dimanan todas las virtudes sociales que
quiere disputar a los hombres. La
compasión o piedad es la fuente para la aparición de las virtudes sociales y
por ende, ellas se fundan en una
condición natural antes de ser social y que está presente en los hombres desde
su nacimiento. Siendo la conmiseración tanto más enérgica cuanto más intensamente se
identifique el animal espectador con el animal que sufre. Ello debió estar
de forma más intensa para Rousseau dentro del estado de naturaleza que en el
estado de razonamiento:
“Es la razón la
que engendra el amor propio, la reflexión la que lo fortifica; la razón hace
replegarse al hombre en sí mismo, le aparta de todo lo que le
incomoda y aflige. La filosofía lo aísla; por ella, ante un semejante que
sufre, dice el hombre para sus adentros: sucumbe si quieres, yo estoy a salvo.
Ya lo único que turba el sueño tranquilo
del filósofo y lo arranca de su lecho son los peligros de la sociedad entera.
Puede asesinarse impunemente al prójimo bajo su ventana: no tiene más que
taparse los oídos con las manos y argumentar un poco para impedir que la
naturaleza que se rebela en él lo
identifique con la víctima. El
hombre salvaje no posee ese admirable
talento, y falto de inteligencia y de razón, se le ve siempre entregarse
aturdidamente al sentimiento ancestral de la humanidad (sub. nuestro). En los motines, en las reyertas
callejeras, la plebe se agolpa, el hombre prudente se aleja: es la canalla, son
las verduleras quienes separan a los contendientes e impiden apuñalarse a unas
gentes de bien[19].
Salvaje
o ilustrado, he ahí la cuestión. La razón, la facultad
en uso de todo hombre ilustrado, propio de los filósofos de su época, es vista de forma crítica. Más
que constituir cohesión social facilita al individuo su separación al engendrar
el amor propio, apartándose de todo
lo que le incomoda y aflige a su puro devenir reflexivo…es así que, según este rústico y salvaje pensador, la filosofía
no es buena maestra ni consejera. Ella aísla, nos vuelve indiferentes y nos
lleva a querernos sumergirnos permanente en el soporífero sueño de la
filosofía, llevando a separarnos de los males y conflictos de las sociedad. La
idea que tiene Rousseau de la filosofía y del filósofo es la imagen de la
perversión consumida por el simple hecho de pensar, de razonar ilustrado. Ante ello queda la orilla
virginal de reflejarla en nosotros del hombre salvaje, el cual no le interesa
para nada la filosofía, no posee ese talento, es falto de inteligencia y razón
pero siempre cercano a la compasión natural.
Es interesante ver que dentro del ejemplo de las reyertas callejeras, la plebe
y el filósofo, se ven desinteresados de terminar el conflicto, unos porque
disfrutan viendo cómo se pelean unos miserables, y el otro porque le es
indiferente tal espectáculo humano. Pero lo particularmente interesante es que quien separa a los arduos
peleadores son las mujeres verduleras,
es decir, aquellas que provén un alimento natural a los hombres; creo que este
personaje de árbitro de peleas no ha sido escogido al azar sino reflexivamente elegido para mostrar que
en ellas, cercanas a la naturaleza por lo natural de su oficio e instinto, son
las que tienen mayor compasión y actuación ante las reyertas callejeras…
La piedad será, a fin de cuentas, un sentimiento
natural que modera a cada individuo y le
procura el amor a sí mismo, contribuyendo a la conservación de la especie; por
ello atendemos a quienes vemos sufrir. Esto lleva a Rousseau decir que mediante ella
el estado de naturaleza suple a
las leyes, a las costumbres y a la virtud; y por ello nadie se ve incitado a
desobedecer su dulce voz. Y
encuentra que no es la cristiana máxima arduamente conocida de haz a los demás lo que quisieras para ti;
la norma a seguir con nuestros semejantes no esa sino esta que nos inscribe Rousseau:
procura tu bien con el menor mal posible
para tu prójimo. Asentada en el sentimiento natural más que en sutiles argumentaciones, donde el
mal despierta repugnancia al encontrarlo dentro del prójimo. En esto se apoya
en la figura de Sócrates quien podría conseguirse acaso la virtud mediante la
razón, pero es mucho más antiguo el sentimiento de compasión, sin el cual el
hombre hubiera desaparecido hace tiempo: no
existiría el género humano si su conservación hubiera dependido únicamente de
los razonamientos de los que lo componen[20].
Rousseau nos da la imagen del hombre salvaje, como
ya hemos dicho, surgido de los confines del tiempo pasado pero, sobre todo, a
través de la fuente de su maravillosa, literaria, poética, romántica y
delirante imaginación. Este hombre de pasiones poco activas, arisco más que malvado,
atento ante cualquier peligro, no era propenso a contiendas peligrosas. No conoce la vanidad, la consideración, la estima ni el desprecio. No tiene noción de
propiedad, de lo tuyo y de lo mío,
tampoco idea de justicia, no tenían tampoco consciencia de venganza, sino de
manera de repudiar un peligro inmediato y de forma maquinal, instintiva.
El
sexo o el diablo en el cuerpo. Luego nos confiesa Rousseau
su puritanismo sexual y el peligro que
representa este instinto en todo hombre bueno
por naturaleza. El sexo es la pasión
que más agita el corazón, es ardiente, impetuoso; esta pasión de tener sexo con otro, es terrible y desafía todos los peligros, allana todos los obstáculos; para no
quedarse corto, esta pasión puede llevar a desatar la condición de destruir el género humano que está destinada
a conservar. El sexo es el diablo, en otras palabras; en este impulso se
inscribe el mal moral más presente y sigiloso, el cual, como dijimos, no deja
de ser la postura de cualquier calvinista respecto a las pasiones, al cuerpo y
a su sexo. Sexo sólo para procrear; el placer desata pasiones que destruyen la
condición natural del hombre. Y se
pregunta ¿En qué pararán los hombres
poseídos por esta furia desenfrenada y
brutal, sin pudor, sin comedimiento, y disputándose diariamente sus amores a
costa de su sangre? El sexo como incitante a la guerra entre hombres por la
posesión de la hembra, (y pudiéramos agregar que viceversa también).
El sexo, como
condición de ser una pasión intensa, se requiere para contenerla las más necesarias e imperiosas leyes, nos
aconseja este solitario caminante. La pasión del sexo no es motivo de
conocimiento sino de represión. Una mirada convencional de este paseante
solitario donde la sexualidad es el motivo que despierta los desórdenes y los crímenes que a diario nos muestran las insuficiencias de las leyes al respecto.
Sin embargo agrega una observación que abre un compas de cierto motivo para
ahondar más en esta exigencia legal de la sexualidad: sería también examinar si tales desordenes no nacen con las leyes
mismas, pero es sólo en apariencia pues lo que pide es que se acalle en
cada uno de los individuos tal pasión a una mínima expresión, pues ella invoca
al desorden, peligro y destrucción del hombre: porque en ese caso, aun cuando
fueran capaces de reprimirlos, lo menos que debería exigirles es que pusieran
fin a un mal que sin ellas no
existiría en modo alguno.
El tema del sexo y del amor no queda ahí. Rousseau
parece muy preocupado por su sexualidad
incontrolada. Nos muestra la distinción entre la moral de lo físico en el sentimiento del amor. Refiere que la moral es lo que determina ese
deseo y lo fija en un solo objeto exclusivamente o, por lo menos, le infunde
respecto a ese objeto preferido un mayor grado de energía. Encontramos en
esta definición de la moral sexual el motivo del peligro que lleva al individuo
a perder su sociedad: su deseo y, en un mayor grado, su energía, está
concentrado en un solo objeto que lo lleva a la disipación permanente... Y
luego advierte que el deseo o moral del amor es ficticio. Es una convención más
de la sociedad, ensalzado por las mujeres
con mucha habilidad y diligencia para establecer su imperio y convertir en
dominante al sexo que debería obedecer. Como vemos, es el sexo ancla y
dominio de la mujer ante el hombre, con lo cual obtiene el imperio femenino, el mando de la comunidad. Rousseau en esto no
deja de mostrar la condición de
manipulación y el instrumento de dominio hipócrita que surgen entre los
sexos y la moral del deseo insatisfecho e inmaduro. Tal sentimiento no se presenta en el reino
del hombre salvaje, pues carente de la idea de belleza y de la capacidad de
emitir juicios comparativos tal instinto, supone nuestro ginebrino, debe ser casi nulo para él. El hombre salvaje
tiene a su favor, por lo visto, su poca formación abstracta e imaginativa; Rousseau
lleva esta realidad a sus últimas consecuencias, en que se elogia la reducción
de las capacidades intelectuales y normales del hombre racional; el hombre
salvaje está exento de tales vicios, su instinto le protege; como bien se sabe,
tal situación en las sociedades “primitivas” no es así, pues uno de los motivos
de guerras entre los nativos fue el
raptar mujeres de otra tribu para su satisfacción y para el crecimiento de la
prole (Marvin Harris). Para no hablar de los trabajos antropológicos de las
islas de la polinesia (Malinovski, etc.).
Su abstracto
hombre salvaje está a salvo de esta
pasión porque no ha desarrollado una imaginación y juicio sexual: como su mente no ha podido formarse ideas
abstractas de regularidad y de proporción, tampoco su corazón es susceptible de
los sentimientos de admiración y de amor que, aun sin darnos cuenta, nacen de
la aplicación de tales ideas, su corazón está exento de tales pasiones
perniciosas para el género humano. Este salvaje sólo tiene para su escuálido
placer sexual su temperamento recibido de
la naturaleza, y no por gusto que no ha podido adquirir, y cualquier mujer le
parece buena. En esta frase encontramos su posición al respecto; pareciera confirmar
su relación con su amante y esposa
Teresa de Lavasseur; él, Rousseau, hombre salvaje entre la decadente
vida parisina, cualquier mujer le parece buena para su necesidad sexual, cinco
hijos dejados a la beneficencia pública,
y se conforma con sentirse superior ante esta dama que apenas le había enseñado
a escribir más no a leer. Sus gustos, que no parecen que hubieran sido así,
pues habría que rastrear un poco en la
importancia de la imagen de lo femenino en su obra y en su reflexión (nos lo
dice su novel Julia o la nueva Heloisa).
Un hombre civilizado requerirá una dama de cierta condición cultural y
civilizada, un hombre salvaje con cualquiera le basta. No hay desarrollo ni gusto del erotismo ni del placer
sexual más allá de la mecánica eyaculación precoz y su desahogo. Los sexos como
descarga y nada más; las pasiones de este tipo sólo deben apagarse lo más
pronto y de forma, si se puede, permanente: los
hombres deben sentir los ardores del
temperamento con menos frecuencia e intensidad, con esto se lograría
reducir las disputas entre ellos. La sexualidad es un ingrediente que despierta los matices inhumanos de la
imaginación, esa facultad que tantos
estragos hace entre nosotros y que no dice nada a los hombres salvajes.
Fuera sexo, fuera imaginación, fuera sensualidad, fuera erotismo, fuera
pasiones intensas, este imaginario salvaje suizo no tiene capacidad para
convertirse en humano sino en un gélido animal que lo único que tiene que
tener presente es cómo sobrevivir y
guardar su vida sin mayores gustos y dulzores de la evolucionada vida erótica civilizada. Solo impulso natural, madre de todas nuestras
virtudes originarias, tranquilidad gracias a la ignorancia, esa es su verdadera opción; aplacada la necesidad,
el deseo es muerto por completo.
Y como podemos advertir la sociedad es la gran
acusada: es la madre de todos los males, hasta de la sexualidad. Todas las
pasiones, el amor también, son despertadas por la condición de lo social; ella
lleva a que adquiramos ese ardor impetuoso que tan a menudo lo hace funesto para los hombres,
convirtiéndose en una brutalidad. El modelo ideal está, ¡las paradojas de la
vida!, en la etnia Caribe venezolana,
habla Rousseau: los caribes, el pueblo
que hasta hoy se ha alejado menos del estado de naturaleza de cuantos existen,
son precisamente los más pacíficos en
sus amores, y los menos propensos a los celos, aunque viven en un clima tórrido
que siempre parece dar mayor actividad a estas pasiones. Rousseau no piensa
que ello se deba a que no tienen mayores inhibiciones sexuales y la relación
entre su cuerpo y el instinto o
energía sexual no está en aprender a contenerla o reprimirse, sino en
manifestarla y practicarla como una
condición normal de su cotidianidad silvestre.
No ocultarla, no degradarla, no reprimirla, la sexualidad de forma
¿inconsciente?, ¿natural? ¿presente? ¿realizada? Llega, estos nativos imaginados a
experimentarla de forma más tranquila que la que es imaginada por Rousseau
Refiere a las disputas de las hembras en el reino de
las especies animales, lo cual es por carencia y ello no sucede así en el
hombre pues tales conflictos por hembra no deben presentarse ya que: en la especie humana…el número de hembras excede
generalmente al de varones.
Encontramos pues que su pensamiento sobre la sexualidad es bastante
elemental e imaginario; los ejemplos parecieran salir de motivos
no observados ni estudiados, sólo enunciados como opinión u moral
religiosa calvinista, sin mayor
profundidad. Para muestra esto: Además,
entre varios de aquellos animales, como
toda la especie entra en efervescencia al mismo tiempo, llega un momento
terrible de ardor colectivo, de tumulto, desorden y combate, momento que no se
da en la especie humana donde nunca es
periódico el amor. Refiriéndose al mecanismo de ciertas especies en que el
celo se da en determinadas épocas del año y no en cualquier otro momento de
forma autónoma a las condiciones climáticas. También afirma que el hombre en
estado de naturaleza no pelearía por
hembras, lo cual ha sido uno de los motivos de comenzar una guerra entre
tribus; ¡donde dejaría el recuerdo de la Troya homérica y Helena!
Si bien las
discordias en las especies animales no causan mayores estragos en su conjunto,
el caso del hombre es diferente, pues serían funestas; sin embargo causarían
menos estragos que las que causan la sociedad, sobre todo en países donde, por estimarse
las costumbres aún en algo, los celos de los amantes y las venganzas de los
esposos motivan diariamente duelos, homicidios y cosas peores. Y sin
embargo, a toda esta cháchara de moral
calvinista termina afirmando que la fidelidad eterna no sirve más que para promover adulterios, y donde las
propias leyes de la continencia y del honor fomentan necesariamente la
disolución y multiplican los abortos. Ha comprendido la situación de la
sexualidad en la humanidad más no la recomienda abiertamente, sólo la deja como
una observación al margen de esta
contingencia que en principio encuentra en el hombre en estado de naturaleza al no tener gusto
mayores que el instinto animal, según su apreciación.
¿Salvaje
o civilizado? Vuelve a presentar el cuadro del hombre
salvaje y sus bondades frente al civilizado.
Viviendo en los bosques, sin mayores industrias, nómada permanente, sin
violencia guerrera a su lado, sin relaciones, autónomo y sin depender de sus
semejantes, sin intención de hacer mayor daño a sus semejantes; dominado por
pocas pasiones, sólo tiene pocos sentimientos y reducidas luces, propias de
dicho estado, sin mayor inteligencia que la tenía de lo que veía como tampoco vanidad alguna. Cualquier habilidad adquirida
moría con su inventor, no había educación ni progreso, las generaciones se multiplicaban inútilmente, y como cada una partía
siempre del mismo punto, los siglos transcurrían sin salir de la tosquedad de las primeras
edades, la especie ya era vieja y el hombre seguía siendo eternamente niño[21].
Este pareciera ser el ideal de Rousseau, para que el hombre mantuviese la
tranquilidad de la supuesta moral que
nos provee el orden natural. Todo ello no es más que mera invención
imaginaria. Como el mismo lo dice:
“Si me he extendido
tanto en la suposición de
esta condición primitiva es porque como
hay antiguos errores y prejuicios inveterados que destruir, he creído que debía
ahondar hasta la raíz y mostrar en el cuadro del verdadero estado de la
naturaleza hasta qué punto la desigualdad, incluso la natural, dista de tener
en dicho estado tanta realidad e influencia como pretenden nuestros autores”.
Como el mismo dice, es una suposición, es un cuadro comparativo, para intentar ilustradamente comprender las
condiciones miserables y las desigualdades instauradas por la sociedad moderna
de su tiempo. Las diferencias entre los hombres son sólo convenciones
adquiridas por la fuerza de las costumbres y los diversos modos que adoptamos
los hombres en sociedad. Nuestra crianza es la fuerza que modela el carácter y
la constitución de nuestro cuerpo; unos serán robustos y fuertes, otros
afeminados o débiles. Además de los efectos de la educación y modos de vida que
reinan en la sociedad civil son distintos en comparación con la sencillez y la uniformidad de la vida
salvaje, en la cual se nutren con los mismos alimentos, viven de la misma
manera y hacen exactamente las mismas cosas. Pareciera que Rousseau propone
la homogeneidad, uniformidad, y un pensamiento simple en el hombre, condenando
sus capacidades creativas para refugiarse en una fría, aparente y pesada simplicidad
humana natural. No propone la diversidad cultural sino la uniformidad no
cultivada, la vida del instinto y no del
instinto dirigido gracias a la razón y la formación. Sólo músculo y defensa, no capacidades y fuerzas dirigidas
al desarrollo de la diversidad humana. Rousseau hace ancla, en este D.D.H., en
una suposición ficticia, insustancial con la evolución del hombre, donde
pareciera que todos los males estarían resueltos si controla sus pasiones
desbordadas y búsqueda de realizaciones para la mejora de la vida individual y
humana. Sin embargo, viendo los resultados, pareciera que pudiera darse un voto
a sus propuestas. Menos inteligencia para el mal y más compasión para los semejantes, es lo que al
final pareciera querer para el hombre. Y
como bien sabemos, aquel que abandona el estilo de vida de sus contemporáneos
también ha de abandonar su estilo de pensar; Rousseau abandonó, como sabemos,
el estilo lujoso y monárquico de sus contemporáneos por un tipo de vida simple, rústico, austero y
con ello su forma de pensar, que parte no de la razón ilustrada y su proclama
de “atrévete a saber” por ti mismo sino atrévete a sentirte a ti mismo y sabrás
quien eres, qué es el hombre.
Su tesis, como vemos, es que el hombre en el estado
de naturaleza vive con menos desigualdad
y diferencias que el social-civil. La desigualdad natural aumenta con la
desigualdad institucional. En ella encontramos, por la desigualdad, la relación
entre siervo y señor, amo y esclavo, que prefigura la dialéctica hegeliana que
comprende la necesidad de la desigualdad para conformar un estado donde
implique la conciencia de la libertad a partir del reconocimiento mutuo entre
iguales por su condición cultural y formación para integrarse como hombre
productivo y útil a la sociedad, desplegando su voluntad particular arrastrada
a través del concepto o idea universal sobre el río de la historia social
humana. Cosa que en Rousseau no está presente, sólo despliega el momento negativo de la relación
contradictoria más no el desarrollo al que debe alcanzar en la superación natural de la desigualdad mediante el
miedo, la coerción y la muerte entre los individuos dominados y dominadores.
Para su hombre salvaje no podrá llegar a comprenderse
dicha relación de servidumbre y dominación porque no la ha vivido de forma
real, dentro de este marco ideal presentado. Rousseau resuelve de forma fácil y casi gratuita toda
desavenencia entre los humanos
integrados a la naturaleza: si me echan de un árbol, no tengo más que
irme a otro…no se detiene a pensar que ese derecho del más fuerte también
puede terminar en una convención y la costumbre convertirse en ley. Los lazos
de servidumbre nacen por la mutua dependencia y necesidad recíproca entre los
hombres. Eso sólo puede ser detenido al conformar un hombre que en su vida no
dependa de otro, el cual sería imposible de esclavizar, situación que para él
no existe en su corral natural: para él todos
están libres del yugo y no cuenta para nada la ley del más fuerte. Todo lo
contrario a Hobbes, por ejemplo. La tesis de Rousseau es que en la naturaleza
apenas hay desigualdad, y su influencia nula.
El callejón que conduce a esta enfermedad social de
la desigualdad para Rousseau la
encontramos en el sentido de perfectibilidad, las virtudes sociales y demás facultades que
el hombre natural había recibido en
potencia (y) no podían desarrollarse
por sí solas. Para ello requiere de ciertas condiciones sociales y
culturales ajenas a su condición natural, que sin haber aparecido el hombre
hubiera estado en el feliz estadio imaginario
rousseuniano de la condición
primitiva. El desarrollo de la razón, tesis antilustrada, fue en menoscabo de la especie, volvió al hombre malo al
socializarse.
Para reconocer al hombre tal cual es en su presente
tiene que partir de conjeturas, las cuales equivalen a razones cuando son las más probables que pueden
deducirse de la naturaleza de las cosas y los únicos medios disponibles para descubrir la verdad.
En fin, tales probabilidades son sólo hipótesis que pudieran ser, como no…, y
son las que sólo imagina Rousseau pues tal estadio natural de la edad del
hombre primitivo no parece, para nada, probable ni dado en las culturas
conocidas nativas.
Notas
Arocha, R. 2007: Estética y Política en J.J. Rousseau. Ed. FHE-UCV, Caracas.
Gay, G. 1961: Rousseau. Ed. Du Seuil. Paris.
Rousseau, J.J. 1996: Confesiones. Ed. Porrúa. México.
Rousseau, J.J. 1973: Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Ed. Península. Barcelona.
Rousseau, J.J. 1979: Escritos de Combate. Ed. Alfaguara, Madrid.
Levy-Strauss y otros: 1972: Presencia de Rousseau. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires.
Montaigne, M. 1984: Ensayos, 3 vol. Ed. Orbis. Barcelona
Russell, B, 1972: Historia de la Filosofía. Ed. Aguilar, Madrid.
Uslas Pietri, A. 1986: Medio Milenio de Venezuela. Ed. Cuadernos Lagoven, Caracas.
[1] Groethuysen, 1985:9
[2] Ibid:142
[3] Ibid:144
[4] Ibid:145
[5]Ibid. Primera
parte:152
[6]
Groethuysen, 1985:33
[7] Ibid:153
[8] Ibid:154
[9] Ibid:156
[10]ibib
[11]Ibib. En cit. # 33:632
[12] Ibid:158
[13] Ibid:159
[14] Ibid:161
[15] Ibid161
[16] Ibid:169
[17]
Ver mi ensayo Rousseau y el origen del
lenguaje en: http://filosofiaclinicaucv.blogspot.com/2012/09/jean-jacquesrousseau-300-anos-despues.html.
[18] Ibid:170.
[19]Ibid; 173
[20]Ibid: 173
[21] Ibid:177
Bibliografía:
Arocha, R. 2007: Estética y Política en J.J. Rousseau. Ed. FHE-UCV, Caracas.
Gay, G. 1961: Rousseau. Ed. Du Seuil. Paris.
Rousseau, J.J. 1996: Confesiones. Ed. Porrúa. México.
Rousseau, J.J. 1973: Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Ed. Península. Barcelona.
Rousseau, J.J. 1979: Escritos de Combate. Ed. Alfaguara, Madrid.
Levy-Strauss y otros: 1972: Presencia de Rousseau. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires.
Montaigne, M. 1984: Ensayos, 3 vol. Ed. Orbis. Barcelona
Russell, B, 1972: Historia de la Filosofía. Ed. Aguilar, Madrid.
Uslas Pietri, A. 1986: Medio Milenio de Venezuela. Ed. Cuadernos Lagoven, Caracas.
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