Walter
Benjamin
a
24 por segundo (II)
David
De los Reyes
Observación: Esta es la segunda entrega del ensayo. La primera se hizo en el mes de agosto. La tercera y última será colocada en el mes de octubre del 2013.
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Walter
Benjamin y el tiempo histórico
Benjamin
plantea un cambio radical, una vuelta en la historia de la civilización, un
cambio de ruta; una ruptura del «continuum» histórico. Pero la lucha emprendida
por este "judío marxista" estaba perdida de antemano, su obra es
víctima de una división insuperable entre pasado y futuro[1]. Encontramos una
imposibilidad en él para controlar la noción de tiempo; su dialéctica
estática está en querer detenerse en el
curso del presente para que no escape el instante mismo en que aparece; detener
el presente para vivir en el presente,
para conocer al presente. Más que abolir un segmento de tiempo hallamos la
necesidad y la exactitud de neutralizarlo para urgar en él; un querer
permanecer entre el demasiado pronto y el demasiado tarde, para entrar dentro
de un marco que está en un continuo desvanecerse y dar chance para la construcción de una obra. Así,
Benjamin nos da una interpretación del siglo XIX tan rica que nos ayuda a
prefigurar el futuro de la modernidad;
el concepto de modernidad no estará superado a sus ojos como tampoco
desgastado. En su visión estará presente la imagen de la guerra, la cual teñirá
de pesimista su actitud ante ese presente. Las directrices que encuentra del
desarrollo de la época lo llevan a
defender al individuo; actitud de
reserva del campo de lo privado frente al drama colectivo. "Contra el
flujo de la historia y el eterno retorno, que constituye la catástrofe.
Benjamin invoca el tiempo mesiánico, el de ruptura y el juicio
final"[2]. Su interés en detener y
neutralizar el presente, es para conservarlo como un pasado que aparece como un "relámpago" y se eclipsa
para siempre en el instante siguiente.
Arte,
reproductibilidad técnica y el peligro de la vida.
Fundación
de una estética materialista
Dentro de las teorías sobre la obra de arte en
nuestro siglo, una de las que mayor relevancia y acogida ha tenido por todos
los distintos teóricos de ese fenómeno es la formulada por el filósofo alemán
Walter Benjamin dentro de su ensayo de 1936 titulado La obra de arte en la
época de la reproductibilidad mecánica" (conocido por
"Kunstwerkarbeit"). Un primer
paso para emprender lo que siempre tuvo en mente: la creación de una concepción
estética materialista (uno de los intereses más persistentes en los últimos
años de su vida). En este ensayo se hacen patentes las palabras que Adorno
acuñó respecto al sentido filosófico de Benjamin: «Lo característico de
Benjamin, también desde el punto de vista teórico, es que en él el vigor
filosófico abarca objetos no filosóficos, incluso materiales aparentemente
ciegos y desprovistos de intensión. Casi
podría decirse que se mostraba tanto más luminoso filosóficamente cuanto menos correspondía a los llamados
objetos oficiales de la filosofía aquello de que hablaba»[3].
Benjamin
muestra que la modificación del ideal de «belleza» depende de procesos externos
al arte y de cortes más básicos, procesos promovidos por las transformaciones
económicas y técnicas de la producción. Benjamin observó correctamente que la
historia de cada forma de arte conoce períodos críticos en los que dicha forma
persigue ciertos resultados que, necesariamente sólo podrán obtenerse mediante
técnicas artísticas distintas, es decir, a través de una nueva forma de arte;
técnica y forma nueva de arte que dependerá, aunque sea de manera relativa y no
mecánica, de las transformaciones del proceso tecnológico de producción en el
ámbito de la sociedad global. Luego de
Benjamin autores como Mukarovsky, Francastel, Della Volpe, McLuhan,
Adorno, subrayarán no solamente el
aspecto ideológico sino material y
técnico de las prácticas artísticas.
Benjamin
tenía una intensa fe en el progreso
técnico y debió hacer un esfuerzo en
adquirir lucidez frente al
horizonte técnico y reaccionar contra el optimismo científico y afirmar que los
avances realizados en el control del mundo y de la naturaleza sólo tienen valor
cuando van acompañados de un progreso que arroje un mayor bienestar y una mayor
conciencia social[4]. Si bien se ha
dicho que ciencia sin consciencia arruina al alma se podría acuñar otra fórmula
seguida a ésta: la ciencia mata a la conciencia[5]. Lo decimos porque la
máquina puede ser un producto generado
por la ciencia y la tecnología, y que lleva a empobrecer al hombre respecto a
las experiencias primarias. La máquina para las artes y en las artes puede ser un instrumento de múltiples y
conflictivas posibilidades; se ha utilizado como un sustituto pasivo para la
experiencia; se ha utilizado para falsificar formas más antiguas de arte.
También se ha usado para concentrar e intensificar y expresar nuevas formas de
experiencias. Pero como sustituto de experiencias primarias, reales, no
virtuales, la máquina no tiene valor: resulta empobrecedora. De la misma manera
que un microscopio resulta inútil si el ojo que lo usa no es penetrante en su
observación, los aparatos mecánicos -dentro de las artes- dependen, para su
éxito, de la debida cultura de las
aptitudes orgánicas, fisiológicas, conceptuales y espirituales que se
encuentran bajo su uso. La máquina no puede usarse como atajo a la necesidad de la experiencia orgánica. La
reproducción mecánica puede llevar a la parálisis de la experiencia humana. Si
los aparatos de sonido nos quitan el impulso de hacer música o de cantar, si la
cámara el impulso de ver y el automóvil la necesidad del andar, la condición
funcional de la máquina termina en el control de las emociones humanas y en una
parálisis de las posibilidades de la sensibilidad. La utilización de
instrumentos mecánicos dentro del arte
no es el mayor peligro. El peligro está
en no saber cómo integrar nuestras artes con la totalidad de nuestra
experiencia vital: el triunfo de la máquina es creciente a la abdicación de la
creatividad y espiritualidad humanas. Lo que se pide es un cultivo consciente
de ella dentro de las artes. Algunos autores lo han dicho: debemos sentir, ver,
tocar, manipular, cantar, bailar, comunicar directamente antes de que podamos
extraer de la máquina algún apoyo ulterior para la vida. "Si estamos
vacíos antes de empezar, la máquina sólo nos dejará más vacíos aún; si somos pasivos e impotentes
para empezar, la máquina sólo nos dejará
más débiles aún"[6].
Ante
ese valor político del progreso y del arte arrimado a ese ciego avance,
intelectuales como Adorno le reprocharán
a Benjamin que apoye esta postura. Adorno nos dice que ante la amenaza de
convertir arte en barbarie es preferible apartarse, permanecer callado que
pasarse al enemigo y enrolarse en una evolución que lleva hacia la integración
en lo existente a causa de su predominio[7]. "Incluso cuando el arte se
vanagloria de su libertad, por ser arte-protesta, sigue siendo esclavo, pues la
protesta está canalizada"[8]. La lucidez de Adorno lo lleva a declarar que
la actitud adecuada del arte sería la de quedarse con los ojos cerrados y los
dientes apretados.
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Maquinismo,
fotografía y cine
En
Benjamin hay una interacción y estimulación entre el marxismo y la
técnica; sus inquietudes hacia ambas
esferas intelectuales van paralelas. Respecto a la técnica estará influenciado
por el libro de Pierre-Maxime Schul Maquinismo y Filosofía, que estudió y leyó
íntegramente. Cree que la máquina es de
gran ayuda para el hombre. La fotografía y el cine, artes específicamente de la
máquina, son inventos en los que se
podrán observar cambios importantes y
hasta beneficiosos para el acontecer y la percepción del hombre; ayudarán a que
la percepción sea más completa, rica y compleja, dando facilidad a las
masas de acceder tanto a las obras y formas de vida del pasado
como del presente[9]; ambas "técnicas" cambiarán la naturaleza del
arte y Benjamin ve en la máquina una tendencia deseada para la sociedad
contemporánea. El cine, por ejemplo, más
que ser el llamado 7mo. arte, podrá comprenderse como el arte que utiliza a
todos los demás: dibujo, pintura, arquitectura, música, pero también trabajos
de orden mecánico, eléctrico, cibernético, etc. Visto así el cine pudiera ser
tomado como una forma colectiva de arte, compuesto de distintos individuos que
dirigen, dan color, disponen el alumbrado, cuidan del sonido, actúan y hablan.
El cine tiene como característica el ser
una acción artística corporativa.
Además
de ese texto que hemos mencionado, Benjamin había escrito en 1931 otro ensayo
que trataba del avance técnico de la
fotografía con la estética y que tituló Pequeña historia de la fotografía, el cual será una extensión,
afirmación y complementación del primero; pero en el cine, superando la
ambigüedad estética de la fotografía en lo que concierne al aura
integra el tiempo a la técnica y a la producción de la obra; en el
enfrentamiento entre la fotografía -que está atrapada entre los bastidores de la pintura- y el
cine, es éste último el que sale triunfador, nos conquista y será plena
expresión de la modernidad, aunque esté atrapado dentro de muchos artificios para subsistir tanto en el ámbito de sus
aficionados como del marco técnico científico en que se construye su realidad.
¿Y qué pasa dentro de la fotografía? Por mucho tiempo la fotografía no tuvo
mayor preocupación que la de
justificarse, comparándose con la
pintura. En un principio se colocó en el lugar menos propicio para encontrar
sus propias señas específicas, ese lugar fue la figura humana y ello tenía
razones de orden económico-sociológicas. Los precios de los daguerrotipos
habían aumentado en vez de disminuir y por ello necesitaba y exigía modelos de
la alta burguesía, de la élite social, de la high class. "Las fotografías
de Daguerre eran placas de plata yodada y expuesta a la luz en la cámara
oscura; debían ser sometidas al vaivén hasta que, bajo una iluminación
adecuada, dejasen percibir una imagen de
un gris claro. Eran únicas, y en el año de 1839 lo corriente era pagar por una
placa 25 francos oro. Con frecuencia se las guardaba en estuches como si fuesen
joyas"[10]. La intencionalidad de la foto debía apoderarse de la
personalidad del fotografiado, aunque sólo se tratara de una pomposidad hueca.
La misión de la fotografía en sus orígenes (el daguerrotipo) era rivalizar con el retrato, una de las formas
privilegiadas de la alta pintura; el
prestigio de la psicología favorecerá a la foto
respecto a las tentaciones del aura. En los primeros retratos Benjamin admite que había "en torno a ellos un aura, un
médium que daba seguridad y plenitud a la mirada que lo penetraba"[11]. En
este fenómeno el tiempo desempeña un papel fundamental. En un comienzo, la pose
debía mantenerse por un intervalo temporal, aunque no el mismo que debería
permanecer el sujeto retratado ante el pintor. "Frente a la máquina el
modelo se complace con la sensación de su propia importancia y fiel al consejo
recordado por Benjamin no le cuesta nada mirar al objetivo puesto que sólo se
contempla a sí mismo, inmóvil y paralizado, esos pocos minutos, más
adelante segundos, son para él como la
antesala de la eternidad"[12]. Luego de ello, su imagen podrá ser reproducida
infinidad de veces en infinidad de ejemplares. Con lo que entrará la segunda
aparición del tiempo en el fenómeno fotográfico. A diferencia de la obra única -sea un retrato
pintado o un escrito- el autor siempre tendrá dificultades en desprenderse y dar
por finalizada su obra, en la fotografía ocurre que aparece la figura en forma
casi inmediata a su toma, además que la foto está completamente terminada para
el momento de su exposición. Benjamin señala la importancia, menor por
supuesto, del retoque que por un tiempo se infringió a la foto, retoque que era
destinado a aumentar la precisión, idea de realidad, más que satisfacción por
la personalidad del modelo.
Lo
anterior sería la genealogía de la fotografía en tanto daguerrotipo en su
primer momento como fenómeno cultural de la sociedad técnica; el segundo
momento aparecerá con el revelado instantáneo, con el cual vendrá la preocupación por la selección de los temas
a fotografiar. El aporte de los fotógrafos más recientes está en cambiar el
objetivo de la figura humana hacia la configuración de los objetos, hacia los
objetos; los rostros y paisajes pasarán a un segundo plano. Tal contribución
lleva a excluir de la fotografía al aura. "La fotografía ya no se apoya en
el encanto (Reiz) y la sugestión, sino
en la experimentación y en la enseñanza. Absorbe, malversa, utiliza con
otros fines los procedimientos de la
pintura. Se convierte también en un sustituto de la escritura, y el futuro
analfabeta es aquel que no sabe valerse de la foto. Con este criterio, todo
escritor tendría que aceptar
convertirse en fotógrafo: tarea que
Benjamin asume en parte cuando se propone, como es sabido, no decir nada más,
sino mostrar"[13]. En la fotografía encuentra Benjamin que la técnica pura desempeña una importancia primordial respecto
a la producción de la obra; el poder de la instantánea está en la capacidad de
la máquina en poder congelar un instante que se nos presente como meramente
ilusorio; función que estaba ya presente desde sus primeros tiempos, pues una de
sus funciones era acobijar en su seno los sueños de una posible eternidad. La
función no es el adentrarse en un tiempo
atomizado, sino en desprenderse de él.
En la foto el aura parece cambiar de sentido. En su concepción del aura el acento se coloca exclusivamente sobre la
lejanía. Al introducir con la instantánea la proximidad genera una tensión que era inaccesible, tanto
por la repetición técnica, como por la precisión del modelo y la brevedad para
alcanzar el sueño de la eternidad. Aunque en 1934 Benjamin se interesó en la
incapacidad del objetivo fotográfico
para capturar una ranchería y un vertedero de basura sin transfigurarlos.
Transformando todo lo que la pobreza tiene de abyecto, ésta, por medio de la fotografía,
se convierte, a su vez, en un objeto de
placer. Virilio ha dicho respecto a esto que
tal etapa del arte fotográfico se halla superada, "pues el
fotógrafo, dominado por la indiferencia, no parece capaz ya de controlar algo
nuevo para fotografiar. El objetivo del pensamiento colectivo impuesto por los
diversos medios era aniquilar la originalidad de las sensaciones y controlar la
presencia de las personas en el mundo, proporcionándoles un conjunto de
informaciones para programar su memoria"[14].
En
el análisis que hace del cine, según Missac, Benjamin avanza por el camino de
esta forma abierta, sin parecer lo bastante sensible al cambio que provoca la precisión de la
fotografía. En el cine, la proximidad extrema, junto a sus detalles, construye la incertidumbre, y existe -se pudiese decir-
un aura del efecto, del shok, más que la
luz que irradia el propio objeto.
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Un
mundo virtual a 16 mm. y a 24 por
segundo
Se
ha dicho que los rasgos más significativos, en tanto características
universales de la existencia y de la
vida social de nuestra época, se hallan
anunciados dentro de lo que podemos
llamar experiencia estética.
En
el ensayo de 1936 sobre la reproducción
técnica ("Kunstwerkarbeit")
apareció, casi por primera vez, una reflexión en torno al problema del
arte dentro de una sociedad organizada, generalizada y mediatizada por los
medios de comunicación. También podemos decir que dicho escrito pudiese ser
tomado como el principio para
reflexionar, como dijimos antes, hacia uno de los temas que más le embargó su
pensamiento durante los últimos años de su existencia, es decir, la elaboración de una estética materialista. La
intuición central de este escrito se ajusta a presentar la idea de las nuevas
condiciones de reproducción y goce
artístico que se dan en la sociedad de los mass-media. Momento que modifica, en forma sustancial, la esencia
del arte en su forma de manifestarse dentro de la época presente respecto a las
pasadas.
La
importancia de Benjamin se concentra en formular una propuesta teórica que
supere la definición metafísica
tradicional del arte como lugar
de conciliación, de correspondencia entre lo exterior y lo interior, o de
catarsis; preparará el terreno apropiado que orientará la reflexión del sentido, significado y esencia del arte dentro de las
sociedades industrializadas.
En
el ensayo de Benjamin hallamos una
teoría que dona al arte más
representativo de nuestro siglo de la reproductibilidad técnica -el cine-, un efecto definido precisamente en
términos de shock (choque perceptual). Efecto que mostrará, en una buena parte,
los rasgos principales de la nueva esencia -y tendencia- del arte en nuestros
tiempos (dadaísmo, surrealismo, etc.). Por otra parte, para Benjamin el
cine mantiene una relación con el tiempo
muy singular y cercana a ciertas posturas de la historia. Este
"tiempo" cinematográfico para Benjamin no es abstracto, homogéneo,
vacío, puro, como lo es el que sirve a una determinada concepción conservadora
de la historia; en la película encontramos
un tiempo que hay que saberlo tratar en su desarrollo, en plena
actividad e incluso violentarlo: interrupción, inversión, fraccionamiento,
tomas aceleradas y en ralenti, montaje asociativo y montaje de
"choque", etc., serán acciones
que mostrarían los rasgos específicos de
la técnica del cine. Dos frases encierran y resumen su concepción respecto al
cine. La primera, como lo ha señalado
Missac[15], es que "La unicidad de la obra de arte se identifica con su integración a la tradición", es lo que se
llamará valor cultual y la segunda:
"La reproductibilidad mecánica de las películas es inherente a la técnica
de su producción", que tendrá un valor exhibitivo. Lo específico de la
obra cinematográfica es que se adecua
estrictamente a su propia duración, con lo cual se opone a todas las otras
artes plásticas existentes, las cuales se instalan dentro de un marco estático
en el espacio y también respecto al caso de aquellas artes que se componen con la duración de la palabra o la escritura,
por un lado, y la música y la danza por otro. El cine será una narración
visual, una elaboración simbólica, un ver "novelas en imágenes"[16], imágenes-signos[17]
-aunque habrá directores como Bergman que señalarán que el cine, como la
música, no tiene nada que ver con la literatura: evitar la adaptación de
libros, con ello se pretende buscar su propia especificidad: desarrollar su
propio lenguaje visual a fin de dejar de ser «meramente» visual.
Pero
la sucesión temporal, en música, es irreversible; en el cine, según Benjamin,
esta sucesión es más rica que la que se mantiene dentro de la música. El cine
puede remodelar la figura que la obra da
al tiempo. Encontramos una sensación de dialéctica del tiempo en el cine:
imágenes discontinuas se disuelven
(ablösen) en una secuencia continua; en las imágenes podemos analizar las
relaciones dialécticas entre la realidad y las imágenes que se representan.
Cine y dialéctica son, dentro de este ensayo (el llamado
"Kunstwerkarbeit"), dos motivos fundamentales dentro de la reflexión
benjamiana. Toda obra fílmica es una
representación ficticia de la realidad, de ahí que no sea un arte que se
conforme sólo por actos; en el arte cinematográfico encontramos una distancia
entre realidad y representación, entre
pantalla y platea en forma más abismal; en este arte la representación no se
puede disolver en la acción; se ha dicho
que el mayor defecto de un film mal hecho no está en el orden
estrictamente estético, su
deficiencia reside en no comunicar con
eficiencia el mensaje o representar la realidad de un modo indiferente o
redundante.
Su
teoría surge al analizar la técnica del actor de cine Charles Chaplin,
denominada serie de pequeños "fragmentos en movimiento" que dan, por
su sucesión, la composición de un movimiento completo[18]. Si bien el cine
tiene esta característica de corte, fragmento, discontinuidad, no es en ello
donde radica su esencialidad. Esta se encuentra
en la célula básica, la "Urzelle" de la película, la cual no es otra
que la fotografía instantánea. No sólo por ella nace la película sino que
adquiere de ella toda su existencia. Por su fugacidad es una imagen sin
retorno. En la fotografía la imagen aún puede, podía, ser contemplada, remedaba
a la pintura en forma técnica; en el cine tal invitación a la contemplación es
sacrificada, no puede verse en sí misma, por ella sola, se esfuma en la que le sigue y difiere de ella aunque
sea mínima la diferencia. Extraída de la secuencia pierde su poder y aparece
débil, insegura y la fotografía queda
vestida de un aspecto irrisorio, obsceno: es como la observamos en las
entradas de los cines detrás de la vitrina, expuesta como una prostituta dentro de un escaparate,
prometiendo al "flaneur", al caminante, ser un sucedáneo efímero del
amor.
La
imagen que nace y desaparece de la película tiene por destino el ser reemplazada por la siguiente y si bien
no sueña con la que le sucede si la anuncia, la contiene, siempre modificada
por una fracción de segundo. Nunca antes como en el cine existió una figura
más acabada de la negación del proceso
dialéctico, en la que en su suceder se torna positiva, es decir, a la
"aufhebung", el suceder manteniendo. Al animar la fotografía, el cine
hereda los poderes de la negación que
inmediatamente se tornan en una función
positiva al completar y enriquecer la secuencia de la sucesión de la cinta
cinematográfica. El control de la sucesión
de la cinta por la máquina
da al momento de la negación dialéctica
una perfecta -aunque ilusoria- construcción dialéctica. Ella está, inclusive
más que en la música, intrínsecamente
ligada con la estructura constitutiva de la obra.
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Aura
y la reproducción técnica
¿Pero,
qué sucede con el aura? Si bien se le
vio reaparecer en la fotografía cuando ya se creía que estaba en marcha toda
negación aurática dentro de una obra, el cine mostrará, según Benjamin, que es
alérgica por naturaleza, hostil, al fenómeno del aura. Cualquier presencia del
aura será continua e inequívocamente adulterada. Esto lo ha señalado también
Adorno: "Una película que tendiera a ser «aurática», automáticamente y por
el hecho mismo de semejante ambición, terminaría con la destrucción del aura [19].
En la época de la reproducción técnica de la obra artística lo que atrofia es
el aura de ésta. Tal formalismo separa
lo reproducido de la tradición. "El desmoronamiento del aura de los
objetos -por efecto de las características del espacio social en el que deberán
insertarse, de los medios técnicos de producción y reproducción, y por el carácter reificado
del saber constituido y, por ende, de la conciencia que así se
objetiva-significa que éstos empiezan a comportarse abstractamente con respecto
al contexto universal que ellos inmediatamente expresan en otras condiciones de
experiencia"[20]. Esta teoría del arte arranca con que la unicidad de la obra de arte se identifica con su
ensamblaje dentro del contexto de una
tradición; de aquí derivará su valor aurático. Dicha tradición es comprendida
como algo vivo, cambiante. Para un griego, por ejemplo, la obra era un objeto
de culto, se veía la estatua de Venus no como una «obra» independiente de su
significado religioso, cultual (de culto), esa misma estatua sería vista por un
monje medieval como un «ídolo maléfico»;
lo que no se manifiesta igualmente en ambos es la «unicidad» de la obra, es
decir, su aura, como «la manifestación irrepetible de una lejanía». "Las
obras artísticas más antiguas sabemos que surgieron del servicio de un ritual primero mágico,
luego religioso. Es de decisiva
importancia que el modo aurático de existencia
de la obra de arte jamás se desligue de la función ritual"[21]. El
valor único y auténtico de la obra se fundamentaba en lo ritual, lo cual le
daba su original valor útil dentro de su contexto histórico. Y ello hasta en
las obras de carácter profano; en ellas encontramos un ritual
secularizado. Toda producción artística comienza dentro de una horma que está al
servicio del culto. Los bisontes de la
cueva de Altamira eran un instrumento mágico. Si el pintor primitivo exhibía la
imagen pintada del animal a sus compañeros de faena antes de iniciar una
cacería, ella estaba destinada, por sobretodo, a los espíritus. Hoy encontramos
que el valor cultual de una obra la remite a permanecer oculta, accesible a
determinado público y en determinadas épocas del año; por ejemplo, obras
religiosas que permanecen encubiertas;
obras que han adquirido un valor desmesurado gracias a las subastas de los
marchantes de arte, llevando a cuadros de Van Gogh a permanecer ocultos y
cambiar su valor estático y artístico por un valor de cambio y de garantía a
las continuas devaluaciones del signo monetario. Por otro lado, se nos advierte
que en la medida en que las
ejercitaciones artísticas se emancipan
del regazo cultual, ritual, aumenta la ocasión de la exhibición de estos
productos. Si bien el valor de una misa respecto a una sinfonía no tiene por qué ser menor, se podría
decir que la última tiene de ganancia
respecto a aquélla que ha sido compuesta
en un tiempo donde su exhibición
prometía ser mayor que la audición de una misa. Pero con la reproducción
técnica han aumentado las posibilidades de exhibición de una obra de arte.
Modificación cualitativa de la
naturaleza de una obra:
obra de arte
èvalor exhibitivoè arte moderno
Por
poseer la obra de arte primitiva un valor cultual/ritual se convierte en un
instrumento de magia que sólo más tarde será reconocido como obra artística; al
tener hoy la obra de arte sólo un valor
exhibitivo, hace de ella una hechura con funciones por entero nuevas,
"entre las cuales la artística -la que nos es consciente- se destaca como
la que más tarde tal vez se reconozca en cuanto accesoria"[22].
Lo
contrario ocurre con su reproducción técnica; al multiplicar las reproducciones
de una obra pone su presencia masiva, cuantitativa en el lugar donde debería
existir una presencia irrepetible, única; el halo de su autonomía se extingue
para siempre; el artista pierde la función ritual en su arte. Sin embargo, la
reproducción técnica emancipa por primera vez a la obra artística de su existencia parasitaria dentro del
ritual. La obra de arte reproducida se
convierte, en medida continuamente creciente, en obra dispuesta a ser
reproducida. Por ejemplo, de una placa o un negativo fotográfico son posibles
infinidad de copias; ahora, preguntarse por la copia auténtica no tiene sentido
alguno. Por este fenómeno de la reproducción
se transforma la función ritual,
cultual e integral del arte. De la praxis ritual pasa, para Benjamin, a una
praxis política.
¿Qué
es «una manifestación irrepetible de una lejanía»?, "Descansar en un atardecer de verano y seguir con la
mirada una cordillera en el horizonte o una rama que arroja su sombra sobre el
que reposa, eso es aspirar al aura de esas montañas, de esa rama", en
contemplar el instante presente y detenerlo en la magia de su originalidad
irrepetible. El concepto de aura como manifestación irrepetible de una lejanía
(por cercana que pueda estar la obra de arte) no debe comprenderse por otra
cosa que por la formulación del valor cultual de la obra artística en
categorías de percepción espacio-cultural. Lejanía se opone a cercanía. Lo
esencial lejano es lo inaproximable. Una vez que aparece cualquier obra de arte
-no reproducible/reproducida técnicamente- conserva la «lejanía», la distancia
la cual permanece inalterable aún por más cercana que se encuentre frente a
nosotros su materialidad.
Frente
lo anterior está la reproducción masiva de una obra. Los condicionamientos
sociales nos llevan a comprender el sentido del desmoronamiento del aura, de su
imposibilidad dentro de la reproducción mecánica. A pesar de ello Benjamin
tiene una visión un tanto optimista en referencia a las masas en este ensayo de
1936. Cree posible elevarlas al «acercar» espacial y humanamente las cosas por
medio del dato frío y abstracto recogido en la reproducción, de ahí que afirme
que "cada día cobra una vigencia más irrecusable la necesidad de
adueñarse de los objetos en la más próxima de las cercanías, en la
imagen, más bien en la copia, en la reproducción"[23]. En la presentación
o reproducción de la imagen, de la copia técnica/mecánica de una obra dada en
los periódicos y en los medios de comunicación (mass media) la continua
fugacidad y la posible repetición se
encuentran presentes. Fugacidad por su
fragilidad y carencia de perpetuación para el observador; repetición por la cantidad de veces que es posible
aparecerla en forma reproducida.
"Quitarle su envoltura a cada objeto, triturar su aura, es la signatura de
una percepción cuyo sentido para lo igual en el mundo ha crecido tanto que
incluso, por medio de la reproducción, le gana terreno a lo irrepetible".
Lo original, el carácter de único en la obra aurática, no compite con la infinita formalidad repetitiva
y unidimensional de la reproducción técnica. La reproducción técnica de la obra de
arte trae en relación con el arte
antiguo una percepción distinta. Cambia, por ejemplo, la organización del
tiempo en que «x» obra del pasado estuvo vigente. Trae cambios en la
sensibilidad. Las modificaciones dentro
de la percepción debido a los condicionamientos sociales en que se encuentra
sometido el hombre moderno hace posible entenderlas como agentes que ayudan al
desmoronamiento del aura; preferencia de la reproducción a la presencia
original del fenómeno artístico; facilidad de la reproducción, dificultad de
acceder a la obra de arte debido, seguramente, al standard técnico/mecánico en
que se ha enmarcado.
[1]
Misal, ídem, pág.16.
[2]
Idem. p.19.
[3]
Adorno, "Crítica cultural y sociedad", Ariel, Barcelona, 1970.
[4]
Benjamin cuestionó la idea misma de «progreso». En sus «Tesis de la Filosofía
de la Historia» se detiene a cuestionar tal concepto. Pudiendo estar en el
«paraíso», gracias a los adelantos técnicos, nos encontramos que esa tierra de
la abundancia está siendo arrasada por el huracán de una civilización que se nutre de la
explotación -y no de la cooperación- de la naturaleza. Para ello toma la imagen
del cuadro de Paul Klee titulado «Angelus Novus», un ángel que huye de algo que
lo asombra y lo deja pasmado. "Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan
fuerte que el ángel ya no puede
cerrarlas. Este huracán le empuja irremediablemente hacia el futuro, al cual da la espalda,
mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán
es lo que nosotros llamamos progreso". Benjamin, W.: (1970) Sobre el programa
de la Filosofía Futura y otros ensayos, Monte Avila, Caracas, 1970, pág.183.
[5]
"Pensemos también en las curas con electroshock a que fue sometido
Hemingway en 1960, que destruyeron su memoria al mismo tiempo que su talento de
escritor. Hemingway se suicidará un mes después de terminado el
tratamiento", Virilio Paul: Estética de la desaparición, Anagrama,
Barcelona, 1988 pág.54.
[6]
Munford, L.: Técnica y Civilización, Alianza,
Madrid, 1971. pág.366.
[7]
Adorno, T.: Teoría Estética, Taurus, Madrid, 1971. pág.415.
[8]
Idem pág.416.
[9]
En sus inicios el cine fue llamado en Inglaterra con el nombre de bióscopo
debido a su representación visual del movimiento real de las formas de vida
(del griego bios que significa modo de vida).
[10]
Benjamin, Discursos Ininterrumpidos I, pág.65.
[11] Idem, pág.72.
[12] Missac op.cit., p.90.
[13]
Idem, pág.90.
[14]
Virilio, op.cit., pág.52.
[15]
Idem, pág.95.
[16]
Respecto a esto de comprender al cine como una narración visual el director italiano
Antonioni se refirió siempre a sus películas como "novelas en
imágenes". Antonioni tendía en un sentido cierta cercanía a esa postura humanística de Benjamin. Antonioni
era un humanista preocupado no sólo por
la muerte del amor sino también por el ritmo del cambio tecnológico comparado
con el ritmo del cambio de nuestros
sistemas nerviosos.
[17]
Imágenes-signos era la concepción del poeta, filólogo y director de cine
italiano Pier Paolo Passolini. Su ideal de trabajo era puramente fílmico, un lenguaje
escrito en un lenguaje cinematográfico.
[18] McLuhan da un análisis impecable de la técnica y sentido actoral de Chaplin:
"(...) la mímica (...) de Chaplin es precisamente la del robot, la del
muñeco cuyo profundo pathos es el de acercarse lo más posible a la condición de
vida humana. En toda su obra Chaplin escenificó un ballet parecido al de los
títeres al estilo de Cyrano de Bergerac. Para captar este pathos de títere,
Chaplin (devoto del ballet y amigo de la Pavlova) adoptó, desde el comienzo,
las posiciones propias del ballet clásico. De este modo podía tener el aura del
«Espectro de la rosa» brillando en torno de sus hazañas de payaso. Del
music-hall británico, primer lugar en el que se formó, tomó, con seguro toque
genial, imágenes como la de Mr. Charles Pooter, obsesionante figura de un don
nadie. Haciéndolo atenerse a las posturas del ballet clásico, encerró esta
imagen falsamente amable en una envoltura de feérico romance. La nueva
forma del cine estaba perfectamente
adaptada a esta imagen compuesta puesto que el cine es, en sí mismo, un ballet
romántico de revoloteo mecánico o sacudidas que nos proporcionan un sencillo
mundo de ensueños lleno de ilusiones románticas (...) (el cine) se las arregla
para ser una representación aproximada de la vida real, que incluso llega a
rebasarla por medio de la ilusión. Este es el por qué, al menos en sus
películas mudas, Chaplin jamás sintió la tentación de abandonar el papel de
Cyrano, del muñeco que jamás pudo ser verdaderamente un amante. En tal estereotipo
Chaplin descubrió el alma de la ilusión fílmica y la manipuló con fácil
maestría haciendo de ella la clave para el pathos de una civilización
mecanizada. El mundo mecanizado siempre se encuentra en proceso de aprestarse
para vivir y, para este fin, pone en juego la pompa más atrayente de habilidad,
método y abundancia de recursos"(McLuhan, M.: La comprensión de los
medios, Diana, México, 1969. p.355).
[19]
Cit. en Missac 1988 p.97.
[20]
Martínez, op.cit. Introcc. pág.V.
[21]
Benjamin, Discursos Ininterrumpidos I, p.22.
[22]
Benjamin Discursos Ininterrumpidos I,
pág.30, nota 11.
[23]
Idem, pág.25.
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