Protestantismo,
Catolicismo
y Ciencia[1]
Carlos
Blank
Introducción
Cada
vez va cobrando mayor interés y relevancia el análisis de la ciencia dentro de
un determinado contexto cultural, vale decir, dentro de un determinado contexto
social e histórico. De allí la abrumadora proliferación de trabajos sobre historia y sociología de la
ciencia que han surgido en las últimas décadas. Que la ciencia sea hoy día una
institución social relativamente autónoma y pueda estudiarse como tal está
fuera de toda discusión. Desde este punto de vista pueden estudiarse
determinadas ramas científicas en determinados períodos históricos en
determinados países. Sin embargo, también cabe destacar que la
institucionalización y profesionalización de la ciencia es relativamente
reciente y que la actividad científica ha debido recorrer un largo camino para
legitimarse y ser debidamente reconocida. Esa necesidad de ser socialmente
legitimada puede parecernos a nosotros completamente innecesaria y redundante.
Curiosamente, la ciencia siempre requiere de esta legitimación en la medida en
que sus frutos gozan de una reputación ambivalente. El avance tecnológico ha
servido como fuente de legitimación pero también de deslegitimación de la
actividad científica, en tanto este presenta una “doble cara de Jano”, puede
servir para salvar vidas pero también para exterminarlas. El uso de la
energía nuclear y la manipulación
genética son posiblemente dos de los símbolos más representativos de ese carácter ambivalente de que goza la ciencia en nuestros días.
Sin
duda que ha sido Robert King Merton uno
de los autores que más ha contribuido al estudio sociológico de la ciencia, así
como uno de los primeros en comprender la necesidad de que actúen profundas
fuerzas sociales subterráneas para que la ciencia sea hoy día una actividad
relativamente autónoma y altamente institucionalizada. El hecho de que hoy la
ciencia opere dentro de un marco institucional altamente profesionalizado e
institucionalizado, no quiere decir que este haya sido siempre el caso. Por
otro lado, el hecho de que la ciencia haya alcanzado un importante grado de
autonomía, tampoco implica que sea completamente independiente de fuerzas
sociales que la estimulen o la obstaculicen. Puede parecernos altamente
paradójico que una actividad altamente racional pueda tener raíces
profundamente irracionales o no racionales, dependa en última instancia de
sistemas de interés o de creencias que le son favorables u hostiles.
Desde
el punto de vista sociológico existen dos momentos particularmente interesantes
de ser analizados con relación a la ciencia: uno, cuando no está aun
institucionalizada y requiere de factores que actúen para su legitimación y
reconocimiento social – aspecto que desarrollaremos en nuestro trabajo-. Y dos,
cuando ya goza de legitimación y de alto prestigio social, goza de gran
autonomía e independencia, pero aparecen en el horizonte factores disruptivos o
amenazadores para la propia dinámica de la investigación científica. De esto se
ocupa precisamente la sociología de la ciencia, de analizar “la interdependencia dinámica entre la
ciencia, como actividad social en marcha y que da productos culturales y de la
civilización y a la estructura social
que la envuelve.”[2]
Las
relaciones recíprocas entre la ciencia y la sociedad son el objeto de
investigación, como se han visto obligados a reconocer quienes se han dedicado
seriamente a estudios sobre sociología de la ciencia. Pero hasta muy
recientemente la reciprocidad de esas relaciones recibió atención muy desigual,
pues dedicó mucha atención a la influencia de la ciencia sobre la sociedad y
poca a la influencia de la sociedad sobre la ciencia.[3]
Según
Merton existen diversas razones que abonan esta asimetría en los estudios
sociales tradicionales de la ciencia. Una primera razón tendría su origen en
“la errónea creencia de que admitir el hecho sociológico sería comprometer la
autonomía de la ciencia”[4],
sería admitir la injerencia de factores extraños al propio devenir de la
ciencia. Otra posible razón tendría su origen en “la creencia igualmente
equivocada de que admitir esas conexiones de la ciencia y la sociedad es
impugnar los móviles desinteresados del científico.”[5]
Desde este punto de vista es labor de la sociología de la ciencia destacar el ethos científico, vale decir, los
valores que favorecen la actividad científica, así como denunciar precisamente
todos aquellos valores que son precisamente ajenos al buen desenvolvimiento de
la ciencia y amenazan con su destrucción. El caso de la Alemania nazi de Hitler
y de la URSS durante Stalin son claros ejemplos de injerencia de factores
políticos e ideológicos en el desarrollo de la actividad científica.
Curiosamente, el atraso relativo de la ciencia en Alemania fue una consecuencia
lógica de la purga llevada a cabo en las
universidades y centros de investigación contra la “ciencia judía” en contraposición
a la “ciencia aria”, y contra todos
aquellos que sin ser judíos colaboraron con esa “ciencia judía”, dando origen a
una nueva clasificación, la de “judíos blancos”, entre los cuales se
encontraban, entre otros, Heisenberg, Schrödinger y Planck. En momentos como este es cuando se ponen en
evidencia la imposibilidad de que la actividad científica se mantenga
totalmente aislada del resto de la sociedad, se mantenga dentro de una “torre
de marfil”, dada la alta vulnerabilidad que tiene una actividad institucional
como la ciencia, la cual es tan decisiva para la sociedad. Un sistema
totalitario es la mejor expresión de esta perjudicial injerencia del Estado en
contra de los genuinos valores que promueven la investigación científica.
La
ciencia, que adquirió un grado considerable de autonomía y creó un complejo
institucional que cuenta con la lealtad de los científicos, ve ahora amenazadas
su autonomía tradicional y sus reglas de juego –su ethos, en suma- por una autoridad externa. Los sentimientos
incorporados en el ethos de la
ciencia –caracterizados por expresiones como honradez intelectual, integridad,
escepticismo organizado, desinterés, impersonalidad- se ven ultrajados por el
conjunto de sentimientos nuevos que el Estado impone en la esfera de la
investigación científica.[6]
En
otras palabras, el sistema de valores y de creencias sobre el cual descansa la
ciencia se pone de manifiesto claramente
cuando este sistema se encuentra amenazado. La actividad científica
depende así de un entorno social favorable, depende de determinados valores y
sentimientos, sin los cuales sería inconcebible su funcionamiento.[7]
Por eso Merton se ocupa inicialmente de analizar el contexto social que
permitió el surgimiento de ese ethos
científico, se centra en el análisis de aquellos sentimientos que fueron el
humus o caldo de cultivo de la ciencia, en particular, en la Inglaterra del
siglo XVII. Y este será el tema del cual
nos ocuparemos principalmente, de la
conocida como “tesis de Merton” o
también como “tesis Puritana”, según la cual el ascetismo intramundano
propio de las corrientes protestantes del puritanismo inglés, como de su
“hermano gemelo”, el pietismo alemán,
constituyó un elemento importante para el desarrollo de la ciencia.
Primero
nos ocuparemos de su formulación mediante el análisis de cada uno de los
elementos que Merton destaca como afines
entre el puritanismo y la ciencia. Es evidente que su tesis –y Merton no
pretende ocultarlo- ya estaba implícita en los conocidos planteamientos de Max
Weber acerca de la estrecha relación que hay entre el ethos calvinista y el espíritu del capitalismo. A medida que
desarrollemos la postura de Merton esta familiaridad con Weber se hará bastante
evidente. Por razones obvias haremos especial énfasis en la comparación que
Merton lleva a cabo entre Catolicismo y Protestantismo como factores que
inciden en el desarrollo de la ciencia moderna.
En
segundo lugar, nos ocuparemos de lo que el propio Merton considera como el
“experimento crucial” o prueba decisiva de su hipótesis, que consiste en un
estudio estadístico comparativo que abarca diversas instituciones educativas y
científicas, no sólo en la Inglaterra del Siglo XVII, sino también en el
continente europeo, particularmente en Alemania, así como en el nuevo
continente americano, en los EEUU específicamente.
Finalmente,
destacaremos brevemente lo que la tesis de Merton deja de lado a propósito, a
saber, las posibles influencias positivas que el Catolicismo tuvo en el fomento
de la nueva ciencia. Para ello tomaremos como referencia los trabajos
realizados por Pierre Duhem, Alistair Crombie y Thomas Goldstein. También
incorporamos el análisis que hace Steven Shapin de la tesis de Merton, quien
rescata su valor y actualidad, aunque incorpora ciertos elementos históricos
correctivos que permiten enriquecerla y ampliarla.
El ethos puritano y la nueva
ciencia
El
conocido estudio Ciencia, tecnología y
sociedad en la Inglaterra del siglo XVII, fue publicado por primera vez en
1938, en la Revista Osiris, que
dirigía George Sarton[8],
el decano de los estudios de historia de la ciencia. En dicho estudio Merton se
propone analizar los diversos factores que influyen en la ciencia, sin caer ni
en un enfoque puramente idealista, como el de Weber, ni en un enfoque puramente
materialista, como el desarrollado por pensadores de orientación marxista. Si
algo sorprende de la monografía de Merton es la riqueza de contenidos y
matices, así como el rigor de su análisis y la erudición en el manejo de las fuentes.
Nuestro
autor comienza destacando un hecho histórico particular en la Inglaterra del
Siglo XVII: en la primera mitad se conserva la orientación tradicional hacia
estudios teológicos y carreras de corte literario y clásico, de corte
humanístico, mientras que en la segunda
mitad se produce un cambio en el “foco de interés” hacia disciplinas de corte
científico y práctico, de corte utilitario. La explicación de este importante
fenómeno tiene parcialmente su
explicación en la creciente influencia del ethos
puritano durante ese período. También fue el puritanismo el que contribuyó a
que la ciencia alcanzara progresivamente un aura de prestigio y respetabilidad.
La
tesis de este estudio es que la ética puritana, como expresión típica ideal de
las actitudes hacia los valores fundamentales en el protestantismo ascético en
general, canalizó los intereses de los ingleses del siglo XVII de suerte que
constituyesen un elemento importante
en el cultivo de la ciencia. Los arraigados intereses religiosos de la época
exigían, en sus inexcusables implicaciones, el estudio sistemático, racional y
empírico de la naturaleza para glorificar a Dios en sus obras y para el control
del mundo corrompido.[9]
Merton
destaca aquí dos elementos fundamentales del ethos puritano. Por un lado, el cambio fundamental que se opera con
relación al estudio de la naturaleza, en la medida que esta naturaleza es obra
suya y por lo tanto conocerla es también glorificar a Dios. Por otro lado, está
la idea de que este mundo es corrompido y que, sin embargo, podemos hacer algo para mejorarlo mediante
nuestra actuación en él. Se deja traslucir esa actitud de “desapegado apego” al
mundo que es tan típico del puritanismo. Esto implica otro elemento importante
del ethos puritano: la búsqueda del
bienestar social. De allí que “la ciencia debía ser fomentada y alimentada
porque conducía al dominio de la naturaleza mediante la invención tecnológica.”[10]
Otro
elemento importante que aparece en el ethos
puritano –y que tiene sin duda un efecto favorable en el fomento de la ciencia-
es el de la exaltación de la razón “como dispositivo para refrenar las
pasiones”, así como medio para apartarse del ocio y, en consecuencia, no desviarse de la virtud y del camino
correcto.
La exaltación de la
facultad de la razón en el ethos
puritano –basado en parte en la concepción de la racionalidad como un
dispositivo para refrenar las pasiones- conduce inevitablemente a una actitud
de simpatía hacia las actividades que exigen la aplicación constante del
razonamiento riguroso. Pero además, en contraste con el racionalismo medieval,
se considera la razón subordinada al empirismo y auxiliar suyo…Probablemente es
en este punto donde el puritanismo y la actitud científica están más
notoriamente de acuerdo, porque la combinación de racionalismo y empirismo, que
es tan pronunciada en la ética puritana, forma la esencia del espíritu de la
ciencia moderna.[11]
Así pues, el puritanismo incorpora los
elementos del racionalismo neoplatónico de cuño agustiniano, pero le añade su
subordinación a la experiencia, su orientación hacia la práctica, lo cual es
una “derivación del sesgo peculiar que brindaba en gran parte la doctrina
calvinista de la predestinación y la certitudo
salutis mediante una venturosa actividad humana.”[12]
Como ya lo advertía Weber, “parece natural que la consecuencia lógica de la
predestinación fuese el fatalismo. Sin embargo, la consecuencia lógica fue
precisamente la opuesta, en virtud de la idea de la comprobación practica.”[13]
Si bien el Calvinismo no aceptaba la justificación por las obras y el Catolicismo
sí, el primero se hizo más mundano mientras que el segundo se retiraba del
mundo. Como señala Merton, “las buenas obras demandan ahora participación en
los asuntos mundanos, no la retirada de ellos mediante el vuelo hacia el
monasterio.”[14]
Y ese desprecio por el mundo típico del ascetismo monástico difícilmente podía
favorecer “el interés en disciplinas que están primordialmente centradas en
este mundo sensible.”[15]De
esta manera, según Merton, “el empirismo y el racionalismo fueron canonizados,
beatificados, por decirlo así.”[16]
Quizá el elemento más
directamente eficaz de la ética protestante para sancionar la ciencia natural
fue el que sostenía que el estudio de la naturaleza permite una apreciación más
completa se Sus obras y esto nos lleva a admirar el poder, la sabiduría y la
bondad de Dios manifiestos en su creación. Aunque esta concepción no fue
desconocida del pensamiento medieval, las consecuencias deducidas de ellas
fueron completamente diferentes.[17]
Merton
reconoce que no era ajena a la mentalidad medieval –tanto católica como
islámica- la idea de alabar a Dios mediante el conocimiento de sus obras,
aunque fue el puritanismo, según él, el que pudo sacar consecuencias más
favorables de este punto de vista para el desarrollo de la ciencia. La mayor
libertad de interpretación de la Biblia que había en las corrientes
protestantes ofrecía una gran ventaja, en contraposición a la estricta
subordinación al texto sagrado que había entre los católicos. Tanto para el Catolicismo como para el
Calvinismo el mundo “apesta”, aunque cada uno asume posiciones diferentes ante
este hecho. Para el primero lo
recomendable es apartarse del mundanal ruido y recogerse dentro de los muros de un apartado monasterio, donde
podemos seguir una verdadera vida espiritual. En cambio, para el segundo, el Calvinismo,
y en general todas las corrientes puritanas coincidían en ello, la mejor forma
de apartarse de las tentaciones de este mundo era mantenerse ocupado en él, era
ocuparse en buscar mejorar ese mundo dedicándose a un trabajo metódico,
riguroso, disciplinado. Y si alguna actividad requiere de método, rigurosidad y
disciplina esa es justamente la nueva
ciencia. En definitiva, si la posición de la Iglesia era de progresiva
tolerancia y condonación de la actividad de la ciencia, la actitud protestante
era de directa estimulación y recomendación.
Esto
no quiere decir que ello fuese una consecuencia directa de las doctrinas de los
reformadores. Ya se sabe que muchos de ellos eran bastante renuentes a aceptar
los cambios que suponía la nueva ciencia. Lutero consideraba absurda la
posición de Copérnico porque contradecía claramente el texto bíblico. Y también
la Inquisición protestante tuvo sus mártires.
Que el puritanismo haya sido un catalizador de la nueva ciencia es más
bien una consecuencia inesperada desde este punto de vista. Pero, precisamente, al sociólogo no le
interesa estudiar, y mucho menos defender, las diversas doctrinas teológicas,
sino estudiar el impacto permanente que determinados valores tienen sobre los
sentimientos y las disposiciones a actuar. Es ese substrato latente, en parte
inconsciente e irracional, lo que le interesa. Como señala Merton: “El
componente religioso del pensamiento, la creencia y la acción deviene efectivo solamente cuando
es reforzado por fuertes sentimientos que le confieren significado a
determinadas formas de acción.” [18]
Esta
crítica al ascetismo monástico o supramundano y su sustitución por un ascetismo
intramundano constituye uno de los factores sociales más importantes en el
fomento de la ciencia y en su progresiva legitimación. De hecho, el
protestantismo puritano contribuyó a la creciente secularización y
autonomización de la ciencia. Así pues “con el protestantismo, la religión
proporcionó ese interés: en realidad impuso la obligación de concentrarse
intensamente en la actividad secular, dando especial importancia a la
experiencia y la razón como bases para la acción y la creencia.”[19]
Con la ciencia ocurre algo similar a lo que en su momento ha ocurrido con el
capitalismo: se ha convertido en un “férreo estuche” (“ein staalhartes Gehäuse”),
en una “jaula de hierro” (“iron cage”), en un
rígido armazón o caparazón carente de espíritu y completamente desligado
de todo compromiso ético. Es posiblemente esta la razón por la cual a la
mentalidad moderna le cueste bastante establecer algún nexo religioso de la
ciencia o el capitalismo con creencias o sentimientos religiosos. Por el
contrario, en pleno siglo XVII era inconcebible lo opuesto, es decir, hacer un
claro deslinde entre el discurso científico y el teológico, incluso el
político. En aquellos tiempos había tal amalgama
de intereses científicos, filosóficos, religiosos y políticos, que resulta imposible hacer un claro deslinde
entre estos diversos intereses, como lo
evidencia la polémica Clark(Newton)/Leibniz o la de Hobbes/Boyle.[20] En
fin, en el siglo XVII convergen una serie de factores favorables para el
desarrollo de la ciencia.
La estimación positiva
por parte de los protestantes de un utilitarismo muy poco disimulado, de
intereses intramundanos, de un empirismo total, del derecho y aun el deber del
libre examen, y de la discusión individual explícita de la autoridad, eran
afines con los mismos valores que se encuentran en la ciencia moderna. Y quizá
por encima de todo está la importancia del impulso ascético activo que exigía
el estudio de la naturaleza para poder controlarla. De ahí que los dos campos
estuvieran bien unificados y, en lo esencial, se apoyasen mutuamente, no sólo
en la Inglaterra del siglo XVII sino en otros tiempos y lugares.[21]
Puritanismo, pietismo y
ciencia: testeo de una hipótesis
Todo
lo dicho hasta aquí supone la formulación de
una hipótesis, hipótesis de alcance intermedio desde luego, es decir,
que no puede ser generalizada o universalizada a todo tiempo y lugar, pero
hipótesis al fin, y como tal, debe ser contrastada con datos empíricos
derivables a partir de ella. En otras palabras debemos encontrar una correlación
o covarianza entre ese sistema de creencias que representa el puritanismo y el
conjunto de personas que eligen actividades de naturaleza científico-técnica,
debemos encontrar “entre los protestantes una propensión mayor hacia esos
campos de trabajo de lo que podría esperarse simplemente a base de su
representación en la población total.”[22]
Un
ejemplo importante de esto lo encontramos en el espíritu puritano que animaba a
los fundadores de la Royal Society. Al
respecto Merton señala que “es completamente cierto que los espíritus que
crearon la Sociedad estaban marcadamente influidos por concepciones puritanas.”[23]
En los orígenes de la
Real Sociedad hay un nexo muy estrecho entre ciencia y sociedad. La Sociedad
misma nació de un interés previo por la ciencia, y las subsiguientes
actividades de sus individuos suministraron un impulso apreciable al progreso
científico posterior. El comienzo de este grupo se encuentra en las reuniones
fortuitas de devotos de la ciencia en 1645 y después. Entre los espíritus más
destacados figuraban John Wilkins, John Wallis, y poco después Robert Boyle y
sir Willian Petty, en todos los cuales parecen haber ejercido una influencia
singularmente intensa las fuerzas religiosas.[24]
Según Merton lo interesante consiste en
destacar que si “los puritanos constituían una minoría relativamente pequeña en
la población inglesa, el hecho de que
constituyesen el sesenta y dos por ciento de los individuos iniciales de la
Sociedad resulta aún más llamativo.”[25]
Obviamente, el hecho de que alguien pertenezca nominalmente a una confesión
religiosa, ya sea protestante o católica, no es lo más relevante. En cambio,
“es la aceptación de los valores básicos de los dos credos lo que explica la
diferencia en las aportaciones científicas de católicos y protestantes.”[26]
La importancia
concedida por los puritanos al utilitarismo y el empirismo se manifestó
igualmente en el tiempo de educación que implantaron y fomentaron. El
‘atiborramiento de gramática formal’ de las escuelas fue criticado por ellos
tanto como el formalismo de la Iglesia.[27]
El
nuevo signo de los tiempos apoyaba el realismo, “cosas, no palabras” y
criticaba “el atiborramiento de gramática formal” propio de las escuelas
tradicionales, así como el rígido formalismo de la Iglesia. Este nuevo espíritu
se puso claramente de manifiesto en las nuevas academias disidentes.
A fin de iniciar el
estudio de la ciencia nueva en escala mucho más amplia que la que había
predominado hasta entonces, los puritanos instituyeron numerosas academias
disidentes. Eran escuelas de categoría universitaria que se abrieron en
diferentes partes del reino. Una de las primeras fue la Academia de Morton, en
la que se concedía pronunciada importancia a los estudios científicos. Charles
Morton pasó después a Nueva Inglaterra, donde fue vicepresidente de Colegio de
Harvard, en el que ‘introdujo los sistemas de ciencia que había usado en
Inglaterra’. En la influyente Academia de Northampton, otro de los centros
educativos puritanos, tuvieron importante lugar en el horario la mecánica, la
hidrostática, la física, la anatomía y la astronomía. Estos estudios se hacían
en gran parte con la ayuda de experimentos y observaciones reales.[28]
La
figura más destacada de los puritanos que pretendieron reformar la educación y
darle una orientación realista y utilitaria fue Samuel Hartlib. Fue él quien
trajo a Inglaterra al famoso reformador de origen bohemio, Juan Amos Comenio,
quien también desempeñó un papel fundamental en la reforma educativa alemana o
prusiana. Y podemos advertir mejor este nuevo énfasis realista y utilitario si
lo contrastamos con las universidades.
Pero la señalada
importancia dada por los puritanos a la ciencia y la tecnología quizá se
aprecia mejor comparando las academias puritanas y las universidades. Estas
últimas, aún después de haber implantado materia científicas, siguieron dando
una enseñanza esencialmente clásica; los verdaderos estudios culturales eran
los que, si no completamente inútiles, por lo menos eran de finalidad
definidamente no utilitaria. Las academias, por el contrario, sostenían que una
educación verdaderamente liberal era la que se mantenía ‘en contacto con la
vida’ y que, en consecuencia, abarcaría tantas materias útiles como fuera
posible.[29]
También
la Universidad de Harvard tiene esta impronta puritana. Charles Morton, el que
fundó la Academia Morton, fue vicepresidente de la Universidad de Harvard. La
orientación científica de Harvard provenía del protestante Peter Ramus, quien
también tuvo una poderosa influencia en las universidades protestantes de
Europa y Cambridge, “que tenía un elemento puritano y científico mayor que
Oxford”, aunque fuese rechazado en la universidades católicas. También en el
resto del continente europeo se hace evidente la estrecha correlación entre el
espíritu protestante y el creciente interés por el estudio de materias
científicas.
Está muy justificada
esta comparación de las academias puritanas de Inglaterra con los progresos
educativos protestantes en el Continente. Las academias protestantes de Francia
dedicaron a materias científicas y utilitarias mucha más atención que las
instituciones católicas. Cuando los católicos se apoderaron de muchas de las
academias protestantes, disminuyó considerablemente el estudio de la ciencia.
Además, como veremos, aun en la Francia predominantemente católica, gran parte
del trabajo científico lo hicieron protestantes. Entre los protestantes
desterrados de Francia se contaban muchos e importantes científicos e
inventores.[30]
Mención aparte merece el caso de la educación
alemana, particularmente del pietismo alemán, que “casi puede considerarse el
equivalente continental del puritanismo.”[31]
En los puntos de vista
educativos de los pietistas eran fundamentales los mismos valores utilitarios y
empíricos hondamente arraigados que movían a los puritanos. Sobre la base de
esos valores destacaron la importancia de la ciencia nueva los jefes pietistas:
Augusto Hermann Francke, Comenio y sus discípulos.[32]
Como
ejemplos de universidades que muestran esta correlación entre pietismo y
ciencia podemos mencionar la Universidad de Halle, la Universidad de Königsberg,
la Universidad de Gottinga, retoño de Halle, la Universidad de Heildelberg y la
Universidad de Altdorf, “que fue en aquel tiempo la más notable por su interés
en la ciencia.”
No sólo Halle, sino
otras universidades pietistas manifestaron el mismo interés. Königsberg, que
había caído bajo la influencia pietista de la Universidad de Halle mediante las
actividades de Gehr, discípulo de Francke, adoptó pronto las ciencias naturales
y físicas en el sentido moderno del siglo XVII. La Universidad de Gottinga,
retoño de Halle, fue famosa esencialmente por los grandes progresos que realizó
en el cultivo de las ciencias. La universidad calvinista de Heildelberg fue
igualmente prominente por establecer una gran proporción de estudios científicos.
Finalmente, la Universidad de Altdorf, que fue en aquel tiempo la más notable
por su interés en la ciencia, era un a universidad protestante sometida a
influencia pietista.[33]
Merton
también señala que la “asociación de pietismo y ciencia que nuestra hipótesis
nos había hecho prever, no se limita a las universidades. La misma predilección
pietista por la ciencia y la tecnología se evidenciaba en la enseñanza de la
escuela secundaria.”[34]
Tanto en las Öberschulen como en las Realschulen y Realgymnasien, de orientación predominantemente científica,
la proporción de protestantes es siempre mayor que la del promedio de la
población total de la región. De tal manera que, según Merton, “los datos
estadísticos señalan una marcada tendencia de los protestantes, a diferencia de
los católicos, a seguir estudios científicos y técnicos.”[35]
Todas las pruebas de
que se dispone señalan en la misma dirección. Los protestantes, sin excepción,
forman una proporción cada vez mayor de cuerpo de estudiantes de las escuelas que
destacan la enseñanza científica y tecnológica, mientras que los católicos
concentran sus intereses sobre la enseñanza clásica y teológica.[36]
En
otras palabras, la tesis de Merton no se circunscribe solamente a la Inglaterra
del siglo XVII, sino que se hace extensiva a otros tiempos y lugares. Como toda
hipótesis empírica admite que puede ser corregida en la medida en que se
disponga de nueva evidencia que sirva para contrastarla. Esto es
particularmente cierto con relación a las posibles correlaciones estadísticas
que su tesis implica. Cabe incluso plantearse la pregunta de la fiabilidad de
los datos estadísticos utilizados y de la falta de sesgo o no en la
interpretación de dichos datos estadísticos. Sin embargo, hemos omitido
deliberadamente estos análisis y remitimos a algunos de los autores que se han
ocupado de ello[37].
Por lo demás, Merton siempre ha insistido en
el carácter contingente y parcial de su análisis: el no pretende señalar que el
ethos puritano es la variable
independiente o explanans, y la ciencia la variable dependiente o explanandum, o sea, que haya sido la única causa del desarrollo de la ciencia
y que sin ella no hubiese surgido la ciencia. Simplemente, “ocurrió que el puritanismo brindó un
importante apoyo (no exclusivo) en aquel tiempo y lugar históricos. Pero esto
no lo hace indispensable.”[38]
Tampoco desconoce que haya habido anteriormente otros momentos históricos en
los que la ciencia haya podido florecer
o haya florecido de hecho, en los que no estaba presente este impulso puritano.
Tomando en cuenta lo anterior, quisiéramos introducir nuevos elementos de
análisis que permitan poner en perspectiva la tesis de Merton y que sirvan de complemento para poner de relieve
la complejidad de factores históricos
que pueden ser tomados en cuenta para comprender una empresa, a su
vez, tan compleja como lo es la ciencia
moderna. Sin pretender caer en ningún momento en alguna suerte de relativismo
histórico, quisiéramos subrayar la multiplicidad de interpretaciones históricas
posibles, lo cual redunda, en última instancia, en un enriquecimiento del tema
y en un alejamiento proporcional de cualquier reduccionismo
unidimensional.
Las raíces de la nueva
ciencia: otras historias
Un
punto de vista complementario y alternativo es el de Pierre Duhem, quien ha
insistido en los orígenes y las raíces
medievales de la ciencia moderna, pudiendo hablarse más de continuidad que de
ruptura o revolución. Cabe destacar que su más connotado opositor, Alexander
Koyré, no podía dejar de reconocer la riqueza y erudición de los análisis de
Duhem.
En
particular, Duhem consideraba la famosa
condenación de 1277 por parte del Obispo de Paris, Étienne Tempier, a la interpretación determinista de
Aristóteles asociada a Averroes, como el “certificado de nacimiento” de la
ciencia moderna. Ya antes había habido en Paris una serie de concilios que
prohibían los comentarios acerca de los escritos naturales de Aristóteles. Sin
embargo, la actitud general era la de incorporar los escritos de Aristóteles y
aceptarlos en la medida en que no entrasen en contradicción con las enseñanzas
bíblicas. Cuando hubiese contradicción, había que rechazar a Aristóteles. En
especial, la teoría aristotélica contradecía el dogma de la inmortalidad del
alma y el de la libre omnipotencia creadora de Dios. La interpretación
averroísta de Aristóteles mantenía lo contrario: había que rechazar los
escritos religiosos si estos entraban en conflicto con las enseñanzas de
Aristóteles. Mientras que Roberto Grosseteste, Alberto Magno y Tomás de Aquino,
trataron de hacer aceptable y presentable el pensamiento del filósofo a la
cristiandad, buscaban la conciliación entre fe y razón, ahora se abría paso la
teoría de la doble verdad de Siger de Brabante, una verdad para la fe revelada
y otra para la razón investigadora y calculadora. Fue a partir de ese momento
que los teólogos se sintieron libres de criticar a Aristóteles, pues ya no
había que acomodarlo a las enseñanzas bíblicas. Fue así como surgieron los
importantes aportes de los franciscanos de la Escuela Oxford (Bacon, Escoto,
Ockam) o de la Escuela de París (Buridan, Oresme).[39]
Cuando
Merton señala, por otro lado, que el puritanismo significó una nueva actitud
frente a la naturaleza, la cual había sido despreciada o descuidada hasta
entonces, cabe hacer la siguiente aclaratoria. Es cierto que el estudio de la
naturaleza no tenía importancia o tenía
importancia solamente secundaria, y durante buena parte de la Edad Media
se vio la naturaleza como símbolo moral
o religioso del más allá. El gran historiador de la ciencia, Alistair Crombie,
reconoce que “el conocimiento de la naturaleza continuó siendo considerado como
de importancia secundaria durante los primeros siglos de la Edad Media.”[40]
Por otro lado, no se puede negar tampoco
que esta actitud fue cambiando paulatinamente. Por ejemplo, Crombie
también destaca la orientación más
práctica de Beda hacia la naturaleza y que fue gracias a su influjo que fueron
creadas las escuelas catedralicias por Alcuino de York durante el renacimiento
carolingio. También destaca la importancia que tuvo la crítica nominalista de
Roscelino y Abelardo para una aproximación más práctica hacia la
naturaleza. Para completar este
interesante cuadro, Crombie también subraya la importancia que también tuvo la
Escuela de Chartres (Thierry, Conches, Salisbury) en el desarrollo de la
ciencia moderna, tanto por la valorización del estudio de la naturaleza por sí
misma, como por la reforma de los
estudios humanísticos que incluían el trivium y el quadrivium.
El
conocido historiador de la ciencia, Thomas Goldstein, también ha puesto de
relieve la importancia que tuvo la Escuela de Chartres en la promoción de una
nueva actitud frente al estudio de la naturaleza así como las naturales
resistencias que produjo en su momento.
La ira que a los
conservadores religiosos suscitaron los pioneros de Chartres, surgía de razones
muy comprensibles. Durante 700 años, la naturaleza había sido presentada como
el objeto pasivo de la creación de Dios, carente de todo poder innato para crearse
a sí misma. Ahora, los maestros de Chartres afirmaban que la naturaleza poseía
poderes creativos intrínsecos que se desenvolvían de acuerdo a leyes o patrones
inherentes que le eran propios y cuya investigación –insistían- era una materia
de estudio perfectamente digna para la mente humana. La Escuela de Chartres
desafiaba así a los siete siglos de enseñanzas cristianas acerca del lugar de
la naturaleza en el esquema divino.[41]
Nada
simboliza mejor esta revalorización de la naturaleza y de su estudio que el
propio Pórtico Regio de la Catedral de Chartres donde aparecen las siete artes
liberales en pie de igualdad. Este Pórtico Regio es, como lo señala Goldstein,
la “expresión visual” del nuevo programa
educativo emprendido por los maestros de Chartres.
El principal portavoz
de la reforma educativa en la Escuela de Chartres fue Guillermo de Conches.
Junto con Thierry y otro maestro de Chartres, Bernardo Sylvester, Conches fue
también un precursor de la nueva filosofía natural, de los fundamentos de la
ciencia occidental. De hecho la lucha de Conches para revisar el programa
académico fue un resultado lógico de la importancia que tenía la ciencia en la
escuela. Pero la estatuaria del Pórtico Regio que coloca a las siete artes en
un mismo nivel –y en el nivel de Cristo y los santos-, muestra que el nuevo
énfasis de la ciencia provenía de un concepto profundamente humanista de la
unidad intrínseca del mundo, en el cual el mundo de las ideas y el de la
naturaleza eran considerados como uno solo. El ser humano y el mundo de la
naturaleza eran una unidad en el pensamiento de Chartres; las ciencias sociales
del trivio y las ciencias naturales del cuadrivio eran estudiadas como aspectos
de un universo único. Para los maestros de Chartres, la comprensión de la
naturaleza formaba parte de lo que ellos llamaban humanitas, la verdadera humanidad del individuo cultivado[42].
Por
otro lado, allende los Pirineos, en particular, en la Escuela de traductores de
Toledo, entre los cuales estaba el prolífico Gerardo de Cremona, estaban
disponibles las traducciones de los libros de ciencia árabe, con sus aportes
así como con su invalorable trabajo de conservación de la ciencia antigua.
Toledo, así como también Palermo bajo el mando de Federico II, se convirtió en
un centro indispensable para el estudio de la ciencia antigua y medieval. Por
eso “el Islam era el epítome del tipo de ciencia con que habían soñado los
maestros de Chartres.”[43]
Todo
lo anterior nos muestra una imagen mucho más compleja de la Edad Media,
irreductible a una suerte de ascetismo monástico, en la que
hubo, sin duda, corrientes
conservadoras que eran hostiles a cualquier viento de cambio, pero también hubo
importantes movimientos que desafiaron la tradición y que ejercieron un
pensamiento libre frente a la autoridad dominante. También hay que reconocer el
carácter precario de esta libertad frente a las amenazas potenciales siempre
presentes.
A
la luz de estos datos históricos, y otros muchos que pudiésemos traer a
colación, el contraste que realiza Merton entre Catolicismo y Protestantismo
es, sin duda, demasiado simplificado. Seguramente
hubo elementos en el Catolicismo que obstruían el surgimiento de nuevas ideas y
seguramente las universidades eran en sus comienzos expresiones de ese
tradicionalismo. Pero también hubo al comienzo
instituciones educativas que favorecían la actividad científica, como lo
muestran la Escuela de Chartres, la Escuela de París y la Escuela franciscana
de Oxford. Así mismo es innegable que
hay en el Protestantismo elementos que han podido favorecer el surgimiento de
la ciencia y ayudar a su creciente secularización y legitimación como actividad
socialmente aceptable, que han ayudado a su consolidación e
institucionalización. Pero también es innegable que podríamos encontrar en las
diversas corrientes protestantes y puritanas
elementos que nos alejan del nuevo espíritu científico.
Si la ciencia del siglo
XVII creció en armonía con los valores
puritanos de utilidad, razón, empirismo y la Gloria de Dios, también creció
distanciando sus actividades y metas de otros valores y sentimientos
desplegados por los puritanos: intolerancia, dogmatismo y entusiasmo.” [44]
También
cabe poner en tela de juicio el optimismo de la tesis de Merton y debatir
acerca del lento proceso que llevó al grado de autonomía e institucionalización
de que goza hoy en día la ciencia. Aunque podamos aceptar la tesis de Merton de
que el puritanismo desempeñó un papel importante, al menos en Inglaterra y
posiblemente en otros lugares, para la posterior institucionalización y profesionalización
del científico, es innegable que ese proceso fue bastante lento y tuvo que
hacer frente a muchas resistencias aún en pleno siglo XVIII y XIX. Son
legendarias las burlas que hacían importantes escritores ingleses del siglo
XVII, como Samuel Butler, pero también del siglo XVIII, como Jonathan Swift, a los miembros de la Royal Society y a sus
“maravillosos” descubrimientos e inventos.
De hecho, hay también importantes diferencias entre la concepción del
método científico que tenían Robert Boyle e Isaac Newton, para solo mencionar
dos de los más importantes. Por lo demás, la famosa divisa “Nullius in verba”, que destacaba la importancia de los hechos
frente a la mera autoridad de las palabras, se vio bastante distorsionada y
oscurecida cuando la descripción de un experimento debía hacerse verbalmente
para que fuese accesible a un público más amplio, por lo que al final se volvía
una suerte de profusión detallada de palabras, convirtiéndose el lema más bien
en su opuesto: “Totius in verba”.[45]
Como
lo han destacado los recientes trabajos de Steven Shapin acerca de la imagen
del científico, el proceso que desemboca en el experto de hoy ha debido pasar
por un lento desarrollo, que va desde el “divino naturalista” (“godly
naturalist”), pasando por el “filósofo moral” (“moral philosopher”) y el “educado filósofo de la naturaleza”
(“polite philosopher of nature”). A pesar de que Robert Boyle encarnase los
valores que sintetizan las dos culturas enfrentadas del “académico”
(“scholar”) y el “caballero”
(“gentlemen”), la imagen del científico debía aun pasar por un lento desarrollo
hasta su plena consagración social.[46]
Lo
anterior no refuta necesariamente la tesis original de Merton, sino que la
somete a una mayor precisión histórica, la hace susceptible de una mayor
profundización y matización. Le reconoce su valor, pero al mismo tiempo
reconoce la necesidad de matizarla y de ubicarla dentro de una perspectiva
histórica más amplia y comprensiva. De nuevo, se trata de reconocer el carácter
selectivo de toda interpretación histórica, la necesidad de seleccionar del
abundante material que ofrece la
historia, aquellos elementos que nos resultan de mayor interés y preocupación.
Al mismo tiempo se trata de reconocer la imposibilidad de agotar todas las interpretaciones
posibles y de pretender llevar a cabo una interpretación de la historia “tal
cual es”.[47]La
conocida como “querella de los antiguos y los modernos” está muy lejos de haber
sido cerrada y siempre habrá nuevas interpretaciones que valoren más una u otra
determinada tradición. Esta gama de registros infinitos permite enriquecer
nuestro acervo histórico de ideas.
Cabe
señalar finalmente que la tesis de Merton en ningún momento pretende reducir el
desarrollo de la ciencia a factores “externos”, ya sean estos sociales,
religiosos, militares, económicos o políticos. Su enfoque está apegado a la más
ortodoxa división entre externalismo e internalismo. Para él los problemas
científicos tienen una dinámica propia, tienen su propia autonomía y
objetividad, por lo que para él son como una “caja negra”. Ha sido esta caja
negra la que algunos sociólogos e historiadores de la ciencia han abierto, desatando
toda una serie de nuevos demonios. Pero esto es otra historia.[48]
[1]
Este trabajo fue publicado
originalmente en Iglesia católica y
fundación de universidades, Cuadernos UCAB, No. 11, 2013, pp. 75-93.
[2] MERTON, Robert K.: Teoría y Estructura Sociales, FCE,
México, 1980, p. 617
[3]
Ibid. p. 617
[4]
Ibid. p. 617
[5]
Ibid. p. 618
[6] Ibid. p. 628
[7] Encontramos fuertes similitudes
entre la posición de Merton y la de Popper. Para ambos la actividad científica
depende de factores sociales, como institución social que es, aunque ello no implica desconocer la propia
dinámica interna que caracteriza la objetividad científica. También Popper ha
destacado la importancia de determinados valores éticos en la promoción de la
mentalidad científica, en la adopción de una actitud crítica. Otra cosa es si
los científicos siguen siempre esos valores.
[8]
Cf. MERTON, Robert K.: “Science, Technology and Society in Seventeenth Century
England”, Osiris, Vol. 4, 1938, pp.
360-632. Hay versión
digital disponible en JSTOR. También hay versión castellana disponible en
SCRIBD. George Sarton también fundó la revista de historia de la ciencia Isis en Bélgica, la cual fue
descontinuada por la guerra y relanzada posteriormente en EEUU. A diferencia de
Osiris, incluye artículos más cortos
y contiene una rica bibliografía permanentemente actualizada sobre historia de
la ciencia. También utilizamos como fuente “Puritanismo, pietismo y ciencia”,
que es el capítulo 20 del libro arriba citado, pp. 660-692, el cual fue escrito
en 1936.
[9] MERTON, R. K.: “Puritanismo,
pietismo y ciencia”, en op. cit., p. 660.
[10]
Ibid. p. 663
[11]
Ibid. pp. 664s
[12]
Ibid. p. 665.
[13]WEBER, Max: La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ed. Península,
Barcelona, 1975, p. 145.
[14]
MERTON, R. K.: “Science, Technology and Society in Seventeenth England”, p.
421.
[15] Ibid. p. 432.
[16] MERTON, R. K.: “Puritanismo,
pietismo y ciencia”, p. 665.
[17] Ibid. p. 666.
[18]
MERTON, R. K.: “Science, Technology and Society in Seventeenth Century
England”, p. 415. Steven Shapin en “Understanding
the Merton Thesis”, Isis, Vol. 79,
No. 4, Dic. 1988, pp. 594-605, ha
subrayado la importancia de este aspecto, que está ausente en su escrito
anterior, y desarrolla la importancia que tuvo el Círculo Paretiano –por
Vilfredo Pareto- de Harvard en autores
como Merton, George Homans, Talcott Parsons y Elton Mayo. Pareto hacía mucho
hincapié en la importancia del carácter
permanente de los “residuos” o sentimientos latentes que subyacen a las formas
de obrar y los contraponía al carácter cambiante de las “derivaciones” o
expresiones manifiestas. Posteriormente Merton hará su famosa distinción entre
funciones manifiestas y latentes de las instituciones sociales.
[19] MERTON, R. K.: “Puritanismo,
pietismo y ciencia”, pp. 667s.
[20]
Ambas polémicas han sido objeto de muchos análisis. Cf.
SHAPIN, S.: “Of Gods and Kings: Natural Philosophy and Politics in the
Leibniz-Clarke Disputes”, Isis, Vol.
72, No. 2, Jun. 1981, pp.187-215; “Pump and Circunstance: Robert Boyle’s
Literary Technology”, Social Studies of
Science, Vol. 14, No. 4, Nov. 1984, pp. 481-520; “Robert Boyle and
Mathematics: Reality, Representation and Experimental Science”, Science in Context 2, 1 (1988), pp.
23-58. SHAPIN, S. y Simon Schaffer: Leviathan
and the Air-Pump: Hobbes, Boyle and the Experimental Life, Princeton
University Press, Princeton, 1985. La
mayoría de los artículos de Shapin pueden descargarse libremente en Internet.
[21] MERTON, R. K.: “Puritanismo,
pietismo y ciencia”, p. 681.
[22]
Ibid. p. 668.
[23] Ibid. p. 670. Este es el caso
también de su precursor e inspirador, Francis Bacon.
[24]
Ibid. p. 669.
[25]
Ibid. p. 670.
[26]
Ibid. p. 673.
[27]
Ibid. p. 671
[28]
Ibid. p. 672.
[29]
Ibid. p. 672.
[30]
Ibid. p. 673.
[31]
Ibid. p. 674.
[32]
Ibid. p. 675.
[33]
Ibid. p. 676.
[34]
Ibid. p. 676.
[35]
Ibid. p. 679.
[36]
Ibid. pp. 677s.
[37]
Cf. BECKER, George: “Pietism and Science: A Critique of Robert K. Merton’s
Hypothesis”, American Journal of
Sociology, Vol. 89, No. 5, Mar. 1984, pp. 1065-1090; SAMUELSON, Kurt: Religión y Economía, Ediciones Marova,
Madrid, 1970. Algunas
de las críticas realizadas en este libro contra Max Weber pueden hacerse
extensivas a Merton, en especial, la que se realiza contra su análisis
estadístico, al tener parcialmente las mismas fuentes sobre Alemania. Hemos
abordado el tema con más lujo de detalles en http://filosofiaclinica1.blogspot.com/2013/01/economia-y-religion-ii-carlos-blank.html .
[38] MERTON, R. K.: “Ciencia,
Tecnología y Sociedad”, Prefacio 1970, versión castellana disponible en SCRIBD,
p. 20.
[39] Cf. DUHEM, Pierre: Medieval Cosmology. Theories of Infinity, Place, Time, Void and the
Plurality of Worlds, The University of Chicago Press, Chicago, 1987, Roger
Ariew (ed.). También
pueden consultarse algunos textos originales de Duhem en www.ac-nancy-metz.fr/enseign/philo/textesph .
[40] CROMBIE, Alistair C.: Historia de la ciencia: De San Agustín a
Galileo, Alianza Editorial, Madrid, 1980, Tomo 1. La Ciencia en la Edad
Media: siglos V al XIII, p. 29.
[41] GOLDSTEIN, Thomas: Los Albores de la Ciencia, Fondo
Educativo Interamericano, México, 1984, pp. 62s.
[42]
Ibid. pp. 67s.
[43]
Ibid. p. 85. Escapa
a los límites de este trabajo abordar el importante aporte del Islam, en
especial, la cultura hispanoárabe, a la ciencia moderna. Al lector curioso lo
remitimos a los trabajos de George Sarton, Josep María Villàs Vallicrosa y Joan
Vernet i Ginés.
[44]
GIERYN, Thomas F.: “Distancing Science from Religion in Seventeenth-Century
England”, Isis, Vol. 79, Issue 4,
1988, p. 589.
[45] Ver referencias en la nota 20.
[46] Cf. SHAPIN, S.: “‘A Scholar and a Gentlemen’: The problematic
Identity of Scientific Practitioner in Early Modern England”, History of Science, 29, 1991, pp.
279-327; “The Man of Science”, en The Cambridge
History of Science, Vol. 3: Early modern Science, L. Daston y K. Park
(Eds.), Cambridge University Press, 2006, pp.179-191.
[47]
Cf. SHAPIN, S.: The Scientific Revolution,
The University of Chicago Press, 1988, p. 10. Un punto de vista similar podemos encontrar en
Popper; cf. BLANK, Carlos: “Sociedad cerrada y sociedad abierta: ¿un conflicto
permanente?”, Intersticios. Filosofía, Arte y Religión, Universidad
Intercontinental, México, No. 36, 2012, pp. 129-164.
[48]
Cf. SHAPIN, Steven: “History of Science and its Sociological Reconstructions”, History of Science, No. 20, 1982, pp.
157-211; “Placing the View from Nowhere: Historical and Sociological Problems
in the Location of Science”, Transactions
of the Institute of British Geographers, 23 (1), 1998, pp. 5-12;
“Discipline and Bounding: The History and Sociology of Science as Seen through
the Externalism-Internalism Debate”, History
of Science 30, 1992, pp. 333-369; “Cordelia Love: Credibility and the
Social Studies of Science”, Perspectives in Science 3(3), 1995, pp.
255-275; MARTINI, Maria: “La relación Merton-Shapin a partir del debate
historiográfico internismo/externismo”, Cinta
de Moebio 42, 2011, pp. 288-301.
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