Los ciudadanos contra el Estado
Fotografía de Mischa Gordon
¿Quién
puede estar sereno en un país cuando ambos, gobernantes y gobernados carecen de
principios?
“La
esclavitud en Massachusetts”
Henry
D. Thoreau
En el presente ensayo
se mostrará que la desobediencia civil hace visible la oposición de los
ciudadanos contra el Estado. Se indagará sobre la naturaleza de la conformación
del poder político para evidenciar que el conflicto entre el opresor y los que
se niegan a ser sometidos se encuentra en la misma raíz de su organización y
estructura como Institución.
La desobediencia civil
patentiza, por una parte, la defensa de la libertad de los débiles, por la
otra, el uso de la violencia por los fuertes. En palabras de Maquiavelo: “…se
encuentran estos dos tipos de humores: por un lado, el pueblo no desea ser
dominado ni oprimido por los grandes y por otro los grandes desean dominar y
oprimir al pueblo…”[1].
De las palabras de Maquiavelo, me interesa rescatar esa inclinación presente en
los individuos que quieren dominar y oprimir; y de aquellos que no desean ser
dominados ni oprimidos. Cuando se hace
presente la desobediencia civil se pone de manifiesto la lucha entre el poder y
la libertad, la oposición de los débiles a la subordinación contra los fuertes
que buscan subyugarlos. En palabras de Carolina Guerrero:
…la defensa y
reafirmación de la libertad partía de la delimitación del área de lo público y
lo privado; por tanto, suponía del mismo modo el resguardo de lo privado frente
a lo público, entendiendo que “lo público” era el espacio de residencia del
poder del Estado. De acuerdo con el pensamiento liberal, esa esfera de lo
público posee la tendencia perpetua de pretender invadir lo privado, dado que
es propensa a desbordar sus límites en detrimento de la latitud de las
libertades del individuo y del ciudadano, en tanto la esencia de la libertad
coloca su acento en la ausencia de sujeción, interferencia, dependencia (y
ausencia de dominación) ante la voluntad arbitraria de uno o muchos individuos...[2]
La aparición de este
conflicto, hace que nuevamente se reflexione sobre la naturaleza del poder y
cómo la organización social lo estructura como institución[3].
El poder se
institucionaliza en forma de Estado y se caracteriza por una relación social que
se expresa en orden y obediencia. Desde este punto de vista, la naturaleza del
poder político es social[4],
consiste en una relación de coerción y coacción legítima por parte del Estado.
De esta manera, el poder contiene los siguientes aspectos: coerción, coacción,
violencia, subordinación jerárquica, relación orden-obediencia. “…Nuestra
cultura, desde sus orígenes, conceptúa el poder político en término de
relaciones jerarquizadas y autoritarias de orden-obediencia…”[5].
En cambio, la libertad es pasión, imaginación, acción, conciencia, autonomía,
imaginario.
Lo que mantiene al
poder político es la obediencia. Por consiguiente, la conservación del poder
político depende de la obediencia. Se tiene así una institución donde el grupo
social se somete voluntariamente a un Estado que como señalara Weber se reserva
el monopolio legítimo de la fuerza. Desde su establecimiento, se instaura una
relación jerárquica legítima donde el Estado-poder está arriba y los
individuos-y la sociedad están abajo.
En la constitución del
poder político como institución social se legitima a la coerción y a la
coacción. Lo que quiere decir, que lo que está por encima de la sociedad es el
uso de la fuerza o la violencia legítima por parte del Estado[6].Desde
la institución del poder político la estructura de la sociedad está dividida
entre dominantes y dominados, entre los que se reservan el ejercicio legítimo
de la fuerza y los sometidos a esa violencia. Del origen del Estado se derivan
dos partes: los que mandan y los que obedecen.
La relación poder y
libertad desde su inicio es sumamente frágil porque los que dominan tienen una
inclinación natural a querer ejercer el poder sin ningún tipo de control[7], y
la aparición del deseo de vivir en libertad es una manifestación contundente de
poner límites al poder.
La obediencia legitima
la división entre dominantes y dominados, toda vez que la fuente del poder
político recae sobre este ámbito. Por consiguiente, cuando el poder busca
actuar al margen de las leyes, entonces, busca por cualquier medio (fuerza,
violencia, represión) mantener la lealtad de los sometidos. En este contexto,
la obediencia se caracteriza por mantener el poder político, conservar la
estructura jerárquica y de subordinación, legitimar la coerción. La
desobediencia civil aparece como el medio creativo de resistencia para poner
límites nuevamente al poder coercitivo-coactivo del Estado y rescatar la
libertad. Así se tiene por un lado, el poder, obediencia-orden y por el otro,
libertad, desobediencia, creatividad.
La cuestión radica en
la defensa de la libertad ante la coacción-coerción arbitraria del poder
político, esto es lo que moviliza a la sociedad (individuos-grupo) contra los
actos ilegales, ilegítimos e injustos del Estado. En este enfrentamiento, los
individuos y el grupo constituyen la parte débil porque luchan con su
imaginación contra la fuerza (armas, violencia, represión) del Estado. Cada vez
que el poder político en su ejercicio, al margen de la ley, restrinja la
libertad estará actuando despóticamente. Todo poder político arbitrario[8]
aniquila la libertad.
…¿en qué
consiste esencialmente la esclavitud? Dirán todos: en la posesión de un hombre
por otro. No obstante, para que no sea simplemente nominal esta posesión, es
indispensable que se cohíba la actividad del esclavo, coacción ejercida casi
siempre en provecho del dueño. Por consiguiente, lo que caracteriza
fundamentalmente al esclavo es el hecho de trabajar por mandato y bajo la
presión de la voluntad de otro, cuyos deseos está obligado a satisfacer […] el
hombre, tratado como una bestia, debe consagrar todos sus esfuerzos al
beneficio de su amo…[9]
Las anteriores palabras
de Spencer llevadas al ámbito del Estado arbitrario significan lo siguiente: el
poder político, mediante el uso ilegal de la fuerza, reprime a los individuos y
a la sociedad para que todas sus actividades estén destinadas a favorecer al
líder autoritario. El apoyo de la sociedad se obtiene por la vía de la
violencia. Decía Tolstoi:
…El hombre
sumiso al poder actúa no como quiere, sino como se le obliga; y es solamente a
través de la violencia física, es decir, de la prisión, de la tortura, de la
mutilación, o de la amenaza de estos castigos, que se puede forzar al hombre a
hacer aquello que no quiere. En esto consiste y siempre consistió el poder […]
La base del poder es la violencia física; y la posibilidad de someter a los
hombres a una violencia física se debe sobre todo a individuos mal organizados,
de modo que actúan de acuerdo, aunque sometiéndose a una sola voluntad. Y,
unidos, individuos armados que obedecen a una única voluntad forman el
ejército. El poder se encuentra siempre en las manos de los que comandan el
ejército, y siempre todos los poseedores del poder –desde los césares romanos
hasta los emperadores rusos y alemanes- se preocupan del ejército más que de
cualquier otra cosa, y solamente a él halaga, sabiendo que, si él está a su
lado, su poder está asegurado[10]
En esta situación
extrema aparece la desobediencia civil como un arma pacífica y activa para
oponerse a la represión. Siendo que es la obediencia de los individuos y de
varios grupos los que le dan vida al poder, una vez que decidan dejar de ayudar
y ser leales al poder político éste caerá. “Prívese al mecanismo político de
todos los auxilios que le han facilitado las artes y las ciencias; no se dejen
al Estado más recursos que los inventos de los funcionarios, y quedará bien
pronto interrumpida la marcha del gobierno”[11].
La desobediencia civil consiste en la no colaboración, el no-apoyo,
no-cooperación en el mantenimiento del poder político arbitrario: “…cuando se
comience a ver claro que en una nación donde gobierna el pueblo, el poder es
sólo un administrador, se verá también indudablemente que este administrador
carece de toda autoridad propia, habiendo recibido la que tiene de los que le
nombran, que pueden limitarla como crean conveniente”[12].
Para invertir la
subordinación de dominantes sobre los dominados a los poderosos sometidos por
los subordinados se requiere que los individuos den el paso de transformar su
libertad como condición humana en política. Este acto pacífico e imaginativo
consiste en desobedecer, esto es, retirar el apoyo al poder político. En ese
momento, la libertad doma al poder, lo limita, lo controla, lo encauza y lo
socializa nuevamente. De ser un Estado en contra de la sociedad, ahora se
convertirá en un Estado al servicio de la sociedad.
Ahora bien, lo que pone
en evidencia la desobediencia civil es el enfrentamiento de los débiles contra
los fuertes, esto se traduce en que los débiles se aferran a su pasión por la
libertad, pero los fuertes hacen uso de la fuerza, las armas, la opresión para
doblegar a los débiles. Es decir, se obliga a que los débiles busquen formas de
defensa como organizarse, buscar alianzas. En la obra de Esquilo Las Suplicantes[13],
se observa esta situación. La pieza trata de la huida que emprenden Dánao y sus
cincuenta hijas de Egipto para Argos. Las hijas rechazan el matrimonio con sus
primos hermanos, a la cual están obligadas. El Rey Pelasgo, después de
consultar con su pueblo decide darles asilo y defenderlas de los hijos de
Egipto, así tengan que iniciar una guerra. Cuando los hijos de Egipto llegan a
Argos quieren apoderarse por la fuerza de las hijas de Dánao (Las suplicantes),
quienes son defendidas por el Rey Pelasgo. El diálogo que se presenta entre el
heraldo egipcio que llega a Argos y las suplicantes es el siguiente:
Heraldo: ¡Corriendo,
corriendo a las naves! ¡Pronto!
Coro: ¡Bien,
aquí nos tenéis! ¡Heridnos el rostro; maltratadnos; cortadnos la cabeza;
derramad nuestra sangre toda!
Heraldo: ¡Corre,
infeliz corre a la nave! Ven conmigo por el dilatado espacio donde se agitan
las saladas ondas. Cede por fin al deseo de tu señor y al poder de su férrea
lanza. Bañada en sangre te arrojaré en la nave. Allí tendida en el fondo,
podrás gritar cuanto quieras. Ceda mal que te pese tu obstinada locura. ¡Lo
mando!
Coro: ¡Ay, ay de
mí!
[…]
Heraldo: Que
quieras que no, a la nave irás; a la nave, y pronto. Sucumbirás a la fuerza; a
la fuerza de tu señor, que es poderosa; y después de haber recibido miles de ultrajes
de sus manos crueles, tendrás que sufrir su lecho.
Coro: ¡Ay, ay!
¡Ojalá hubieses perecido miserablemente al cruzar la movible selva de los
mares, arrojado por deshecha borrasca contra el arenoso promontorio de
Sarpedón!
Heraldo: Grita,
vocifera, llama a los dioses. No escaparás a la nave egipcia. Grita, clama;
puedes quejarte de tu miseria con más amargura todavía […] Si no venís a la
nave, si no me obedecéis, no me detengo ante vuestros vestidos y los hago jiras[14].
De la lectura de la anterior
cita se puede decir, que la desobediencia civil visibiliza ante los individuos
y la sociedad que el poder político es ilegal, ilegítimo e injusto; su fuente
fundamental se secó, perdió el apoyo de la mayoría. Por esta razón, debe
imponer, por la fuerza la violencia, la represión y la obediencia. Claramente
el heraldo egipcio le dice a las suplicantes cede a tu señor que tiene el poder
de las armas, mediante la fuerza te doblegaré y bajo amenaza de muerte te
llevaré de regreso a Egipto. La desobediencia civil que evoca la libertad y la
imaginación se opone a la fuerza que concentra el poder y la dominación.
En el enfrentamiento de
la libertad contra el poder puede suceder que los débiles consigan logros y
limiten la desmesura de la arbitrariedad del mandato. Un ejemplo está presente
en el hecho histórico de la Carta Magna que otorgó el rey de Inglaterra Juan
sin Tierra a los nobles ingleses el 15 de junio de 1215[15].
En esa carta el rey se comprometió a respetar los derechos de los nobles y
aceptar que ellos fuesen juzgados por sus iguales en materia de confiscación de
bienes, prisión y disposición de su vida. Valga esta cita in extenso
Por los siglos
XII -XIII estaba regido por la sociedad feudal los barones del rey tenían sus
tierras “feudos” (del latín “feudum”). Contrato por el cual los
soberanos y los grandes señores concedían en la edad media tierras o rentas en
usufructo, otorgándose quien las reciba a guardar fidelidad, prestarle servicio
militar y acudir a las asambleas políticas y judiciales que el señor convocaba,
por un juramento de lealtad y obediencia, y con la obligación de proporcionarle
un número fijo de caballeros siempre que éstos se requieran para el servicio en
el ejército.
Esta obligación
tenía una reciprocidad, la del rey de proteger a sus barones pero éste se
degeneró no fue un problema que creó Juan sin tierra sino que le era propio al
sistema, hubo cambios como la conmutación de la obligación en vez de servir
como caballero se pagaba en dinero (éste se destinaba al pago del ejército).
También en tiempos de emergencia y en ocasiones especiales como el matrimonio
de su hija mayor él podía exigir de ellos una leva financiera conocido como un
“aid”( el auxilium)
En caso de que
muriese un barón, el Rey podría exigir un deber de sucesión o “relief” el relevium, si no había
ningún heredero, o si la sucesión fuera disputada, las tierras del barón
podrían comisarse o “Escheated”' a la Corona.
Si el heredero
era menor de edad, el rey podría asumir la curatela de las propiedades, y
disfrutar todas las ganancias hasta que el heredero fuese mayor de edad.
El rey tenía el
derecho, si quisiera, de vender al mejor postor tal curatela. Podía, inclusive,
vender al heredero mismo en matrimonio, por el valor de las propiedades del
heredero.
La extorsión y
abuso en este sistema, si no fue aplicado benignamente, era evidente y había
sido asunto de queja mucho antes que el Rey Juan subiera al trono.
Su impopularidad
aumentó internamente no solo frente a los barones, sino frente al pueblo raso,
por su política fiscal.
Los impuestos
altísimos y las represalias contra los que no pagaban eran crueles, y la
administración de justicia de Juan se volvió considerablemente arbitraria.
En enero de 1215
tras una considerable discusión un grupo de barones exigió una carta de libertades
como un resguardo contra la conducta abusiva del Rey. Los barones redactaron un
documento (Artículos de los
Barones)
que enviaron al monarca para que lo sancionara con el sello real. Cuando Juan
rehusó hacerlo, los nobles se negaron a mantener su fidelidad, se levantaron en
armas contra Juan y marcharon a Londres. Asaltaron y tomaron la ciudad en mayo
del 1215.
El Rey,
comprendiendo que debía llegar a un acuerdo se encontró con sus contrincantes
en Runnymede—prado del Río Támesis— el 10 de junio y se reunieron el 15 de
junio para negociar. El 19 de junio los barones renovaron sus juramentos de
obediencia al Rey[16]
Este acontecimiento es
fundamental, muestra que la obediencia de los nobles mantiene el poder del rey.
Cuando los barones deciden no continuar apoyando las políticas arbitrarias del
rey en contra de sus derechos y libertad, entonces el monarca se da cuenta que
tiene que transigir, no le queda otra alternativa si quiere seguir gozando de
su mandato. Los nobles limitan el poder del rey mediante una carta, un
documento escrito donde el rey acepta la restricción a su potestad y se
compromete a respetar los derechos de los nobles en el ámbito comercial, de
propiedad. Se establece que las diferencias serán solventadas por un tribunal
que debe garantizar la justicia. El rey ya no podrá elegir a los dignatarios de
la iglesia ni imponer impuestos arbitrariamente. Se impone el poder de la ley
porque el rey no puede usar la fuerza contra algún súbdito. El comportamiento
de los nobles estará regulado por la ley del reino y por la sentencia judicial
que dicten sus pares. Ante la arbitrariedad del poder se impone la ley, la
libertad y la justicia para impedir que los abusos continúen.
También hay situaciones
en que la represión es tan sanguinaria que el tirano se mantiene en el poder, y
tiempo después actúa el derecho. Es el caso del General Efraín Ríos Montt,
golpista, que gobernó en Guatemala desde marzo de 1982 hasta agosto de 1983.Montt
enfrenta un juicio en su contra por genocidio, en el tiempo de su mandato en
los años de 1982-1983, hizo un uso ilimitado de la fuerza al dirigir ataques
directos contra la población civil. Es decir, el Ejército bajo sus órdenes
cometió masacres contra la población civil desarmada. A continuación algunos
testimonios de lo sucedido en esa época:
Mi padre tenía 82 años en el momento de ser asesinado.
Lo encontré tirado en una casa vecina. “Su cuerpo estaba cubierto de sangre”,
contó Diego Velázquez, quien a preguntas de la juez precisó que el asesinato
ocurrió el 20 de julio de 1982. No pudo precisar si había sido víctima de las
balas de los soldados, o había muerto a machetazos. “Solo recuerdo que estaba
cubierto de sangre”, dijo a través de un intérprete.
Juan López Mateo, sobreviviente de una matanza en una
aldea de Nebaj (departamento de Quiché, al norte del país), perdió a su familia
el 2 de septiembre de 1982. Salvó la vida porque había salido muy temprano a
trabajar la milpa (sembradío de maíz). “Cuando volvía a la aldea escuché el
llanto de un niño pequeño, lo que me alertó de que algo malo estaba
ocurriendo”, narró. Conforme se acercaba al poblado, “escuché disparos. Eran
como las diez de la mañana”, dijo. Logró llegar a su vivienda a eso de las tres
de la tarde, cuando los soldados ya se habían marchado. “En mi casa encontré
los cadáveres de mi mujer y de mis hijos, de cinco y dos años”, contó con la
voz entrecortada. Preguntado por si había visto a más personas asesinadas, se
limitó a responder que “eran muchas”, pero que después de 31 años no podía
arriesgar una cifra. Sí recordó que uno de sus niños había sido asfixiado con
un lazo y el otro tenía la cabeza destrozada a golpes. Los soldados también
quemaron la casa y destruyeron todos sus bienes. “Fue el Ejército”, expresó sin
sombra de duda.
Otro de los testimonios, Pedro Álvarez Brito, contó
ante el tribunal que los militares asesinaron a toda su familia. “El Ejército
rodeó la casa”. Su hermana, “recién parida con el bebé”, otro de sus hermanos
pequeños y él mismo lograron refugiarse en un temascal (baño maya de vapor),
desde donde vieron cómo la totalidad de los habitantes de la aldea fueron
introducidos, a la fuerza, en una casa.
“Uno de los soldados”, añadió, “empezó a apropiarse de
las gallinas y pollos de la familia” dueña de la casa. Recuerda que las aves
eran 60, el mayor patrimonio doméstico. “Por mala suerte, una de las gallinas,
que no se dejaba capturar, se metió en el temascal”, lo que hizo que él y sus
hermanos fueran descubiertos y conducidos, también a la fuerza, a la vivienda.
“Luego quemaron la casa”, contó Brito. El relato de otros supervivientes abundó
en esa imagen: que los soldados rociaron de gasolina las viviendas y les
prendieron fuego para quemar a la gente viva.
“No sé cómo lo hice, pero logré escapar entre las
llamas y me refugié bajo un árbol. Así estuve, escondido como un animal
acorralado, por ocho días, sin comer ni beber. Desnudo y sin abrigo”. Como los
militares habían asesinado a sus padres y sus hermanos mayores, quedó solo.
“Ahora solo pido justicia, para que mis hijos no sufran una experiencia
semejante”, concluyó.
Particularmente crueles resultaron los testimonios
acerca de ataques perpetrados desde helicópteros. “Disparaban contra todo lo
que se movía. Así murieron indiscriminadamente niños, mujeres y ancianos”,
narró una mujer septuagenaria.
En Villa Hortensia de San Juan Cotzal (Quiché), “el 10
de septiembre de 1982 ingresaron los militares. Se llevaron a todos los
pobladores y quemaron las casas. Mi padre, Nicolás Gómez, fue de los que
murieron ese día”, relató Inés Gómez. En la misma incursión, el Ejército mató a
toda la familia de otro de los supervivientes: “Cuando llegué a mi casa,
encontré a mis suegros y a mis tres hijos muertos. También mataron las cuatro
vacas que tenía”.
Pedro Meléndez tenía diez años en 1982, cuando
presenció el asesinato de su padre y tío. “Mi papá —dijo en el tribunal— murió
baleado. A mi tío le cortaron el cuello con un machete”. El drama no terminó
entonces. Los sobrevivientes buscaron refugio en las montañas, donde vio morir
de hambre a sus hermanos, de cinco, tres y un año de edad.
Las denuncias se repiten y todas coinciden en
describir un mismo patrón en el ataque. Solo cambian el lugar y la fecha. “Creo
que el Ejército, que nos vigilaba, aprovechaba que los hombres salíamos a
nuestras labores agrícolas para entrar a la aldea, violar y matar a las
mujeres”, dijo Juan López Matón, quien puntualizó que muchos de quienes
lograron refugiarse en las montañas murieron de hambre, “pues los soldados
quemaban las cosechas[17]
Efraín Ríos Montt se encuentra ante la ley y la justicia para asumir las
consecuencias de sus actuaciones criminales. A continuación el caso de este
dictador:
“El general
guatemalteco no tiene escapatoria jurídica, ya que el Derecho Internacional
impone al jefe militar la obligación ineludible de impedir, denunciar o
sancionar las acciones criminales de sus subordinados
Finalmente ocurre lo que durante décadas pareció
imposible en un país como Guatemala. Uno de los máximos criminales
latinoamericanos —el general Efraín Ríos Montt, cuyas sanguinarias actuaciones
le valieron el apelativo de Ríos
de Sangre Montt— se sienta finalmente ante sus jueces, aunque todavía goza
del escandaloso privilegio del arresto domiciliario. Y aunque todavía las
presiones y las amenazas forman parte del precio a pagar por el intento de
hacer justicia en aquella sociedad, una de las más desiguales, injustas y
desgarradas de América.
Sin embargo, dentro de esa sociedad todavía
atemorizada existen algunos jueces y juezas, fiscales, abogados y testigos,
capaces de afrontar juicios como éste, a pesar de esas amenazas y esas
presiones que invariablemente pesan sobre ellos. Esto ha permitido conseguir ya
algunas sentencias de gran importancia y significación. Pero esta es la primera
vez que se consigue sentar en el banquillo a un hombre que lo fue todo en
Guatemala: presidente de una junta militar golpista, presidente de la
República, y como tal, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, después
presidente del Congreso, líder de una potente secta religiosa, la llamada Iglesia
del Verbo, e incluso embajador de su país en Madrid en 1974-1977. Y, hasta hace
un año, diputado por su partido, lo que le otorgaba inmunidad ante la justicia.
Inmunidad que ha finalizado ya, al perder hace un año su condición de
parlamentario.
Pero, por encima de todo, Ríos Montt es el general que
mandaba aquellas tropas que masacraron a las comunidades mayas y quemaron
tantas veces a personas vivas, despedazaron cuerpos, amputaron miembros,
cortaron lenguas y orejas, formaron largas filas para violar a mujeres mayas
antes de matarlas, degollaron a bebés, arrancaron fetos a las mujeres
gestantes, entre otra larga serie de delitos inconcebibles, pero absolutamente
documentados. Ahí están los 12 incontestables tomos del informe de la Comisión
de Esclarecimiento Histórico de la ONU, a la que tuvimos el honor de pertenecer
(informe entregado al entonces secretario general, Kofi Annan, el 25 de febrero
de 1999).
El ver hoy al jefe supremo de quienes cometieron tales
actos bajo su mando, vestido ahora de civil, sentado ante los jueces y
fiscales, y sobre todo, ante las familias de quienes fueron mutilados,
violados, torturados hasta la muerte en las formas más crueles imaginables, y
atropellados en todos los grados posibles de la criminalidad más inhumana, esa
comparecencia del genocida ante la justicia, esa simple imagen actual, nos hace
sentirnos partícipes de una humanidad algo más digna, menos canallesca, más
solidaria y algo menos podrida de lo habitual.
A todas aquellas acciones repulsivas, a todo aquel
conjunto de crímenes ignominiosos, a todas aquellas torturas y mutilaciones, a
todo aquel horror, sus autores lo llamaban “salvar a Guatemala del comunismo”.
Y aun hoy, ellos y sus defensores lo siguen llamando así en sus pancartas y
proclamas. Concretamente, el golpista Ríos Montt gobernó a partir de marzo de
1982 hasta agosto de 1983, periodo en el que se concentraron las peores
masacres, calificadas técnicamente como genocidio por el ya citado informe de
la ONU en 1999. El general reconoce que hubo desmanes. Pero ¿a qué llama
desmanes? La respuesta viene dada, en términos exhaustivos, por dos documentos
de abrumadora dimensión y terrible contenido, sobre unos hechos tan atroces que
resultarían imposibles de creer si no fuera por la masiva avalancha de testimonios
registrados.
Empezando por el segundo (cronológicamente) de esos
dos documentos, el ya citado informe de la Comisión de Esclarecimiento
Histórico (CEH) de la ONU sobre Guatemala (más conocida como Comisión de la
Verdad), con sus miles de páginas de horrores, constituye una pavorosa
recopilación de testimonios escalofriantes sobre lo que fue aquella represión
militar.
Y el otro documento, primero en el tiempo, admirable
por su carácter pionero y su valor testimonial, fue el desolador Informe Remhi
(Recuperación de la Memoria Histórica) de la Oficina de Derechos Humanos del
Arzobispado de Guatemala, con sus cuatro tomos y sus 1.500 páginas, presentado
el 24 de abril de 1998, informe que costó la vida a quien lo dirigió, el obispo
Juan Gerardi, asesinado dos días después. Ambos informes detallan las
indescriptibles aberraciones cometidas contra las comunidades mayas, y superan
todo lo conocido en las numerosas dictaduras militares latinoamericanas del
siglo XX. He aquí la cínica explicación del general Ríos de Sangre: “Durante mi
Gobierno el Ejército cumplió órdenes, pero cuando no se dieron órdenes se
cometieron desmanes”, confiesa. Y, pretendiendo cubrirse, añade: “Yo nunca
estuve enterado”. Intolerable postura en un jefe militar del último cuarto del
siglo XX. Con esas pocas frases, el general aniquila de forma demoledora los
preceptos básicos de la moral militar actual. Postura hoy insostenible bajo los
criterios morales y jurídicos actualmente imperantes, y, más aún, bajo los
modernos conceptos del mando vigentes en la actualidad. ¿Qué significa eso de
“cuando no se dieron órdenes”? Intolerable argumento, pues él, como comandante
en jefe, estaba inexcusablemente obligado a darlas y hacerlas cumplir.
La hoy llamada doctrina
Yamashita (internacionalmente vigente desde la II Guerra Mundial y hoy
asumida por los distintos tribunales internacionales, incluido el TPI de La
Haya) obliga a rechazar esa grotesca alegación. El nombre citado procede del
general japonés Tomuyuki Yamashita, que mandaba las tropas de ocupación de las
islas Filipinas entre 1942 y 1945, tropas que cometieron numerosos crímenes
contra los prisioneros de guerra y contra la población civil del archipiélago.
Al producirse la derrota de Japón, el general Yamashita fue capturado y
juzgado. Su alegación en 1946 fue exactamente la misma invocada por Ríos Montt
seis décadas después (2006): que él no había ordenado las tropelías imputadas a
sus tropas, y que si estas las cometieron lo hicieron por su cuenta, sin su
conocimiento, y no bajo sus órdenes. Extravagante alegación que no le valió al
general japonés, pues fue condenado a muerte y ejecutado como responsable de
todos los crímenes que tuvo la obligación de impedir y no impidió. Desde
entonces, el derecho internacional impone al jefe militar la obligación
ineludible de impedir, denunciar o sancionar las acciones u omisiones de
carácter criminal que sean imputables a sus subordinados, so pena de incurrir
él mismo en responsabilidad criminal.
Este concepto se halla hoy sólidamente establecido por
los preceptos siguientes: artículo 86 del Protocolo I de 1977, adicional a los
cuatro convenios de Ginebra de 1949; artículo 7 del Estatuto del Tribunal Penal
Internacional para la antigua Yugoslavia; y artículo 28 del Estatuto de Roma
para el Tribunal Penal Internacional de La Haya, de 1998. Estos preceptos
significan —tal como subraya el profesor Hernando Valencia Villa— que “la doctrina Yamashita tiene ya la condición de precepto de iuscogens o derecho internacional
general de carácter obligatorio”.
A la luz del derecho internacional bélico y de la
moral militar actual, no existe escapatoria jurídica ni moral para el general
Ríos Montt. O él mismo ordenó las atrocidades del genocidio contra la población
maya, o bien las permitió sistemáticamente, en cuyo caso la responsabilidad le
alcanza de lleno, por criminal omisión. Enviamos nuestro ánimo y apoyo a
aquellas heroicas personas que defienden los derechos humanos y la justicia en
un lugar tan difícil como aquel: a las admirables juezas Yasmín Barrios y Patricia
Bustamante, junto con el juez Pablo Xitumul, como miembros del tribunal; a la
fiscal general Claudia Paz y Paz; al juez de lo penal Miguel Ángel Gálvez; al
fiscal del caso, Orlando López; a los abogados y testigos: a todos aquellos
hombres y mujeres que bajo permanentes coacciones y amenazas, van a continuar
actuando como lo que son: unos ejemplares defensores de los derechos humanos,
de la justicia y de la ley. Y de la dignidad humana de los más débiles, allí
donde esta se vio pisoteada de la forma más cruel”.
El problema continúa vigente: ¿Por qué la mayoría permite que los
autócratas permanezcan en el poder?, ¿Por qué la mayoría apoya, coopera y
colabora con la injusticia? Estamos en el año 2015 y estas situaciones todavía
ocurren. Entonces, ¿Qué estamos haciendo?, ¿Por qué nos empeñamos en que el
sentido de la vida consista en lo absurdo, destructivo e irracional?, ¿Cómo aún
se puede aceptar y ver normal que se instituyan las fuerzas armadas para que
ataquen a la población?, ¿Por qué se le tiene miedo a emprender el ejercicio de
la libertad?, ¿Por qué tanto temor para decir NO al poder represivo?
[1]Maquiavelo, N., El Príncipe.
Madrid, Alianza Editorial, 2a ed., 1982, p. 63. Maquiavelo no hace
referencia al Estado, tampoco al Príncipe. Los grandes constituyen una clase de
ciudadanos que son los poderosos. Esta aclaratoria me la hizo la Prof. Carolina
Guerrero (Comunicación personal, 11-02-2015)
[2]Guerrero, C., “De la sociedad, del Estado: latitudes del
poder en la insurgencia democrática”, en Documentos
de trabajo N° 1. Caracas, Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos
Rómulo Gallegos, 2014, p. 5.
[3]Cf. Clastres, P., La sociedad contra el Estado. Caracas, Monte Ávila Editores, C.A.,
1a ed., 1978.
[4]“…el poder político […] constituye una necesidad
inherente a la vida social. Puede pensarse lo político sin la violencia, no
puede pensarse lo social sin lo político […] no hay sociedad sin poder…”. Ibíd., p. 21.
[5]Ibíd., pp. 15 y 16.
[6]“…el poder es por esencia coerción; […] la actividad unificadora de la
función política se ejercería, no a partir de la estructura de la sociedad y en
conformidad con ella, sino a partir de un más allá incontrolable y en contra de
ella; que el poder en su naturaleza no es más que la coartada furtiva de la
naturaleza en su poder…”. Ibíd., pp.
41 y 42.
[7]“…Aunque haya siempre en todos los grupos cierta
tendencia por parte del más fuerte a atacar al más débil, sirve de freno, no
obstante, la conciencia de los males resultantes de una conducta agresiva…”. Spencer, H., El individuo contra…,
op. cit., 1984, p. 136.
[8]“…El amor al poder, el amor propio, la
injusticia, la deslealtad que frecuentemente […] engendran males mucho mayores
y menos fáciles de remediar allí donde sus efectos se acumulan de generación en
generación, porque la organización administrativa, vasta, complicada y provista
de toda clase de recursos, una vez desenvuelta y consolidada, es irresistible
necesariamente […] La resurrección del despotismo sería la consecuencia final”.
Ibíd., p. 65.
[9]Ibíd., p. 55.
[10] Tolstoi, L., El reino de Dios está dentro de vosotros. Recuperado de: https://hesiquia.files.wordpress.com/2010/09/el_reino_de_dios_esta_en_vosot.pdf.
2009. Consultado: 03-01-2015,
pp. 84 y 85.
[11]Spencer, H., El individuo contra…,
op. cit., p.94.
[12]Ibíd., p. 148.
[13]Esquilo. “Las Suplicantes”, en Obras completas. Buenos Aires, Librería
El Ateneo Editorial, 3a ed., 1957, pp. 157-193.
[14]Ibíd., pp. 185 y 186.
[15]Agradezco al Prof. Jesús Ojeda por facilitarme
esta información. (Comunicación personal. noviembre 2014).
[16] “Juan Sin
Tierra. Carta Magna. Primer texto
constitucional de Inglaterra, que dotó de ciertos derechos a la nobleza”.
Recuperado de:http://hum.unne.edu.ar/academica/departamentos/historia/catedras/hist_medi/documentos/occidente/carmagna.pdf. Consultado 03-11-2014.
[17]Elías, J., “El ejército esperaba que nos fuéramos al campo para
violar y matar a las mujeres”, Juicio por genocidio en Guatemala. El país.
Publicado: 21 de marzo de 2013. Recuperado de: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/03/21/actualidad/1363892767_535883.html. Consultado: 10-01-2015.
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