La poética de la lectura (I)
Una aproximación a la Obra de Jorge Luis Borges
David De los Reyes
Escalera al Cielo Vegetal. DDLR2021. Redes Sociales Vegetales
A treinta años de la desaparición de Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899-Ginebra, 14 de junio de 1986), queremos recordarlo en este espacio mediático con algunas reflexiones en torno a su obra y a su persistente y personal poética de
la lectura como instrumento de creación.
Nuestro blog, durante varios meses, estaremos publicando, de forma sucesiva, distintas
entregas de este ensayo, el cual es un intento para motivar en nuestros lectores una aproximación a una de
las obras literarias más representativas y originales del siglo XX.
I
Borges, en uno de sus primeros libros de ensayos, Discusión (1932), escribió que el arte
siempre opta por lo individual, lo concreto. Que el arte no es platónico. Que
si bien es una afirmación con la que todo artista puede estar de acuerdo,
hallamos que Borges optará muchas de las veces por imágenes basadas en una
concepción platónica, arquetípica, para ser desarrolladas dentro de sus
narraciones, sus poesías y hasta en sus ensayos. Guillermo Sucre, poeta y
crítico estudioso venezolano de la obra borgeana, afirma que para Borges
escribir será copiar un modelo, un arquetipo, aunque la copia sea imposible. Tal imposibilidad resulta irónica, conduce a la derrota del autor
como a su fatal originalidad, (Sucre, 1975.p.169). Por otra parte, el arte es
individual, cada uno tiene por deber dar
con su propia voz, de ahí que lo individual está presente en toda expresión e
idea del arte. Pero ello pasa por saber qué es lo que no-es platónico. Dar con
la propia voz es encontrar en esa experiencia de búsqueda interior del saber quiénes somos, lo cual resulta
inagotable para Borges: el arte da la posibilidad de revelar nuestro propio rostro; en su caso llegará a
una negación de la identidad del yo, del autor, de la despersonalización de la
obra, tomando rasgos míticos. En sus trabajos prescindió de hacer énfasis en su
individualidad, para que aparezca su obra, que es la metáfora de otra obra
(ídem).
El filósofo hispano-venezolano Juan Nuño,
barroco analítico de la filosofía, advierte que el platonismo de Borges resulta
extraño. Extraño por dos posiciones filosóficas que coinciden en Borges: Suerte
de platonismo a medias, como si Borges prefiriera quedarse con la destrucción
del mundo sensible y apenas evocara, y no siempre, la plenitud del reino de las
Ideas: “sólo del otro lado del ocaso,
verás los Arquetipos y Esplendores”. Esa condena de lo material caza bien
con su confusa adscripción al idealismo berkeyano: el mundo no deja de ser una
maraña de percepciones instantáneas, el dominio platónico de la despreciadora doxa, que apenas sirve para reafirmar la
condición mental de nuestra relación con
él, (Nuño, 1986.p.138).
Platonismo hay en Borges por argumentar sus
narraciones con ideas arquetípicas, arte individual, por ese llamado “idealismo berkeyano”: lo individual
contingente de la percepción del mundo como mero suceder de estados mentales;
actitud reductora a un solipsismo: reducción del mundo a contenidos de
conciencia, todo lo que existe es mi solus
ipse. Pero Nuño, en su ensayo de anatomía filosófica borgeana sólo llega a
observar uno de sus lados como ¿buen o mal filósofo? Por el avenamiento de su
ilustrada razón: se olvida, completamente, de la poética de la lectura en Borges, para quien le importaron tanto las
ideas religiosas como filosóficas, no por la razón o verdad que pudiesen
contener sino por la riqueza estética y la emoción placentera que pudieran
proporcionar. Así llega a afirmar que tanto en el terreno filosófico como en el
de la literatura, un país como Alemania posee una literatura fantástica, -mejor
dicho, sólo posee una literatura fantástica.
En el epílogo Otras
Inquisiciones, (OC,775) está su afirmación: dos tendencias ha descubierto,
al corregir las pruebas, en los misceláneos trabajos de ese volumen: Una, a
estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aun por lo
que encierran de singular y maravilloso. Esto es, quizá indicio de un
escepticismo esencial, nos dice. Otra, a presuponer (y a verificar) que el
número de fábulas o de metáforas que es capaz la imaginación de los hombres es
limitado, pero que esas contadas invenciones pueden ser todo para todos, como
el Apóstol. Escepticismo estético; duda de la imaginación ante nuevas
posibilidades de inventar metáforas. Religión y
Filosofía no por la verdad que encierren sus ideas sino por lo
fantástico de sus metáforas; no la verdad sino la verosimilitud. Ambas aducen
artes en las que no hay ni justicia ni injusticia. Y los poetas no componen sus poemas
con vistas a la verdad, sino al placer de los hombres,
(Dialexeis,3,17). En Borges resultará, a la vez, que la identidad del autor se
muestre entre la paradoja y la
ambigüedad. Si bien busca en la lectura lo lúdico, en su obra hay una constante
intrínseca a modo de bajo continuo, y ello es el de un intento sistemático de
arruinar la superstición del yo. Nos lo señala Sucre y Nuño al referirse a su
idealismo berkeyano. En relación a ello las palabras de Borges son conclusivas,
el yo no existe, se le puede superponer sólo como una ilusión o como una
necesidad lógica con que pretendemos oponernos a la sucesión temporal. Una de
las obsesiones del argentino radica en ello, negar la existencia de un yo
coherente, continuo, dominante, al que remita la creación de su obra. Es preciso que el poeta hable lo menos
posible de sí mismo..., (Aristóteles, Poet.1460 a 7). Para Borges el yo sólo
puede ser diverso, múltiple; gracias a ello se podemos arrojarnos a “un breve absoluto” dentro de una
realidad más profunda. Guillermo Sucre encuentra explicación a esto diciéndonos
que Borges, - tomando las propias palabras del poeta argentino -, se esfuerza
en querer expresarse y querer expresar la vida, son una sola cosa y la misma.
Justifica la existencia en tanto expresión sentida y recreada en la obra. Y por
otra parte, el yo borgeano encuentra su esvarada identidad no en el recuerdo de
lo vivido (vida y muerte le han faltado a mi vida) sino en la memoria de lo
leído, a los libros que siempre ha retornado una y otra vez, (Sucre,idem.164).
Dicho esto tenemos que hacer una aclaración, que a
la vez puede comprenderse como el origen
de este ensayo. El hecho es el siguiente: la publicación para 1938 por Paul
Valéry de su ensayo titulado Introduction
à la poétique. En él están contenidas ciertas apreciaciones que serán
firmemente mantenidas por Borges y señaladas por Blanchot, Genette y Monegal en
sus ensayos críticos sobre la obra del argentino. En sus páginas Valéry arguye
que se debería hacer una Historia de la Literatura sin hacer referencia e
intervención de la biografía (al yo) del autor. De Hegel es tomada tal idea,
pues es lo que hizo por su parte con la filosofía un siglo antes, sobre todo en su Fenomenología del Espíritu; el desarrollo de la filosofía no se deberá a la particularidad existencial
de uno u otro filósofo sino al despliegue del concepto filosófico que habita en
determinada época en ciertas conciencias y que llegan a comprender el desarrollo
de la libertad dentro de la historia de la humanidad, la cual no es sino la
obra de Dios en tanto espíritu realizado como objetividad del mundo humano.
Valéry parte de ello, pero aplicado a tejer una poética en el transcurso y desarrollo de la historia
de la literatura. Da el ejemplo del Libro
de Job o del Cantar de los Cantares,
obras que el autor mantiene en el anonimato, pero que siguen leyéndose como
importantes obras de la literatura universal. Esto explica, en parte, esa
concepción borgeana de negar continuamente que la obra pertenezca a un yo.
El escritor anglo-francés George Steiner (1989) se
ha referido igualmente a ello. Argumenta que la literatura como de toda frase
hablada o compuesta, en cualquier idioma inteligible no es, en el sentido
riguroso del concepto, original. Es apenas una frase más dentro del repertorio
formalmente ilimitado de posibilidades transformacionales dentro de una
gramática reglamentada. El poema, la pieza de teatro o la novela son,
considerados en forma estricta, anónimos (ídem p.15). Este autor siente y
comprende que no es necesario saber el nombre del poeta para leer el poema. El
yo no es sino una especie de nube de Magallanes
de energías interactuantes y cambiantes, de introspecciones parciales...
Steiner nos refiere un adagio: “no
confíes en el narrador sino en el cuento”. Dicho esto, la historia de la
literatura, para Valéry, - o la obra literaria para Steiner -, como también
para Borges posiblemente, pudiera ser la historia del Espíritu humano como
productor y consumidor de literatura. Pero, además de esto, encontramos que el
escritor francés afirma que las obras del espíritu sólo existen en acto y que
ese acto presupone un lector o un espectador. Borges comenta ese texto en sus
reseñas semanales que publicaba en la revista argentina El Hogar del 10 de Junio de 1938(TC.p.241/242), diciéndonos de
Valéry que reduce la literatura a dos posibilidades: la primera a entenderla
como las combinaciones que permite un vocabulario determinado y la segunda es
que el efecto de esas combinaciones varían según cada nuevo lector. La primera
establece un número elevado pero finito de obras posibles. La segunda admite
que el tiempo y sus incomprensiones y distracciones colaboran con el poeta
muerto. Respecto a lo anterior lo que nos planteamos es que nuestra exposición de la poética de la lectura borgeana tendrá
mucha similitud con lo planteado en la Introduction
à la poétique de Valéry. Para Borges la obra literaria pertenece más al
presente o futuro lector que al escritor que la crea. De Valéry dijo que su
breve Soiree avec Monsieur Teste era,
quizás, la invención más extraordinaria de las letras de su tiempo -Valéry será
retomado nuevamente más adelante.
Por otra parte no podemos dejar de señalar nuestra
deuda con el crítico uruguayo Rodríguez Monegal para desarrollar las páginas
que siguen. Monegal afirmó que a partir de 1928 Borges no va a negar el tiempo
únicamente, sino también, al espacio, disolviendo en la nada el mundo exterior
y llegando a anular la identidad del yo. Y esto es de suma importancia. ¿Por qué?
Pues al anular el yo niega la posibilidad de comunión.
Borges negará el yo, no como los orientales, para
lograr la unión de los contrarios, la unión íntima con el otro. Monegal
advierte que a lo largo de su obra hay internamente un leit motiv que remite a la personalidad del escritor
implícitamente. Este lema es el de Nadie
es alguien. Tal negación, al colocarlo frente a la literatura le permite
destruir el concepto de creación. Si Borges retoma la frase de Schopenhauer:”Todos los hombres que repiten una línea de
Shakespeare son Shakespeare”, lo hace con el fin de no ensalzar la obra del
maestro isabelino, sino para eliminar toda pretensión de paternidad literaria
que aquel pueda tener. Invierte, prácticamente, el sentido de lo que
comprendemos por creación. Borges está más del lado del lector que del mismo
escritor de la obra; la obra, si realmente existe, existe por aquel primer
agente. Las consecuencias de esta teoría van más allá, de todas maneras, de la
mera negación del autor. Se remiten a lo que hemos llamado una “Poética
de la lectura”, más que a una poética de la escritura. Borges, como refiere
Monegal, invierte los términos del debate literario: en vez de apoyar todo el
énfasis de la creación original de la obra lo hace en la creación posterior y siempre
renovada del lector. Las consecuencias de esta inversión son alucinantes,
(Monegal,1976.p.36). Tal estética de la lectura, no es señalada, está presente
desde sus primeros libros, pero se hace enfático en su cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”. El
arte de escribir para Borges, finalmente, es inseparable del arte de leer. De
la calidad de éste serán encontradas las posibilidades fundacionales de la
escritura. Foucault se ha inspirado en un texto del ensayo El Idioma analítico de John Wilkins de Borges para componer su obra
“Las Palabras y las Cosas”. Al
referirse al argentino nos dice que pone en cuestionamiento a toda la
literatura y a la misma escritura, a la gramática, a la sintaxis y al lenguaje.
Para el francés la obra de Borges apunta a una total destrucción de la
literatura y, a su vez, paradójicamente, instaura una nueva literatura; ”una literatura que se vuelve sobre sí misma
para recrear, de sus propias cenizas una nueva manera de escribir; un fénix,
ay, no demasiado frecuente”. (Foucault 1968.p.1/10).
Coleridge
ha señalado que sabemos si un hombre es un poeta por el hecho de hacer con su
obra de nosotros poetas. Sabemos que expresa sus emociones por el hecho de darnos la oportunidad de
expresar y sentir las nuestras. Así, entendiendo la obra borgeana, comprendemos
que, si él tuvo el don de poder expresar sus emociones, hace del lector (y de
él como “lector”), capaz de ser tan
artista como el escritor; eso, en realidad, era lo que perseguía con la
lectura: una poética, una catarsis lingüística atravesando nuestra identidad
emocional con la metáfora literaria. En esa relación pensamos que está uno de
los hitos, si no capital, sí importante para comprender la creación de su obra
literaria, el arte de la lectura transubstanciado en arte poético y literario.
Borges lo
ha dicho, él ha tenido la continua experiencia, en sus narraciones, de si podía
escuchar cómo hablaba un personaje que
llegaba de pronto a su imaginación, en el momento de la creación, sabía
realmente cómo era. Descubrir una entonación, una sintaxis oral peculiar es
encontrarnos un destino. Un hombre nos descubre su fin vital por el medio de la
voz, de la entonación. Conocer su entonación vocal individual es dar la
definición, la acción y el destino que lo determina en el mundo.
Borges también nos sabe combatir nuestra vanidad,
pues como Kipling, nos advierte que la
verdadera esencia de la obra de un escritor muchas veces suele ser ignorado por
éste. La fuerza de romper el silencio, y dar batallas con la carga pesada del
lenguaje a lo invisible, deja como balance un destino, un lugar imaginario, un
espacio literario que de pronto no sabemos de dónde surgió pero que existe. La
obra nos orienta, pero su esencia, su complejidad y conocimiento del fin y
significado último queda cerrado para su autor y abierto, en el caso de la
literatura, para quien la ejecuta al entrenar sus ojos entre las letras y el
blanco raso del papel. Al igual que sus personajes, Borges sabe que sólo es
necesario un sólo instante, “un breve
absoluto”, para definir su vida, a la vida; momento en que el hombre se
encuentra para siempre consigo mismo, como una nada sumergida dentro de una
voluntad que la niega y a su vez la realiza. Ello lo muestra al referirse al
escritor inglés Eden Phillpotts: A los catorce
años atravesó por primera vez el páramo de Dartmoor, que es una pampa nebulosa
y hambrienta en el centro de Devonshire. Misterios del proceso poético; esa
caminata de 1876 –ocho rendidas leguas- determinó casi toda su obra ulterior,
cuyo primer volumen, Hijos de la Niebla, data de 1897, (TC,p.112). Borges
sabe, a diferencia de las novelas contemporáneas que requieren una centena de
páginas para definir y darnos a conocer un personaje, cuyo tema fundamental en todo novelista es
presentarnos la desintegración de un carácter, contrapone su juicio a esta tendencia literaria al referirse a Dante. Al poeta florentino le basta un
momento para que cualquier vida, y las de un personaje ficticio (o real), se
definan para siempre. Dante buscó inconscientemente presentar un momento como
cifra de una vida; Borges busca ese instante, en sus ensayos, en sus poemas o
sus narraciones. Busca el momento que, si bien no será el último, será uno por
el cual se defina buena parte de su esencia, al comprender que es mayor la
satisfacción que siente uno al escribir y no el mérito de lo que se escribe.
Carlyle sentenció que toda obra humana es deleznable, pero la ejecución de
cualquier obra es importante e irrepetible. Borges opinaba en forma semejante:
una vez hecho algo no puede valer mucho,
es una obra humana con todas las imperfecciones de lo humano, pero el hecho de
ejecutarla sí es interesante.
Vivió la
literatura como un hecho y no como una
serie de hechos. Así comprendió que si la realidad procede por hechos indetenibles
e insoslayables y no por razonamientos, la definición de un personaje, o de una
vida, o de un destino, ocurre dentro de un instante que, al mirarlo luego,
retrospectivamente, es un evento que lo llega a determinar para siempre. En
Borges más que presentarnos la realidad procediendo por determinadas razones,
la encontramos y la comprendemos por los hechos que la llenan, mostrando sus
contornos. Y sin olvidarnos que, como
advierte el budismo, y así lo acepta muchas veces el ambiguo Borges, el mundo
es eterno fluido ilusorio. Pero afirma, por la propia experiencia del arte y de
la muerte que vive en cada instante de forma insoslayable, que es algo real. El
arte constituye su yo, y éste, como
prolongación expresión artística original, lo constituye y lo hace posible. El
arte no como espejo de la realidad sino como algo que añade realidades creadas
a la realidad.
En la obra de Borges la literatura se asemeja a un
pergamino antiguo. Debajo de ella, es decir, bajo la escritura, siempre se
encontrarán vestigios de otra anterior. Borges nos sugiere un concepto de
literatura como palimpsesto: un texto literario siempre deberá estar basado en
otro texto, que a su vez se basa en otro texto anterior, y así hasta el
infinito si es posible.
El
escritor no puede atravesar sus propios límites del conocimiento que tiene del
hombre y no podrá crear personajes superiores a él; de un escritor sólo podemos
esperar criaturas tan lúcidas o nobles como lo ha sido el escritor en sus
mejores momentos. El arte es como un
espejo/ Que nos revela nuestra propia casa. Aristóteles: Del arte proceden las cosas cuya forma está
en el alma. (Met.1032b 1). Todo personaje literario es de alguna manera el
literato .que lo creó e ideó. Esta afirmación se ha repetido muchas veces en los personajes de Shakespeare y Bernard Shaw; son las palabras que argumentan
que Macbeth no es sino la tragedia del
hombre de letras moderno, como asesino y cliente de brujas. Borges al igual que
Milton, Coleridge y De Quincey, comprendió, desde un principio, que su vida se
erigía en y por la literatura. Como aquellos otros escritores nombrados, sabía,
desde antes de escribir una sola línea, que su destino sería las letras, un
destino tomado por la literatura. Si su vida pasó, como todo humano, por buenas o malas vivencias, el fin de todo
ello era verterlo en palabras, sobre todo las cosas malas, ya que la felicidad
no necesita ser transmutada; la felicidad es su propio fin, (7N.154). Aus meinem grossen Scgemerzen mach’ich die
kleinen Lieder, (“De mis grandes
dolores hago mis pequeños cantos”),
en palabras de Heine. El ser escritor es algo consustancial a su propia vida;
semejante a la necesidad de respirar. La tarea de ser poeta o escritor no tiene
un determinado horario. Todo poeta, si lo es realmente, lo es en todo momento;
continuamente puede ser asaltado por el evento poético. Tomar todo lo que nos
da la vida como instrumento y material expresado en cada una de las
manifestaciones del arte en que se ha
elegido habitar.
Borges así lo hizo con su ceguera. Más que una
desdicha, tal estado puede (y para él pudo) ser un instrumento para ampliar los
mundos de su invención literaria. Sin su ceguera, prácticamente no hubiera
conocido el idioma anglosajón ni toda una buena cantidad de literatura inglesa antigua.
Así, para él, todo escritor y todo hombre debe pensar que cuanto le ocurra debe ser tomado como un
instrumento; todas las cosas están dadas a él para un fin y ello debe ser
siempre una constante para todo artista. Todo lo que le pasa, incluso las
humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como
arcilla, como material para su arte; tiene que aprovecharlo, (ídem, 159). Aus meinen grossen Schmerzen mach’ich die
kleinen Lieder. Borges se ha
referido en su poemario Museo cuál es el alimento de los héroes y de los
poetas: La humillación, la desdicha, la discordia y grandes dosis de angustia: “mis instrumentos de trabajo son la
humillación y la angustia”. Ello nos es dado para ser transmutado,
¿traducido?, para intentar hacer de las miserables circunstancias que rodean a
nuestras vidas y que han confluido dentro de ella en cosas eternas o que
aspiren a serlo si pueden entre los surcos en la arena del tiempo. Y en ese
desvelo e inquietud el escritor crea su materia, sus elementos precursores. El
trabajo del escritor, su obra más que nada, modifica nuestra concepción del
pasado, como modificará al futuro. Para el escritor su experiencia, su
humillación y desdicha es una catapulta que sirve para rememorar el pasado y
transmutarlo, traducirlo, transubstanciarlo todo en un intento de crear una
imagen, una metáfora del significado de la vida y de las posibilidades de la
imaginación.
No debe extrañar que Borges describa el dolor como
un milagro implacable, cosa que ningún pagano hubiera sostenido jamás. El dolor
como el momento en que se nos revela la resistencia de lo real junto a nuestra
propia realidad en tanto existencia. Sin olvidar y agregar lo dicho por el
enfermizo Stevenson, para quien, además del dolor, el encanto es una de las cualidades
esenciales que debe tener el escritor. Sin el encanto lo demás es inútil. Y
Borges, no hace falta decirlo, lo posee en grado suficiente. Sabemos que
encontró la verdad de su vida dentro de la literatura, siendo el arte
persecución de una verdad; de una verdad, no solo una relación, sino una verdad
del hecho individual. El arte siempre opta por lo individual, lo concreto...
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