domingo, 2 de agosto de 2020

Mi encuentro con Friedrich 
en Sils-María

David De los Reyes





Estando de viaje y de paso por el cantón suizo Grisones, me encontré cenando en el acogedor restaurante Alpenrose, en la vía de Marías 133, ubicado en la alpina localidad de Sils-María. En un determinado momento se abrió la puerta de la calle, dejando entrar el frío exterior y a un hombre no muy alto, vestido de negro con grandes bigotes y lentes de metal. Sus pasos lentos se dirigieron al comedor. Era un personaje particular y solitario y por su aspecto parecía un enterrador de hombres, pero luego más tarde, al escuchar atentamente su conversación no podía ser menos que un obstinado predicador. En el local estábamos sólo nosotros, afuera había una borrasca de nieve casi paralizante y ante eso se pasa mejor el tiempo de espera al lado del calor de una estufa que intentando atravesar la pared de frío y viento que te congelan hasta los mocos de la nariz. Al terminar de cenar, ambos nos dirigimos al salón de té, donde comenzamos a hablar del temporal, pasando luego a los temas reiterativos de la vida de hoy y del encerramiento de la gente en muchos países. No quedaba otra que acompañar la conversa pidiendo dos tasas de una infusión particular con hierbas del lugar y una copa del fuerte alcohol de kirsch de cerezas salvajes Ethel.

Este acompañante del momento se presentó como Friedrich, y discutimos sobre variados temas. Era vehemente y enfático cuando se hablaba del “perro de fuego”, que era como llamaba al pueblo, como también al tratar sobre el cristianismo, al cual le endilgaba todos los males del mundo occidental. Era, sin embargo, un defensor de la vida trágica y elogiaba al dios griego Dioniso. Su rostro dejaba ver un impulso vital con el que teñía cada palabra que pronunciaba.

En un momento de la conversación se dirigió, como es habitual hoy en cualquier parte, a comentar lo que ocurría con esta pandemia global que había arrastrado el virus chino rojo y sus consabidas y absurdas muertes y contagios. En ese momento propuso que se debía escribir una parábola para la condición de la humanidad por la situación que atravesaba.

Sus palabras me sonaron en ese entonces algo escandalosas, como las de un exaltado párroco agnóstico, si es que ese personaje y profesión existiese. Friedrich, mirando al vacío, dirigiendo su mirada a través de la amplia ventana que tenía del lado izquierdo a su sofá, que resollaba al chocar el viento y la nieve contra ella, dijo así más o menos:



-Alguien podía inventar hoy una fábula para ilustrar cuán detestable y sombrío es el estadio por el que pasa eso que llaman humanidad, en su lamentable, arbitrario y estéril aspecto que tienen todas estas habladurías mediáticas que presentan las autoridades políticas, médicas, intelectuales, filosóficas y un largo etc., ante eso que han llamado COVID19. Esta fábula pudiera comenzar así:

“En algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer y manipular genéticamente los virus y bacterias. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras un par de respiraciones de la naturaleza, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer”.

Le pregunté a dónde quería llegar con esa fábula tan trágica e irremediable para ese animal astuto, pero nihilista a la vez. Friedrich en ese momento se levantó para marcharse, pero no antes de decirme que en el próximo retorno nuestro al pueblo de Sils-María, en algún momento de nuestras futuras venidas, estaría dispuesto a contarlo...







Foto: Sils-María, Suiza, por 1890

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