Igor Stravinski
inventor de música
David
De los Reyes
(UCV - Uartes)
“Es evidente que las retóricas y las prosodias no son
tiranías inventadas arbitrariamente,
sino una colección de reglas reclamadas por la
organización misma del ser espiritual;
y nunca, ni las prosodias ni las retóricas han
impedido que la originalidad se produzca claramente.
Por el contrario, decir que contribuyen a que la
originalidad se despliegue, será infinitamente cierto”.
Baudelaire
Un
compositor del arte crónico
Igor Stravinski
(1882- 1971) a los 50 años de su partida sigue siendo un sorprendente faro de
la creación musical universal. Tanto por sus polémicas composiciones como por
su pensamiento estético musical. Su obra ha sido de las más discutidas desde
que se dio a conocer. Claude Debussy al escuchar e interpretar a cuatro manos
en el piano junto a Stravinski la Consagración de la primavera, obra
seminal de la composición y música del siglo XX, se refirió de esta partitura como
un acontecimiento artístico extraordinario y violento. Podría decirse que es
música primitiva con todos los medios modernos. Y agregó: como si un huracán del pasado
remoto hubiera agarrado nuestras vidas por las raíces. Diferente a la apreciación del pensador
dialéctico negativo de Theodor Adorno, que consideró que su música estaba enferma de esquizofrenia y hebefrenia y
vendría a representar sólo un restaurador de un estilo neoclasicismo
musical nostálgico y neo-tonal del pasado siglo. Si embargo, su amigo Maurice Ravel
sería quien vendría a dar un juicio exacto de lo que pasó con la música inaudible
de este joven compositor. Tuvo la
óptica musical de poner las cosas en su lugar, al advertir que la ruda invención
musical que escuchaban no residía ni en la escritura, ni en la
instrumentación ni en el aparato técnico de la obra, sino en la entidad musical
en su totalidad. Convirtiendo así a todo el prodigio musical de la Consagración
en un fenómeno de especulación y pulsión disruptiva del sonido y del
tiempo. Para este compositor ruso, el
fin esencial de la música, arte crónico (tiempo, chronikos, gr.) por excelencia, viene a propiciar una
comunión, una unión del hombre con sus semejantes y con el Ser. La música nos
conduce a participar en la operación de un espíritu que ordena, vitaliza y
construye, trasladándonos a un terreno metafísico; nos lleva a descubrir un
deseo que no es el de las cosas terrenales.
Ante lo dicho nos hacemos algunas preguntas que quisiéramos intentar
responder en este esbozo sobre este compositor. ¿Siguen vigentes sus propuestas
artísticas musicales? ¿O ha terminado siendo un compositor olvidado por las
nuevas generaciones? Ante la avasallante proliferación de recursos técnicos
musicales ¿su música queda como un modelo arcaico para la interpretación
musical actual?
Podemos
comenzar por su autodefinición. Stravinski más que considerarse compositor se percibía
como inventor de música. Inventor porque si componer música bien implica
tener imaginación creadora, no es sólo ello lo requerido para hacer música. Su
aptitud musical concibió no sólo la necesidad de tener un concepto o
concepción, sino la imperiosa necesidad de un descubrimiento y de una
realización, de un riesgo y una permanente creatividad innovadora con cada obra
que salía de sus manos. Tropezar con lo inesperado era un ingrediente de
provecho para el reto de su proceso creador. Stravinski, discípulo de Nicolai
Rimsky-Kórsakov, vendría hacer una revisión completa de los valores
fundamentales y de los elementos determinantes del arte musical para los
comienzos del siglo XX.
Stravinski
contra la revolución del arte
¿Fue un
compositor revolucionario? En sus conferencias dadas en Harvard en el año de
1942 y luego recogidas en su libro Poética Musical, encontramos su
respuesta contundente a tal adjetivo. Al
combinar los tiempos en que apareció la sorprendente Consagración de la
Primavera (1913) y el acontecimiento político de la revolución rusa (1917),
la atmósfera cultural e intelectual tuvo
(¿tiene?) una debilidad por el uso de dicho término con el compositor. Pero él confiesa
que se le ha considerado erróneamente de revolucionario. Toda revolución, por
nuestra experiencia, es un móvil que recorre una curva cerrada y siempre
retorna al mismo punto de partida (Chesterton). Romper con una costumbre, una
convención no es para ser tomado por tal.
Considera que es un término que no debería ser usado para las creaciones
más arriesgada y novedosas del arte, pues su habitual acepción recuerda un
estado de perturbación y de violencia.
Hay otras palabras más apropiadas para designar la originalidad
creadora. Asume la esencia del arte como constructiva. Y con esto defiende a la
música de erróneas apreciaciones.
Su
música está construida por una serie de impulsos que llegan a converger hacia
un punto definido de reposo. Y esta sugerencia creativa musical la encontramos
desde un canto gregoriano como en una improvisación de jazz. Componer es poner
en orden un cierto número de sonidos que deben conducir a una búsqueda de un
centro integrador, proporcionando una combinación adecuada al propósito
creador. El encuentro con ese centro nos dice Stravinski, sugiere un libre
juego de opciones limitadas, dando la solución de la dirección del curso sobre
la topografía musical de la obra. Al
contrario de un intelectual cuyo trabajo es pensar, pareciera que ese oficio
intelectual musical de inventar música decanta en un obrar llevado por
una libre especulación sonora personal. Es un esfuerzo espiritual inseparable
del esfuerzo psicológico y físico, que cohabitan en un mismo nivel y sin una
diferencia de jerarquía.
Anti
wagneriano por excelencia, considera que la música del alemán más que música
termina siendo una especulación filosófica que se basa más en improvisación que
en construcción, glorificando en ella un gusto por el desorden, como lo podemos
notar en su tetralogía. Tal situación es producto de la llamada melodía
infinita que es consustancial a esa tendencia. Sus palabras: es el perpetuo fluir de una música que no
tenía ningún motivo para comenzar, ni razón alguna para terminar. No se
dirige a un centro, terminando por ser un ultraje de la melodía, del canto
musical. Con el revolucionario Wagner, concluye la música perdió la
sonrisa melódica.
Una
disciplina entre libertad y limitaciones
Stravinsky
se había sometido a una propia rutina personal. Alguna vez dijo que se levantaba
a las ocho de la mañana, hacía quince minutos de ejercicio y desayunaba. Luego
se recluía en su estudio por tres o cuatro horas diarias de composición con o
sin inspiración. En las tardes practicaba el piano, copia partituras, escribe
cartas, y atiende a sus inversiones en valores y asuntos administrativos.
Para
componer requería de extrema soledad, su estudio insonorizado, con las ventanas
cerradas, pues tenía la fija obsesión de no poder componer si alguien estaba
escuchándolo: ello lo paralizaba. Y si se bloqueaba, ejecutaba una parada de manos
que le permitía relajar la mente e irrigar el cerebro para obtener nuevamente
fluidez y claridad en sus ideas. Está convencido que ante todo la función del
creador debe pasar por la criba los elementos que utiliza, pues toda actividad
humana debe saber imponerse límites para la acción. Siempre pensó en la sustracción de recursos
como una buena elección creativa. Cuanto más vigilado se halla el arte, más
limitado y trabajado, más libre es. El actual todo vale estaría fuera de
sus propuestas estéticas. Si todo está permitido pierde el efecto de no tener
ante él mismo resistencia alguna y para este inventor de música toda
creación era inconcebible sin ese ingrediente del esfuerzo creador. Por lo
visto no es propicia en él la opinión insensata de que el arte es el reino
de la libertad. Esta expresión es
una herejía ante sus ojos. Toda propuesta del arte exige contención; el
edificio del arte no se edifica sino sobre un conocimiento de resistencia: toda
oposición al apoyo se opone, finalmente, al movimiento. Encontrar libertad en
un estrecho marco que se asigna para cada una de las composiciones a realizar.
Sus palabras son conclusivas: mi libertad será tanto más grande y profunda
cuanto más estrechamente limite mi campo de acción y me imponga más obstáculos.
Lo que me libra de una traba me quita una fuerza. Cuanto más se obliga uno,
mejor se liberta de las cadenas que traban al espíritu. La formación para
llegar a ser compositor requiere comprender e imponerse limitaciones para la
creación. Asumir una cultura es domesticarse a sí para absorber esa cultura. Cuando se le preguntó al compositor ruso qué
pensaba de los nuevos medios y recursos tecnológicos, dijo: No estoy
convencido de que lo que hace falta son mayores recursos. Me parece que las
posibilidades ya tienen la riqueza suficiente, o hasta demasiada. ¡La escasez
de recursos no detiene a un buen artista!, ya que los recursos están en el
hombre mismo y· el tiempo los renueva día a día. La llamada crisis de medios es
interior.
Ludwig e Igor
El año pasado se prestó atención, a pesar de
nuestra confinada pandemia universal y la reducción de los encuentros públicos
de todo género, a la celebración de los doscientos cincuenta años del
nacimiento de Beethoven. Y ello me dio
motivo para indagar curiosamente la cercanía o la influencia del alemán en la
obra del ruso. En verdad parece que fue muy poca por lo que sabemos, y por los
lenguajes y estilos musicales de cada uno. Si bien Brahms nació sesenta años
después de Beethoven y vestía su música de forma distinta, no se puede dejar de
sentir una tradición reanudada, pero con elementos nuevos. Ello daba pie a Stravinski
para advertir que de esa forma la tradición aseguraba la continuación de la
creación. Es por lo que pudiéramos observar la pertinencia del sentido de la
tradición que un compositor siente con la conexión que descubre entre él y un
maestro del pasado a pesar del tiempo transcurrido. En el caso de Beethoven con
Stravinski pareciera que no hubo relación e infuencia artística alguna. Es lo
que podemos especular al conocer lo ocurrido en la noche que el joven Stravinski
se encontró con el esquivo escritor francés Marcel Proust en una noche cuando París
era una fiesta.
Stravinski compuso Mavra (1922), su controvertida
ópera cómica de cuatro personajes. Basada en un cuento de Pushkin, La casita
de Kolomna. Contemplaba un homenaje a los escritores rusos y una sátira
contra los modos burgueses y al subgénero romántico de amor. La ópera se
presentó el 3 de junio de 1922, bajo los auspicios de su amigo, protector y
descubridor, el productor de los Ballets Rusos, el inolvidable Serguéi
Diaghilev. El estreno en el teatro de la Ópera de París vino a ser un rotundo
fracaso. El compositor creía que había sido lo mejor que había compuesto hasta
ese entonces. El compositor bohemio Erik Satie la alabó. Luego de la ejecución
de la obra, hubo una recepción en el conocido Hotel Majestic, por el cual
pasaron Picasso, Joyce y Azorín. Todo el mundo de la cultura del momento se dio
cita esa noche. Al lado de Stravinski se encuentra el no menos y ya nombrado
autor En busca del tiempo perdido, Marcel Proust que, como refinado dandi,
tenía la costumbre de llegar siempre retrasado a sus citas y esa noche no fue
menos con el evento operístico. El
escritor se acercó a su amigo compositor y le formuló una pregunta
desconcertante: ¿Admira usted a Beethoven, naturalmente? Stravinski que
no tenía miramiento en sus juicios y respuestas, sin dudar y con un tono
enfático le espetó: Odio a Beethoven. Proust procura advertirle de su respuesta
diciéndole: Pero maestro, ¿las
últimas sonatas, los últimos cuartetos? A lo que molesto respondió, mirándole
fijamente a los ojos y con displicencia: Peor que los otros. No sabemos
si sería más por la atmósfera del momento, del poco entusiasmo del público por
su obra, o las impertinencias del francés, pero la verdad que como anti wagneriano
sus palabras no estaban fuera de las coordenadas estético-musicales de la obra
de Beethoven.
Al final de su vida, como nos advierte su biógrafo Boucourechliev, reconocería lo equivocado de su juicio
y la genialidad que estaba presente en los cuartetos del sordo de Bonn. Ocurre
que, a partir de 1968, tomó una particular costumbre en su vida que lo
conducirían a cambiar su apática opinión ante el afamado escritor francés. Ya anciano y bastante aquejado de salud mantenía,
a pesar de ello, una envidiable vitalidad. Los domingos, sin perder sus salidas
a algún restaurante elegante de Hollywood con veladas de cine incluidas, en las
tardes tendría una cita impostergable. Junto con su cercano y joven amigo
artístico heredero, Robert Craft, quien lo acompañó en sus últimos veinte años,
conciertan tener sesiones vespertinas programadas y producidas que surtirán cierta
alegría en esos últimos años del compositor.
Audiciones y conversaciones a menudo con partitura en mano, los Cuartetos
beethovenianos vinieron a ser unas de sus obras preferidas. Llegando así en
su vejez el embrujo del romántico alemán. Nunca es tarde para enmendar un
juicio de cierta impetuosidad e inseguridad juvenil.
De
regreso al lado de Sergei
El encuentro con Diaghilev a principios de la primera década
del siglo XX y la invitación para unirse a la compañía de los Ballets Rusos en
París, cambió la vida de Stravinski de la noche a la mañana. Sale de Rusia en
1910 para el estreno de su ballet El Pájaro de Fuego. Al año siguiente
estrenará el montaje de Pretushka y para 1913 la salvaje disonancia
polifónica, controversial y genial Consagración de la Primavera. Obras
que le dieron la solidez de ser considerado como un inventor de música
innovador, original y único en el terreno del arte de los sonidos.
Con Diaghilev tendrá una excelente amistad, aunado a una
mutua colaboración artística por ambas partes. Pero Stravinski se distanciaría
del productor ruso al no quererle pagar sus derechos de autor en las diferentes
giras del Ballet Ruso donde interpretaban sus obras.
Serguei e Igor hoy yacen uno junto al otro en Venecia. Para
llegar a sus tumbas hay que tomar el vaporeto N° 4.1 o 4.2, en el
estacionamiento de Fondamente Nuevo en Piazzale Roma, en dirección
a la Isla Murano. Pero a mitad de travesía está la isla de San Michelle, donde se
encuentra el monasterio del mismo nombre que data del siglo XIII y la Iglesia
de 1467, que vino a ser una de las primeras construcciones del arte
renacentista. Napoleón Bonaparte convierte el lugar en cementerio en 1807 por
una necesidad de sanidad citadina.
Diaghilev, quien vivió en los últimos años lleno de deudas e
incapaz de poder pagar su hotel en Venecia, muere sólo y pobre como siempre lo fue,
un 19 de agosto de 1929. Siendo enterrado en el Cimentero di San Michelle
en la zona reservada para los cristianos ortodoxos. En su tumba están grabadas
las palabras Venecia, la inspiradora constante de nuestras garantías. Su
funeral sería pagado por su entrañable amiga y diseñadora de modas Coco Chanel,
quien siempre aportó dinero para muchas de sus producciones. Hasta esa última.
Igor Stravinski morirá un 6 de abril de 1971, efemérides que
se conmemora este año al arribar a los cincuenta
años de su desaparición. Este última
morada escogida, en la ciudad de los canales, en el mismo cementerio de su
amigo, pareciera desear finalmente una reconciliación en la eternidad con su
entrañable productor, fundador y catalizador de su arte, trasladando los restos
de su cuerpo desde Nueva York a su querida ciudad acuática Venecia. A su
derecha está enterrada su última esposa, Vera de Bosset, con quien vivió desde
1940 hasta 1971. Sin embargo, esta parcela lacustre también es llamada isla de
los muertos, plantada de cipreses mirando al cielo, rodeada de un muro
protector de ladrillos rojos en cuyo jardín podemos suponer unas posibles y
extraordinarias conversaciones de ultratumba. Al diálogo de amigos rusos se
suman las almas del controversial poeta norteamericano Ezra Pound, el
compositor italiano de expresiones radicales Luigi Nono y el último llegado a
ese vecindario de los inmortales, el más reciente inquilino, el poeta ruso y
nobel de literatura Joseph Brodsky. Encuentros que fácilmente podemos imaginar,
si somos fieles a la intuición, que expiden las palabras de este último finado
poeta. En el reverso de su lápida está inscrita en latín: Letumnon Omnia
finit, es decir, la muerte no termina. No termina, pues la obra de todos
ellos sigue en pie y vigente. Y la del inventor de música más aún en
estos apenas cincuenta años de su partida, personaje tan presente en nuestra
memoria como lo fue en vida.
David De los Reyes, Guayaquil, enero 2021®
Bibliografía:
AA/VV, 1982: Centenario de Igor Stravinski. Fundación Juan March.
Madrid.
Adorno, Th., 2003: Filosofía de la Nueva Música. Ed. Akal. Madrid.
Boucourechliev, A.: 1987: Igor
Stravinsky. Turner ed. Madrid.
Currey, M. 2014: Rituales cotidianos. Como trabajan los artistas. Ed.
Turner. Madrid.
Garner, H. 2010: Mentes creativas: una anatomía de la creatividad. Ed.
Paidos Ibérica. Barcelona.
Stravinski I. y Craft, R., 1963: Dialogues
and a Diary. Ed.
Doubleday.
N.Y.
Stravinski, I. 1992: Poética
Musical. Ed. Taurus. Barcelona
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