Crítica a Heidegger
José Ortega y Gassset (*)
Es inconcebible que en un libro [alude a Ser y Tiempo] donde se pretende “destruir la historia de la filosofía”, en un libro, pues, compuesto por un tonso Gedeón no se encuentre la menor claridad sobre lo que significa ser y encontremos ese término en ricas variaciones de flauta, como sentido del ser, Seinsinn, como manera de ser, Seinsweise, como Sein der Seinden o ser de los entes, etc. El hecho es que pese al trompeteado anuncio y a los torniscones que llegan al lector tropezando constantemente con este término en el libro, Heidegger no se ha planteado originariamente el problema del Ser, sino una vez más, ha ido a clasificar los Entes [y] añadir un nuevo tipo de Ente, que llama arbitrariamente Dasein, aprovechando poco dignamente el azar de que el alemán tiene el doblete latino Existenz. Y cargar la atención –esto es lo más fértil de toda la andanza– sobre el modo de existir ese Ente, si bien olvidando enuclear el modo de existir de los otros tipos de Ente. Pronto veremos cómo Descartes, no obstante sus fantásticas dotes, falló por no hacerse cuestión del concepto Ser, sino partir, sin más –él, que pretendía reformar hasta de raíz la filosofía– de la venerable y fosilizada ontología ecolástica. Este fue su deficiente radicalismo.
Pero lo mismo ha hecho Heidegger. Parte de cosa tan corrupta y agusanada como es la ontología escolástica más aún, de la extravagante distinción que desde Santo Tomás hace ésta entre esencia y existencia –en la cual nadie ha conseguido jamás ver nada claro–, lo que le lleva también arbitrariamente a afirmar que en el hombre ambas dimensiones del Ente se dan en una relación peculiar: lo cual, si se acepta aquella distinción, no es verdad. Porque no hay no ya tipo de Ente sino ente específico alguno en que esa relación no se de con carácter peculiar. Como que por eso no tiene sentido la distinción. El color solo por ser color existe, y de otra manera que el sonido. Esto le llevó a lo que considera “distinción fundamental” entre lo “ontológico” y lo “óntico”, que lejos de ser fundamental o es trivial y vetustísima o es una distinción pedante e incontrolable que difícilmente seguirá sosteniendo hoy, y ha servido para que con ella se gargaricen y cobren gran fe en sí mismos los personajillos de todos los barrios bajos intelectuales del mundo, llámense Montmartre o Buenos Aires, sin olvidar Madrid. Pero sobre todo los “intelectuales hispanoamericanos” dispuestos siempre, como el buche del avestruz, a tragarse íntegramente la cal, la joya y el guijarro.
(*) Tomado de el diario El País del 05 de abril de 2021: https://n9.cl/ff3d
Párrafos extraídos de las Notas 394 y 395; pasaje de la conferencia ‘Del optimismo en Leibniz’ (1947) y Notas 335 y 400, todo de la edición de Editorial CSIC
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