Jean Jacques Rousseau
y sus ensoñaciones
solitarias.
A propósito de las
“Redes Sociales Vegetales”
David De los Reyes
(Uartes -UCV)
“Como veis, no nos hallamos a un simple trabajo de la memoria,
sino ante un estudio de observaciones y de hechos,
verdaderamente
digno de un naturalista”.
J.J. Rousseau, Carta a la señora Desert, 22 de agosto
de 1771, París.
I
El polímata Jean Jacques Rousseau (1712 – 1778), fue
uno de los pocos filósofos notables que se dedicaron a caminar y a observar el
mundo vegetal. A lo largo de su obra encontramos recurrentes referencias a la
poderosa fuerza y realidad del entorno natural en sus largos paseos solitarios.
Lo hallamos en el Emilio, en La Nueva Eloísa, en Las
Confesiones y en sus esbozos sobre botánica. En Las Confesiones nos
encontramos con una declaración original: sólo podía meditar cuando está caminando.
Al detenerse a descansar del camino, su pensamiento cesaba, afirmando que su mente
sólo funcionaba con el vaivén de las piernas. Era un peripatético romántico.
Donde la actividad del caminar vino para ese siglo de las luces a ser una de
las actividades preferidas. De una distracción simple, pero móvil, que llamó la
atención para el hombre moderno que comenzaba a sentirse encerrado en las urbes.
De ciudades que se irían tornando de un tono gris y fétido al expandirse su
topografía por la corriente inevitable de la industrialización y sus activas chimeneas humeantes. De esta
forma, caminar, como podemos extrapolar de las palabras del ginebrino, vino a
ser un acto móvil cultural consciente, sin ser un medio para un fin; sólo
distención para el encierro y para la rutinaria vida citadina. Las caminatas de
los pensadores e intelectuales en el siglo XVIII iniciaron el gusto de
consagrarse al caminar que hasta el día de hoy mantenemos unos cuantos seres
del planeta.
Sin embargo, como diremos más adelante y hasta por el
mismo nombre de la obra del ginebrino que tenemos aquí en tratar, no encontró
compañeros para ese practicar andariego, y participar de un dialogo activo en
movimiento. Este era el ideal. Declarará que la mejor caminata es la que se
hace entre dos para llevarlo a cabo. Bien conocidas son sus palabras afirmando
que nunca pensó tanto, ni vivió y experimento tan intensamente su existir, como
también ser él mismo, sino durante los viajes que hizo a pie. Caminar le
estimulaba sus pensamientos, pero han sido pocos los pensadores que han
deparado en esta actividad del desplazarse a partir de sus propios pies,
acompañado por su ritmo al tempo de sus pensamientos[1].
Pero la obra
que completa su costumbre andariega del pasear filosófico atento al reino
vegetal fue una sin terminar por alcanzarle la muerte. Trabajó en ella entre
1776 hasta el año de su fallecimiento, en 1778. Se trata de Les Rêveries du promeneur solitaire, publicado póstumamente en 1782, cuyo
título, por lo general, se ha traducido al castellano como Ensoñaciones de
un paseante solitario (o Sueños de un paseante solitario)[2]
¿Que nos inspira esta obra para nuestra propuesta de Redes
Sociales Vegetales? Primero que es una obra profundamente autobiográfica, que
es un estilo muy en boga para la época; ya antes, bajo el mismo tono íntimo,
ofreció una parte de su vida en la referida Las Confesiones.
Segundo, que la división de la obra está compuesta de diez capítulos que llama
en francés promenades, es decir, paseos. Llegó a concluir hasta
el noveno paseo y el décimo quedó inacabado, tras su fallecimiento en el
castillo de Ermenonville, invitado por el marqués de Girardin, un 2 de julio de
1778. Los paseos octavo y el noveno están terminados, pero no
revisados por el autor.
El
capítulo más interesante para nuestra temática sobre redes sociales
vegetales es la descripción que nos hace del Séptimo Paseo, donde se
explaya sobre la felicidad que le proporciona la contemplación del reino
vegetal. Son sus paseos y recuerdos por los alrededores de la ciudad de París,
con las plantas y la tranquilidad que le proporciona tal actividad andante ante
su perturbación, su distorsión e insania mental que vive intensamente, presentando
rasgos paranoicos, mostrando un constante delirio persecutorio, por el cual se sentía constantemente
perseguido, burlado, humillado y vejado por quienes lo rodean: La
difamación, la degradación, la derrisión, el oprobio con que me han cubierto no
son susceptibles de aumento que de disminución; somos por igual incapaces,
ellos para agravarlos y yo para evitarlos. Si bien es una temática
interesante de conocer de este perturbado pensador romántico, no queremos
referirnos ahora a ello, a ese malestar psíquico, sino detenernos en su extraordinario
vínculo con el mundo vegetal. Como precursor de establecer una relación
filosófica y vivencial con el mundo de las plantas y de su profesión de
herbolario, actividad laboral de la cual vivió por muchos años. Sus descripciones
sobre la naturaleza aunado a las de las plantas, dan pie para presentarnos su
sentido de la felicidad a través de una vida aislada, apacible, solitaria de su
relación íntima con la naturaleza en el transcurso de sus paseos y el interés botánico
de este paseante solitario. Casi, como la que hemos tenido que llevar nosotros
a partir del año 2020 – aunque por causas reales y no alucinatorias, expandidas
y sin defensa, con un permanente acecho silencioso volatil-, con la aparición
de la nefasta peste china que transformó nuestras vidas y el planeta.
Su
mundo luce muy parecido al que vivimos nosotros bajo la pandemia. En un
particular sentido. La de una situación como si se hubiera acabado nuestra
relación con la tierra y la realidad humana conocida hasta ahora. Sintiendo que
todo lo que es exterior nos parece (¡y a él también le parecía!), extraño y
peligroso. Para contrarrestar ello, Rousseau se exige ahondar en sí mismo,
proceder con orden a darse cuenta de las modificaciones de su alma y de sus
sucesiones. Es una perspectiva que posiblemente todos nos hemos visto en esta
vida confiscada que llevaremos hasta no sabemos cuándo. Aplicarnos el barómetro para medir la
presión de la atmósfera cultural sobre nuestra alma. En sus reflexiones deja
claro que estos paseos no tienen la intencionalidad que tenía Montaigne
con sus ensayos, que fueron escritos para darlos a conocer a los demás; sus
reflexiones egotistas no tenían, en principio, otra finalidad que
escribirlas para sí mismo. Con su
relectura personal esperaba revivir la dulzura que siento al escribirlas y,
haciendo renacer de este modo para mí el tiempo pasado, doblará por así decir
mi existencia (p.5). Llega a la afirmación, por lo aprendido en el trasegar
de su propia existencia, que la fuente de la verdadera felicidad está en
nosotros y que no depende de los hombres el hacer realmente miserable a quien
sabe querer ser feliz. Son años que había profundizado su renuncia al mundo
y su gusto vivo por la soledad, aptitud que nunca abandonó.
Sus
paseos, a diferencia de nuestra condición urbanita confiscada, lo lleva a
encaminarse por senderos que lo conducen a través de viñas y prados, por
risueños paisajes. Su placer está en recorrer estos lugares campestres. Topografía recorrida que le facilita un
encuentro con diversas formas vegetales, la Picris hieraciöcides de las
complejas, o la Buplevrum falcatum, de las umbelíferas. Pero la rareza
de herbolario es encontrarse con la Cerastium aquatícum, que la coloca
en el libro que llevaba y la deposita en su herbarium personal. Y no menos las reconocidas
en la montaña Robaila, en la región de Clerc, donde la Dentarla
heptaphillos, el Ciclamen, el Nidus avis, el gran Lacerpitium,
que junto a otras plantas lo entretuvieron por largo rato en su ascenso. O al
sentarse sobre el Lycopodium y musgo permitió soñar a sus anchas
imaginando que se hallaba en un refugio ignorado por todo el universo, donde
sus perseguidores no lo descubrieran: la soledad virginal como refugio
de escape a los embates cruentos del mundo circundante.
¿Cómo
era su plan contemplativo, meditativo en sus paseos impregnados por una
estética de lo ambiental vegetal? En principio guardaba las plantas de interés,
ve sus flores, luego estudia su aspecto, enumera sus partes, si le es familiar
o no, lo cual le proporciona un deleite con el contacto con estos entes
vegetales, despertando en él variadas observaciones. Estas no lo retienen en
advertir lo interesante sobre la existencia de todo este reino silente, entregándose
a la impresión no menos agradable sino más sentida de que (le)
producía el conjunto de todo aquello (p.6). Como el mismo reflexiona junto
a Solón: se hace viejo aprendiendo siempre. El paso del tiempo nos conduce
irrefrenablemente al estadio de nuestra vejez, pero no por ello a no seguir
manteniendo hasta el fin la llama del aprender encendida y del conocer de forma
constante. La juventud es el tiempo de adquirir y estudiar cierta sabiduría; la
vejez el tiempo de practicar lo aprendido. Sin embargo, advierte Acaso es
tiempo de aprender, en el momento en que hay que morir, ¿cómo se hubiera debido
vivir? (p.7).
II
Quien
lo introduce en el mundo de la botánica es su amigo el doctor D´Ibernois. Nos
habla que los dos mejores y más felices meses de su vida fue su paso por la
isla de Saint-Pierre, en el lago de Biel-Bienne. Donde transcurre su apacible
vida, luego de haber salido corriendo y expulsado por el sacerdote y la
comunidad católica de la localidad de Motiers en el cantón d Neuchatel
(Suiza). Rousseau y sus ideas ya no
podían pasar desapercibidas por los lugares que pasaba, e inmediatamente
recibía el trato intolerante al suscribir teorías y opiniones que ponían en
duda las concertadas dogmáticamente por la ignorancia clerical y beata.
Pero allí,
en esa semi salvaje y pequeña isla, sólo había en ese entonces una sola casa en
que podía pernoctar y acogerlo, la cual pertenecía al hospital de Berna y en la
que vivía el recaudador de impuestos de la zona con su familia y sus criados.
Es ahí donde cerró sus viejos libros, guardó su usada pluma literaria y llenó
su habitación de flores y de heno. Era proseguir su fervor botánico,
desarrollado un gusto que se convertiría en pasión en sus últimos quince años
de vida. Su conversión botánica es total: No queriendo ya menester de
trabajo, me era preciso uno de entretenimiento que me gustara, y que no me
diera otro quehacer que el que le gusta asumir a un perezoso (p.28). Esto le inspiró la tarea de realizar un
inventario y descripción de las plantas de dicha isla, una Flora
Petrinsularis, con lo que se proponía pasar el resto de sus días. Su placidez
e inspiración por la botánica se advierte al leer sus palabras: Dicen que un
alemán ha hecho un libro sobre la corteza de un limón, yo habría hecho uno
sobre cada grama de los prados, sobre cada musgo de los bosques, sobre cada
liquen que tapiza las rocas; no quería, en fin, dejar una brizna de hierba, un
átomo sin que fuera ampliamente descrito (ídem). Para ello, con lupa en mano y con el texto de
Linneo Systema Naturae, visitaba la cantera vegetal de la isla
del lago de Biel-Bienne. No menos sugerente para nosotros en el recorrido
urbano de las redes sociales vegetales que nos rodean, que, en vez de lupa en
mano y Linneo bajo el brazo, nos dirigimos a caminar sin un fin determinado a
través de los parques, las aceras, las casas para captar y explorar las
especímenes y formas de las plantas que nos llaman la atención en el transcurso
de nuestro desprevenido y en vagabundo paseo por las zonas que caminamos. Pero
ambos, Rousseau con lupa, nosotros con la cámara (¡o un celular!), en mano,
llevamos instrumentos que nos dan una representación poli-poética óptica de lo
vegetal. En el caso del suizo-francés su accionar estaría centrado en la
descripción, catálogo y archivo de herbolario y, en nuestro caso personal, en
la perspectiva fotográfica y su posterior intervención digital para el gozo en su
recreación virtual. Una pulsión óptica que se hace presente en nuestros paseos dándonos
una intensión, identidad y cercanía por una pasión botánica que a pesar de los
siglos sigue siendo fuente de interés humano.
¿Qué
observaba Rousseau en sus promenades sobre las plantas
recolectadas? Sus peculiaridades. Distinguía
sus caracteres genéricos, un acercamiento botánico del que no tenía ni idea.
Detenerse en su estructura y organización de sus partes vegetales y del juego
de sus componentes sexuales en la fructificación. Lo encuentra en la
horcadura de los largos estambres de la brunella, el resorte de la ortiga y la
parietaria, la explosión de los frutos de la balsamina y se la cápsula de boj… (ídem).
O entrar por senderos de los sauzgatillos, los arraclanes, las persicarias y
arbustos de toda especie.
Como
declara al comienzo de su quinto paseo: De todas las moradas donde he vivido
(y las he tenido encantadoras), ninguna me ha hecho auténticamente feliz ni me
ha dejado tan tiernas remembranzas como la isla de Saint-Pierre, en medio del
lago de Bienne.
III
Rousseau
fue, prácticamente, un misántropo. Por sus propias reflexiones llega a inferir
que nunca ha sido apto para intercambiar fácilmente con la sociedad civil, la
cual para él es sinónimo de constantes molestias, obligaciones, deberes. Su
contumaz independencia lo ha convertido en un incapaz para toda sujeción
requerida en el convivir junto a sus semejantes. Convencido de que jamás afirmó
que la libertad humana es hacer lo que nos da la gana, sino no hacer nunca lo
que no se quiere; fue la libertad que reclama para él, la que defendió y por la
que entró en grandes conflictos con sus contemporáneos. Y es con estas
consideraciones, de no realizar la voluntad que imponga otro, de haber sido
catalogado como un miembro pernicioso para la sociedad, nos adentra en
el séptimo paseo, donde se explaye en nuestro tema en cuestión: su pasión por
las redes sociales vegetales, el mundo de la botánica.
Las plantas
lo absorben por completo, y lo privan hasta de poder soñar. La regla del día:
seguir sus inclinaciones sin otra norma de conducta que se anteponga y lo
constriña en su voluntad. Tendrá el heno
por todo sostén y a la botánica por toda ocupación. Habiendo
herborizado durante sus viajes, disponía suficiente conocimiento del reino
vegetal.
A sus
sesenta y cinco años emprende una vez más el recorrido placentero por la
alfombra verde de su conocido y andado territorio, a pesar de su escasa
memoria que tenía y de las fuerzas que (le) quedaban para recorrer el
campo, sin guía, ni libros, sin jardín, sin herbario, emprendiendo esta locura
con ardor como en si fuese su primera entrega a ella. Se da la tarea de intentar memorizar la gran
obra de Murray Regnum Vegetabil, el gran compendio de plantas para ese
entonces. No puede comprar libros del tema, copia los que le prestan,
rehaciendo un herbario más completo que el primero, dándose la tarea de
incorporar algas del mar y especies de los Alpes, árboles de las Indias…herborizo
con ciencia sobre la jaula de mis pájaros y a cada nueva brizna de hierba que
encuentro me digo con satisfacción: por
de pronto, ya tengo una planta más (38).
Para él
entregarse a este oficio le provee un
entretenimiento sin par, de gran sabiduría e incluso de virtud. La botánica
como una terapia para que no deje germinar en su corazón ninguna semilla de
venganza o de odio. Tal gusto además de estético, por la multiplicidad de
formas y emociones que le despiertan, también termina convirtiéndose en una
muralla moral verde ante las emociones perturbadores del odio y la venganza
humana; reduciendo, atenuando toda pasión irascible que habitaba en él.
Así
llega a describirse de viejo chocho sesentón, caduco y pasado, sin facilidad
ni memoria devolviéndole este proceder contemplativo estético y racional a los
ejercicios de su juventud y a las lecciones de un escolar. Actitud que le
lleva a poder desarrollar un mayor conocimiento de sí mismo, que es a lo que ha
decidido dedicarse en estos últimos años de vida. El placer de esta inocente
distracción botánica le proporciona un agrado de ensoñación que lo divierte y alivia,
frente a la reflexión que lo fatiga y lo entristece, junto al pensar que
siempre le ha parecido una ocupación penosa y sin encanto. Mientras disfrutaba de esa actividad terrena,
toda otro ocupación le pareció insípida.
Una
afirmación del incansable gozo armónico a los ojos y al corazón que provee ese
contacto con la tierra nos lo da en el siguiente párrafo:
Los
árboles, los arbustos, las plantas son el adorno y el vestido de la tierra.
Nada hay tan triste como la vista de una campiña desnuda y pelada que no ofrece
a los ojos más que piedras, limo y arena. Pero vivificada por la naturaleza y
ataviada con su traje de bodas en medio del curso de las aguas y del canto de
los pájaros, la tierra ofrece al hombre en la armonía de los tres reinos lleno
de vida, de interés y de encanto, el único espectáculo en el mundo del que sus
ojos y su corazón no se cansan jamás, (p.38).
La
sensibilidad que proporciona esta atención contemplativa de su estética
ambiental proporciona un éxtasis surgido del equilibrio natural según su mirada.
Una embriaguez que se apropia de todos los sentidos, todo un sistema emocional
vegetal donde se llega a penetrar en el sentimiento mesiánico de unión con el
todo. Su imaginación, que rehúsa los objetos penosos, dejaba que mis
sentidos se entregaran a las impresiones ligeras pero dulces de los objetos
circundantes. Ante el concierto vegetal su mirada no le es fácil detenerse
en una de esas formas plantíferas. Tomando gusto por esa recreación de los ojos,
en los momentos de infortunio y pesar, viene a distraer y divertir a su
espíritu, suspendiendo todo el sentido de las preocupaciones de la vida:
Los
suaves olores, los colores vivos, las más elegantes formas parecen disputarse a
porfía el derecho a fijar nuestra atención. Para entregarse a tan dulces
sensaciones, tan sólo hace falta amar el placer, y si este efecto no se produce
llena todos aquellos que son impresionados por ellas, es por falta de
sensibilidad natural en unos, y en la mayoría porque, demasiado ocupado su
espíritu en otras ideas, no se entrega sino a hurtadillas a los objetos que
impresionan sus sentidos, (P.39).
Esta
experiencia nos lleva no sólo a despertar cierta sensibilidad estética, sino
que ella es el barómetro para medir la apreciación de nuestra alma
sensible ante el mundo en general, pero propiciado por ese contacto primario de
la naturaleza, la observación, el paseo ocioso y el sentido de curiosidad por
estos seres inteligentes que estampan la piel de la tierra de pleno color.
Para él
es la mejor atención filosófica que puede encontrarse al mirar el mundo
exterior. Refiere al filósofo griego Teofrasto (371 a.n.e. y 287 d.n.e.),
nacido en la isla de Lesbos, quien escribió la primera Historia de las
plantas, además de otra titulada Los orígenes de las plantas,
ganando el reconocimiento de ser el primer filósofo botánico de occidente.
Nuestro paseante lo ensalza al referir de él que es quien procedió a estudiar
las plantas de una forma desinteresa, sin adentrarse en el reino vegetal para
buscar drogas y remedios vegetales. Esto último fue el caso del médico
Dioscórides de Anazarba (40 al 90 de n.e.), gran compilador de recetas y
comentaristas de las virtudes medicinales de las plantas, transformando a estos
seres vegetales en simples que no se ve en ellas más que lo que no se ve, o
sea las pretendidas virtudes que place a un tercero y a un cuarto atribuirles.
A Linneo lo aprecia por haber devuelvo la botánica a su estudio natural,
desentendiéndolas de sus peculiaridades farmacopeas. Llegando a afirmar que el
primer apoticario sería el mitológico Adam: porque no es fácil
imaginar un jardín mejor surtido de plantas que el del Edén, (ídem).
Al
contemplar de cerca los campos, los bosques, los vergeles y los especímenes
variados que los componen, le lleva a pensar un asunto con lo que podemos estar
completamente de acuerdo: el reino vegetal es el almacén de alimentos donados
por la naturaleza al hombre y a los animales.
Y si hacemos caso al dictamen hipocrático, que somos lo que comemos,
buena parte de la población mundial sobrevive gracias al supermercado verde
terráqueo.
Al
entrar el paseante ginebrino en su permanente temor hacia el animal humano y
negar un posible proyecto de felicidad terrestre junto a ese espécimen, y sin
poder encontrar por propia condición una convivencia feliz pública, le queda
huir de ellos para no odiarlos. Para sustraerse de los embates con sus
semejantes se vuelve solitario, insociable y misántropo. Sus ojos sólo encuentran mejor en la
huraña soledad, la cual le parece preferible ante la sociedad de
malvados que sólo se nutre de traiciones y de odio, (p.40). Confiesa que un
signo, un gesto, una mirada de un desconocido ya era motivo para perturbarlo de
sus placeres y sus cuitas: no estoy en mi más que cuando estoy solo, fuera
de eso, soy el juguete de cuantos me
rodean, (p.56).
Al
hallarse en esta situación que lo lleva a buscar la soledad, a no querer
imaginar y menos pensar, su temperamento lo conduce a refugiarse, por un
instinto muy natural, en la preferencia de los objetos más agradables.
Estos no provienen del reino mineral por todo el esfuerzo que implica el tratar
sacar de las entrañas de la tierra algo de interés a su gusto y a expensas de
la salud. Tampoco se aviene con el reino animal, aunque merece ser mejor
estudiado que el anterior. Pero también encuentra trabas, disgustos y cuitas
con los animales no racionales y está en condiciones de efectuar tal labor,
además de todo lo que implica el buscar y reunirlos para su estudio. Y para
colmo, refiere, su conocimiento pide también estudiarlos muertos, desollarlos,
deshuesarlos y sin conoceros en su plena libertad. Lo cual vendría a resultar
un espantoso anfiteatro anatómico de horribles esqueletos y vapores
pestilentes. No son esas las distracciones que le pide su espíritu.
Se
refugió, como ya sabemos, es entre las brillantes flores, en el esmalte de los
prados, en los bosquecillos y en el verdor inaplazable, purificando su
imaginación de horrendos objetos de estudio. Es la búsqueda de belleza vital de
las formas que le depara el reino vegetal. Se aferra a objetos sensibles que
provean sensaciones que puedan aplazar el dolor y otorgarle algo de placer.
Clasificar, aprender, contemplar, comparar son actitudes que las plantas le
proveen. Sintiéndose botánico como aquel que no quiere estudiar la naturaleza
sino para encontrar incesantemente nuevas razones para amarla. Busca
entretenimientos simples más que instrucción y ciencia, del disfrute sin
esfuerzo y que lo separen de sus infortunios.
Toma la dirección de la inconsciente placidez del vagabundear a través
de un espacio vivo que no le exija respuestas ni esfuerzos. Como es el caso de
nuestra propuesta que llamamos por redes sociales vegetales. Inspirados en
esa mirada rousseauniana, tenemos afinidades del campo que fue su objeto de
compañía, atención y estudio. Al igual que Rousseau:
No
tengo gasto que hacer ni fatigas que pasar para vagar indolentemente de hierba
en hierba, de planta en planta, para examinarlas, para comparar sus diversos
caracteres, para señalar sus relaciones y sus diferencias, para observar, en
fin, la organización vegetal con miras a seguir la marcha y el juego de estas
máquinas vivas, a buscar, a veces con éxito, sus leyes generales, la razón y el
fin de sus estructuras diversas, y a entregarme al encanto de la admiración
agradecida para con la mano que me hace gozar de esto, (p.42).
En el
fondo nos encontramos con un cuido y cultivo del gusto sensible por las
plantas, lo que nos lleva a pensar en una postura que hoy pudiéramos tildar de
una estética ambiental vegetal, en que la contemplación en la acción del
pasear, del flaneur, del desinteresado vagar sin fines utilitarios,
vendrían a completar esta apertura hacia la alfombra vegetal terráquea. Solo se
trata, como hemos experimentado y por lo tratado aquí, de buscar nuevas razones
para amar este entramado del inteligente tejido biológico vegetal en torno a
nuestras cercanías o lejanías.
Las
observaciones de Rousseau sobre ello le despiertan sus propias ensoñaciones al
respecto. Advierte que las plantas parecieran haber sido plantadas con
profusión sobre la tierra, como las estrellas en el cielo, invitando al hombre
mediante este acicate del placer y de la curiosidad, al estudio de la
naturaleza vegetal. No hay que cargar grandes instrumentos para tener un
acercamiento. Se encuentran ahí en la naturaleza, bajo nuestros pies y pronto a
asirlas con nuestras manos. Comparando con el estudio de la astronomía no hay
punto de semejanza ante la facilidad que se tiene para desentrañar sus
misterios y fenómenos. Así advierte que
la botánica es el estudio de un ocioso y perezoso solitario, lo cual es una
actividad ideal para él. Sólo un pico y una lupa son el instrumental básico
para observarlas. La actividad ante ella nos es referida:
Se
pasea, vaga libremente de un objeto a otro, examina cada flor con interés y
curiosidad, y no bien comienza a captar las leyes de la estructura, gusta de
observarlas con un placer sin fatigas, tan vivo como su les costara mucho. Hay
en esta ociosa ocupación un encanto que no se encuentra más que en plena calma
de las pasiones, pero que basta por sí solo, en este caso, para hacer la vida
feliz y dulce; más no bien se le mezcla
un motivo de interés o de vanidad, sea
para ocupar puestos o para hacer libros, no bien se quiere aprender tan sólo
para instruir y se herboriza tan solo
para convertirse en autor o en profesor, todo ese dulce encanto se
desvanece, no se ve ya en las plantas más que unos instrumentos de nuestras
pasiones, no se encuentra ya ningún placer auténtico en su estudio, no se
quiere ya saber sino demostrar que se sabe, y en los bosques no se está sino
sobre el teatro el mundo, copiado con el cuidado de hacerse admirar; o bien,
limitándose todo lo más a la botánica de gabinete y de jardín, en lugar se
observar los vegetales en la naturaleza, no se ocupa uno más de sistemas y
métodos; eterna materia de disputa que no permite conocer ni una planta más y
que no arroja ninguna luz verdadera
sobre la historia natural y el reino
vegetal, (p.42).
Una
larga cita que nos revela toda la intención de Rousseau en su ensoñación
solitaria vegetal. Se trata de una
ociosa ocupación que calma las pasiones, sosiega los traumas de la vida y que
ella, por si sola, nos proporciona felicidad y encanto. Siempre apartado de
todo fin que no sea el de la contemplación sin métodos ni sistemas, sin hacer
de las plantas instrumentos de nuestras pasiones y vanidades, de instrucciones
que no vienen al caso para un auténtico estudio. No se requiere demostrar nada,
sólo contemplar en el teatro de los bosques lo maravilloso del mundo. No
quedarse en su jardín o en su invernadero privado, el campo abierto está para
observar a los seres vegetales en su propio ambiente. Y todas estas propuestas
románticas de este andariego suizo las acogemos para nuestro proyecto de redes
sociales vegetales que, por la distancia y el confinamiento de la pandemia china,
se nos ha impuesto a través de estados de excepción y de conductas cerradas,
donde la libertad de expresión y los derechos humanos se han visto reducidos en
nombre de la salud pública cuestionable y en observación. El Estado
ahora se ha encargado de desarrollar técnicas biopolíticas de control,
obteniendo un ambiente en que sólo se espera ser vacunado, sin garantías de
nada respecto a los efectos secundarios de la misma y la defensa del organismo
sobre el ataque del virus de marras.
Ante
este transitar solitario por las ciudades del presente y a la fuerza, como fue
el del año 2020, nos queda este reducido
desplazamiento urbano móvil del caminante, en torno al mundo vegetal que nos
rodea: captarlo, contemplarlo, fotografiarlo en nuestro caso, y desarrollar
propuestas estéticas a través del manejo de las formas por medio de los
formatos que ofrecen los recursos digitales. Tal acción pudiera ser lo que,
para nosotros, junto a Rousseau, sin ser asociales y misántropos, presentarnos
la opción de un campo certero de íntima felicidad y creación individual. Es
nuestro modelo de accionar ante el encierro y el contagio pandémico. Que, si
bien no es nuestro caso la inclemente paranoia que sufrió el pensador suizo en
su momento, bien por sus ideas o por sus impertinencias, nos sentimos temer muchas
de las veces en todos nuestros semejantes un temor perspicaz ante el posible
contagio que puede proporcionar el otro. Ese otro como un posible
enemigo contagioso no declarado pero presente. Actitudes de este estilo lo
hemos experimentados no sólo ante desconocidos, sino ante familiares, amigos y
compañeros de faena. Mascarilla, alcohol, guantes -si es el caso- y otros
implementos externos a nuestro corporalidad se han incorporado dentro del
vestuario cotidiano al salir al mundo exterior -y a veces también en el mismo
interior del hogar. El virus no es una fantasía como las que preocupaban al
delirante de Rousseau, sino un síntoma de un virus mortal de nuestros tiempos, ante
el cual pareciera que nadie pudiera escapar, y tarde o temprano contagiarse.
Sólo queda que nuestro cuerpo reacciones vitalmente ante su embate asfixiante
final.
Cultivar
este gusto de aproximarnos a las redes sociales vegetales de las academias y de
las ciudades, de los herbolarios y de los mercados, de los jardines con
colecciones de plantas exóticas organizadas y sistematizadas por especies es
nuestra propuesta estética ambiental civil. Se trata de nutrir una pasión
personal por el estudio de la especie para llenar un vacío y tiempo al que se
nos ha reducido. Caminar por las calles,
visitar los parques, subir por peñascos, entrar en los bosques y olvidarse del
contacto con los humanos y sus embates virales posibles como miedos para
muchos, pueden ser reducidos al aceptar esta actividad de paseante solitario.
Para Rousseau permanecer bajo los umbrales de un bosque olvidándose del mundo y
hasta de él mismo, de forma libre y apacible era sentir que el follaje de los
árboles vendría a preservarle de los malestares de los recuerdos, del no pensar
en ellos y menos imaginarlos. Ante
nuestra situación reducida a un mínimo contacto humano en muchos lugares son
esclarecedoras sus palabras: Cuanto más profunda es la soledad en la que
vivo, más necesario es que algún objeto llene su vacío, y los que me
imaginación rehúsa o mi memoria rechaza son los suplicios por la producción
espontánea que la tierra, no forzada por los hombres, ofrece a mis ojos por
doquier, (p.43). Ante el olvido de los entornos de los seres vivos y
silentes de la tierra, ante la angustia de la permanencia en una pantalla
durante la mayor parte de las horas del día, hallo aquí una invitación a
reencontrarme con el mínimo entorno que nos ha dejado la civilización
arrasadora sin consciencia ambiental ni ecológica. Rousseau nos lo expresó
desde varios siglos ha. Llenar nuestro vacío con un objeto que nos atrape, que
en este caso es lo que he llamado redes sociales vegetales, es mi opción dentro
de la profunda soledad en que nos han encerrado por la proliferación y contagio
de un virus que no lo hemos provocado.
A la final,
podemos notar que dentro de esta condición de quedarnos en nuestra
individualidad y en un apoyo fortuito social, hostigados de tanta información y
de sospechas, las razones expresadas del solitario Rousseau nos demanda saber
no atarse a nada, desprender de toda dependencia y saber que sólo nos queda
apoyarnos en nosotros mismos.
Sus
palabras finales nos pueden dar una idea del estado de este caminante solitario
que luego de buscar a un hombre, llega a apoyar su linterna como Diógenes y
exclamar que no hay ninguno. Es una
situación que le hace verse sólo en la tierra, comprendiendo de sus
contemporáneos, que no eran sino seres mecánicos que actuaban sólo por
impulso y que sus acciones se podían calcular fácilmente por las leyes del
movimiento, siendo hoy esto mismo más asfixiante ante nuestros movimientos
calculados por la big data programando nuestras vidas en forma silente
pero eficaz para fines externos a nosotros. Ante un mundo de humanos autómatas,
le quedó mantener distancia, observándolo como lejanas masas mudas,
desprovistas de toda moralidad.
Bibliografía
De los Reyes, D.: 2002: Introducción sobre Rousseau
y la Botánica, junto a la traducción de los Fragmentos sobre Botánica
en la Revista ApuntesE Filosóficos 21: 173-184. Escuela de Filosofía de la Universidad
Central de Venezuela. Caracas.
Rousseau,
J. J.: 1969: Oeuvres completes, bajo la dirección de
Bernard Gagnebin
y Marcel Raymond. Biblioteque de la Pleyade, Editions
Gallimard, t. I
y IV.
2008: Cartas
Morales y otra correspondencia filosófica. Edición y traducción de Roberto Aramayo. Ed.
Plaza y Valdés. México.
2021: Sueños de un
paseante solitario. Ed. Digitalizada por Librodot.com: http://www.librodot.com. Visitado:
15 de abril 2021.
[1] Rebecca Solnit, en su espléndido libro “Wanderlust”
refiere al respecto esta apreciación sobre Las Confesiones. Nos aclara
que la obra no fue publicada sino después de la muerte de Rousseau en 1782
(habiendo sido quemadas otras de sus obras en París y Ginebra en el año de 1762).
Por ello había iniciado una vida nómada,
de escape, en una diáspora individual por lugares que lo alejaran de tales
persecuciones por sus ideas. Esto lo dio
a conocer a sus lectores, mucho antes de haberse editado Las Confesiones
o Las Ensoñaciones de un paseante solitario (editadas en 1788), de ser
asociado a realizar excursiones peripatéticas. Solnit nos dice de la influencia
de este proceder durante ese momento: Cuando
un reverente James Boswell fue a visitar
a Rousseau cerca de Neuchatel, Suiza en 1764, Boswell escribió: “Para
prepararme para la gran entrevista, salí a caminar solo. Pasé pensativo por la
orilla del río Ouse en un hermoso valle salvaje rodeado de inmensas montañas,
algunas cubiertas de amenazantes rocas, otras de nueve reluciente”. Ver:
Rebeca Solnit, 2015: Wanderlust. Ed. Capitan Swing. España, p. 40/41.
[2] Jean Jacques Rousseau: Sueños de un paseante
solitario. Ed. Digitalizada por Librodot.com: http://www.librodot.com.Visitado: 15 de abril 2021. Las páginas referidas en
el texto corresponden a esta edición.
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