Antonio Pasquali
y su utopía comunicacional[1]
David De los Reyes
Uartes (Ecuador) - UCV (Venezuela)
El insomnio de la razón
tecnológica, no temperado por una
Racionalidad de los fines,
produce monstruos.
A.
Pasquali: Comprender la Comunicación.
Preámbulo
Antonio Pasquali (AP), (Caracas, 1929),
obtuvo su licencia en filosofía por la Universidad Central de Venezuela.
Realizó posteriormente estudios de postgrado en las universidades de París,
Oxford y Florencia. Creador del Departamento de
Estudios audiovisuales de la Escuela de Comunicación Social de la UCV y
del Departamento de Tecnología Audiovisual del Ministerio de Educación. Trabajó
como Subdirector General en la UNESCO en el área de Comunicación desde 1984 a
1986. Es Doctor Honoris Causa por la
Universidad Central de Venezuela.
Es uno de los más calificados
investigadores y teóricos internacionales venezolanos en el campo de los medios
de comunicación y sociedad en sus múltiples aspectos; sus trabajos han sido
ampliamente reconocidos y han influido
en especialistas posteriores que han abordado el tema. Sus propuestas están en
el área de una epistemología de la comunicación a partir de la Teoría Crítica de la Escuela de
Frankfort, así como de diversos
planteamientos estructuralistas y propios respecto a una deducción de una
teoría del conocimiento que se une a una interpretación de las categorías
dinámicas que la componen. Todo ello
hasta llegar a plantear, ya desde sus primeros trabajos, una Teoría Crítica de las Comunicaciones.
El conjunto de sus obras han aportado
perspectivas originales y significativas en el avance de ésta área de estudios.
Desde sus pertinentes enfoques de campo sobre la dinámica de los medios de
comunicación en Venezuela y su discutida existencia como servicios sociales
públicos y privados hasta sus aspectos
teóricos junto a los avances técnicos y legales sin olvidar sus implicaciones
a partir de una crítica determinante y documentada respecto al nuevo orden mundial del
llamado cibermundo, sumándosele hoy
a su concepción, la búsqueda de un futuro ecológicamente viable para el
rescate del mundo (su última obra, Del
Futuro, 2000, gira sustancialmente en torno al tema de la ecología y la
tarea imperiosa de salvar al planeta como único habitad humano, prácticamente,
en todo el universo).
Partir
de la comunicación y de la cultura de masas
Su visión se ha dirigido a describir y proponer un mejor uso
de los medios en función de las necesidades de desarrollo cultural de la
población. Es así como nos muestra en su prefacio de 1963 en su conocida obra Comunicación y cultura de masas (1970),
el grado de mediocridad y empobrecimiento que impregnó al pensamiento
latinoamericano adherido a un antropologismo sin realce científico y
a una postura complaciente y desinteresada de rescatar la realidad para
intentar mejorarla y enjuiciar la difusa
y patriarcal mediocridad que nos aqueja (1986:39). De una actitud
exegética, anclándose en una alienación acelerada sobre los modelos de pensamiento contemporáneo, su posición es la de aquel que aspira a
forjar una tarea comprometida y
realista que pueda decantar sus
reflexiones en un devenir portador de proyectos sociales, políticos y
morales, sin quedar en pura táctica
circunstancial.
Sus pensamientos podrían verse
aparentemente sumergidos ante cierta sospecha
frente a la cuestionada actualidad mediática nacional, ya que solicitaba
cierto saneamiento cultural y social; un compromiso junto a una autoconciencia
donde convergen los teoremas en praxis
como criterio verificable de una verdad ética ciudadana. Una geografía de la
pobreza y de la depresión que imponía a la inteligencia y a toda mente
despierta, para esa época, salir de los
islotes de la parasitaria prosperidad
que ha desarrollado el estadio social productivo del momento; una negación de
la prostitución cultural y de las formas
colectivas del saber se hacían necesarias –aún hoy- para el quehacer de ese
pensamiento latinoamericano. Una dependencia más sutil y operante veía cercar
de manera imponderable al hombre gracias a diversos mecanismos de control y
organización simbólica y moral. En el
fondo se volvía a hacer patente una superación del tan referido estadio, para
ese entonces, de la alienación
cultural. Pensaba que un análisis racional de tal situación podía llevar y
conducir a una labor sectorial la desalienación individual/social; infundir una
eticidad sostenida en el reino de los fines los cuales siempre han sido
constantemente eliminados en los rigores
neutralistas de la sociología empírica. Con ello pretendía superar uno de los traumas más profundos
que nos aquejaba y posiblemente aún presente, el de la atrofia comunicacional o el anquilosamiento dirigido en las formas
básicas del saber (1986:42); es la condición de una superestructura
cultural atrofiada y una infraestructura acorde a ella.
Su proposición axiomática estaba en establecer las mutuas implicaciones dialécticas entre
las formas de un con-saber (o
saber-uno-con-el-otro) y tipo de convivir (referido a estructuras sociales
globales), las cuales definen el con-vivir
en relación con el con-saber. En
el fondo nos dice que respecto a la comunicación lo que le urge es el análisis de cómo-se-sabe-uno-de-otro para extender el sentido de la realidad
comunicacional latinoamericana. Su
intención, desde ese primer específico trabajo, era un intento
concreto de inaugurar un nuevo sistema categorial de relación
para la razón sociológica a partir del concepto de comunicación. Unas
categorías dinámicas de inspiración comunicacional que proponían
unos conceptos surgidos de distintos contextos teóricos: de la
filosofía social, la cibernética, la teoría de la información y del
psicoanálisis, etc. y que no habían sido sistematizados en un todo teórico
dentro del campo de los estudios de dicha área. Aparte de esta constante
preocupación de AP, evidente en sus estudios, nos toparemos con reflexiones y trabajos de campo que intentan –y lo logran- desentrañar la
realidad comunicacional y cultural
venezolana del momento, sobretodo por una preocupación que por varias décadas
sería su piedra en el zapato, es
decir, sus observaciones e implicaciones
culturales y morales respecto al desarrollo de la información audiovisual
establecida en el país tanto a nivel privado como público, campo que
consideraba altamente sintomático
(1986:43). Para este autor fue una constante constituir una nueva tipología social mediática en torno a inéditas perspectivas sobre el
manto de un progresismo surgido desde la teoría crítica y de las ciencias
humanas. Damos inicio de esta lectura de AP comenzando por el principio, por su interpretación en
clave comunicacional de la teoría crítica social de la Escuela de Frankfort.
Sobre
la teoría crítica social leída en clave
de comunicación
AP ha sido uno de los mayores entusiastas y estudiosos de la
Escuela de Frankfurt y su concepción de la teoría crítica inscrita en los
trabajos de Adorno, Horkheimer, Benjamin y
Marcuse. Desde sus primeros libros siempre encontramos en ellos un registro dedicado a ella, a su importancia
y pertinencia en el análisis de los medios de comunicación que surge, sobre
todo, de la obra Dialéctica del
Iluminismo, trabajo en el que hallamos a uno de los capítulos más referidos
y comentados, utilizados e interpretado
por sociólogos y comunicólogos, el referido a la Industria Cultural de Adorno/Horkheimer, (concepto que hemos
aludido anteriormente en esta revista en un artículo en el cual comentamos la
obra de Ludovico Silva y su concepción de Plusvalía
Ideológica[1],
otro autor que no dejó pasar indiferentemente al mencionado capítulo de la Industria Cultural. Ver Rev.
Comunicación #121).
Pasquali, conocedor de la realidad tercermundista, publicó en los años sesenta la obra Comunicación y Cultura de Masas. Texto
que fue reeditado en los años setenta de manera sucesiva; convirtiéndose en
punto de referencia insoslayable para todo trabajo comunicacional de rigor;
cita que bien puede ser para reafirmar sus propuestas o para negarlas, pero de
obligado conocimiento a la hora de adentrarse en los análisis sobre la
comunicación en Latinoamérica o en
nuestro país.
Una visión diversa y crítica nos da esta obra acerca del
paisaje comunicacional. Una comprensión de cómo se expande la anestesia
represiva, la masificación programada y el mitridatismo propagandístico de la
ingeniería comunicacional tanto mercantil/privada como pública/gubernamental.
Ninguna esfera existente sale bien parada en
sus apreciaciones.
La teoría crítica de la sociedad aportó una sociología del
conocimiento junto a los juicios surgidos a partir de la interpretación del
mejor moralismo clásico. Una filosofía inscrita en el primado del eudemonismo
hedonista epicúreo y neo-freudiano, junto al acercamiento del neomarxismo
crítico en tanto instrumento de cambio
social y de interpretación teleológica
de la realidad a superar; todo ello vendría a
provocar un replanteo de la filosofía política sobre la base del primado de la red virtual,
concreta y material de las comunicaciones.
Critica a la psicología analítica por sus desviaciones de
corte revisionista y mercantilista; ataca a la escuela de la sociología
empírica, la cual sólo mide y clasifica, manteniendo posturas irracionales y
místicas al recortar los hechos del contexto social de los factores que lo
originan. Sólo una filosofía crítica de la comunicación vendría a aprehender
para este autor la tarea de encontrar un verdadero sentido y función de cada
hecho comunicacional, abstrayendo y
desentrañando todos sus factores causales (1986:20). Siguiendo
a Horkheimer, acuña que a la filosofía
sólo le queda un solo camino, según su compromiso epistemológico, y éste es
sólo la crítica; la filosofía
entendida como crítica al orden existente; crítica del uso instrumental de las
disciplinas científicas y sociales a las que se pretende someter las formas del
saber. Un alerta reflexivo al olvido de los fines racionales y humanos y del
formalismo subjetivista que sólo atiende a la eficacia de los medios y deja lo
demás de lado. Esta filosofía crítica aspira, para AP, mantener el poder negativo de la razón contra el
positivismo degenerado (1986:21) y denunciar el mero funcionalismo y la
perversión del auténtico eudemonismo
objetivo de la cultura y del saber.
¿Un epicureísmo
mediático?
Como se ha visto, AP sostiene una condición epicúrea de la
filosofía, la de aspirar a una felicidad y cierta liberación eudaimonista en
tanto mejoramiento de vida individual y social. No sólo mostrarla como frío
análisis de medios y unos objetivos a realizar, sino que en esa actividad
también debe aspirarse a cierta tranquilidad del vivir auténtico en la medida
que la filosofía se propondría en tratar de controlar
permanentemente, en la realidad social, el desenlace práctico de todas las
premisas teóricas. Es por ello que exige someter a prueba toda idea o proyecto en el terreno práctico
de las consecuencias, analizando cada hecho el cui prodest de todo evento
social comunicacional. Todo desarrollo crítico debería tener un reflejo
material al decantar sobre el cauce de lo social. Filosofía en tanto mirada
crítica permanente ante toda postura que se
esconda bajo la égida del antifinalismo
instrumentalizado. Ello ofrecería
presentar cierta garantía y
distancia ante todo sistema de carácter
único de dominio y del divorcio tecnócrata entre filosofía y contexto humano ideológico,
propiciando una pluralidad comunicacional. Una filosofía crítica que aspira
poseer una función terapéutica y con anhelos de
una perspectiva racionalista
laica acerca del poder establecido.
Sus propuestas no quedan en la mera descripción de la
sociología cognitiva o estructural,
o de la filosofía analítica o del
neopositivismo complaciente que terminan dejando
las cosas tal como están: terminando afirmándose en el cerco de una lógica
totalitaria del hecho cumplido
(Marcuse); impartir la denuncia del abuso y encomendar a una posición y acción sería lo propio de
dicha teoría crítica; donde la lógica exige una relación con los hechos
sociales construidos por el devenir de la razón práctica humana. AP se inscribe dentro de una filosofía crítica
que también es constructora y participe del contexto político al proponer, al
igual que la ciencia, que sólo puede
comprenderse y legitimarse en relación con la sociedad a cuyo servicio
funcionan.
Volviendo a Horkheimer, advierte que toda concepción positivista adapta la filosofía a la ciencia, exigiéndole
prácticas más que razones, esto en lugar de contrastar la ciencia con la
filosofía. Filosofía como una ancilla administrationis proponiendo al
razonamiento científico en tanto rector
mundi ético. No se trata de pensar que una concepción de la felicidad, de
la libertad y del bien pueden desprenderse del saber de las ciencias, como pasa
con los neo-tomistas que tienden a identificar
verdad y bondad con realidad (1986:23): de ahí que su concepción incita
a obedecer a la realidad dada,
enunciado al que se opone la teoría crítica anteponiéndose su antiprincipio negativo: lo que es, no puede
ser verdad.
Es una postura atenta que aspira denunciar a todo el universo
totalitario de la racionalidad tecnológica que, en su proseguir, inculcó según
AP, una moral egoísta y del éxito superficial o de vistosos pseudo-éxitos, de
un bienestar consumista y de tenue y opaca satisfacción. Es por ello que ese
optimismo tecnológico, ahora más presente que nunca en el cerco comunicacional
del fenómeno de las redes y del fantasma de la virtualidad cibernética, viene a darnos una
justificada sospecha de trágica
inautenticidad, presente apenas al
ejercer la crítica ante ese mundo de
postulados optimistas a priori y con sus
consecuencias reales implícitas en su práctica; una autocomplacencia que viene a ser instrumentalizado por agentes extraculturales
con el propósito, de reforzar el control y el dominio[1].
Envueltos en este manto deificado y
reificado de la tecnología viene a
desembocarse en una sociedad partícipe de un iluminismo degenerado que se
sustenta en un equilibrio del terror, ridiculizando todo esfuerzo a sobrepasar
tal situación. Tal diatriba acerca de la
técnica termina siendo un campo de reflexión filosófica que para AP
decanta en la distinción entre posesión
y uso de aquella.
Esta filosofía crítica persigue ser una
filosofía genuinamente social; una teoría que no se queda con describir (propio
de la lógica totalitaria del hecho
cumplido) sino en criticar la realidad social en tanto fidelidad o traición
a un modelo teleológico de realidad y perfección humana.
Su planteamiento acaba siendo, por una
parte, una filosofía crítica cognitiva y a la vez moral: aspira a un
mejoramiento de la condición humana en función de unos fines a alcanzar dentro
del contexto histórico laico-material. Esto plantea la aparición de un imperativo
de negación racional y sistemático de lo positivo (1986:25) Aquí lo
positivo representa un momento estático y narcisista de una degradada razón que
se desarrolla históricamente en términos funcionalistas de eficacia, control y
dominio; en el que la acción negativa,
en tanto momento dinámico, dialéctico y crítico (no-espontáneo) de una razón,
debe contrastarse frente a la positividad perversa, es decir, sin perspectiva
finalista. Retomando a su albacea filosófico, Horkheimer, se suscribirá en una
filosofía que no se transforme en mera
propaganda doctrinaria ante el mundo que
rebosa ya de propaganda, al punto de
creer que el lenguaje no sugiere
ni connota ya nada que no sea propaganda. Negación, en tanto sea
construcción de sentido, alteridad, inversión de la positividad, de la
alienación sintomática, para convertirse en catarsis, recuperación y autonomía
de la razón: en esos parámetros se constituía ese nuevo racionalismo realista
y crítico. Un reemplazo del verum satisfecho en la simpleza del fatum y de la que nace la fórmula: lo
que es, no puede ser verdad. Lo que
es, sólo podrá ser negado o aceptado bajo un plan teleológico, al constatarse
que no es aún lo que debe ser. Es el
momento, que gracias al debe, lo real
se hace objeto de su negación, realizándose una perspectiva aún ideal y superior. Esta instancia
finalista de la realidad es algo que activa toda perspectiva crítica; vendría a engendrar, internamente en sí, el
planteamiento de una nueva utopía social. Condición que implica una terapia y
una liberación: que intenta restituir en
el hombre sus capacidades de valorar y enjuiciar la realidad a la luz de lo que
debería ser y no es. La eticidad vuelve a
ser puesta de pie –sin complejos de
inferioridad- y enfrentada al dominio
teórico y práctico de un universo a-valorativo y simplemente eficiente, a las falsas
dicotomías de “las dos culturas” (la científica y la humanista), a la faz de la razón tecnológica y a los
supuestos imperativos de la realpolitik (1986:28).
Se aspira a una moralización de la
política, deslindarla de una falsa neutralidad;
restaurar ciertos fines humanos basados
en la convivencia pacífica (Los ejércitos
permanentes –miles perpetus- deben
desaparecer con el tiempo, Kant: La
paz perpetua), cierto sentido de bienestar individual (mejorar la calidad
de vida), una liberación de los falsos
principios y esquemas de la realidad operativa
(contra el consumismo pervertido), convirtiendo cada uno de estos fines,
dentro de esta nueva utopía, en una necesidad futura (Hartmann). No en un
registro de hechos sino en un retomar la capacidad de hablar de manera distinta de los datos fácticos gracias a una
etología que pone de muralla a la piel
humana en resguardo.
Es así que para este primer Pasquali, la utopía significa el único elemento progresista de la filosofía
y el que impulsa un planteamiento crítico de los medios de comunicación en
función de ese progreso más humano y no sólo tecno-científico. Este registro
discursivo siempre girará sobre los conocidos planteamientos de la Escuela de
Frankfurt, de sus conductores: Marcuse, Adorno y Hokheimer.
Una
filosofía social vista desde la comunicación
El planteamiento de una filosofía social negativa, como se ha dicho antes,
debe ser leída en clave comunicacional. Pues para ese momento
(hoy en ciertas áreas más que nunca se ha ampliado la libertad de comunicación
del individuo: telefonía celular, usos
del internet, etc.), los medios de comunicación son para él, la punta de lanza de una tecnología en tanto expresión suprema de la razón
instrumental y represiva (1986:29). Una filosofía que altere el equilibrio
homeostático de amos y siervos mediáticos; un prescribir el principio de realidad que tiende a
perpetuarse en posibilidad distinta al que usa el lenguaje del poder y de la
administración total; una nueva razón negativa que muestra la trampa de los ingenieros de almas, al reforzar la
carga compulsiva del super-ego social
proponiéndole participación en una sociedad civil consciente de sus fines y
esperanzas sociales.
Por ello, establece que un surplús
informativo, expresión de una explosión cuantitativa, no equivale a entender sintomáticamente una
mejor y buena información; es sólo
instrumento útil a ser empleado en el pervertido consumismo obligatorio mediático.
Por tanto, este texto afirmará una y otra vez que el uso actual de los medios de
información por parte de la industria cultural debe ser negado, pues, con carácter
prioritario (1986:30). Ante esa positividad
comunicacional le anteponía, para el momento, la utopía comunicacional que vendría a reinstalar la libre circulación
del saber donde sólo se nos
acostumbra a escuchar las voces dominantes de la unidimensionalidad
comunicacional. Un mundo que ha terminado de traspasar los procedimientos de la
industria material a la cultural: toda repetición mecánica de un mismo
producto cultural usa la misma lógica
del slogan propagandístico. Vuelve a
hacer suyo el principio de Horkheimer-Adorno: Las comunicaciones masivas
reducen todos los reinos de la cultura
a un común denominador: la forma
de mercancía. De ahí que el lenguaje de la gente sea, según estos términos,
un remedo del lenguaje de los amos, de
sus benefactores, de los agentes publicitarios. Un nuevo oscurantismo mediático hace cerco a
la semántica del mundo por el uso reiterativo e instrumental del lenguaje
esquemático consumista.
En esta primera aproximación teórica AP
advierte que el panorama comunicacional
es el reino de la estabilidad absoluta e inercial de las instituciones
democráticas, lo que viene a traducirse en una paralización o neutralización de
los conflictos, ante aportes renovadores de una realidad cristalizada. Ante
ello propone una restructuración de los respectivos sistemas de comunicación
masivos para el momento; esto quedaba como una
propuesta a realizar más que haber propiciado un cambio con verdadero
sentido democrático ante el mundo político/económico oficial. Por eso los jefes de gobierno y las fuerzas
vivas de la economía y de la política lo
defienden con tanto calor. Porque en el
fondo de sus almas intuyen oscuramente
la factibilidad de la hipótesis marcusiana: que la desintegración del
sistema imperante en las
comunicaciones los dejaría sin voz y
sería el preludio real de la desintegración de todo el sistema
de poder (1986:38).
El pensamiento crítico comprende que la
industria cultural no es una factoría
cualquiera: es una meta-industria; estos pensadores experimentarán en
carne propia las cargas que tienen que arrastrar para poner en circulación, distribuir
y promocionar sus propias obras
críticas, sus ideas acerca de ese asunto.
Es aquí donde se hace más imperativa la afirmación de Horkheimer: Tener fe en la filosofía significa no
permitirle al miedo que disminuya
nuestra capacidad de pensar.
La
variable comunicación
En
otra faceta de su trabajo investigativo
se planteó la tarea de comprender,
establecer, definir, limitar y precisar
qué es la comunicación más que fijarse en los medios de comunicación de
forma sesgada. Pensó que se había inaugurado toda una terra incognita a partir de los
procesos técnicos comunicacionales que, si bien es cierto, ello no le resta importancia al hecho humano
cultural, y como lo hace notar en el
reino de la naturaleza entre sus componentes orgánicos donde se han establecido
desde siempre relaciones de inherencia, relación, complementación y
comunicación entre miembros de una
especie con eventos y miembros de otras
especies.
Ha habido autores que han presentado al concepto de comunicación invirtiendo el
orden de la discursividad, recurriendo a
la pretensión epistemológica del silogismo. El caso es que la comunicación no
puede ser asumida como un invento reciente de la revolución industrial para acá
o de los aportes únicos de la teoría de la información o de los procesos
cibernéticos de información establecidos entre máquinas. La comunicación, como
bien defiende nuestro autor, no puede ser reducida a los medios de
comunicación; visto así es una perversión intencional de la razón y tosco artificio ideológico (1985:11). Su
concepción lo lleva afirmar que la racionalidad propia de los medios de
comunicación es instrumentada por el
poder como racionalidad de dominio; advierte, por la posesión de cuantiosas
posibilidades de acumulación informativa y expansión instrumental de medios, un
desequilibrio en las comunicaciones, dividiéndolas entre comunicaciones débiles
y fuertes acordes a esa administración y posesión de recursos y redes. El
comunicador fuerte puede hacer gala de un Big
Brother, el cual es sólo una
voluntad de poder; la tecnología ha abierto, extendido, diversificado y
ampliado esa posibilidad. Cumpliéndose
su hipotético pronóstico dado en los
‘70: las superpotencias traspasarán
todo lo que puedan del sector
secundario de la economía (contaminante
y problemático), a los países
subdesarrollados (o en vía de desarrollo, DR), para concentrar todo su
poder en los sectores terciario y cuaternario de la
(comunicación/información), generadores del mayor valor agregado y de controles
realmente globales (1985:13). El
peso de lo virtual comunicacional de la sociedad de la información y el manejo
e influencia del capitalismo informacional en nuestras vidas no hace sino
confirmar estar observación asertiva.
Qué
es la comunicación
Toda comunicación, en primer grado,
produce una interacción biunívoca del
tipo con-saber (saber compartido) y ello es posible al traspasar dicho saber a los dos polos que
comparten una estructura relacional conjunta, siendo definidos como transmisor y receptor. Dicha relación
configura una ley de bivalencia donde todo transmisor puede ser receptor y viceversa. Esto es
propio de este estadio social humano pues las otras relaciones de comunicación con la naturaleza
(relaciones de dominio y no de cooperación con ella) o con la materia bruta,
resultan, hasta ahora, monovalentes: utilitarista, energética, destructora,
etc. Respecto a las máquinas, en las que ahora se ha conformado todo un plexo
comunicacional a la red de redes del internet, vendría a establecerse a lo
sumo una comunicación indirecta con el otro, gracias por el artificio impuesto que para AP rebasaría los límites de la comunicación como tal y que
viene a conformar sólo una relación de información.
Los únicos agentes que pueden establecer
un comportamiento auténticamente comunicacional y social, no basado en un
intercambio mecánico de informaciones-estímulo, serán los seres racionales, quienes
son, casi a priori, depositarios de un
con-saber y de unos instrumentos
simbólicos que los capacitan para ser, a la vez, transmisores y receptores
tanto a nivel sensorial como intelectual. Esto define al hombre como un Ζόον λογον εξων, un animal hablante y
dialogante (con o sin recursos artificiales de comunicación), lo cual es
requerido para saberse –aristotélicamente-
en tanto animal político. Es así para AP (como para Norbert Wiener), la
comunicación un término privativo de las
relaciones dialógicas interhumanas o
entre personas éticamente autónomas, y
señala justamente el vínculo ético fundamental con un otro con quien necesito comunicarme (1986:50).
Comunicar no es ni comulgar, ni
fusionarse o alienarse; es un estado abierto que da origen a aceptar la alteridad de un interlocutor,
una vinculación a un sujeto al que no se enajena en esta relación; un reconocimiento de
igualdad de los participantes dentro del espacio en que se efectúa. La
comunicación es un pacto de conservación por parte del sujeto en ese contacto trascendental no fusionante; es
tensión armónica entre dos polos
(idem). Retomando el enunciado de Heidegger subscrito por AP, la comunicación, en tanto relación simétrica,
es un oír a otro o prestarle oídos por la mutua voluntad de entenderse; en
terreno donde dos pensamientos se entrelazan y se insertan en una labor común
que sólo en su conjunto se crea por el devenir que lo constituye. Tales
argumentos son los que componen su Teoría
de la Comunicación, la cual no tiene relación con una de la información de
univocidad lógica, teoría que varió posteriormente con los aportes técnicos digitales
actualmente conocidos. En dicha teoría
de la información vemos que está constituida por un receptor interpretante racional que es
independiente de cualquier recepción de informaciones obtenidas por
una máquina equipada para la interpretación, almacenamiento y
elaboración de mensajes, propias de elementos efectores.
Lo dicho anteriormente hace que se
establezca, necesariamente, una
diferencia de la información entre máquinas
cibernéticas y otra a escala
antropológica. Es por ello que los factores cuantificables y axiomáticos de
desgaste u obsolescencia de la información (o entropía progresiva de los
mensajes degradados por la repetición o banalidad) y asimismo conceptos de
redundancia y ruido, segmentación estética y
semántica, etc., sólo cobran
sentido a ese nivel antropológico, es decir, en relación con un receptor
en tanto res cogitans, en el cual le es inherente la interpretación
no-mecánica del evento informativo. Una máquina receptora no tiene la
habilidad para descifrar determinados grados
de la entropía (repetición o
canalización) de la información, ni discriminar un elemento semántico
cuantificable y codificable, o un elemento estético ni un aumento de la
información debido a una
imprevisibilidad, etc. (1986:52).
De ahí que habrá, acorde a lo dicho, transmisores y receptores respecto a una
artificial o mecánica relación técnico-informática o a una dada antropológicamente; encontramos que según los
coeficientes comunicacionales estarían: T
(sólo transmisor), R (sólo
receptor) y T-R (transmisor y
receptor). Tipología que puede aplicarse tanto a nivel mecánico como a nivel
cogitativo, más los casos intermedios que puedan surgir. A nivel cibernético la comunicación puede tener una relación de reciprocidad de
información-estímulos pero no diálogo.
En cambio la relación bipolar de comunicación-información se establece
entre entes no-mecánicos, habiendo así un intercambio de mensajes, con
posibilidad de retorno no-mecánico entre polos dotados de un igualitario coeficiente comunicacional
(R-T) o de información. Ello nos muestra que la diferencia entre una
interacción comunicativa y otra
informativa estará constituida, esta última,
por un bajo coeficiente de
comunicabilidad; aquí no hay una posibilidad de reenvío o retorno no mecánico
entre los polos; la teoría de la
información establece que toda transmisión de mensajes, entre entes racionales y/o artificiales, son unilaterales o sin canales de retorno;
tal fenómeno decreta el predominio de
los medios de comunicación unilaterales de transmisión, que proporcionan una
nueva relación al ámbito del con-saber
social; posiblemente hoy cambie algo el panorama con la red de redes y su
carácter, en ciertos aspectos bidireccionales.
La
comunicación: un saber-social
Para que sea posible la comunicación debe
constituirse, antes que nada, un saber-social
que la anteceda. Es la intuición de la existencia de un insoslayable saber-común que viene a ser un elemento
constitutivo y no superestructural de lo social. De ahí que se conforme la triada
sociedad-saber-comunicación. Toda sociedad está en función de contener un saber
para su existir y ello exige la creación
de unos medios comunicantes. Así podemos decir que a cada estadio de desarrollo social le
corresponde no sólo un determinado grado de saber sino unos determinados medios
de comunicación que posibilitan su desenvolvimiento y supervivencia en tanto
organización político-cultural. Sociedad-saber-comunicación es una triada
imperativa para el existir de todo grupo humano; lo contrario, como bien
sabemos, generada por la mudez de los
medios comunicacionales, nos arrastraría a una muerte social, que es silencio
prolongado en el tiempo.
No hay ningún saber incomunicable; todo saber debe estar precedido de su posibilidad
comunicativa; la filosofía crítica
conoce bien este planteamiento; por ello
rechaza todo lo referido a toda
experiencia mística o numinosa que no pueda ser trasmitida y por tanto
conocida. En otros términos, todo conocimiento contiene un grado y modo
pragmático de comunicación. La incomunicación es propia de lo incognoscible, de
la separación, del conflicto, de la incomprensión. Ese grado de comunicabilidad
es lo que define al saber en torno a su plexo social.
Por tanto sólo existe sociedad o el estar-uno-con-otro donde se constituye
un con-saber y esto se da al existir
ciertas convenciones que engendran
formas de comunicación. Para AP la relación que se establece entre medios de
comunicación y totalidad social no es
sólo, como se ha dicho, una relación de causa-efecto, o parte-todo, o
super-infraestructura; implica una inherencia o mutua inmanencia dialéctica
constitutiva (1985:48). El estudio de tales inherencias constitutivas entre
medios de comunicación y sociedad es lo que puede ayudar a comprender y
transformar al subdesarrollo
cultural, combatiendo toda atrofia
comunicacional integrada en un presente
histórico; sin embargo hoy pareciera necesario combatir más el aluvión de las
informaciones que nos inundan e intentan distraer nuestras vidas individuales, ocasionando confusión mental de
sobre-información y de irreflexiva posibilidad de elegir y conocer cuál saber,
fines y sentido son importantes para nuestra calidad de vida.
Es entonces que por ello todo este
conjunto de conceptos, comunicación, relación, inherencia, medios de
comunicación, requirieron de una nueva sistematización conceptual para comprenderse en tanto categorías dinámicas, las cuales están
sujetas a un continuo cambio y evaluación de matices en su pertenencia dentro
del juego social. Sus implicaciones, más que de corte semiológicas,
psicológicas, estéticas o históricas, serán, en este autor, de orden
sociológicas, con lo cual propone la necesidad de dedicarle una mayor atención
por parte de la filosofía social.
Sobre
el concepto de Comunicación
En
nuestra época, ciertamente, la cultura necesita ventilarse,
sacudirse
los paludamentos académicos y ponerse al paso con la civilización,
so
pena de quedar irremediablemente
rezagada y perder para siempre su capacidad
de
reflejar lo actual presente.
A.
Pasquali: Comprender la Comunicación
La reflexión filosófica de AP respecto al
tema, comprende, como ya dijera Ruesch y Bateson en 1955, que la comunicación es la matriz donde están enclavadas todas las actividades humanas,
considerando su éxito en tanto sinónimo
de adaptación y vida; toda anormalidad de la conducta puede ser considerada
como una perturbación en la comunicación; en psicología, el mejoramiento del
sistema de comunicación individual viene a ser un punto importante para la
superación de toda perturbación y
neurosis individual y grupal: sin comunicación no hay relación ni sociedad y,
por ende, estallan los conflictos y la violencia extrema (que se puede
comprender como negación de la comunicación entre iguales por una de dominio y
desigualdad). Bien se pudiera comprender que toda actividad humana debería
tener en la mira, la importancia del
intercambio de símbolos y actitudes,
junto a los procesos y las formas de cómo se establecen históricamente
las comunicaciones dentro de cualquier situación y sociedad humana. Ello para evitar el control unilateral y
lograr un mejor desempeño en el con-vivir. Esta concepción propuesta podría realizar un viraje sustantivo y sintético dentro del sector de los estudios
humanos.
Comprender la comunicación requiere,
primeramente, concebirla como categoría
máxima del entendimiento. Forma esencial
que asume el concepto de relación dentro de
un nivel antropológico, sin
reducirlo a la función de aparato técnico-propagandístico que incidentalmente
interviene en dicha relación. Por tanto, la comunicación estaría limitada a ser
discurso sobre los medios de
comunicación y no la comprensión de sus posibilidades expresivas presentes desde los orígenes de la historia
humana.
Su visión del tema se levanta contra
cualquier postura que algunos sectores
de la investigación de medios quiere
imponer alrededor del núcleo de la comunicación en tanto discurso
técnico-estético. Que para AP, ofrece una perspectiva amoral, asocial y
a-histórica. Pensamos que dicha visión hoy resulta cuestionable. Son otras
formas conceptuales por las que se llega a comprender la condición múltiple y diversa de la
comunicación. Sin embargo, para él era una situación imposible de aceptar;
consideraba que el sistema de los medios
de comunicación ejerce un poder
global sobre el conjunto de la difusión, divulgación y diseminación de
mensajes, modelos, comportamientos, estéticas, sensibilidades conocimientos y
valores. Si bien asumía a los medios en
su estadio epocal como un cuarto poder, posiblemente sean hoy el segundo por no decir
el primero por gobernar o facilitar una buena parte de nuestra vida emocional e
informativa.
Por otra parte, haya una distinción entre la comunicación tradicional
y el nuevo sentido de la comunicación tecnológica, encontrando
diversos factores que la hacen posible. En esta dimensión se unen
intereses militares, matemático-cibernéticos, tecnológicos en general,
biológicos, industriales, psiquiátricos y económicos que son todos los factores
que delinean ese nuevo contexto de la comunicación artificial humana; se crea toda una atmósfera de realpolitik basada en el rendimiento y control por las comunicaciones, una voracidad de
poder alimentada y respaldada por lo que la llamó ideología iluminista-positiva.
AP observa que toda esta interpretación unilateral de las comunicaciones técnicas
actuales, en su carácter histórico,
puede ser comprendida constatando una lucidez creciente en dicho descubrimiento del concepto de la
comunicación. Tiende a
identificarse en buena medida con el
sentido milenario del concepto de poder. Comunicación y Poder son dos conceptos
que dentro de este paisaje de lo
artificial comunicacional que describe AP, serían inseparables; sobre todo
por aplicar los mecanismos del olvido
inducido de los hechos de la historia, gracias a la variación y cambio
perpetuo de los enunciados; creando una disponibilidad a-crítica y a-valorativa
total, constituida alrededor del consumidor ideal.
La comunicación no es un hecho contingente
ni intrascendente a esta escala; sus
funciones decorativas, estéticas, informativas y de entretenimiento son determinantes para diseñar o modelar un
sentido de la libertad simbólica de los individuos; tal situación reedita la tesis de Trasímaco ante el ejercicio de la justicia[1]: favorecer al comunicador o canal de comunicación más
fuerte, generando así su consustancial
injusticia social. La comunicación encarnará un nuevo sentido de autoridad, de
representatividad del poder político, científico y tecnológico; por lo cual,
para este investigador, el aspecto de las comunicaciones de masas no pueden
dejarse al libre albedrío de los mercaderes, tecnócratas, fundamentalistas
político-religiosos o panegiristas (1985:24);
terminarían convirtiendo al hombre en mero medio, sin capacidad de
conocerse a sí mismo en tanto fin o
poseedor de sus propios fines y necesidades informativas y cognoscitivas.
Su alerta
está referida al consumidor de medios el cual viene a ser, en tanto integrante de un grupo social, bien sea
influido de manera privada o pública por los medios, colonizado ideológicamente. Sus planteamientos lo llevan
a hablar respecto a estos consumidores de cultura mediática como atados a un estado de mudez y de pura
receptividad a las emisoras metropolitanas e incomunicados entre sí
(1985:27), especie de autismo mediático;
juicio que pareciera ser, si en gran parte real, también ampliamente
discutible: hoy se han generado movimientos alternativos de importancia social
para que las minorías puedan emitir su voz, por otras vías alternas de alcance
global (vía internet, telefonía, periodismo comunitario, medios alternativos,
por sólo decir algunos).
La sociedad civil no se ha organizado
aún lo suficiente respecto a los usos
públicos y privados de los medios para
que emerjan una serie de respuestas que nos muestren una conciencia civil
cabal junto a una participación
respetuosa y tolerante, un conocimiento del uso de éstos para contraponer
cualquier unilateralidad mediática a la población desde los tintes de un poder
de medios sesgado, hegemónico y no plural, antidemocráticos, nada
participativos.
Este concepto de comunicación, entonces está
implícito dentro del grupo de categorías de relación –como vimos antes-, y con ello es posible patentizar
la dimensión axiomática de toda
comunicación, surgiendo desde nuevos planteamientos sociales y políticos, dando
un sentido trasformativo de la racionalidad junto a una ética y sentido de
justicia. Esto es lo que nos ofrece este autor
dentro de lo que llamó Teoría Crítica de las Comunicaciones.
Este cuadro es el punto de partida para una filosofía crítica de la sociedad, como lo vimos antes, una
especie de antiideología del orden
social existente, negadora
radical del positivismo satisfecho.
¿Medios
de comunicación o de información?
Los medios de comunicación (m.c.) los
define nuestro autor como canales artificiales
empleados para vehicular
lenguajes simbólicos adoptados por los hombres en tanto seres
racionales transmisores-receptores. En un sentido amplio, medios de
comunicación son todos los
lenguajes significantes (que son más
convencionales, naturales que
artificiales); son vehículos que por medio del signo se excitará a un receptor adjuntándole un sentido o significado (como
el lenguaje hablado, el visual, musical, etc.). Respecto a su
función primaria todo signo o significante ha de hacer referencia a un concepto significativo y,
oportunamente, poder ser comunicado.
Pero los
m.c. estuvieron cercados al comprenderlos como canales artificiales de transmisión inventados por el hombre para enviar a un receptor (de manera cualitativa y eficaz a un mayor
número) mensajes significantes de cualquier tipo y expresados por diversas y
alternas simbologías.
En esta primera aproximación al tema, AP
deja claro que todo aparato técnico sólo
permite una comunicación artificial.
El atributo natural de la comunicación lo remite sólo a los órganos aferentes-eferentes de la
sensibilidad: ellos siempre ocuparán los extremos de una relación comunicativa. Y estos m.c. artificiales vendrán a realizar una
conmutación, codificación o enciframiento del signo original a clave mecánica, química o eléctrica para poder ser transportados a distancia, (ello va desde señales de humo hasta lo que hablamos hoy de bits o dígitos, p.ej.). Se concluye que
los signos o significantes son portadores directos de significados; los
medios de comunicación sólo sus
transportadores: el mensaje muta en él a un proceso de enmaterialización en canal.
Ello ocasiona que toda revolución en los medios conlleva un cambio profundo en
las coordenadas sintácticas de un sistema básico de signos, llegando a aumentar o disminuir su
significación implícita. Encontramos que aquella codificación o traducción al medio del mensaje puede limitarlo en tanto
significación ya que los límites de mi instrumental expresivo se traducen en limitaciones de mi capacidad cognitiva, ampliándose
esto a la triada sentido-significado-comunicación, (1986:54s).
Visto así los m.c. quedan entonces como
soportes materiales o artificiales destinados al transporte de signos preconcebidos por el hombre; por la amplitud
de su coeficiente sintáctico-significativo decantarán por ellos múltiples procesos significantes cognitivos
informantes. Llegando a la conclusión que un
medio de comunicación transporta un
lenguaje, pero al hacerlo puede admitir una transformación de su sintaxis, ampliando en esa forma su poder significante; idea que nos remite a la injerencia
de la semiótica en tanto campo de
estudios de tales significantes a través de los m.c. artificiales; todo mensaje
adquirirá tantos sentidos o significados según la sintaxis o medio empleado para emitirlo, ofreciendo
así múltiples interpretaciones por parte
del receptor.
Los medios
audiovisuales de comunicación son
los canales artificiales de intercomunicación que únicamente pueden
vehicular signos iconográficos o acústicos directamente interpretables;
comportan una estimulación en el receptor por medio de canales auditivos y
visuales que re-trasmiten signos audio-visuales. El lenguaje visual, a
diferencia de la palabra que siempre remite a un concepto gracias a un conjunto
de abstracciones, es específicamente icónico y a nivel semántico mantienen inalterable toda la
pluri-significante ambigüedad de lo real; la imagen termina siendo el signo menos objetivo y más equívoco de
todos, por el hecho de remitir a un repertorio amplio de significados que
parten desde un sentido pre-conceptual y
pre-lógico, del que obtenemos una comprensión básicamente afectiva (eikóon: emocional) –que posteriormente se
racionalizará- y por ello pueden llamarse a-lógicos
o presentativos . Este espacio
visual fue llamado por el filósofo Jean Wahl por primera vez como iconósfera, en el sentido de la omnipresencia de la imagen en el horizonte social contemporáneo: un fatum cultural que definirá una amplia
posibilidades de patterns psicológicos
gracias al uso masivo de este lenguaje iconográfico; detrás de nuestra civilización de la imagen hallamos también toda una cultura de la imagen, gracias a la evolución de agentes e instrumentos técnicos (radio, televisión,
cine, ordenador, etc.), creadores y portadores/transmisores de tales eventos
comunicacionales en tanto expresión visual, (1986:60s).
Sobre
la Información
El término de información es definido como el proceso
de vehiculación unilateral del saber a
partir de un transmisor institucionalizado y un receptor-masa de ciertos contenidos, sea cual sea el lenguaje y
conceptos empleados. Información será todo acto de alocución: es unidireccional; en cambio, para AP, la comunicación
es entendida, sobre todo, en tanto diálogo:
bidireccional.
En toda emisión de información se requiere un res cogitan en uno de los extremos
(radio, televisión, cine, ordenador, etc.). AP propone tres modos de polaridad:
conocimiento, comunicacional e
informativa. Podemos ver el siguiente diagrama donde T es el transmisor y R
el receptor en que muestra la dirección de la información en cada uno de ellos.
Vemos que la única relación posible de transmisión de mensajes en complejos mecánicos o electrónicos, antes
de la llegada del ordenador y de las red de redes, era de pura información
prácticamente unidireccional o
causativa en su más bajo sentido. En el
caso de la relación que establece el científico con su objeto (concreto o
abstracto) de estudios es, según AP (y del cual hoy en día sabemos que no es
así, hay también ciertos niveles de comunicación con dicho objeto), ni una relación de comunicación ni de
información: sólo una escueta relación de conocimiento. Y si el objeto es un receptor que nunca informa sino que se comunica en condiciones
básicas de igualdad dentro de la comunidad científica.
Igualmente nos refiere que la llamada libertad de información es ampliamente
cuestionable al verla desde esta perspectiva; una libertad de información que
es también una libertad de expresión donde termina la democracia siendo
identificada con publicidad (privado/mercantil o
pública/ideológica-doctrinaria). Es una irónica contradictio in adjecto, pues el
único que la posee, dado este causalismo, es el informante, mas no el receptor informado: este se encuentra obligado a
someterse al uso de medios de
información cuya elección se ha
efectuado al margen de su poder deliberativo; es una imposición colocada por el
agente transmisor. El receptor es el convidado
de piedra al banquete informativo. Ello sumido en un riguroso determinismo
social; es una situación de la que AP advierte, para ese entonces, que es
imposible de practicar ante ella una
libertad de ataraxia y autarquía.
Coacción, necesariedad, compulsión y
trascendencia hacen de todo hombre-masa
un receptor de informaciones, y de todo
receptor un sujeto no deliberante y violado, nos dice, (1986:69). Tal estado termina en la frustración y pasividad del convidado de piedra receptivo: sólo le queda recibir y callar.
Interpretación que hoy ya no encontramos del todo justa pues el convidado de piedra quiere salir y
participar públicamente en función de sus opiniones particulares e
identificadas con grupos minoritarios o masivos. Los medios han hecho que hasta
los convidados de piedra de los
países en vías de desarrollo salgan a la calle a tirar piedras, aunque sean piedras
simbólicas de protesta, como lo hemos visto en nuestro país en los últimos
años: manifestaciones para todos los gustos, de un lado y de otro.
En su análisis sociológico presenta una
división de la información en las sociedades desarrollas y en vías de
desarrollo. En las primeras, la nombrada frustración
no llega a producir represiones colectivas; la relación de información no es
predominante y se admite que los individuos de distinta extracción tengan un
libre acceso y uso, dicha situación da la posibilidad de restablecer, aun
indirectamente, la bilateralidad del esquema dialógico comunicacional.
En
las sociedades en vía de desarrollo, sometidas a una especie de híbrido
monopolio económico-político de los medios de información, nos afirma que nadie
tiene libre acceso y derecho de
apelación en la que un cuadro de frustración y representación colectiva se hace
presente. Pensamos que esta observación se ha ido diluyendo gracias a las
alternativas que se han desarrollado de participación, medios alternativos e
interacción con los medios bien sea por vía telefónica, canales privados
temáticos, internet, o manifestación pública. Claro está, habría un
determinismo económico como posibilidad
y acceso de posesión de tal infraestructura
y conocimiento para poder venir a
interactuar y constituirse así esa bilateralidad/bidireccionalidad de la
comunicación. De todas maneras, el factor económico, político y cognitivo
limitan los intentos de devolver la
llamada participativa; en los programas de opinión se puede censurar a las
preguntas que van a ser escuchadas por la audiencia. Las vías normales de comunicación y diálogo
pueden verse sometidas a una farsa
comunicacional: Un “diálogo” político
entre miembros de una elite gobernante, televisado ante una
colectividad más o menos privada de sus derechos políticos, constituye un grotesco ersatz de relación comunicacional, una ilusoria válvula
de escape utilizada por quienes
han bloqueado los verdaderos
canales comunicantes, para la gran frustración colectiva, (1986:70).
Crearía lo que la psicología ha llamado idiotez
psicológica, lo cual es el pensar y actuar en base a estereotipos, una
admiración por todos los exponentes de
la elite informadora y su mitología, llegando hasta suministrarse tranquilizantes (mediáticos y químicos),
para suplir su mudez.
En el ejercicio hermenéutico de la
comunicación AP aísla el concepto de información en tanto categoría sociológica de relación. Ella quedaría limitada a establecer
una relación en tanto casualidad (dependencia
de causa-efecto). Al contrario, la comunicación en tanto partícipe de esa misma
categoría de relación vendría a estar
inscrita en tanto comunidad, es
decir, la acción recíproca entre agente y paciente, transmisor-receptor pero de
manera bidireccional. Es lo que Habermas llamó comunidad discursiva, elemento previo requerido para establecer
cualquier comunicación.
La información vendría a establecer un
sistema de relaciones truncas, donde los estímulos dialogales estarían sin
obtener una libre respuesta sino sólo una respuesta impuesta; su efecto es el
que sentimos cuando sólo estamos notificados
por causa de un agente transmisor. Frente a ello propone, igualmente, una
hermenéutica de la incomunicación que él la lleva a compararla con los
personajes kafkianos de El Proceso y El
Castillo. Tal hermenéutica parte de la idea
de cómo se constituye una perfecta
cosificación donde el individuo queda
atomizado y desvalorizado en tanto hombre-masa: aquellos que ocupan el
espacio de los que no pueden nunca
comunicarse jamás con el informador: víctimas de la irreversible unilateralidad comunicacional (1986:72).
Un universo opuesto es aquel que tendría
la tentativa de expresar y revivir un espacio humano abierto y comunicable. Es
el caso que refiere AP respecto a la obra de Tomás Mann, La Montaña Mágica, en que los
personajes actúan como seres
transparentes y penetrables, en estado de permanente disponibilidad para una comunicación dialógica siempre efectuable
(idem).
Masas
de medios o medios en la masa
Otro punto que nos acerca AP es prestar atención al concepto sociológico de masas.
En el encontramos la posibilidad de tipificar, sociológica y
culturalmente, a una colectividad en
relación al grado de desarrollo y atrofia
en los medios comunicantes de su saber.
La nueva concepción es que para este autor surgen nuevas propuestas
conceptuales a partir del campo de la comunicación para poder emparejar y
evolucionar una sociedad con relación a
la calidad de los medios de masas. En una sociedad de masas persiste un
predominio, el de un tipo de comunicación de saber sobre otro, que queda casi oculto. En la sociedad de masas la constante
comunicacional es la relación de información-unilateral por encima de cualquier
otra. Es el elemento ideal para la construcción de una estructura social que termina constituyendo la masificación y
al hombre masificado. En este tipo de sociedad privarán las relaciones de información en perjuicio de
las relaciones de comunicación. Hay una unilateralidad del fenómeno
comunicacional en tanto información. La existencia única o preponderante de
canales de información viene a
proporcionar la masificación de los receptores que absorben una sintaxis y contenidos dispuestos a
inscribir esta conciencia pasiva, de convidado
de piedra, social. Es la alocución
o mirada enmudecedora del transmisor lo que origina en el receptor, según este autor, una incapacidad de ser-para-otro, al cual la
mudez lo habita, además de truncar el intercambio dialógico más allá de
estereotipos lingüísticos y culturales; castra
y no amplia la zona de afluencia en tanto interlocutor. Los medios de
masas se dirigen indiferentemente a uno
o n receptores. En su tendencia del uno-para-todos está implícita, en una
dimensión temporal, de uniformar,
alienar y masificar. Esta visión ha sido cuestionada en relación con los medios
de comunicación/información, donde se han diversificado las opciones para el consumidor
de productos mediáticos, dando como
resultado una pluralidad de masas y
una pluralidad de públicos que vendrán a especializarse en función de su
relación con el medio, gustos personales y sus contenidos simbólicos de
consumo. La sociología mediática de los países modernos da la aparición de la
categoría de sociedad de individuo de
masas. Este principio rompe la
percepción de aquella homogenización de
masas. El desarrollo del mercado en los países del primer mundo ha desarrollado tal capacidad de diversificar
e individualizar los productos que no se puede hablar ya de homogenización sino
más bien de hábitos de consumo y de los valores acordes a ese tipo de conducta que arrastra; son los
medios ofrecidos a la carta.
Cuando AP nos dice que la relación
comunicante y dialógica conserva y
exalta la diversificación personal entre
receptores, la relación de información tiende
a anularla, petrificándolos y masificándolos; encontramos que las
diferencias culturales entre los miembros receptores es determinante y es donde
estaría buena parte del epicentro del asunto. El problema de los receptores es
también un problema de estructura mental, de manejo conceptual de contenidos y
de niveles estéticos y sensibles que mantenemos con tales canales informativos. El problema no es sólo la
relación causal que mantenemos con ellos, también habría que poner el problema
desde el otro lado de los polos. Pareciera que
a la final tendríamos que asumir
una especie de dirección en relación
a qué contenidos y medios deberíamos ver y no los que uno, en tanto individuo, quiere ver. La libertad ante los medios no
está en limitar o en dirigir sino en aprender a saber qué es lo que necesitamos
y qué deseamos individualmente obtener en tanto contenidos simbólicos,
cognitivos y hedonistas al llegar a constituirse en parte de nuestras vidas. La
agenda mediática ha variado y hoy el
problema está más en la pobreza crítica material, educativa y espiritual
poblacional de múltiples zonas continentales que en los recipientes técnicos por
donde se canalizan los contenidos.
La llegada de la sociedad de la
información ha cambiado completamente el panorama parcial y sesgado que se
tenía de la Industria Cultural; el problema, como lo han distintos autores, es
que es tal la magnitud de información y conocimientos generados que lo exigido
es tener los instrumentos mentales y manuales
(habilidades en manejo de equipo, software, etc.) para hacerle frente al
cuantioso abanico de ofertas. Si se
pensaba en ese momento que la sociedad de masas –que existe!- vendría a cerrar
opciones e igualar vidas también ha proporcionado, cuando las
instituciones lo han permitido y visto así, preocupándose por la calidad de
interacción en relación con ellos, más
opciones y modos de vida, creando públicos en función de sus propios intereses,
aunque estos correspondan a una masa
minoritaria (nada más ver la cuantiosa variedad de ONGs que hay con los fines
más inverosímiles y nunca antes pensados gracias a esa misma sociedad de la interacción y no ya sólo de la información, que era como
la pensaban la mayoría de estos investigadores en la década de los setenta y ochenta).
Los medios de masas, después de todo, se
mantenían en la concepción de canales artificiales de comunicación que a través de ellos se
canalizaban o vehiculaban alocuciones o mensajes que para ese momento serían del tipo ómnibus:
uno-para-todos; hoy ya no vendrán a ser completamente de carácter
impersonal y general en sus contenidos sino que se han vuelto más selectivas en
sus alcances de la audiencia.
La calidad de los mensajes antes era
urbi et orbi, donde el mensaje
tenía el distintivo de una mediocridad de
contenido y de una forma elemental para una universal interpretación. La
medianía o mediocridad es observada por distintas formas: del contenido, por su reducción
de todas formas del saber al
lecho de Procusto de lo omnicomprensible; de la depredación del receptor, por
amortiguar o inutilizar en la
función selectiva; de la
degradación o vulgarización de lo sublime, por exceso de difusión, usos irreverentes o desgaste;
del ritmo o escansión vertiginosos
impresos a los mensajes, que instauran en el receptor una pérdida progresiva de sensibilidad
acompañada de un obsesivo eretismo por
lo novedoso ( y que produce de reflejo lo que algunos autores llaman la
obsolescencia de todos los valores, por
saturaciones progresivas y pérdida de
vigencia de los estímulos, etc.)
(1986:79). Donde mediocridad informativa no produce ningún tipo de calidad
comunicacional. Lo que se nos
presenta es una intencionalidad parcial, dogmática, subjetiva e interesada del transmisor. Una objetividad auténtica, como de un saber
hablar y de un saber escuchar, pulverizaría en su esencia a la unilateral información (que es
siempre doxística) y resultaría suicida
para el transmisor, (idem). La objetividad
en los medios se encuentra en una confluencia de voces que emitan su
opinión y construyan una realidad simbólica que, por su interacción amplíen y
construyan, gracias a la verificación dialógica, el consenso o la llamada
objetividad de los hechos. No se puede hablar de objetividad en medios de comunicación que sólo aspiran a
la alocución, construyendo una incontestable situación para el receptor
que se ha reducido a su mudez; situación
que sólo beneficia al poder desleal del informador.
Mediocridad,
existencia y medios de masas
En relación a esta mediocridad imperante en los m.c., AP nos remite a una
serie de citas de diversos filósofos haciendo una reflexión personal ante el
hecho sociológico del homo mediaticus
actual. Sus autores predilectos aquí son Kafka, Jaspers, Heidegger,
Merleau-Ponty, Camus, Moravia y Marx, entre otros. Y a través de sus palabras se nos afirma que
la falsa o mala objetividad no es más que la defensa personal de la existencia empíricamente
egoísta. Su aparente objetividad se
convierte en radical subjetividad (Jaspers). O, como ha visto Heidegger, toda esta mediocridad,
ese término medio vendría a ser el aplanamiento
de todas las posibilidades del ser. Se crea un hábito de ser plano en el receptor, típico de la
información y no de la comunicación.
Todo se debate en establecer una sociedad
abierta, inscrita a la comunicación, o una cerrada, estructurada por la información únicamente. En la primera el
debate debe ser dialéctico y dialogante que asume el unus inter pares, uno igual que otro, ante el hombre masa
impersonal mudo e inoperante de la información que cualquieriza al despersonalizar al individuo por los contenidos y
la relación con el saber que constituye su co-existencia con los demás: se
atomizan al dividirlo, masificarlo,
petrificarlo, anestesiarlo e insensibilizarlo para dominar sobre él. En la alocución se descalifica para cuantificar para dirigir una acción imperativa y
no pro-activa; se renuncia a unas aristas y rasgos individuales para asumir una personalidad colectiva sin
reconocer la acción concientemente en el
incondicionado agente trasmisor. Es,
como dice Kafka en su novela América:
evitar
a toda costa hacerse notar, permanecer
tranquilo aunque se experimentase la mayor repugnancia. O en L’Etranger de Camus: En
suma, el condenado se veía en la obligación de colaborar moralmente; era
su interés el que todo marchara sin
tropiezos, (ambos cit. en 1986:81); es la actitud de ese extranjero incomunicado por y ante lo
hostil.
La sociedad cerrada de masas nos lleva a
ejercer una auto-agresividad respecto a
cualquier actitud de defensa personal. Con Marx afirmará: El resultado es que el hombre se
siente ahora libre sólo en sus funciones bestiales, en el comer, en el beber y en el
engendrar, si acaso en poseer una casa, en su cura corporal, etc., mientras que en sus
funciones humanas sólo se siente convertido en bestia. Lo animal se hace
humano y lo humano se vuelve animal,
conocida cita de los Manuscritos de 1844.
O la voz del Eurípides de Las Fenicias:
¿En que consiste, y qué tiene de
desagradable el peor inconveniente ...digno de esclavos?: callar su propio
pensamiento. En ese abismal sentimiento inmerso en el ennui baudeleriano, el fastidio
o aburrimiento, en la apacible nausea es a donde se dirige, visto desde el
existencialismo, en el estadio de la incomunicabilidad, el hombre mediocre de
masas. De Moravia cita: El fastidio no es
sino la incomunicabilidad e incapacidad de superarla....y la falta de
relaciones conmigo mismo...la única
persona en este mundo de la cual, por demás, no podía deshacerme, (La Novia). Esta incomunicabilidad
individual, de ese individuo-número/cifra a lo kafkiano, está presto a
encontrar un dictador, político o espiritual, que gracias a esa unilateralidad y
estéril co-presencia, vendrá a manejarla como un instrumento sistemático de
dominación (1986:81s), eso decía
entonces, hoy más actual que nunca no puede ser en nuestro Estado
militarizado.
Es por ello que AP nos arroja la
insoslayable contradicción de enunciar que tales medios vienen a ser medios de comunicación de masas; tal flagrante contradicción
terminológica debería proscribirse. Si son medios de comunicación el receptor no puede quedar reducido a la
pasividad de la masa. En definitiva,
sólo estamos en presencia de medios de información, en donde se da
implícitamente el tratamiento de masas a
aquellos receptores usuarios. Si los
canales artificiales son de comunicación
no pueden silenciar ni al individuo ni a las masas, que son a los que se dirigen esas baterías
informativas, y deben abrir todo bloqueo a
la capacidad interlocutora sin sesgarla.
Por otra parte, afirma algo que no deja de llamarnos la
atención, me refiero a la previa direccionalidad hacia dónde pudieran, hasta
cierto punto, estar apuntadas las nuevas tecnologías de la información: debido
al principio de: no puede haber una relación de comunicación que masifique, gracias al hecho
participativo comunicativo, en donde previamente las partes dadas tendrían los
mismos chances de información/comunicación previos sobre el tema a tratar. Lo
usual es llegar a interpretar como un
hipócrita encubrimiento de la vertiente informativa bajo el manto de un término ennoblecedor,
es decir, el de comunicación, (1986:85).
Contaminación
mediática
“Sólo en el genuino
hablar es posible el genuino
callar, pero callar no quiere decir mudo”.
Heidegger,
Ser y tiempo
Uno de los primeros intentos en abarcar en
nuestro país una relación entre contaminación informativa y medios la
encontramos en la obra de AP. Halla un
paralelismo entre los problemas de información y los problemas de ecológicos, teniendo ambos el común
denominador de la contaminación. En
el caso de los medios la contaminación vendría a ser el precio que tenemos que
pagar inevitablemente por una abundancia equivalente en el reino de la cultura a los smogs, los ríos cubiertos de jabón o lagos muertos por carencia de
oxigeno.
La contaminación cultural se hace presente
por la existencia y uso del medio; puede
venir por una abundancia o por una carencia pero sin tener presente los fines de sus propios límites por
parte del usuario: sufre una degradación de la armonía comunicacional. De
aquí deriva el ineluctable grado de
contaminación mental gracias a la presencia compulsiva y dirigista de
los medios masivos; de una pobreza respecto a la necesaria pluralidad de voces y de perspectivas informativas y comunicativas
gracias a una civilización rica por la opresión de sus monopolios, nos arguye AP,
(1985:277). Este programa de acción para el usuario de los medios implica una
comprensión de la esencia óptima de la
comunicación humana: que viene dada por
comprender el sentido comunitario o de auténtica reciprocidad. Tener ideas claras acerca de lo que debe ser
negado, saber rechazar el uso que se nos impone al comprender su carácter
nocivo, o en palabras de John Coundry, los medios como ladrones de nuestro tiempo que nos retienen para lograr otras
realizaciones de nuestra personalidad. Por supuesto no se trata de un regreso al mito romántico
de la vuelta a la naturaleza, adentrarse
en un subjetivismo aislacionista y separarse por entero de la constelación
mediática que nos rodea, convirtiéndonos en ilotas
mediáticos. Se trata de saber darles su uso requerido a nuestras
necesidades en tanto individuo y ciudadano de un territorio y del mundo. Más
que paraísos a conquistar es deslastrarse de infiernos de idiotismos simbólicos
e icónicos que pueden evitarse a partir de nuestra elección como usuario de
los medios. Desentrañarse de lo negativo comunicacional: del efecto
contaminador de los mensajes.
Los modelos ecológicos nos pueden ayudar
para comprender los aspectos negativos de la comunicación, ampliando las
posibilidades metodológicas de un pensamiento crítico e introduciendo nociones
que, como la de contaminación, se nos iluminan ciertos aspectos de la dinámica
social de las comunicaciones conocidas hasta ahora sólo desde la sociología,
política y economía de los medios.
Es así que nos afirma que la verdad axiomática y válida de los conceptos de desarrollo y de
subdesarrollo vienen a ser el haz y envés de la misma moneda y su
relación se constituye por mutua interdependencia. Y ello dirigido como un
caso sintomático de subdesarrollo en las comunicaciones. Si bien antes
podíamos hablar entonces de una mayoría de personas que en los países del
continente recibían una amplia
contaminación cultural mediática, hoy no es menos gracias a la expansión de los
mismos instrumentos de comunicación. ¿Ante este caso cómo obrarían los
ecólogos? En determinar la dosis en el biotopo electrónico/virtual del elemento
contaminante y llevarlos a niveles de cierta normalidad. Y en ello estaría el conocer la dosis de desinformación,
subinformación, de hiperinformación o
información que sufren los países. Estudiar
los efectos de la información y sus consecuencias al estar habituados el público a tales estímulos masivos. Todo ello como una necesidad para pre-establecer
hasta qué punto el hábito de
recibir dosis minúsculas o masivas
puede haber fijado aquellas
predisposiciones que son parte
integrante y decisiva del verdadero
efecto, (1985:283). Se trata de emprender un estudio de la economía de los efectos comunicacionales en tanto contaminación cultural. El de una
convivencia obligatoria entre centros de producción de la industria cultural con los centros de
consumo vendrían a producir, por ejemplo, la
satelización de la gran periferia en torno al centro hegemónico, (idem);
hecho que contrae para nuestro autor una única y precisa fuente de contaminación y control cultural e
ideológico, aspecto por lo demás de lo más común en la actualidad; presente en
toda la periferia de los países subdesarrollados
comunicacionalmente, contaminados y careciendo de una conciencia colectiva
autónoma del problema: quedamos inmersos en nuestra conciencia normal que es la única que nos provee, según AP, la alienación comunicacional.
Tales fenómenos contaminantes inducidos
por las fuertes dosis de programas e
información basura de las comunicaciones de masas no vienen a formar
precisamente manchas de aceite flotando
y presentes dentro de la polución de la bio/iconosfera mediática. Ellos
presentan un efecto centrífugo pues
se acumula mayores cantidades de escoria
y de elementos contaminantes en la
periferia de la gran industria cultural, (1985:284). Un caso
al que da atención es la fachada de nacionalismo casi histérico de los
teledifusoras locales. Todos están condimentados con enormes cucharadas de folklore y
de patriotismo en todos los manjares enlatados que difunden, pero ello
termina con la labor del antinacionalismo
sistemático que vendría a llenar los cuatro quintos del espacio que media entre el himno nacional de apertura
con el himno de nacional de clausura de los programas, (idem:285). Se llega
a la conclusión que la industria cultural privada y pública de comunicaciones nacionales vendrían a ser una drástica negación del multiculturalismo y
de la pluralidad de voces ahogadas por las loas al consumismo y al status: la
publicidad es la encargada en confirmar toda esta obra: la ley es sólo se retransmitirán
programas que vendan; por ende, bajo
esta lógica toda obra de Shakespeare está prohibida y sólo, como bien sabemos,
los reality shows o las tradicionales soap-operas tendrán cabida
en nuestro espectro ambiental mediático proporcionando una buena dosis
de contaminación programática en beneficio del marketing (comercial o político inclusive): es lo que quiere el
público, nos dirán.
Una pequeña panacea sería la creación de
medios públicos altamente competitivos en calidad de programación, mas no
puestos al servicio de los caprichos doctrinarios e ideológicos del gobierno de
turno. Su existencia se debería ser dada
por el canal del Estado y no de un partido-gobierno, hecho realmente utópico en
un país de clientelismo populista. Podemos finalizar este segundo trabajo a la
obra de este autor con sus propias
palabras: Esto demuestra que incluso en el sentido
de una imperfecta descontaminación, el ejemplo metropolitano no funciona
ya más, y que los fenómenos centrífugos
que se señalaban transfieren a la periferia verdaderamente sólo lo negativo y
las escorias, el veneno y no el antídoto, (1985:289).
Pasquali, Antonio, -- -- : La
Moral de Epicuro. Tiempo Nuevo. Caracas.
1967: El Aparato Singular. FES-UCV, Caracas.
1986: Comunicación y Cultura de Masas. Monte
Avila, 1ºed.:1972,
Caracas.
1985: Comprender la Comunicación. Monte Avila, 1ºed.:1970.
Caracas.
1991: La Comunicación Cercenada. Monte Avila,
1ºed. 1990.
Caracas
1991: El Orden Reina. Escritos sobre comunicación. Monte Avila.
Caracas.
1998: Bienvenido
Global Village. Monte Avila. Caracas.
[1] Este texto fue publicado antes
en la Revista Comunicación, Centro Gumilla y UCAB, Caracas, Venezuela.
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