Arte, Migración, Exilio e Insilio
David De los Reyes*
I
Migraciones y Arte
Migración y arte son dos condiciones del ser
humano y han estado reunidas a lo largo de todos los tiempos. En todo momento ha
habido desplazamientos habitados de creación imaginaria, de culturas en
procesos de cambios y adaptación. Los hombres a lo largo de su evolución, como
especie, siempre se han desplazado buscando nuevos horizontes donde la vida
pueda ser menos riesgosa en función de vivir y mejorar; emigrar no está exento
de crecer y construir una utopía personal o familiar. Y el arte, su tecné¸
forma parte del equipaje de salvación y permanencia: el arte reúne a las
capacidades y las prácticas creadoras que el hombre desarrolla en su
imaginación junto con sus habilidades corporales, para dotar y traducir sobre
el estambre del mundo un manto de simbolismo y memoria. Una acción que dota de
sentido y significado metafísico a su existir. En los momentos de desarraigo,
de apertura, de huida y de condiciones deplorables por guerra, xenofobia,
racismo, criminalidad, estados tiránicos fallidos, ausencia de bienes de
subsistencia elementales, o todas estas circunstancias juntas, se nos presentan
un ambiente inexorable para comprender que la única opción para apostar al
derecho de vivir, es salir del lugar que habitamos e intentar, si no la
tierra prometida, si una tierra compartida para construir una vida más humana y
menos acosada por carencias de seguridad, sociabilidad, alimentos y
cobijo.
Las migraciones, comprendidas también como
éxodos, destierros, exilios, cuando son por motivos imperativos y de fuerza, -
políticos y amenazas de muerte -, hacen que se presente la violencia de la
forma más directa y cruel sobre la persona por el ejercicio del poder omnímodo.
Se nos arranca de nuestros territorios y de nuestros antepasados. Emigrar es un
acto de violencia cuando no se puede hacer frente a dos cosas: ni a las
condiciones primarias de vida, ni al poder del Estado o del grupo al que todos
están sometidos. Si migrar es, por un lado, violencia llevada a cabo por una
fuerza desmedida, por otro, también puede ser vista como una esperanza de
libertad, de tener la capacidad de emprender y reencausar lo perdido y
abandonado por el acoso existencial del lugar de donde se partió. Situación que
también puede consustanciarse con una esperanza de regreso nunca abandonada por
completo. La posibilidad de un retorno es, la mayor de las veces, lo anhelado.
Quizás esos sean los pensamientos más recurrentes del que toman un camino
prácticamente a un destino desconocido.
*Ponencia presentada en el 2do
Encuentro de Arte y Migración en la Universidad de las Artes, febrero 7 y 8 de
febrero del 2023
Todos hemos sido, somos o seremos migrantes.
Mis abuelos fueron emigrantes, mis padres siguieron esa ruta y en mi caso
también me ha vuelto a tocar rodar con esa rueda de la fortuna sin fortuna; mis
hijos también están tocando esa tabla de salvación temporal; esa elección se ha
vuelto parte de una tradición familiar, de un patrimonio común en nosotros.
Estoy seguro de que tú, lector, también habrás pasado por esa experiencia, si
no directa sí indirectamente: familiares, amigos cercanos, vecinos, conocidos,
compañeros de trabajo o estudio, que han salido de su país hacia otro. Una
condición adjunta a la modernidad, que pareciera saltar en ella los tiempos y
los espacios, donde los humanos nos hemos visto casi o totalmente desesperados
por salir del atolladero sin solución que pesa sobre los estados fallidos en el
que nacimos, vivimos, producimos, nos realizamos y nos echaron por incomodos y
no sumisos a unas reglas en que deja sólo la vida como nuda vida (Agamben).
Optar no ser parte de esa instauración de un biopoder que controla hasta los
más mínimos requerimientos de la existencia a cambio del sometimiento y
extorción infrahumana al Estado acosador. Donde escapar a tal cacería de
bárbaros y del permanente canto de muerte escuchado alrededor nuestro, es el
pulso vital que se hace insoslayable ante la cúpula cerrada de los sistemas
totalitarios modernos, las guerras de conquista, los genocidios de pueblos
enteros o, los ya nombrados, estados fallidos.
El artista es, en principio, un ser que surge
en territorios donde se tiene un margen civil de libertad garantizada
jurídicamente y de facto. Se requiere saborear la libertad para crear; no hay
creación auténtica sin la posibilidad de elegir por sí mismo. Esta sería una
primera condición. La segunda circunstancia es la estabilidad, y la de
conseguir formas de vivir más o menos sensatas para llevar el día a día y tener
tiempo para la creación. La tercera situación es la existencia de la libertad
de expresión y comunicación real, y no sólo jurídica. Diferente es la situación
del artista cuando las creaciones son impuestas. Requeridas realizaciones
artísticas a cambio de colocarse gríngolas ante lo que realmente estalla como
acontecer y realidad circundante cerrada. Serán obras que reflejan sólo el
interés del grupo o de la ideología de un partido o Estado. Ante ello, se
yerguen humanos que no aceptan tal acorralamiento y mudez mental y física.
Entonces escapamos, se busca la senda del exilio. El artista emigra llevando a
cuestas una memoria, un imaginario, unas habilidades, unos saberes que le dan
identidad cultural-geográfica y sentido de vida, o menor dicho, esa formación
es lo que lo ha convertido en un ser humano particular, diferente y por lo cual
tiene un mundo propio a crear. Al emigrar su impulso creador puede que se vea
coartado como también todo lo contrario, crecer y evolucionar; deposita todo un
acervo cultural en el nuevo suelo que le acobija. De la rabia pueden surgir
fuertes energías creadoras, que de otro modo no las viviríamos, no las
sentiríamos. Se trata de hacer de nuestras pulsiones negadoras la afirmación de
una creación significativa de libertad. Nuestra era, que puede llamarse la era
de los refugiados, se pudiera proponer un género de arte (donde se asientan
todas, desde la literatura, música, plástica, etc.), como creaciones de la
extraterritorialidad, obras que surgen del fenómeno del desplazado, de la
disrupción de la vida, realizadas por exilados, refugiados y emigrantes, que
tratan sobre el exilio y sus expresiones existenciales. Versa pues sobre la
emigración que encontramos en el siglo pasado y que en este siglo XXI ronda
acuciosamente indetenible por canales sorprendentes en territorios afectados y
condenados por la guerra, la muerte, el hambre, la inseguridad, la miseria, la
pobreza y la neo-esclavitud. Hoy lo encontramos en la situación vivida en
muchos lugares debido a los controles surgidos tras sufrir la pandemia china,
que asoló y doblegó sin excepción, globalmente a todos en el 2020, por
ejemplo.
Bien podemos decir que la llamada cultura
moderna ha sido obra de exiliados, emigrados y refugiados y nuestro tiempo,
quizás más que los siglos anteriores, es la escala con que se ha medido la
vida. E igualmente podemos hacer eco de las palabras de Jean Luc Nancy al
afirmar que pareciera haber un exilio constitutivo de existencia moderna que se
traduce por un permanente estar fuera de o de un haber salido
de. Sin que por ello sea un ser arrancado de su suelo, ex solum1.
II
Diferencia entre exilio y migración
Etimológicamente exilio procede del verbo
latino excilire-exilum, que vendría a significar saltar fuera. Saltar
fuera del lugar donde se vive, pero de forma obligatoria de la tierra donde se
nació o vivió. Es la condición que sufre un individuo al separarse del lugar de
vida por motivos políticos; es un salto irrevocable de la historia y
geografía vital particular del afectado por esa decisión externa y
condenatoria.
Migrar tendrá otras características y significaciones,
aunque quizás en un comienzo se emigra y luego se termina exilado por las
condiciones a que se ha llegado la situación de la nación de la que se parte.
Emigrar o emigración viene del latín e-migrare el cual vendría ser cambiar
de casa o del lugar de residencia. A diferencia del exilio, que es
una salida obligatoria por razones políticas o simplemente por defensa de la
vida, la emigración es una decisión que parte del fuero interno del emigrante. Decidí
partir a otro lugar es una afirmación voluntaria, en busca de mejores
condiciones de vida del territorio del que dejamos. En principio, emigrar
pareciera ser de orden económico, pero puede haber otras causas incorporadas,
como las de sobrevivir a situaciones extremas en el entorno general.
Búsqueda de mejoras materiales, pero también se pudieran añadir de orden
familiar y cultural, de reconocimiento de libertades y ambientes de trabajo
apto para el desarrollo personal y profesional.
La distinción entre emigración e inmigración se
puede decir que comprende dos momentos del viaje del salir fuera de casa.
Emigración siempre estará relacionado con salir fuera del lugar en que
se nació o ha vivido desde su nacimiento. Inmigración es el fin y reposo del salir
fuera, en tanto llegada a un nuevo lugar de vida, la elección de límite
para el viaje emprendido. Ambos son desplazamiento que involucra al cuerpo y al
imaginario espiritual personal y colectivo, pero propicia la necesidad humana
de una construcción de la memoria que no sólo se genera a partir de sí misma,
sino que está intrínsecamente ligada a la geografía y cultura de los nuevos
espacios donde se permanece, generando ese doble sentido de permanencia. La
memoria del pasado, de dónde viví y partí, y la memoria del presente, a dónde
llegué y que construí de cara a un futuro.
Surge el individuo nómada que integra en su desplazamiento un tratamiento complejo entre la memoria, la identidad arraigada y restructurada, junto al lugar y territorio. Es lo que nos refiere Jacques Attali en su historia de la vida nómada del hombre2. En un principio habría que comprender que no hay un desplazamiento continuo, pero, como refiere este autor, el hombre nace del viaje; tanto su cuerpo como su espíritu son moldeados por el nomadismo3.
Esto lleva a
construir un molde y estilo de vida que va incorporándose en la existencia del
hombre, condicionando lo que lo convierte en humano, es decir, en su memoria,
pero de múltiples formas que va adquiriendo dentro de la experiencia vivida
como una pseudo formación móvil identitaria del ser, del lugar y del territorio
habitado. Recurso que la creación artística incluirá para expresarse en
tanto idea simbólica y significado de esa misma identidad en movimiento y, a la
vez, en busca de anclaje, de reconocimiento en el otro a través de la
diferencia vinculante y la absorción cultural.
El elemento diferenciador está en la voluntad
del exilado respecto a la voluntad del emigrante. Esto independiente del
desarraigo, separación, ruptura, alienación, peligro que conlleva dejar la
tierra madre. La voluntad se ve determinada bien por el imperativo de dictamen
de fuerza de expulsión y huida a la otra voluntad en cuanto a búsqueda de un
horizonte para mejoras materiales y espirituales motivado por razones extremas
soportadas. Lo común, es que tendrán que ser marchas forzadas, no tomadas de
manera espontánea o en absoluta libertad. El exilado no tiene elección,
está obligado a partir; se somete a una salida irreversible. El emigrante pueda
aceptarse como tomado por una voluntad independiente ante las condiciones
sufridas.
Notamos que el exilado, en la exigencia de
expulsión y huida, soportará el peso, en principio, de una derrota, de una
situación límite que lleva a un enfrentamiento que lo conduce al escape para no
experimentar males que se traducen en una expatriación insoslayable. Porta
consigo un fracaso político ideológico frente al poder establecido que
determinará su partida inminente; ideas y actos políticos determinan su suerte,
tomada por un gobierno que lo rechaza y destierra; salta fuera por temor
a ser encarcelado o perder la vida o distintas amenazas a familiares. Y dónde
se traslade, siempre estará acompañado del efecto inevitable del desarraigo y
del dolor por la amputación social sufrida y forzada.
En cambio, la emigración es partida de una
tierra o lugar donde ya nada le es propicio y que lo niega como individuo,
pudiendo llegar a ser su desaparición, (el exilio como crisis de conciencia no
contra la nación a que pertenece sino contra el gobierno que lo habita).
También la emigración se puede comprender con una suerte de fracaso, pero por
la realidad social a la que se enfrenta. Su partida, a diferencia del exilado,
está alimentada por el deseo que le otorga confianza en alcanzar una solución a
sus padecimientos materiales, culturales y espirituales al distanciarse del
entorno económico y físico desfavorable. El emigrante parte con la ilusión de
encontrarse con una tierra de promisión. Sin embargo, esto no siempre ha sido
así. Y menos en las olas de emigraciones de las últimas décadas en los casos
del norte de África, las olas migratorias de Venezuela y Ucrania hacia los
países limítrofes. El peso de la historia y derrota cimbran el alma del
exilado; el exilado al insertarse en el horizonte que lo acoge vendrá a
significar un nuevo comienzo de su historia, de una oportunidad real de su
seguir y respirar4.
La aptitud del inmigrante es lograr el éxito
económico, laboral, vivencial con la apertura a un posible regresar. Vive un
desarraigo transitorio, espera el día de regresar a la tierra de sus mayores.
Organiza no bajo el rencor político del exilado, sino de dirigirse a organizar
su vida para dar solución a sus problemas de superación material y cultural;
vive su propia historia y está empeñado en crearla; el exilado les es impuesto
vivir una historia que no es la proyectada por él, ajena a la que se supone que
debía vivir en una situación normal. La situación temporal varía de uno a otro:
el exilado puede arraigar en una situación atemporal respecto a su regreso a
la patria; el emigrante se plantea un tiempo transitorio y temporal
dependiendo de su condición y superación individual material.
Por otra parte, el inmigrante siempre puede
regresar; el exilado no está en la misma situación; su regresar está condicionado
a un golpe de suerte, un cambio del gobierno que lo expatrió o las condiciones
políticas cambien, sea aceptado, indultado, etc.; el exilado carga siempre un
estigma político a cuestas, impuesto por el poder establecido que lo
estigmatiza. El retorno del inmigrante es el de una voluntad libre, no está
vetado; el exilado corre a su suerte por su retorno: no es aceptado, y su
voluntad tiene la mediación de no ser un ciudadano reconocido sino visto como
un fugitivo.
Notamos la evidente diferencia y condición del
exilado y del emigrante, sus voluntades están encaminadas por distintas
motivaciones. El primero vive un desarraigo y fracaso político, como un peligro
inminente a su vida posible en donde se encuentre; su situación la
define una negación inevitable: derrota y expulsión, desposesión y ausencia a
la fuerza, al tener que aceptar vivir en una tierra extraña; se convierte en un
desarraigado: sin raíces, Se vive bajo una situación no buscada,
forzada, no deseada; lleva una vida en torno a la otredad y el extrañamiento.
El emigrante tendrá la fija dirección de organizar su vida en torno a cierto
éxito o beneficio material y espiritual como problema de base. Su causa no es
ideológica y de expulsión, aunque si puede tener su elección una motivación
debido a la situación político-económica del país de origen; no es un
perseguido, amenazado y enjuiciado directamente por un estado. Puede que quizás
sea indirectamente, y podrá vivir la emoción de la ausencia y recuerdo de su
territorio de origen. Pero su vida tendrá una marcha y plena razón de su
estancia. No por ello no deja la opción de ser traumática esta errancia al
vivir una experiencia ruda, dura y difícil en ciertas situaciones: condiciones
no deseadas, pero mirará encontrar la salida a sus carencias que lo empujaron a
saltar fuera de su país. Se ve alimentada su vida por una promesa y una
solución. No tiene el lastre del exilado del compromiso político-ideológico.
Ambos pueden presentar la analogía del desarraigo, pero es vivida de diferente
manera; ambos son producto de resultados de sociedades fallidas o incapaces de
dar solución al bien común para la vida de las mayorías, por caminos diferentes
viven la tragedia humana de forma distinta pero cercana. Pero presentan dos
posturas diferentes y delimitadas por aspectos externos que tienen diferentes
pesos, fuerzas y motivaciones; ambos tendrán condicionamientos delimitados y
opuestos. La vida para ambos se presenta biológica y culturalmente
distintas.
III
Entre
el exilio y el Insilio
Luego de esta referencia a la condición de millones de personas en la actualidad, que se debaten entre emigración, inmigración o en el exilio queremos referirnos algunos aspectos de otra de las elecciones humanas que asumen otras personas. No son aquellas que se dan la tarea de movilizarse, entre peligros y desconocimiento ante lo que el futuro puede depararle, son los individuos que se retiran de convivir con la imposible realidad exterior del mundo en que viven y se retiran a sí mismos. Hablo de una palabra sin paradero. Digo sin paradero porque los diccionarios no la albergan. Pero es un concepto que no podemos de tratar al hablar del tema de las conductas erráticas al no poderse insertar en el territorio en que habitan. Esta palabra no es otra que Insilio. Como digo, es un concepto que si se busca en el Diccionario de la RAE no existe. Pareciera que es utilizada por los que se han dado estudiar el comportamiento humano en situaciones de desarraigo, desesperación y ansiedad. Si bien pasa por debajo de la mesa para los académicos del idioma, cada día la vemos más dentro de los círculos de los discursos y narrativas sobre migraciones en relación con el tipo de conducta que viene a representar. Para muchos la hemos no sólo conocido como morfema sino como experiencia personal en algún momento en los tiempos difíciles, como dijo Borges alguna vez, que todos los humanos tenemos que vivir. Tiempos que se presentan en todos los ámbitos de la vida, y quizás para muchos de los ciudadanos ante la incomprensible, desafiante y confusa realidad exterior.
Insilio se contrapone a Exilio. Y como ha dicho Tudela-Fournet, el único instrumento al que nunca ha renunciado el poder político es el del exilio, el de expulsar de la comunidad a aquel individuo que, por una causa u otra, sobresale en el conjunto[1].
Pero ¿Cuál es la diferencia real entre una y otra? Antes de dar una posible respuesta a este interrogante debo señalar algo particular. La palabra insilio cada vez que la escribo el diccionario de mi laptop la subraya en rojo, como si estuviera equivocado al suscribirla en la página en blanco de la pantalla. Cosa que no pasa con exilio, que parece ser sólo el vocablo aceptado por la lengua castiza.
El insilio tiene como causal unas condiciones, en principio, muy particulares de sociedad, donde las posibilidades de pertenecer a una comunidad están retiradas y la espera de convivir dentro de un estadio más o menos democrático en que se respire el espíritu de igualdad y participación están anulados. Es, quizás, uno de los fenómenos sociales más pronunciados por la ciudadanía de muchas ciudades, la de presentar la condición de permanente del aislamiento entre los individuos que la componen. Y esto lleva a una resignificación del exilio, pero vivido hacia concebir la separación hacia una realidad interna distante de los otros. El pensador francés Lyotard en su mirada a la condición de la postmodernidad lo refirió la soledad del individuo del presente, donde cada uno se ve remitido a sí mismo. Y cada uno sabe que ese sí mismo es poco, experimentando una disolución social y pasar a entrar en la indiferente masa integradas por átomos individuales[2]. Es una soledad propia de la modernidad tardía. Individuos aislados que viven juntos, más sin nada en común, tangible y visible. Donde pareciera que hoy sólo existiera los vínculos digitales a través de los dispositivos tecnológicos: otro marco sin marco real, sólo un suceder del tiempo sin fin de las pantallas sin que se llegue a nada, como ha previsto Bauman. Como advirtió ya el forjador del pensamiento crítico frankfurtiano, Max Horheimer: Todos nos quedamos solos; las máquinas pueden trabajar, hacer los cálculos, pero son incapaces de tener ideas o de introducirse en la piel del otro. A pesar de la actividad, los hombres se hacen más pasivos; a pesar de su poder, crece la impotencia de cara a la sociedad y a ellos mismos[3]. Si bien podemos comprender al pensador y el tiempo en que escribió posiblemente hubiera sido así. Hoy las cosas cambian, la IA ha dado puerta abierta para dialogar de forma inteligente con las máquinas. Se ha emigrado el diálogo humano a la frialdad de la pantalla que responde nuestros interrogantes sean estos los más superficiales como los interrogantes más existenciales y personales. Vivimos no sólo en una sociedad líquida, del cambio permanente y la voluble transformación con olor de intensa obsolescencia, sino en el carrusel tecnológico del metaverso, de la inteligencia artificial que reflexiona con nosotros (el software del GTP), y a los poderes metálicos que van, y en esto podemos recordar y repetir la frase de Horkheimer, a pesar de la actividad, a pesar del poder de la IA, sigue creciendo la impotencia y la soledad de cara a la sociedad y a nosotros mismos.
Esto
nos lleva a retomar a nuestro transitar por el concepto de insilio. Pareciera,
a pesar de todas las comunicaciones de desplazamiento territorial real, nos adentrarnos
en el anhelo de un desplazamiento fijo. Hay una resignificación de
nuestra condición, en la palabra exilio, el ex refiere afuera, y el
verbo latino, salio, que es saltar
a, se transforman en el insilio, que sí existe en latín, cuyo significado
es saltar sobre[4].
Entre ambos hay el vínculo del salto físico, pero en diferente dirección. En exilio nos manda para fuera, el insilio
nos lleva a saltar hacia sobre, es
decir, en el mismo sitio, pero retirándose de cualquier otro marco al que se
pudiera desplazarse, pero su saltar se albergan sentimientos similares
que detectamos en la sociedad contemporánea. El insilio se nos presenta como
una realidad que emerge de nuestra soledad de la existencia humana. Donde la
sociedad contemporánea sólo nos arroja, en muchos casos, hacia la condición
mercantilista del consumo para salir de sí en la apropiación de objetos sin
fondo, de la mercantilización como neurótico proseguir en tanto proceso indetenible.
Ello
nos lleva a comprender que dentro de las sociedades cerradas contemporáneas, donde no ha
desaparecido para nada la posibilidad de asumir o de imponer el exilio por las
consecuencias de vida, también se puede decir la aparición del insilio, un
exilio que puede imponerse desde los miembros de una colectividad a la libertad
individual, acallando las voces críticas, permitiéndoles hablar pero
reduciéndoles el número de público al que se puedan dirigir, advirtiendo que
sea lo que pase nada va a cambiar, rondando así el sistema de ostracismo
interno triunfante en una mayoría, llevándonos a vivir una existencia permanente
donde el hombre ya no existe para los demás. Ese tipo de exilio en que nos
lleva a aislarnos de los demás por una multitud ideologizada e informatizada
mentalmente y con un sentido unilateral del ejercicio del poder, se impone casi
para siempre. En una era que volamos en la alfombra mágica de la realidad
virtual y del GTP como interlocutor alterno universal, quedamos como individuos
atomizados. Atomizados bajo la paradoja de que en apariencia no estamos
aislados, sino viviendo en el entretejido móvil, digital y líquido como
nunca antes tan presente en la condición humana. Un mundo de toques
inesperados a la puerta por las millonarias movilizaciones migrantes, in y
e, de exilios que nos lleva a saltar afuera del territorio que habitamos
a la fuerza por los poderes totalitarios de turno o del insilio, (¡siempre
subrayado en rojo en la página de la pantalla cuando lo escribo!), que nos
lleva a saltar sobre nosotros mismos, quedándonos prácticamente sin voz,
amordazados pero en apariencia libres, ahogándonos en el ruido persistente de
las ideologías de masas consumistas o comunistas (a la fuerza), sin una real
mirada al mundo exterior y permaneciendo en la internalización del angustioso
silencio. Pareciera que son una cualidad negativa persistente y propias de
sociedades fallidas. Y tendremos que experimentar, en algún intervalo de
nuestras vidas, o en una buena parte del poco tiempo que nos queda que, como
dijera Borges, saber que nos tocó, como a todos los hombres, vivir en tiempos
difíciles.
[1] Tudela-Fournet, M. (2020). «Insilio»: formas y significados
contemporáneos del exilio. Pensamiento. Revista De Investigación E
Información Filosófica, 76(288), 75-87. https://doi.org/10.14422/pen.v76.i288.y2020.004
[2] Lyotard, F., (1989): La condición postmoderna. Ed. Cátedra, Madrid, p. 39.
[3] Cit en Tudela-Fourmet, op.cit.,
p.82.
[4] Segura, S (2006): Nuevo
diccionario etimológico latín-español y de voces derivadas. Universidad de
Deusto, Bilbao, p.271
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