Sobre ciertas prácticas
de la alegría ante la muerte[1]
Amalina Bomnin
Cuando escribo (con excepción de los artículos científicos) siempre uso la tipografía constantia. Este texto ha sido escrito con dicha letra. Su diseño es propiedad de John Hudson[1], quien la registró en 2003 para Microsoft. Quizá me llama la atención porque es una tipografía “romana muy hermosa y elegante, con un cierto toque caligráfico, mucho más visible en la versión itálica”. ¿Será por aquello de que los romanos fueron esa civilización que amaba a los extranjeros y propiciaba que éstos se incorporaran a la construcción de lo que sería uno de los más grandes imperios? Quizás sea porque fueron también las ciudades romanas de Pompeya y Herculano, con su arte erótico, quienes provocaran la creación del Gabinete Secreto allá por 1819. Además, la inevitable asociación de Constantia con lo que perdura, trasciende, y se propaga me acerca a la razón de ser de una institución de enseñanza artística que, por tratarse de un país como Ecuador, ha conllevado diversos desafíos y ninguno de ellos puede ser considerado nimio.
Llegar de la Perla del Caribe a los 38 años, arribar a una ciudad portuaria a la que Humboldt le había atribuido en frase célebre el cierre cartográfico del Caribe, lo cual no era ni histórica ni simbólicamente comprobable, por motivos que no me detendré a explicarles ahora, era iniciar de cero a punto de cumplir 40 años de edad. Mujer, sin más familia que mi pareja, dos mudas de ropa en mi equipaje, y con ideas cuestionadoras sobre el régimen en la isla, era carne de cañón en contexto de exilio. El caso es que después de vivir casi cuatro décadas en Cuba, país al que no pocos sueñan visitar, me enfrentaba a un lugar desconocido que me permitía la entrada legal sin necesidad de solicitud de visa. Llegaba a tierras de libertad; aunque también me habían advertido “cuídate de las falsas libertades”; pero lo cierto es que veía a los cuerpos en las calles reclamando sus derechos. Eso ya era bastante para el vacío ciudadano al que estaba acostumbrada.
Cuatro años después de conocer las lides pedagógicas como docente en Universidad de Especialidades Espíritu Santo, institución privada, donde sólo podían estudiar jóvenes con altos estatus económicos, me dije: “Ahí trabajaré, en Universidad de las Artes”. Me entrevisté con Diego Almeida, quien fungía como Gerente del Proyecto Educativo Universidad de las Artes en aquel entonces, cuando aún pululaban el cemento, la arena y las piedras en este Pasaje de Illingworth. Salí dando saltos de alegría cuando me dijo que agradecían la entrega de mi hoja de vida y que pronto se comunicarían conmigo para iniciar los preparativos de las clases. En unos días estaba volando a la capital para recibir, junto a un grupo de profesores de varias ciudades del país, una capacitación intensiva de unas cinco horas en el transcurso de un día. A la semana siguiente, mediados de marzo 2014, estábamos en las aulas dictando las primeras clases de la Nivelación Emblemática, después que Rafael Correa, en junio 2013, hubiera inaugurado públicamente el proyecto. Me sentía Flash en versión femenina latina remasterizada y sin miedo al éxito. De aquel grupo pionero sólo permanecemos Andrés y yo. Existe, al menos, una razón, que nos ha permitido continuar, sin lanzar los guantes. Hay un denominador común entre ambos. Les dejo de tarea para la próxima clase averiguar cuál es.
Desde la nivelación comenzamos a trabajar con performances colectivos “El verdadero capital”, “26 son más que una”, y donde los estudiantes me sorprendían con trabajos que incluían lo sonoro a través del uso de su propio cuerpo y desde soportes cinematográficos, sin que como curadora tuviera mayores señalamientos que hacerles, más allá de cuestiones referentes al montaje y ubicación de las piezas. Esta etapa difícil por las maneras en que los docentes debíamos lidiar con una infraestructura que aún no se configuraba como educativo-pedagógica sino como gerencia fue más llevadera gracias al rol de Alma Cevallos, un ángel que fue parte de Senescyt por aquel entonces y defendía a capa y espada la razón de ser de la institución de enseñanza artística por encima de cualquier arbitrariedad burocrática.
En 2015 comienza a sesionar la Comisión Gestora con la dirección de Ramiro Noriega. Su labor logró fomentar una comprensión acerca de la inexorable necesidad de formar a los estudiantes desde análisis teóricos, filosóficos, estéticos, económicos y políticos. El reconocimiento de su lugar en el espacio público, las demandas que han embargado al país para alcanzar reformas constitucionales, las luchas del movimiento obrero, indígena, de las mujeres, los derechos de los infancias, la reivindicación de los grupos vulnerables o marginados, la inexcusable tendencia a tratamientos sociales mediados por el racismo, el sexismo o la clase social como problemáticas álgidas que deben ocupar al accionar artístico, más allá, incluso, de la propia producción de objetos para galería o museo, fueron debate y acción constante en su paso por la institución. Asimismo, durante su desempeño, se garantizó la recuperación de varios edificios patrimoniales que hoy conforman el campus universitario.
¿Me pregunto que serán diez años construyendo conocimiento para un joven millennial? ¿Qué opina una artista-ejecutiva si su hija tuviera una pareja interracial teniendo en cuenta sus intereses de clase? También para eso se construye una universidad de las artes donde se puede estimular el libre albedrío, pensar en desarrollar un hogar sin dogmas católicos o evangélicos y aún así se pueda respirar alegría. Hay muchas maneras de hacer universidad, pero inevitablemente tendrá que ser desde el sentido crítico, y hacia el fomento de la práctica de la alegría ante la muerte[2], como mencionara Bataille. Cito a Federici al respecto:
El capitalismo nació con el fin de apartar a la gente de la tierra y su primera tarea fue independizar el trabajo de las estaciones y prolongar la jornada laboral más allá del límite de nuestras fuerzas. Por lo general, destacamos el aspecto económico de ese proceso, la dependencia económica de las relaciones monetarias que ha creado el capitalismo y su papel en la formación del proletariado asalariado. Sin embargo, no siempre hemos visto lo que ha implicado para nuestro cuerpo estar apartado de la tierra, cómo se lo ha pauperizado y cómo se le han arrebatado los poderes que los pueblos precapitalistas le atribuían.[3]
Si la universidad pública ha sido un derecho para todos, y ese derecho se ha engrosado con la creación de la Universidad de las Artes, para mí ha sido un desafío y un honor -no por el acto servil de agenciarme prebendas-, sino por la responsabilidad que entraña pertenecer a un proyecto que puede brindarle a muchos jóvenes el derecho a construir un futuro mejor. No estoy muy segura que pueda lograrse desde lo no-humano, pero seguro que inevitablemente podrán lograrlo en la medida que se lo propongan. Concluyo con una frase martiana: ¿Qué es el arte, sino el modo más corto de llegar al triunfo de la verdad, y de ponerla a la vez, de manera que perdure y centellee en las mentes, y en los corazones? Los que desdeñan el arte son hombres de Estado a medias”.
¡Gracias!
Amalina Bomnin Hernández
Guayaquil, 6 de diciembre 2023
[1] Constantia. John Hudson (2003), https://letrag.com/es/tipografia/240/
[2] Bataille, Op.Cit.
[3] Federici, Silvia (2022) Ir más allá de la piel. Repensar, rehacer y reivindicar el cuerpo en el capitalismo contemporáneo, Buenos Aires: Edición Tinta Limón.
[1] Bataille, George (2008). La conjuración sagrada. 2da edición, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 253-261.
[2] Constantia. John Hudson (2003), https://letrag.com/es/tipografia/240/
[3] Bataille, Op.Cit.
[4] Federici, Silvia (2022) Ir más allá de la piel. Repensar, rehacer y reivindicar el cuerpo en el capitalismo contemporáneo, Buenos Aires: Edición Tinta Limón.
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