lunes, 3 de junio de 2024

  

Hannah Arendt y la tiranía

David De los Reyes



Imagen: Arquitecturas Celestiales Vegetales. Proyecto Redes Sociales Vegetales, 
DDLR2024-mayo


 Hannah Arent nos presenta un interés por el concepto de tiranía en su ensayo ¿Qué es la autoridad?  Del tema de la autoridad y la tiranía. Nos da ciertas diferencias entre ambos conceptos. Lo encontramos al referir que la tiranía y el gobierno autoritario no son lo mismo, el tirano gobierna conforme a su voluntad y a su interés, mientras que el más draconiano de los gobiernos autoritarios está ligado a las leyes: sus actos son controlados por un código del cual su autor no ha sido un hombre, que al igual que en el caso de las leyes naturales, son concebidas por Dios. La idea de la autoridad de un gobierno autoritario es siempre una fuerza exterior y superior al poder que le es suyo; es siempre este origen, de esa fuerza exterior que trasciende el dominio político, que las autoridades obtienen autoridad, es decir, su legitimidad, y ello es lo que viene a limitar su poder. (Arendt, 1972:128s).

La tiranía y el totalitarismo son gobiernos que han sido nuevamente identificados como idénticos o muy parecidos. Sin embargo, Arendt advierte que hay diferencias entre la tiranía y la dictadura, por un lado, y la dominación totalitaria por otro, diferencias que no son menos distintas que las que puedan existir entre autoritarismo y el totalitarismo.

Para esbozar su concepción sobre los distintos enfoques de sistemas autoritarios requiere más de separarse de las concepciones globales y entrar a prestar atención sobre el aparato de gobierno, las formas técnicas administrativas y la organización del cuerpo político. Esta pensadora hace una síntesis de las diferencias técnico-estructurales entre los gobiernos autoritarios, tiránicos y totalitarios recurriendo a la imagen de que son tres modelos diferentes (Arendt, 1972:130).

Todas las teorías políticas que tratan a la tiranía están de acuerdo en asimilarla rigurosamente a las formas igualitarias de gobierno; el tirano es el dirigente que gobierna sólo contra todos, y los todos           que el oprime son todos iguales, es decir, igualmente desprovistos de poder. Arendt recurre a la imagen de la pirámide del poder para establecer una comparación con los regímenes en que se concentra el poder en la suma de la pirámide y a medida que se desciende cada nivel tiene un menor poder que la que la precede en dirección a la cima, pero un mayor a la que está por debajo de ella. En el caso de la pirámide de la tiranía ocurre que en los niveles intermediarios entre la suma y la base hayan sido destruidas, de tal manera que la cima pareciera suspendida, sostenida solamente por las proverbiales bayonetas, más allá de una masa de individuos señaladamente aislados, desintegrados y completamente iguales. La teoría política clásica excluye totalmente al tirano de la humanidad y lo llama como un lobo con figura humana (Platón), a causa de esta situación de estar en contra de todos, hecho que el mismo ha establecido erigiendo una distinción de ruptura entre sus gobernados y el gobierno de uno solo, al cual Platón sigue llamando indiferentemente monarquiía (mon-arkia) y tiranía, y las diversas formas de realeza y basileía (Arendt, 1972:131).

Por la oposición a esos dos regímenes, autoritario y tiránico, la imagen adecuada del gobierno y de la organización totalitarias le parece ser la estructura de la cebolla, al centro de la cual, en una especie de espacio vacío, está situado el jefe, en la cual el integra el cuerpo político como en una jerarquía autoritaria, o en la que el oprime a los sujetos, como un tirano, lo hace del interior al exterior. Todas las partes, que son extraordinariamente múltiples, del movimiento. Las organizaciones de simpatizantes,  las diversas asociaciones  profesionales, los miembros del partido, la burocracia del partido , las formaciones de élite y las policías, están relacionadas de tal manera que cada una constituye un bloque en una determinada dirección, y el centro en el otro, de otra manera dicha,  juegan el rol  del mundo exterior normal para un estrato, y el rol del extremismo radical por otro.la gran ventaja de este sistema  es que el movimiento  forma en cada uno de sus lados, igual en el cuadro de un régimen totalitario, la ficción de un mundo normal  y al mismo tiempo la conciencia de ser diferente de ese mundo, más radical que él. Así los simpatizantes de  organizaciones de cuadros, en que las convicciones no difieren sino en intensidad de aquellos miembros del partido, encuadran a todo el movimiento, le estructuran un rostro tramposo de normalidad al mundo exterior, de hecho, de su ausencia de fanatismo y de extremismo, mientras que al mismo tiempo ellos representan el mundo normal para el movimiento totalitario en que los miembros llegan a creer que sus convicciones no difieren  sino en grado de aquellos otras gentes, de manera que ellos no  tienen  nunca la necesidad  de informar del abismo que separa su mundo de aquel que lo envuelve realmente. La estructura de cebolla permite al sistema ser, para su organización, la defensa de choque ante la amenaza de la factualidad del mundo real (Arendt, 1972:132).

Políticamente hablando, encontramos tendencias que tienden a suponer que en el mundo la autoridad está próxima a desaparecer y no solo en los sistemas tomados como autoritarios sino también en el mundo libre, y que la libertad –es decir, la libertad de movimiento de seres humanos-, está amenazada por todas partes, igual en las sociedades libres y no esta radicalmente abolida sino en los sistemas totalitarios más no en las tiranías y en las dictaduras.

¿Cuáles fueron las experiencias políticas   que corresponden al concepto de autoridad y de dónde surgen?

“Para la polis el gobierno absoluto significaba la tiranía, y las principales características del tirano eran que el gobernaría por la violencia pura, que debía estar protegido del pueblo por una guardia personal y el exigía que los individuos se ocuparan de sus propios negocios personales y que ellos le dejasen a él el dominio de lo público. Esta última característica, en la opinión pública griega, significaba que destruiría completamente el dominio público de las polis –una polis que pertenece a un solo hombre no es una polis (Sófocles, Antígona, 737). - y al privar a los ciudadanos de esa facultad política s perderían la esencia misma de la libertad.  Otra experiencia en que la necesidad de dirigir y de obedecer sería la que surge por un estado de guerra, donde el peligro y la necesidad de dar y obedecer las decisiones rápidamente parecieran constituir una razón natural de establecer la autoridad.  Ninguno de esos modelos políticos, por lo tanto, pueden verdaderamente constituirse para ese fin. La tiranía presentada por Platón como por Aristóteles, el lobo en forma humana, y el jefe militar esta evidentemente ligado a una urgencia temporal para poder servir de modelo a una institución permanente.

A causa de esta ausencia de experiencia política válida sobre la cual fundar una exigencia gubernamental autoritaria, Platón y Aristóteles, cada uno a su modo y bien diferentes, se apoyan sobre las experiencias de las relaciones humanas encontradas en el hogar y en la vida familiar griega, donde los jefes de familia gobernaban de manera déspota, con un poder incontestable sobre los miembros de su familia y los esclavos de su casa. El déspota, a diferencia del rey, del basileús, que había sido el menor de los jefes de familia, y como primus inter parís, era por definición investido de un poder coercitivo. Sin embargo, era precisamente esa característica que convertía el déspota impropio a sus fines políticos, su poder coercitivo era incompatible no solamente con la libertad de los otros, sino también con su propia libertad. Por donde gobernase sólo había una relación, aquella del amo y del esclavo. Y el amo, según la opinión común de los griegos (que tenían la felicidad de ignorar aún la dialéctica hegeliana), no era libre cuando vivía entre esclavos, su libertad consistía en la posibilidad que tenía de salir de su casa y encontrarse con sus iguales, los hombres libres.  Por consecuencia, ni el déspota ni el tirano, uno rodeado de esclavos y el otro de súbditos, no podían ser llamados hombres libres (Arendt, 1972:139ss).

La autoridad implica una obediencia en la cual los hombres guardan su libertad, y Platón esperaba haber encontrado tal obediencia cuando, en su ciudad-estado, acordaba a que las leyes la condición de excelencia que volvería indiscutible su poder sobre el dominio público. Los hombres tenían al menos la ilusión de ser libres porque no dependían de los otros hombres.  Por tanto, el poder de esas leyes era interpretadas de una manera manifiestamente más despótico que autoritario, la prueba es que Platón a estado llevado en hablar de ellas en términos de asuntos privados domésticos y no en términos políticos, es decir, probablemente parafraseando: Una ley reina, sobre todo, la ley es el déspota de los gobernantes y los gobernantes son los esclavos de la ley (Platón: Las leyes, 715). En Platón, el despotismo, que tenía su origen en el hogar y su destrucción concomitante del dominio político tal que la antigüedad le comprendía permanecer en las utopías.

Es interesante señalar que cuando la destrucción se vuelve realidad en los últimos siglos del imperio romano, el cambio fue anunciado por la aplicación al poder público del término dominus que, en Roma (donde la familia también era organizada como una monarquía), tenía el mismo sentido que el término griego déspota. Calígula fue el primer emperador romano que consintió en ser llamado dominus, es decir, en recibir un nombre, que Augusto y Tiberio habían aún rechazad como una maldición y un insulto[1]precisamente por ello implicaba un despotismo desconocido en el dominio político, aunque conocido en el recinto privado del hogar familiar.

Las filosofías políticas de Platón y de Aristóteles han dominado todo el pensamiento político posterior, igualmente cuando los conceptos han estado envueltos sobre experiencias políticas tan disímiles a las de los romanos. Si deseamos no solamente mirar las experiencias políticas efectivas que recubren al concepto de autoridad –concepto exclusivamente romano, al menos bajo su aspecto positivo- pero también comprende la autoridad como los romanos mismos la han ya comprendido teóricamente, la transforman en un elemento de la tradición política de Occidente.

El parecido entre el filósofo-rey platónico y el tirano griego, como tipo de gobierno que pudiera implicar un peligro para el dominio político, pareciera haber sido entrevisto por Aristóteles.   La filósofa refiere que en un diálogo perdido de Aristóteles titulado sobre la realeza afirma no solamente no era necesario para un rey devenir filósofo, sino que sería un obstáculo para su cargo, pero es necesario a la vez que un buen rey escuchar a los verdaderos filósofos y seguir sus consejos. En términos aristotélicos el rey filósofo platónico como el tirano griego gobernaba para su propio interés y era para Aristóteles, no para Platón, una característica eminente en los tiranos. Platón no veía ese parecido porque para él, como para la opinión griega corriente, la principal característica del tirano era de privar al ciudadano de su participación en el espacio público político a un lugar en el mercado, donde pudiera mostrarse, ver y ser visto, escuchar y ser escuchado, de prohibir el ágora y la participación política, de confinar los ciudadanos al espacio privado de sus hogares, y de exigir de ser él el único de encargarse de los asuntos públicos. Dejaría de ser tirano si usara el poder en interés de los súbditos, como llegarían ciertos tiranos hacerlo.  Según los griegos, ser relegado al espacio privado de la vida familiar venía a estar privado de las posibilidades de la vida específicamente humana. En otros términos, las características mismas que demuestran fuertemente las condiciones del tirano de la república de Platón –la eliminación casi completa de la vida privada y la omnipresencia de órganos e instituciones políticas- impedían probablemente a Platón de reconocer su característica tiránica. Para él hubiera sido una contradicción en los términos de estigmatizar como una tiranía una constitución que no solamente no reducía a los ciudadanos a su hogar sino, al contrario, no le dejaba la menor parcela de vida privada. Por otra parte, al designar como despótico la dominación de la ley, Platón coloca el acento sobre su característica tiránica. Porque el tirano había supuesto siempre gobernar a hombres que habían conocido la libertad de unas polis y, al encontrarse privados de ella, eran susceptibles de revelarse, mientras que el déspota suponía gobernar a gentes que nunca habían conocido la libertad y eran por naturaleza incapaces de liberarse. Es como Platón dice: mis leyes, vuestros nuevos déspotas, no os privaran de nada que uds. no hayan legitimado con anterioridad; ellas están adecuadas a la naturaleza misma de los asuntos humanos y Uds. no tienen ningún derecho de revelarse en contra de su dominio, de la misma manera que el esclavo no tiene el derecho de revelarse contra su señor. 366-7.

 La razón por la cual Platón quería que los filósofos se convirtieran en dirigentes de la ciudad se encuentra en el conflicto entre los filósofos de la polis, o en la hostilidad de la polis a la mirada de la filosofía, hostilidad que probablemente permanecía escondido por un cierto tiempo antes de mostrarlo, con el proceso   y la muerte de Sócrates, que amenazaba directamente la vida filosófica. Políticamente la filosofía de Platón muestra la rebelión de la filosofía contra las polis. La filosofía proclama su voluntad de gobernar, pero no tanto en el interés político y de las polis (bien que no se puede negar la motivación patriótica de Platón que distingue su filosofía de la de sus sucesores en la antigüedad) que en el interés de la filosofía y de la seguridad de la filosofía.

Fue quizás con la muerte de Sócrates es que Platón comienza a descuidarse su persuasión filosófica, porque era insuficiente para dirigir a los ciudadanos, y en buscar otra cosa susceptible de contenerlos sin usar los medios externos de la violencia. Muy pronto en su investigación ha debido descubrir que la verdad, en todo caso las verdades que son evidentes contradecían el espíritu y que esa contradicción, bien que no haya tenido necesidad de violencia para ser efectiva, es más fuerte que la persuasión y la argumentación. El fastidio de la coerción por medio de la razón, sin embargo, es que solamente un pequeño número la asume, si bien se presenta el problema de saber cómo asegurar que un gran número de personas que entre la multitud constituyen el cuerpo político puedan ser sometidas a la misma verdad. Aquí, seguramente, hay que encontrar otros medios de coerción, y aquí aún hay que evitar la represión por medio de la violencia si no se quiere destruir la vida política tal como los griegos la comprendían. Esta es la dificultad central de la filosofía política de Platón, quedando como una aporía de todas las tentativas por establecer una tiranía de la razón. En República el problema se resuelve por el mito final de las recompensas y castigos en el más allá, mito al cual Platón mismo manifiestamente no cree y que no quería no más hacer creer a los filósofos. Esa alegoría de la caverna, en el medio de la República es para una pequeña élite o para el filósofo, el mito del infierno al final es para la multitud que no es capaz de acceder a la verdadera filosofía. En las Leyes, Platón se debate con el mismo problema, pero de manera contraria, esta vez propone un sustituto a la persuasión: una introducción a las leyes, en la cual su intención y su fin debían ser explicadas a los ciudadanos.

Estos han sido algunas observaciones sobre el carácter de una tiranía versus autoritarismo, relacionándolo con la perspectiva de Arendt y el entramado del tema con las posturas significativas de Platón y su propuesta utópica del filósofo-rey de su República aérea.

 

Bibliografía

Arendt, H. 1972: La crise de la cultura.  Ed. Gallimard, France.

De los Reyes, D. 2021: De Tiranos. Ensayos sobre el tirano en la filosofía antigua de Grecia. Ed. Amazón.com.

Platón: Obras Completas. Ed. Aguilar. Madrid, 1979. 

Wallon, H. : Histoire de l’esclavage dans l’antiquité. t.III, París, 1847.



[1] Era la casa imperial y no el emperador quien ganaba en poder, el despotismo que había sido siempre característico del hogar privado y de la vida de familia comenzó a dominar públicamente. Ver Wallon, H. 1847: Histoire de l’esclavage dans l’antiquité. t.III, París. Se encuentra una excelente descripción de la desaparición progresiva de la libertad romana bajo el Imperio en la medida que crecía el poder de de la casa imperial.

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