martes, 22 de septiembre de 2009



Para una Genealogía de la Sexualidad

 David De los Reyes






Precisando conceptos

El término genealogía habitualmente se comprende para referirse a la cadena de ascendientes o descendientes de un tronco familiar, llevando a cabo una búsqueda hacia el origen.

Nietzsche es quien lo ha utilizado en filosofía pero con un sentido distinto, como interpretación de los conceptos morales,  que los define en tanto prejuicios morales. Traduciendo esto a nuestros intereses podríamos comprender que lo que intentamos es una interpretación de los conceptos sexuales en tanto prejuicios sexuales, con el fin de presentar cuáles son el motivo real de estos sentimientos. Y la sexualidad será, además de una emoción, un valor que puede beneficiar una nobleza o bajeza de la persona en relación a nuestra práctica y sentimiento de la sexualidad. Podemos convertirnos en unos genealogistas de la sexualidad en la medida que vayamos estableciendo una crítica radical a los valores sexuales en tanto prejuicios y ejercicio de poder en el cuerpo del individuo y en la estructura y organización del cuerpo social, que refleja los sentidos aceptados de dicha sexualidad. Ante ello intentamos mantener una postura teórica y práctica de la sexualidad, en tanto valor absoluto o relativo, que vendrán a ser los elementos diferenciales de dicho valor.


Hemos dicho que la genealogía expresa búsqueda hacia al origen, pero más que un acercamiento a ese origen, se trata de una diferenciación o distancia del ser del origen de la sexualidad como prejuicio y determinismo social sobre el individuo. Se trata de un desciframiento de los jeroglíficos del pasado de las conductas sexuales, intentando hallar las condiciones sobre la que los grupos humanos de civilizaciones, culturas, y sociedades construyeron y mantuvieron valores y conductas sobre qué era la buena o mala, aceptada o censurada sexualidad y los recursos ideológicos, filosóficos, científicos, religiosos y culturales que construyen las reglas que dan el uso y valor correcto para un grupo dominante o minoritario.


No se trata ni de una historia de la sexualidad o lo erótico, como tampoco de meter el dedo en su condición ontológica, pues no se remite a indagar en una identidad pura originaria sino en una diversidad plástica de posturas  vitales y actitudes gozosas ante la sexualidad. La sexualidad no se puede descifrar su esencia exacta en tanto cosa o como posibilidad pura, a través de una identidad originaria replegada sobre sí misma, de forma inmóvil y anterior a su manifestación, en tanto accidente y sucesión. Buscar el origen es como buscar lo que ya existía. Y la sexualidad sólo se puede manifestarse en un permanente devenir cultural y corporal inscrito en nuestro ser sometido a un inestable equilibrio permanente. Más que encontrar un origen de la sexualidad nos interesan las manifestaciones de su existencia, sus astucias, sus despliegues, sus usos y todos los disfraces en que se envuelve. Se trata de un desentrañar y quitar máscaras para develar al fin un suelo fértil de satisfacción y placer, de frustración y miedo, de eros y emoción/atracción amorosa. El genealogista sabe que detrás de las cosas hay otra cosa distinta, detrás de la fachada de la casa es dónde se encuentra su propia vida. La metafísica del origen siempre manifiesta que había una luz antes de la caída, antes que nuestro propio cuerpo, antes que el mundo y que la existencia. El genealogista sexual no cree en soberanías establecidas desde lo exterior a él en tanto formas pre-establecidas por la dirigencia del poder (políticas, científicas,  y todo el repliegue establecido en las disciplinas “psi”) o de las autoridades religiosas, ambas especialistas en esgrimir frente a los otros la culpabilidad, normativa, reducción de fuentes y el temor permanente ante la sexualidad. No hay origen divino en esto sino humano, demasiado humano.


Para la genealogía el origen, como veremos, no es el lugar de la verdad. Es un conocimiento que quiere alejarse de todo saber positivo estable. Con su estabilidad inamovible se quiere, sin embargo recubrir, mediante la charlatanería de la doxa, la articulación inevitablemente perdida entre la verdad de la cosa y la verdad del discurso sobre la cosa, en que inmediatamente desaparece y se pierde para facilitar la crueldad en los cuerpos y en el pensamiento sexual. Todo ello sólo avala una cascada de errores funcionales que estructuran una intimidad, una cercanía o una lejanía entre los cuerpos y con mi cuerpo. No se trata de quitar el velo a la verdad sino de llevar a cabo ciertos ejercicios espirituales (Hadot) desde la filosofía para encontrar un cause al sentido y la emoción expansivo del ser de ese instinto de vida implícito y personal. 


Por ello, la genealogía de la sexualidad no busca la verdad del origen sino acercarse a las vicisitudes, azares y las oportunidades (kairos), a las aristas  de los momentos y de los comienzos, mostrando la irrisoria mezquindad que fabrica la vida humana para su acorralamiento y reducción tanto a un más acá como para obtener un más allá. Se trata (Foucault 2008:23) de conjugar la quimera del origen, al igual que el buen filósofo requiere del médico para conjurar la sombra del alma. Y comprender que todo discurso filosófico no puede poner de lado el saber diagnosticar las enfermedades del cuerpo, sus estados de debilidad y sus energías, sus fisuras y sus resistencias. Somos un cuerpo en devenir que forja su propia historia en su obcecada creencia de alcanzar el espejismo final en su imaginación sin pasar por el escuchar de los gritos mudos y los sentimientos ciegos de su cuerpo. Ello nos daría un entramado de marcas sutiles, singulares y subindividuales que nos interconectan y entrecruzan entre nosotros y los demás, formando una red difícil de interpretar y desenredar. No se trata de buscar semejanzas sino relacionar lo que aparentemente procede como marcas diferentes o patrones distintos y separados sólo en apariencia pero que complementan su inscripción en el espacio temporal de la existencia. Más que un origen lo que hay es una multiplicidad de comienzos que permanecen como marcas borradas que pueden que pase por alto sólo para el ojo histórico con sed de origen común. Una red de acontecimientos en que se forma la sexualidad de los individuos a través y en oposición a sus creencias y sus acciones. No se trata de traer el pasado o una evolución que aún vive en la sexualidad de cada individuo y que lo marque por un destino grupal. Se trata de comprender cómo ha surgido todo de la dispersión, de localizados accidentes, de las mínimas desviaciones que luego recrecen en ocultamiento y perversión y necesidad de transgresión. Valores que surgen casi como inalterables para todos. Podemos escribir que se trata de descubrir que en la raíz de lo que conocemos y de lo que somos no hay el ser ni la verdad absoluta, sino la contingencia, el accidente y el gozo de ser, de ahí que la normativa surgida del tótem del origen requiera de la crítica de sus prejuicios sexuales en tanto moral irrenunciable.

La genealogía, como la encamino nuestro facilitador Nietzsche, se sitúa más allá del bien y del mal, conduciéndonos al conocimiento de valores y prácticas iniciales, ya que la sexualidad, si bien constituye un instinto de supervivencia en el reino orgánico, en el caso del hombre encontramos una separación al constituir en él uno de los mayores principios de placer y bienestar, frustración y malestar, y, por ende, plenitud o culpabilidad en el individuo, además de la consabida  reglamentación normativa  por parte de la sociedad en su obtención personal y grupal. Hay una sexualidad elevada y noble según ciertas posturas religiosas, la cual estaría determinada por los principios emanados por determinada divinidad y naturaleza,  reduciendo principalmente la sexualidad a fines únicamente biológicos de reproducción de especie o como sacrificio. Su otra condición, que también puede ser religiosa o sagrada, según las culturas, será en Occidente tomada como baja, obscena, perversa, que  encallaría en el uso de la sexualidad en función de la satisfacción y el placer individual. La conciencia formal sobre la sexualidad abarca un noble o un innoble uso de esa sexualidad. Pero uno y otro, a la final, no tienen, en sus aspectos culturales, más que un inventor y creador: el mismo hombre, quien será su regulador, su propiciador, su represor en función de los fines a desplegar dicha potencia humana: ocultando, manifestado, aceptando, redirigiendo, dominando, liberando la energía sexual humana.


Es por ello que podemos desarrollar una genealogía de la sexualidad en la medida que mostremos a una sexualidad negadora de satisfacción, placer, reconciliación con nuestra vida y que la convierte en resentida y desconfiada, que decanten hacia una inserción de una sexualidad decadente y servil. Se persigue una transvalorización de los valores sexuales que retome una moral sexual no de esclavos sino de seres autónomos y libres en el uso constructivo de la sexualidad en tanto eros gratificador y modulador del bienestar dentro de la existencia personal, alejándonos del resentimiento, culpabilidad, temor, vergüenza, aislamiento y negación respecto al uso de nuestro cuerpo en función del conocimiento de nuestra propia economía sexual.


Condiciones y circunstancias en cómo surgieron nuestros valores sexuales, cómo se desarrollaron y modificaron como síntoma, como máscara, como tartufería, como enfermedad, como malentendido. Sin dejar de lado la sexualidad como causa, medicina: terapia, estímulo, como freno y como veneno. Tomamos a nuestros valores sexuales como algo dado, real y efectivo, situando a la moral sexual aceptada (sea hetero, bi u homosexualidad y otras más) fuera de toda duda. Es por ello que podemos encontrar un uso de ella en tanto satisfacción digna que se encuentra a un nivel superior a la tomada como indigna, de una sexualidad aceptada por ser vista como útil, provechosa para el hombre normal. Qué pasa si encontramos que esa conducta buena de la sexualidad regulada por la sociedad decanta en un proceso de perversión, malas conductas, sexualidades ocultas, represiones que llevan a la violencia, a la violación, al dominio y humillación del individuo? Retomando las palabras de Nietzsche (1980:24) “¿Qué ocurriría si la verdad fuera lo contrario?” ¿Qué ocurriría si en la buena sexualidad hubiese un síntoma de retroceso, y asimismo un peligro, unas seducción, un veneno, un narcótico, de modo más bajo? Se trata de pensar la sexualidad en las condiciones y las circunstancias en donde aparecen ese peligro, esa seducción, ese veneno, ese narcótico, ese modo bajo por los cuales la sexualidad es limitada sin que pueda el individuo alcanzar una potencialidad, una fuerza y una magnificencia sumas por la ortopedia de un tipo de hombre sexual y un tipo de sociedad.


Toda moral sexual de dominio comienza con el resentimiento, conduciéndonos a crear valores. Este resentimiento lleva a convertirse, por los productos, efectos, controles y manejos obtenidos en lo aceptado como norma, (sea la sexualidad de la alcoba matrimonial o la sexualidad pagada del lupanar, ambas tienes una función de explotación y mercancía), impidiendo una auténtica reacción, una reacción de acción reveladora, dirigiendo únicamente a una satisfacción imaginaria más no plenamente corporal y espiritual. Es una sexualidad que no dice sí a sí mismo sino que se encalla en un no a sí, arrastrando a una moral dominada por un afuera, un otro, un no-yo. En lugar de volverse a su experiencia personal y consciente, es decir, hacia sí, esta moral del dominio sexual establece que su satisfacción obedece en función de una aceptación o prohibición (que es la cara que completa a la moneda) del mundo opuesto y externo. La sexualidad no la comprende desde su propio cuerpo sino como un impulso que lo lleva a atarse, domesticarse, reducirse a ese elemento que surge de nuestra relación con lo externo y del mundo (cultural e histórico). Esta moral sexual del resentimiento y del control requiere, fisiológicamente hablando, de estímulos externos para poder actuar de forma absoluta; su acción es, de raíz, una reacción y nuestro tiempo ha conformado todos los ambientes (culturales, mediáticos, productivos), para que ello ocurra. Una trans-moral sexual es la que dice sí a sí mismo desde su propia interioridad y brota espontáneamente en tanto individuo o pareja; se dice sí con júbilo y agradecimiento.


La sexualidad en tanto valor bajo, vulgar, malo, es sólo un pálido contraste que nace posteriormente cuando es vista en tanto concepto básico (útil), positivo. Estableciendo el sentido de un uso correcto que se establece como realidad buena, noble, bella y feliz. Cuando la persona infringe esta concepción anclada por la jurisprudencia junto a la transgresión aceptada (la cual no es más que una conducta normada invertida y complementaria para el ejercicio social de la primera), se toma como equivoca y se peca contra la realidad. De hecho, surge en la imaginación el acto conculcado en la realidad pero esgrimido metafísicamente y virtualmente en nuestra conciencia.


La aparición de una moral sexual normada es la del insatisfecho permanente, del resentido y de la vergüenza sexual que anhela y desprecia el goce sexual, mira con superioridad y odio al resto y a los de relajada conducta. Los convierte en esfinge En él se mezclan ciertos gestos y conductas que lo declaran como tal.


El individuo pleno sexual no tiene que construir una felicidad corporal artificial, llegando hasta persuadirse de ella, mintiéndose y tomando un resentimiento por su conducta satisfactoria. La sexualidad, vista así, integra y repone, mediante la distensión de las energías negativas contenidas, un retomar las fuerzas mediante un instinto de vida o principio vital que lo devuelve a cierta armonía y reconciliación con su ser y el mundo. Es un hombre necesariamente activo que no saben separar su propia actividad de su bienestar; de ello se desprende ese sentido del obrar bien y la de ser feliz. El otro sentido de la felicidad es la que surge de los impotentes, de los oprimidos, de los llagados por los sentimientos venenosos y hostiles, en los que el bienestar aparece como narcosis, aturdimiento, posesión material, quietud y paz pasiva.


La práctica de la sexualidad abierta y que dice sí subraya una vida con confianza, sentido de autonomía, plenitud  de ser  y franqueza frente a sí mismo. A diferencia del resentido sexual que se ufana de su represión y no es ni franco, ni honesto y fiel a sí mismo. Mira de reojo, su espíritu ama los escondrijos, contiene el peso de una cruz a cuestas mental, transitar por  los caminos difíciles por ser sólo difíciles y le gusta pasar por puertas falsas. Le atrae, por su desconocimiento y temor de la sexualidad, lo encubierto como su mundo: en ello encuentra su alivio, su seguridad, su replegar el temor de sí, sabe cuándo y cómo callar, de no olvidar (para alimentar su resentimiento), de aguardar (para infringir la venganza), llegando a empequeñecerse y humillarse transitoriamente en función de su conveniencia enferma (con ello queremos especificar una reducción o disminución de la plenitud de su ser en tanto cuerpo, mente y espíritu). Nietzsche prodiga que una raza de este tipo de hombres terminaría siendo más inteligente que aquella otra. Venerará la inteligencia de una manera distinta, a saber, como la condición más importante de su existencia en tanto condición de apropiarse de lo externo. A diferencia del individuo no resentido sexualmente, quien encontrara la inteligencia en tanto comprensión de sí, refinamiento y desarrollo de la inteligencia en función de la sensibilidad y emoción estética, es decir, erótica para sí. Para ellos son más importantes los instintos inconscientes reguladores, como es la de emprender la vida mediante la pasión y el afecto inteligente hacia el amor, el respeto, el agradecimiento, la cólera y la defensa del derecho a su vida.


En esta vida de plenitud sexual el individuo vence pronto a sus propios contratiempos que puedan surgir del querer venganza, o mantener odio. No lo tolera por mucho tiempo. Ello es propio de naturalezas fuertes y autónomas. Poseen una fuerza plástica sobreabundante, remodeladora, regeneradora, una fuerza que le hace fácil olvidar[1].  Un hombre de esta manera se sacude de un solo golpe los gusanos psíquicos (sus obsesiones, sus fantasmas, su negación), gracias a la superación de lo bajo presente en él, mediante la comprensión y experimentación de lo amoroso sexual como fin de vida. En el reprimido o resentido sexual, estos gusanos psíquicos anidan subterráneamente, llevando una obra que horadan su persona sin poder salir a la luz de su propia reconciliación sexual.


Foucault (2008:11) ha afirmado que la genealogía es gris, meticulosa y pacientemente documental. Trabaja con pergaminos embrollados, borrosos, varias veces reescritos. En nuestra propuesta no lo es menos. Volver a reinterpretar textos tanto filosóficos como de otras latitudes y saberes es lo que lleva a darle color a ese tono grisáceo de toda labor hermenéutica genealógica. Es un trabajo que no describe génesis lineales ni ordenadas por el sentido de lo útil o razonable. El deseo tiene múltiples direcciones y toda propuesta (hasta esta inclusive), siempre esconde piel de normatividad. Se irrumpe en la sexualidad a través de los canales por los que apenas roza la historia, como son los sentimientos, el amor, el sexo y los sexos, la imaginación, los instintos, sin pretender equívocamente de una evolución. La evolución sólo en tanto decorado externo por los que se agazapa los distintos mecanismos para normar y controlar la sexualidad de los cuerpos y de los individuos.


En esta genealogía de la sexualidad toma al cuerpo como un pilar en su ejercicio espiritual de búsqueda y desentrañamiento. El cuerpo se inscribe en un sistema nervioso, en una emocionalidad, en unos humores, portador de un registro de funciones vitales que le dan continuidad y forma. Y nada cambia por interpretar que nuestras mala digestión, nuestro débil aparato respiratorio, nuestro disfuncionamiento cardiaco se corregirán o mejoraran por la magia del origen de nuestros antepasados, y esto también podemos comprenderlo al aplicarlo a las disfunciones o aptitudes físicas sexuales. Esto es crear una realidad que procede de un más allá y nuestro cuerpo es sólo y siempre, un más acá. No hay verdades originarias pues es el cuerpo mismo quien lleva su vida y su propia muerte, su fuerza y su debilidad, su despliegue y energía sexual dirigida contra sí a contra el mundo, comprendida como placer de sí y placer del otro. Quedar y justificar por el origen nuestro cuerpo es mantener un error, un determinismo y un aislamiento de nuestro cuerpo ante el segmento vital a transitar.


La vida sexual del cuerpo puede ser vista como algo sucia, deshonesta, baja, instintual, y ser opuesta a aquella aceptada y aparentemente sagrada y la vida contemplativa que han inventado ciertos hombres para justificar su existencia y un tipo de dios. ¿Cuál es el motivo que debamos apostar por ese tipo de existencia? Si le preguntamos a Platón la respuesta es fácil, porque el cuerpo es la cárcel del alma, aquel es perecedero y este inmortal. Y si indagamos en Nietzsche en su Aurora (par.42) sugerirá que es propio de aquellas épocas en que los hombres comienzan a flaquear, a debilitarse, a enfermarse, en ser melancólicos y hastiados y, a consecuencia de ello, su cuerpo queda sin apetito y los deseos se reducen a la quietud inocua. Aparentemente deviene un hombre mejor, es decir, menos peligroso, y sus ideas sólo se formulan a través de las palabras y las reflexiones, dejando de lado la acción para sí y para otro. En ese estado es que aparecen los pensadores y predicadores de dioses llevando a la imaginación a instaurar supersticiones por doquier. El cuerpo es cubierto y ocultado –literalmente- por ellas, quedando bajo la dirección de los acontecimientos del pasado, haciendo nacer en él determinados significados y búsqueda de deseos, debilidades y errores. Ello hace que aparezcan sus conflictos y sus separaciones y en relación a la sexualidad un uso del cuerpo y un uso de la semilla vital.


El cuerpo es la superficie de inscripción de los acontecimientos (Foucault idem:32) en la medida que las ideas lo constriñen y el lenguaje lo marca. Y no ocupa nunca el mismo lugar de otro. La genealogía de la sexualidad pretende articular el lugar del cuerpo con su historia en tanto campo de errores y aciertos. En los que el cuerpo se ha impregnado de modelos y cómo los modelos han digerido y dirigido su energía sexual y su satisfacción y realización. De unos patrones que se adueñan y que constriñen al cuerpo violentándolo, transgrediéndolo, transformándolo y anulándolo. Se trata de presentar el camino seguido para instaurar y aceptar, restablecer y legitimar los diversos sistemas de sometimiento en el ejercicio del poder sobre el cuerpo. No se trata, como señala Foucault, la búsqueda originaria del sentido sino del juego azaroso de las dominaciones, de sus normativas y desviaciones, de sus gratificaciones y sus castigos, de su culpa y sus temores ante la potencia personal de nuestra sexualidad. Se trata de presentar el combate de las circunstancias. De la emergencia de ciertos estados de fuerza, de escapar de la degeneración y recuperar el vigor al alejar de sí lo que procede a debilitar nuestra corporalidad y nuestra psique. Comprender la emergencia como entrada en escena de las fuerzas que se inscriben en él. Así como el catolicismo tuvo y tiene una condición permanente de volver al individuo contra sí mismo, castigando su propio cuerpo como fin único que tiene todo hombre en su existencia temporal, dejando sólo que se manifieste la vida como espíritu de una pura religión de la conciencia sin cuerpo. El cuerpo debe castigarse hasta exprimirle su sed de deseos. Redimido sólo por la altura de la espiritual de un alma difusa, se queda a la espera de una vida de ultratumba.


La idea de emergencia en la genealogía de la sexualidad desentraña la contraposición de las distintas fuerzas y energías que se distribuye en el enfrentamiento, control y poder de unos contra otros; de una institucional moral sexual puritana frente a una globalizante moral sexual pervertida o díscola; del espacio interior que redistribuye su hacer y sus vacíos, de la intensidad o debilitamiento de vida y el fortalecimiento y distanciamiento con la muerte. Las emergencias de estas fuerzas dejan la marca en el cuerpo, la señal de Caín sexual. Siendo la emergencia de las constricciones del placer y del bienestar sexual el lugar de enfrentamiento íntimo y social de la sexualidad.

En el terreno de la sexualidad no sólo vienen a presentar un teatro donde residen los dominados y los dominadores, cosa que existe, claro está, sino en cómo los mecanismos internos del individuo fortalecen esa dominación ejerciendo y diseñando unas libertades aceptadas por la jurisdicción y otras constreñidas, ocultadas y viviendo agazapadas en tanto formas desviadas de manifestación y expresión sexual. La dominación sexual impone ceremonias y fija, desde la abstracción y desde fuera hacia el cuerpo, la sucesión ritual. Unos tienen obligaciones y otros derechos sexuales, y elabora los métodos de absorción e instauración de los usos del placer y del dolor sobre y dentro del cuerpo. Este ritual es el que establece los límites y los permisos, el número de los miembros, los momentos y espacios del amor, la correspondencia de los sexos, y el género y su manifestación. Son las marcas metafísicas y físicas que distribuyen nuestros comportamientos y nuestras correspondencias de placer, de bienestar, de salud, de agudeza o intensidad. Unos límites que construye un universo de complementariedad en que más que reducir la violencia sexual lleva a la aparición y su recrudecimiento en tanto dominio ejercido por otro como la aceptación de dicho dominio desde los pliegues de nuestra psique y corporalidad. La norma de dominio sexual en sí es el cálculo de nuestra represión y el repliegue de nuestra energía sexual hacia sí mismo. Facilitan la recreación de la violencia meticulosamente repetida entre los individuos y fija el control y límite sexual. La violencia sexual abierta se norma mediante las reglas que se aceptan para reaparecer como sistema de control y culpa en el ejercicio de dominio cruzado.


La genealogía de la sexualidad intenta interpretar esa capacidad para reapropiarse de un sistema de reglas que en sí mismas no tienen mayor significación pero que fuera de ellas nos imponen una dirección. Es un intento de redirigirlas y plegarlas a nuestra voluntad construyendo reglas secundarias de expansión de esa misma sexualidad en búsqueda de restituir una corporalidad sexual autónoma. Pero la genealogía consiste en una serie de interpretaciones que nos pueden llevar a unos ejercicios espirituales de búsqueda del conocerse sexual de sí y en contraposición a los ritos que, impuestos, se nos declaran como determinantes del origen de una sexualidad en tanto destino. Es por ello que no fijamos a la sexualidad en ninguna postura absoluta de la misma, sino como ampliación del horizonte de la experiencia en tanto satisfacción personal y crecimiento de nuestra energía obstruida por la metafísica y la regla de la norma, la representación abstracta y de la convención aceptada aunque se nos presente en tanto perversión y transgresión. La transgresión se reduce a negar a la transgresión de los personajes y máscaras que se han convertido en minorías o en generalidad contenida y proclive a la perversidad.


Comprendemos que el cuerpo no sólo está organizado por unas leyes fisiológicas que nos son dadas por naturaleza. Eso sería un franco error. Encontramos que los cuerpos y con ellos nuestra sexualidad, se encuentran rodeados de una serie de regímenes y gustos, de modas y esquemas, que lo modelan. Se tiene que someter a horarios de trabajo, de ocio y de esparcimiento. E igualmente se encuentra intoxicados por sustancias y alimentos que lo alteran envenenándolo o narcotizándolo, imponiendo leyes morales puras es decir, reduciendo su sensibilidad en y por la abstracción, (aunque se tenga la creencia que ingiriendo ciertas sustancias podamos, por momentos, intensificar nuestros registros corporales emocionales; el debilitamiento que causan las mismas en su adicción constituyen otro patrón en que la sexualidad queda reducida a un complemento, mas no en una condición de bienestar y existencia).


Se intenta de introducir una interpretación que nos permita  establecer una discontinuidad en nuestra sexualidad aniquilada o reducida, domeñada y sometida a la fuerza de lo abstracto y del mundo e historia exterior a nuestras vidas. Se trata de forjar una actitud de ruptura de hábitos y estetización del cuerpo en función en que reconozcamos nuestros instintos mediante un ejercicio de dramatización de los mismos, ampliando las posibilidades del gozo y de la reconciliación y oposición con nosotros mismos.


En esto no encontramos para nada la búsqueda de una ilusión sino la restitución de una condición propia del cuerpo y su dignidad en tanto ser sensible y amoroso, erótico e individual más también social. No podemos esperar un final milenario que nos devuelva la Edad de Oro de nuestra sexualidad. Eso que llaman algunos por  socialismo también ejerce sus propios mecanismos de represión, como bien propuso y habló Reich respecto al fascismo instaurado en las masas al redirigirles su energía sexual hacia una negación de su individualidad y una exaltación y sacrificio por la única vida posible satisfecha, la del líder fascista.

¿El sexo es aburrido?
“El sexo es aburrido”, dijo Foucault a un periodista norteamericano que lo entrevistó en 1984. Esta boutade es una atención para ponerse en guardia ante los intentos contemporáneos de racionalizar lo sexual. René Scherer (1987:169) lo señaló al decirnos que esta afirmación del filósofo de la Historia de la Sexualidad iba contra la positividad del sexo tomado en sí mismo, de su organismo transformado en criterio de existencia y de verdad.


El sexo es aburrido cuando la sexualidad se reflexiona desde los asientos de la seca ciencia positiva o por las tabulaciones de los géneros (moda anglosajona que llega a nuestros suelos). Se separa de las regiones donde roza con lo sagrado, lo divino, con el mito y el afecto. El sexo que pierde el roce con lo sublime sólo ondea a través del placer orgánico en su sombría compulsión. Se le despoja del aura, y termina siendo una búsqueda de socios de un club deportivo  a compartir. Su ejercicio, una gimnasia, aparta el goce del sexo en tanto vivencia y termina por ser sólo una higiene momentánea sin compromiso, al sobrepasar la individualidad a través del afecto y compromiso con el otro.


Scherer (idem) dirá que nuestra postmodernidad es un escaparate de sexos-objetos del cual se alejan el contexto de las almas (¿sexuales?). Ante este aburrimiento con que se rodeado la sexualidad-objeto, al individuo, le queda tomar el camino espinoso de la sublimación, por un lado, pero por otro, volver a la experiencia de sacralización de la sexualidad en tanto conocimiento del ser interior e intensidad de la afectividad y la emoción proporcionada en su conjunción y complicidad con el otro.


La sublimación de la sexualidad es espinosa por la condición de separarse de la promesa de bienestar que brinda una sensualidad compartida plena y satisfecha. Pero esto sirve quizás a todos aquellos que ahondaron hasta determinado límite la sexualidad, conformando una reducción de la sexualidad a la pulsión desencadenante; al acto maquinal, a un sexo de orden mecanicista, sin el aura de la corporalidad erotizada e intensificada en y a partir de sí. El sexo quedaría reducido, como es visto por Scherer, a una sucesión monótona de tensiones y descargas, que se subliman en un reemplazo desexualizado que decanta en la acción del arte o de la creación. Ante esta doble opción interpretativa de sexo aburrido o sublimación de la pulsión en creatividad o búsqueda de conocimiento o actividad laboral, podemos desplegar el entorno del cuido de sí de la sexualidad en función de la emoción estética de los cuerpos e intensidad emocional desarrollada en relación lúdica que implica una transformación y reconocimiento de nuestra sensibilidad sexual por medio del intercambio generado de la aproximación de los cuerpos y el significado emocional recobrado por ellos. 


La sexualidad sólo es aburrida cuando termina siendo gimnasia sexual, corte positivo de emanaciones y secreciones orgásmicas, repetición del acto sin significación afectiva. Se trata de pensar no a la sexualidad como medida de todas las cosas (caso de Freud, parafraseando a Protágoras), no de la reducción de la sexualidad sólo a pulsión sino de la sexualidad como acto de exaltación de la individualidad, del encuentro con el éxtasis, y de la complicidad que se funda en sí mismo con su otro. No se trata de definir positivamente al sexo, sino de intensificar la pasión que se despierta por la sexualidad. Esa pasión está implicada y aunada a una calidad de fisiología o corporalidad, a un nivel de nuestra apertura de aceptación psicológica y a una intensificación o éxtasis metapsicológico en tanto conjunción de lo físico con lo psíquico que se da a través del acto como conductor y mediador a ese otro estado que unifica, por la pasión y el éxtasis, a los cuerpos en una conjunción de placer inusitado y estético. La sexualidad en tanto pasión no busca ningún concepto ni un fin prefijado, sino que transgrede sus límites como intensificación de la pasión en tanto exploración del individuo frente a sí mismo y con otro (tanto psíquico –en la mente del amante-, como físico, por la presencia compartida de la pasión corporal). Esta emoción estética de la sexualidad es una vivencia irrepresentable donde se sublima toda forma para encontrarse con lo informe permitiendo el paso de la emoción vuelva al cuerpo erotizado y pasional.

De la seducción y la sexualidad
La sexualidad en tanto estética de la seducción vendrá a establecer una subjetividad en relación del afecto de sí y para sí en relación por el ser-atraído del otro, el cual puede ser el cuerpo o el alma o la conjunción de ambos. Se trata de un replanteamiento de espiritualizar el cuerpo a través de las vibraciones que se despliegan en el alma por la presencia del sujeto amado en el interior del amante. Es una estética que recompone los valores emocionales en el interior del ser-atraído gracias a la contemplación y participación del acto sexual. Es la inserción de la afectividad manifestándose por el deseo y la atracción. Es reencontrarse con la atracción implícita, ontológica, presente en el ser en tanto ser-atraído. De resignificar la emoción a través del movimiento de atracción y repulsión que encontramos permanente en tanto ser sexual. Un ser atrapado en la maya de lo exterior pero que vuelve a reconquistarse a sí gracias a ese contacto corporal libidinal. No se trata de una seducción que se engendra desde la avidez del mundo mercantilista y nihilista de nuestra sociedad de consumo. Es una seducción de los cuerpos que han superado la relación del universo abstracto del sexo-objeto para encontrarse con la sexualidad de la plenitud de los sujetos que participan en ella. La seducción en tanto afecto surgido por la atracción del otro, sea por su erotización, por el sentido de su belleza, por el simple hecho de la emoción suscitada en tanto ser-atraído. Ello constituye la posibilidad de un imaginario sexual pasional deslastrado de la pesadez del objeto y de la sensación inicua suscitada por el entorno de la exterioridad de la seducción en tanto insatisfacción repetida y proclive de eterno consumo, propio de nuestro mundo materialista. Donde la perversión hasta puede ser fuente de autosatisfacción de nuestras pasiones y manías de diversificación de los componentes amorosos y eróticos. Este imaginario puede estructurar nuestra afectividad emocional y nuestra reconciliación con el instinto de vida. Un imaginario irreal que encuentra una salida en tanto realidad gracias a la afectividad suscitada por el objeto imaginado-representado viviéndolo desde nuestra atracción afectiva.

La atracción es originada por la experiencia en tanto vivencia erotizante, vinculante con el ser-atrayente en el ser-atraído. Es una intuición que atraviesa a lo sensible para derivar en una estetización de nuestra emoción.

La sexualidad no es nada sin el afecto, el cual es promovido por la seducción en tanto deseo y atracción, que se traduce en afecto y en posesión vivida en el imaginario subjetivo. Es lo que impulsa a dinamizar la fuerza de las pasiones, en un libre (y coercitivo, a la vez), obrar amoroso en tanto fundamento de la sexualidad y de la ceremonia de los cuerpos suspendido en el éxtasis compartido. Pasión y fuerza atractiva es el impulso que inicia un eros que trasciende al cuerpo por medio del cuerpo o de los cuerpos; es comunión mística que escapa al mundo para establecer el mundo del afecto, de la intensificación de nuestra corporalidad en unión trascendente con la inmanencia sagrada del azar cósmico. La plenitud sexual seduce como verdad vivida a distancia de cualquier explicación racional; es una movilización del ser hacia la intuición, y al misterio como fuente que contiene el contacto pleno con la belleza y el encanto del ser individual por la mediación del cuerpo/alma atractiva del otro.




Notas:
[1] Nietzsche (1980:46) nos da a Mirabeau como ejemplo, el cual no tenía memoria para los insultos ni para las villanías que se cometían con él, y que podía perdonar por la única razón que olvidaba.


Bibliografía:


Barrera, C. 2008: Nueva estética de la seducción. Manuscrito de la autora.
Foucault, M. 2008: Nietzsche, la Genealogía y la Historia. Pre-textos, Valencia.
Kerenyi, K.: 1967: Eleusis: Archetypal Image of Mother and Daughter. 

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Nietzsche, F. 1980: Genealogía de la moral. Alianza, Madrid.
Nilsson, M.P. 1961: Historia de la Religión Griega. Eudeba, Buenos Aires.
Rousseau, J. 2005: Las Confesiones. Amorrortu, México.
Scherer, R. 1987: El alma atómica. Para una estética de la era nuclear. Gedisa, Barcelona

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