Karl Popper, televisión y democracia.
Por David de los Reyes.
Resumen
Nuestro ensayo versa sobre el tema de la violencia en la televisión y la reflexión popperiana que desencadena tal situación dentro de nuestras sociedades signadas por el orden democrático. La violencia, a juicio de Popper, debe ser minimizada en toda democracia pues ello es el fin de todo Estado que se encuentre insertado dentro de un régimen de derecho. La violencia y sus valores deletéreos deberían declinar a una mínima expresión dentro de una sociedad abierta, que constituida por un código legal evolutivo permita perpetuar, junto a cierta tradición, la vida moral de los individuos. Igualmente contrastamos esta postura con las ideas de John Country presentes en su ensayo La tv., ladrona del tiempo, en el que se nos presenta un balance de ciertos efectos de los contenidos de la televisión y las respuestas de la audiencia infantil en relación a su proceso de formación educativa, moral y ciudadana. También damos una reflexión en relación a las teorías del lenguaje de John Austin y los medios.
¿Una ley para la televisión?
Para la mayoría que hemos estudiado al filósofo Karl Popper no es nada extraño de catalogarlo como uno de los más grandes epistemólogos del siglo pasado, pero si bien esto es así, no es menos cierto el hecho de que nunca se puede tomar a su pensamiento como el de un desertor ante los problemas cívicos, políticos y morales: ante ellos su preocupación fue constante. La especialización puede ser una gran tentación para el científico. Para el filósofo constituye un pecado mortal (Popper, 1995:25).
Su acercamiento, al final de su vida, al problema del poder de la televisión y su influencia dentro de una sociedad democrática, nos presenta una última de esas inquietudes cívicas a la que antes aludimos. Es el uso reiterativo de la violencia en ella. La violencia debe ser minimizada en toda democracia porque no es congruente con un Estado democrático, insertado dentro un estado de derecho, donde las partes zanjan sus problemas por vías de acuerdos y decisiones; la violencia y sus valores deletéreos deberían declinar dentro de una sociedad abierta, que constituida por un código legal, permite perpetuar, junto cierta tradición, la vida moral de los individuos.
¿Pero qué nos dice Popper acerca de la violencia presente en la televisión? Veamos cuál es su diagnóstico y su identificación del problema y sus peligros, además de ofrecernos un conjunto de proposiciones que recomienda para el establecimiento de una televisión abierta, ergo democrática, mas no cerrada, ergo tiránica-totalitaria-tribal. Podemos adelantar que para Popper la televisión, tal como está concebida en tanto negocio, lleva la violencia al interior del seno familiar.
La televisión para Popper puede tener un doble cariz. Puede ser un instrumento útil para la formación/información de la audiencia o puede tener un efecto nocivo a los mismos. Vigilante de la condición liberal en el Estado democrático, nos declara que, de acuerdo al uso que se pueda ejercer a través de ese poderoso medio, podría llegar a ponerse en peligro ese mismo Estado de derecho.
La televisión que opera en la democracia pluralista (más en las llamadas socialistas…), tiene que tener ciertas características preeminentes que la distinga de otros modos de utilizar los medios fuera de ese marco jurídico-político. La democracia, en su acepción popperiana, deberá someter cualquier poder político a un control. Y su situación es la de no permitir que exista ningún poder público sin estar controlado por los demás. Y es por esta tónica que va la atención urgente que quiere que se establezca con ella, pues la televisión ha llegado a tener un poder inmenso; un poder tal que Popper llega a compararla con el reemplazo de la misma voz de dios. Ve, entonces, que si no se le pone ciertos controles para solventar esta situación, la televisión puede adquirir un poder muy extenso al interior de las democracias.
Es lo que pudo observar para la época y lo que conoció respecto al tipo de uso que se le daba (y pretenden dar), en regímenes de corte totalitarios o de una economía de mercado salvaje. Y es aquí donde se llega a enfatizar de manera rotunda que si no se le pone fin a ello en el presente, no se podrá hacer nada a futuro. Leamos y pensemos la siguiente alarmante cita del mismo Popper: La televisión no existía bajo el régimen de Hitler, aunque su propaganda fuese organizada sistemáticamente con un poder casi comparable al de la televisión. Un nuevo Hitler poseería con ella un poder sin límites. Posiblemente podríamos ser algo más optimistas. Sería difícil darse ahora por la condición de la globalización misma. Posiblemente en un mundo donde los medios no estén globalizados y no hubieran alternativas informativas para la sociedad civil podríamos estar de acuerdo; situación de los mundos dictatoriales y totalitarios. Pero nuestro presente venezolano y occidental nos puede ilustrar al respecto.
Contra lo dicho por Popper nos hemos podido percatar que el seno de una democracia pluralista al quererse erigir un gobierno con visos totalitarios, con el interés de ejercer el poder de forma absoluta sobre los medios, y donde la división de poderes no existen, los medios se han presentado no sólo como una institución pública democrática sino también como un auténtico fiscal social ante los desmanes del Estado en su pretender conculcar los derechos legítimos democráticos.
Ron Mueck, A Girl, 2006
Una preocupación compartida: Popper/Coundry
Es así que su creciente preocupación por la violencia radiada por los medios de comunicación le venía de tiempo y sólo decide hacer su propuesta luego de dos hechos. Uno: la muerte de un niño de dos años que fue raptado por otros dos de diez en el año de 1993 en la ciudad de Liverpool, y la reflexión que le ocasiona el revelador ensayo sobre medios en Estados Unidos del psicólogo social norteamericano John Country Ladrona del tiempo, sirviente infiel. Investigación que arroja luz sobre el efecto e influencia de la televisión, el tiempo que su audiencia pasa ante ella, los valores que muestra, su destilar violencia, amoralismo y futilidad, además de la deformación del mundo que muestra a los ojos de la población infantil. Para ciertos estudiosos pudiera ser un informe un tanto puritano, pero su preocupación está en la formación y educación de las nuevas generaciones y la presencia e influencia del medio en relación a los valores cívicos democráticos. Se establece que la mayoría de la información presente en su programación vendrá a estar deformada. Deformada no sólo desde el marco temporal que tiene el espacio para emitir determinado programa sino por el uso y tratamiento de la imagen, de los valores y presentación de los temas, de códigos y lenguaje, de la secuencia y reiteración icónica y tempo de acción que envuelve al mismo evento televisivo.
La conclusión de Popper-Coundry respecto a la baja calidad e influencia del medio, y su constante degradación a todos los niveles se debe a la alta competencia por captar la audiencia que existe debido al gran número de canales.
Todo programa está sometido al número de audiencia que pueda absorber y captar: ese será la pauta para su permanencia o desecho. Y ahí es donde entran diversas instancias mercantiles, mas no educativas, que hacen que la creación de los programas tengan determinada carga de distintos elementos (violencia, sexo, irrealidad, etc.) y en donde uno de los más usuales es el de la violencia en todas sus posibles modalidades, desde su infiltración en los diálogos por parte de los personajes hasta las acciones físicas y gestuales acordes a un tipo de agresión determinada. El efecto “audiencia” por la competencia del raiting hace que la televisión se aparte cada vez más de sus posibles actos educativos y se aboquen al tratamiento sólo para diversión que vendría a captar su producción por parte de los patrocinantes, dejando ver sólo su faz comercial en tanto instrumento público de comunicación.
Habría que señalar que Popper centra su reflexión refiriéndola a la programación y contenidos usuales y cotidianos de ese medio. No se refiere mayor cosa a los usos políticos informativos directamente, aunque quizás sí, de forma sesgada, pues de acuerdo a la ética que absorben los niños, no sólo en el seno familiar sino también a una alta dosis de presencia cotidiana ante la pantalla, también se tendrán mejores ciudadanos a futuro. Para este filósofo hay una relación directa en lo que respecta a sociedades que tienen un alto grado de educación de sus miembros respecto a aquellas otras en que los niveles de formación no son suficientes; la educación tiene como fin que las relaciones entre sus integrantes se viva una situación cívica, donde la violencia se haya sido reducida a su mínima expresión gracias al comportamiento, la cultura, la formación y educación y no a la intervención de las fuerzas represivas del Estado. Es la postura del individuo de masas democrático ante el colectivismo tribal totalitario-tiránico.
Evolución de la televisión
En su artículo nos describe toda la parábola involutiva por la que va pasando el tratamiento de los programas desde los orígenes de la televisión pública (caso Inglaterra) y el uso masificado de la violencia, del sexo y de lo sensacional como ingredientes constitutivos de sus contenidos.
En esos orígenes, afirma, era relativamente buena. sólo con su evolución el tiempo, junto al desarrollo de las técnicas psicológicas para el estudio de los gustos de la audiencia a fines de los ’50 del siglo pasado (que comenzaron a utilizar las agencias de publicidad), fue cuando comenzó, para Popper, la curva decreciente respecto a la calidad de la programación. En un principio había programas buenos y honestos y la audiencia era casi nula, y la producción era bastante selectiva. Ahora la mayoría de los contenidos de todo canal generalista o privado (de cable), pueden ser cuestionados y la capacidad selectiva del televidente ha sido condicionada y ello varía, como se dijo, del grado de formación cultural y educativo individual, (Coundry).
¿Cuáles programas se deberían presentar según la opinión de los dueños de medios? Nosotros debemos ofrecer a la gente lo que ellos esperan, puede ser la respuesta obvia de todo dueño de medios. ¿Es así? Y ¿Cómo saben lo que quiere el público? Ello se basa en las encuestas. Cosa que cuestiona Popper; las estadísticas no son fiables para tener un saber ajustado acerca de esa situación. Con ellas sólo se obtiene la preferencia de los telespectadores ante la programación usual que se les ofrece. Esas cifras son incapaces de dar a conocer qué es lo podemos y debemos proponer. Sólo se obtiene información acerca de la programación ya conocida pero no la reacción de un posible a conocer. Este tipo de encuestas mantiene la convicción de que son de corte democráticas por ellas tener una cierta opinión porcentual de lo que es más popular en distintos estratos sociales. Pero popular para este filósofo no quiere decir mejor. Nada en la democracia justifica la tesis de ese director de canal el hecho de presentar programas más y más mediocres corresponda a principios democráticos porque es lo que la gente espera. ¡Con esta tesis podemos irnos al infierno! (Popper, 1997:186). En esto pudiéramos hallarnos ante una televisora cerrada, es decir, totalitaria, al interior de las democracias, por su imposición y uso de la emocionalidad y lo tribal como elemento determinante de la constitución de su programación sin tener idea de lo dicho por Nicholas Johnson: La televisión siempre es educativa, pero todavía falta saber lo que ella enseña (idem:197).
Del acto audiovisual
Si aceptamos que la televisión trasmite eventos mediáticos por medio de un lenguaje audiovisual con su propia gramática, podríamos aseverar cierto argumento que nos parece interesante dejar entrever aquí acudiendo a la teoría del pragmatismo lingüístico propuesta por John L. Austin acerca del lenguaje natural[1].
Bien se sabe que Austin propone que el lenguaje no es descripción de mundo sino que, ante todo, gracias al lenguaje realizamos acciones con él sobre el mundo; en fin, el lenguaje, en tanto habla, es un acto y todo hecho comunicacional por medio del lenguaje no es más que un acto de habla; y como acto al fin, venimos a actuar o interactuar ante lo que llamamos realidad o lo que representa ello para cada uno de nosotros. Si aceptamos esta segunda premisa nos encontramos que Popper, al desplegar su crítica contra la televisión como un aparato que atenta contra la democracia, vendría a facilitar su comprensión.
La televisión, como aparato cultural, (Bisbal), podríamos afirmar por lo anterior, ni describe ni nos amplía la experiencia del mundo. Su lenguaje audiovisual más que sólo una transmisión lingüística de imagen y sonidos nos proporciona, visto así, un acto audiovisual. ¿Qué queremos decir aquí por acto audiovisual? Con ello nos referiremos que la televisión más que sólo mostrarnos al mundo o describirnos al mundo objetivamente o de una manera imparcial nos lleva a presentar ciertos actos icónicos que vendrán dados no ya sólo sobre el condicionamiento único del habla en la concepción mediática del lenguaje sino del mirar o percibir e interactuar (que es un acto también) sobre y con el mundo por los contenidos vistos y presentados por dicho sistema de reproducción audiovisual. Es decir, nos muestra formas de comportarnos (que no son ni verdaderos ni falsos), ante el mundo más que comprender a este.
De ahí que podamos entender la preocupación ética a la que alude Popper en su último artículo en vida La televisión: un peligro para la democracia (UCV, 1997). En este ejercicio interpretativo del desarrollo de la televisión dentro de las sociedades democráticas del mundo occidental podemos encontrar una denuncia donde Popper no puede separar el ejercicio democrático de los medios de comunicación del orden político en que está anclada.
Bien sabemos que todo sistema político fabrica los medios acordes al tipo de sociedad política establecida. Y la democracia, a los ojos de este autor es, entre otras cosas, un sistema que nos protege de la tiranía de las dictaduras y ese debe ser uno de los fines imperantes en su establecimiento. Y es así que tampoco en la democracia no hay ningún impedimento para que personas más instruidas puedan enseñar a menos instruidas, pues uno de los objetivos de ella es elevar los niveles de educación de sus miembros. Basándose en esta observación revela que ningún medio tiene el derecho a desmejorar sino de mejorar y dar, de esta forma, mejores posibilidades y opciones a todos. Pero suele suceder todo lo contrario. Los programas resultan malos y plagados del más burdo uso de la violencia, del sexo y del sensacionalismo. Es lo que productores llaman agregar picante que a la final la audiencia está ¿incitada? a pedirlo. Con este picante el director de canal piensa que ha resuelto el problema de captación y aceptación. Es lo que se produce años tras años desde que la televisión apareció: se agrega siempre más picante sobre los platos de baja calidad, a fin de hacer pasar su gusto detestable e insípido (idem:186).
La televisión, ¿nos orienta en el mundo?
Por otra parte encuentra que la televisión ha venido a establecer con el público de menor edad la posición de darles una orientación en el mundo. Se ha restado a nuestra capacidad de pensar qué o cuál vendría a ser esa instancia orientadora personal y ello se ha suplido por el mensaje artificial que genera la televisión ¿En qué consiste orientarse ante el mundo? No es otra cosa que encontrar nuestro camino, es decir, hallar el lugar que podemos ocupar dentro del espacio de convivencia social. Entiende la situación que se crea entre el niño y la televisión en tanto un problema de evolución: es la imperiosa dificultad que tiene todo niño de adaptarse al ambiente en el cual crece. Los niños, teniendo un ambiente más o menos normal, tienen todas las condiciones innatas para poder salir al encuentro con el mundo y adaptarse a distintos lugares y situaciones. Para ello depende el llevar su evolución mental, aunada estrechamente con un medio social y unas tradiciones, unos valores y una inteligencia colectiva, haciéndolos favorables, en la medida que pueda, para su desarrollo. Aprender o educarse significa para Popper saber actuar sobre el ambiente en razón de prepararlo y prepararse, para las futuras tareas: convertirse en ciudadanos, desempeñar un trabajo, ganar dinero, tener miembros nuevos en la familia, etc. Y es por eso que cuando se forma a la generación que nos precede se debe tener en cuenta darles el mejor ambiente posible. ¿Eso se logra con la ración diaria de cuatro a cinco horas diarias de televisión (ahora debería agregarse internet), junto a videojuegos, videos, en los días de semana y de hasta ocho o más los fines de semanas que ven los niños en cualquier metrópolis del presente? Si bien la televisión forma ya parte de la vida de los niños, somos, entonces, responsables de los efectos culturales y formativos (o de-formativos), pues ella es obra de los hombres.
Si bien la violencia siempre pudo (y puede) residir en hogares por la conducta que tienen ciertos padres respecto a los miembros, ahora se ha desplazado la violencia a concentrarse en casa, sobre la pantalla de televisión. Y esa violencia es contemplada a toda hora y día a día por los niños[2]. La conclusión a la que se llega es que no es el mundo de afuera sino la televisión que habita adentro de nuestro hogar la que introduce la violencia en él.
Qué hacer
Ante esta situación, tantas veces comentada y reiterada la sociedad civil ha quedado impotente, ¿se puede hacer algo? Según Coundry no, su pesimismo lo llega a declarar que es imposible hacer algo ante esta ladrona del tiempo; lo único que podemos es crear, por medio de cambios en el sistema educativo y en el entorno familiar, un televidente crítico. Un ciudadano más consciente de cómo se estructura, se realiza y se monta cualquier evento mediático; conocer su gramática, su sintaxis y los distintos engranajes que tienen que moverse para que llegue a ser aceptado dicho evento como algo que pueda ser seductor para ese televidente y que así, en cualquier país de corte democrático, no se retenga por el uso de la censura; y si ello ocurre siempre vendría a decirse que hay censura previa en la construcción de todo programa y ello atenta con la libertad de expresión.
Si Country es pesimista, Popper es optimista; se mantendrá dentro de cierta postura realista por la que siempre ha sentido simpatía. Su propuesta fue la de crear una especie de juramento hipocrático, que al igual que el gremio médico tiene que observar como código deontológico preestablecido, el cual viene a darles unos límites a los que se tienen que atener a todos los que ejerzan la profesión en el momento en que se tienen que enfrentar con el dolor y la cura, la vida o la muerte de algún paciente. Ello es necesariamente una forma de control. Es ese tipo de instrumento gremial al que aspira poner en práctica Popper en relación a todo el personal que opera para la televisión; un organismo que sería cónsono a unas libertades democráticas y civiles. Este organismo debería proveer al profesional de una patente o licencia que si incurre en una violación a dicho código perdería, acorde a la sanción, hasta la posibilidad de ejercer su profesión. Bajo la mirada de una institución dirigida por el gremio se mantendría la autonomía respecto a cualquier intervencionismo o censura impuesta por el Estado. Este control por parte del gremio y por los mismos trabajadores de la televisión debería ser más eficiente que cualquier censura o código a cumplir impuesto por cualquier institución estatal. Tal licencia, en el proyecto popperiano, no sería obtenida de manera inmediata sino previa formación y de un examen.
La finalidad de todo esto es que se llegue a comprender, por parte de aquellos que operan en la televisión, que forman parte de un proceso educativo de gran magnitud gracias al lugar público en que se encuentran y por operar dentro de ese aparato cultural que es la televisión. Todos los que integran, el personal con el que opera en todos los distintos niveles de las emisoras tendrían conciencia del rol de educadores que constituyen de por sí. Eso sería una postura que podía resultar para todos sus participantes novedosa, posiblemente una opción que nunca habían considerado de su trabajo en los medios. Con ello comprenderían que un nivel alto de educación se necesita en toda sociedad civilizada y con aspiraciones a perfeccionar la condición democrática de sus integrantes; que los ciudadanos que se comportan de manera cívica no son el resultado de un producto del azar, sino de un proceso formativo, educativo, de transmisión de valores y formas de mirar, ordenar e interpretar el mundo circundante, y en este caso, ayudada esa formación gracias a la acción audiovisual.
Es aquí en donde Popper hace un punto de unión entre educación y civilización. Si queremos transitar hacia una sociedad más civilizada se debe impartir una educación de calidad, no cualquiera. Y es por lo que la formación de estos trabajadores de la televisión y de los medios debería girar en torno al rol fundamental de la educación como palanca; ello es abogar por el establecimiento de una sociedad para y por la reducción mínima de la violencia dentro de sus linderos.
A este personal se le mostraría cómo los niños están influenciados por las imágenes por el tiempo que pasan ante la televisión y que a la vez intentan adaptarse a un ambiente marcado por el medio audiovisual en su mayor parte. Mostrarles que los niños, como muchos adultos, no hacen distinción entre ficción y realidad. Y uno de los aspectos de cualquier film de ficción es ese, hacer creer y construir el sentimiento paralelo a una credulidad ficcional conciente; que se llegue a entretener al televidente en situaciones que no le cause fricciones ante el hechizo mediático; que pueda sentir que está como viviendo no una ficción sino –casi- la misma realidad.
Tal distinción entre la ficción y la realidad, junto a los mecanismos que le puedan facilitar la distinción mental para todos, debería facilitarse en los cursos a impartir dados para la formación de ese personal, pues sus efectos están en el subconsciente de los niños como en los adultos. Impartir la idea del riesgo que hay si una mayoría de la población pierde el sentido y la capacidad de hacer esa distinción entre ficción y realidad. Claro está que la influencia y los efectos que ejercen en los usuarios de este medio dependerán, como se ha dicho ya antes, del grado de inteligencia y formación, educación y cultura que tenga cada quien. Es por ello que no se puede hablar de una dosis general pero sí crear programas generales que cualquier público pudiera elegir, acordes a los gustos segmentados de la audiencia, propia de una sociedad de individuos de masa.
Para Popper esa distinción es algo de suma importancia y del que tienen que estar claros todos aquellos que operen y trabajen en los medios audiovisuales.
Todos los operarios y productores que realizan los programas deben pasar por ese examen antes de obtener una licencia; y su deber está en mostrar la comprensión de esa situación fantástica que opera en toda relación entre individuos y realidad/ficción televisiva, junto a las dosis de violencias icónica excesivas. Esta licencia la deberían poseer desde los productores hasta los técnicos, como son camarógrafos, luminotécnicos, etc.; pues cada uno de ellos tiene una parte de responsabilidad en el momento que un programa sea lanzado al aire.
Es por lo que piensa que sin un determinado control a una televisión plagada de mala información y publicidad, de violencia en grado sumo, de una degradación en los usos de los términos y de los diálogos por los actores y agentes, de una moralidad cuestionada, junto a técnicos y productores que operan en ella, la democracia no podrá subsistir por mucho tiempo a no ser que ese tipo de medio sea puesto a raya por aquella institución gremial y la sociedad de consumidores de programación televisiva.
Hoy bien nos hemos dado cuenta que ya no hay nadie, políticamente hablando, y respecto a aquellos que son enemigos de la democracia, de no conocer y usar este aparato singular para el beneficio particular en la técnica de la manipulación y de la orientación de los actos en el mundo de los individuos por parte de estos entes, y es de esta manera que se puede lograr una mejora de la televisión, dando rápidamente un cambio en la mentalidad, en la convivencia y en los trazos cívicos de los individuos. Tal proposición, si bien pareciera utópica, es casi parecida a la que un par de años más ya había propuesto el filósofo venezolano Ernesto Mayz Vallenilla (1998) y su propuesta de un Poder Comunicacional integrado a los otros poderes que conforman el Estado. Pero sólo parecida. Esta tenía más visos de una televisión para una sociedad cerrada que abierta.
La diferencia entre ambos está en que la concepción popperiana se ciñe a respetar las coordenadas de su concepción pluralista del estado democrático liberal, dándole al gremio mismo los instrumentos necesarios para mantener a los medios como verdaderos entes de servicio público, cultural y cívico para la mayoría. En el caso de Mayz Vallenila nos topamos con un conservadurismo camuflado al establecer un poder sembrado y ejercido por el propio Estado. Ello puede ser un peligro para la democracia también; hemos visto en estos últimos tiempos, que por medio de la arbitraria elección a dedo por los representantes de ese mismo Estado, se puede llegar a tener más intereses doctrinarios particulares que plurales en los medios oficiales, haciéndose así muy disímiles y distantes a los que pauta la conformación de la información en una sociedad democrática moderna.
Conclusiones.
Popper fue un pacifista a lo largo de toda su vida y siempre odió la violencia en cualquier forma de expresión, sea física o psíquica. Su eliminación debía ser, a sus ojos, el programa que vendría a constituir la razón de cualquier sociedad liberal. La democracia, si se ha dicho que es el sistema político menos malo, se debe a que comprende dentro ella la neutralización de la violencia y los desórdenes por vías legales y planes sociales más que por el uso de la fuerza y la represión. La distinción popperiana entre sociedades abiertas o cerradas lo lleva a decir que la democracia abierta vendría a ser aquella que puede liberar sus escollos sin derramamiento de sangre. Y es así que para ello implica el reforzamiento de las instituciones con la mira de evitar la tiranía en cualquiera de sus expresiones. Tratar de modificar por medio de políticas y reformas públicas los problemas sociales es preferible a someterse a cualquier tiranía por buena que prometa ser. Es así que podemos afirmar que la preocupación de Popper respecto a la presencia de la violencia en la televisión se enmarca con su propuesta política de sociedad abierta. Sabemos que la intencionalidad que cierne la política de este pensador no se centra en la realización de grandes ideales o fines abstractos pues ello equivaldría a comerciar con una concepción exclusivista de la acción política. Reiteradas veces afirmó que debe concentrarse la atención en eliminar los problemas del sufrimiento y violencia social.
El que haya propuesto una especie de juramento hipocrático a todos aquellos profesionales que intervienen en la elaboración y proyección de programas por medios audiovisuales masivos está, igualmente, acorde con su postura liberal, su racionalismo político y hasta con visos un tanto de socialdemócrata; ello privilegia más los métodos en relación a los fines.
Reducir la violencia mediática vendría a ser un objeto parcial o intermedio de llevar a establecer una sociedad que, por abierta y sostenida sobre un fondo legal democrático, vendría a tratar de reducir esta epidemia social a su mínima expresión, pues en su ceno está eliminar toda violencia por medio de los recursos e instrumentos sociales que tiene en su haber.
Sin embargo nos deja claro que respecto a la violencia –más no a la verdadera libertad de expresión, es decir, de opinión pública- la televisión debe ser sometida a un control, si queremos que la democracia como tal subsista como sistema político, sus palabras son aún más certeras: la democracia no puede subsistir por mucho tiempo en tanto que el poder de la televisión no sea completamente puesto a raya, (Popper, 1997:190). La democracia, para Popper, es un sistema que no busca someter o resolver la vida de las personas imponiéndoles un sentido único de lo que debe ser la felicidad social. La democracia debe aspirar, en un sentido real, elevar el nivel educativo, recreativo e informacional de cada uno de sus miembros y es por ello que se debería eliminar o llevar a un mínimo la degradación que encontramos en el flujo icónico de los programas de televisión; nos señala su honda preocupación respecto a la posible influencia que pueda tener la educación formal que se imparte a los niños y jóvenes en relación con el tiempo empleado por ellos en absorber programas mediáticos durante el periodo de formación de sus vidas.
En su libro Conjeturas y Refutaciones nos da su modelo a seguir en relación a la acción política dentro de una sociedad abierta: Es conveniente trabajar en la eliminación de vicios concretos y no en construir un bien abstracto; no se debe tratar de instaurar la felicidad por medios políticos, sino por el contrario, suprimir los vicios reales. Entre los vicios reales dentro de nuestra sociedad está el culto y el uso de la violencia y la presencia de ella en nuestras vidas de manera constante gracias a la televisión en el interior de la sociedad: en los hogares en principio. Y es por ello que es un mal que nos afecta gravemente y exige en esforzarse y ser paciente, en buscar los métodos o las posibilidades de eliminarla. Para comenzar se debería evaluar los programas a ser emitidos y ver si corresponden con un estándar aceptable de número de emisiones violentas y llevado a cabo por esa especie de colegio de productores de televisión que debería estar encargado para ello. Este modelo estará acorde con lo que él ha nombrado por ingeniería social, que es aplicar la técnica del paso a paso para la creación de políticas públicas acordes con el sentido democrático de una nación. Esto no escaparía a la creación, por ejemplo, de los juegos de videos.
En fin, Popper deja la palabra final a los dueños y productores de televisión, son ellos los que a su mirar pueden estar atentando más contra la democracia que la misma violencia cotidiana y real que sufrimos todos dentro de las sociedades modernas. Reducir la dosis de violencia mediática sería ya un beneficio social. Pero ¿cómo ponerle el cascabel al gato?
Bibliografía
Mayz _Vallenilla, E. (1998): Invitación al pensar del siglo XXI. Monte Avila, Caracas.
Popper, K. (1986): Conjetures et refutations. Payot, Paris.
--- --- (1995): Escritos selectos. Compilador David Millar. F.C.E., México.
--- --- (1997): La Televisión: un peligro para la democracia. En el libro: AAVV: Comunicación, múltiples escenarios, diversas confrontaciones. UCV-FHE. Caracas. Trad. David De los Reyes.
[1] El texto de John L. Austin titulado Delimitación de un performativo nos aclara cuál es la posición a la que queremos recurrir aquí: “Todos nuestros ejemplos tendrán, como se verá, verbos en la primera persona del singular del presente de indicativo en voz activa. Se pueden hallar expresiones que satisfacen estos requisitos y que, sin embargo:
A) no «describen» o «registran» nada y no son «verdaderas o falsas»; y
B) el acto de expresar la oración es realizar una acción, o parte de ella, acción que a su vez no sería normalmente descrita como consistente en decir algo.
Esto dista de ser tan paradójico como puede parecer, o como, no sin mala intención, he tratado de presentarlo. En realidad los siguientes ejemplos pueden parecer decepcionantes.
E.a) «Sí, juro (desempeñar el cargo con lealtad, honradez, etc.)», expresado en el curso de la ceremonia de asunción de un cargo.
E.b) «Bautizo este barco Queen Elizabeth», expresado al romper la botella de champaña contra la proa.
E.c) «Lego mi reloj a mi hermano», como cláusula de un testamento.
E.d) «Te apuesto cien pesos a que mañana va a llover»”.
En estos ejemplos parece claro que expresar la oración (por supuesto en las circunstancias apropiadas) no es describir ni hacer aquello que se diría que hago al expresarme así, o enunciar que lo estoy haciendo: es hacerlo. Ninguna de las expresiones mencionadas es verdadera o falsa; afirmo esto como obvio y no lo discutiré, pues es tan poco discutible como sostener que «¡maldición!» no es una expresión verdadera o falsa. Puede ocurrir que la expresión lingüística «sirva para informar a otro», pero esto es cosa distinta. Bautizar el barco es decir (en las circunstancias apropiadas) la palabra «Bautizo...» Cuando, con la mano sobre los Evangelios y en presencia del funcionario apropiado, digo «¡Sí, juro!», no estoy informando acerca de un juramento; lo estoy prestando. Ver: Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Madrid 1990, 3ª ed., p. 45-47.
[2] Hoy abría que agregar a los juegos de computación (y otros) en sus sucesivas generaciones de perfeccionar el realismo del juego en pantalla. Pues se ha ampliado aún más los medios o los aparatos en que el niño ahora concentra su mirada; tiene toda una constelación electrónicas de aparatos y sus efectos a su alcance. Un juego de éstos tiene una buena dosis de violencia en la mayoría de los casos, haciéndolos más realistas en cómo se expresan las acciones violentas entre los personajes y los obstáculos que tiene que descifrar o enfrentar todo jugador. La televisión es un aparato cultural donde el uso de la violencia forma parte de recetario del formato para realizar películas exitosas; los juegos también copian las tramas del cine, se agrega la violencia como un elemento para captar el interés del apático niño que ya no quiere desplazar su mirada de la pantalla hacia el mundo sino que la pantalla –y todo lo que pase o suceda en ella- es el mundo.
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