Ecología y Filosofía
Por: David De los Reyes
1.- Lo Ecológico
Desde la Antigüedad el hombre siempre ha pensado en la conformación que surge a partir de la relación entre la vida humana y el ambiente que hace posible su misma existencia. La vida del hombre es impensable e imposible sin la acción con su hábitat, con ese continuo adaptar y transformar culturalmente su vida a partir de lo que ofrece su entorno natural. A mediados del siglo XIX se estructuró lo que podemos llamar hoy “ciencia de la ecología”
El término ecológico fue, por primera vez, utilizado en ese siglo por el naturalista norteamericano Henry D. Thoreau y por el biólogo alemán Ernst Haeckel. Este último describió a esa nueva ciencia como el estudio de las relaciones totales entre los seres vivos y su medio ambiente, orgánico e inorgánico. Por supuesto que, al hablar hoy de ecología, se entiende una acepción mucho más densa. La ecología es la ciencia más específica del momento; ella se encuentra en la encrucijada de todas las demás ciencias y no se ocupa únicamente de la defensa de la naturaleza. El paradigma ecológico está abocado a comprender el sofisticado funcionamiento cibernético (traspaso de información) de la naturaleza, con lo cual su campo de acción pareciera ser ilimitado. Este paradigma pone fin al esquema dualista y disociador del hombre con su entorno. El hombre no debe sentirse como una criatura ajena, extraña al cosmos; la interdependencia es una categoría esencial de esta joven/madura ciencia. La ecología se mostrará encargada por diversos aspectos de un mismo poderoso movimiento que ya no es una mera utopía. Muestra que un aumento indefinido de algo, del tipo que sea, no puede ser sostenido por unos recursos finitos. El paradigma ecológico abarca aspectos como el de la complejidad, la eco-organización, el pensamiento sistémico, la convivialidad, una ética del entorno, el desarrollo cualitativo, el reencantamiento del mundo, una sensibilidad mística o económica, etc., modos que nos llevan, de una u otra forma, a recaer en una insistente pregunta: ¿cuáles son los fines del progreso humano? ¿Cuáles son las necesidades auténticas del hombre? La ecología se presenta como una reflexión sobre los fines del hombre y del mundo, retoma un sentido teleológico, su misma condición de ciencia.
2.- La Antigüedad Griega
En el mundo de la Grecia del siglo V a.de n.e., los filósofos no dejaron de sorprenderse por el misterio de la existencia general. Buscaban un principio único con el cual explicar el origen de la materia, del mundo, del universo. Por otro lado tuvieron la preocupación de hallar la armonía del individuo con el cosmos, con la polis (ciudad-estado) natal. Hipócrates, Aristóteles y Epicuro pueden ser algunos de los nombres de los filósofos que emprendieron la faena de pensar integralmente la situación del hombre, preocupados por comprender el significado del “oikos”, del “hogar” (casa), que pertenece al hombre. Cada uno de ellos nos presenta una visión y preocupación particular respecto a la vida y a la relación hombre-naturaleza dentro de los orígenes de la cultura occidental. Veámoslo.
Hipócrates (¿460-377? a. de n.e.), el más famoso de los médicos antiguos, nace en la isla de Cos, donde creará su propia escuela. Su comprensión del individuo es integral: abarca las dimensiones de lo individual, social, y ecológico. “La fuerza curativa natural que habita dentro de cada uno de nosotros es la mayor arma de que disponemos para recuperarnos”; para Hipócrates el llamado “paciente” no era un sujeto pasivo, sino que internamente tenía la capacidad de recuperar el equilibrio corporal somático.
Aristóteles (384-322 a. de n.e.) hace una clara distinción entre lo que se requiere para abastecer a una familia (hogar, “oikos”) y una ciudad-estado (“polis”) y la otra actividad, el comercio, que conlleva la formación de los precios por el mercado. Para este filósofo la primera actividad es llama “economía”, la cual contiene la raíz griega “oikos”, que es la misma de la palabra “ecología”; la segunda actividad la llamó “crematística”, que será el dinero obtenido a partir de la venta de los productos. Aristóteles afirma que al hablar de economía corresponde con lo que entendemos por ecología humana, y al hablar de la crematística se refiere a lo que nombramos actualmente con la palabra “economía”. La economía aristotélica está referida a la actividad que se requiere para abastecer a una familia o a la polis; ciencia de administrar la escasez y la búsqueda de autonomía familiar y ciudadana. Tal abastecimiento no debía ser regulador por los precios del comercio o mercado.
Epicuro (341-270 a. de n.e.) escribe una filosofía centrada en lo ético. Su preocupación por el individuo es la búsqueda de un placer ascético y de un modo autosuficiente de existir del hombre junto a un orden ecológico. Sustituye toda metafísica idealista por una visión materialista y asienta las bases para fundar una ética individualista. Epicuro basa su postura filosófica en el principio de la utilidad y del placer, entendido este último como placer sensual o erótico, sino en tanto ausencia de dolor. Su individualismo está asentado en la recurso de la “fylis”, es decir, en la amistad como estado de convivencia supremo entre los hombres. La autonomía y la autosuficiencia serán los estados perfectos de la existencia humana. Nos afirma: “el que presta atención a la naturaleza y no a las vanas opiniones es autosuficiente en cualquier circunstancia. Pues en relación a lo que por naturaleza es suficiente toda adquisición es riqueza, pero en relación a los deseos ilimitados la mayor riqueza es pobreza”.
3.- De la Filosofía moderna al Paradigma Ecológico
La filosofía siguió su curso. Los hombres siguieron pensando creativamente su mundo cuando podían. La libertad de pensamiento batalló entre los telones de regímenes absolutistas. La ciencia y la técnica catapultaron al hombre no solo a “pensar” y llevar una vida basada en los ritmos naturales de su ambiente. Ahora la especie llamada “hombre” pensó que podía estar por encima de los límites de su hábitat, gracias al apéndice de la razón; la visión mecánica de la naturaleza centraría su fuerza en el método científico de la causalidad; el mundo es visto como un mecanismo que está compuesto de engranajes intercambiables: el hombre debía entender el lenguaje matemático inscrito en el movimiento de todos los componentes del universo. Encuentra que podría descubrir procedimientos y técnicas que lo llevarías a un olvido de su ser animal y natural. Se adora a la razón. La verdad comprobada será el límite de todo conocimiento; la verdad es solo racional. Se olvida y no se acepta ningún otro discurso y sentido de lo que puede significar verdadero. Se olvida la verdad que reside en la propia experiencia que integra la vida individual dentro de un todo, pero que se diferencia de él.
Hoy la filosofía, en esta era (supuestamente) post-ideológica para algunos, post-socialista marxista para otros y donde trata de no desfallecer la moribunda democracia de corte occidental, tiene una cita significativa con lo que científicos, intelectuales, artistas y políticos han intentado concretar con el nombre de ecología. La ecología política sustituye el esquema Nación-Estado por la idea de un planeta indivisible constituido por federaciones, guiándose por el principio del respeto a la diversidad, todo ello ayudando a crear un “movimiento” donde emerge una nueva mentalidad y sensibilidad ecológica que localiza su interés en la “pequeña zona” de la biosfera: topos donde residen desde los organismos más simples, bacterias, virus, hasta los más complejos, como es el caso del hombre. Entre esta simplicidad y complejidad se nos muestra la necesidad y la vida de una interrelación que hace posible la convivencia mutua; dentro de esta burbuja de vida, la supervivencia de un elemento depende de la supervivencia de los demás. La Tierra puede considerarse, en tanto hipótesis, como una criatura singular ecológicamente viva.
Épocas como esta son decisivas por lo frágil que se encuentra la permanencia de nuestra especie sobre la Tierra, situación debida a un orden de explotación, hasta ahora indiscriminado, de los recursos naturales, y de la escasez que se ha creado en relación a ellos, esto aunado al crecimiento demográfico desproporcionado y al ritmo de la explotación de recursos para satisfacer las demandas de esa misma población mundial. Mundo unido por una bélica economía de la competencia y no de una cooperación global. Ivan Ilich ha dado cuenta acerca de cómo las soluciones que se han ido creando para resolver nuestros problemas, terminan por crear problemas superiores a los que han querido resolver. Así la sociedad sabe que las cárceles son el lugar más seguro para producir criminales o los manicomios la forma más segura para mantener la locura.
La ecología nos muestra la posibilidad de crear una cultura planetaria y a la vez diversificada; forjamiento de una cultura pluralista, centrada en una creatividad permanente, gracias a la acción que conduce al incremento de la complejidad organizadora.
Nunca antes el hombre había hurgado, conocido, explotado, saqueado, acumulado información sobre el medio ambiente como ahora. Nunca, igualmente, fue tan dependiente de ella. Nuestra época ya no puede entenderse como una curva histórica ascendente; autores han hablado de “ciclos históricos”, y la historia que estamos engendrando a nivel global tiene la forma de una espiral que se encoge o se ensancha de acuerdo a las crisis que, de ahora en adelante, y debido a la escasez de recursos, serán continuas y “naturales” dentro de nuestras sociedades, sean estas “desarrolladas” o no. En fin, formas geométricas para lo informe abstracto: la vida humana, si es que a estas alturas ella sigue teniendo importancia para alguien, si es que puede seguir apostándose a ella frente al siglo que inaugura, y no por casualidad sino por su propio modo de producción, a las “fábricas de la muerte” y de las “soluciones finales”, o de los genocidios étnicos de los nativos americanos por gobiernos de corte “nacionalista”, o de los éxodos masivos de la desmembrada África gracias al “desinteresado progreso” del colonialismo occidental en pos de superficiales lujos y ganancias fáciles; repito, si la vida sigue siendo importante para alguien, ese alguien no puede ser otro que el mismo hombre, en pro de mantenerse como especie dentro de la diversidad vital de este planeta azul que flota abandonado en el último rincón de una galaxia, entre las millones de millones que habitan este universo en expansión. La imagen de nuestro universo está, simultáneamente, compuesta de caos y orden; el azar es un elemento importante para su conformación, millones de extravagancias habitan en él. La evolución ecológica es una reorganización perpetua en sí misma, a través de los azares de sus sucesivas desorganizaciones. Un ecosistema carece de centro organizativo: se organiza descentradamente, como si en lugar de tener un cerebro fuera todo él un cerebro. Orden- desorden, vida- muerte, -como ya dijera Heráclito-, no pueden pensarse separadamente. La vida es, ante todo, diversidad. Morin ha dicho que en un ecosistema el interés particular trabaja al mismo tiempo contra y por el interés general. La ambivalencia es la medida de toda complejidad ecosistémica. A medida que hemos dominado más a la Naturaleza más somos dominados por ella, de ahí que Morin puntualice que hemos devenido más y más a ser dependientes de nuestros instrumentos de independencia. Toda nueva tecnología tendrá que plantear sus secuelas físicas y sociales, así como hasta contar los plazos de tiempo necesarios para su introducción.
4.- La cara boba del progreso
Señalamos antes cómo en la antigüedad griega pensaba la relación del hombre con la totalidad pero en forma particular, local, en relación a su polis; era un pensamiento que se remitía a los límites de la ciudad y del mundo, cuyas arenas eran bañadas por aguas del Mediterráneo. Historia, hombres, culturas que han dejado su profunda huella en el surco de la aventura humana. Ahora presentimos que, en la actualidad, no se puede permanecer dentro de los meros límites de lo que se inventó al inicio de la llamada “modernidad” como “nación”, es decir, centralización de poderes, leyes, normas, ritos, creencias, que se ejerce a conjuntos humanos diversos por igual. Sin embargo, a su vez, nuestra época ha alcanzado los medios y las capacidades para poder pensarse en tanto unidad planetaria, manteniendo al conjunto de culturas en forma descentralizada, autónomas pero integradas a la aventura humana global; mundo apto para persistir dentro de la diversidad cultural y natural. El futuro de la humanidad será posible en la medida que se practique un orden económico que persiga cierta justeza y racionalidad de los recursos en proporción de los hombres que habitamos este planeta. La ecología no puede ser entendida como un mero arcaísmo; no supone dejar hacer a la naturaleza, como tampoco es una postura ubicada en un liberalismo romántico de espontaneidad. Hoy la supervivencia de la humanidad -y junto a ella, la de todos los organismos que fluyen en la biosfera- depende de abandonar el viejo reflejo de conquistar a la naturaleza y cambiarla por la actitud de cooperar creativamente junto con ella.
La visión dieciochesca del progreso industrial continuo, a partir de la explotación materialista de la naturaleza y del hombre, no es la imagen más apropiada para los tiempos de escasez que se avecinan a pasos con botas de siete leguas. Y lo peor de todo es que pareciera no existir el justo freno para detener esta movilidad destructiva que se erige en cualquier palmo de tierra en nuestro planeta. Hablar sobre el mito del progreso en forma unilateral es miopía o mentira consciente; es una visión que surge de la concepción estructural de los crecimientos sociales en forma exponencial. Si encontramos discursos donde se refiera dicho concepto en término de iluso optimismo, bien podemos decir de ello dos cosas: o que son ingenuos o que son los próximos asesinos de la naturaleza y de la humanidad. Sin embargo, en vez de proponer la idea de un crecimiento cero o moderado pudiéramos tratar de ensayar la opinión de Serge Moscovici que propone un crecimiento limitado y discontinuo, precedido por una “suave austeridad”. No se puede seguir manteniendo una explotación de los recursos donde un país, en este caso los Estados Unidos con un 6% de la población mundial, acapara el 50% de los recursos que se explotan anualmente a nivel mundial.
Pániker ha acuñado el término de retroprogresivo para entender lo que debiera significar un verdadero progreso. Lo retroprogresivo es un avance simultáneo hacia lo nuevo y hacia el origen. Un ejemplo es el que, si una sociedad posindustrial no sirve para recuperar ciertas virtudes de las sociedades preindustriales, no sirve para nada.
5.- Ética y Ecología.
El olvidado “medico de la selva”, músico y filántropo francés Albert Schweitzer, desde su hospital de Lambarené (Gabón) en el corazón de África, lanzó hace años un mensaje ante el avance destructivo que se erguía en los países no desarrollados a costa de una civilización donde la ética era una abstracción más de la razón instrumental. En su libro “Civilización y Ética” trató de fundar una postura para guiar a los hombres después que la civilización occidental mostrara su barbarie incubada desde las ciudades “modernas”, y en los centros de decisión respecto a políticas y explotación colonial. Su ética está construida no tanto en una axiomática moral de corte y principios abstractos de un deber-ser propio de una sociedad secularizada o de un tender a un mero y rabioso bienestar individual, propio de nuestra cercana sociedad de consumo; toda abstracción representa la muerte de la ética. Su ética tendrá una responsabilidad sin límites hacia todo lo que vive, como reverencia por la voluntad de vivir dentro y fuera de cada uno de nosotros; la ética como dedicación a la vida, inspirada por la reverencia hacia la vida, ella es la que debe impulsar al hombre. Su máxima era: “soy vida que quiere vivir, entre vida que desea vivir”. La ecología no está separada de la reflexión ética, como hoy tampoco puede desinteresarse esta última por todo lo que ocurra en el ámbito ecológico y en el mundo real. Se ha dicho que el paradigma ecológico nos libera del fetichismo moral que ha prevalecido en occidente a lo largo de los últimos milenios. No hay formas absolutas; ningún puritanismo, ninguna tiranía moral ha de ser aceptable. No más distinciones entre lo sagrado y lo profano, lo espiritual y lo material, lo superior y lo inferior. El gran principio del shivanismo era que todo en el universo formaba parte del cuerpo divino; el principio del ecologismo está en que todo incide sobre todo, no se puede privilegiar a ningún centro.
Encontramos algo de esencialmente neurótico (abstracto) en la obsesión occidental por la “justicia”, sin tener en cuenta las raíces y las relaciones que surgen del contexto ecológico. La conciencia moral particular debe tender a una conciencia más amplia: ecológica. Esta conciencia simultáneamente incluye a lo individual, lo social, lo natural y lo cósmico. Salvador Pániker ha señalado que tampoco ninguno de nosotros es completamente responsable de sus actos; nuestra responsabilidad comienza, precisamente, al saber esto. ¿Cómo se puede comprender lo anterior? El hecho es que todas nuestras acciones se inscriben en un ecosistema natural/cultural, que se interfecundan con otras acciones que están dentro del ecosistema en que residimos y regresan transformadas e imprevisible hacia nosotros mismos.
Hoy sabemos que todo antropocentrismo ha fracasado (al igual que el monoteísmo judeocristiano), que la vida de cualquier animal, microbio o planta, es, de una forma u otra, importante para el mantenimiento del equilibrio de nuestro hábitat; que la llamada selección natural ha elegido a la diversidad. El esquema Darwiniano de la supervivencia del más apto tiende a ser sustituido por la postura ecológica de la supervivencia del más cooperativo: la especie solo permanece cuando existe cooperación entre los miembros que la conforman, de ahí que la máxima de Schweitzer, en defensa de la vida, debería propiciar a los medios y a la cultura contemporánea para que surja el interés por una conciencia ecológica universal en el hombre, en pensar nuestra acción a escala global, pero actuarla localmente; en pensar nuestras vidas en tantio cooperación y no en desfalleciente competencia voraz. Se comprende que nunca hacemos una cosa a la vez; cualquier acción nuestra repercute en el ecosistema en forma azarosa. Toda cosa que hagamos genera efectos secundarios que, tarde o temprano, volverán de una forma u otra hasta nosotros, y sobre el ambiente en general. Hacer una cosa significa hacer muchas. La mecánica cuántica (concepto de inseparabilidad de la material), refuerza la concepción del paradigma ecológico: el mundo es, a la vez, diverso y no dual.
Como vemos, la filosofía tiene una importante cita con la ecología. En el pensamiento de nuestro presente y futuro no puede pasar desapercibida la relación de vida y su entorno. Cuando hablamos de la permanencia en la Tierra de la especie humana no podemos mantenernos dentro del dualismo y en la fisura del hombre con su entorno, del pensamiento cargado de separaciones abstractas. La vida y el planeta piden un cambio en la conciencia y la voluntad del hombre para proseguir su maravilloso y misterioso rumbo. Probablemente estamos entrando en el camino de un nuevo misticismo global, mas sin embargo, a pesar de todo -y aunque cierto pesimismo escale entre nuestro dolorido pensamiento, pero sabiendo que todo pesimismo contiene una teoría positiva- no podemos dejar de apostar por ese cambio. La Tierra, nuestra Diosa Gaia, ya no espera, si el hombre ha quedado mudo, el planeta nos lanza un fatigado y desgarrador grito desde todos los lugares. Hoy, más que nunca, no podemos abandonarla a su propia regulación, a su propio equilibrio, porque ello nos afectaría. Si nos despreocupamos y abandonamos a la Tierra estamos abandonando nuestra vida, a nuestra posibilidad de vivir en el planeta azul.
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