Juan Liscano, el pensar y los días (I)
En el centenario de su nacimiento
(1915 - 2001)
David
De los Reyes
“No se debe
escribir la primavera sino después de haberla mirado sin memoria”
Juan Liscano
“La verdadera
metafísica consiste en volver sensible aquello que es abstracto”
Josep Pla
(Observación: Este trabajo sobre los ensayos de Juan Liscano, ha sido elaborado para conmemorar el centenario de su nacimiento, y está dividido en dos partes. Esta que publicamos hoy y una segunda, continuación del mismo, que se colocará en la próxima entrada del mes de junio de nuestro blog. Esta primera parte tocamos, además de su estética, algunos de los pensadores y filósofos que captaron su atención en su obra: Krishnamurthi, Nietzsche, Sartre, Camus, Teilard de Chardin. En la segunda parte del mes de junio tocaremos aspectos como el gnosticismo, la sexualidad, lo religioso, el suicidio, su posición ante la vida, entre otros).
I
Hesíodo, el antiguo bardo griego (circa 700 A .C.),
escribió un largo poema (820 estrofas), Los Trabajos
y los Días, donde recogió una serie
de consejos, instrucciones, proverbios, fábulas, símiles y mitos del mundo griego en crisis
que le tocó vivir. La actividad humana
del trabajo la entendió como el destino del hombre, pero sólo quien esté
dispuesto a trabajar podrá con él. Esta
prédica griega se entona en torno a una gran crisis agraria en todo el continente griego, lo cual inspirará
una búsqueda de nuevas tierras para ser colonizadas. Juan Liscano (1915 –
2001), cual Hesíodo venezolano, será el
poeta de la zona tórrida, del canto al erotismo amoroso y a las preocupaciones
del desfogue civilizatorio contra la
naturaleza y la pérdida del ser
auténtico en el hombre, y de su
preocupación patriótica por su país. Su
pensamiento poético no queda
detenido entre el metro y la
metáfora, sino que se expande su pensar la realidad a partir del ensayo
personal en todas sus variantes temáticas posibles, tocando la crisis que
siente y sufre, vive y explora, describe y prescribe, ataca y esclarece en
torno a la vorágine desenfrenada de la civilización moderna universal y al fracaso continuo que exhibe la historia
de su país: Venezuela. Asimismo trasciende
a la pérdida del rastro mítico arquetipal en la psique del hombre del presente, a la
vorágine del hombre por el hombre, al horror permanente que hace la historia
contra los incautos, a la guerra y
sistemas genocidas y ecocidas del entorno ambiental, al abandono de la búsqueda
y crecimiento del ser individual en el
presente, al lavado de cerebro y masificación de gustos y vida a través de los
medios de comunicación, la realidad
virtual del internet y sus usos por
Estados y sociedades multinacionales con el espigón totalitario a cuestas, sin
abandonar nunca la relación tormentosa de la espiritualidad y la
literatura.
En
sus ensayos encontramos, como en Hesíodo, consejos, observaciones sobre, la cotidianidad
histórica, los mitos del eterno humano;
pero en el bardo venezolano además de todo eso,
nos lleva agarrados de la mano sobre los mitos y crueldades de la
modernidad, sus prescripciones ante el destemplado y voraz desbarajuste político nacional (Venezuela), e
hispanoamericano, y sus lúcidas reflexiones
contra la corriente de las opiniones oficiales de la historia, sus análisis
introspectivos de la espiritualidad y el
vacío humano en la alienación y la mediocridad, la literatura
y de la común sociedad, entre
otros temas. Este espacio reflexivo
liscaniano es la nave que abordaremos
en las siguientes páginas, adentrarnos en las aguas profundas de lo
mítico, apocalíptico y lúcido que emerge de su pensamiento en los días
tormentosos unos, felices otros pocos,
que le tocó vivir entre su pensar y sus
días, cuando se cumplen en este año el centenario de su nacimiento.
Reiteremos
la pregunta: ¿Cuáles son los temas a los que presta atención su pensamiento?
Múltiples. Van de la literatura, a la
poesía, espiritualidad, mitología, religión, la religiosidad y su simbología
mítica, atravesando la historia nacional, regional y global, junto a sus
teorías y posiciones, la política y sus vínculos con los modelos de producción:
capitalista y socialista, la revolución y sus aberraciones contra el individuo,
la utopía y sus espejismos, los vínculos y diferencias espirituales, eróticas y
sexuales entre Oriente y Occidente, sin
ser indiferente a la ciencia, la tecnología, la ecología y, sobre todo, al
individuo y la masa, advirtiendo su
condición psicológico-emocional y el
vacío de ser. Son algunos de los temas que podemos notar rápidamente al abordar
sus textos ensayísticos. Su acontecer, como hombre moderno, está en el destino
que determina la actualidad del proceder social y global del hombre, la cual la
ve como una edad oscura y frustrante. Época a la que su palabra busca mostrar la causa de nuestros errores por ignorar la mayoría de
los humanos la dirección de la civilización y el mundo. Más que ver al mundo y la civilización bajo el manto
positivista del progreso continuo, -cosa que niega-, se preocupa en
presentarnos nuestro tiempo y su devenir como un intervalo en retroceso,
descenso, alienación, vacío, genocidio
humano y ecológico perpetuo por el abandono de la formación y búsqueda, olvido
y experiencia del ser individual y colectivo auténtico, al albergar una
conciencia adormecida, abocada solamente
a la realidad de la experiencia exterior inmediata. Sintió y vivió la edad moderna como una verdadera
edad negra. ¿la civilización y el mundo prospera? ¡Retrocede!
Entre
los filósofos que encontramos preferencias y referencias en sus personales
atenciones conceptuales están Platón, Aristóteles, Plotino, San Agustín,
Pascal, Rousseau, Hegel, Fuerbach, Marx, Spengler, Heidegger, Camus, Sartre,
Marcuse, Teilhard de Chardin,
Popper, junto a una serie de
filósofos rusos anticomunistas. Sin dejar de lado a los guías espirituales G.
Gurdjieff, Madame Blavatski, D. Ouspenski, y sin olvidar, por supuesto, a
Krishnamurti. Unos y otros serán
cuestionados y retomados para subrayar ideas pertinentes en su reflexión
ensayística. Personalmente tengo la intención de presentar cómo y en qué
contexto emergen algunos de ellos en los ensayos del poeta. Comprender que su generación estaba llamada a
examinar con lucidez el pasado, arrancando sobre todo el lastre de las máscaras
en que se oculta, tras las que los artificios internos e irracionales de la
historia permanecen ocultos (son los casos de los carniceros humanos, por ejemplo, de Bolívar, Boves en nuestro país;
o Hitler, Stalin, Guevara, dentro de las realidades totalitarias o tanáticas,
que constituyeron con su destino alcanzar
el poder y la gloria: realidades monstruosas y atroces). Para Liscano la senda
del devenir sólo es progresiva
rechazando lo histórico como destino, y
dirigir el devenir humano hacia lo que él comprendió como
espiritualidad; en cómo las sociedades inteligentes contribuyen en conjunto al
desarrollo individual de esa espiritualidad, a desprenderse del peso exterior y
adentrarse en su interioridad; se trata, como dicen los filósofos hindúes, en
ayudar al hombre en convertirse en lo
que es.
Nuestro
ensayo está estructurado en distintos temas y filósofos que llevó, en su obra,
a detener nuestra mirada personal. Entre
los asuntos que tocaremos están su estética, lo religioso, lo espiritual, su
posición ante la vida. Y entre sus preocupaciones de orden filosófico,
traeremos su percepción y apreciación de distintos filósofos: Nietzsche,
Sartre, Camus, Heidegger, Theilard de
Chardin, y guías espirituales como
Krishnamurti. Otros aspectos a tocar son su
permanente interés por la concepción gnóstica, la sexualidad, el
suicidio. Con ello no hemos intentado agotar los temas posibles que vendrán a
estar presentes en su ensayística y en su poesía. Son algunos elegidos, y como
ya dije, que detuve mi mirada en el
pensar y los días de la vida de Juan Liscano. Veamos.
II
Estética. Liscano no se aferra a una concepción estética
particular o certificada por la academia. Afirma, por ejemplo, que encontrar una estética en su obra poética
puede darse de forma involuntaria. La estética que practicó es de carácter evolutivo,
sin obedecer a una escuela o a una particular posición teórica. Lo que sí
determinó su sensibilidad creadora estuvo referido al tema a abordar, entendiendo
por tema como una inclinación del
alma que lo lleva a expresarse. Ante una pseudo-espontaneidad poética, que convierte al poeta en un ente incapaz de
pensar, de plantearse un problema, Liscano aborda su actitud poética y creativa en función de
objetivos que lo motivan a canalizar su sensibilidad y dirigir su intuición
hacia la construcción de imágenes que denoten no sólo emoción sino comprensión de lo tratado: postura de una
poética conceptualista. No se alista en la poesía de inspiración
espontánea, circunstancial. Fija su
mirada en los temas que los días dirigen a su pensar y emoción.
¿Algunos de ellos? La ciudad, lo erótico, lo telúrico, lo femenino, la
naturaleza, la destrucción ecológica, la desintegración del mundo, la
sobrepoblación, la deshumanización, etc.[1]
Su
estética poética lleva a despertar más
un sentir, a un sentimiento que no implica sentimentalidad; su concepción de
poeta conceptual lo lleva también a estar presente en sus ensayos. Sabe
que perderse en las sensaciones lleva a
negarse a sí mismo, impidiendo el
poder de dirigir sus acciones y sus previsiones. La poesía no es un instrumento de desahogo
sentimental para él. La poesía vista y construida a partir de expresar experiencias.
Acumular sensaciones en vez de expresar
experiencia conduce a los paraísos artificiales, a la falsificación de la
verdadera intensidad. El sentimiento, como la intuición son formas mayores de
conocimiento[2].
Donde la intuición es un pensamiento que sume el riesgo, un pensamiento que se
aventura; un pensamiento en acción. Es contrario a toda postura formalista del
pensar, por ejemplo, científica, rodeado de instrumentos de precisión, al uso
de términos abstractos, que pretenden siempre cuantificar al mundo. Hay un pensamiento aventurero que siempre se
arriesga. Vuelve lo abstracto en
imagen sensible. La intuición
comprendida como una forma de instinto, lo cual involucra un hallazgo, una penetración en el misterio del universo y
del ser humano a través del concepto, de la palabra, de un logos poético.
Si
bien la poesía contiene metáforas, emoción, sugerencias, sensorialidad,
musicalidad no deja de ser pertinente y necesario el concepto, el pensamiento
aventurero, la reflexión, sin llegar a normar ello en una estética definitiva.
La creación estética abierta al misterio de lo no hallado aún, recobrando
significado de cara al futuro. Su ritmo poético, de buen poeta bailarín como lo fue, establece que todo es una ida y vuelta,
un flujo y reflujo, un eterno retorno, oscilación pendular, en el sentido del
hermetismo de Hermes Trismegisto presentes en el Kybalión[3].
Su
ataque a la época presente tiene siempre un talante pesimista. Observa que se
vive en un constante estado lavado de cerebro general, donde cada vez se piensa
menos como individuo y se acepta más las formas colectivas de sentir y pensar
programados por el Estado, la industria cultural, las empresas globales, el
partido único, etc. Afirmó que lo
narrado en la novela 1984 de Orwell,
ya no es ficción, está sucediendo o ya
sucedió (y está superada en los
controles de todo tipo en la angosta vida privada individual…); y respecto al
planeta nos advierte que se vive un ecocidio
permanente gracias al germen de la ganancia inmediata, que piensa sólo en su
sucio provecho egoísta, pero no en la destrucción que impulsa en todo, sin
preservar el planeta para las generaciones futuras: piensa, -y nosotros también
junto a él-, que se está violando todos los órdenes de la naturaleza para no
poderse recuperar nunca más. No vislumbró un resurgimiento espiritual auténtico
y lo que se da con ese nombre son modas pasajeras de individuos desesperados,
confundidos, atados al dictamen mediático o político del momento. Buscó un
resurgimiento espiritual como actitud de insurgencia contra el continium
masificante, lo cual siempre quedará reducida a verborrea textualista, esa expansión cancerosa del lenguaje.
Para él estuvo claro que todo acto creador es solitario; todo creador está
sólo, aunque piense en la humanidad.
Juan
Liscano, que se considera un escritor para minorías pensantes, fue adquiriendo
un modo de pensar cada vez más preciso y nervioso por su percepción espiritual
y personal del mundo que captó su mirada y sensibilidad, conduciéndolo al
desencanto general de la realidad, aunque siempre con una postura crítica, combatiente
y anunciadora ante el descalabro de la prospectiva de la especie humana. Es
hijo de una generación que conoció, vivió y reaccionó contra las guerras, el
totalitarismo soviético, el castro-comunismo, y el nacional-socialismo, todas
ellas formas de estado que persiguen la total inversión de cualquier posibilidad
de humanismo: convierten al hombre en cazador del hombre; vuelven, de manera
absoluta, pero fragmentándolo, al hombre
en cosa.
Vivió
la violencia de la guerra, las matanzas de un bando contra otro; con ello
comprendió y aceptó que toda acción
humana termina revirtiéndose contra sí mismo. A esto se sumaban otras
realidades que niegan a la vida, como lo era (y es), la guerra nuclear, la
tremenda destrucción ecológica en desarrollo intenso y permanente, el
desproporcionado crecimiento demográfico (se prevé que para el 2050 seremos
unos 9 mil millones de habitantes en este pingüe planeta globalizado y civilizadamente
destartalado); tales hechos, no ilusorios sino tangibles, sembraron en él un
sentido de constante pesimismo al notar, con gran desesperanza, un desencanto
en el destino del hombre por su hacer en el presente y sobrevivir en un futuro
cercano. Sin embargo, no por ello duda de poder construirse la convicción de cierta solidaridad que no se puede
encontrar sino en ese mismo hombre disminuido y extrañado.
Vislumbra
una difícil rendija pasajera de luz para el desaliento universal; a este ahogo
permanente, se asienta en el reducto carnal
de la fusión erótica (tema que será retomado más adelante). La cópula
es un horizonte de posibilidades para la unión trascendente y no de guerra o violencia cerril; al aislarse la pareja en su intimidad, del
contexto histórico, político y social haya una vivida liberación individual.
Eros y sexualidad son condiciones humanas de libertad individual; todo régimen autoritario y totalitario nunca
mira con buenas intenciones la sexualidad y el amor pasión,
pues individualiza a los protagonistas, los mueve a romper las normas, a ser
subversivos[4].
La novela 1984 de Orwell, referencia de Liscano, es una historia de amor y su ahogo dentro de
un régimen totalitario. Su trama está resumida en estas palabras que se agrega
lo erótico-amoroso humano como espacio libertario humano:
Por eso el
nacional socialismo, el comunismo, en su etapa más sectaria, el fascismo,
persiguen a los grandes amantes,
cuando la realización erótica
adquiere un valor subversivo. Porque el ideal
del Estado todopoderoso es la uniformización de los seres humanos. Es
decir: conceder una importancia mayor a la proyección y a la adoración del
Estado, del poder. Y la sexualidad, la cópula aísla a la pareja. En ese momento
de la cópula cesa la historia, cesa el compromiso, cesa la relación con los
demás. Es una acción de inmenso valor subversivo e introyectivo[5].
Krishnamurti
III
Para hacer el viaje juntos tiene usted
que ir ligero de equipaje y eso solo puede
hacerlo si no va cargado de opiniones y
conclusiones.
Krishnamurti
Krishnamurti (1895
– 1986). Este pensador hindú ha sido de gran influencia, importancia y
descubrimiento personal a lo largo de la vida de Juan Liscano, a quien
considera como uno de los expositores
místicos más exigentes de nuestra era[6].
Lo honra, y admite sus posturas
espirituales y prácticas que construyen una vida auténtica y cercana al ser, creando toda una teoría de espiritualidad propia
para Occidente. Tuvo una intensa influencia en una etapa de su vida[7].
Fue al intentar una aventura o viaje de carácter mental y espiritual
que terminó en un fracaso, ya que no llega a alcanzar lo que había imaginado
como otros niveles de liberación personal.
El fracaso lo sintió en trastornos psicosomáticos que lo llevaron posteriormente
a una creatividad más depurada. Pasó la crisis de esa búsqueda personal sin
abdicar a un impulso de renovación íntima y espiritual.
Krishnamurti
fue un pensador que iba en una línea contraria con Liscano. El hindú rechaza la
historia, no la toma en cuenta para su transitar espiritual; como rechaza además
toda la mitología hindú, y todo el universo
de meditación mandálica. Liscano posee un sentido demasiado racional y terrenal
del curso de la historia y de la
memoria. Sin embargo reconoce la importancia que tuvo el mensaje
transformador de ese guía universal, al
cual considera como uno de los fenómenos más importantes de su época; haciendo tabula rasa con toda referencia cultural posible. Como siempre lo manifestó, asumir las
posturas de Krishnamurti es aceptar y buscar el salto al vacío.
Al
vacío alude como estado de consciencia y ser, al hablarnos del sentido del
pasado en su vida. El pasado es un lastre del cual hay que desprenderse para
alcanzar la plenitud vital, obtener
algún grado de liberación en el
presente. Romper con la carga personal del pasado y renacer cada día como si entráramos a un
tiempo original, prístino con cada amanecer; empezar el día la existencia
entera, ello implica una actitud deslastrante del ayer, involucra una voluntad de ruptura,
de abolición de toda pesadez que frene
la vitalidad continua; lo cual no
ofrece más que acondicionamientos,
repeticiones, limitaciones inconscientes. El pasado es fundamentalmente tiempo de sufrimiento, de
acondicionamientos para este escritor. Su detención a reubicar los
acontecimientos del pasado es llegar a mostrar cómo las acciones tienen un grado de azar, que en su momento no
pueden conocerse sus resultados, observando que no hay una lógica en el pasado;
mostrar el absurdo histórico constante. Por ello exige deslastrarse del pasado, sabiendo cuál ha sido la experiencia
interior, lo vivido, lo cual requiere de
una negación y un mantener en el recuerdo, para así recuperar el presente que promueva la
originalidad, la vitalidad, la autenticidad
del encuentro con el sí mismo y el horizonte de un hacer creador renovado, proteico. Una especie de nihilismo afirmativo del ser
ante el permanente genio fáustico occidental.
Krishnamurti
siempre consideró al sentido del tiempo como el germen de la condición del
miedo humano por el devenir; la experiencia del tiempo retrotrae siempre
nuestra consciencia a un saber previo, hacia la memoria prácticamente perenne,
deteniendo todo avance al separarse del pensamiento, frenando la libertad del
movimiento interior del ser.
Liscano
reconoce que Krishnamurti posee un
lenguaje abrupto, implacable, que se expresa para ser oído y comprendido por el estado general de crisis en Occidente.
Es un místico sin dios; y logra
descondicionarse; desaprender lo dado como inamovible dentro de una tradición y
unas creencias y valores. Por su
experiencia en ese largo andar de búsqueda y reconocimiento de sí, solicita al
individuo (él, en este caso), abolir al tiempo, la memoria, la historia. Y con
ello al deseo (en tanto memoria de un placer que se quiere repetir); se
persigue ser un liberado en vida, propio de lo que se llama jivan-mukta. Según Liscano para un
occidental es imposible lograr tal estado; considera que hay un determinismo
genético, reafirmado por nuestra educación desde la lactancia y nuestra
existencia, que nos lleva a una serie de condicionamientos innumerables e
interminables[8].
No
deja de reconocer en Krishnamurti una enseñanza importante respecto a la
memoria, la cual es un factor determinante en su proceso de creación poética.
Intentó defenderse del peso de la memoria, llevando a realizar un descondicionamiento memorioso; se trata,
igualmente, de una explosión total en lo interior del individuo, en las capas
inexploradas de la conciencia individual, una destrucción del sentido de
duración: se trata de morir a la duración, a la concepción total del
tiempo: al pasado, presente y futuro;
una muerte a los símbolos, a las palabras, las cuales son para el hindú
factores de descomposición; se trata de una acción en el centro de la mente que
se libere de la estructura sociológica y psicológica de la sociedad para
convertirse en una mente religiosa[9];
y con ello la muerte del psiquismo por ser la fábrica del Tiempo psicológico,
el cual carece de toda realidad: invención en la nada de la mente. No deja otra condición que la vida situada más allá
de las palabras; lugar del ser, donde la
acción desemboca en el éxtasis místico del presente.
Liscano,
semejante a Krishnamurti, se consideró como una persona que no tiende a volver
la página, a no recordar lo innecesario, lo contingente, a perpetuar el
resentimiento. Critica aquellos escritores que tienen la imposibilidad de ver
hacia adelante, que siempre vuelven atrás, a su pasado, a sus vivencias como el
material de sus obras. Liscano en su
trabajo literario rechazó una memorización de tipo personal; pero sí memoriza
un tiempo, una historia, sin la necesidad de memorizarse a sí mismo[10]: la palabra no es la cosa. La más
profunda realización espiritual pareciera descansar en el silencio y la soledad: el salto al vacío exigido por el
hindú.
Frederich Nietzsche
IV
…el lenguaje es una dulce locura: hablando,
el hombre baila sobre todas las cosas.
F. Nietzsche
Nietzsche (1844
– 1900) y el Eterno Retorno. La concepción del Eterno Retorno de este autor
se hace presente en Liscano en su texto Espiritualidad
y literatura, al entablar la pugna del hombre ante el
tiempo y su sucesión y cambio. La rueda infinita del eterno retorno la
encontramos en la figura del Convalesciente
del poema filosófico Así habló Zaratustra.
Es la idea de repetición presente en la
rueda de la fortuna que, como la rueda de Ixión, siempre presenta un movimiento
circular. Es la idea de que todo lo que fue volverá a aparecer en un futuro
próximo; dejará de acontecer por un momento, pero se repetirá en cualquier otro
ubicado en el futuro. En ese intervalo
de movimiento giratorio se presenta todas las posibilidades de la vida:
desgracias y dichas, caídas y triunfos. Este sabor fatalista y determinista de
esta imagen de lo temporal circular se
relaciona con un saber metafísico tradicional. Cantidad de recreaciones míticas
ancestrales lo tienen presente: la
cuenta de los kutunes de los mayas,
la teoría de los yugas hindúes, el
anillo del dios asirio Nirsroch, adoptado
por los griegos con el nombre de Cronos
y transformado en Saturno por los
romanos. El Eterno Retorno arrastra una larga tradición mítica y filosófica en
la humanidad pero no presente en la filosofía occidental hasta alcanzar la
atención nietzscheana dicha concepción
giratoria temporal de la sucesión de los
eventos y experiencias: semejante
concepción perturba la racionalidad cartesiana y la idea de un tiempo lineal,
histórico[11].
Nietzsche
redescubre esta noción, y en rebelión
contra el monoteísmo occidental, lo absorbe en su postura nihilista
trascendental, restándole todo vestigio soteriológico en su corpus filosófico. Igualmente no acepta
la búsqueda utópica de una conciencia edénica en el pasado ni su resurrección
en un futuro. Liscano advierte que este autor
despoja su pensamiento de toda ascensión depurativa que pretenda reabsorberse
en el Gran Todo, y no muestra esperanzas de regeneración mediante la
reconversión a un pasado mítico y su puesta en escena en el presente o en el
porvenir. El Eterno Retorno es visto aquí como el infierno incandescente circular, donde gestos, actos,
dichas y desgracias, están sometidos y serán repetidos hasta el infinito
eternamente. En su girar temporal se repiten las mismas imágenes dadas en un
pasado prístino. Todo va, todo vuelve;
todo muere, todo vuelve a florecer; todo
se destruye, todo se reconstruye de nuevo; el centro está en todas partes:
tortuoso es el camino de la eternidad. Esta concepción que surge del
diálogo entre los animales emblemáticos y Zaratustra en su gruta vienen a
exclamar la doctrina del eterno retorno: Ahora
muero y desaparezco…las almas son mortales como los cuerpos…¡Yo mismo formo
parte del eterno retorno!...Regresaré…no para una vida nueva, ni para una vida
mejor o semejante: Volveré eternamente para esta misma vida, idénticamente
igual, en lo grande como en lo pequeño, a fin de enseñar el eterno retorno de
todas las cosas[12]. La aventura humana no tiene novedad, se
cierra en este movimiento cinético determinista desde la eternidad, se
repetirán las mismas cosas, las mismas situaciones, los mismos seres, los
mismos hombres, las mismas desdichas, las mismas dichas, las mismas muertes,
las mismas vidas. No hay entrada para ningún tipo de salvación; el tiempo
circular es visto míticamente (como lo es cualquier otra postura religiosa de salvación), indetenible, repetible; se
reduce todo proceso histórico, junto a su psiquismo y sus valores, a una
inexorable predeterminación, a una continuidad humana siempre igual a sí misma.
Liscano,
ante tal desbordamiento delirante de reiterados giros plantea una salida: la locura, sin duda, constituye una salida para ese universo de cadena perpetua, porque
libera de la consciencia del mismo[13]. Ante esta aventura espiritual nietzscheana,
que termina en el derrumbamiento y fracaso del pensamiento al descubrir el
mítico infierno giratorio en el parque de atracciones de la vida, su creador
mismo, Nietzsche, termina esbozando
su vida, perdiéndose para la realidad de su vida personal y su realización
espiritual: Nietzsche-Zaratustra,
figuración mítico literaria de excepcional proyección dentro de ese campo, triunfo para “siempre” del arte, relativo a
la duración de la presencia humana sobre el planeta[14].
El hombre no puede ser otro, en esto termina esta perspectiva ascética. ¿Cómo pudiera haber algo fuera de mí?¡No hay no-yo! Se es el que se es. O estoicamente: sé el
que eres (Epícteto). Para Liscano el filósofo alemán quedó desgarrado ante su propia creación mítica, sobreviviendo al
final de su vida con un alma desgarrada, ida, ¿previa condición para el eterno
retorno? Lo que queda claro en Nietzsche es
que la experiencia subjetiva de querer encarnar un mito espiritual
lleva, inexorablemente, más allá del lenguaje, del logos, pues: el lenguaje es
una dulce locura: hablando, el hombre baila sobre todas las cosas, nos dice
el eterno retorno del discurso nietzscheano. En su nihilismo positivo plantea deshacerse de toda ilusión, de los
mitos y entrar en la realidad incontestable del ser, en lo que es en sí, que da
calidad de ser a lo que existe, lo cual en el fondo devengará en sustrato que
sostiene toda ilusión, mito, razón, logos, arte, filosofía, literatura. Una realidad sustancial que para este
nihilista estará más allá de todo subjetivismo: la realidad no necesita del
hombre para existir, ¡qué magnifico hallazgo!
Se trata de aceptar la contingencia humana en toda su intensidad y
sentido, y ¡aprender a bailarla!; la
existencia en general no necesita
del hombre para mover sus mecanismos internos pero en su contemplación
ese mismo individuo puede acceder por la vía espiritual, a una ascesis
prolongada, que constituye un desligamiento de las palabras y sus imágenes
occidentales.
Sin
embargo Nietzsche, al comienzo de su Zaratustra
no deja de lado la importancia de lo humano: ¿Qué sería de tu felicidad, gran astro, si no tuvieras a los que
alumbras? El hombre dará cuenta del universo nombrándolo, y con ello
obtendrá su conciencia de sí y del mundo a la vez.
Finalmente
las palabras del mismo Liscano para terminar esta aproximación de Nietzsche en
su obra:
Si la idea del Eterno Retorno de
Nietzsche convierte a la eternidad en una reiteración, en una rueda que gira en
el vacío, sin adelantar ni retroceder
por lo tanto, y torna acto inútil aunque heroico el propósito humano de
sobrepasarse a sí mismo, volviéndose sobrehumano, la espiritualidad tradicional
con sus teorías de períodos cíclicos desgraciados o felices, de edades oscuras o apocalípticas
y otras de creatividad generosa y renacimiento, enriquecidas por las doctrinas
de salvación (reencarnación, metempsicosis, transmigración de las almas),
ofrecen una liberación del concepto historicista que, en nuestro tiempo,
constituye servidumbre y alienación mayor, y la posibilidad de purificaciones
sucesivas en las vidas terrestres, gracias a las cuales el alma desencarnada,
hecha esencia accede al Conocimiento, al Absoluto, se reabsorbe en el principio
supremo creador[15].
Liscano
nos muestra la permanente necesidad humana de vencer al tiempo como un
constante impulso metafísico secular, presente en todo momento. Desarrollar el
llamado espíritu por medio de una
ascesis y meditación disciplinada, preparación para todo conocimiento
metafísico prescrito por el gnosticismo, lo cual expande la conciencia mítica
de una espiritualidad depurada, sin necesidad de la palabra, del mito, de la
literatura, de la filosofía racional. Se
trata de entrar en el camino del ver sin
distorsión propuesto por Krishnamurti. El hombre nuevo es aquel que está liberado del pasado y de la sed del
porvenir[16].
Jean Paul Sartre y Simon de Beavoir
V
Sobre Sartre (1905
– 1980) y otros existencialismos. Esta
figura intelectual está en las antípodas respecto a su posición intelectual, a su obra y a su vida; uno de los
intelectuales contemporáneos más lejanos a él, pero que, sin embargo, lo seduce; encontramos reacciones críticas a
lo largo de su obra ensayística contra el pensador francés. Lo desconcertante
para Liscano del filósofo existencialista es que está integrado
a la sociedad que ataca con sus escritos, además de ser un agnóstico radical. Es un hombre que está como pez en el
agua en esta hora que está viviendo la
humanidad. Un hombre que está en la línea de fuego de lo actual, advierte[17]. No dejó de hablar sobre los temas que
ocuparon su tiempo: la guerra de Vietnam, la sexualidad, la minifalda, la
política, etc. Lo que observa del devenir del mundo pareciera, más que
asombrarlo, contentarlo. En el fondo es un optimista iluso, pues cree en la
historia y en el progreso revolucionario. Y no sólo en su senectud sino desde su juventud.
Al
comparar a Sartre, por ejemplo, con el escritor francés iconoclasta Ferdinand Celine
(1894 – 1961)[18],
encuentra que este último es un apocalíptico
y el primero un integrado. Liscano
refiere que el marginado Celine se dio
cuenta de ello cuando Sartre pidió represalias contra él por haber sido
colaboracionista en la gran última guerra. Con lo cual Sartre mostró que sus posaderas estaban cómodamente
integradas al común redil social. Esto le dio, con toda su postura crítica de
cercanías o lejanías ante el comunismo marxista, una comodidad permanente. Su
comodidad se instaló dentro de la ficción del contra: propia del
mandarinato de la inteligencia francesa. Sartre y la Beauvoir eran el centro,
el país vivía pendiente de sus reacciones, establecían normas que luego
desobedecían, sus libros se vendieron a montones y eran la comidilla cotidiana,
los comentarios abundaban, el éxito los perseguía, estaban siempre in como se dice ahora, y sus
opiniones las amplificaban los medios, así como los pleitos, amistades,
enfermedades y copulaciones[19]. El referir el calificativo de “integrador” no
quiere decir que son intelectuales que estén de acuerdo con todo. Bien sabemos que Sartre cuestionó todo, pero
al estar ausente de un elán poético y sumado su agnosticismo, sólo le
quedó el camino del cuestionado materialismo historicista y antropológico sin mayor resonancia metafísica alguna, que
termina en la iluminación momentánea y su permanente claroscuro de la
encajonada y delirante revolución marxista. Sartre termina siendo un romántico,
un producto de la burguesía progre, del
racionalismo y del mandarinato intelectual francés: su odio hacia su clase era tan enfermizo como su ceguera final. Detesta
la sociedad creada por la burguesía,
detesta su tolerancia, sus miras utilitarias y su capacidad de alienación. Ante
la alienación, Sartre no concibe sino la locura, el suicidio o la tradición. Lo
otro sería la Revolución con mayúscula[20]. Practicó un odio antiburgués junto a una fe fetichista ante amarga cosquilla de la
revolución; al final se refugió en el estoicismo senil, lo cual le da cierto aire de respeto.
Como
bien sabemos, hay una gran diferencia entre Camus (1913 – 1960) y Sartre que no
escapa a Liscano. Y es la soledad y la honestidad del pensador. Su libro El Horror en la Historia está inspirado
en las propuestas del argelino-francés en su texto El hombre Rebelde. En cambio Sartre, como ya se dijo, tuvo siempre todo un contexto que lo apoyó:
revistas, admiradores sumisos, movimientos de apoyo, publicidad en pro o en contra, pero nunca indiferente ante él. Si
bien advierte que no es nadie para criticar a Sartre considera que es uno de
las personalidades intelectuales que menos
le interesa, sin encontrar ninguna afinidad con él, ni por ser pro o
contra comunista o pro o contra castrista. Sin embargo podemos decir, como ya
advertimos antes, que encontramos un
enfrentamiento intelectual al existencialista-marxista en varias ocasiones en sus ensayos; visto así, tal indiferencia no fue total;
negar también tiene el complemento, sino de afirmarlo, no dejarlo pasar indiferente
entre las honduras de su pensamiento.
Entre ambos se presentan grandes
diferencias, manifestándose en aspectos cualitativos, hermenéuticos,
escatológicos y políticos en sus respectivas obras; se diferencian por el temple y la tónica
espirituales de cada uno. La experiencia
espiritual determina en la dimensión final de la obra cumplida, el valor y el
sentido de la misma[21].
Pero la espiritualidad no puede ser sustituida por la literatura, así sea
filosófica, como es en este caso.
Ante
la náusea –y el miedo- de la existencia fenomenológica de la naturaleza que expresa el personaje sartreano de
Roquentin (su: yo también estaba de más),
en su obra La Náusea, el escritor venezolano acepta, en contrapartida, la
necesidad de la humanidad de aprender lo
que es la existencia en sí, la
naturaleza y la espiritualidad que somos y nos envuelve, el medio ambiente del
planeta; y poder reducir el orgullo y la soberbia antropocéntrica que nos
ahoga. El egocéntrico Roquentin siente náuseas
al sentir que está excluido de esa cruda
existencia de la naturaleza. El camino liscaniano es otro, la de enfrentar
y descubrir, por medio de la ascesis, cómo vencer ese estado de negación
personal que es la náusea; descubrir que somos una partícula ínfima frente al
cosmos; y no menos ante la naturaleza que perseguimos sin descanso destruir y no comprenderla para
convivir con ella. En cambio, Roquentin
se desespera porque la naturaleza demuestra su ingente existencia y él no tiene
cabida en ella[22].
El punto en cuestión es que el personaje sartreano no se siente parte de la
naturaleza, se siente ajeno a ella, desgajado, no llega a tomar conciencia de ella dentro de
sí; se aísla y no se integra al cosmos. Nuestro escritor prefiere más bien
hablar de una profunda tristeza e indignación cósmica al observar el resultado
terrible de la acción humana que no termina de ser siempre destructora del
planeta en conjunto: pareciendo esta ser la ley del destino ontológico del
hombre. La grandeza que puede expresar en relación a su propia especie es que tiene
la capacidad de pensar en dios, de pensar el universo; al cambio de su propia
destrucción; mostrándole, a la vez, su pequeñez, al depender totalmente de lo
que destruye: aire, agua, fauna, vegetación, energía.
Liscano
se sirve de la obra del filósofo venezolano J.R. Guillent Pérez (1923 – 1989), Dios, el ser, el misterio para desarmar
la mirada sartreana de la náusea ante la insignificancia de la vida[23]. Pérez establece una diferencia ontológica entre el ser y el
ente, refiriéndose a la pura presencia de
las cosas en relación al episodio entre Antonine Roquentin y la revulsión
que siente frente al mundo que lo rodea: la plazoleta, lo árboles, las cosas
que son ellas mismas, que le espetan su independencia indiferente ante los ojos
del personaje. Guillent Pérez, suscribe
Liscano, advierte que el hundimiento del mundo no tiene que arrastrarnos
a la náusea y la angustia, sino al reverso de la moneda de la existencia
sartreana: el descubrimiento de lo único
que pueda hacer feliz al mortal. Una postura que no es optimista sólo, sino
vivencial y que aspira al esfuerzo individual del descubrimiento del ser, sin necesidad de ser pensado y traducido de
inmediato a los mecanismos complejos del yo[24].
Guillent Pérez suplanta la razón por la condición de intuir e instalarse en el
ser. Pienso que ni Sartre ni Guillent pueden
absorber mi espíritu personal respecto al estar en el mundo. Somos logos y el desarrollo del mismo nos lleva a poder
contemplar al mundo desde una perspectiva particular; si bien no en una
absoluta indiferencia, si en una condición producida por nuestras proyecciones personales frente al
entorno, y rescatarnos del mundo
exterior para la hondura interna de la experiencia del ser y del mismo logos. Los estados de felicidad son
instantes de la vida; el ser es lo permanente y la permanencia ante lo
cambiante de lo externo que rodea a esa misma vida.
Otra
de las imágenes que impuso la imaginación sartreana y retoma Liscano es la idea del infierno, del
cual nos dice que el infierno son los otros. El escritor venezolano, de manera
similar, pero sentido desde otro ángulo; nunca desmintió estar obsedido por el
infierno que le representaba el mundo contemporáneo que vio venir en el
transcurso de su larga vida. Un infierno que el peor de los males catalogaba a
la alienación del ser humano, en tanto imposibilidad de escapar y
solucionar los tremendos conflictos que
había contraído la especie por el
aluvión y espejismo de la tecnología
apocalíptica (o ciencia aplicada para la destrucción del hombre y del
habitad). El origen de ese infierno lo
está en el germen que introdujo el judeocristianismo y su imagen de dios, como
podemos notar en carta dirigida al
escritor merideño Jiménez Ure: El judeocristianismo con
su Dios Personal, iracundo y entrometido en la vida de los humanos,
preparó la protesta: el pacto con el Diablo. Cuando podamos pensar en algo
divino que no tenga que ver con nosotros, el mundo, el Bien y el Mal, estaremos en
disposición de aprender algo sobre el Universo y
sus energías[25].
Su
infierno no es el de Sartre que presenta en su obra de teatro A
puerta cerrada, donde tres personajes tienen que convivir por la eternidad
encerrados en un cuarto, reducido espacio en que se devoran uno a otro en
permanente conflicto y maltrato psicológico. El infierno liscaniano
surge de un orden absurdo real, humano y deshumano, en la continua
presencia que arroja el conflicto de la guerra fría y la opción de la guerra
atómica, que hasta los años 90 del siglo XX no dejó de ser una sombra
permanente sobre la nebulosa claridad fría
de la cotidianidad mundial. Ello le parecía estar viviendo en una precariedad muy grande. Nunca se sintió del
todo seguro ante el hecho de una hecatombe total. Apostaba a la posibilidad que
pudiese desencadenarse por los azares de los actos humanos: una equivocación de
los sistemas de control, un azar
inesperado del descuido o falla humana. Todas suposiciones personales,
obsesivas pero muy posibles, pues había una declaración de eliminación mutua en caso de un conflicto internacional entre
las potencias hegemónicas del momento, EU y la URSS. El hombre del zaguán se colocó
siempre del lado del desarme nuclear.
Apoyó la postura del marxista humanista Mijaíl Gorbachov ante el
presidente Ronald Reagan en llegar a una negociación, cosa que pasó y que
Liscano apoyó, costándole que lo tomaran como pro-soviético por parte de cierta intelectualidad nacional.
Encontramos
que Liscano estuvo más cercano del filósofo alemán Heiddegger, por sus propuestas poéticas, que de Sartre.
Encuentra en el alemán la exigencia de un salto
mágico que transfigure la existencia al situarla en la dimensión de lo
inefable, lo irracional, lo poético, que conduce a un sentido y valor que
trascienda la realidad ante un mundo habitado en lo residual terrestre, que no
hace sino proliferar las cosas (o la imagen de las cosas en presencia
asfixiante y casi hasta el infinito: J. L. Borges), sin otra perspectiva que la
identidad física y material, que hoy incluiría a todo ello, seguramente, la
llamada realidad virtual. Se trata de
aceptar el misterio, el salto mágico,
la fundación del ser. A Sartre lo describe como un pensador que encarna la
insuficiencia del humanismo racionalista e intelectualista, carente de fines
últimos, de dirección escatológica, de
un pensador agobiado por la fenomenología, que convierte a la idea de la revolución en una divinidad
terrestre y que sustituye a la diosa Razón de
sus antepasados ilustrados del siglo XVIII.
Sartre,
hombre de mucho conocimiento y casi
ninguna sabiduría[26],
en el umbral de su muerte, que para Liscano debía ser la muerte de un endemoniado, se le presentó de forma muy
integrada, apacible, como viejo chocho, como un buen burgués francés.
Teilhard de Chardin
VI
Yo es otro
A. Rimbaud
Teilhard de Chardin (1881
– 1955). De este pensador católico Liscano hace atención a ciertos principios
que están en su extensa obra. Es
importante para la evolución del
cristianismo de Occidente; afirma que su pensamiento mantiene una vigencia por la gran síntesis del catolicismo, sin
pasar por el poder que le dio el edicto del emperador romano Constantino.
Representa de Chardin una fuerte tradición católica por la investigación que se
propone penetrar en todos los fenómenos de la filosofía, de la cultura y de la
ciencia contemporánea, con énfasis en la biología. En este campo descolló, sin
olvidar el peso de la teología, de la astronomía, mostrando, en
su momento, ser un hombre al día con los avances de la civilización a la que
perteneció, dando una visión global esperanzadora. Sosteniendo la condición
intrínseca al catolicismo, el principio
esperanza, en tanto proposición
fraternal de amor al prójimo. Una visión de mundo que incluye al colectivismo,
una conciencia que habla al orden comunitario ante la dispersión y
fragmentación de la conciencia general;
buscó un futuro en que albergue una reintegración hacia una forma de
unidad, en la que al final el hombre se
encontraría con dios. Un dios que
vendría ser el Gran Conector, que es
como se refiere Chardin a ese sustantivo. Nos muestra una concepción de la vida
no lineal, sino más bien circular:
principio y fin están siempre tocándose. Celebra el optimismo de este pensador; pero
Liscano está consciente que él no posee tal convicción, pues no fue, ni quiso
ser, un católico creyente.
Será
afín con el pensador católico por proponer que ya ha comenzado una mutación
de la especie humana: el alma nueva estaba naciendo. Mutación que se
opera en las regiones profundas de la inteligencia, otorgando esta alteración renovadora la capacidad de
obtener una visión total y complejamente
distinta del universo. Tal mutación implica pasar de un estado de vigilia
onírica de consciencia a un estado superior,
que lleva a un verdadero
despertar. Proponiendo una revolución psicológica espiritual.
Igualmente
reconoce la importancia de su concepto de planetarización
de la cultura humana, que implica un
desarrollo interior superior, adelantándose a la globalización total, visión
liscaniana de los años de la década de los ’70 que llamó hombre planetario, el cual desplaza hoy tanto a la cerrada
consciencia regional y nacional, abriéndose a lo llamado por glocal (la consciencia de lo global y lo
regional simultáneamente), un efecto universal de interconexión planetaria, más presente que nunca por
los cambios operados por la transformación permanente de la tecnología de las
comunicaciones y el flujo indetenible de la información, sus influjos y cambios
globales y planetarios en la condición de la vida y en la evolución de la mente,
arrastrando al ser humano hacia un homo pantallicus. Aportando así una aparición
de cierta co-consciencia colectiva, superadora del individualismo romántico y
nihilista, donde se reabsorbe el proceso de individuación dentro de la totalidad planetaria; un proceso de
interiorización y “cerebralización”. Una complejidad mayor constante del ser
humano que puede conducir a la percepción de la condición Omega, punto último de la evolución, donde la consciencia se
convierte (muta) en ello: Motor,
Colector, Consolidador de
una superior evolución intelectual y espiritual de conjunto; momento en que se
alcanza el sentido último de la vida de
la Tierra; destino cósmico del espíritu completo; trascendencia que reside más
allá del fin de los tiempos de nuestro planeta. Para desarrollar este tipo de
conocimiento se requiere mutar hacia otra forma de inteligencia, una especie
de estado de alerta, contemplación absoluta, ¿iluminación mística planetaria?
Se nos propone que el fenómeno humano sea medido igualmente por la escala de lo
cósmico. El yo es otro…
(En
el mes de junio de nuestro blog continuará la segunda parte de este ensayo).
Notas
[1] En relación a
esta poética liscaniana encontramos su declaración respecto a su poemario Fundaciones, donde para
crear su lenguaje de un mundo
enteramente vegetal, luego de una imaginaria destrucción de todo
vestigio humano y de casi sin vida animal, salvo insectos extraños; nos dice: tuve
que leer mucho sobre botánica, geografía y mineralogía, etc…El resultado
es un poema largo fundado enteramente sobre el lenguaje. Y a través de éste se descubre un planeta sin vida
animal. La tierra, quizás, después de la guerra atómica, (Machado,
1987:73).
[2] Idem, p:74.
[3] Juan Liscano es
un conocedor de la llamada filosofía
hermética, que condensa sus
principios en el texto El Kybalion,
de autoría anónima. Esta obra fue
redactada en el siglo XIX que contiene las enseñanzas del hermetismo. Se basa
en siete principios y se atribuye al grupo de Los Tres Iniciados. Representa
un mundo propio del alquimista
místico, práctica que interesó a Juan Liscano y su concepción espiritualista de
la vida y de la creación literaria. El creador de tal espiritualismo se remite
a Hermes Trismegisto de Egipto. Los Siete Principios o Axiomas son: a.- Todo es
mente, el universo es una mente en expansión; b.- Como es arriba es abajo, como
es abajo es arriba, lo cual se manifiesta a nivel físico, mental y espiritual;
c.- nada permanece quieto, todo está en perfecto movimiento: todo corresponde a
una constitución vibrátil; d.- todo es doble, siempre hay dos polos opuestos:
lo semejante y lo antagónico, los
opuestos son semejantes en naturaleza pero se diferencian en grados advirtiendo
que los extremos se tocan, no hay una verdad única y absoluta pero todas las
paradojas pueden conciliarse; e.- el fluir en todo está condicionado a periodos
de avance y retroceso, todo asciende y desciende, condición pendular de toda
manifestación: el movimiento hacia la derecha
es la misma que el del sentido izquierdo: todo ritmo es compensación;
h.- toda causa tiene su efecto y viceversa, todo se sucede de acuerdo a una
ley, el azar es el nombre que se le da a
la ley no reconocida en lo manifiesto: muchos son los planos de la causalidad y
nada escapa a la ley; i.- el género existe en todo, todo posee su principio
masculino y femenino, y ello se manifiesta en todos los planos, en el
plano físico es la sexualidad, la cual
es el principio de toda generación (entendiendo por género como concebir, procrear, generar, crear, producir,
lo cual tiene un significado más amplio que el de sexualidad). Ver: VV.AA.: 2004. Tres
iniciados. El Kybalión. Estudio sobre
la filosofía hermética del antiguo Egipto y Grecia. Editorial Kier, Madrid.
[4] Machado, 1987,
p:93.
[5] Idem.
[6] Liscano, 1977,
p:56
[7] Así lo deja ver
igualmente Arráiz (2009, p:59): La
lectura de Krishnamurti representó un cataclismo para Liscano, al punto que lo paralizó en su obra de escritor. En el
fondo, produjo un cortocircuito entre la expresión literaria y la búsqueda
espiritual. Este chispazo…lo condujo a
una revisión general de su trabajo y de su obra. Al intentar hacer bueno el
proyecto krishnamurtiano de liberación del yo a partir del silencio, dejó de
escribir, negando así su esencia personal y su propia historia de escritor. Se
sumergió en una crisis psicosomática
grave: se le inflamó el nervio facial del trigémino, produciéndole agudos
dolores, que lo llevaron al quirófano y a la convalecencia. Años después, el
poeta consideró esta experiencia como
una típica de resurrección personal, de renacimiento.
[8] Machado, 1987,
p:95
[9]
Krishnamurti nos precisa lo que para él significa mente religiosa: Por mente religiosa entendemos una mente
que se da cuenta no solo de las circunstancias externas de la vida, de cómo
está formada la sociedad y de los complejos problemas de las relaciones externas, sino que también
percibe su propio mecanismo, la forma en la que piensa, siente y obra. Una
mente así no es fragmentaria, no se interesa por lo particular, ya sea este el yo o la sociedad, sino que más
bien se interesa por la comprensión
total del hombre, de nosotros mismos. Para este pensador espiritual todas las
estructuras religiosas, cristianas, no cristianas, protestantes, judaicas,
islámicas, no proporcionan madurez pues construyen una mente reducida,
basándose todas en el miedo psicológico y corporal. Krishnamurti, 2007: Temor, placer y amor. Ed. Edaf, Madrid.,
p:59
[10] Exceptuando el
poema Zona Tórrida del poemario Nuevo Mundo Orinoco, (Machado 1987, p:95)
[11] Liscano, 1977,
p:40
[12] Cit. en Liscano
1977, p:41
[13] Ibid, p:42
[14] idem
[15] Ibid, p:44s
[16] El tema del hombre nuevo es recurrente y de cierta
forma absorbe su pensamiento. De él nos dice que: el mito del hombre nuevo es inherente a la cultura. Los cultos
primitivos animistas y las grandes religiones, la gnosis y las doctrinas
esotéricas, la Alquimia, las revoluciones históricas y el credo positivista, la
filosofía y el marxismo, proponen siempre la salvación o como fin último del
hombre, su renovación, su novedad recuperada…coinciden en perseguir mediante
concepciones operativas el objetivo de cambiar
al hombre, de no limitarse a verlo tal cual es, sino tal cual pudiera ser.
Ver: Liscano, 1977, p:194.
[17] Ibid, p:112.
[18] De Celine,
quien en vida fue partícipe de una rebelión
en negativo, Liscano celebra su
novela Viaje al final de la noche, la cual considera como una de las obras
cumbres del siglo XX, capaz de degradar el lenguaje, la condición humana, los
mitos de fuga, el viaje y la aventura, en una epopeya desalmada, sórdida y
magnífica del rencor y el asco que desborda melancolía, metafísica y belleza
desesperada. Su obra se muestra como la rebelión contra la agonía de la
consciencia individual. Ver en Liscano,
1977, p:200.
[19] Machado, 1987,
p:113.
[20] Ibid, p.114.
[21] Liscano, 1977,
p:24.
[22] Machado, 1987,
p:114
[23] Hay que
destacar que Liscano tuvo una encarnada polémica con este filósofo. Así nos lo
deja ver Arráiz: Entre las polémicas más
amargas que sostuvo Liscano se cuenta la que protagonizó con J.R. Guillent
Pérez, a partir de unas declaraciones de
Salvador Garmendia sobre la novela venezolana. Polémica encarnizada,
vehemente. De donde llegaron a tratar la condición del ser venezolano y el
rescate o la negación del pasado cultural. Al final Liscano pone fin a la
polémica y entabla un diálogo amistoso con Guillent Pérez, con el que
posteriormente tuvo una larga y
fructífera amistad y encuentro intelectual. Arráiz, 2008, p:48ss.
[24] Liscano, 1976,
p:17s
[25] Ver: Juan Liscano/Jiménez Ure a
contracorriente, 2008. Ed. Universidad de los Andes, Mérida. En: http://urescritor.wordpress.com/2013/04/06/juan-liscanojimenez-ure-a-contracorriente/?blogsub=confirming#subscribe-blog. Visitado el 15 de diciembre de 2014.
Bibliografía
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Arráiz , R. 2008: Juan Liscano. Ed. El Nacional. Caracas.
Guillent, J.R., 1984: Dios, el ser y el misterio: ensayo. Ed. Monte Ávila. Caracas.
Hesíodo: Teogonía. Los Trabajos y los Días. El Escudo. Ed. Centro Editor de América Latina. B.A.
Krishnamurti, 2007: Temor, placer y amor. Ed. Edaf, Madrid.
Machado, A., 1987: El Apocalipsis según Juan Liscano. Ed Seleven. Caracas.
Liscano, J., 1976: Espiritualidad y literatura. Una relación tormentosa. Ed. Seix Barral. Barcelona.
1980: El Horror en la Historia. Ed. Ateneo de Caracas. Caracas.
1988: Los Mitos de la Sexualidad en Oriente y Occidente. Ed. Alfadil. Caracas.
1993: La tentación del Caos. Ed. Alfadil. Caracas.
1995: Pensar Venezuela. Ed. Academia Nacional de la Historia. Caracas.
2007: Obra poética completa (1939 -1999). Ed. Fundación Cultura Urbana. Caracas.
Liscano, J. y Ure, J.: 2008: Juan Liscano/Jiménez Ure a contracorriente, Ed. Universidad de los Andes, Mérida. En: http://urescritor.wordpress.com/2013/04/06/juan-liscanojimenez-ure-a-contracorriente/?blogsub=confirming#subscribe-blog. Visitado el 15 de diciembre de 2014.
Pauwlis, L. y Bergier, J. 1960: Matin des magiciens. Ed. Gallimard. Paris.
Picón-Salas, M.: 1964: Antología de la prosa venezolana. Ed. Edime. Caracas.
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