martes, 1 de marzo de 2016

Tiempos complejos



Miguel Ángel Latouche




         La primera vez que leí la Isla del Día de Antes de Humberto Eco me pareció un libro genial, aun cuando difícil de leer. Sin duda se trata de uno de los mejores escritores de la Europa de nuestro tiempo, entre sus trabajos de ficción más destacados esta Baudolino y, por supuesto, El Nombre de la Rosa, aquel libro genial que en medio de una trama de intrigas y asesinatos refiere la búsqueda de un libro perdido en el cual Aristóteles habla acerca del humor. De la Isla del día de antes podemos decir que está muy bien escrito y mejor documentado. En particular me interesa destacar la manera como nos remonta a ese tiempo en el cual se inicia el proceso de constitución del Estado Nacional, con lo cual se pone fin al mundo medieval y se inicia una serie de dinámicas sociales y culturales que poco a poco nos van introduciendo a las dinámicas de la vida moderna. Se trató del Renacimiento de la cultura, del redescubrimiento del mundo clásico de los griegos y los romanos, de una búsqueda antropocéntrica, en el establecimiento del mundo laico.  Se trata de Da Vinci, de Miguel Ángel, de Copérnico, de Galileo, de Bruno, de Erasmo, de Bacón, de Maquiavelo, de Hobbes, de Garcilaso, de Sata Teresa de la Cruz y de tantos otros.  El libro en cuestión nos sitúa justo en el momento en cual se está desarrollando la Guerra de los 30 años, con sus diversos avatares y nos da una muestra creo que cercana acerca de la manera como se desarrollaba la política y la convivencia de los sujetos de ese tiempo. Con eso bastaba para ser una obra genial. Pero sobre todo, y esto es necesario que lo destaquemos introduce, de manera casi sutil, un subtexto que creo que es posible identificar a lo largo de las líneas que van tejiendo la historia de Roberto de la Grive en su viaje a las antípodas.
         El asunto en cuestión es el siguiente: El autor con la maestría que lo caracteriza pone frente a nuestras narices un hecho fundamental que sin duda impacto en la vida de quienes tuvieron en suerte vivir en ese momento histórico. Eco señala el hecho de que la gente que vivió ese tiempo no entendía muy bien las características de la sociedad que se iba desarrollando a medida que iba transcurriendo su vida. Se trató, sin lugar a dudas, de un momento de ruptura entre aquello que había prevalecido a lo largo de diez largos siglos a partir de la caída del Imperio Romano y lo que estaba a punto de nacer. Se trata de un cambio fundamental en la historia del hombre. No es casual, por ejemplo, que el hombre medieval, azotado por la peste y por las brujas, por el hambre y la inseguridad se resguardara bajo el poder de los señores feudales. Tampoco lo es el hecho de que el poder de la iglesia se constituyera como un factor de legitimación de ese poder a través de la salvación del alma. La identidad de aquellos hombres y mujeres estaba en gran medida definida por la relación con Dios.
De allí la idea de que era necesaria la salvación del alma era posible a través del dolor ya que éste permitía la expiación del pecado. Uno tiene que recordar, por ejemplo, que los descuartizamientos y la tortura como mecanismos para llegar a la divinidad o para salvar al otro de sí mismo. Todo esto empieza a cambiar cuando el hombre empieza a descubrirse a sí mismo, cuando se introducen formas de organización socio- políticas que se fundamentan en el laicismo, cuando se empiezan a desarrollar métodos científicos para el estudio de diversos asuntos. Siempre me llamó la atención la imagen de Da Vinci abriendo cadáveres para observar la manera como estaba organizado internamente el cuerpo humano y como vemos en estas imágenes el hombre se fue convirtiendo en el motivo fundamental de la creación científica, pero además en el centro del universo.
         Se trata, todo esto, de un asunto crucial si consideramos que se planteaba un transito épocal  entre el mundo medieval y el mundo moderno. Se abría un espacio de transición en el  cual las viejas maneras del Medioevo aun se encontraban presentes en tanto que el mundo moderno empezaba a nacer. A mí, por ejemplo, siempre me llamó la atención que el hombre medieval pensara que las grandes obras de la antigüedad, carreteras como la Vía Apia o los acueductos que se fueron desmontando para utilizar las piedras primero como parapetos y luego como castillos, hubieran sido construidos por gigantes. Con la caída del Imperio Romano se produjo la pérdida de la técnica y el olvido de las diversas formas culturales que prevalecieron bajo la Pax Romana. Dice Karl Popper que una cosa es vivir un holocausto en el cual se salven las bibliotecas y otra es vivirlo cuando aquellas se pierden. En el primer caso es posible rescatar el conocimiento y reconstruir la civilización, en el segundo se debe comenzar desde el inicio. Así el holocausto que vivió la Europa del siglo V, llevó a la humanidad a olvidar los avances civilizatorios que habían sido alcanzados, se hizo necesario regresar, permítanme decirlo así, al inicio de los tiempos. Si bien los castillos representaban el poder terrenal, los monasterios, con sus copistas, salvaguardaron el conocimiento y nos lo transmitieron a lo largo de los siglos.
Es así que debemos considerar las dificultades que los hombres que vivieron en ese momento de la historia tuvieron para determinar su propia identidad, para definir quienes eran, para determinar su lugar en la sociedad. Como hemos dicho la Guerra de los 30 años da inicio a algo nuevo, algo que está aún por identificarse, un momento de transformación de la vida y  de los quehaceres que eran propios del mundo medieval. No se trató solamente de que se vieron obligados a vivir en una situación de confrontación casi permanente, sino que, y mucho más importante, sociedades enteras que definieron su identidad a través de la relación con Dios, se vieron obligadas a realizar un tránsito vital que las llevó a encontrarse con lo humano como el eje central de la construcción socio- cultural. La iglesia era un espacio de control, era a través de la institución religiosa como se validaba el poder y se establecía el orden. Se produjo un tránsito complicado en el cual el hombre empezaba a definirse a través de sí mismo. Es interesante observar, por ejemplo, como en el ámbito de la pintura los motivos eclesiásticos que caracterizaban las obras medievales dieron paso a una nueva forma de ver al mundo en la cual el ser humano se constituyó en la medida de todas las cosas.
El asunto es importante en la medida en que es posible decir que la gente de ese tiempo no fue capaz de reconocer la dimensión del cambio por el cual estaba transitando el mundo. No era capaz de entender el tiempo histórico que estaban viviendo, ni sus implicaciones para sí mismos, ni para el futuro de la humanidad. Cambiando lo cambiante creo que es importante reconocer que nosotros, los hombres de este tiempo, nos encontramos frente a una etapa de transformaciones profundas que quizás, al igual que aquellos otros no somos capaces de comprender en su totalidad. Quizás ese proceso de turbulencia y cambio del cual nos alertaba James Rosenau hace ya más de dos décadas tenga que ver, precisamente, con la ruptura de los modos de relacionarnos que se fueron desarrollando a lo largo de los últimos trescientos años en el contexto del funcionamiento del Estado Nacional y del funcionamiento de los principios de la soberanía y de formas de identidad construidas alrededor de los ámbitos locales. Esta modernidad liquida en la cual según Bauman nos movemos está llena de incertidumbres. Así, las viejas certezas que se fueron construyendo a lo largo ya de varios siglos han dado paso a un conjunto creciente de dudas y de miedos. Sin duda las agresiones construidas desde los Fundamentalismos radicales, de la intolerancia y de la persecución de las diferencias forman parte de un guión macabro en el cual se juega el respeto y la dignidad humana de los afectados, lo mismo que sus vidas. Uno podría decir que la crisis de emigración que vive Europa es solo una muestra del drama humano que viven estas personas. Un drama que debe llamarnos a la reflexión.
La construcción de un mundo globalizado nos lleva a enfrentar nuevos retos y nuevos dilemas en los términos de la construcción de nuestras sociedades. A fin de cuentas nos toca preguntarnos acerca de la manera cómo podemos comprender un mundo que cambia de forma tan acelerada, en el cual los códigos morales se reinventan, la construcción cultural y valorativa adquiere un carácter global y los individuos se mueven fácilmente a lo largo y ancho del globo. Valga decir que esto lo hacen física o virtualmente. A mí siempre me llamó la atención la manera como se han desarrollado los llamados objetos nómadas, esos que nos permiten movernos virtualmente hasta posicionarnos globalmente. Objetos como el celular, la PC, el internet no solo se han hecho parte de nuestra vida sino que han impactado sobre ella hasta llegar a transformarla. Sentimos la necesidad de estar conectado. La ausencia de conectividad nos genera una sensación de angustia y en algunos casos incluso dolor físico.
Además debemos preguntarnos acerca de la manera cómo podemos garantizar, en alguna medida, el mantenimiento de alguna forma de orden dentro del cual podamos desarrollarnos y convivir con los demás de manera civilizada. Uno siente que en muchos casos nos enfrentamos a la dicotomía de la civilización vs. la barbarie. No es poco ver a las huestes del Estado Islámico acabar con monumentos históricos de valor incalculable, así como tampoco lo es tener que enfrentar los peligros asociados con el narcotráfico, el paramilitarismo, la segregación racial, la exclusión social o el calentamiento global.
El terrorismo, la persecución de quienes se consideran diferentes, los problemas migratorios que enfrenta Europa ante el desplazamiento de importantes grupos humanos que huyen de la guerra y de la pobreza; el desarraigo de poblaciones enteras en África; el debilitamiento de Estado Nacional en América Latina y los riesgos de la convivencia democrática, de la pobreza, del hambre o la destrucción del medio ambiente, son elementos característicos de un momento de crisis mundial que pone en riesgo la paz y la civilización tanto como nuestra supervivencia. La imagen de los migrantes que se lanzan al mediterráneo para alcanzar las costas europeas, por ejemplo, representa, sin duda, un espectáculo dantesco, son una muestra de la ruptura de nuestros sistemas de contención, de la falla brutal de nuestras instituciones globales, una quiebra de la moralidad.
Vivimos en un tiempo lleno de complejidades donde el miedo empieza a establecerse como un elemento de lo cotidiano. Si bien, ya no le tenemos, como antaño, a la oscuridad o a las brujas, ahora le tememos a la incertidumbre que nos produce un mundo en el cual las normas de la convivencia no están tan claramente establecidas y donde los mecanismo para la imposición de la norma se han hecho débiles o, en todo caso, han perdido legitimidad. Esta situación es susceptible de auspiciar el odio y la exclusión social. La discriminación, después de todo, es la consecuencia del temor y la incapacidad para comprendernos en los términos de nuestras diferencias. Vivimos tiempos complejos. Nos encontramos en una encrucijada vital desde la cual nos toca preguntarnos cuál es la ruta que queremos seguir. Enfrentar los retos de este momento histórico requiere un gran esfuerzo de nuestra parte. Un esfuerzo por incluir, por entender que los recursos del mundo son limitados y que debemos distribuirlos de una manera más equitativa, que la pobreza es un problema crítico, que es necesario garantizar la producción de Bienes Púbicos Globales y la construcción de una idea de bienestar que sea inclusiva.
Enfrentamos un reto para la humanidad. Uno bien podría pensar que estamos frente a situaciones que podrían poner en riesgo la vida civilizada, las formas democráticas,  la construcción de la paz. Estamos frente a un cambio de época que nos confronta con una realidad confusa y difícil de definir y que nos obliga como diría Ortega y Gasset a colocarnos a la altura de los tiempos. Esos son los desafíos que enfrentamos.  Hoy enfrentamos estas reflexiones. Reflexiones que se enmarcan en la necesidad de darle sentido a este mundo complejo en el cual se desarrolla nuestra vida. Intentamos construir una Nueva Mirada desde la cual otear el horizonte en busca de respuestas.

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