El Tirano en Jenofonte (III)
Este es la última parte del tema del tirano en la ora de Jenofonte. En los meses deseptiembre y octubre del blog encontrarán las dos primeras entregas del mismo.
VII
El Sócrates de
Jenofonte y la tiranía
Jenofontes (Memorabilia:1999)
da una visión bastante unitaria de Sócrates
respecto a cómo se debe gobernar. Para el filósofo de la ciudad solo hay una condición suficiente para ello. Reside en el conocimiento y no en la fuerza ni el fraude o la elección, o la
herencia. Esto hace a un hombre rey o gobernante. Si ello tiene
fortaleza argumentativa, el gobierno constitucional, y en particular, el
gobierno democrático derivado de elecciones, no vendría a ser más legítimo que
el gobierno tiránico, gobierno derivado por la fuerza o el fraude. Tanto uno como otro serán legítimos en la
medida que el tirano o los gobernantes
elegidos escuchen los consejos de aquellos que hablan bien, porque ello deriva del pensar bien. Esto da pie para que el gobierno del tirano que, tras
haber llegado al poder bien por un golpe
de fuerza o el fraude electoral, o tras haber cometido una serie de crímenes,
pueda enmendarse al escuchar las
sugerencias de los hombres razonables, y convertirse en un gobierno más
legítimo que un gobierno de magistrados
electos que rehúsan escuchar y conocer los aportes de los hombres que poseen el
conocimiento político de lo mejor
para la ciudad. El Sócrates de Jenofonte
está tan poco comprometido con la causa del constitucionalismo que puede
describir los hombres sensatos que aconsejan al tirano como sus aliados. Es decir, concibe la relación entre los
sabios y el tirano igual al Simónides del Hieron[1]. Jenofonte pareciera prodigar la posibilidad
de una tiranía benefactora que escuchará, como en su diálogo, los consejos de los sabios; siendo tales
consejos, en principio, preferibles al imperio de la ley. Ni en los mejores
casos de aceptación del tirano en la historia antigua fue así. Respecto a ese
concepto de tirano benefactor no hay
ninguna referencia a tal tipo de tirano que haya existido realmente. Pareciera que todos, unos más y unos menos, han sido (y son) sordos.
En cuanto al mismo Jenofonte se debe conocer que no parte del
hecho de considerar importante la
libertad como objetivo fundamental de la democracia, la cual es distinta de la
aristocracia, cuyo fin es la virtud. Jenofonte no era demócrata, su opinión la hemos conocido por la voz de Hierón al decir que
los sabios no se interesan en la libertad. Su concepción de tiranía benefactora
está más cercana a la idea de virtud que a la defensa de la libertad. Podemos
también pensar que sólo si la virtud fuera imposible sin la libertad, la
exigencia de la libertad estaría ampliamente justificada desde su punto de vista.
Sin embargo la definición de justicia de Sócrates nos lleva a
tener cierta perspicacia del caso. Nos dice que justicia es idéntica a la legalidad en obediencia a
las leyes, y la mejor tiranía, que es la intención de Simónides con Hieron, siempre será un gobierno sin
leyes. Ante esa definición pareciera ser que en el mundo antiguo la tiranía
vino a ser irreconciliable con esa exigencia
socrática de justicia. Saltan el marco jurídico de realizar la justicia dentro
de la legalidad establecida, es decir, las reglas y normas de conducta que deberían
tener los ciudadanos, incluyendo los
funcionarios de estado para reafirmar el bien de la ciudad. El hombre justo, dentro de este itinerario
jenofontino en sus Recuerdos de Sócrates,
viene a ser aquel individuo que con su acción no perjudica a nadie y ayuda a
todo aquél que tiene tratos con él. Ser justo significa ser simplemente un
benefactor.
Si la justicia en toda
tiranía es translegal, un régimen sin leyes puede tener visos de justicia. Esto
en la medida que el régimen absoluto
gire en torno de beneficiar a los súbditos y escuchar a los hombres
sabios de la polis. Gobierno justo y
benefactor está en relación directa con
la virtud del hombre que gobierna. Esto nos lleva a que un gobernante
nato es realmente superior al gobierno de leyes en la medida que dicho
gobernante se convierta en la ley que ve. Las leyes pueden
prestarse a múltiples interpretaciones injustas. De por sí ellas mismas no ven, conociendo que toda justicia
legal es ciega. Un buen gobernante
puede ser, según esta preocupación de Jenofonte, un buen benefactor,
ateniéndonos a la convicción que las leyes no son necesariamente benefactoras.
Bajo este argumento nos topamos que las leyes
adolecen de poder ver. Ello
define a la tiranía en tanto gobierno monárquico absoluto transmutando en un
gobierno tiránico excelente, siendo superior
al gobierno de leyes o justo. Bajo este argumento, Jenofonte ante la pregunta ¿qué es la ley? obliga, ante los tiranos, concederles cierta
suspensión de juicio. Pueden tener la altura moral requerida y el criterio
político más exigente que cualquier orden legal. Es por lo que se puede
comprender que su Hierón de más peso al elogio del tirano en tanto benefactor que
llegar a condenarlo del todo. Busca un término medio en vez de condenarlo o aceptarlo.
El imperio de la ley, bajo la mirada de los clásicos, sólo se
da dentro de una sociedad conservadora, como la que prodigaba Sócrates. Dentro de un tiempo
de transición y de rápida introducción de mejoras de otro tipo de avance
político, se justificó en la antigüedad la compatibilidad y aceptación, por un tiempo, de una tiranía
benefactora.
La tiranía la más de las veces se ha mostrado, a través de la
historia de la humanidad, como un régimen nocivo, injusto, deplorable e
inhumano. El hombre tirano, no se posesionó, en apariencia, de un concepto
mejor. Un tirano benefactor es más un producto teórico que histórico. Pero hubo
tiranos que tuvieron la simpatía de los pueblos que mandaron[2].
Como dijimos antes, ante una situación que requería cambios políticos rápidos y
oportunos fue una vía expedita. Sucedió en diferentes poleis de la antigua Grecia. La tiranía fue una solución eficiente
y pragmática a los problemas que provocaron la ruptura de las clases sociales y
el freno al advenimiento de un caos mayor. Para diferentes autores proclives a
los regímenes fuertes, la tiranía fue una solución correcta para restaurar el
orden, y superar un estado de naturaleza al estilo hobbesiano de todos contra
todos.
Las artes y la filosofía
no fueron indiferentes en elogiar la figura del tirano. En el campo de
las letras griegas hubo autores que exaltaron tales personajes, como lo fueron
los poetas Baquílides y Píndaro, que
alabaron a los tiranos y pasaron a la historia por las odas que a ellos les
dedicaron. O un Platón que incurrió dos
veces a querer educar a tiranos y por ello sufrió graves consecuencias. Bien
sabemos, como es el mismo caso de Hierón,
el tratamiento que la tiranía dio a la ciudad los llevó a mejorar sus condiciones urbanas, artísticas y
de seguridad con su mandato. Su influencia también se traslado de las artes al
derecho, a la economía de las ciudades y la construcción de obras públicas.
Fueron los conocidos casos de Periandro de Corinto, Pisístrato y sus hijos
Hiparco e Hipias en Atenas, Clístenes de Sición, Teágenes de Megara, Pítaco de
Mitilene.
Tiranos que resurgen de un pasado olvidado nos
muestran que no todo fue malo para el pueblo de las poleis que ellos condujeron; y, que merced a muchos de ellos, la
tiranía devino en democracia. O al menos sería un proceso de transición para la
superación de una oligarquía hasta
llegar a una democracia en tanto gobierno de leyes. Aristóteles ha dado cuenta
de ello al relatar que en Siracusa, en
el segundo cuarto del siglo V a.C., con la caída de la tiranía sobrevino la
democracia. Por ello surgieron tribunales populares ante los cuales antiguos
terratenientes (la mayoría
pertenecientes a la aristocracia), que habían sido desposeídos de sus
tierras por el anterior régimen absoluto pudieron, al amparo de los magistrados
demócratas, intentar recuperarlas demandando legalmente.
Tal pasaje puede dar otra segunda lectura que ilumina sobre
la evolución política de las poleis.
Los desplazados de sus posesiones territoriales por el tirano eran nobles en su
mayoría. Estos propietarios
aristocráticos estarían vinculados con los oligarcas, que manejaban las
ciudades en tanto soberanos oligarcas e intérpretes de un derecho divino intocable e
inmodificable. En su momento fueron la llave para derivar el estado hacia
un poder personal absoluto y
totalitario. Surge una contrapartida. Y es que en alguna parte de la clase
aristocrática aparecerá un líder y un
movimiento que capta su disconformidad y arremetería, apoyándose con una porción
de la oligarquía y con el pueblo concretamente descontento, ir contra
el gobierno despótico e injusto oligárquico. ¿Cómo comenzaba tal situación de
cambio? Se originaba con que el nuevo liderazgo da la espalda a sus congéneres
o miembros del mismo clan, practicando una política a todas luces demagógica.
El pueblo, reunido en asamblea, lo recompensaba asignándole al futuro tirano
una guardia de corps, con la que él no tardaba en hacerse con el poder
absoluto. Su afianzamiento empleaba no tanto la represión (tal como hizo Periandro
de Corinto), sino de una política populista, basada en mantener entretenido al
pueblo a base de ambiciosos programas de obras públicas y brillantes festejos
populares, y en desarrollar una estrategia cuidadosa con relación a su más
temido enemigo, a saber, la aristocracia - oligarquía, a la que procuraban a
toda costa tener a raya. Nada de eso ha cambiado en los usos de las tiranías
modernas y contemporáneas. Este fue el
modo operandi de los tiranos para desterrar a los nobles contestatarios y
confiscar sus propiedades.
En el momento que la situación pública empezaban a ir mal
para el tirano, el pueblo le daba la espalda y acudía a sus antiguos líderes
naturales, los nobles, y pactaba con ellos el derrocamiento de la tiranía y la
instauración de un nuevo régimen político: la democracia. Es lo que sabemos en
la Atenas del alcmeónida Clístenes, quien
fue el encargado de dirigir, desde el exilio, el movimiento de protesta
contra la tiranía. Curiosamente, Clístenes era, por parte de padre, un noble alcmeónida
y, por parte de madre, era nieto del tirano de Sición, de quien llevaba el
nombre (Clístenes de Sición, 600-570 aC). Es lo que pasó igualmente en Siracusa
donde se evidencia que fueron los eupátridas
o nobles, juntos a los poseedores de
tierra (los gamóroi, γαµόροι) los que, primeramente, incurrieron en las iras
del tirano que habían sido desterrados y desposeídos de sus propiedades por él.
Al instaurar la democracia, se vieron obligados a pleitear ante los dicastas o jurados populares, nombrados
por sorteo entre los sencillos y simples ciudadanos, para recuperar las
propiedades perdidas. Esto gracias a la democracia. Esto dio la necesidad de
desarrollar el arte de la oratoria, en
tanto práctica para la persuasión de jurados populares, y defenderse en los
tribunales dentro de un proceso político
donde aliados la nobleza antigua y el pueblo, derrocan al tirano, estableciendo
en su lugar la democracia. La democracia dará nacimiento a los oradores públicos (Üτïρες: ütïres), es
decir, los políticos, que bien ante
la asamblea o ante un tribunal de jurados con su arte de la oratoria,
persuadirían a sus conciudadanos estructurando sus discursos a las emociones, a
los sentimientos y las actitudes del sufrido pueblo, que, eliminados los
tiranos, se había convertido ya por fin en juez y árbitro de su propio destino.
De ahí que se pueda observar que la tiranía fue, en muchos
casos, un régimen de transición entre la oligarquía y la democracia antigua. No
precisamente ha sido así dentro de la evolución del estado en la modernidad.
Leo Strauss (2005) ha señalado en su clásico estudio Sobre la tiranía varias características de la condición moderna del
poder tiránico. La diferencia esencial entre la tiranía en la antigüedad y la
del siglo XX es que ésta última tiene a
su disposición grandes recursos tecnológicos que lo ayudan a afianzarse el
control institucional y ciudadano. Además presupone una clase o interpretación
de una ciencia aplicada que gira en torno al dominio de las decisiones y
acciones individuales. En una tiranía clásica la ciencia no estaba ahí para ser
aplicada para la conquista de la naturaleza. La naturaleza era dadora de reglas de
conducta y de vida en los griegos. Y la ciencia no estuvo nunca para ser
difundida o popularizada, en tanto divulgación, como lo es ahora. Este autor estuvo convencido, a pesar de la
diferencia morfológica política de la
antigüedad respecto a la modernidad, que
nuestra época y su carácter específico del poder, no es entendible a menos que se haya
estudiado esa forma elemental de la tiranía clásica; de haber estudiado su
sentido natural en tanto tiranía
pre-moderna. Sus palabras (2005.
p. 42): Este estrato básico de la
tiranía moderna nos sigue resultando a efectos prácticos, ininteligible si no
recurrimos a la ciencia política de los clásicos. La ciencia política
clásica se orientaba, por la búsqueda de
la perfección del hombre, entre una paideia
(educación) y un areté (virtud). De
cómo deben vivir los hombres, culminando con una descripción del mejor orden
político. Se entendía que ese orden era tal que su realización era imposible
sin un cambio milagroso en la naturaleza humana: había que transformar en el
ser humano, mediante una educación estructurada (paideia), su naturaleza humana.
Que ello se diera en principio, era considerado casi improbable. Dependía del azar, de la fortuna, de la
oportunidad (kairos). En la modernidad nos topamos con Maquiavelo[3]
que atacará esa concepción, exigiendo que nos orientemos no por cómo deberían ser los hombres sino
como viven de hecho, sugiriendo que el azar, lo contingente, podía llegar a ser
controlado. Este ataque es el que sostiene todas las bases del pensamiento
político específicamente moderno. Entender
así la política puso de lado buscar las garantías para la realización de
lo ideal, obteniendo un rebajamiento
de los criterios de la vida política y la emergencia de la filosofía de la historia (“El hombre es lo que hace”, dirá Hegel,
heredero del pensador renacentista florentino en temas políticos). Condujo a
separarse del sentido de los filósofos políticos de la época clásica acerca de
la relación entre ideal y realidad (Ibid, 2005, p.44).
Strauss preveía que la amenaza de la nueva tiranía moderna se
convertía, gracias a la conquista de la
naturaleza, tanto en los aspectos humanos físicos como psíquicos, en lo que
ninguna tiranía anterior llegó a ser: perpetua y universal. Un mundo de
múltiples ratoneras, sin escapatoria, a
sufrir por algún tipo de técnica tiránica gracias a los módulos y gagets
tecnológicos electrónicos; toda una ingeniería digital policial con un
abstracto, pero efectivo, micropoder tiránico universal; hemos pasado del big brother al big data. Su mayor preocupación se centró en la espantosa alternativa de conducir al
hombre, y al pensamiento en general, al redil del colectivismo consumista o
político impuesto, sea de un plumazo y sin piedad, mediante procesos lentos y
suaves, sutiles pero mortales para la conciencia libre y evolutiva del hombre. Strauss, en su llamado de alerta, fue en despertar la
interrogación incisiva de cómo podríamos escapar a ese dilema. Su tema
reiterativo en su reflexión sobre la filosofía política y los procesos
políticos del mundo contemporáneo estuvo
en reconsiderar las condiciones
elementales de la libertad humana, que para él nunca habían sido tan cercenadas
y frágiles ante la vorágine del espejismo
de la sociedad tecnológica y de una democracia representativa disfrazada
de tolerancia y progreso.
La tiranía como transición entre un régimen oligárquico,
aristocrático a uno democrático, podemos observarla en la evolución que han
tenido ciertos estados actuales como es el caso de Alemania en la primera mitad
del siglo XX, que pasó por ese esquema, de una oligarquía que pasa por un breve
lapso democrático, se pasa a ser una tiranía, como es el caso de Hitler, y
luego resurgen, después de un estado administrado por potencias extranjeras,
una especie de aristocracia intelectual fuerte, decantando en una consolidada
democracia representativa en el presente; como una potencia que impulsa las
decisiones de una buena parte de la Unión Europea actual. Este puede ser un
resultado afirmativo de ese ciclo por la que pasa todo estado que ha sufrido una tiranía. Su aspecto negativo lo
encontramos en otro ejemplo. Es el caso de Rusia, que pasa por un periodo
oligárquico imperial con los Zares de Rusia, luego una tiránica revolución
totalitaria con el tirano de Stalin y su nomenklatura,
llegándo a una democracia ampliamente cuestionada por su corte autoritario en
la actualidad, pareciendo volver a un corrupto régimen autoritario y tiránico.
Son algunos modelos de las nuevas tiranías contemporáneas que deberán
analizarse en otro espacio, pero que queda como trabajo pendiente a futuro.
Bibliografía
Diógenes de Laercio, 1999: Vies et doctrines des philosophes illustres. Ed. La Pochotéque. Paris
Grote,
George, 1888: Plato and the other
companions of Socrates, London
Iglesias Zoido, Juan C., 1996-2003: La arenga militar en Jenofonte. Apropósito de la Ciropedia. Rev.
Norba. Vol.16. p. 157-166.
Jenofonte, 1999: Anabasis.
Ed. Gredos. Madrid
1987:Ciropedia. Ed. Gredos. Madrid
1994: Helénicas. Ed. Gredos. Madrid
2005: Hierón.
En: Strauss, Leo. Sobre la tiranía.
Ed. Encuentro. Madrid
1999: Socráticas:
(Memorabilia. Recuerdos de Sócrates), Económía y Ciropedia. Ed. Océano.
Barcelona
Strauss, Leo, 2005: Sobre
la tiranía. Ed. Encuentro. Madrid
López Eire, A., 1998: La
etimología de la palabra ρητωρ y
los orígenes de la retórica. Ed. Universidad de Salamanca. Rev. Faventia
20/2, 1998. p.61-69
Morales, D., 2001: Arte
de vida y modelos éticos en la Ciropedia y Memorabilia de Jenofonte. Rev.
Onomazein, N°6. p.309-326.
[1] Ver: Recuerdos de Sócrates III, 1,10-13.
[2] El gobierno del
tiránico tuvo una rápida difusión entre los siglos VII y VI a.C. No todo el
territorio de la Grecia antigua estuvo manejado por tiranías. De 150 ciudades griegas sólo 27 tuvieron tiranos o
gobiernos parecidos, dentro de polis de mediano tamaño territorial y demográfico y
menos en las ciudades o comunidades pequeñas.
En Sicilia hubo tiranos ricos y potentes que no surgieron de las filas
populares. Casos de estos fueron el de
Falaris de Akragas (570 -555), en
Corinto a los Cipsélidas (657-585) y en
Atenas a los Pisistratas (560-511). Todas fueron tiranías que se identifican
plenamente con el significado de ese
término.
[3] Strauss ha
referido la importancia del Hierón de
Jenofonte para la obra de Maquiavelo. Nos dice que: “el más grande hombre que
ha imitado a Hierón es Maquiavelo. No me sorprendería que un estudio suficientemente atento a la obra de Maquiavelo llevaría a la
conclusión de que la perfecta comprensión por parte de Maquiavelo de la
principal lección pedagógica de Jenofonte es lo que explica en las frases más
espeluznantes que aparecen en El
Principe”. Ver. Op. Cit., p.91.
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