De la filosofía antigua:
de un saber abstracto
de un saber abstracto
a un saber práctico
David
De los Reyes

I
La
filosofía aspira a una explicación racional afectiva (por medio de un logos inspirado por una filia), del mundo; con ello se da un
giro decisivo a la historia del pensamiento.
Es una teoría que pretende explicar al mundo no por medio de una lucha entre elementos míticos (entre hombres
y dioses: cosmogonía, por ejemplo), sino
una lucha entre realidades físicas, y el predominio de una de ellas por sobre las
demás. Tal transformación del pensamiento antiguo se resume en una palabra: phusis, la cual se le ha dado el
significado de físico, de naturaleza pero que en sus orígenes se usó para designar
comienzo, desarrollo, resultado por medio del cual una cosa se constituye,
llega a ser o existir. Así tenemos que Platón (República, libro X) nos habla explícitamente de la noción de phusis entendiéndola como naturaleza-proceso. Siendo para él lo
primordial de este movimiento y proceso
que se engendra a sí mismo y es
automotor es la característica primordial del alma. Y las implicaciones
que tiene ello nos lo muestra Hadot en sus palabras:
“Al esquema evolucionista lo sustituye pues un esquema creacionista: el universo ya
no nace del automatismo de la phusis
sino de la racionalidad del alma y el alma como principio primero, anterior a todo,
se identifica entonces con la phusis.” (Hadot, 1998:23).
Este
mismo autor señala que ni Pitágoras ni Jenófanes, entre el siglo VII y VI a.C,
no conocieron ni el adjetivo filosofo (philosophos), ni el verbo filosofar (philosophein). Aparece en Herodoto (en Los Siete libros de la Historia, libro I,30), en un relato referido
a la visita de Solón que hace al rey
Creso de Lidia. En las palabras del monarca está: mi huésped ateniense, el rumor de su sabiduría (sophies), de tus viajes, ha llegado hasta nosotros. Se nos dice que teniendo el gusto de la
sabiduría (philosopheon), visitaste
muchos países, movido por tu deseo de ver (cit. Hadot, 1995:27/8). Los
viajes de la antigüedad representaron
una opción para el saber, tenían como objetivo conocer otras culturas y
conocimientos, tener experiencia de otras realidades y hombres, además de
descubrir lugares geográficos distantes y costumbres distintas. Creso le
pregunta a Solón que cuál es el hombre más feliz y este le contesta que nadie puede ser feliz antes de que se
haya visto el fin de su vida.
Los
pensadores presocráticos designaron a su
actividad con la palabra historia, es
decir, indagación. La filosofía estaba relacionada con la indagación (ver el frag. 35 de Heráclito), condición que hará de
quien la posee un buen juez de los asuntos humanos.
Hadot
señala que quizás la palabra filosofía
ya estuviera de moda en el ambiente de la Atenas democrática del siglo V. el
prefijo philo servía para designar la disposición de alguien que encuentra
interés, su placer, su razón de vivir, en consagrarse a tal o cual actividad: philo-posia, por ejemplo, es el placer
y el interés que se toma por la bebida; philo-timia
es la propensión a adquirir honores; philo-sophia
será pues el interés que se toma en la sophia
(ídem:28).
Fue
Atenas la ciudad que dio renombre a la actividad de la filosofía. En la Oración Fúnebre de Pericles sugiere que los atenienses son capaces de filosofar
sin carecer de firmeza, sin no tener capacidad para argumentar y
defender sus puntos de vistas respecto a los asuntos públicos de la ciudad o
del conocimiento y del saber que poseen.
Siendo esta capacidad casi un triunfo de la democracia. Digo casi porque ya la
filosofía se venía dando en personas utopos, fuera de lugar, apartados pero
es con la democracia ateniense que se yergue como actividad propicia para el
que-hacer político de cualquier ciudadano digno de esa condición. No se trata de personalidades excepcionales
o nobles sino que puede cualquier ciudadano alcanzar esa excelencia (areté), en la medida que desarrollen el
gusto por la belleza (philokalein) y
que consagren un gusto por el saber (philosophein).
Isócrates (Pnegírico, No. 47) refiere que Atenas reveló al mundo la
filosofía.
¿De
qué se encarga la filosofía? En
principio, a todo lo que refiere a la
cultura intelectual y general. Hadot nos da una lista: especulaciones de los presocráticos, ciencias nacientes, teoría del
lenguaje, técnicas de retórica, arte de persuadir (ídem: 29). Este arte de
persuadir trata de cómo enfrentar y demostrar su talento de argumentar y
persuadir ante el público, oponiendo sus discursos a propósitos y temas que no
se vinculaban con un problema particular, jurídico o político, sino a cultural
general.
Tampoco
hay una noción precisa de philo-sophos y de philo-sophein. Que en la modernidad se debate en si remite a
una noción de saber o si es sabiduría. El
sophos (sabio), es el que sabe
muchas cosas, que viajó mucho, que posee una cultura enciclopédica, además de
saberse conducir bien en la vida y
permanece en una felicidad construida por todo ese prontuario personal.
El verdadero saber aquí está relacionado con un saber hacer, se trata de un
saber hacer bien.
Hadot
refiere cómo se presenta esta sophia
en relación a Homero, en Solón y en
Hesíodo. El primero lo emparente con el
trabajo práctico de hacer bien las cosas en la medida que ha seguido los
consejos de un dios. Es el caso en la Iliada en relación al carpintero que
hace naves. Se trata de un saber hacer
bien. En el caso de Solón está referida
a la actividad poética, la cual puede ayudar a superar las penas a aquel que le
afligen, gracias a que la palabra del poeta está inspirada por las Musas. En el caso de Hesíodo (en su Teogonía, 80-103) emplea literalmente la
palabra sophia para dar testimonio a la buena conducción del
rey, el cual está también inspirado para poder permanecer como un gobernante
sensato: Todos fijan en él su mirada
cuando interpreta las leyes divinas con rectas sentencias y él con firmes
palabas en un momento resuelve sabiamente un pleito por grande que sea.
Como
vemos aquí hacer, poetizar y gobernar tienen una relación, son sophia, donde a su vez se nos presenta
el valor psicagógico del discurso y de la importancia de la palabra
(ídem:31). La palabra puede producir un efecto tanto en lo político como en lo
poético, en cómo se administra la
justicia por un rey y en cómo los cantos poéticos pueden llevar a olvidar las
penas en los afligidos. La palabra tiene un efecto terapéutico cuando se emplea
en buscar un efecto apropiado por parte de quien la pronuncia y a quien la
escucha. Hay un encantamiento del
individuo que luego se acogerá en lo que Hadot ha manifestado como
ejercicio espirituales filosóficos, sean
limitados por la palabra o ejercitados por la vía de la contemplación.
Ejercicios que gracias por la palabra poética o a la contemplación se accede a
una visión cósmica, total del universo.
Hadot trae una sentencia del epicúreo Metródoro: Recuerda que, nacido mortal y con una
vida limitada, subiste, gracias a la ciencia de la naturaleza, hasta la
infinidad del espacio y del tiempo y viste
lo que es, lo que será y lo que fue (cit. en idem:32).Platón
igualmente habla respecto al alma que puede, gracias a la elevación por el
pensamiento y a la contemplación de la totalidad del tiempo y del ser, en
considerar la muerte como algo que no
hay que temer (República, 486ª).
Los
sophoi pasarán a otros ámbitos y no
se quedarán reducidos al uso y arte de la palaba poética o político. Se
traslada a ciencias teóricas y prácticas, pero exactas, la medicina, la aritmética, la geometría, la astronomía.
Comienzan a surgir expertos no sólo
de la política o de la palabra sino en la actividad científica.
El
sabio de Tales de Mileto, aparte de sus cualidades como matemático, tecnólogo,
astrónomo, economista, y filósofo, posee una reflexión personal sobre la phusis que considera como un fenómeno del crecimiento de los seres vivos, del
hombre, pero también incorporando al universo, reflexión que, como en el mismo
caso de Heráclito y Demócrito, le da dimensiones éticas.
II
Otras
de las prácticas que están relacionadas con la filosofía es lo referente a la
educación, a la paideia, al deseo de
formar, al afán de educar. La educación es una preocupación permanente para la
clase noble (para los eupatridas, los
bien-nacidos), pues se pretende
perpetuar la excelencia requerida por la sangre noble, por medio de
las técnicas de formación y creación de actitudes y comportamientos,
conocimiento y habilidades frente al mundo.
Esta preocupación será recogida por filósofos en tanto virtud, que será
remitida a la búsqueda de una nobleza y perfección del alma del individuo. Tal educación está impartida por un adulto
frente a un auditorio de jóvenes pertenecientes a un mismo grupo social (los
esclavos y los extranjeros no participan de esta instrucción). Una educación
para adquirir cualidades: fuerza física,
valentía, sentido del deber y del honor que conviene a los guerreros y que son
personificados por grandes antepasados divinos a los que se toma por modelos (ídem:24).
Con
la introducción de la democracia, en tanto forma de organización y modo de vida
política, se fijará la necesidad de la
educación para formar ciudadanos. Las ciudades, a partir del siglo V a.C., se verán encaminadas a ello por medio de las
prácticas formativas a través de los ejercicios del cuerpo, la gimnasia y
música, por un lado, y del espíritu por medio de la filosofía y las demás
ciencias. Pero toda democrática desarrolló una aspiración al ejercicio del
poder dentro de los ciudadanos. Esta lucha
requiere la capacidad de persuadir al pueblo, llevarlo a inclinarse por
tal o cual decisión en una Asamblea, si es que se quiere llegar a ser un líder
o el jefe de un pueblo. Para ello se tiene que adentrar en el dominio del
lenguaje. Condición que explotará todo el movimiento sofístico en la
antigüedad.
Con
los sofistas se inicia un nuevo estadio cultural para la cultura de la Grecia
antigua. Su actividad se extiende a casi medio siglo. Es el
incentivo democrático que va a movilizar
fuerzas educadoras innovadoras. En la Atenas clásica los primeros sofistas no
fueron calificados peyorativamente; serán los segundos sofistas que enseñaron en la época de la Guerra del
Peloponeso que se convertirán en representantes
de todos los males de la polis (Heller, 1983:22). A los primeros más
bien se vieron con agrado, eran pedagogos ambulantes que, por regla general, enseñaron a los jóvenes
herederos de las grandes familias que eran las rectoras de los gobiernos de la
ciudad. Los sofistas, extranjeros su
mayoría, y a partir del siglo V en la
ciudad de Atenas vendrán a alimentar todo un movimiento del pensamiento
que representa una continuidad y ruptura
a la vez con los filósofos que les precedieron, sin tomar parte activa en la
vida comunitaria. Continuidad por utilizar y enseñar el método de la
argumentación (de Parménides, Zenón de Elea, Meliso, hábiles en el manejo de las paradojas) y continuidad
por apuntar a conocer y expandir un
saber científico o histórico acumulado por los pensadores anteriores (ídem:25).
Al saber anterior se le hace una crítica que proporciona una ruptura. El tema
del saber se reparte entre el conflicto que surge entre phusis
(naturaleza) o nomoi (las
convenciones humanas). Pero su aceptación en el entorno griego democrático es por la posibilidad de
conducir a los jóvenes al éxito en la
vida política, para ello se debe poseer un dominio perfecto de la palabra. Los jóvenes eran antes formados para la
excelencia (areté) por medio de la sunusia, es decir, el roce frecuente con
el mundo adulto (Platón, Apología,
19e), sin especialización.
Con
los sofistas ello cambia. Se adquiere
educación por medio de un método artificial, característica propia de esta
nueva civilización democrática. Artificialidad implementada por profesionales
de la enseñanza (pedagogos). Sus
personificaciones son conocidas por los
hombres como Protágoras, Gorgias o un Antifón. Por un sueldo enseñan
fórmulas que les da la habilidad de persuadir a un auditorio: defender con la
misma habilidad el pro y el contra de una tesis (antilogía). Platón y
Aristóteles les reprocharán de ser unos comerciantes del saber. Los sofistas no
solo presentan la enseñanza de las técnicas de persuasión sino la capacidad de elevación del punto de vista
que hace seducir a un auditorio, es decir, la cultura en general: las ciencias,
la geometría, la astronomía, la historia, la sociología o la teoría del
derecho.
Los
sofistas se exhibían dando conferencias, para demostrar sus habilidades
persuasivas. Fueron maestros ambulantes que no estuvieron sólo en Atenas sino
en el resto de las ciudades importantes de la Hélade. Los sofistas obtienen su nombre por enseñar a los
jóvenes la sophia. Como refiere
Trasímaco en su epitafio (cit. por
Hadot, ídem:34): Mi oficio es la sophia. La palabra sophia significó, en primer lugar y dentro del ámbito de los sofistas, el saber hacer en la vida política, pero
añadiéndole también todo lo que refiere a poseer una cultura general,
científica y práctica.
La
excelencia (la areté) ahora se
conseguirá por medios artificiales y su fin está en adquirir la capacidad de
poder desempeñarse con éxito en los distintos niveles o cargos públicos en que
se participaría. Ello será el objeto del aprendizaje en la medida que el sujeto que las practica
tiene actitudes naturales y por medio
del ejercicio las adquiere.
Sin
embargo la sofística tardía fue vista como un movimiento cuyos efectos
corrosivos se dirigieron contra las
tradiciones de la polis, a su moral y a sus leyes. No tenían interés en
impartir una educación comunitaria sino exclusivamente individual; su enseñanza no tiene conexión con la
comunidad sino que enseñan a los individuos el arte de gobernar; su relación
pedagógica se centra en individuos concretos (Heller, 1982:23).
La
tradición griega dictaba que en una comunidad sana la misma
vida pública debía educar a los jóvenes.
De ahí que se rechazaba el que
los sofistas fuesen remunerados, siendo
ello contrario a la polis. La comunidad
en conjunto es la que debe encargarse de pagar todo trabajo; quien ocupara
cargos públicos elegidos por sorteos corrían con esa condición. Los
particulares no tenían ningún derecho de pagar a nadie que se desempeñara en el
ámbito público (ídem). Visto así, realmente los sofistas iban contra las
tradiciones de la ciudad, pero ya esas
tradiciones no respondían al nuevo
espíritu democrático que se instalaba
sobre el piso político en que se sostenía para ese momento. Una ciudad
donde se fomentaba la propiedad
privada y una creciente inclinación de la oligarquía al enriquecimiento personal
llevó a privar a la vida pública de su espíritu comunitario (ídem:24). Los
sofistas son un requerimiento pedagógico al aparecer en Atenas el hombre privado. Ello
permitió situar en primer plano la relación particular entre maestro y alumno.
Al relajarse los vínculos comunitarios entre ciudadanos crecen en importancia
los vínculos personales. Aparte de
esta relación surgieran el importante
sentimiento de amistad, el amor entre hombres, el lazo en grupos o comunidades pequeñas (las
escuelas de filosofías, por ejemplo) y, por último, las familiares. Tales relaciones se hacen más estrechas y se intensifican
con pasión. Todo deterioro de la vida pública lleva a ello. Serán estas
relaciones privadas las que tendrán un
papel relevante para ese siglo por la crisis comunitaria. Con los sofistas y
con Sócrates será significativo la
relación maestro alumno, el amor entre hombres[1] y
la amistad como opciones éticas particulares.
La relación maestro-alumno también adoptó una forma apasionada y amistosa para
ese momento. Era una forma de amistad,
de una amistad no paritaria o
paritaria potencialmente, pues sólo se daba
en la medida que el alumno
poseyera cualidades que podían hacerlo semejante al maestro en el
futuro. Los sofistas fueron ese punto de
apoyo que los jóvenes estaban buscando;
eran orientadores que impartían
verdades, saber positivo y nociones morales para la vida: les daban un estilo
de vida. Su actividad y relación se afianzaba en tanto transformación del
individuo que adquiría, por los conocimientos y técnicas retóricas aprendidas,
una forma de vivir de manera pública y privada. Filósofos ambulantes, nómadas, pensadores
móviles, filosofía de cambios y de adaptación a circunstancias concretas. El
célebre fragmento atribuido a Protágoras
lo pone de manifiesto a la perfección: el hombre es la medida de todas las cosas. No se trata de una profesión de fe
gnoseológica o de la expresión de una teoría subjetivista, sino del resumen del programa y de la orientación
sofísticos (Heller, 1983:28). Ello significó que las cosas sólo tienen
valor desde el punto de vista de la vida
humana y no de los dioses. Cualquier conocimiento, científico, filosófico o
artístico, sólo es importante desde la perspectiva de la práctica, de su aplicabilidad y utilidad que le da la actividad del hombre.
También encontramos otro ejemplo en las
palabras del sofista Gorgias: Nada
existe; si algo existe es incognoscible, y si existe y es cognoscible no puede
ser transmitido al prójimo, frase escéptica con que Gorgias
no apunta contra la realidad –que ha reconocido
en ese algo transcrito- sino contra el ser abstracto, tema constante
de la filosofía jónica. Gorgias no duda de las cosas existentes, sino que ponía en duda el ser y la búsqueda de ese ser derivada, una vez más, de
especulaciones que miraban con indiferencia el destino del hombre (ídem).
Los
sofistas también presentaron posturas ateas. Es el caso de Protágoras que
afirma que no podía saber
si existen o no los dioses; estos
no les interesaran más que en relación con el hombre. No se puede afirmar nada
respecto a ellos, se pueden eliminar del universo que ocupa el ámbito de
existencia del hombre. Ni siquiera el aspecto especulativo del problema es de
interés para este sofista. No interesa ni cómo
o si existe un mundo con o sin dioses. Para el despliegue de la libertad
de la acción del hombre no tiene importancia. Caso parecido será el de Epicuro
más tarde. Se trata de un ateísmo práctico que prologará una función específica de transformación
personal en relación a la idea de la responsabilidad moral del individuo. No consideran que el hombre
tenga que rendir ninguna responsabilidad a ninguna fuerza exterior trascendente sino una postura moral ante sí y ante la sociedad
humana, ante sus semejantes. Para el ateniense del momento se siente que no
tiene ninguna responsabilidad ante los dioses pues ya no cree en ellos. Y, como
la comunidad está en plena disolución, encontrará que tampoco a ella tiene por
qué rendirle cuentas. No existe un poder absoluto capaz de castigar o premiar,
los valores dejaron de ser estables, a qué se debe que el hombre tenga que seguir
siendo honrado e íntegro si se vive en
una plena disgregación social y dentro
de un lago de desmoralización generalizada.
Los
sofistas darán ciertas respuestas a todo eso.
Desarrollarán la antinomia physis-thésis
(naturaleza-orden), y la distinción entre los actos cometidos ante testigos y sin testigos. No rechazan la
desmoralización sino que la rescatan para su beneficio aprobándola. Cosa que
lleva a Sócrates (junto a Platón) a reprobar su actitud ambigua y acomodaticia.
Platón y Sócrates consideran, en su lucha por conservar la moribunda polis
griega, que son enemigos naturales todos
los que son proclives de aceptar la
disolución, además de aprobarla.
Es
el caso que nos presentará Critias al relacionar la aparición de los dioses
junto a las leyes en tanto instrumentos surgidos de una necesidad social. Su
idea del origen de los dioses aparece
bajo la hipótesis de cuando los hombres vivían sin ley e imperaba la
fuerza como condición de un orden brutal.
Pero al ponerse de acuerdo para cumplir una serie de normas y tener una
mejor vida, dado que se prohibía cometer abiertamente actos de violencia y que éstos
comenzaron a perpetuarse en secreto, alguien muy sabio e ingenioso, descubrió
el temor (a los dioses) para contener la perversidad; así pues, se
disponía de un modo de amedrentar a los
malvados, aunque ellos hiciesen o pensasen el mal en secreto. Además, el dios
fue creado a imagen de un constructor, de un sabio artífice (cit.
en Heller 1983:31). De ello surgió la
necesidad de mantener a los dioses y de imponer su culto, su religión
instituida. De mantenerlos aunque fuera un engaño en bien del demos.
Lo interesante de la propuesta de Crítias es que expresa que la religión
y los dioses van a ser necesarios para contener momentos de crisis de la
comunidad, al tener un argumento seguro para emitir un juicio ético absoluto y
seguro: único. Esto es lo que lleva, en parte, a que los sofistas vean la
relativización de los valores morales, no hay
verdades sagradas, sólo convenciones humanas, situación que lleva a la
disolución de la escala de valores
absolutos, donde aparecerán otro tipo de valores que sustituirán a aquellos tradicionales por acoplarse más a su
momento en juego: a una relatividad
moral entre ésta y la utilidad obtenida.
Voces
sofisticas como la de Trasímaco son las
que advierten que la justicia no es otra cosa que la ventaja del más fuerte, que no
pretende sino establecer una relación
entre los intereses estamentales y el
contenido de los conceptos morales. Se aproxima la idea del bien (no colectivo
ni común) al de utilidad, proporcionando relaciones éticas atípicas, objetivas,
que recaen fuera del horizonte de la
comunidad. Cuando Critias dice que el tiempo, incesante y pleno de eterna y
fluyente corriente, discurre produciéndose
a sí mismo, cuando afirma que lo que es bueno para una época puede
ser malo para otra, profundiza más en la comprensión de la verdad histórica
universal que la generación anterior (ídem:33).
Como
notamos los sofistas son individuos que proporcionaran
una opción de vida por medio de una pedagogía
que les mostrará a los discípulos
cómo adentrarse dentro de una polis en plena disolución moral, donde los dioses
han dejado de tener un peso para el
hombre común privado y la actividad humana será moralmente aprobado en la
medida que denote signos de objetividad y utilidad para quien la ejecute. Una
visión hedonista, individual, utilitaria,
y particular se impone en un periodo de superación de la tradición comunitaria basada en una postura aristocrática que
pierde su valor moral en la medida que se imponen valores relativos y
circunstanciales como son los de la riqueza, el honor, el poder.
Como
notamos, la evolución del sentido de la filosofía y de comprender la filosofía
detrás de ella, es el mundo de la Grecia
antigua que nos presta todo un marco referente para iniciarse en una actividad que nunca ha dejado de estar presente, de preocupar al hombre por su
reflexión innata ante la existencia y de la búsqueda de un hacer bien al que se propone
la búsqueda de la virtud (arete) en
tanto condición de la excelencia ética. Los sofistas son unos pedagogos salvavidas que
surgieron casi por generación espontánea al conducir toda una cultura hacia una
decadencia indetenible y con una inercia que arrastró a todo aquel que la respirase hacia su abismo moral
y político. El cerco de la disgregación entre comunidad proyectado sobre la
vida particular si bien tuvo una dirección
a la ruptura con lo colectivo hizo que aparecieran los saberes para una
conducción espiritual por la búsqueda del saber pero a partir de la propia individualidad.
En un mundo que termina en el absurdo
colectivo queda emprender el arriesgado camino de la búsqueda del hacer bien a
partir de sí. Más que esperar a que cambie la sociedad asumir cambiar nuestra
existencia por la elección que
encontramos cerca y en todo momento en
el flujo silencioso pero cantante de
nuestra mente despierta.
Bibliografía
Hador,
P. 1998: ¿Qué es filosofía?. F.C.E.,
México.
Heller,
A. 1982: Aristóteles y el mundo antiguo.
Ed. Península. Barcelona
Platón,
1978: Obras Completas. Ed. Aguilar, Madrid.
[1][1] El amor homosexual no se
trataba de ninguna aberración sino de un fenómeno socialmente difundido. Como
nos dice Heller (1983:26): Los individuos
abandonados a sí mismos en una época de
disolución comunitaria, buscaban un compañero que fuese capaz de compensar los
lazos perdidos. Una compensación semejante sólo podía proceder –a escala universal- del amor individual, pero este sentimiento,
por motivos que sobrepasan nuestro
cometido, no existía todavía entre hombre y mujer. La mujer ateniense,
mantenida en la ignorancia, era incapaz
de ofrecer la plenitud humana y moral que el hombre necesitaba en aquel momento preciso.