Leonardo
Padura: “Soy lector sin apellidos”
Claudia Furiati Páez
| @festilectura

…cuando
te leo me quedo con ganas de seguir leyéndote.
Me
mata leerte”…
Mario
Conde a J.D. Salinger en “La Neblina del ayer”
Llegó
al recinto bajo el aura de la cálida noche guayaquileña y con la promesa de un
intercambio franco con una constelación de fervorosos lectores, en el salón
principal de la Feria Internacional del Libro de la llamada “Perla del
Pacífico” del Ecuador. De allí que procuramos descargar de gravedad intelectual
nuestro encuentro con el escritor cubano Leonardo Padura (Premio Princesa de
Asturias de las Letras 2015), quien por la figura estelar de la 3ra. Edición
del mencionado evento literario, atendía una apretada agenda de medios y
compromisos editoriales. Por tanto, enrumbamos nuestro diálogo hacia
confortables temas para el creador de la noir
caribeña, tales como su afán por la lectura y el cultivo del libro como
artilugio mágico, bibliofilia compartida con su socio ficcional Mario Conde, y
que en definitiva es el don que “curte” a un buen escritor como bien predicaron
Bolaño y Borges. Luego discurrimos hacia temas de la maestra vida (Blades dixit) que hermanan a Cuba y Venezuela,
como el béisbol y la salsa, para él indiscutibles manifestaciones identitarias
de la espiritualidad caribeña.
CF: ¿Se considera un lector evolucionado o
un “translector” como diría el investigador del fenómeno Carlos Alberto Scolari[i]?
LP: No, yo soy un lector sin apellidos.
Como lector especializado me considero lector tardío, de los tiempos
universitarios. Porque en la época de mi niñez y juventud leí lo que más o
menos todos hacían: Salgari, Dumas, Verne. Ya de liceísta revisaba las lecturas
obligatorias para la materia de Literatura y Español. Y después en la
Universidad me tocó hacer dos carreras, la de universitario y la de la lectura,
ya que me debía muchos textos con relación a otros compañeros. Había pasado
toda mi adolescencia y juventud jugando béisbol, más que leyendo. Desde
entonces soy un lector que voy estableciendo preferencias, tratando de
encontrar lecturas que me comuniquen algo, y conformando un grupo de autores
con una categoría muy afín que incluso releo, sobre todo cuando estoy
escribiendo.
P: ¿Cómo desde esa lectura si se quiere
reposada se puede sobrevivir a la a las arbitrariedades de una nueva ecología
de medios?
LP: Estamos viviendo un cambio de era, más
que de siglo, de la analógica a la digital. Ello implica un cambio en los
soportes, en los contenidos e incluso en las maneras de producir estos
contenidos. Desde el punto de vista de lector, sigo leyendo igual cuando leo un
libro de papel a cuando lo hago en soporte electrónico. Viajo con mi Kindle para
tener a disposición todos los títulos que pueda necesitar. También leo a menudo
en la pantalla del ordenador, especialmente textos en PDF vinculados a mis
investigaciones en curso, así como libros bajados de bibliotecas virtuales. Mis
notas al margen las tomo a mano y reciclo viejos manuscritos que me mandan a
revisar como jurado de concursos, usando su reverso de hojas para las
anotaciones. Considero se está produciendo una nueva manera de afrontar la
lectura, e incluso la escritura, y no puedo predecir cuál va a ser su desarrollo.
Estamos en un momento de mucha indefinición. Las editoriales en general no han
sabido afrontar este cambio con toda la dimensión y profundidad. Les ha
sorprendido al igual que a los diarios y revistas. Unos han desaparecido y
otros han debido innovar en formato, reducir sus páginas. Sin embargo, creo que
el acto de la escritura es el mismo y el acto de lectura debería seguir siendo
el mismo.
CF: ¿Qué consejo puede compartir con sus
seguidores, especialmente los jóvenes iniciados en su saga “mariocondiana” vista
a través de la plataforma Netflix, para que trasciendan al libro, bien sea
impreso o digital?
LP: Para mi el audiovisual es un lenguaje
con determinadas características estéticas, muy distintas a la literatura.
Pueden complementarse e incluso estar relacionadas íntimamente, como ser una
versión una de la otra, pero definitivamente son dos medios que tienen dos
maneras de percibirse y consumirse. No creo que una película sustituya la
experiencia de lectura de un libro. Si bien pueden apasionarse por el Mario
Conde de la pantalla, eso jamás les sustituirá el acto de la lectura de la
novela donde aparece el personaje con toda una serie de reflexiones, de juegos
de lenguaje, de adjetivaciones, de profundidades a las cuales no se llega de la
misma manera en el cine.
CF: Y ya que evocamos a Conde, ¿cómo así, un
policía retirado, deriva en librero de oficio, señalado por su autor como un bibliófilo
que ama el olor a tinta, y que encima aspira a ser escritor reconocido?
LP: Mario Conde siempre fue lector, una
persona culta y con sensibilidad. Yo necesitaba que fuera policía para hacerlo
más verosímil. En la Cuba de 1989 un crimen de sangre no lo podía investigar
una persona que no fuera un agente. Sin embargo, a pesar de esa verosimilitud pretendida,
el personaje tenía características que contradecían su condición de oficial.
Conde sumaba una serie de puntos débiles que no son los habituales en alguien
que desarrolla ese oficio. De allí que en un momento de desarrollo del
personaje decidí sacarlo del cuerpo policial. Pensé entonces cuál podría ser su
forma de ganarse la vida y di con esta labor de compra y venta de libros
usados. Un tipo como él es bastante inútil en la vida práctica, con tanta
“mariposa” revoloteándole en la cabeza. Ser librero le permitía estar lo
suficientemente cerca de la literatura como de la calle.
CF: ¿Cuáles son las apetencias literarias
que comparte con Mario Conde?
LP: Todas. Cuando Conde dice que no le
gusta determinada literatura, es porque a mi no me gusta y cuando es sí es porque
a mi también me cautiva. Es un personaje muy cercano, en muchos sentidos y por
supuestos ello incluye los gustos literarios. Esto fue lo que me permitió
emplearlo para una novela donde la materia fundamental es la literatura,
“¡Adiós Hemingway!”. Una forma de resolver mi conflicto literario y personal de
gratitud, amor y odio con este narrador fue traspasarlo a Conde, y que él
pudiera llevar con éxito esa investigación. J.D. Salinger es otro autor
estadounidense siempre evocado en las tramas. Conde en su afán de llegar a
escribir alguna vez, siempre pretende concebir historias escuálidas y
conmovedoras, como las que pedía la niña al soldado del cuento “For Esmé with Love and Squalor”[ii].
Salinger siempre está en torno al pensamiento de Conde. Incluso, en mi novela
“La neblina del ayer” se plantea una conversación entre ambos, donde el ex
policía le reclama por qué dejó de publicar, en el momento que contaba con
tantos seguidores. Para Conde haber desaparecido de esa manera, fue una
deslealtad de Salinger hacia sus lectores.
CF: En lo que refiere a la novela
histórica, en su caso no sólo se ha inspirado leyendo a grandes referentes
universales, sino que los tributa con una obra monumental como es “El hombre
que amaba lo perros”. ¿En su proceso escritural sintió que alguno de sus
protagónicos personajes, Trostky o Mercader, le “respiró en la nuca” al punto
de bloquearlo creativamente?
LP: Esos personajes tienen que estar muy
cerca de uno para poder escribirlos. De lo contrario no puedes penetrar en la
personalidad e intimidad de unos seres con los cuales tratas de expresar tantas
cosas que tienen que ver no sólo con la Historia, con la política, con los
conflictos, visibles e invisibles, con todo ese ámbito de la condición humana,
incluso el lado inhumano de algunos. Recuerdo que mi primer ensayo fue sobre el
Inca Garcilaso dela Vega, y la investigación me llevó a involucrarme tan
profundamente con la historia del Perú, que soñaba con Gonzalo Pizarro. Muchas
veces me he tenido oníricos encuentros con personajes con los que he estado
conviviendo durante años. Y por supuesto que sí siento su soplo sobre mi nuca,
pero no al punto del bloqueo creativo. Creo he podido terminar todos mis relatos.
CF: ¿Llegaremos a ver en la gran pantalla esa
instigadora escena de lectura sobre el hombro?
LP: Hay un proyecto cinematográfico que se
está procurando montar, con las complicaciones que implica una producción de
esa complejidad narrativa. Llevamos tres años ya en ese camino y son los
productores los que ahora están al frente de la adaptación.
CF: Parafraseándolo, otra forma de
comprender la historia, al menos de Cuba, es a través del béisbol. ¿Qué tanto
sabe descifrar su lenguaje de señas, así como silogismos a lo Yogi Berra: “el
juego no termina hasta que se acaba”?
LP: El béisbol para mí, como para
tantísimos cubanos, es parte de mi vida. Nací en una casa donde mi padre me
puso en las manos una pelota cuando tan sólo era un bebé. Tengo fotos de mis
inicios en el caminar disfrazado de pelotero. Y aunque no soy religioso, creo
que si tuviese alguna posible devoción esa sería el béisbol. Sufro muchísimo
cuando observo el grado de deterioro que padece hoy este deporte en Cuba, por
muchas condiciones que es complicado explicar acá, internas y externas, de
culpas personales y colecticas. El caso
es que el béisbol de la isla está de una manera absurda, perdiendo la pelea
contra el fútbol. Se está privilegiando al balompié cuando ni siquiera en tres
generaciones lograremos jugadores de calidad de este deporte, como tampoco la tendremos
de beisbolistas. Esto no sólo será una pérdida cultural, identitaria, sino una
pérdida de la espiritualidad cubana.
CF:
Su deporte favorito lo porta en el gentilicio caribeño, como es para la
mayoría de mis compatriotas. En Venezuela, el béisbol no sólo es pulsión para
el pueblo, sino un espectáculo que genera muchos dividendos. Justo ahora se ha
despertado una gran polémica, pues el gobierno de Nicolás Maduro aprobó la
entrega de casi 10 millones de dólares a la Liga Venezolana de Béisbol
Profesional, cuando muchos fanáticos pasan penurias para comer o encontrar
medicinas. ¿Qué lectura da a esto?
LP: Me cuesta mucho opinar sobre
realidades en las que no vivo y en este caso sobre una situación tan precisa y
complicada como puede ser la que describe, en el contexto económico de
Venezuela, pero también en el deportivo. Supongo en todo caso, que la liga
profesional venezolana pudiera generar suficiente dinero como para
autofinanciarse. Aunque desconozco cómo funciona esa liga y menos aún si es un
disparate o un acto mesiánico el darle 10 millones de dólares, para salvar el
béisbol en Venezuela.
CF: Otra afición que une a La Habana,
Caracas, pero también a Guayaquil es la salsa, un género al que ha dedicado
reflexiones, estudios y mucha literatura. Una cruzada musical caribeña que guarda
sus raíces en el son cubano. ¿Podemos leer en estas manifestaciones rítmicas una
auténtica forma de hacernos sentir como región ante el desconcierto global?
LP: El momento de gran impacto de la salsa
ya pasó. Estamos escuchando otras maneras de hacer música, otros géneros, otras
formas de expresar lo caribeño y lo específicamente nacional de cada uno de los
países de la región. La salsa fue un movimiento ejemplar en cuanto a la cohesión,
unidad y comunicación de todo el Caribe. Demostró que el Caribe es un
territorio no solamente geográfico sino sobre todo cultural, que tiene una
ciudad en el Norte que se llama Nueva York y otra en el Sur que se llama
Guayaquil; y en el medio hay un reguero de negros, blancos, mulatos con ganas
enormes de expresarse de la mejor manera que saben: cantando, tocando ritmos y
bailando. Creo que la lírica, la música y el baile de la salsa conjugan una
expresión cultural importantísima que tuvo su gran momento en la segunda mitad
del siglo pasado. Desde los años 70’s cuando Eddy Palmieri y Willy Colón
inician el movimiento hasta los 90’s con los merengueros dominicanos como Juan
Luis Guerra. Entre ellos están un Rubén Blades, un Johnny Pacheco, un Oscar D’
León, un Gran Combo, así como una la lista es enorme de grandes ejecutantes,
agrupaciones y obras que se crearon a lo largo de eso años.
CF: Tal complacencia hacia esta expresión
musical del gentilicio caribeño, igualmente le vincula con otros resonantes escritores
cubanos como Alejo Carpantier, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y Severo
Sarduy. ¿Qué tanto han influido éstos autores en su ser lector, siendo algunos
de ellos forjados al calor del destierro?
LP: En general, la literatura cubana ha sido
muy importante para mí, no solo como lector sino como escritor. Tengo un libro
sobre lo real maravilloso en la obra de Carpantier. Le debo a Reinaldo Arenas aprendizajes
significantes. A Cabrera Infante el conocimiento y dominio sobre el habanero
literario. Son escritores con los cuales tengo muchas comunicaciones, al igual
que con otros autores de mi generación y anteriores a ella. De ese grupo, Sarduy
es el que menos me impresiona en su narrativa, he leído con más interés su obra
ensayística. Sin embargo, la condición del destierro no hace para mi una
diferencia. Arenas, Cabrera Infantes o Sarduy pertenecen a la cultura cubana
igual que José Lezama Lima que sólo viajó una vez en su vida fuera de la isla
(a Jamaica). Creo que el hecho de estar en una u otra parte, la ubicación
geográfica e incluso la filiación política, no es esencial a la hora de
determinar la pertenencia cultural de un escritor.
Finalmente, le dejamos acudir a su esperado
encuentro con centenares de seguidores, ávidos de interpelar a Padura o a
“Conde” por su escritura escuálidamente emotiva.
Escribir
“enmatillado”
Quienes asistieron a la FIL Guayaquil 2017
también pudieron conocer desde la imagen, más sobre el universo creador de
Leonardo Padura (Cuba, 1955), a través del audiovisual “Vivir y escribir en La
Habana” de Lucía López. Esta realizadora también cubana, no sólo es el ser que
a motivado las dedicatorias del escritor, historiador y periodista, sino además
su cómplice en la exploración de híbridas formas narrativas (cine y TV) para
mostrar al mundo más sobre la cosmogonía habanera. En el documental el autor nos
descubre su morada de inspiración, ubicada en el populoso Barrio Mantilla, la
matriarcal casa “Alicia”. Y como siguiendo al conejo de Lewis Carroll, nos
invita a atravesar este umbral compartiendo la intimidad donde ha concebido los
personajes de sus once historias detectivescas, protagonizadas por Mario Conde,
encabezadas por la “Tetralogía de las Cuatro estaciones”, “Adiós Hemingway”, “La
neblina del ayer”, “La cola de la serpiente”, “Herejes” y próximamente “La
transparencia del tiempo” (publicados por Tusquets Editores y traducidos a
numerosos idiomas). También se percibe la atmósfera solemne que imprimen
infinidad de libros que desde anaqueles atestiguan haber sido revisitados por
el investigador para construir la majestuosa trama de “El hombre que amaba a
los perros”, laureada obra en la que entreteje las vidas y padecimientos del
líder revolucionario ruso León Trotsky, su verdugo, el español Ramón Mercader y
la de un ficcional confidente de excepción, Iván Cárdenas, frustrado escritor
cubano.
El film realizado en 2015 y previo a que
se le otorgara el Premio Princesa de Asturias de las Letras (España), también
tributa a algunos vecinos y locaciones de Mantilla y en general de La Habana
que son reflejados en los relatos de Padura, y que han trascendido el formato impreso,
para ser reinterpretados por la narrativa audiovisual, bien para el cine (Regreso
a Ítaca y Vientos de la Habana) o la televisión digital (Cuatro estaciones en
La Habana, miniserie producida por Tornasol Film y estrenada en la plataforma
Netflix en diciembre de 2016).
Verle transitar como un morador más de las
nostálgicas barriadas habaneras, imprime de más hidalguía a este gran autor del
caribe que ha pulso y tesón ha merecido prestigiosos galardones literarios como
el Hammett, el Café Gijón, el Raymond Chandler, el Roger Caillois, y el Initiales,
además del reconocimiento a toda su obra por parte del gobierno francés al
otorgarle la Orden de las Artes y las Letras y el propio Premio Nacional de
Literatura de Cuba, aunque resulte una suerte incómodo intelectual al régimen
castrista.
[i] El estudioso argentino define como translector al individuo con capacidad de construir mundos
narrativos transmedia (múltiples medios y plataformas), de descifrar
multialfabetismos (en distintos formatos, géneros y lenguajes) y además de
sumar valor a sus contenidos.
[ii] Salinger, J.D. "Para
Esmé, con amor y escualidez" en Nueve Relatos (1953). La palabra ”Squalor” también ha sido traducida como
“Sordidez”.
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