viernes, 1 de junio de 2018


Margaret Atwood: la distopía feminista
contada por una criada

David De los Reyes

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Margaret Atwood y Graeme Gibson. Ilustración de Steven P. Hughes

La escritora canadiense Margaret Atwood se propuso escribir para 1985 una de las narraciones de ficción que  induce a una abierta y despiadada distopía feminista (un mundo ficticio que nos presenta un futuro inaceptable para las mujeres y, por ende, para la humanidad en general).   El cuento de la criada (The Handmaid's Tale), es la obra que plantea el ejercicio imaginario y político de un mundo sórdido e inhumano, con unos Estados Unidos de América dominado por una fuerza terrorista y fundamentalista islámica, monolíticamente jerarquizada, que somete a su dictamen a la humanidad, pero, dramáticamente, impone la reducción absoluta de la libertad a las mujeres, su corporalidad y performance bajo el prisma de una mirada sórdida de una sociedad totalitaria, instaurada a través del dogma y  el sometimiento religioso de un monoteísmo patriarcal y autoritario. Un mundo donde las mujeres, muy parecido al sometimiento al género femenino por el fundamentalismo islámico actual, cumplen misiones psico-biopolíticas muy específicas:  las cuidadoras de hijos, las esposas estériles de la clase dirigente; las tías, que son mujeres adiestradoras subrogantes del régimen; las marthas, que son las encargadas de la limpieza de la clase de la nomenclatura; las mujeres de las colonias, especie de personal recolector de basura radiactiva (el mundo había sufrido un colapso atómico entre otras cosas) y de cadáveres de las guerras;  unas porné,  especie de mujeres de placer o esclavas sexuales; y la codiciada  condición femenina de ser un cáliz para la reproducción, que se presenta en la voz  de la narradora en primera persona y protagonista de este diario particular, a las mujeres que sólo son aptas para prolongar la especie y proveer herederos a la  clase dirigente, pues las esposas de éstos, como dijimos antes, por lo general eran estériles. Un mundo en que la tasa de nacimiento es prácticamente nula. Una situación política donde se ha eliminado cualquier derecho de la mujer que pueda haber sido reconocido dentro de una sociedad pluralista y democrática.
La voz de la narración tendrá sólo el nombre que se le ha asignado en función del nombre del funcionario que es su propietario. Ese pensamiento femenino escrito y presente en toda la narración es Offred en inglés (en español Defred), la cual nos presenta, a modo de recuerdos  entrecortados, su mirada y reflexión del mundo en que vive y en el que vivió después de este cambio de poder omnímodo de los hombres y del control absoluto de la población indefensa. Una realidad en que todo movimiento está pre-escrito, controlado, comedido y en que los Ojos de los espías de la dirigencia se hacen sentir en todo momento sobre tu ser, desde todos los ángulos de la vida bajo la sombra de la posible y efectiva muerte. Pasado y presente se conjugan en la voz de esta mujer casi anónima.
El nombre de estas  mujeres cálices-ponedoras,  tienen el posesivo “de”  y por eso son nombradas De-Fred, que sería la criada propiedad de Fred, (pero que en inglés cambia a Offred; otros nombres son, por ejemplo, Dewarred: De Warred, Deglenn: De Glenn, etc). Mujeres que si no llegasen a  quedar en estado por sus dueños, denominados en la novela  comandantes, perderían los mínimos privilegios que les otorgan y pasarían a ser ejecutadas después de seis años dado el caso. El acto de cópula germinal es llamado la ceremonia, donde están juntos el esposo-comandante, la esposa del comandante y la criada-receptáculo/cáliz. Donde la sexualidad se reduce a un acto mecánico solo para la procreación.
El comandante advierte que  la situación vivida en el país está requerida por necesidad de supervivencia y orden, respuesta acorde de cualquier funcionario sometido y sometedor. Justifican su autoridad para obtener una realidad política donde se supone haber reducido al mínimo la violencia, pero la violencia está presente en todo el orden que reina tanto en los cuartos de las casas como en las calles, en el uso del lenguaje y en el pensamiento, en la gestual de los cuerpos y su eco corporal ante los otros, todo explayándose sobre  una población sumida en la ignorancia total respecto lo que pasa en el mundo por el control y reducción total de los medios de información.
El libro es rico en reflexiones en relación a la condición femenina y de las tonalidades de la oscuridad en una sociedad totalitaria de corte fundamentalista teocrática.  Una realidad donde el amor está prohibido; el enamoramiento es un mal a superar o inhibir: una enfermedad atroz, y las personas amadas están o muertas o desaparecidas; donde los nombres originales son arrancados de la mente de los sujetos y no se sabe dónde se encontrarán los amigos, un hijo, o un esposo.  Todos son desaparecidos, sintiendo la voz femenina de la narración como una desaparecida más, al haber sido reeducada y eliminada su identidad anterior y su condición como persona. Queda reducido su ser y hasta su no-ser a una biopolítica que conserva la vida en la medida que está moldeada, sometida, corporeizada en la trama cerrada y asfixiante del poder del estado teocrático-patriarcal absoluto.
Un ambiente donde la suerte de los fetos es incierta, por falta de aparatos y recursos médicos adecuados, junto a una atmósfera geopolítica plena de sustancias químicas y polución bacteriana  que transforman al aparato reproductor orgánico, junto a sus óvulos (como es el caso real y actual de la ciudad químico-industrial brasileña de Cubatao y el fenómeno de los niños cabeza de rama, debido a la contaminación química atmosférica),  pudiendo engendrar seres monstruosos, como el que pareciera referir Defred a su compañera de clases de adoctrinamiento y reeducación, Dewarren. Esto lo podemos observar en este párrafo:
“Pronto lo sabremos. ¿Qué será lo que Dewarren dará a luz? ¿Un bebé, como todas esperamos?  O alguna otra cosa, un No Bebé, con una cabeza muy pequeña, o un hocico como el de un perro, o dos cuerpos, o un agujero en el corazón, o sin brazos, o con los dedos de las manos y los pies unidos por una membrana? Es imposible saberlo. Antes podía detectarse con aparatos, pero ahora eso está prohibido. De todos modos, ¿qué sentido tendría saberlo? No puedes deshacerte de él; sea lo que fuere, tienes que llevarlo dentro hasta que se cumpla el plazo”.

La posibilidad de traer niños deformes en este mundo es la de una posibilidad entre cuatro, gracias a una biósfera saturada de sustancias químicas, rayos y radiación, junto al agua que se ha convertido en un hervidero de moléculas tóxicas.  Contaminación que es absorbida por el cuerpo humano, alojandose en el tejido adiposo corporal, como puede estarlo un río, o una playa. Es un mundo desquiciado en todos los aspectos, no sólo en las relaciones humanas sino en la ecología de todo ambiente. El peligro acecha por doquier. La vida, realmente, terminaría casi siendo un milagro. Un peligro que acecha tanto para un pájaro de la costa como para un bebé en gestación. Nadie escapa a la cadena de envenenamiento: Si un buitre te comiera, quizás se moriría. Un cuerpo que es un frágil armazón de vida, que oculta en su interior peligros, proteínas deformadas, cristales mellados como el vidrio. Que ya venía sucediendo desde décadas pasadas (como la nuestra), en la que todos  los humanos toman medicamentos, píldoras, además de rociar árboles saturados con DDT, vacas que comen  ese pasto envenenado, sustancias asesinas que se infiltraron silenciosamente en los ríos por las lluvias y las micciones humanas. No falta  en la novela la referencia a la posible catástrofe de las centrales atómicas de California debido a la llamada falla de San Andrés, arrastrando un cúmulo de enfermedades completamente nuevas y mortales para todo lo orgánico. En la ficción Atwood, el infierno es la tierra (ya no) prometida de Norteamérica.
En los comienzos de este cambio de régimen quedan suspendidos todos los derechos  humanos conocidos, y  la introducción de las nuevas técnicas de control fueron graduales. ¿Cómo las aplicaron? Durante las primeras semanas de esta suspensión momentánea,  los periódicos quedaron la mayoría clausurados por razones de seguridad; principio de desinformación general. Comenzaron a colocar alcabalas y aparecer los pases de identificación; principio de control de la movilidad humana. Situaciones que la mayoría aprueba al considerar la situación extrema causado el accidente antes señalado de la falla de San Andrés. También dijeron que se celebrarían nuevas elecciones, pero que ello requería tiempo para prepararlas; nunca llegaron; principio de engaño político esperanzador. Mientras, se tenía que seguir haciendo la rutina de todos los días; principio de mantener el orden para cambiar sigilosamente ese orden sin mayor protesta o disconformidad.
A las mujeres les congelan todas sus cuentas bancarias. Solo las de los hombres son permitidas. Todas las cuentas que tienen una H (hembra) en lugar de una V (varón) las deshabilitaron. Gracias a la informática todo lo que tuvieron que hacer fue tocar unos cuantos botones. Dejando a las mujeres aisladas. Las mujeres ya no pudieron tener nada de su propiedad. Era la nueva ley. Si estaba casada le traspasaron el dinero a la cuenta de su marido. Si no, a un miembro varón cercano familiar. Las despiden de sus trabajos de manera masiva. Tampoco quieren que vayan a ningún sitio; ninguna movilidad autónoma. Y todo ello en el más profundo anonimato, no se sabía quién estaba haciendo todo eso.
Defred, la criada de la voz de la narración, en su cuarto, dentro de su armario, descubre una inscripción en latín,  en una de las paredes interiores, que decía Nolite te bastardes carborundorum, (No dejes que los bastardos te carbonicen), escrita por su antecesora criada, quien se había suicidado o al menos es lo que le dijeron a ella. Y ella lo tomará como un lema que le guiará en la incertidumbre vivida de forma permanente. El problema no sólo lo tenían las mujeres, nos dice. El problema principal era el de los hombres. Ya no había nada para ellos anhelar. ¿Qué no había? ¿Sexo, amor, seducción? No, eso no es lo que refiere el personaje. Puede ser una parte, pero no era todo. Siempre se podía conseguir satisfacción sexual de algún modo, pagándolo, por ejemplo. Lo que realmente no había era nada por lo que se justificara trabajar, o nada por lo que luchar; un horizonte vacío que nutre sólo el sentido de existir acorde con una autoridad teocrática. Todo deseo o aspiración estaba apagado, anulado, autorreprimido desde la persona en la imaginación de los humanos. Una época que se quejaban de tener la incapacidad para sentir y por ello hasta los hombres se desvincularon del sexo.
Para los dirigentes de este mundo se había llegado a eliminar grandes problemas de la existencia humana y el sexo era uno de ellos. Donde las citas eran vistas como actos  difíciles para los solteros, las indignidades sexuales vividas en los institutos de secundaria o universidad. El mercado de la carne. Y el comandante, cabeza de familia, al preguntarle su criada Defred qué pasaba en el mundo actual, le refiere lo que sigue en relación a las mujeres:

“¿No recuerdas la enorme diferencia entre las que podían conseguir un hombre fácilmente y las que no podían? Algunas llegaban a la desesperación, se morían de hambre para adelgazar, se llenaban los pechos de silicona, se achicaban la nariz. Piensa en la miseria humana. (….) Siempre se estaban quejando. Problemas por esto, problemas por aquello. Recuerda los anuncios de la columna personal: Mujer alegre y atractiva, treinta y cinco años... De este modo todas conseguían un hombre, sin excluir a ninguna. Y luego, si llegaban a casarse, podían ser abandonadas con un niño, dos niños, sus maridos podían hartarse e irse, desaparecer, y ellas tenían que vivir de la asistencia social. O de lo contrario, él se quedaba y los golpeaba. O, si tenían trabajo, debían dejar a los niños en la guardería o al cuidado de alguna mujer cruel e ignorante, y tenían que pagarlo de su bolsillo, con sus sueldos miserables. El dinero era la única medida valiosa para todos que no respetaba a las madres. No me extraña que renunciaran a todo el asunto. De este modo están protegidas, pueden cumplir con su destino biológico en paz. Con pleno apoyo y estímulo. Ahora dime. Eres una persona inteligente, me gustaría saber lo que piensas. ¿Qué es lo que pasamos por alto?”
“El amor, afirmé”, responde Defred

Es un mundo en que el amor ya no cuenta. Es visto como una anomalía histórica. Un fiasco. El mundo construido por este fundamentalismo lleva a la ¿felicidad? de haber devuelto las cosas a los cauces de la naturaleza. El amor era estar en lunas, es decir, lunática, desprendida de la condición pasiva y acrítica exigida por el régimen. Que pide insensibilidad extrema, indiferencia ante los hechos, ignorancia emocional, neutralidad en la sensibilidad, en convertirse en muertos en vida para dar sólo vida sin más, que es el caso de las criadas, las cálices, las reproductoras de un mundo carentes de mujeres fértiles.  Pero a todas estas,  Defred, a diferencia de muchas de sus amigas, y en especial de la rebelde feminista Moira, abdicará, renunciará a todo, se vaciará, no querrá sentir más dolor; no quiere ser una muñeca colgada en el muro de los ahorcados por donde pasa todos los días al ir de compras,  sabe ceder su cuerpo libremente para que lo usen los demás. Pueden hacer con ella lo que quieran. Ser un objeto. Pero algo tiene seguro, y es que quiere seguir viviendo al saber que  su hija raptada, perdida, está viva. Su relato termina al escaparse de forma inesperada gracias a la ayuda del amante y sirviente, chofer y espía de Nicke, hacia Canadá, que ahora pareciera ser, a todas estas, el paraíso recobrado.  
El texto contiene un Informe Final de ese país fallido y fracturado llamado Gilead. Informe  que nos revela  que toda la narración Defred es un caso de estudio para la ciencia social muchas décadas después de los hechos. En él se lee cómo fue estructurándose el nuevo orden inquisitorial. Y cómo inmediatamente se creó una reserva de mujeres mediante una simple estrategia:
“…la simple táctica de declarar adúlteros todos los segundos matrimonios y las uniones no maritales y de arrestar a las mujeres y, sobre la base de que ellas eran moralmente incapaces, confiscaban a los niños, que eran adoptados por parejas sin hijos, pertenecientes a las clases superiores, y que estaban ansiosas por tener descendencia a toda costa. (Durante el período medio, esta política se extendió hasta abarcar a todos los matrimonios no contraídos por la iglesia estatal.) Los hombres que ocupaban altos cargos en el régimen podían elegir y escoger entre las mujeres que habían demostrado sus aptitudes reproductoras por el hecho de haber tenido uno o más niños saludables, característica deseable en una era de caída en picado del índice de natalidad caucasiano, un fenómeno observable no sólo en Gilead, sino en la mayoría de las sociedades caucasianas del norte de aquella época.

El científico que  lee su conferencia ante una sala de especialista sobre el caso,  llega a ciertas conclusiones de la infertilidad de la época al declarar que, aunque las causas no son del todo claras, se puede deducir que el fracaso de reproducción se debió  a la disponibilidad de métodos de control de  la natalidad incluido el aborto, durante el período pre-gileadiano. Esta distopía nos traslada de un mundo secuencial a otro en que  una mayoría de la población femenina buscaba y deseaba la infertilidad. Una era histórica en que la Cepa R de Sífilis y el Sida estarían haciendo desastres, eliminando a gran parte de la población joven y sexualmente activa como reserva reproductora. A  ello habría que agregar, en esta ficción narrativa, lo que aportó para la catástrofe todo ese tiempo,  los diversos accidentes de centrales nucleares, cierres e incidentes de sabotaje que caracterizaron el período imaginado, guerras biológicas, así como ya hemos referido antes. Pues:

"a fugas de productos químicos y de sustancias para la guerra biológica y lugares destinados a la evacuación de desechos tóxicos, de los que existían varios miles tanto legales como ilegales, en algunos casos, estos materiales simplemente se vertían en el alcantarillado, y al uso incontrolado de insecticidas, herbicidas y otros pulverizadores.

Tales catástrofes vinieron a prodigar niños muertos, engendros deformes, casos de abortos espontáneos, etc., de esta realidad distópica ficcional. Convirtiendo a la fertilidad un caso crítico para la subsistencia de las naciones. Se le impuso a la población femenina la realización de pruebas de embarazo, prohibición de métodos de control de natalidad. Y ello supeditado todo ascenso o descenso de salario al hecho de la fertilidad
Bien nos dice Atwood al final de su novela, que  esta situación del mundo no surge por generación espontánea. Es fruto de gérmenes y elementos que van incubando en  la sociedad previa a donde se expanden conformando la nueva realidad atroz.  Ningún sistema es del todo original. Todo nuevo orden incorpora muchos elementos del anterior, como lo demuestra, según la autora, “la existencia de elementos paganos en la cristiandad medieval, y la evolución hasta llegar a la «K.G.B.» rusa a partir del anterior servicio secreto del Zar”. El caso de Gilead no fue una excepción a la regla. “Sus principios racistas, por ejemplo, estaban firmemente arraigados en el período pre-gileadiano. Y estos temores racistas proporcionaron parte del aliciente emocional que permitió que la toma del poder en Gilead fuera un éxito”.
Para terminar esta reseña de El cuento de la Criada de Atwood, esta obra nos muestra que  el pasado tanto lejano como reciente, “arrastra una gran tiniebla llena de resonancias. Desde ella pueden llegarnos algunas voces; pero lo que nos dicen está imbuido de la oscuridad de la matriz de la cual salen. Y, por mucho que lo intentemos, no siempre podemos descifrarlas e iluminarlas con la luz prístina de nuestro propio tiempo”.
Leer la distopía feminista de esta autora nos despierta la sospecha de un posible mundo que está construyéndose (o está en ciertos países ya construido y sea una realidad), en torno nuestro pero sin darnos cuenta de ello, y puede que sea menos ficción y más realidad de la podamos percibir. Comprender que esta gran tiniebla está llena de resonancias que entre el ruido del universo contaminante de imágenes digitales infinitas que se colocan en torno nuestro, disponiéndose como  bosque tupido y distractivo de datos, para imposibilitar vislumbrar el horizonte cerrado y férreo que hoy puede estar elevándose por doquier.


Bibliografía
Atwood, M. (1985): El cuento de la criada, PDF. En: https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites&srcid=ZGVmYXVsdGRvbWFpbnxhdHBkYm9va3N8Z3g6MzAzNjA5Njk2NGMwYjcwMg. Visitado el 15-05-2018..
Atwood, M (2017): Un mundo de cuentos. Ed. Rev. Letras Libres, N°22, dic-2017. En: https://www.letraslibres.com/sites/default/files/2017-12/Convivio-atwood-esp_0.pdf. Visitado el 28-05-2018.
Hériz, E. (2017): Un regalo de Margaret Atwood. Ed. Rev. Letras Libres, Enero-2017. En: http://www.letraslibres.com/sites/default/files/2017-01/convivio-deheriz-esp.pdf. Visto el 25 -05- 2018


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