domingo, 1 de agosto de 2021

Antonio Pasquali y su utopía comunicacional David De los Reyes

 

Antonio Pasquali 

y su utopía comunicacional[1]

David De los Reyes

Uartes (Ecuador) - UCV (Venezuela)



Imagen: Serie "Camino al Dorado", Paso 4. DDLR 2021


 

 

El insomnio de la razón tecnológica, no temperado por una

Racionalidad de los fines, produce monstruos.

A.      Pasquali: Comprender la Comunicación.

 

Preámbulo

Antonio Pasquali (AP), (Caracas, 1929), obtuvo su licencia en filosofía por la Universidad Central de Venezuela. Realizó posteriormente estudios de postgrado en las universidades de París, Oxford y Florencia. Creador del Departamento de  Estudios audiovisuales de la Escuela de Comunicación Social de la UCV y del Departamento de Tecnología Audiovisual del Ministerio de Educación. Trabajó como Subdirector General en la UNESCO en el área de Comunicación desde 1984 a 1986. Es Doctor Honoris Causa por la Universidad Central de Venezuela.

 

Es uno de los más calificados investigadores y teóricos internacionales venezolanos en el campo de los medios de comunicación y sociedad en sus múltiples aspectos; sus trabajos han sido ampliamente reconocidos  y han influido en especialistas posteriores que han abordado el tema. Sus propuestas están en el área de una epistemología de la comunicación a partir de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfort, así como  de diversos planteamientos estructuralistas y propios respecto a una deducción de una teoría del conocimiento que se une a una interpretación de las categorías dinámicas que la componen.  Todo ello hasta llegar a plantear, ya desde sus primeros trabajos, una Teoría Crítica de las Comunicaciones.

 

El conjunto de sus obras han aportado perspectivas originales y significativas en el avance de ésta área de estudios. Desde sus pertinentes enfoques de campo sobre la dinámica de los medios de comunicación en Venezuela y su discutida existencia como servicios sociales públicos y privados hasta  sus aspectos teóricos junto a los avances técnicos y legales sin olvidar sus  implicaciones  a partir de una crítica determinante y documentada  respecto al nuevo orden mundial   del  llamado cibermundo, sumándosele hoy  a su concepción, la búsqueda de un futuro ecológicamente viable para el rescate del mundo (su última obra, Del Futuro, 2000, gira sustancialmente en torno al tema de la ecología y la tarea imperiosa de salvar al planeta como único habitad humano, prácticamente, en todo el universo).

 

Partir de la comunicación y de la cultura de masas

Su visión se ha  dirigido a describir y proponer un mejor uso de los medios en función de las necesidades de desarrollo cultural de la población. Es así como nos muestra en su prefacio de 1963 en su conocida obra Comunicación y cultura de masas (1970), el grado de mediocridad y empobrecimiento que impregnó al pensamiento latinoamericano adherido a un antropologismo sin realce  científico y  a una postura complaciente y desinteresada de rescatar la realidad para intentar mejorarla y enjuiciar la difusa y patriarcal mediocridad que nos aqueja (1986:39). De una actitud exegética, anclándose en una alienación acelerada sobre los modelos  de pensamiento contemporáneo,  su posición es la de aquel que aspira a forjar una tarea comprometida  y realista  que pueda decantar sus reflexiones  en un devenir  portador de proyectos sociales, políticos y morales, sin quedar en  pura táctica circunstancial.

Sus pensamientos podrían verse aparentemente sumergidos ante cierta sospecha  frente a la cuestionada actualidad mediática nacional, ya que solicitaba cierto saneamiento cultural y social;  un compromiso junto a una autoconciencia donde convergen los teoremas en praxis como criterio verificable de una verdad ética ciudadana. Una geografía de la pobreza y de la depresión que imponía a la inteligencia y a toda mente despierta, para esa época,  salir de los islotes de la parasitaria  prosperidad que ha desarrollado el estadio social productivo del momento; una negación de la prostitución cultural y de las formas colectivas del saber se hacían necesarias –aún hoy- para el quehacer de ese pensamiento latinoamericano. Una dependencia más sutil y operante veía cercar de manera imponderable al hombre gracias a diversos mecanismos de control y organización simbólica  y moral. En el fondo se volvía a hacer patente una superación del tan referido estadio, para ese entonces, de la alienación cultural. Pensaba que un análisis racional de tal situación podía llevar y conducir a una labor sectorial la desalienación individual/social; infundir una eticidad sostenida en el reino de los fines los cuales siempre han sido constantemente eliminados en los rigores  neutralistas de la sociología empírica. Con ello pretendía  superar uno de los traumas  más profundos  que nos aquejaba y posiblemente aún presente, el de la atrofia comunicacional o el anquilosamiento dirigido en las formas básicas del saber (1986:42); es la condición de una superestructura cultural atrofiada y una infraestructura acorde a ella.

 

Su proposición axiomática  estaba en establecer  las mutuas implicaciones dialécticas entre las formas de un con-saber (o saber-uno-con-el-otro) y tipo de convivir (referido a estructuras sociales globales), las cuales definen el con-vivir en relación con el con-saber. En el fondo nos dice que respecto a la comunicación  lo que le urge es  el análisis de cómo-se-sabe-uno-de-otro para extender el sentido de la realidad comunicacional latinoamericana.  Su intención, desde ese primer específico trabajo, era  un intento  concreto de  inaugurar  un nuevo sistema categorial de  relación para la razón sociológica a partir del concepto de comunicación. Unas categorías dinámicas de inspiración comunicacional que  proponían  unos conceptos  surgidos  de distintos contextos teóricos: de la filosofía social, la cibernética, la teoría de la información y del psicoanálisis, etc. y que no habían sido sistematizados en un todo teórico dentro del campo de los estudios de dicha área. Aparte de esta constante preocupación de AP, evidente en sus estudios, nos toparemos con  reflexiones y trabajos de campo  que intentan –y lo logran- desentrañar la realidad comunicacional  y cultural venezolana del momento, sobretodo por una preocupación que por varias décadas sería su piedra en el zapato, es decir, sus observaciones  e implicaciones culturales y morales respecto al desarrollo de la información audiovisual establecida en el país tanto a nivel privado como público, campo que consideraba altamente sintomático (1986:43). Para este autor fue una constante constituir  una nueva tipología social mediática  en torno a inéditas perspectivas sobre el manto de un progresismo surgido desde la teoría crítica y de las ciencias humanas. Damos inicio de esta lectura de AP comenzando por el principio, por su interpretación en clave comunicacional de la teoría crítica social de la Escuela de Frankfort.

 

 

Sobre la teoría crítica social  leída en clave de comunicación

AP ha sido uno de los mayores entusiastas y estudiosos de la Escuela de Frankfurt y su concepción de la teoría crítica inscrita en los trabajos de Adorno, Horkheimer, Benjamin y  Marcuse. Desde sus primeros libros siempre encontramos en ellos  un registro dedicado a ella, a su importancia y pertinencia en el análisis de los medios de comunicación que surge, sobre todo, de la obra Dialéctica del Iluminismo, trabajo en el que hallamos a uno de los capítulos más referidos y comentados, utilizados  e interpretado por sociólogos y comunicólogos, el referido a la Industria Cultural de Adorno/Horkheimer, (concepto que hemos aludido anteriormente en esta revista en un artículo en el cual comentamos la obra de Ludovico Silva y su concepción de Plusvalía Ideológica[1], otro autor que no dejó pasar indiferentemente al mencionado  capítulo de la Industria Cultural. Ver Rev. Comunicación #121).

Pasquali, conocedor de la realidad tercermundista, publicó en los años sesenta la obra Comunicación y Cultura de Masas. Texto que fue reeditado en los años setenta de manera sucesiva; convirtiéndose en punto de referencia insoslayable para todo trabajo comunicacional de rigor; cita que bien puede ser para reafirmar sus propuestas o para negarlas, pero de obligado conocimiento a la hora de adentrarse en los análisis sobre la comunicación en Latinoamérica  o en nuestro país.

 

Una visión diversa y crítica nos da esta obra acerca del paisaje comunicacional. Una comprensión de cómo se expande la anestesia represiva, la masificación programada y el mitridatismo propagandístico de la ingeniería comunicacional tanto mercantil/privada como pública/gubernamental. Ninguna esfera existente sale bien parada en  sus apreciaciones.

 

La teoría crítica de la sociedad aportó una sociología del conocimiento junto a los juicios surgidos a partir de la interpretación del mejor moralismo clásico. Una filosofía inscrita en el primado del eudemonismo hedonista epicúreo y neo-freudiano, junto al acercamiento del neomarxismo crítico  en tanto instrumento de cambio social y de interpretación  teleológica de la realidad a superar; todo ello vendría a  provocar un replanteo de la filosofía política  sobre la base del primado de la red virtual, concreta y material de las comunicaciones.

 

Critica a la psicología analítica por sus desviaciones de corte revisionista y mercantilista; ataca a la escuela de la sociología empírica, la cual sólo mide y clasifica, manteniendo posturas irracionales y místicas  al recortar los hechos  del contexto social de los factores que lo originan. Sólo una filosofía crítica de la comunicación vendría a aprehender para este autor la tarea de encontrar un verdadero sentido y función de cada hecho comunicacional, abstrayendo y desentrañando  todos sus  factores causales (1986:20). Siguiendo a  Horkheimer, acuña que a la filosofía sólo le queda un solo camino, según su compromiso epistemológico, y éste es sólo la crítica; la filosofía entendida como crítica al orden existente; crítica del uso instrumental de las disciplinas científicas y sociales a las que se pretende someter las formas del saber. Un alerta reflexivo al olvido de los fines racionales y humanos y del formalismo subjetivista que sólo atiende a la eficacia de los medios y deja lo demás de lado. Esta filosofía crítica aspira, para AP, mantener el poder negativo de la razón contra el positivismo degenerado (1986:21) y denunciar el mero funcionalismo y la perversión del auténtico eudemonismo  objetivo de la cultura y del saber.

 

¿Un epicureísmo mediático?

Como se ha visto, AP sostiene una condición epicúrea de la filosofía, la de aspirar a una felicidad y cierta liberación eudaimonista en tanto mejoramiento de vida individual y social. No sólo mostrarla como frío análisis de medios y unos objetivos a realizar, sino que en esa actividad también debe aspirarse a cierta tranquilidad del vivir auténtico en la medida que la filosofía se propondría en tratar de controlar permanentemente, en la realidad social, el desenlace práctico de todas las premisas teóricas. Es por ello que exige someter a prueba  toda idea o proyecto en el terreno práctico de las consecuencias, analizando cada hecho el cui prodest  de todo evento social comunicacional. Todo desarrollo crítico debería tener un reflejo material al decantar sobre el cauce de lo social. Filosofía en tanto mirada crítica permanente ante toda postura que se  esconda bajo la égida del  antifinalismo instrumentalizado. Ello ofrecería  presentar  cierta garantía y distancia ante todo sistema  de carácter único de dominio y del divorcio tecnócrata entre  filosofía y contexto humano ideológico, propiciando una pluralidad comunicacional. Una filosofía crítica que aspira poseer una función terapéutica y con anhelos de  una perspectiva  racionalista laica  acerca del poder establecido.

 

Sus propuestas no quedan en la mera descripción de la sociología  cognitiva o estructural, o  de la filosofía analítica o del neopositivismo complaciente que terminan dejando las cosas tal como están: terminando afirmándose en el cerco de una lógica totalitaria del  hecho cumplido (Marcuse); impartir la denuncia del abuso y encomendar  a una posición y acción sería lo propio de dicha teoría crítica; donde la lógica exige una relación con los hechos sociales construidos por el devenir de la razón práctica humana. AP  se inscribe dentro de una filosofía crítica que también es constructora y participe del contexto político al proponer, al igual que la ciencia, que sólo  puede comprenderse y legitimarse en relación con la sociedad a cuyo servicio funcionan.

 

Volviendo a Horkheimer, advierte que  toda concepción positivista  adapta la filosofía a la ciencia, exigiéndole prácticas más que razones, esto en lugar de contrastar la ciencia con la filosofía. Filosofía como una  ancilla administrationis proponiendo al razonamiento científico en tanto rector mundi ético. No se trata de pensar que una concepción de la felicidad, de la libertad y del bien pueden desprenderse del saber de las ciencias, como pasa con los neo-tomistas que tienden a identificar  verdad y bondad con realidad (1986:23): de ahí que su concepción incita a obedecer a la realidad dada, enunciado al que se opone la teoría crítica anteponiéndose su antiprincipio negativo: lo que es, no puede ser verdad.

 

Es una postura atenta que aspira denunciar a todo el universo totalitario de la racionalidad tecnológica que, en su proseguir, inculcó según AP, una moral egoísta y del éxito superficial o de vistosos pseudo-éxitos, de un bienestar consumista y de tenue y opaca satisfacción. Es por ello que ese optimismo tecnológico, ahora más presente que nunca en el cerco comunicacional del fenómeno de las redes y del fantasma de la virtualidad  cibernética, viene a darnos una justificada  sospecha de  trágica inautenticidad, presente  apenas al ejercer la crítica ante ese mundo  de postulados optimistas a priori  y con sus consecuencias reales implícitas en su práctica; una autocomplacencia  que viene a ser instrumentalizado por  agentes extraculturales con el propósito, de reforzar el control y el dominio[1].

 

Envueltos en este manto deificado y reificado  de la tecnología viene a desembocarse en una sociedad partícipe de un iluminismo degenerado  que se sustenta en un equilibrio del terror, ridiculizando todo esfuerzo a sobrepasar tal situación.  Tal diatriba acerca de la técnica termina siendo un campo de reflexión filosófica que para AP decanta  en la distinción  entre posesión y uso de aquella.

 

Esta filosofía crítica persigue ser una filosofía genuinamente social; una teoría que no se queda con describir (propio de la lógica totalitaria del hecho cumplido) sino en criticar la realidad social en tanto fidelidad o traición a un modelo teleológico de realidad y perfección humana.

 

Su planteamiento acaba siendo, por una parte, una filosofía crítica cognitiva y a la vez moral: aspira a un mejoramiento de la condición humana en función de unos fines a alcanzar dentro del contexto histórico laico-material. Esto plantea la aparición de  un imperativo de negación racional y sistemático de lo positivo (1986:25) Aquí lo positivo representa un momento estático y narcisista de una degradada razón que se desarrolla históricamente en términos funcionalistas de eficacia, control y dominio;  en el que la acción negativa, en tanto momento dinámico, dialéctico y crítico (no-espontáneo) de una razón, debe contrastarse frente a la positividad perversa, es decir, sin perspectiva finalista. Retomando a su albacea filosófico, Horkheimer, se suscribirá en una filosofía que no se transforme en  mera propaganda doctrinaria  ante el mundo que rebosa ya de propaganda, al punto de creer  que el lenguaje  no sugiere  ni connota ya nada que no sea propaganda. Negación, en tanto sea construcción de sentido, alteridad, inversión de la positividad, de la alienación sintomática, para convertirse en catarsis, recuperación y autonomía de la razón: en esos parámetros se constituía ese nuevo racionalismo  realista y crítico. Un reemplazo del verum  satisfecho en la simpleza del fatum y de la que nace la fórmula: lo que es, no puede ser verdad. Lo que es, sólo podrá ser negado o aceptado bajo un plan teleológico, al constatarse que no es aún lo que debe ser. Es el momento, que gracias al debe, lo real se hace objeto de su negación, realizándose una perspectiva  aún ideal y superior. Esta instancia finalista de la realidad es algo que activa toda perspectiva crítica;  vendría a engendrar, internamente en sí, el planteamiento de una nueva utopía social. Condición que implica una terapia y una liberación: que intenta  restituir en el hombre sus capacidades de valorar y enjuiciar la realidad a la luz de lo que debería ser y no es. La eticidad vuelve a ser  puesta de pie –sin complejos de inferioridad- y enfrentada  al dominio teórico y práctico  de un universo  a-valorativo y  simplemente eficiente, a las falsas dicotomías  de “las dos  culturas” (la científica y la humanista), a la faz de la razón tecnológica y a los supuestos  imperativos de la realpolitik (1986:28).

 

Se aspira a una moralización de la política, deslindarla de una falsa neutralidad; restaurar  ciertos fines humanos basados en la convivencia pacífica (Los ejércitos permanentes –miles perpetus- deben desaparecer con el tiempo, Kant: La paz perpetua), cierto sentido de bienestar individual (mejorar la calidad de vida), una liberación  de los falsos principios y esquemas de la realidad operativa (contra el consumismo pervertido), convirtiendo cada uno de estos fines, dentro de esta nueva utopía, en una necesidad futura (Hartmann). No en un registro de hechos sino en un retomar la capacidad de hablar de manera distinta de los datos fácticos gracias a una etología  que pone de muralla a la piel humana en resguardo.

 

Es así que para este primer Pasquali, la utopía significa  el único elemento progresista de la filosofía y el que impulsa un planteamiento crítico de los medios de comunicación en función de ese progreso más humano y no sólo tecno-científico. Este registro discursivo siempre girará sobre los conocidos planteamientos de la Escuela de Frankfurt, de sus conductores: Marcuse, Adorno y Hokheimer.

 

Una filosofía social vista desde la comunicación

El planteamiento de una filosofía social negativa, como se ha dicho antes, debe  ser leída en clave comunicacional. Pues para ese momento (hoy en ciertas áreas más que nunca se ha ampliado la libertad de comunicación del individuo: telefonía celular,  usos del internet, etc.), los medios de comunicación son para él, la punta de lanza de una tecnología  en tanto expresión suprema de la razón instrumental y represiva (1986:29). Una filosofía que altere el equilibrio homeostático de amos y siervos mediáticos; un prescribir el principio de realidad que tiende a perpetuarse en posibilidad distinta al que usa el lenguaje del poder y de la administración total; una nueva razón negativa que muestra la trampa de los ingenieros de almas, al reforzar la carga  compulsiva del super-ego social proponiéndole participación en una sociedad civil consciente de sus fines y esperanzas sociales.

 

Por ello, establece que un surplús  informativo, expresión de una explosión cuantitativa,  no equivale a entender sintomáticamente una mejor y buena información; es sólo instrumento  útil a ser empleado  en el pervertido consumismo obligatorio mediático. Por tanto, este texto afirmará una y otra vez que el uso actual  de los medios de información  por parte de  la industria cultural  debe ser negado, pues, con carácter prioritario (1986:30). Ante esa positividad comunicacional le anteponía, para el momento, la utopía comunicacional que vendría a reinstalar la libre circulación del saber donde sólo se nos acostumbra a escuchar las voces dominantes de la unidimensionalidad comunicacional. Un mundo que ha terminado de traspasar los procedimientos de la industria material a la cultural: toda repetición mecánica de un mismo producto  cultural usa la misma lógica del slogan propagandístico. Vuelve a hacer suyo el principio de Horkheimer-Adorno: Las comunicaciones  masivas reducen  todos los reinos  de la cultura  a un común  denominador: la forma de mercancía. De ahí que el lenguaje de la gente sea, según estos términos, un remedo del lenguaje de los amos, de sus benefactores, de los agentes publicitarios.  Un nuevo oscurantismo mediático hace cerco a la semántica del mundo por el uso reiterativo e instrumental del lenguaje esquemático consumista.

 

En esta primera aproximación teórica AP advierte que  el panorama comunicacional es el reino de la estabilidad absoluta e inercial de las instituciones democráticas, lo que viene a traducirse en una paralización o neutralización de los conflictos, ante aportes renovadores de una realidad cristalizada. Ante ello  propone una  restructuración  de los respectivos sistemas de comunicación masivos para el momento; esto quedaba como una  propuesta a realizar más que haber propiciado un cambio con verdadero sentido democrático ante el mundo político/económico oficial. Por eso los jefes de gobierno y las fuerzas vivas de la economía y de la política lo defienden con tanto calor. Porque  en el fondo de sus almas intuyen  oscuramente la factibilidad de la hipótesis marcusiana: que la desintegración del sistema  imperante en las comunicaciones  los dejaría sin voz y sería  el preludio  real de la desintegración de todo el sistema de poder (1986:38).

 

El pensamiento crítico comprende que la industria cultural no es una  factoría cualquiera: es una meta-industria; estos pensadores experimentarán en carne  propia  las cargas que tienen que  arrastrar para poner en circulación, distribuir y promocionar sus  propias obras críticas, sus ideas acerca de ese asunto.  Es aquí donde se hace más imperativa la afirmación de Horkheimer: Tener fe en la filosofía significa no permitirle  al miedo que disminuya nuestra capacidad de pensar.

 

La variable comunicación

En  otra faceta de su trabajo investigativo  se planteó la tarea de comprender,  establecer, definir, limitar y precisar  qué es la comunicación más que fijarse en los medios de comunicación de forma sesgada. Pensó que se había inaugurado toda una terra incognita a partir de los  procesos técnicos comunicacionales que, si bien es cierto, ello  no le resta importancia al hecho humano cultural, y  como lo hace notar en el reino de la naturaleza entre sus componentes orgánicos donde se han establecido desde siempre relaciones de inherencia, relación, complementación y comunicación entre miembros de  una especie  con eventos y miembros de otras especies.

 

Ha habido autores que han presentado  al concepto de comunicación invirtiendo el orden de la discursividad,  recurriendo a la pretensión epistemológica del silogismo. El caso es que la comunicación no puede ser asumida como un invento reciente de la revolución industrial para acá o de los aportes únicos de la teoría de la información o de los procesos cibernéticos de información establecidos entre máquinas. La comunicación, como bien defiende nuestro autor, no puede ser reducida a los medios de comunicación; visto así es una perversión intencional de la razón y tosco artificio ideológico (1985:11). Su concepción lo lleva afirmar que la racionalidad propia de los medios de comunicación  es instrumentada por el poder como racionalidad de dominio; advierte, por la posesión de cuantiosas posibilidades de acumulación informativa y expansión instrumental de medios, un desequilibrio en las comunicaciones, dividiéndolas entre comunicaciones débiles y fuertes acordes a esa administración y posesión de recursos y redes. El comunicador fuerte puede hacer gala de un Big Brother,  el cual es sólo una voluntad de poder; la tecnología ha abierto, extendido, diversificado y ampliado esa posibilidad.   Cumpliéndose su hipotético  pronóstico dado en los ‘70: las superpotencias  traspasarán  todo  lo que puedan del sector secundario de  la economía (contaminante y problemático), a los  países subdesarrollados (o en vía de desarrollo, DR), para concentrar  todo su poder  en los sectores terciario  y cuaternario de la (comunicación/información), generadores del mayor valor agregado y de controles realmente globales (1985:13).  El peso de lo virtual comunicacional de la sociedad de la información y el manejo e influencia del capitalismo informacional en nuestras vidas no hace sino confirmar estar observación asertiva.

 

Qué es la comunicación

Toda comunicación, en primer grado, produce una interacción biunívoca  del tipo con-saber (saber compartido) y ello es posible al  traspasar dicho saber a los dos polos que comparten una estructura relacional conjunta, siendo definidos como transmisor y receptor. Dicha relación configura una ley de bivalencia donde todo transmisor  puede ser receptor y viceversa. Esto es propio de este estadio social humano pues las otras relaciones de comunicación con la naturaleza (relaciones de dominio y no de cooperación con ella) o con la materia bruta, resultan, hasta ahora, monovalentes: utilitarista, energética, destructora, etc. Respecto a las máquinas, en las que ahora se ha conformado todo un plexo comunicacional a la red de redes del internet, vendría a establecerse a lo sumo  una comunicación indirecta con el otro, gracias por el artificio impuesto que para AP rebasaría  los límites de la comunicación como tal y que viene a conformar sólo una relación de información.

 

Los únicos agentes que pueden establecer un comportamiento auténticamente comunicacional y social, no basado en un intercambio mecánico de informaciones-estímulo, serán los seres racionales, quienes son,  casi a priori, depositarios de un con-saber  y de unos instrumentos simbólicos que los capacitan para ser, a la vez, transmisores y receptores tanto a nivel sensorial como intelectual. Esto define al hombre como un  Ζόον λογον εξων, un animal hablante y dialogante (con o sin recursos artificiales de comunicación), lo cual es requerido para saberse –aristotélicamente-  en tanto animal político. Es así para AP (como para Norbert Wiener), la comunicación un término privativo de las relaciones dialógicas interhumanas  o entre personas éticamente  autónomas, y señala justamente el vínculo ético fundamental con un  otro con quien necesito comunicarme (1986:50). Comunicar no es  ni comulgar, ni fusionarse o alienarse; es  un estado abierto que da origen  a aceptar la alteridad de un interlocutor, una vinculación a un sujeto al que no se enajena  en esta relación; un reconocimiento de igualdad de los participantes dentro del espacio en que se efectúa. La comunicación es un pacto de conservación por parte del sujeto en ese contacto trascendental no fusionante; es tensión armónica entre dos polos (idem). Retomando el enunciado de Heidegger subscrito por AP,  la comunicación, en tanto relación simétrica, es un oír a otro o prestarle oídos por la mutua voluntad de entenderse; en terreno donde dos pensamientos se entrelazan y se insertan en una labor común que sólo en su conjunto se crea por el devenir que lo constituye. Tales argumentos son los que componen su Teoría de la Comunicación, la cual no tiene relación con una de la información de univocidad lógica, teoría que varió posteriormente con los aportes técnicos digitales actualmente conocidos.  En dicha teoría de la información vemos que está constituida por un receptor interpretante racional que es independiente de cualquier recepción de informaciones  obtenidas por  una máquina equipada para la interpretación, almacenamiento y elaboración de mensajes, propias de elementos efectores.

 

Lo dicho anteriormente hace que se establezca, necesariamente,  una diferencia de la información entre máquinas cibernéticas  y otra a escala antropológica. Es por ello que los factores cuantificables y axiomáticos de desgaste u obsolescencia de la información (o entropía progresiva de los mensajes degradados por la repetición o banalidad) y asimismo conceptos de redundancia y ruido, segmentación estética y  semántica, etc., sólo cobran  sentido a ese nivel antropológico, es decir, en relación con  un receptor  en tanto res cogitans,  en el cual le es inherente la interpretación no-mecánica del evento informativo. Una máquina receptora no tiene la habilidad  para descifrar determinados grados de la entropía   (repetición o canalización) de la información, ni discriminar un elemento semántico cuantificable y codificable, o un elemento estético ni un aumento de la información  debido a una imprevisibilidad, etc. (1986:52).

 

De ahí que habrá, acorde a lo dicho, transmisores y receptores respecto a una artificial o mecánica relación técnico-informática o a una dada  antropológicamente; encontramos que según los coeficientes comunicacionales estarían: T (sólo transmisor), R (sólo receptor) y T-R (transmisor y receptor). Tipología que puede aplicarse tanto a nivel mecánico como a nivel cogitativo, más los casos intermedios que puedan surgir. A nivel cibernético la comunicación  puede tener una relación de reciprocidad de información-estímulos pero no diálogo. En cambio la relación bipolar de  comunicación-información se establece entre entes no-mecánicos, habiendo así un intercambio de mensajes, con posibilidad de retorno no-mecánico entre polos dotados  de un igualitario coeficiente comunicacional (R-T) o de información.  Ello nos muestra que la diferencia entre una interacción comunicativa  y otra informativa estará constituida, esta última,  por  un bajo coeficiente de comunicabilidad; aquí no hay una posibilidad de reenvío o retorno no mecánico entre los  polos; la teoría de la información  establece  que toda transmisión de mensajes, entre  entes racionales y/o artificiales,  son unilaterales o sin canales de retorno; tal fenómeno decreta  el predominio de los medios de comunicación unilaterales de transmisión, que proporcionan una nueva relación al ámbito del con-saber social; posiblemente hoy cambie algo el panorama con la red de redes y su carácter, en ciertos aspectos bidireccionales.

 

 

 

La comunicación: un saber-social

Para que sea posible la comunicación debe constituirse, antes que nada, un saber-social que la anteceda. Es la intuición de la existencia de un insoslayable saber-común que viene a ser un elemento constitutivo y no superestructural de lo social. De ahí que se conforme la triada sociedad-saber-comunicación. Toda sociedad está en función de contener un saber para su existir y  ello exige la creación de unos medios comunicantes. Así podemos decir que  a cada estadio de desarrollo social le corresponde no sólo un determinado grado de saber sino unos determinados medios de comunicación que posibilitan su desenvolvimiento y supervivencia en tanto organización político-cultural. Sociedad-saber-comunicación es una triada imperativa para el existir de todo grupo humano; lo contrario, como bien sabemos, generada por  la mudez de los medios comunicacionales, nos arrastraría a una muerte social, que es silencio prolongado en el tiempo.

 

No hay ningún saber incomunicable; todo saber debe estar precedido de su posibilidad comunicativa; la filosofía  crítica conoce bien este planteamiento; por ello  rechaza todo lo referido a  toda experiencia mística o numinosa que no pueda ser trasmitida y por tanto conocida. En otros términos, todo conocimiento contiene un grado y modo pragmático de comunicación. La incomunicación es propia de lo incognoscible, de la separación, del conflicto, de la incomprensión. Ese grado de comunicabilidad es lo que define al saber  en torno a su plexo social.

 

Por tanto sólo existe sociedad o el estar-uno-con-otro donde se constituye un con-saber y esto se da al existir ciertas convenciones  que engendran formas de comunicación. Para AP la relación que se establece entre medios de comunicación  y totalidad social no es sólo, como se ha dicho, una relación de causa-efecto, o parte-todo, o super-infraestructura; implica una inherencia o mutua inmanencia dialéctica constitutiva (1985:48). El estudio de tales inherencias constitutivas entre medios de comunicación y sociedad es lo que puede ayudar a comprender y transformar  al subdesarrollo cultural,  combatiendo toda atrofia comunicacional  integrada en un presente histórico; sin embargo hoy pareciera necesario combatir más el aluvión de las informaciones que nos inundan e intentan distraer  nuestras vidas individuales,  ocasionando confusión mental de sobre-información y de irreflexiva posibilidad de elegir y conocer cuál saber, fines y sentido son importantes para nuestra calidad de vida.

 

Es entonces que por ello todo este conjunto de conceptos, comunicación, relación, inherencia, medios de comunicación, requirieron de una nueva sistematización  conceptual para comprenderse en tanto categorías dinámicas, las cuales están sujetas a un continuo cambio y evaluación de matices en su pertenencia dentro del juego social. Sus implicaciones, más que de corte semiológicas, psicológicas, estéticas o históricas, serán, en este autor, de orden sociológicas, con lo cual propone la necesidad de dedicarle una mayor atención por parte de la filosofía social.

 

 

Sobre el concepto de Comunicación

 

En nuestra época, ciertamente, la cultura necesita ventilarse,

sacudirse los paludamentos académicos y ponerse al paso con la civilización,

so pena de quedar  irremediablemente rezagada y perder para siempre su capacidad

de reflejar lo actual presente.

A. Pasquali: Comprender la Comunicación

 

La reflexión filosófica de AP respecto al tema, comprende, como ya dijera Ruesch y Bateson en 1955,  que la comunicación es  la matriz donde  están enclavadas  todas las actividades humanas, considerando  su éxito en tanto sinónimo de adaptación y vida; toda anormalidad de la conducta puede ser considerada como una perturbación en la comunicación; en psicología, el mejoramiento del sistema de comunicación individual viene a ser un punto importante para la superación  de toda perturbación y neurosis individual y grupal: sin comunicación no hay relación ni sociedad y, por ende, estallan los conflictos y la violencia extrema (que se puede comprender como negación de la comunicación entre iguales por una de dominio y desigualdad). Bien se pudiera comprender que toda actividad humana debería tener en la mira,  la importancia del intercambio de símbolos y actitudes,   junto a los procesos y las formas de cómo se establecen históricamente las comunicaciones dentro de cualquier situación y sociedad humana.  Ello para evitar el control unilateral y lograr un mejor desempeño en el con-vivir. Esta concepción propuesta  podría realizar un viraje sustantivo  y sintético dentro del sector de los estudios humanos.

 

Comprender la comunicación requiere, primeramente,  concebirla como categoría máxima  del entendimiento. Forma esencial que asume el concepto de relación  dentro de  un nivel  antropológico, sin reducirlo a la función de aparato técnico-propagandístico que incidentalmente interviene en dicha relación. Por tanto, la comunicación estaría limitada a ser discurso sobre  los medios de comunicación y no la comprensión de sus posibilidades expresivas  presentes desde los orígenes de la historia humana.

 

Su visión del tema se levanta contra cualquier postura que  algunos sectores de la investigación de medios  quiere imponer alrededor del núcleo de la comunicación en tanto discurso técnico-estético. Que para AP, ofrece una perspectiva amoral, asocial y a-histórica. Pensamos que dicha visión hoy resulta cuestionable. Son otras formas conceptuales por las que se llega a comprender  la condición múltiple y diversa de la comunicación. Sin embargo, para él era una situación imposible de aceptar; consideraba que el sistema de los medios  de comunicación ejerce  un poder global sobre el conjunto de la difusión, divulgación y diseminación de mensajes, modelos, comportamientos, estéticas, sensibilidades conocimientos y valores. Si bien  asumía a los medios en su estadio epocal como un cuarto poder,  posiblemente sean hoy el segundo por no decir el primero por gobernar o facilitar una buena parte de nuestra vida emocional e informativa.

 

Por otra parte,  haya una distinción entre la comunicación  tradicional y el nuevo sentido  de la comunicación tecnológica, encontrando diversos factores que la hacen posible. En esta dimensión  se unen  intereses militares, matemático-cibernéticos, tecnológicos en general, biológicos, industriales, psiquiátricos y económicos que son todos los factores que delinean ese nuevo contexto de la comunicación artificial humana; se crea toda una atmósfera  de realpolitik  basada en el rendimiento y control por las comunicaciones, una voracidad de poder alimentada y respaldada por lo que la llamó ideología iluminista-positiva.

 

AP observa que toda esta interpretación  unilateral de las comunicaciones técnicas actuales, en su carácter  histórico, puede ser comprendida constatando una lucidez creciente en dicho descubrimiento del concepto de la comunicación.  Tiende a identificarse  en buena medida con el sentido milenario del concepto de poder. Comunicación y Poder son dos conceptos que dentro de este paisaje de lo artificial comunicacional que describe AP, serían inseparables; sobre todo por aplicar los mecanismos del olvido inducido de los hechos de la historia, gracias a la variación y cambio perpetuo de los enunciados; creando una disponibilidad a-crítica y a-valorativa total, constituida alrededor del consumidor ideal.

 

La comunicación no es un hecho contingente ni intrascendente a esta escala;  sus funciones decorativas, estéticas, informativas y de entretenimiento   son determinantes para diseñar o modelar un sentido de la libertad simbólica de los individuos; tal situación  reedita la tesis de  Trasímaco ante el ejercicio de la justicia[1]: favorecer  al comunicador o canal de comunicación más fuerte, generando así su consustancial  injusticia social. La comunicación encarnará  un nuevo sentido de autoridad, de representatividad del poder político, científico y tecnológico; por lo cual, para este investigador, el aspecto de las comunicaciones de masas no pueden dejarse al libre albedrío de los mercaderes, tecnócratas, fundamentalistas político-religiosos o panegiristas (1985:24);  terminarían convirtiendo al hombre en mero medio, sin capacidad de conocerse a sí mismo  en tanto fin o poseedor de sus propios fines y necesidades informativas y cognoscitivas.

Su alerta  está referida al consumidor de medios el cual viene a ser, en tanto  integrante de un grupo social, bien sea influido de manera privada o pública por los medios, colonizado  ideológicamente. Sus planteamientos lo llevan a hablar respecto a estos consumidores de cultura mediática como atados a un estado de mudez y de pura receptividad a las emisoras metropolitanas e incomunicados entre sí (1985:27), especie de autismo mediático;  juicio que pareciera ser, si en gran parte real, también ampliamente discutible: hoy se han generado movimientos alternativos de importancia social para que las minorías puedan emitir su voz, por otras vías alternas de alcance global (vía internet, telefonía, periodismo comunitario, medios alternativos, por sólo decir algunos).

 

La sociedad civil no se ha organizado aún  lo suficiente respecto a los usos públicos y privados de los medios  para que emerjan una serie de respuestas que nos muestren una conciencia civil cabal  junto a una participación respetuosa y tolerante, un conocimiento del uso de éstos para contraponer cualquier unilateralidad mediática a la población desde los tintes  de un poder  de medios sesgado, hegemónico y no plural, antidemocráticos, nada participativos.

 

Este concepto de comunicación, entonces está  implícito dentro del grupo de categorías de relación –como vimos antes-, y con ello es posible  patentizar   la dimensión axiomática de  toda comunicación, surgiendo desde nuevos planteamientos sociales y políticos, dando un sentido trasformativo de la racionalidad junto a una ética y sentido de justicia. Esto es lo que nos ofrece este autor  dentro de lo que  llamó Teoría Crítica de las Comunicaciones. Este cuadro es el punto de partida para una filosofía crítica  de la sociedad, como lo vimos antes, una especie de antiideología  del orden  social existente, negadora  radical del positivismo satisfecho. 

 

 

¿Medios de comunicación o de información?

Los medios de comunicación (m.c.) los define nuestro autor como canales artificiales  empleados para vehicular   lenguajes  simbólicos  adoptados por los hombres en tanto seres racionales transmisores-receptores. En un sentido amplio, medios de comunicación  son todos los lenguajes  significantes (que son más convencionales, naturales que artificiales); son vehículos que por medio del signo  se excitará a un receptor  adjuntándole un sentido o significado (como el lenguaje hablado, el visual, musical, etc.). Respecto a su función primaria todo signo o significante ha de hacer referencia  a un concepto significativo y, oportunamente,  poder ser comunicado.

Pero los  m.c. estuvieron cercados al comprenderlos como canales artificiales  de transmisión  inventados por el hombre  para enviar a un receptor  (de manera cualitativa y eficaz a un mayor número) mensajes significantes de cualquier tipo y expresados por diversas y alternas simbologías.

En esta primera aproximación al tema, AP deja claro que  todo aparato técnico sólo permite una comunicación artificial. El atributo natural  de la comunicación lo remite sólo a los órganos aferentes-eferentes de la sensibilidad: ellos siempre ocuparán los extremos de  una relación comunicativa. Y estos m.c. artificiales vendrán a realizar una conmutación, codificación o enciframiento  del signo original a clave mecánica, química o eléctrica para poder ser  transportados a distancia, (ello va desde  señales de humo hasta lo que hablamos hoy de bits o dígitos, p.ej.). Se concluye que  los signos o  significantes  son portadores directos de significados; los medios de comunicación  sólo sus transportadores: el mensaje muta en él a un proceso de enmaterialización en  canal. Ello ocasiona que toda revolución en los medios conlleva un cambio profundo en las coordenadas sintácticas de un sistema básico  de signos, llegando a aumentar o disminuir su significación implícita. Encontramos que aquella  codificación o traducción al medio del mensaje puede limitarlo en tanto significación ya que los límites  de mi instrumental  expresivo se traducen  en limitaciones  de mi capacidad cognitiva, ampliándose esto a la  triada sentido-significado-comunicación, (1986:54s).

Visto así los m.c. quedan entonces como soportes materiales o artificiales destinados al transporte de signos  preconcebidos por el hombre; por la amplitud de su coeficiente sintáctico-significativo decantarán por ellos múltiples  procesos significantes cognitivos informantes. Llegando a la conclusión que un medio de comunicación  transporta un lenguaje, pero  al hacerlo puede  admitir una transformación  de su sintaxis, ampliando  en esa forma su poder  significante; idea que nos remite a la injerencia de la semiótica  en tanto campo de estudios de tales significantes a través de los m.c. artificiales; todo mensaje adquirirá tantos sentidos  o significados  según la sintaxis  o medio empleado para emitirlo, ofreciendo así múltiples interpretaciones  por parte del receptor.

Los medios audiovisuales de comunicación  son los canales artificiales de intercomunicación que únicamente pueden vehicular  signos iconográficos  o acústicos directamente interpretables; comportan una estimulación en el receptor por medio de canales auditivos y visuales que re-trasmiten signos audio-visuales. El lenguaje visual, a diferencia de la palabra que siempre remite a un concepto gracias a un conjunto de  abstracciones,   es específicamente icónico y  a nivel semántico  mantienen inalterable toda la pluri-significante ambigüedad de lo real; la imagen termina siendo el signo menos objetivo y más equívoco de todos, por el hecho de remitir a un repertorio amplio de significados que parten desde  un sentido pre-conceptual y pre-lógico, del que obtenemos una comprensión básicamente afectiva (eikóon: emocional) –que posteriormente se racionalizará- y por ello pueden llamarse a-lógicos o presentativos . Este espacio visual fue llamado por el filósofo Jean Wahl por  primera vez como iconósfera, en el sentido de la omnipresencia de la imagen  en el horizonte social contemporáneo: un fatum cultural que definirá una amplia posibilidades de patterns psicológicos gracias al uso masivo de este lenguaje iconográfico; detrás de nuestra civilización de la imagen  hallamos también toda una cultura de la imagen, gracias a la evolución de agentes  e instrumentos técnicos (radio, televisión, cine, ordenador, etc.), creadores y portadores/transmisores de tales eventos comunicacionales en tanto expresión visual, (1986:60s).

 

Sobre la Información

El término de información es definido  como el proceso de vehiculación  unilateral del saber a partir de un transmisor institucionalizado y un receptor-masa de ciertos contenidos, sea cual sea el lenguaje y conceptos empleados. Información será todo acto de alocución: es unidireccional; en cambio, para AP, la comunicación es entendida, sobre todo, en tanto diálogo: bidireccional.

En toda emisión de  información se requiere un res cogitan en uno de los extremos (radio, televisión, cine, ordenador, etc.). AP propone tres modos de polaridad: conocimiento, comunicacional e informativa. Podemos ver el siguiente diagrama donde T  es el transmisor y R  el  receptor en que muestra la dirección  de la información en cada uno de ellos.

Vemos que la única relación  posible de transmisión de mensajes  en complejos mecánicos o electrónicos, antes de la llegada del ordenador y de las red de redes, era de pura información prácticamente unidireccional  o causativa  en su más bajo sentido. En el caso de la relación que establece el científico con su objeto (concreto o abstracto) de estudios es, según AP (y del cual hoy en día sabemos que no es así, hay también  ciertos niveles de comunicación con dicho objeto),  ni una relación de comunicación ni de información: sólo una escueta relación de conocimiento. Y si el  objeto es un receptor que nunca informa sino que se comunica en condiciones básicas de igualdad dentro de la comunidad científica.

Igualmente nos refiere que la llamada libertad de información es ampliamente cuestionable al verla desde esta perspectiva; una libertad de información que es también una libertad de expresión donde termina la democracia siendo identificada con publicidad (privado/mercantil o pública/ideológica-doctrinaria).  Es una irónica contradictio in adjecto, pues el único que la posee, dado este causalismo, es el informante, mas no el receptor informado: este se encuentra obligado a someterse  al uso de medios de información  cuya elección se ha efectuado al margen de su poder deliberativo; es una imposición colocada por el agente transmisor. El receptor es el convidado de piedra al banquete informativo. Ello sumido en un riguroso determinismo social; es una situación de la que AP advierte, para ese entonces, que es imposible de practicar ante ella una  libertad de ataraxia y autarquía. Coacción,  necesariedad, compulsión y trascendencia hacen de todo  hombre-masa un receptor  de informaciones, y de todo receptor un sujeto no deliberante y violado, nos dice, (1986:69). Tal estado termina en la frustración y pasividad del convidado de piedra  receptivo: sólo le queda recibir y callar. Interpretación que hoy ya no encontramos del todo justa pues el convidado de piedra quiere salir y participar públicamente en función de sus opiniones particulares e identificadas con grupos minoritarios o masivos. Los medios han hecho que hasta los convidados de piedra de los países en vías de desarrollo salgan a la calle a tirar piedras, aunque sean piedras simbólicas de protesta, como lo hemos visto en nuestro país en los últimos años: manifestaciones para todos los gustos, de un lado y de otro.

En su análisis sociológico presenta una división de la información en las sociedades desarrollas y en vías de desarrollo. En las primeras, la nombrada frustración no llega a producir represiones colectivas; la relación de información no es predominante y se admite que los individuos de distinta extracción tengan un libre acceso y uso, dicha situación da la posibilidad de restablecer, aun indirectamente, la bilateralidad del esquema dialógico comunicacional.

En  las sociedades en vía de desarrollo, sometidas a una especie de híbrido monopolio económico-político de los medios de información, nos afirma que nadie tiene libre acceso  y derecho de apelación en la que un cuadro de frustración y representación colectiva se hace presente. Pensamos que esta observación se ha ido diluyendo gracias a las alternativas que se han desarrollado de participación, medios alternativos e interacción con los medios bien sea por vía telefónica, canales privados temáticos, internet, o manifestación pública. Claro está, habría un determinismo económico como  posibilidad y acceso de posesión de tal infraestructura  y conocimiento para poder venir a  interactuar y constituirse así esa bilateralidad/bidireccionalidad de la comunicación. De todas maneras, el factor económico, político y cognitivo limitan los intentos de devolver la llamada participativa; en los programas de opinión se puede censurar a las preguntas que van a ser escuchadas por la audiencia.  Las vías normales de comunicación y diálogo pueden  verse sometidas a una farsa comunicacional: Un “diálogo” político entre miembros  de una elite gobernante, televisado ante una colectividad más o menos privada de sus derechos políticos, constituye  un grotesco ersatz de relación comunicacional, una ilusoria  válvula  de escape utilizada por quienes  han bloqueado  los verdaderos canales comunicantes, para la gran frustración colectiva, (1986:70). Crearía lo que la psicología ha llamado idiotez psicológica, lo cual es el pensar y actuar en base a estereotipos, una admiración por todos los exponentes  de la elite informadora y su mitología, llegando hasta suministrarse tranquilizantes (mediáticos y químicos), para suplir su mudez.

 

En el ejercicio hermenéutico de la comunicación AP aísla el concepto de información  en tanto categoría sociológica de  relación. Ella quedaría limitada a establecer una relación en tanto casualidad (dependencia de causa-efecto). Al contrario, la comunicación en tanto partícipe de esa misma categoría de relación  vendría a estar inscrita en tanto comunidad, es decir, la acción recíproca entre agente y paciente, transmisor-receptor pero de manera bidireccional. Es lo que Habermas llamó comunidad discursiva, elemento previo requerido para establecer cualquier comunicación.

La información vendría a establecer un sistema de relaciones truncas, donde los estímulos dialogales estarían sin obtener una libre respuesta sino sólo una respuesta impuesta; su efecto es el que sentimos cuando sólo estamos notificados por causa de un agente transmisor. Frente a ello propone, igualmente, una hermenéutica de la incomunicación que él la lleva a compararla con los personajes kafkianos de El Proceso  y El Castillo. Tal hermenéutica parte de la idea  de cómo se constituye una perfecta cosificación donde el individuo queda  atomizado y desvalorizado en tanto hombre-masa: aquellos que ocupan el espacio de los que  no pueden nunca comunicarse jamás con el informador: víctimas de la irreversible  unilateralidad  comunicacional (1986:72).

Un universo opuesto es aquel que tendría la tentativa de  expresar y revivir  un espacio humano abierto y comunicable. Es el caso que refiere AP respecto a la obra de Tomás Mann, La Montaña Mágica, en que los  personajes  actúan como seres transparentes y penetrables,  en estado de permanente  disponibilidad para  una comunicación dialógica siempre efectuable (idem).

 

Masas de medios o medios en la masa

Otro punto que nos acerca  AP es prestar atención  al concepto sociológico de masas.  En el encontramos la posibilidad de tipificar, sociológica y culturalmente,  a una colectividad en relación al grado de desarrollo y atrofia  en los medios comunicantes de su saber.  La nueva concepción es que para este autor surgen nuevas propuestas conceptuales a partir del campo de la comunicación para poder emparejar y evolucionar una sociedad  con relación a la calidad de los medios de masas. En una sociedad de masas persiste un predominio, el de un tipo de comunicación de saber  sobre otro, que queda casi oculto.  En la sociedad de masas la constante comunicacional es la relación de información-unilateral por encima de cualquier otra. Es el elemento ideal para la construcción de una estructura social  que termina constituyendo la masificación y al hombre masificado. En este tipo de sociedad privarán  las relaciones de información en perjuicio de las relaciones de comunicación. Hay una unilateralidad del fenómeno comunicacional en tanto información. La existencia única o preponderante de canales de información  viene a proporcionar la masificación de los receptores que absorben  una sintaxis y contenidos dispuestos a inscribir esta conciencia pasiva, de convidado de piedra, social. Es la alocución o mirada enmudecedora del transmisor  lo que origina  en el receptor, según este autor,  una incapacidad de ser-para-otro, al cual la mudez lo habita, además de truncar el intercambio dialógico más allá de estereotipos lingüísticos y culturales; castra  y no amplia la zona de afluencia en tanto interlocutor. Los medios de masas  se dirigen indiferentemente a uno o n  receptores. En su tendencia del uno-para-todos está implícita, en una dimensión temporal,  de uniformar, alienar y masificar. Esta visión ha sido cuestionada en relación con los medios de comunicación/información, donde se han diversificado las opciones para el consumidor de productos mediáticos,  dando como resultado una pluralidad de masas y una pluralidad de públicos que vendrán a especializarse en función de su relación con el medio, gustos personales y sus contenidos simbólicos de consumo. La sociología mediática de los países modernos da la aparición de la categoría de sociedad de individuo de masas. Este principio  rompe la percepción  de aquella homogenización de masas. El desarrollo del mercado en los países del primer mundo  ha desarrollado tal capacidad de diversificar e individualizar los productos que no se puede hablar ya de homogenización sino más bien de hábitos de consumo y de los valores acordes  a ese tipo de conducta que arrastra; son los medios ofrecidos a la carta.

Cuando AP nos dice que la relación comunicante  y dialógica conserva y exalta la diversificación  personal entre receptores, la relación de información tiende  a anularla, petrificándolos y masificándolos; encontramos que las diferencias culturales entre los miembros receptores es determinante y es donde estaría buena parte del epicentro del asunto. El problema de los receptores es también un problema de estructura mental, de manejo conceptual de contenidos y de niveles estéticos y sensibles que mantenemos con tales canales informativos. El problema no es sólo la relación causal que mantenemos con ellos, también habría que poner el problema desde el otro lado de los polos. Pareciera que   a la final  tendríamos que asumir una especie de dirección en relación a qué contenidos y medios deberíamos ver y no los que uno, en tanto individuo, quiere ver. La libertad ante los medios no está en limitar o en dirigir sino en aprender a saber qué es lo que necesitamos y qué deseamos individualmente obtener en tanto contenidos simbólicos, cognitivos y hedonistas al llegar a constituirse en parte de nuestras vidas. La agenda mediática ha variado y hoy el problema está más en la pobreza crítica material, educativa y espiritual poblacional de múltiples zonas continentales que en los recipientes técnicos por donde se canalizan los contenidos.

La llegada de la sociedad de la información ha cambiado completamente el panorama parcial y sesgado que se tenía de la Industria Cultural; el problema, como lo han distintos autores, es que es tal la magnitud de información y conocimientos generados que lo exigido es tener los instrumentos mentales y manuales  (habilidades en manejo de equipo, software, etc.) para hacerle frente al cuantioso abanico de ofertas.  Si se pensaba en ese momento que la sociedad de masas –que existe!- vendría a cerrar opciones  e igualar  vidas también ha proporcionado, cuando las instituciones lo han permitido y visto así, preocupándose por la calidad de interacción en relación con ellos,  más opciones y modos de vida, creando públicos en función de sus propios intereses, aunque estos correspondan a una masa minoritaria (nada más ver la cuantiosa variedad de ONGs que hay con los fines más inverosímiles y nunca antes pensados gracias a esa misma sociedad de la interacción  y no ya sólo de la información, que era como la pensaban la mayoría de estos investigadores en la década de los  setenta y ochenta).

Los medios de masas, después de todo, se mantenían en la concepción de canales artificiales  de comunicación que a través de ellos se canalizaban o vehiculaban alocuciones o mensajes  que para ese momento serían del tipo  ómnibus: uno-para-todos; hoy ya  no vendrán a ser completamente de carácter impersonal y general en sus contenidos sino que se han vuelto más selectivas en sus alcances de la audiencia.

La calidad de los mensajes  antes era  urbi et orbi, donde el mensaje tenía el distintivo de una mediocridad de contenido y de una forma elemental para una universal interpretación. La medianía o mediocridad es observada por distintas formas: del contenido, por su reducción  de todas formas  del saber al lecho de Procusto de lo omnicomprensible; de la depredación del receptor, por amortiguar  o inutilizar en la función  selectiva; de la degradación  o vulgarización  de lo sublime, por exceso  de difusión, usos irreverentes o desgaste; del ritmo  o escansión vertiginosos impresos  a los mensajes, que instauran  en el receptor  una pérdida progresiva de sensibilidad acompañada de un obsesivo eretismo  por lo novedoso ( y que produce de reflejo lo que algunos autores llaman la obsolescencia  de todos los valores, por saturaciones  progresivas y pérdida de vigencia  de los estímulos, etc.) (1986:79). Donde mediocridad informativa no produce ningún tipo de calidad  comunicacional.  Lo que se nos presenta es una intencionalidad parcial, dogmática, subjetiva e  interesada del transmisor. Una objetividad auténtica, como de un saber hablar y de un saber escuchar, pulverizaría en su  esencia a la unilateral información (que es siempre doxística) y resultaría  suicida para el transmisor, (idem). La objetividad  en los medios se encuentra en una confluencia de voces que emitan su opinión y construyan una realidad simbólica que, por su interacción amplíen y construyan, gracias a la verificación dialógica, el consenso  o la llamada  objetividad  de los hechos. No se puede hablar de objetividad  en medios de comunicación que sólo aspiran a la alocución, construyendo  una incontestable situación para el receptor que  se ha reducido a su mudez; situación que sólo beneficia al poder desleal del informador.

 

Mediocridad, existencia y medios de masas

En relación a esta mediocridad  imperante en los m.c., AP nos remite a una serie de citas de diversos filósofos haciendo una reflexión personal ante el hecho sociológico del homo mediaticus actual. Sus autores predilectos aquí son Kafka, Jaspers, Heidegger, Merleau-Ponty, Camus, Moravia y Marx, entre otros.  Y a través de sus palabras se nos afirma que la falsa o mala  objetividad  no es más que la defensa  personal de la existencia empíricamente egoísta. Su aparente objetividad se convierte en radical subjetividad (Jaspers). O, como  ha visto Heidegger, toda esta mediocridad, ese término medio vendría a  ser el aplanamiento de todas las posibilidades del ser. Se crea un hábito de ser  plano en el receptor, típico de la información y no de la comunicación.

Todo se debate en establecer una sociedad abierta, inscrita a la comunicación,  o una cerrada, estructurada por la información únicamente. En la primera el debate debe ser dialéctico y dialogante que asume el unus inter pares, uno igual que otro, ante el hombre masa impersonal mudo e inoperante de la información que cualquieriza al despersonalizar al individuo por los contenidos y la relación con el saber que constituye su co-existencia con los demás: se atomizan  al dividirlo, masificarlo, petrificarlo, anestesiarlo e insensibilizarlo para dominar sobre él. En la alocución se descalifica para cuantificar para dirigir una acción imperativa y no pro-activa; se renuncia a unas aristas y rasgos individuales para  asumir una personalidad colectiva sin reconocer la acción concientemente  en el incondicionado agente trasmisor. Es, como dice Kafka en su novela América: evitar  a toda costa hacerse notar, permanecer  tranquilo aunque se experimentase la mayor repugnancia. O en L’Etranger  de Camus: En suma, el condenado  se veía  en la obligación de colaborar moralmente; era su interés  el que todo marchara sin tropiezos, (ambos cit. en 1986:81); es la actitud de ese extranjero incomunicado por y ante lo hostil.

La sociedad cerrada de masas nos lleva a ejercer una auto-agresividad  respecto a cualquier actitud de defensa personal. Con Marx afirmará: El resultado  es que el hombre se siente ahora  libre sólo  en sus funciones  bestiales, en el comer, en el beber y en el engendrar, si acaso  en poseer  una casa, en su  cura corporal, etc., mientras que en sus funciones humanas  sólo se siente  convertido en bestia. Lo animal se hace humano y lo humano  se vuelve animal, conocida cita de los Manuscritos de 1844. O la voz del Eurípides de Las Fenicias: ¿En que consiste, y qué tiene de desagradable el peor inconveniente ...digno de esclavos?: callar su propio pensamiento. En ese abismal sentimiento inmerso en el ennui baudeleriano, el fastidio o aburrimiento, en la apacible nausea es a donde se dirige, visto desde el existencialismo, en el estadio de la incomunicabilidad, el hombre mediocre de masas. De Moravia cita: El fastidio no es sino la incomunicabilidad e incapacidad de superarla....y la falta de relaciones  conmigo mismo...la única persona en este mundo de la cual, por demás, no podía deshacerme, (La Novia). Esta incomunicabilidad individual, de ese individuo-número/cifra a lo kafkiano, está presto a encontrar  un dictador, político o espiritual, que gracias a esa unilateralidad y estéril co-presencia,  vendrá a  manejarla como un instrumento sistemático de dominación (1986:81s), eso decía  entonces, hoy más actual que nunca no puede ser en nuestro Estado militarizado.

Es por ello que AP nos arroja la insoslayable contradicción de enunciar que tales medios vienen a ser medios de comunicación de masas; tal flagrante contradicción terminológica debería proscribirse. Si son medios de comunicación  el receptor no puede quedar reducido a la pasividad de la masa. En definitiva, sólo estamos en presencia de medios de información, en donde se da implícitamente  el tratamiento de masas a aquellos receptores  usuarios. Si los canales artificiales son de comunicación no pueden silenciar ni al individuo ni a las masas,   que son a los que se dirigen esas baterías informativas, y deben abrir todo bloqueo a  la capacidad interlocutora sin sesgarla.

Por otra parte,  afirma algo que no deja de llamarnos la atención, me refiero a la previa direccionalidad hacia dónde pudieran, hasta cierto punto, estar apuntadas las nuevas tecnologías de la información: debido al  principio de: no puede  haber una relación de comunicación  que masifique, gracias al hecho participativo comunicativo, en donde previamente las partes dadas tendrían los mismos chances de información/comunicación previos sobre el tema a tratar. Lo usual es llegar a interpretar como un hipócrita encubrimiento de la vertiente informativa  bajo el manto de un término ennoblecedor, es decir, el de comunicación, (1986:85).

 

 

Contaminación mediática

“Sólo  en el genuino  hablar es posible  el genuino callar, pero callar no quiere decir mudo”.

Heidegger, Ser y tiempo

 

Uno de los primeros intentos en abarcar en nuestro país una relación entre contaminación informativa y medios la encontramos en la obra de AP.  Halla un paralelismo entre los problemas de información y los problemas de  ecológicos, teniendo ambos el común denominador de la contaminación. En el caso de los medios la contaminación vendría a ser el precio que tenemos que pagar  inevitablemente  por una abundancia  equivalente en el reino de la cultura a los smogs, los ríos cubiertos  de jabón o lagos muertos por carencia de oxigeno.

La contaminación cultural se hace presente por la existencia y uso del medio;  puede venir por una abundancia o por una carencia pero sin tener  presente los fines de sus propios límites por parte del usuario: sufre una degradación de la armonía comunicacional. De aquí  deriva el ineluctable  grado de  contaminación mental gracias a la presencia compulsiva y dirigista de los medios masivos; de una pobreza respecto a la necesaria pluralidad de voces y de perspectivas informativas y comunicativas gracias a una civilización  rica por  la opresión de sus monopolios, nos arguye AP, (1985:277). Este programa de acción para el usuario de los medios implica una comprensión  de la esencia  óptima de la comunicación humana: que viene dada por  comprender el sentido comunitario o de auténtica reciprocidad.  Tener ideas claras acerca de lo que debe ser negado, saber rechazar el uso que se nos impone al comprender su carácter nocivo, o en palabras de John Coundry, los medios como ladrones de nuestro tiempo que nos retienen para lograr otras realizaciones de nuestra personalidad. Por supuesto  no se trata de un regreso al mito romántico de la vuelta a la naturaleza, adentrarse en un subjetivismo aislacionista y separarse por entero de la constelación mediática que nos rodea, convirtiéndonos en ilotas mediáticos. Se trata de saber darles su uso requerido a nuestras necesidades en tanto individuo y ciudadano de un territorio y del mundo. Más que paraísos a conquistar es deslastrarse de infiernos de idiotismos simbólicos e icónicos que pueden evitarse a partir de nuestra elección como usuario de los  medios. Desentrañarse de lo negativo comunicacional: del efecto contaminador de los mensajes.

Los modelos ecológicos nos pueden ayudar para comprender los aspectos negativos de la comunicación, ampliando las posibilidades metodológicas de un pensamiento crítico e introduciendo nociones que, como la de contaminación,  se nos iluminan ciertos aspectos de la dinámica social de las comunicaciones conocidas hasta ahora sólo desde la sociología, política y economía de los medios.

Es así que nos  afirma que la verdad axiomática  y válida de los conceptos de desarrollo y de subdesarrollo  vienen a  ser el haz y envés de la misma moneda y su relación se constituye por mutua interdependencia. Y ello dirigido  como un  caso sintomático de subdesarrollo en las comunicaciones. Si bien antes podíamos hablar entonces de una mayoría de personas que en los países del continente  recibían una amplia contaminación cultural mediática, hoy no es menos gracias a la expansión de los mismos instrumentos de comunicación. ¿Ante este caso cómo obrarían los ecólogos? En determinar la dosis en el biotopo electrónico/virtual del elemento contaminante y llevarlos a niveles de cierta normalidad. Y en ello estaría el conocer la dosis  de desinformación, subinformación, de hiperinformación  o información que sufren los países. Estudiar  los efectos de la información y sus consecuencias   al estar habituados el público  a tales estímulos masivos. Todo ello  como una necesidad para  pre-establecer hasta qué punto el hábito  de recibir  dosis minúsculas o masivas puede  haber fijado aquellas predisposiciones  que son parte integrante  y decisiva del verdadero efecto, (1985:283). Se trata de emprender un estudio de la economía de los efectos comunicacionales  en tanto contaminación cultural. El de una convivencia obligatoria entre centros de producción  de la industria cultural con los centros de consumo  vendrían  a producir, por ejemplo,  la satelización de la gran periferia en torno al centro hegemónico, (idem); hecho que contrae para nuestro autor una única y precisa fuente  de contaminación y control cultural e ideológico, aspecto por lo demás de lo más común en la actualidad; presente en toda la periferia de los países subdesarrollados comunicacionalmente, contaminados y careciendo de una conciencia colectiva autónoma del problema: quedamos inmersos en nuestra conciencia normal que es la única que nos provee, según AP,  la alienación comunicacional.

Tales fenómenos contaminantes inducidos por las fuertes dosis de programas e información basura de las comunicaciones de masas no vienen a formar precisamente manchas de aceite  flotando  y presentes dentro de la polución de la bio/iconosfera mediática. Ellos presentan un efecto centrífugo pues se acumula mayores cantidades de escoria y de elementos  contaminantes en la periferia de la gran  industria cultural, (1985:284). Un caso al que da atención es la fachada de nacionalismo casi histérico  de los teledifusoras locales. Todos están condimentados con enormes cucharadas de  folklore y de patriotismo en todos los manjares enlatados que difunden, pero ello termina con la labor del antinacionalismo  sistemático  que vendría a llenar  los cuatro quintos del espacio  que media entre el himno nacional de apertura con el himno de nacional de clausura de los programas, (idem:285). Se llega a la conclusión que la industria cultural privada y pública de comunicaciones nacionales vendrían a ser  una drástica negación del multiculturalismo y de la pluralidad de voces ahogadas por las loas al consumismo y al status: la publicidad es la encargada en confirmar toda esta obra: la ley es sólo se retransmitirán programas que vendan; por ende, bajo esta lógica toda obra de Shakespeare está prohibida y sólo, como bien sabemos, los reality shows  o las tradicionales soap-operas tendrán cabida  en nuestro espectro ambiental mediático proporcionando una buena dosis de contaminación programática en beneficio del marketing (comercial o político inclusive): es lo que quiere el público, nos dirán.

Una pequeña panacea sería la creación de medios públicos altamente competitivos en calidad de programación, mas no puestos al servicio de los caprichos doctrinarios e ideológicos del gobierno de turno. Su existencia se debería  ser dada por el canal del Estado y no de un partido-gobierno, hecho realmente utópico en un país de clientelismo populista. Podemos finalizar este segundo trabajo a la obra de este autor  con sus propias palabras: Esto demuestra que incluso  en el sentido  de una imperfecta descontaminación, el ejemplo metropolitano no funciona ya más, y que los fenómenos  centrífugos que se señalaban transfieren a la periferia verdaderamente sólo lo negativo y las escorias, el veneno y no el antídoto, (1985:289).

 

 

 

 

Pasquali, Antonio, -- --  : La Moral de Epicuro. Tiempo Nuevo. Caracas.

        1967: El Aparato Singular. FES-UCV, Caracas.

                               1986: Comunicación y Cultura de Masas. Monte Avila, 1ºed.:1972,                                                             

                                         Caracas.    

                                1985: Comprender la Comunicación. Monte Avila, 1ºed.:1970.

                                         Caracas.

                               1991: La Comunicación Cercenada. Monte Avila, 1ºed. 1990.                                 

                                         Caracas

                                1991: El Orden Reina. Escritos sobre comunicación. Monte Avila.

                                         Caracas.

                                1998: Bienvenido  Global Village. Monte Avila. Caracas.            

 

 

 

 



[1] Este texto fue publicado antes en la Revista Comunicación, Centro Gumilla y UCAB, Caracas, Venezuela.

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