viernes, 2 de agosto de 2024

Estética de la Distracción,

estética de lo banal

David De losReyes

Serie Vegetalis Viridis Laminate
RSV/DDLR2024


I

Dentro de nuestro estadio cultural y la interacción con los dispositivos de comunicación a todo nivel, nos encontramos en la situación del triunfo de lo estético en todos lo niveles que cualquier cosa pueda ser tomada como arte. Por ello, la estética no pasa por debajo de la mesa para cualquier proceso de la línea d producción o de marketing.  Lo digital nos ha llevado a establecer un mundo desmaterializado. El arte, como ha visto ya hace varias décadas Michaud, se ha evaporizado. Debemos pensar este estadio a la realización del arte desde otra perspectiva. Más que la producción material de un objeto artístico, la infinita e incansable presencia de la imagen que nos desmaterializa al mundo en una representación virtual. Así respiramos y vivimos sumergidos en una atmósfera estética que ha invadido toda circunstancia, a nuestro mundo y nosotros mismos, nuestro cuerpo y nuestras mentes. Es la búsqueda y la impedancia del sentido de lo bello en todo lo que vemos, tocamos, olemos, y masticamos. Es una sobreabundancia de una perspectiva que reafirme un carácter emocional de aceptación a través de un recurso estético que ya no es lo característico de lo que se llamó arte en los tiempos pasados. El arte era el reino de lo bello. Ahora nos vemos que todo busca adentrarse en el reino de lo bello y el capitalismo no ha dejado de pasar este efecto en todo lo que toca y en todo lo que produce.  Lo bello como un elemento inconsciente para todo público al interactuar con cualquier cosa o evento en el que esté presente, bien por la vía de la realidad del consumo virtual o bien por la realidad del consumo material.

Se ha dejado desplazada la noción de belleza que acuñó Kant (siguiendo a toda una tendencia del siglo XVIII), y es que la relación estética, era una relación sin otro fin que para sí mismo y desinteresada. Y afirmaba Kant que lo bello era aquello que tiene un abordamiento universal por el público que lo perciba, y no debía tener un definición previa particular o determinada. Lo bello era lo que gusta universalmente sin concepto.  La belleza se encontraba dentro de los límites del arte o de una experiencia sublime con la naturaleza. Eso ha cambiado. Eso prácticamente ha desaparecido por el triunfo de la estética en toda nuestra percepción de lo banal. Lo banal se pudiera categoriza como una belleza que se desprende de todo lo que el marketing, la sociedad de consumo toca para presentarse y afectar nuestra sensibilidad. El diseño, en todas sus ramificaciones industriales o no, ha sido un buen agente propagador de este sentido de lo bello seductor como cualidad de todo objeto producido masivamente hy dirigido al hipoerconsumo. La estética ayuda al gusto masificado. Ahora las masas tocan las riveras del gusto por lo bello sin mayor requerimiento de formación sino de consumo y a través de la hiperpublicidad en todo momento y dispotivo, y de aceptar la construcción corporal de una docilidad sensible ante los lamparazos lumínicos que nos dan el persistente y obsesivo mundo de las redes y de lo virtual. La belleza se ha desmaterializado, se difumina, se ha pasado a un estado vaporoso electrónico de bits. La belleza, si podemos hablar de este modo a la seducción líquida de los medios, en tanto impresión pasajera entorno a la red con la que interactuamos y nos devuelve una belleza de la atracción hipnótica iconológica.

Esto nos lleva a pensar con la desaparición de la necesidad del arte, de su ser ahí, para utilizar la manida expresión heideggeriana, para ir a encontrarnos con el origen de la obra de arte.  Si existe es tan sólo para generar una experiencia difusa, sin contemplación, indefinida, sin exigencia de penetrarla para su juicio estético, sino un roce contingente, que se queda en la indeterminación y gracias a una fácil accesibilidad continua. Una relación estética que viene a ser una comunicación sentida más no consciente. Es la permanente conexión ansiada en el vacío de la mente en movimiento iconocinética.   

Sin embargo, a principios del siglo XX, con todo el movimiento artístico de las vanguardias, se vino a encallar en un arte que tenía como fin reemplazar, sin querer queriendo, toda la tradición del arte presencial anterior en todas sus formas. No sólo por la reproductibilidad técnica del arte, como lo vio Benjamin, sino por la idea de una ampliación del arte a partir de los ready-made, con Duchamp a la cabeza.  Surge una nueva dimensión del arte, del concepto de arte ampliado. ¿En qué se basó esto? Como bien se sabe, se tomará a los proyectos artísticos como lo objetivo, los conceptos de las obras, sus dimensiones intelectuales del acto creador, su lógica de construcción y su efecto artístico como aquello que reemplazará a la obra en tanto realidad presencial.

Ello dará pie para la aparición de un arte sociológico, que toma en cuenta las condiciones situacionales de la existencia de la obra, pero llevándola a una deconstrucción a partir de una investigación que traspasa hacia un desmantelamiento de las partes dando evidencia de sus elementos constitutivos artísticos. ¿Cuáles elementos serán esos? Si en el caso de un cuadro, implicará su deconstrucción en la medida que se reduce a sus elementos simples: canvas, tela, colores, firma, marco, etc.). Y esto se puede aplicar en cualquier obra. Se trata de reducirlas a sus elementos estructurales simples.

Este desjuntamiento de la obra por los cauces artístico del deconstructivismo  en sus componentes materiales, conceptuales, concepto, actitudes y aptitudes artísticas, el cuerpo  del artista inmerso en la obra como elemento requerido, su medio de existencia nos lleva a este desconyugamiento de la obra. Decantando en arte conceptual, minimal art, body art, land art y performance art. Esta mutación también toca a la personalidad del artista. De ser pintor, compositor, escultor, se pasa a coquetear y coexistir con arquetipos profesionales de otras ramas, entrando a una primera aproximación a una transversalidad y multi/hiper/inter relación  con la del chaman, el performer, el accionista, el conceptual, el minimalista, entro otros. Sin dejar de tener determinados compromisos político con otros campos de la estética artística: situacionistas, feminismo, ecologistas, terroristas del arte, hedonistas del consumo, con los hippies, etc. Pero en el transcurso del tiempo el artista está cada vez más alejado de aquella figura romántica a lo Van Gogh o Gauguin, en tanto artistas malditos, enfermos, marginados.  El artista ha venido a convertirse en un buen operador o mediador social, según la mirada de Michaud, que se interconecta con la mentalidad del hombre de negocios, del hombre de la comunicación, de ilusionista y de chamán. Un arte mas cercano a la moda, al video, al clip, al tiempo libre, al turismo, siempre como experiencias intensas y particulares, sin tener una búsqueda tocante a una existencia metafísica a la contingencia de la inercia cotidiana.

Es lo que ha conducido a un estadio en que nos topamos con una vaporización del arte, a un arte líquido, pasajero, que se amolda a las circunstancias de los imperativos estéticos de las modas, entrando a una plataforma del usufructo económico que viene agarrada apretadamente de la estética invadiendo todo terreno de seducción. En el mundo del consumo de datos,  del datismo (Baudrillard), la estética es un aliado  para la seducción y concentración de la atención en los modos agresivos, de IA no artística pero sí estética, dentro de nuestro intervalo  vital social. Muta la obra maestra de arte, entra en escena la obra de la estética multicultural, anticonolonialista o postcolonial, de objetos estéticamente masificados y enfocado al hiperconsumo, que ha venido a ocupar el sitial de la cúspide el sistema simbólico con los logos, la publicidad en un nuevo estadio hiperproductivista.  Antes de pensar que nos encontramos con la muerte del arte, lo que hemos entrado es con la demasía del arte, demasiadas obras de arte de múltiples diversidades y significados, quedando reducida su significación para solo venir a decantar en una estética de la distracción.  Con lo digital se inaugura otro estadio de esa actividad arqueológica del arte. El arte se evaporó en la cadena de bits, en las cadenas de arte del ready-made, donde al pecar por exceso de arte nos encontramos con al asfixia del arte por sobre producción e inmediates, perdiendo el público su capacidad de agudizar un gusto, una estética, un estilo. Todo es arte y nada es arte. Sólo diversión, experiencia estética del momento. Pase la próxima obra…

Con esto se llega al grado cero del arte, por decir así, vendrá a desdefinirse  y destetizarse la obra de arte, al perder los componentes tradicionales modernos de gusto, placer y belleza.  La  experiencia estética se ha trastocado en el sentido de lo que se entendía como experiencia estética artística tradicional, que estaba en contraste con un sentido y apreciación de lo que podemos conocer y vivir  como lo consagrado por belleza, por lo sublime, por la invención.

 

II

La estética de la distracción, que Benjamin observó al dejar de existir el aura, el culto a las obras únicas y al convertir los productos del arte en una producción en serie, gracias a su reproductibilidad técnica, se dio paso a convertir el escenario artístico de las obras en un ludismo permanente enlazado con el lenguaje bimario de lo virtual. Una distracción en los bordes de la estética que Michaud, refiere a un comportamiento surgido para ocupar un doble sentido del tiempo libre. Por un lado, una desestización de las obras en la medida que se entiende por estética a la exigencia  de una contemplación análoga presente en las obras maestras del arte. Y la distracción como un tiempo a solventar el vacío del no saber qué hacer. Es una experiencia distraída del usuario, del paseante ocioso por las calles y los escaparates, del transeúnte sin destino, en oposición del conocedor y del iniciado en la apreciación de las obras de arte. Es lo que recoge la frase de Benjamin citada por Michaud: A grandes intervalos en la historia se transforma al mismo tiempo que el modo de la existencia, el modo de percepción de las sociedades humanas (Michaud, 94). Lo que vendrá a referir que no hay obras de arte inmutables, sino que la esencia, el devenir de las sociedades y su historia, también llevará a construir una percepción común que las conduce a verlas de manera distinta al momento de su aparición. Dependerá la percepción de la obra de consustanciales transformaciones sociales a diferentes niveles, pero también a la aparición e introducción de los dispositivos técnicos con los que el hombre irá construyendo su cotidianidad dentro de la naturaleza digital.

¿Cuál ha sido la mayor transformación social del mundo a nivel global? El desarrollo de un público de masas, surgimientos de otras habilidades de trabajo, de otro tipo de agente productor, de una diferente percepción para  acercarse a lo llamado por realidad consensuada. Todo ello ha traído una fuente indetenible para un aumento de los dispositivos y los valores de distracción con qué contener el tiempo  aparentemente improductivo y libre. Transformando la política en espectáculo masivo que se conjugó con los niveles exigidos por las transformaciones de la evolución del capitalismo corporativista y sus tenazas de captación de la atención común.

Entramos desde hace tiempo en el elogio de las masas por las fabricas de sueños que nos aporta toda la industria de imágenes. Vivimos sumergidos en ellas, convirtiéndonos en seres permanentemente distraídos, anhelantes de nuevas imágenes, y a la vez el gusto por el ser cómodamente manipulados por ellas. El gran placer se nos abre ante nuestros ojos, oídos, ¿tacto? ¿paladar? ¿olfato? Que ininterrumpidamente nos convertimos en unas esponjas insaciables de estímulos, ¿experiencias? estéticas en todo momento.  La estética toma el control. La política es uno de los campos de la estética. Vivimos dentro de la burbuja exitosa de la seducción estética en todos nuestros confines existenciales. Un tiempo abierto a la recepción de la distracción.

Ya no queda ni el recuerdo de la contemplación estética de la obra, ni lo sublime ante los fenómenos magnificentes de la naturaleza. Miles de reproducciones de diferentes estandartes artísticos siempre se nos aproximan para su consumo. Miles de libros, de grabaciones, de fotografías, de filmes, de vídeos, de informaciones. Todas ellas trasegándose entre nuestro cuerpo y nuestra mente. Con los cambios técnicos el arte sufre una crisis irrecuperable. Sobre todo, cuando se pueden realizar obras de arte ayudadas por las tecnologías de la reproductibilidad casi instantánea, dejando de ser artísticas en el sentido del lugar que ocuparon en el pasado. El arte ha dejado de asociarse a un tiempo de calidad, de contemplación, de culto, de gozo sensible. Nos adentramos en las experiencias de la permanente liquidez de lo indetenible de la producción técnica en todas las expresiones que implican una sobra, un aire gaseoso con lo que se llamó arte. ¿Cómo llamarlo aún hoy? Creo que más que encontrar un concepto podemos aceptar que nuestra percepción, nuestra bombardeada sensibilidad, nuestra frigidez narcisista sensible del consumo contumaz, nos ha cambiado nuestra naturaleza ante esta fenoménica realidad  en se conjuga procedimientos artísticos tradicionales, con procedimientos tecnológicos aunados a dispositivos masivos, más el vértigo que imprime el ritmo de vida veloz dentro de nuestra esfera global. Como se ha dicho, ante todo esto descrito antes, ya no queda ni el recuerdo de la contemplación y el recogimiento estético. Viva la fábrica de orgías mediáticas de la distracción consumista  en el estadio del hiperdatismo galopante. 

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