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Entrevista a Martha C. Nussbaum
Fina Birulés y Anabella L. Di Tulio
Fina Birulés y Anabella L. Di Tulio
Barcelona, España
Barcelona
Metrópolis. Invierno (enero – marzo 2011)
Martha Nussbaum,-
Profesora de Derecho y Ética en la Universidad de Chicago- considerada la
filósofa más importante de los últimos tiempos en los Estados Unidos, ha sido
reconocida en nuestro país por el mundo académico, dada la calidad y el rigor
de su pensamiento, y su obra ha sido ampliamente traducida*. Autora de una
ininterrumpida serie de libros y artículos escritos en las prestigiosas
universidades en las que ha enseñado –Harvard, Brown y actualmente Chicago,
donde imparte sus cursos de Derecho y Ética desde el año 1995–, ha recibido
numerosas distinciones y títulos honoríficos de universidades de América, Asia
y Europa. Su filosofía, que sigue la estela de la tradición política liberal,
se ha servido críticamente de la perspectiva de John Rawls para analizar cuestiones
de género, religión y desarrollo internacional y tratar de formular una teoría
de la justicia global. Así, en 1986 fue invitada por el economista Amartya Sen
a trabajar en el Instituto Mundial de Investigaciones de Economía del
Desarrollo de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU/WIDER), donde
desarrollaron el enfoque de las capacidades como alternativa para el análisis
de las cuestiones de justicia básica. Nussbaum presenta este enfoque
como una suerte de especificación de los derechos humanos; como una lista de
los requisitos básicos para una vida humana digna que deberían ser respetados y
aplicados por todos los gobiernos.
A menudo
se ha hablado de la amplitud de sus intereses literarios y filosóficos y de
cómo pasa con facilidad de la tragedia griega y Aristóteles a los derechos de
los animales y de las personas con discapacidad, de las enmiendas al contrato
social al desarrollo y el análisis de las emociones, de Dickens al feminismo
contemporáneo o a la violencia religiosa. De fuerte personalidad y conocida por
su estilo incisivo y polémico, es una apasionada de la teoría y la práctica
filosóficas, como se podrá apreciar en esta entrevista realizada el 28 de junio
de 2010 en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), donde
impartió una conferencia sobre la libertad de conciencia.
A lo
largo de su trayectoria Martha Nussbaum ha recorrido una amplia
variedad de temas: la felicidad y la fortuna en la tragedia y la filosofía
griegas –La fragilidad del bien (1986)–; la relación entre filosofía y
literatura; el papel de las emociones en la racionalidad pública –Paisajes del
pensamiento (2001)–. Ha reflexionado sobre la educación liberal y cosmopolita;
sobre el lugar de las humanidades en la democracia; sobre feminismo y derechos
de gays y lesbianas. Ha trabajado también sobre la concepción de la justicia en
Las mujeres y el desarrollo humano (2000) y Las fronteras de la justicia
(2006), y ha escrito sobre religión y libertad de conciencia y contra los
fanatismos en libros como India. Democracia y violencia religiosa (2007) y
Libertad de conciencia (2008).
¿Hay
algún hilo conductor que atraviese esta diversidad de tópicos?
El tema
común es la vulnerabilidad humana, o la vulnerabilidad en general. Trabajando
sobre las emociones y sobre la tragedia, siempre he pensado las emociones como
un reconocimiento de los modos en que somos vulnerables cuando nos relacionamos
con los demás y con todo aquello que está fuera de nuestro alcance o sobre lo
que no tenemos control. La pregunta que entonces surge es: ¿qué formas de
vulnerabilidad son buenas –para la vida de cada persona– y cuáles deberíamos
tratar de eliminar? En este punto, mi pensamiento sobre la justicia conecta con
la filosofía política. El enfoque de las capacidades es un intento de promover oportunidades
para la búsqueda de formas buenas de vulnerabilidad, como el amor, la amistad,
la carrera profesional…, y de evitar las formas malas, tales como la violencia
física, el hambre y tantas otras. Este es, tal vez, el modo más sencillo de
definir el hilo conductor de mi pensamiento.
¿Entonces,
según usted, hay principios que permiten distinguir entre buenas y malas capacidades?
Sí, sostengo esos principios y creo que son muy similares a los que, desde un punto de partida muy diferente, apoyaría Rawls; pero mi modo de pensar es distinto, pues parto de esta observación sobre la vulnerabilidad, que me lleva a reflexionar sobre cómo los gobiernos pueden estimular las oportunidades humanas. Sin embargo, un gran número de mis conclusiones son muy cercanas a las de Rawls, que ha supuesto una influencia muy importante para mí. El punto central del trabajo que he realizado a través de los años con Amartya Sen consiste simplemente en sostener que, cuando las naciones discuten sobre desarrollo y calidad de vida, deberían plantearse al mismo tiempo estas difíciles preguntas normativas acerca del bien. No pueden limitarse a dar por sentado que las cosas mejoran cuando crece el PIB. Desarrollo significa justamente que las cosas vayan mejor. Por lo tanto hay que afrontar estas cuestiones; hay que argumentar y debatir en este sentido.
Sí, sostengo esos principios y creo que son muy similares a los que, desde un punto de partida muy diferente, apoyaría Rawls; pero mi modo de pensar es distinto, pues parto de esta observación sobre la vulnerabilidad, que me lleva a reflexionar sobre cómo los gobiernos pueden estimular las oportunidades humanas. Sin embargo, un gran número de mis conclusiones son muy cercanas a las de Rawls, que ha supuesto una influencia muy importante para mí. El punto central del trabajo que he realizado a través de los años con Amartya Sen consiste simplemente en sostener que, cuando las naciones discuten sobre desarrollo y calidad de vida, deberían plantearse al mismo tiempo estas difíciles preguntas normativas acerca del bien. No pueden limitarse a dar por sentado que las cosas mejoran cuando crece el PIB. Desarrollo significa justamente que las cosas vayan mejor. Por lo tanto hay que afrontar estas cuestiones; hay que argumentar y debatir en este sentido.
En las
últimas décadas ha sido protagonista de acalorados debates. En referencia a las
críticas vertidas sobre Allan Bloom y Judith Butler, usted ha afirmado en una
entrevista: “Pensé las reseñas sobre Butler y Bloom como actos de servicio
público”. ¿Considera estas polémicas como intervenciones políticas? ¿Cuál es el
objetivo de esas intervenciones? ¿Entiende que la reflexión filosófica está
siempre vinculada a la justicia o al ámbito de la política?
Estamos
preparando un volumen con todos mis comentarios de libros que se titulará
Intervenciones filosóficas, por lo que esa palabra es muy adecuada para
definirlas. He escrito numerosas reseñas críticas, de muy diferentes clases, y
la mayoría de las veces he reseñado cosas que considero interesantes y buenas.
Por ejemplo, me he centrado en particular en el trabajo de feministas como
Susan Moller Okin, intentando atraer una atención más amplia sobre esa obra.
Pero a veces un libro que ha tenido una gran influencia no maneja muy buenos
argumentos, y entonces dedico algún tiempo a decir al público por qué considero
que no es un buen libro. Tal ha sido el caso de mis comentarios sobre Bloom y
sobre Butler. En general prefiero trabajar –aunque sea de forma crítica– sobre
autores que me parezcan en verdad interesantes, como por ejemplo mi profesor
Bernard Williams. Ahora mismo estoy escribiendo una larga reseña sobre sus
textos póstumos, y aunque soy muy crítica con Williams, lo considero un gran filósofo;
siempre prefiero enfrentarme con una mente a la que admire de verdad. Pero a
veces el público necesita saber por qué alguien piensa lo que piensa… Bloom
afirmaba que todo lo que había dicho lo había sacado de Platón y de
Aristóteles, pero en realidad no los conocía, y creí estar en condiciones de
aseverar que hacía un mal uso de los textos que reclamaba como fuente de
autoridad.
¿Considero
que la filosofía es siempre una intervención pública? No, creo que hay
diferentes modos –igualmente buenos– de hacer filosofía. No obstante, todo ser
humano debe encontrar la forma de servir al bien público, pero no siempre o
necesariamente a través de su trabajo. Si te dedicas a la lógica, puedes servir
al bien público brindando parte de tu tiempo al trabajo voluntario en algún
proyecto social, o donando dinero a una buena causa, pero la lógica no posee
por sí misma una función pública. La filosofía política generalmente la tiene.
La mayoría de los filósofos políticos más grandes han contribuido al debate
público, y eso es muy bueno, porque siempre es positivo para ellos considerar
si lo que piensan es realista y si podría suponer una verdadera contribución.
Por ello, en Las fronteras de la justicia afirmo que, en la medida en que los
problemas cambian, la filosofía también tiene que cambiar y ser flexible.
Usted ha
hablado de la vulnerabilidad humana, y Judith Butler también se refiere a ella
en su último libro, retomando a Levinas, por ejemplo. ¿Qué diferencias hay
entre su modo de entender la vulnerabilidad, como cuestión central en el debate
político y sobre la justicia, y el de Butler?
Existe
una gran diferencia con respecto al método filosófico. Provengo de una
tradición –muy socrática– que cree enérgicamente en la transparencia; yo jamás
enviaría a publicar algo que un estudiante de un curso introductorio de
licenciatura no pudiera entender y criticar. No concibo a los filósofos como
“profundas figuras solitarias”, sino como miembros de una comunidad que tienen
la responsabilidad de hablar y de estructurar sus argumentos con claridad. La
contribución de Sócrates a la democracia fue tener a todo el mundo hablando
conjuntamente de un modo claro y abierto, y asociar esto con el respeto a la
igualdad. Esta idea la recogió Kant; en realidad la considero propia de la tradición
ilustrada. Mis grandes referentes en filosofía son Kant y Mill, y en términos
de la tradición continental siento una gran simpatía por Habermas, que también
expresa este enorme compromiso con la transparencia. Es un gran avance que
Butler ponga el acento en Levinas y no en Heidegger; las cosas están mejorando
[risas]. Levinas es un pensador muy interesante, pero, de todos modos,
pertenecemos a tradiciones un tanto diferentes.
En uno de
sus últimos libros se pregunta por qué la democracia necesita de las
humanidades (Not for Profit: Why Democracy Needs the Humanities, 2010). ¿Caben
nuevos argumentos para la defensa de las humanidades en sociedades en que la
cultura se entiende como producto de consumo o bien como algo no rentable? ¿Ha
tenido en cuenta los cambios vinculados a la existencia de nuevos soportes
digitales, a la evolución del mundo editorial y al impacto de los mass media?
Hoy
necesitamos las humanidades como siempre, porque todavía precisamos cultivar
nuestra capacidad de respeto mutuo, de comprensión y de compasión, y esta ha
sido la contribución que las humanidades han hecho siempre a la educación.
Volviendo a Sócrates, él comprendió que, para que la democracia sobreviviera,
había que capacitar a las personas para cuestionar y examinar de forma rigurosa
sus propios argumentos, y sustraerlos a la retórica de los políticos. Los
griegos tuvieron que aprender a argumentar y a debatir juntos, y ese es un modo
de crear una cultura pública basada en el respeto más que en la autoridad o en
la tradición. Ahora bien, en las democracias modernas hay mucha retórica por
todas partes. En Estados Unidos tenemos a esos personajes de la radio y la
televisión que no paran de emitir mensajes que se supone que hay que seguir.
Solo si la juventud entiende cómo criticar esos juicios y cómo hallar premisas
correctas y argumentos válidos podrá sostener la esperanza de ejercer una
ciudadanía independiente. Si los ciudadanos no son independientes, no podemos
hablar de democracia, sino, en todo caso, de alguna forma de fascismo o de
totalitarismo. Por ello es urgente el debate sobre las humanidades; lo
necesitamos en la misma medida que la capacidad de empatía, de entender la
experiencia de quienes son diferentes a nosotros. Todos los seres humanos nacen
con esta capacidad básica –y ahora sabemos que incluso los simios y otros
animales poseen esta capacidad de asumir la perspectiva del otro–, pero hay que
desarrollarla mediante la educación. ¿Qué hacen las humanidades? Te emplazan a
ocupar posiciones diferentes a las propias. Cuando lees una novela o un poema
te estás entrenando en simpatía. Y si careces de este entrenamiento, ¿cómo
entenderás realmente los problemas con que lidian las sociedades? ¿Cómo sabrás
de qué modo una determinada ley afectará a un grupo minoritario? Ahora bien,
las humanidades también son buenas en sí mismas, son divertidas e iluminan
nuestra vida de diversos modos. Pero donde quise centrarme fue en la
democracia; incluso quienes no consideran divertidas las humanidades pueden
compartir el deseo de que la democracia persista.
Uno de
los puntos centrales de su crítica a la tradición contractualista, donde tiene
un papel esencial la obra de John Rawls, se refiere a la exclusión que esta
hace de las personas con discapacidades físicas y mentales y de los animales no
humanos en el establecimiento del pacto. Frente a la identificación que esta
teoría establece entre quienes son los agentes del contrato y la totalidad de
miembros de la sociedad creada, usted propone asociar de otro modo la
racionalidad a la capacidad de ser un sujeto primario de justicia. ¿Se podría
ligar de otro modo el “por quién” y el “para quién”? ¿Es posible un liberalismo
no contractualista?
Creo que
sí, e incluso la forma contractual puede ampliarse. Es lo que intenta, por
ejemplo, Christine Korsgaard en sus conferencias sobre los derechos de los
animales. Korsgaard sostiene que incluso un kantiano ha de reconocer que
compartimos la parte animal de nuestra naturaleza con muchas otras criaturas, y
por tanto, aunque seamos nosotros –y no ellas– quienes elaboramos los
principios, debemos hacerlo pensando en un grupo más amplio de criaturas.
Korsgaard distingue también entre el “por quién” y el “para quién”, pero yo lo
hago de un modo diferente. Sin duda se necesita un cierto nivel de racionalidad
para participar en la elaboración de los principios, pero ser sujeto de
justicia es tener algún tipo de afán por prosperar, lo cual es común a la
mayoría de los animales –quizás con la excepción de los que no se mueven, como
las esponjas–, y eso es para mí lo que los convierte en sujetos de justicia.
Por supuesto, algunas teorías no contractualistas no necesitan ser liberales, y
muchas teorías liberales no son contractualistas; basta pensar en Mill, por
ejemplo. Ser liberal implica preguntarse qué tipo de resultados queremos
promover para todos los miembros de la sociedad, y argumentar que cierto tipo
de libertades han de formar parte necesariamente de estos resultados. La
libertad de expresión, la libertad religiosa, etc., son piezas de una importancia
primordial en relación con las oportunidades que ha de tener todo ser humano.
Otras cuestiones cruciales que no son libertades, como la salud y la integridad
física, también deben formar parte del diseño de una sociedad decente.
El
enfoque de las capacidades que usted propone se presenta como la base
filosófica para una teoría de los derechos fundamentales de los seres humanos,
cuyo respeto sería el requisito indispensable de una vida humana digna y
permitiría plantear un mínimo social básico de justicia. ¿Cómo podría plasmarse
esto en las políticas públicas actuales? ¿Qué rol tendrían los organismos
internacionales?
De hecho
ya está siendo aplicado. Hay dos maneras diferentes de hacerlo. Una de ellas
–asociada con Sen– es como instrumento de medida, para calibrar la calidad de
vida de una sociedad por medio de las capacidades humanas y no a través del PIB
per cápita. Los gobiernos actualmente lo usan. Naturalmente, tienen que decidir
qué hacer a continuación, qué capacidades promover. Pero yo voy un paso más
allá y afirmo que los gobiernos tendrían que impulsar, como mínimo, un cierto
umbral de estas capacidades. Y una manera de hacerlo sería con una norma
constitucional. Exista o no una constitución escrita, hace falta algún
documento que establezca los derechos de todos los ciudadanos; y la gente debe
saber si se están cumpliendo y garantizando, por lo que también se requiere
algún instrumento de medida y la posibilidad de interpelar al gobierno en caso
de incumplimiento. Hay muchos modos de llevarlo a la práctica; las
constituciones más modernas contemplan este tipo de derechos económicos y
sociales, y existen mecanismos para exigirlos cuando no se implementan. En la
India el principal asesor económico del Gobierno es el presidente de la Human
Development and Capability Association, Kaushik Basu, lo que constituye un
ejemplo muy claro de cómo se puede implementar esta idea. Es fascinante que
algunos teóricos de categoría hayan alcanzado tales posiciones de poder. Como
es el caso de la actual procuradora general adjunta de la India, con quien he
trabajado sobre feminismo y justicia para las mujeres.
Gran
parte de la teoría feminista es manifiestamente crítica con los postulados
centrales del liberalismo. De modo semejante, muchas autoras feministas suelen
desconfiar de los postulados universales. ¿Cómo confluyen en su pensamiento
feminismo, liberalismo y universalismo?
Las
críticas de algunas feministas constituyen muy buenos dictámenes de ciertas
formas de liberalismo, pero no de todo liberalismo, como he intentado mostrar
en mi artículo “The Feminist Critique of Liberalism”. Las feministas sostienen
a menudo que el liberalismo es demasiado individualista, pero imagino que
quieren decir –y con mucha razón– que la teoría liberal debería hacer hincapié
en la filiación, en el cuidado, en los vínculos entre las personas, en la
necesidad que tienen las personas de una red de relaciones. Las típicas
preguntas liberales sobre la igualdad y la libertad han de continuar
presionando en este sentido. Mill puso de manifiesto que, en la misma sociedad
que continuamente hablaba de libertad e igualdad, se descubría en el ámbito
familiar una jerarquía de tipo completamente feudal en que los hombres tenían
todo el poder y las mujeres no eran libres ni iguales, y no podían siquiera
quejarse si habían sido violadas. Tal situación exigía más liberalismo; lo que
solicitaba el feminismo era un liberalismo más consistente. La exigencia
liberal de respeto a la igualdad humana y a la libertad es una parte crucial
del feminismo, porque, por supuesto, una perspectiva liberal tiene que prestar
atención a las desigualdades que las mujeres padecen en las familias; no se
puede dejar a la familia fuera del alcance de la justicia. El liberalismo viene
a ser como el punto de partida de mi pensamiento, y en concreto el liberalismo
de Mill, que es un gran crítico de la familia. Pero, volviendo a su pregunta sobre
el universalismo, ¿qué inquieta a las feministas? Es lógico preocuparse cuando
una cultura manifiesta insensibilidad respecto a otra, y la avasalla y la
somete a ciertas imposiciones sin la mínima autocrítica. Pero no por ello todas
las formas de responsabilidad universal han de considerarse malas. En primer
lugar, para que pueda existir un pluralismo significativo hay que garantizar
ciertas oportunidades. Si no existe libertad de expresión, por ejemplo, no hay
posibilidades de un pluralismo social con sentido. La libertad de asociación,
la libertad religiosa, incluso la garantía de la igualdad de derechos
electorales, son parte esencial de un conjunto básico de oportunidades que
permiten a las personas organizar sus vidas como deseen. Mill estaba en lo cierto
cuando sostenía que la garantía de las libertades fundamentales fue decisiva
para la experimentación y la diversidad de las vidas humanas. Por lo tanto,
estoy absolutamente a favor de la diversidad y, como ustedes saben, creo en un
tipo de liberalismo político muy tenue y no en una doctrina comprehensiva,
porque quiero dejar más espacio para que la gente organice su vida como le
convenga. Pero aun así, entiendo que cierta clase de derechos, incluido el
derecho de las mujeres a proteger su integridad física, o el derecho a la
salud, son condiciones básicas de cualquier tipo significativo de pluralismo.
Existen
muchos feminismos, como sabemos. ¿Tiene usted una definición de feminismo?
Esta
pregunta la tengo que responder a menudo cuando imparto el curso de filosofía
feminista, y cuando mis estudiantes me la plantean, en realidad me preguntan:
¿qué tipo de compromiso implica asistir a un curso como este? La respuesta
mínima es que las mujeres han sido tratadas de manera injusta a lo largo de la
historia, y que hay que corregir tales injusticias, y con eso basta. Luego,
claro está, existen diferentes tipos de feminismo. Hay quienes piensan que el
mejor modo de proceder es a través del radicalismo libertario, mediante el
rechazo de cualquier tipo de gobierno. A mi entender esa posición no es
defendible, aunque voy a tratarla con respeto y a exponer mis argumentos en su
contra. Por otro lado hay quienes piensan que el mejor modo de corregir las
injusticias contra las mujeres es otorgar todo el poder a una religión para que
organice a la sociedad. Tampoco esta postura me parece correcta, pero tengo
muchos estudiantes que la comparten –mormones, o que provienen de un
cristianismo muy conservador– e igualmente aspiro a tratarlos con respeto, y a
debatir con ellas y con ellos pensando que también pueden ser feministas. Este
es el mínimo para mí.
En su
último libro sobre el extremismo religioso en la India pone en duda que el
choque de civilizaciones constituya la amenaza principal, y otorga este
carácter al choque que se produce en cada uno de nosotros entre la agresión
autoprotectora y la capacidad de habitar el mundo con otras personas. ¿Puede
decirnos algo más al respecto?
He
querido refutar la idea, que Samuel Huntington hizo tan popular, según la cual
el mundo actual está dividido entre democracias occidentales y amenazas
provenientes del islam. El contexto de la India es diferente, porque allí las
personas comprometidas con actos de violencia son hindúes que invocan
falsamente una versión de su tradición, y la utilizan para atacar a civiles
musulmanes inocentes e intentar dominarlos. Me propuse hablar sobre este asunto
porque en América no se hace. Mis amigos de la India allí han escrito muchas
cosas interesantes, pero en Estados Unidos no las lee nadie. Me pareció que
podía hacer de altavoz de aquellas voces que no son escuchadas. Lo que quería
mostrar, el mensaje que quería transmitir, era que este choque entre el respeto
por la igualdad humana y el impulso por dominar se encuentra en el interior de
toda sociedad. En un nivel más profundo, creo, como Gandhi, que se encuentra en
cada persona, y que si somos conscientes de las fuerzas que nos conducen a
querer dominar a otros, se reafirmará nuestra esperanza de lograr una sociedad
decente y justa. También he investigado al respecto en mi libro sobre la
vergüenza y la repugnancia, donde intento centrar la atención en el origen de
estas fuerzas.
En su
texto Libertad de conciencia (2008) hace hincapié en las diferencias entre la
libertad religiosa en EE.UU. y la tradición laica europea. Sumándose a otros
casos que usted señala, algunos ayuntamientos catalanes han vetado el uso del
burka en edificios públicos, y en el Congreso el partido de la oposición
presentó una moción para prohibir el velo integral en espacios públicos. ¿Cómo
pueden relacionarse los conceptos de igualdad, libertad, neutralidad y
protección de las minorías? ¿Se podría afrontar esta problemática con las
herramientas del citado libro?
Espero
que sí. Tengo previsto publicar en Alemania un librito donde ampliaré los temas
centrales de la conferencia que he venido a impartir, con más ejemplos del
contexto europeo, y en el que habrá comentarios y réplicas de dos profesores
alemanes, uno de ellos Heiner Bielefeldt, el nuevo relator especial de Naciones
Unidas sobre libertad de religión o creencias. La tradición americana nos
muestra que las personas se atemorizan con facilidad, y que el miedo les hace
tratar a las minorías de un modo incoherente; demonizan a los recién llegados,
a los que parecen diferentes, pero no aplican estas mismas limitaciones a su
propia religión mayoritaria. Por ejemplo, cuando los católicos comenzaron a
emigrar a América desde el sur y el este de Europa, la gente les temía porque
eran de aspecto diferente a los rubios norteños: morenos, más bajos. Les tenían
miedo, y les impusieron reglas del todo injustas. En la escuela pública se
podían rezar plegarias protestantes pero no católicas; se podía recitar la
versión protestante de los diez mandamientos, pero si una criatura quería
recitar la versión católica se la castigaba, incluso con violencia física.
Hechos similares suceden en la Europa de hoy con los musulmanes. En algunos
estados de Alemania hay leyes que prohíben a los profesores de las escuelas
públicas cubrirse con pañuelos, pero las monjas y los sacerdotes no tienen
problemas para impartir clase con sus hábitos completos. Hay ahí una
contradicción flagrante, y aunque haya quien aduzca el carácter cultural de
estas cuestiones, en realidad son totalmente religiosas. En cuanto al burka, se
sostiene que necesitamos vernos el rostro completo para establecer relaciones
transparentes y normales. Yo vengo de una ciudad muy fría, y en invierno usamos
gorro y bufanda; solo nos quedan los ojos al descubierto, pero no tenemos
ningún problema con la transparencia. Para un trámite oficial comprendo que se
tenga que ver el rostro completo de la persona, pero para las interacciones
normales cotidianas el argumento me suena un poco ridículo… En Holanda, por
ejemplo, donde se han producido estos mismos debates, van a patinar con
pasamontañas, con una única obertura para los ojos; y en todos los países
modernos los cirujanos utilizan mascarilla. En las democracias modernas está
bien establecido que podemos confiar en las personas que se cubren la cara, de
modo que el debate tiene que ver en realidad con los musulmanes y con el miedo
a los musulmanes. Con respecto al dictum de que se oprime a las mujeres, lo que
corresponde es que la policía investigue, donde sea, cualquier denuncia de
violencia o coacción. Hay muchísimos casos de violencia doméstica que no tienen
nada que ver con el islam. En mi propio país hay pocos musulmanes y mucha
violencia doméstica, y ciertamente la policía no hace al respecto un trabajo lo
bastante bueno. Si una mujer llama a la policía para denunciar actitudes
violentas o coercitivas de su compañero o de su padre, hay que investigarlo.
Pero si una mujer decide salir a la calle con el burka, ¿por qué tendríamos que
protegerla de sus propias decisiones? Personalmente no comparto esa opción,
pero el modo en que los demás adoptan sus decisiones no es algo de mi
incumbencia. Tampoco estoy de acuerdo con la decisión de una mujer de hacerse
monja, pero ni en sueños pensaría en impedirle usar el hábito. Las personas
tienen que ir a la escuela para aprender sus derechos como ciudadanos y recibir
una buena educación, y luego han de encontrar oportunidades de empleo; es en
eso en lo que tienen que centrarse los estados, y no en negar posibilidades de
expresarse a la gente.
Nota:
* Entre los trabajos de Martha C. Nussbaum traducidos al castellano destacan: La fragilidad del bien: fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega (Madrid, Visor, 1995), Las mujeres y el desarrollo humano: el enfoque de las capacidades (Barcelona, Herder, 2001), La terapia del deseo: teoría y práctica en la ética helenística (Barcelona, Paidós, 2003), El conocimiento del amor: ensayos sobre filosofía y literatura (Madrid, A. Machado Libros, 2005), El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley (Buenos Aires, Katz, 2006), Las fronteras de la justicia: consideraciones sobre la exclusión (Barcelona, Paidós, 2007), India. Democracia y violencia religiosa (Barcelona, Paidós, 2009) y Libertad de conciencia. Contra los fanatismos (Barcelona, Tusquets, 2009).
* Entre los trabajos de Martha C. Nussbaum traducidos al castellano destacan: La fragilidad del bien: fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega (Madrid, Visor, 1995), Las mujeres y el desarrollo humano: el enfoque de las capacidades (Barcelona, Herder, 2001), La terapia del deseo: teoría y práctica en la ética helenística (Barcelona, Paidós, 2003), El conocimiento del amor: ensayos sobre filosofía y literatura (Madrid, A. Machado Libros, 2005), El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley (Buenos Aires, Katz, 2006), Las fronteras de la justicia: consideraciones sobre la exclusión (Barcelona, Paidós, 2007), India. Democracia y violencia religiosa (Barcelona, Paidós, 2009) y Libertad de conciencia. Contra los fanatismos (Barcelona, Tusquets, 2009).
¿QUIÉN
TEME A MARTHA NUSSBAUM?
POR CARME
CASTELLS
Seminari
Filosofia i Gènere
Si sólo
pudiera emplearse una línea para describir a Martha Nussbaum,
profesora de Derecho y Ética en la Universidad de Chicago, cabría decir, sin
duda alguna, que es una de las personalidades más relevantes del panorama
filosófico mundial actual. En ello concurren la calidad y el rigor de su obra,
en la que se pone de manifiesto la amplitud de sus intereses y también, lo que
no es menos importante, su decidida voluntad de contribuir a transformar la
realidad, al igual que su empeño en resaltar la utilidad práctica de la
filosofía como instrumento que puede ayudar a mejorar la vida de las personas,
tanto desde un punto de vista individual como colectivo. Podría decirse que sus
textos reflejan, de un modo u otro, el espíritu de la conocida máxima de
Epicuro, según la cual: “Vacío es el argumento de aquel filósofo que no permite
curar ningún sufrimiento humano”.
Martha Nussbaum deja
traslucir este empeño en la mayor parte de sus textos, ya sea a los debidos a
su vertiente de profunda conocedora del pensamiento clásico –al que acerca a la
contemporaneidad, y que le permite elaborar valiosas reflexiones sobre, por
ejemplo, el valor cognitivo de las emociones o pensar en qué consiste, hoy, una
vida buena y cómo tender hacia ella– o bien en aquellos que corresponden a su
faceta de pensadora política, en los que analiza cuestiones que abarcan desde
la ciudadanía en un mundo globalizado hasta la situación actual de viejos
problemas, como los relacionados con las situaciones de injusticia que
padecemos las mujeres.
Si bien
un comentario detallado de su bibliografía 1 excedería el alcance de estas
líneas, a modo de ejemplo podemos mencionar, de entre el primer grupo, dos
grandes obras: La fragilidad del bien: fortuna y ética en la tragedia y
la filosofía griega (1995), y La terapia del deseo. Teoría y
práctica en la ética helenística (2003). Entre los segundos
encontramos Las mujeres y el desarrollo humano (2000), texto
que nos presenta Mercè Otero, con entusiasmo, en este mismo número de Lectora ,
y el espléndido volumen Sex and Social Justice (1999) en el
que la autora reúne quince artículos, en los que se abordan temas como la
religión y los derechos humanos de las mujeres; la defensa de los derechos de
lesbianas y gays o los problemas que plantean los juicios a otras culturas, a
partir del caso de la mutilación genital. En esta obra deja traslucir con
brillantez no sólo su formación teórica, sino también la experiencia derivada
de su colaboración en una agencia internacional para el desarrollo vinculada a
las Naciones Unidas, y muestra con claridad que su concepción del feminismo
(que describe como “internacionalista, humanista, liberal, interesado en la formación
social de las preferencias y los deseos y en la capacidad de empatía” [1999, p.
6]) está estrechamente vinculada a su voluntad de erradicar la injusticia, de
contribuir a mejorar la situación real de las mujeres.
Probablemente,
esta voluntad de vincular la reflexión feminista con la práctica, con la
acción, sea la razón principal que, en noviembre de 1999, le indujo a publicar
en The New Republic , un artículo titulado “The Professor of
Parody”, al que se hace referencia en la entrevista que sigue a estas líneas.
En este texto criticaba el tipo de feminismo practicado por autoras como Judith
Butler, y expresaba su desacuerdo en términos como los siguientes: Al parecer,
las pensadoras feministas del nuevo estilo simbólico creen que la manera de hacer
política feminista es emplear las palabras de manera subversiva, en
publicaciones académicas notablemente oscuras y abstractas. Se considera que
estos gestos simbólicos constituyen, en sí mismos, una forma de resistencia
política, y que, por lo tanto, no es preciso comprometerse con asuntos tan
engorrosos como la reforma legislativa o las acciones reivindicativas.
Al propio
tiempo, afirmaba que: La gran tragedia de la nueva teoría feminista en los
Estados Unidos es la pérdida del sentido del compromiso público [...]. Esta
teoría no contribuye a alimentar a las mujeres hambrientas; no da refugio a las
que han sido agredidas, no ofrece justicia a las que han sido violadas y no
contribuye a proporcionar protección legal a los gays y las lesbianas.
Como
resulta fácil suponer, la claridad expositiva con la que formuló sus críticas
contribuyó a desencadenar una acalorada (y, por demás, saludable, en un momento
en el que no es extraño oír hablar de “postfeminismo”) controversia sobre el
papel y la función de la reflexión feminista contemporánea.
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