Los Reparos de Robinson
o la educación republicana de Simón Rodríguez
David De los Reyes
A Eloy
“Las palabras pintan las cosas y nosotros con la escritura pintamos las palabras”
ISimón Carreño Rodríguez (Samuel Robinson), nace en Caracas en 1771. Como hombre fue la expresión de una vida compleja, contradictoria y de intensa personalidad. De carácter peculiar y difícil, extravagante y hereje, orgulloso y violento, asumirá distintos quehaceres y personalidades: preceptor, maestro, amanuense, periodista, escritor, viajero, ideólogo, pensador, políglota, solitario, autárquico, adelantado a su época, tipógrafo, profesor de idiomas en Francia y en Rusia, defensor ardiente de las ideas modernas y de las de Rousseau, poseedor de una vasta cultura y sobretodo americano universal. Además de ser un niño expósito, “era feo, excesivo, ambulatorio”[1]. Maestro de Bolívar. Amigo de Washington y de los patriotas estadounidenses como Benjamín Franklin.El escritor venezolano Arturo Uslar Pietri nos lo describe así: “Su aspecto físico era poco atractivo y algo tenía que ver con su carácter y con sus ideas. Huesudo, basto y algo desproporcionado de cuerpo. Gruesas manos velludas, pesado andar, cabeza alargada y grandes orejas. El color moreno, la nariz ganchuda, la boca grande, recta y delgada, y la quijada saliente. Parecía hecho de mal ensamblados pedazos de otros cuerpos. Vestía con intencionado descuido y ostentosa simplicidad, que se fue acentuando con los años”[2]. En fin, una cabeza con peligrosos disparates para la tranquilidad aristocrática de la corona y de la nueva oligarquía criolla como veremos. Un alfarero de repúblicas y de republicanos. De familia urbana, no perteneciente ni a la envanecida clase terrateniente o a las de la oficialidad del Cabildo colonial: es un niño expósito. Va a ser recogido por el cura de la ciudad de quien recibe sus nombres. Simón Carreño Rodríguez será hermanastro de Cayetano Carreño Rodríguez, músico diestro y reconocido, que hizo sus estudios de música en la conocida Escuela de Chacao, institución dirigida por el Padre Sojo que dio grandes frutos al arte musical venezolano. En una disputa con su hermano, Simón Rodríguez decide quitarse para siempre su primer apellido, Carreño y apellidarse sólo con el de Rodríguez. Esas desavenencias por la paternidad con su hermano le lleva a decir que “no conocía a su padre, pero que conocía a un fraile que visitaba la casa de su madre”[3]. Maestro de primeras letras. Apasionado y estudioso de Rousseau, también del resto de los autores de la modernidad europea. La lectura juvenil del Emilio o de la Educación del filósofo de Ginebra será, por su deslumbramiento, determinante para la dirección que tomará su destino como maestro. Dará inicio a su obsesión de vida, la educación: tema central de su búsqueda intelectual; con el Emilio, del autor suizo francés, desarrollará un concentrado interés y una constante preocupación por todo lo referente a la educación y a sus modos de obtenerla. Sus lecturas le abrieron un mundo conceptual que le era adverso al tradicionalismo imperante en la pequeña ciudad colonial de Caracas. Por su carácter irá desarrollando el desarraigo y una furibunda disidencia. Una pugnacidad con el enconado tradicionalismo parroquial. Un análisis en todo lo que encuentra a su paso en la sociedad criolla que para él estará viciada y llena de superstición ya en el siglo XIX... Respecto a la educación que se impartida en las escuelas primarias en la ciudad de Caracas, tampoco estuvo bien vista por este contestatario-crítico de su tiempo. Era una educación sin registros certeros y prácticos para abrirse paso en las labores útiles para el acomodo de la vida; se da cuenta de la necesidad de realizar una reforma profunda en los establecimientos de educación existentes. Nadie aprende lo que debería saber. Así, por ejemplo, los pardos, serán la clase que tiene a sus espaldas el trabajo fuerte, mecánico y no están lo debidamente instruidos para acometerlo de manera más eficiente. Los terratenientes o pertenecientes a la burocracia colonial están envanecidos y nadando en un mar de prejuicios anacrónicos pero convenientes para su posición acomodada. Las escuelas eran las barberías. En ellas, al mismo tiempo que atendían a un cliente rasurándole la barba o dándole forma al cabello, un grupo de niños recitaba en coro una lectura cualquiera que el buen oficiante de maestro-barbero seleccionaba. De diez a veinte niños era el número de ellos en el local. Así, entre la distracción de la conversa con el cliente o la atención al corte de barba o de cabello, de tanto en tanto es que se prestaba una mirada al fatigado coro recitante. Una educación discontinua, sin objetivos claros, sin centrada disposición a las dificultades y a los temas que se leían. Una educación que ante los ojos de ese educador más que formar deformaba. De estos estudiantes los que eran más despiertos, con talento individual y una capacidad de aprendizaje aceptable, podían pasar al estadio superior de la enseñanza. Se basaba en aprender latín y filosofía, (filosofía escolástica, desde luego, una disciplina más emparentada con la teología y el catecismo que con el razonar de la cartesiana filosofía moderna racionalista). Ese será el paisaje de la educación que llevará a largas meditaciones a este paseante solitario rousseauniano de la Caracas colonial. Su influencia en el movimiento de independencia criollo será hecha de forma indirecta. Nunca interviene en la gesta de las guerras de independencia. Al ser el maestro del niño Simón Bolívar[4], captando la viveza y la inteligencia de su discípulo, encontrará el ser ideal para aplicar los ideales educativos del Emilio de Rousseau y formará en él un carácter para todo lo grande, la gloria, la autonomía y la libertad propia de un héroe romántico. Lezama Lima en su libro La expresión Americana nos advierte: “La influencia de Simón Rodríguez, no debe haber sido ejercida a través del ethos, de un circunspecto causalismo de la conducta, sino a través de lo que había en Bolívar y en él de más endemoniado y primigenio”. Es la gran influencia que llegó a tiempo para formar un gran sueño de emancipación en aquel turbulento e impaciente muchacho caraqueño del que la historia tendría de qué hablar. Se va para siempre de Venezuela en 1797. Teme ser descubierto y encarcelado como participante del movimiento de emancipación de Picornel. Cambia de nombre. De ahora en adelante se llamará Samuel Robinson durante todos los años de exilio. Samuel, como el rey fundador de Israel; Robinson, por su identificación con el personaje de la novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe. Viaja como exilado primero a Jamaica. Allí aprende el inglés. Luego su constante desarraigo lo lleva a transitar por los Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, Prusia, Inglaterra. Estando por un periodo de 26 años fuera de tierras americanas. Regresa a Sudamérica para iniciar el sueño de transformación del hombre americano por medio de la educación. Ultimo itinerario de su vida a través de los territorios de la Gran Colombia , ahora países: Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile. Nunca más regresa a Venezuela. Morirá en el pueblo de San Nicolás de Amotape, en el trayecto del último viaje que realizaría entre el Ecuador y el Perú. Transcurría el año de 1854.
IISobre su idea de Educación
Su método de enseñanza estará influenciado, como ya dijimos, por el Emilio de Rousseau. De ahí partirá hasta alcanzar sus propias ideas. Una educación que buscará crear republicanos. Su fin era formar un nuevo hombre. Aquel que pudiera dar vida independiente a las nuevas repúblicas sudamericanas. Su método de reforma social estaba centrado en ese cambio de modos pedagógicos. Las repúblicas liberadas, piensa, sólo estaban establecidas pero no fundadas. Un pueblo consciente de sus derechos y deberes faltaba para concretar ese nuevo plan de vida ciudadana. Su vida como maestro se inicia en 1791 a los veinte años de edad. Nombramiento otorgado por el Cabildo de Caracas. Como maestro de escuela de primeras letras tendrá un sueldo anual de cien pesos. Momento oportuno para poner en prácticas sus apreciaciones pedagógicas personales. Una visión de la enseñanza que mezclaría la práctica de un oficio con la enseñanza de las letras y las materias teóricas y formales. Inconforme ante el régimen interno y los sistemas de aprendizaje que se aplican en la escuela que le es confiada en 1794 redacta un informe que aspira a emprender una transformación y reforma radical de la enseñanza en esos establecimientos coloniales de la Capitanía General de Venezuela. Será titulado Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento, entregado al gobierno el 19 de mayo de 1794[5]. Este diagnóstico será quizá el primero de los intentos de modificación en las instituciones de enseñanza primaria en todo el espacio colonial americano dirigido por la colonia española. Es una manifestación criolla, que solicita un modelo apropiado para esa provincia de América[6]. Para emitir sus opiniones y reflexiones aprovecha teñirlas de un cinismo pedagógico. Del recurso mayéutico socrático. Nunca del espíritu evangélico de la superstición y la creencia sin fundamento. Está claro de un principio: la única autoridad reconocida ante el conocimiento debe ser la demostración científica junto a la práctica que puede aportar el uso de la razón. Su comprensión de la pedagogía está guiada por las concepciones ilustradas sobre educación. Mezcla el método naturalista propiciado por el ginebrino Rousseau con el sentido del buen trabajo del saint-simonismo industrial. En forma general ese documento nos describe el descuido y abandono que mantiene la enseñanza para ese momento. Una condición de desidia y desinterés que pareciera perpetuarse hasta el presente. Su descripción de esa realidad, con sus variantes actuales, lamentablemente se mantiene aún muchas veces, (no digamos de la infraestructura y de las condiciones tanto de nivel como de atención y reconocimiento social y económico por parte de los entes institucionales encargados de dirigir tales enseñanzas). En sus Reparos notamos la voz de alerta ante el desconocimiento e indiferencia por la utilidad, su función y necesidad de las escuelas coloniales para el bien de la sociedad. Nos habla también de la creencia firmemente arraigada de que cualquier persona puede desempeñarla. El proyecto de Simón Rodríguez contempla la creación de varias escuelas bajo una sola dirección general para la ciudad de Caracas. El director será el maestro principal que tiene funciones de inspector. Con apreciaciones arriesgadas y propias de su carácter, declara la necesidad de educar por igual y en el mismo establecimiento a todos los niños mediante la enseñanza pública. Una escuela que deberá acoger al mismo tiempo y sin diferencia de razas y castas tanto a los pardos como a los hijos de los blancos. Justifica esto por la igualdad de compartir la misma sociedad y religión. Esos establecimientos deberán acoger a todos. Pero admite que han de permanecer separadas las castas dentro del salón. Se buscará enseñarles las letras y las aritméticas. Al mismo tiempo se iniciarán en el conocimiento de las artes mecánicas. Se integra una educación formal con un aprendizaje práctico de las artesanías propias de la época: carpintería, cerámica, fundición de metales, etc. a los varones; a las niñas las labores propias de entonces. Su ideal de educación tiene en su concepción tanto de platónico como de rousseauniano. La ignorancia[7] es la causante de todos los males del hombre. El bien superior está en formar un hombre para la vida. No sólo la enseñanza de materias sino una educación que prepare a los niños para ser útiles a la sociedad. Para ello hay que enseñarlos a trabajar; formar una voluntad de servicio civil. Por una parte será una educación dirigida a ensanchar el sentido de los conocimientos útiles. Su dirección estará gobernada por el interés que vaya presentando el alumno. Todo esto combinado con el juego, diversiones y paseos para ejercitarse en el conocimiento directo de los elementos de la naturaleza. Una escuela que debe ser al mismo tiempo un taller de artesanías y oficios. Su innovación va ser tomada en cuenta por el Cabildo pero con reserva. Será retrasada su consideración. Su informe da desconfianza a las autoridades por venir de este personaje un poco extravagante para los modos parroquiales. Está lleno de ideas nuevas. Y no se sabe muy bien qué puede resultar de todo ello. Sometido a maniobras dilatorias –y su posterior abandono -, el documento se pasó a la Audiencia Real para su consulta. Pensando que ello causó molestias y no fue tomado con la importancia debida, Simón Rodríguez renuncia a su cargo de maestro el 19 de octubre de 1795. Por lo visto, el encaminar el ánimo de los niños para poder llegar a recibir “las mejores impresiones y hacerlos capaces de todas las empresas”, no era lo políticamente correcto en una sociedad que se guiaba por las prebendas, los beneficios de casta, la corrupción y el oscurantismo bien mantenido para no cambiar nada. Que todo permaneciera dentro de lo mismo[8].
Sus Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento consta de dos partes. Una primera en la que nos presenta el Estado actual de la escuela demostrado en seis reparos y una segunda parte que titula Nuevo establecimiento, en el que están las recomendaciones a tomar en cuenta para la mejora de la enseñanza y disposición de las escuelas. Por nuestra parte comentaremos la primera parte por ser un diagnóstico crítico que presenta la visión pedagógica e ilustrada de Simón Rodríguez. Además pensamos que se encuentra ya en este informe el germen de todo su pensamiento sobre la educación que irá luego desarrollando, perfeccionando y aplicando en el itinerario de su vida de educador tanto en Europa como al regresar a Sudamérica en 1823, después de 26 años de ausencia[9]. Su idea de escuela, como hemos ya dicho, persigue un fin original: más que formar en las enseñanzas tradicionales al alumno deberá tener el fin primordial de enseñar a vivir. La sociabilidad de los hombres es el principio que debe coronar esa enseñanza.
IIIPara una interpretación de sus Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento
Este artículo nos da un certero diagnóstico sobre los establecimientos que sirven como Escuela de Primeras Letras en la tranquila y parroquiana Caracas colonial. El documento fue entregado al Cabildo el 19 de mayo de 1794. Como señalamos, en él se encuentra el germen de su pensamiento reformista y pedagógico posterior. Toda su vida no será sino tratar de llevar a cabo estas ideas, y profundizadas por su experiencia y reflexión en Europa como pedagogo de idiomas e intelectual ilustrado. Su concepción sobre la educación, la necesidad de una educación igualitaria y ciudadana, con aspiración abierta a la democracia, donde se combine el trabajo práctico, artesanal, con otro tipo de enseñanza, como la formal, -enseñanza de la gramática, la aritmética, etc.- y se corrija la superstición (religiosa : del catolicismo fetichista, y hoy se pudiera incluir en ese mismo nivel la ideológica del bolivarianismo rampante y delirante con su huestes de santeros y militaristas) en el ambiente, fue una constante en los sucesivos establecimientos que abriría a partir de su llegada a la América luego de largos años de ausencia. Esta importancia que le damos a este escrito es debido al mismo desarrollo de su pensamiento respecto a su constante preocupación por crear verdaderos republicanos. Y esto sólo podía hacerse creando hombres que respondieran a esa condición política de vida. Hombres interesados en la res, “cosa” pública, de todos. Interés que, según él, podía lograrse mediante la educación que recibieran en la niñez. Postura propia de la ilustración. El hombre podía mejorar su condición gracias a una educación gradual y bien guiada desde la infancia.
1er Reparo El 1º Reparo lleva por título: “No tiene la estimación necesaria” ¿Qué es lo que no tiene estimación necesaria? Está claro que es la escuela como tal. Se nos habla de lo ruines que son. Del estado de abandono en que se encuentra. De las limitaciones y la poca evolución que han tenido en relación con otras instituciones coloniales de distinta función; instituciones que realmente han mejorado y cambiado su condición, pero al comparar las escuelas con ellas no muestra los establecimientos de enseñanza sino su condición estática de abandono en su mantenimiento, y un desinterés por los funcionarios y agentes públicos y privados de la colonia. La escuela es una institución de primera importancia por tener ella la función de transmitirnos las primeras luces, los primeros conocimientos y la primera visión formal del mundo. La buena educación es el instrumento poderoso para mejorar y conducir la captación de las mejores impresiones de las cosas: de aprehender y aprender a conocer el mundo. Representárnoslo en el mejor sentido que podamos para nuestro beneficio tanto personal como cívico. La necesidad de arrancar el oscurantismo y la ignorancia es el motivo principal de estos establecimientos que, por lo que nos deja ver Simón Rodríguez, no se hacía mucho respecto a ello. Si bien se conoce la necesidad de mejorar las condiciones de los hombres mediante la educación, de desarrollar nuestro juicio y capacidades, se dejó –y se deja aún hoy más que nunca- al abandono y hasta se mira con desprecio y sin la importancia debida. A fines del siglo XVIII estaba la escuela a cargo de un personal para nada especializado. Personal que era ocupado, en mayor parte, por personas mayores que se habían quedado sin un oficio. Sin estar preparados para ello lo asumían por la dignidad otorgada por las canas, condición para mostrar ya una sabiduría adquirida por experiencia y no por aprendizaje del oficio. Para Simón Rodríguez ésto es un motivo de preocupación continua. No sólo el abandono de las instalaciones, los métodos bárbaros, la irregularidad con que se rodeó toda la enseñanza, sino el desinterés por la formación, capacidad, buen salario y actitud del maestro a cargo de la enseñanza. Desde el primer reparo nos dice en su título sobre la dejadez de la escuela colonial: No tiene la estimación que merece. Las limitaciones con que funciona y con la escasez de recursos que cuenta nos dejan ver cuál puede llegar a ser sus alcances. Se sabe que todos la requieren para salir del estado de la ignorancia y abrirse a los conocimientos. Sus fines son desde todo punto de vista laudables: crear el ánimo, las atenciones perceptuales y cognitivas para absorber las mejores impresiones, y desarrollar una voluntad para llevar a cabo cualquier empresa elegida. Esta condición de la enseñanza, de adiestrar y acentuar unas capacidades corporales para ciertos fines es requerido en cualquiera de las áreas en que se desempeñe socialmente el hombre: en la ciencia, en las artes, en el comercio u otra ocupación indispensable para la vida social. Es despertar la curiosidad y la viva sensación en los niños. De poder hacer todo para su mejor incorporación posterior dentro de la sociedad. Sabiendo la importancia que tiene, sin embargo, como se ha visto, es dejada a un personal que no es el más adecuado. Para la época el ejercicio de maestro estaba muchas veces dado por el barbero, el bodeguero o el carnicero del pueblo. Colocaban, como ya se refirió antes, aledaño a su establecimiento, un aula donde se ejercía dicha actividad. Eran ministerios en los que no se tenía un personal preparado para ello. Oficios que se tomaban para la vejez y a la baja suerte. Lo aceptaban como último recurso por no saber hacer más nada. Ninguno de estos tipos de educadores, barberos, carniceros, etc., pretendía ni fomentar ni elevar moral ni en conocimientos realmente la educación de los niños.
2do ReparoEn el 2º Reparo titulado Pocos conocen su utilidad describe y justifica los beneficios de la escuela para la sociedad. Es el apartado más largo de los seis. Y se dedica a justificar lo que no debe ser justificado. Toda enseñanza, toda transmisión del saber humano bien fundamentado siempre aportará utilidad y bienestar a quien la adquiera, aparte de mejorar su relación y aptitud con la sociedad a la que pertenece. En su seno recibe con creces la devolución de ese conocimiento aprendido. Es una visión optimista y positiva de la educación. La esperanza nutre al entusiasmo. Dos motivos nos suscribe por los que toda enseñanza puede ser despreciada: bien por temeridad o bien por ignorancia. Del primero considera imposible que alguien tenga tal carácter respecto a la educación. Es impensable temer que la educación pueda infringir un daño en relación con la función correspondiente a una Escuela de Primeras Letras; siempre será un bien para el individuo: desarrollará curiosidad y amor por el conocimiento. Vista como un constante y sano interés por las cosas del mundo y la diversidad cultural de los seres humanos. La temeridad es descartada casi por imposible. Se queja que su desprecio sólo puede deberse por el grado de ignorancia de las personas que la enjuician así. La ignorancia puede tener distintos modos de manifestarse. Una de ellas, para este ilustrado educador, será debido al tipo de aprendizaje privado que era buscado por muchas familias con recursos en la colonia. Enseñanza fortuita en que la escuela pública y general no tenía cabida por el hecho de no existir realmente. ¿Qué acarreaba esta situación de la enseñanza privada? Una educación fraccionada, irregular, caprichosa y defendida por gustos personales. Por los criterios de los personajes que fungían como maestros. “Cada niño refiere y sostiene las reglas, los preceptos, las distinciones que recibió en sus principios”. Con ellos se conforma. Al no tener mejor método para suplirlos ni idea cómo salir de su limitación, vendrá el rechazo. Toda novedad es dudosa. Y queda sin resolver ni advertir su corta visión. Mantiene incomprensión del asunto, acorde al grado de ignorancia que se posee. La ignorancia aprendida, sin otro recurso, puede ser el atraso de muchos. Pues encontramos muchas veces el elogio a la ignorancia como fuente de riqueza material. El elogio a la ignorancia fue frecuente en el círculo de ciertos políticos y militares hispanoamericanos que habían adquirido y detentado el poder por la fuerza, a lo largo del siglo XIX, luego de haberse realizado la independencia del continente. La ignorancia no sólo trata de negar sino de ensalzar las virtudes de la ignorancia misma para la vida. Es la postura del conservador militaresco sin criterios. De quien acepta la tradición sin más. Apela a la superstición y al oscurantismo como postura de arraigo para la vida. Todo cambio, cualquier concepción nueva que salte de los linderos de su comprensión es puesta en entredicho. No es vista como una posibilidad útil de conocer y aprender. De si realmente puede o no ser beneficiosa de alguna manera. Todo cambio puede poner en duda la autoridad establecida en la tradición. Pensar críticamente para avanzar siempre es una molestia. Es ésta la ignorancia a la que se refiere Simón Rodríguez. Esa inercia encontrada no sólo en Caracas, de la que sale para nunca más volver en 1797. También la observa a lo largo de sus viajes, a partir de 1823, por el continente librado por el ejército patriótico. La experiencia lo llevará a comprender la necesidad de crear los nuevos hombres para consolidar las nuevas repúblicas: se han establecido pero no se han fundado, dirá reiteradamente (hoy sigue el mismo sentimiento presente y en algunas ni se han establecido…quizá estén en ejercicio de desaparición). No se han creado mientras siga existiendo la misma mentalidad anclada al torpe pasado. No existen porque los hombres que la conforman no conocen qué es la vida republicana, su dinámica y el sentido de la libertad individual en sociedad. Se hizo una revolución política pero faltó la económica. Se decretan repúblicas pero no se ocuparon nunca de hacer republicanos. Los grados de ayer y de hoy de ese desconocimiento bien pueden no sólo coincidir sino ampliarse. Se piensa que vivir de manera republicana es consolidando la militarización en todos los niveles civiles. Se crean hombres para el mando, pero no para la decisión personal ante el bien obrar y la legalidad aceptadas, dando la aparición de la necesaria confianza entre ciudadanos. Con eso volvemos a una organización donde se vuelve al ejercicio de la fuerza ciega, de la arbitrariedad burocrática y no al de las leyes. Es por eso que al retornar de su largo periplo en el extranjero escribirá: “ha llegado el tiempo de enseñar a las gentes a vivir”, frase que no quiere decir otra cosa que aprender a vivir dentro de los modos republicanos, ilustrados, igualitarios de la república. ¿A dónde se dirigía su comprensión de la educación? A una de carácter popular, destinada a ejercicios útiles y laborales, junto a una aspiración fundada en la propiedad. Exige que entre los deberes de cualquier joven, está el saber el oficio de una industria, un oficio práctico, sin perjudicar a otro ni directa ni indirectamente. Además conocer cuáles son sus obligaciones sociales implícitas al ser republicano. Los resultados están a la vista. Se quiere perfilar una educación para enseñar a trabajar, saber hacer bien las cosas prácticas y útiles de la vida, enseñar a vivir con autonomía y sociabilidad, ejercer los derechos como igualmente cumplir los deberes ciudadanos. Una educación que buscaba la autonomía del hombre privado y republicano, no el parasitismo estatal. Podemos acordarnos de su apreciación de corte liberal: el que sirve a un gobierno se hace el esclavo de un esclavo. La consecuencia para que se mantenga tanto en la colonia como en el período republicano ese estado de cosas es la falta de una escuela formal e institucional. Ello evitaría toda postura subjetiva, privada, caprichosa y no se sostendrían preceptos, reglas y distinciones dados en forma parcial. Para los practicantes de maestros tradicionales toda novedad era vista con desconfianza y pocos son los que están conscientes de su propia condición. Si bien pareciera que en esta observación Simón Rodríguez nos deja un rechazo a toda postura individual no estaríamos en lo cierto. Lo que se trata es de desarrollar unos principios que permitan aceptar la novedad cuando esta es beneficiosa para el conjunto. Una generalización que resta o disminuya al mínimo todos las ventajas y privilegios que quieran imponerse por diversos motivos, casta, posición social, de sangre, etc. Simón Rodríguez también nos habla de desimpresionar a la incorrecta conducta aprendida, que sostiene esa ignorancia, que rechaza cualquier mejora por el temor a un cambio de sus privilegios adquiridos. Hay que desimpresionar para volver a reeducarse. Volver a educar a los que no han hecho sino maleducarse. De tal forma que puedan revertirse a mejoras los abusos que se han sufrido por la falta de una correcta educación con fines bien conocidos y encaminados. Desimpresionar es difícil pero sano, dirá. Y casi inalcanzable para aquellos que se sienten que poseen reglas, preceptos, criterios que los mantiene más bien en torno a su maleducación. ¿Difícil por qué? Primero: por falta de tiempo, carencia de libertad y por los tipos de ocupaciones adquiridos en la etapa madura de la existencia por el oficio u ocupación que se tiene. Segundo: es difícil igualmente por la carencia de gusto natural para emprenderlo, es decir, la necesidad interna de cada quien tomarse la molestia de volver a corregir lo que pensábamos de manera desfigurada. En desterrar lo que habíamos mal aprendido. Esto debe ser asumido por decisión propia y poseer un sentimiento de placer en hacerlo. Toda imposición en adquirir nuevos saberes está conduciéndolo al fracaso. Quien no tiene gusto ni tiempo para hacerlo se mostrará reacio e indiferente respecto a lo concerniente a la educación. Sus motivaciones son más inmediatas y fijadas en el mundo que le rodea como tal. Efectuar un cambio de relaciones en ese mundo a partir de una constante capacidad de aprendizaje que amplía su marco de referencia vivencial es incómodo e inútil si es visto así. Este ignorante, nos dice Simón Rodríguez, “encuentra a cada paso tantos ejemplares idénticos de su mala letra y se gobierna con ella: tantos que ignora la Aritmética y se valen de ajena dirección en sus intereses…”. Los maleducados, para utilizar el término del investigador venezolano Arnaldo Esté, ignorantes a todas razones, está visto que no pueden fácilmente desimpresionarse. Están rodeados por otros que los mantienen y mantienen su propia condición de ignorancia. Se ven reflejados en esa ignorancia como regla común. Por tanto no es necesario modificar nada. El caso referido por Simón Rodríguez está dirigido a una mala letra y a una mala matemática funcional aprendida. En saber mínimamente escribir y en sacar cuentas y escribir los guarismos. Carencia que venía a ser suplida por los dependientes especializados para eso. Esta condición de la escuela que él conoce le hace afirmar que es poco lo que se puede alcanzar con tal educación. Su utilidad, por tanto, es escasa o muy reducida. Como lo hemos dicho ya, las causas están en tener una escuela que se conforma por el capricho y el criterio subjetivo de los maestros. Un personal que no ha estado formado por esa importante función social. Una educación privada, caprichosa y arbitraria. Sin un método homogéneo, sin un programa pensado para el buen vivir social. En este Reparo se nos habla también de la educación de los blancos. Casta social que no comprendía ni requería realmente un cambio en la enseñanza en las gentes de la colonia. Clase que igualmente estaba hundida en esa ignorancia de la que se habló antes. Que se ufanaba de ella por no ver en la competencia y en las capacidades el origen de su condición social. Estaban en lo que representaban, o bien por títulos de nobleza, o bien por origen de sangre, en tanto colonos y súbditos del imperio en relación con las distintas castas existentes. De hecho, como se refiere en el diagnóstico, piensan y creían que la caligrafía y la aritmética no les eran necesarias. En cambio, era ineludible para sus dependientes, para los subalternos de sus negocios, para los encargados en las funciones administrativas. No para los dueños o directivos del asunto. Aprender a pensar siempre es una función subversiva para cualquier régimen de privilegios. Respecto a los artesanos, labradores y gente común tampoco tienen, a los ojos de estos ignorantes, necesidad alguna de conocer más que el saber firmar. Su ignorancia no es un defecto notable para salir de su propia condición dependiente de los azares. También hablan que aquellos que toman el camino de las letras no tienen necesidad de las matemáticas. Basta con manejarse en el arte de la buena escritura. Para aquellos, para los comerciantes es suficiente saber tachonar los caracteres apropiados a las cuentas para manejarse en sus negocios. Alegan la docta ignorancia que “no han de buscar la vida por la pluma”. Pero una razón primordial para desdeñar a la Escuela de Primeras Letras es el convencido criterio del sentido común que todo lo que se aprende en ella se olvida. Se olvida tanto las buenas maneras de la escritura como cualquier otro conocimiento al pasar a la edad adulta. Afirman que es preferible adquirir estos saberes rudimentarios cuando se tenga más edad y juicio. Es una característica que le da a esa mala enseñanza de las primeras letras una razón suficiente para no ser tomada en cuenta. Y sobre todo en no incurrir en gastos y cambios que van a ser, de todos modos, inútiles. Se concluye que es más provechoso dejar a los niños en la más amplia ociosidad. Para Simón Rodríguez todo ello no es sino alarmante. Es perder un tiempo precioso para subir a niveles mayores de aprendizaje. Para entonces era adquirir el latín, filosofía, elocuencia, etc. Al comprender las carencias que adolecen todos los hombres de esa tranquila ciudad colonial reclama que la nueva enseñanza no debería estar exenta para nadie. Artesanos, labradores deben someterse a la misma educación que la del resto de los ciudadanos. Su visión racionalista está presente cuando afirma que “todo está sujeto a reglas”. Las reglas deben guiar a la correcta acción partiendo del conocimiento y de las mejores impresiones adquiridas. Con el fin de poder seguir aprendiendo a partir de las obras que puedan mejorar cada área de estos hombres industriosos y trabajadores, realizadores de la producción. En cierta manera Simón Rodríguez propone ya en ese momento la necesidad de una educación constante: casi de por vida. En fundar una sociedad del conocimiento a través de formar individuos e interesarles en mejorarse a partir de los avances científicos y culturales que puedan disponerse en su presente. Si observa que sólo los blancos van a esa medio escuela y que son los propietarios natos de los cargos públicos, militares y comerciales, declara que la educación debe ser por igual para todas las gentes de la ciudad. Hace incluir, con un osado igualitarismo pedagógico, a los pardos y morenos en esta reforma. Estos, que son los que están vinculados con las artes mecánicas, adolecen de instrucción. La adquisición de su oficio es por vía imitativa, práctica. Desconocen la técnica. El aprendizaje es por referencia a otro, “unos se hacen maestros de otros”. No son propiamente discípulos. Y la formación es penosa. Habría que decir que Simón Rodríguez mantendrá, al regresar de Europa por el llamado de su discípulo Bolívar, una postura saint-simoniana. Comprende que el nuevo mundo no sólo está determinado por los cambios políticos que están operando en él. El nuevo tiempo es el canto del industrialismo decimónonico. He ahí la necesidad de introducir las artes y oficios dentro de los establecimientos educacionales y para todos por igual. Esto último le traerá problemas. Por ejemplo, en 1826 con las castas señoriales de Chuquisaca, en el Alto Perú. Ahí monta su establecimiento republicano, y está destinado al fracaso. Creen estos ignorantes, que lo se debe adquirir es el aprendizaje ¿ético? del catecismo, las buenas formas de la conducta religiosa, y el conocimiento de la superchería. Una enseñanza para sostener un mundo oscurantista, jerarquizado por castas. Y que devolvía a los individuos a mantener los privilegios cristalizados ya en la colonia por las familias oligárquicas. El oficio de las artes, la industria y el conocimiento de las técnicas, no es lo propio para aquellos que van a mantener el orden tradicional adquirido. Para los que van a ocupar los cargos directivos de la nueva sociedad republicana. Para este educador, sean hijos de blancos, pardos o morenos, debían por igual asistir a las aulas públicas. Afirmó que todo niño, si tiene lo adecuado para ello, está tan capacitado como cualquier otro. Opinión de avanzada y chocante a los prejuicios de casta. El desarrollo de la inteligencia es un privilegio social no una necesidad humana para formar la civilidad de una comunidad. Justifica esa igualdad de aprendizaje y derecho al desarrollo de la educación y la inteligencia. El que los pardos puedan ser tan capaces como los blancos se debe a dos razones. Primero: que no están privados de sociedad. Segundo: se recuesta para justificarlo en el igualitarismo religioso aparentemente. La iglesia no debería hacer distinción de color de piel para ser observadas sus prescripciones. Por ello no debe tampoco hacerse una separación con la enseñanza. Esta maniobra de apoyarse en razones externas a la misma educación nos da a un Simón Rodríguez reformista que quiere educar mediante el determinismo normativo y tradicional de cierto igualitarismo religioso y pertenencia social. Es trastocar el determinismo educacional imperante mediante la reforma de su establecimiento. Por todo ello, este educador cosmopolita, negará la educación privada y defenderá la educación pública igualitaria para todos pero con una observación fundamental. Para no ser rechazada su propuesta advertirá que si bien deben educarse pardos y blancos con los mismos métodos y en el mismo establecimiento se ha de comprender que deben permanecer separados en el salón de clases. Proponer lo contrario hubiera sido mucha provocación. Hoy aún podemos encontrar, como bien lo ha advertido antes, que las diferencias económicas también priva ya no sólo la sociabilidad, sino el bien más preciado y característico de la humanidad, el desarrollo y distribución de la inteligencia, de las capacidades y de la educación de los individuos; la economía también puede hacer estragos o no en la distribución de la inteligencia, tanto a nivel global como regional. Habrá continentes más o menos ricos en inteligencia acorde con el desarrollo y la justicia de la economía. Otros, condenados en obtenerla. Su reforma se detiene al decir que cada grupo humano tiene funciones distintas. La colonia y su organización política son inalterables. Hubiera pasado de ser una reforma educativa a una social. Queda claro por qué lo dice. Las actividades de los blancos son distintas al resto; ocuparán “los empleos políticos y militares, desempeñando (igualmente) el ministerio eclesiástico”. Sin embargo es de resaltar que Simón Rodríguez da una significación inusual e importante a las otras castas. Conforman la sociedad y deben ser tomadas en cuenta en el proceso de la educación. Los pardos y morenos vienen a ser por primeras vez vistos como un agente económico y social importante. Están presentes en la constitución y construcción del mundo colonial. Se les da un derecho que hasta el momento está ausente. Así, “mejor vistos estarían y menos quejas habría de su conducta”, es decir, la educación como un factor para facilitar la integración, el reconocimiento, la tranquilidad y convivialidad social. Su carencia incita a lo contrario. Bien nos lo muestran a diario los países hispanoamericanos. Con la educación impartida por las Escuelas primarias o de primeras letras, que tienen como fin aprender a escribir, leer, conocer la aritmética y normas morales y religiosas según la época, se reduce el fracaso educacional y social posterior. Este largo 2º Reparo termina con una sentencia conclusiva: “No es la propiedad de lo que se aprende en la Escuela olvidarse: lo será de lo que se aprende mal; así como se desploma y se arruina luego el edificio mal cimentado. Digan que fue superficial la enseñanza y no que fue inútil”.
3er Reparo El 3º Reparo se refiere a la calidad de los maestros y la titula: Todos se consideran capaces de desempeñarla. Pocos son los que se creen que no tienen las virtudes y capacidades necesarias para ejercer como maestros. Toda persona mayor, pareciera, son aptos para labor tan elemental y seguramente que así se ha procedido por tradición y en aquel entonces. Y no porque dicho período colonial ha pasado es algo que haya cambiado totalmente en el presente. Como hemos ya observado, ser maestro en Hispanoamérica viene a ser un oficio menor y además mal pagado, denostado, sin importancia ni reconocimiento. Lo adquirían (y adquieren), por su supuesta facilidad, aquellos que no tienen ni posibilidades de otra cosa ni mayores cualidades y convicciones de lo importante de su profesión. Es decir, serán maestros los que no han podido ser otra cosa. Pero Simón Rodríguez solicita una profesionalidad en su ejercicio y nos describe cuál era la condición colonial imperante: “Para que un niño aprenda a leer y escribir, se le manda a casa de cualquier vecino, sin más examen que el saber que quiere enseñarlo porque la habilidad se supone; y gozan de gran satisfacción las madres cuando ven que viste hábitos religiosos el maestro, porque en su concepto es este traje el símbolo de la sabiduría. ¡Ah! De qué modo tan distinto pensarían si examinaran cuál es la obligación de un maestro de primeras letras, y el cuidado y delicadeza que deben observarse en dar al hombre las primeras ideas de una cosa”. Se exige menos vestimenta: los hábitos del monje: el traje y la corbata diríamos hoy; se pide más instrucción y conocimientos. Mejores modos de incentivar y métodos autónomos de aprendizaje. Instrumentos cognitivos para dirigir las primeras impresiones de los niños ante una mejor comprensión e instrucción de las cosas. Poseer, en fin, una mayor visión y apropiación del mundo.
4to ReparoEl 4º Reparo refiere al breve tiempo y su mal uso que dedica el niño para este conocimiento. Lo titula: Le toca el peor tiempo y el más breve. El centro de este reparo u observación está dirigido a las diferentes dificultades que encuentran, tanto el niño como el maestro, en el ejercicio de superarlas durante este breve período del desarrollo humano. Simón Rodríguez nos habla de la importancia de la formación de un carácter apto para la vida en general. Se debe proceder a obrar no a partir de la delicadeza, inocencia, pena, lástima. Condiciones que pueden ser tomadas casi como innatas, sin conducir al niño a robustecer su personalidad y llevarlo a reflexionar sobre sus deberes y derechos civiles. Una práctica dirigida a presentar ciertas dificultades. Pequeñas crisis individuales necesarias para dar a conocer al maestro las propias carencias particulares de cada alumno, al conocerlo e incitar a enmendarlas, y superar sus propias dificultades y adversidades. Es formar nuestra condición natural, mediante la cultura y la formación, que nos da la vida misma. Visión rousseauniana de la educación pero también esencialmente republicana. El hombre se sentirá y sabrá libre sólo en el momento en que actúa según las leyes establecidas racionalmente y por mutuo acuerdo colectivo. Permanecerá esclavo cuando se impulsa por la fuerza de sus propios deseos. Simón Rodríguez advierte la necesidad de reprimir y llevar al límite de la prudencia todos los deseos y caprichos del infante. En fin, saber obrar bajo el manto protector de la libertad y la sociabilidad. En primera instancia debe desterrarse, como lo haría cualquier educador platónico, la ignorancia. Formar la mente rectamente respecto a lo aludido cultural y científicamente por verdadero e ilustrado en la comunidad. Y desterrar los gustos que pueda inventar el uso de la razón informe, dejadez propia del hombre incivilizado. Del no diestro en las formas adecuadas para la conducción de la voluntad y de los sentimientos de solidaridad y civilidad, autonomía e industria que podría encontrar en su entorno y tiempo. Simón Rodríguez busca una formalidad pedagógica y práctica para reducir la informe razón, el capricho. De lo contrario, el arbitrio no dará un resultado feliz de la elección consciente en relación con su situación y fines. Aunque hoy pudiera ser criticada esa formalidad si sobrepasase los límites de esa educación de primeras letras y permaneciera inalterada en las etapas posteriores de los sujetos. Se requiere cierta inconformidad, informalidad, capricho para el desarrollo de la creatividad particular, original de los individuos. Mantener sólo como única a la universalidad formal generalizada es tapizar el suelo de la creatividad de unas formas. Haciendo casi imposible más tarde el desimpresionarnos de ellas. El condicionamiento sin crítica nos rompe la creatividad y diversidad de mundos posibles; pero primero hay que formarse para luego enmendar lo que consideramos superado o incorrecto. Por todo lo delicado de la niñez, la función que tiene aquí el maestro que desempeñar es uno de los más difíciles en la vida del individuo. Momento caracterizado más por la complacencia e indulgencia de los padres que por la severidad o las mismas travesuras y distracciones del niño. Una edad a la que Simón Rodríguez pide menos sobreprotección por parte de los padres. Exige más confianza cuando los maestros son responsables y en la enseñanza que puedan prodigar a los hijos. Su propuesta puede sonar hasta utópica. Encuentra erróneo que sea sólo por las habilidades adquiridas, el tamaño físico o la misma edad un elemento calificador para optar a los niveles superiores (del aprendizaje, para la época, de latín, filosofía, elocuencia, etc). Ninguna de estas condiciones son las requeridas para dar el pase a otro instituto. Aquí en este reparo Simón Rodríguez nos hace muestra de su ironía y cinismo. Es su defensa ante tanta absurdidad vista: “…como si fueren a cargar gramática en peso” y no manejarla hábilmente respecto a su función escritural. Nos interroga como lectores así: “¿No quiere decir que a la Escuela de Primeras Letras le toca el peor de los tiempos y el más breve?”, - para instruir y formar a esos discípulos. Actividad que se hace más difícil para este pensador por estar rodeada de halagos, consentimientos y caprichos permitidos a los niños por parte de sus padres. Consentimiento normal para la casta que acudía a la escuela. Proceder propio de la familia de los blancos, es decir, aquellos que tenían privilegios adquiridos sólo por la condición cristiana y por el color de piel. Además de saberse de antemano, como referimos, que con o sin educación de las primeras letras pasarían a poseer los cargos más importantes de la ciudad. Cargos de mando y dirección pública y comercial de la Caracas colonial. Motivo que a la larga sería incentivar el rencor y el resentimiento social. Como se vio luego en los tiempos de la guerra de independencia, las tropas peleaba no sólo por un nuevo orden político sino por venganza y resentimiento social (situación que pareciera resucitar aún en la Venezuela de hoy). Había que matar blancos, sean quienes fueran. Estas diferencias pudieron haber sido moderadas con diversas atenciones por parte del gobierno, al poner en prácticas las recomendaciones dadas desde 1794. Las razones de Simón Rodríguez no se tomaron a la final en cuenta y vino lo que tenía que venir. Una guerra no sólo contra la corona española o de clases sino también de razas, de castas, de color. Los privilegios tan marcados llevan a eliminarlas y arrasarlas por la violencia, como un río sin cauce, por aquellos que han sufrido sus injusticias y vivido en la ignorancia.
5to Reparo El 5º Reparo es titulado Cualquier cosa es suficiente y a propósito para ella. Esta frase da cuenta de cómo sería el abandono de la instrucción pública en tiempo de la colonia. Cualquier cosa que se haga por ella sería algo y mostraría una mejora inmediata. Aliviaría esa situación de injusticias, de desperdicio de tiempo y recursos. Era atender a una educación que no aportaba mayor beneficio para quienes la sufrían. Es un parágrafo donde se nos describe, se nos pinta[10] -diría Simón Rodríguez-, quienes eran los maestros y los espacios abordados para la enseñanza. Nos habla de peluqueros y peluquerías, de barberos y barberías, lugares y hombres habituales por los que circulaba la educación de entonces. La queja expuesta pasa por encima del comportamiento pedagógico de estos artesanos del cabello. Repara en la culpa de las autoridades que lo permiten. En quienes son sus discípulos y sus logros obtenidos. Los maestros son artesanos retirados. Gente sin oficio alguno. Un particular sin mayor trabajo a causa de su vejez y encuentran que el oficio les va al pelo. La vejez y las canas le dan el tono y la dignidad propia para ser tomados como personas sensatas para ese ejercicio. Una autoridad obtenida por las “canas y tal cual inteligencia del catecismo”. La ignorancia colectiva confunde enseñanza con adoctrinamiento religioso. Cualquiera que supiera el padre nuestro, el credo, el salve y algún pasaje de la biblia o de algún trozo piadoso de la moral cristiana, tenía los requerimientos. Podía ser tomado sin más como maestro: puro oscurantismo institucionalizado y aceptado. Critica igualmente lo inadecuado que eran los materiales utilizados en las aulas. Libros, cuadernos, y otros haberes no estaban acordes. Tampoco eran los mismos para todos. Bastaba que se tuviera cualquier texto de fácil comprensión para su lectura. Con él se marchaba a la escuela. Se carece de un texto único y de los mínimos implementos para todos. Así se crean diferencias, distinciones, rezagados. Más tarde verán las fallas que arrastrarán al abordar conocimientos de mayor dificultad. Llegan a no tener los instrumentos mentales adecuados para ello. No se mira en los materiales una disposición uniforme que también lleva a obtener una mayor calidad de la enseñanza, facilitando su aprovechamiento óptimo. ¿Cuáles libros se usaban? Simón Rodríguez nos habla de libros de meditación o discursos espirituales. Podemos imaginarnos qué beneficio reportan para el conocimiento y la ciencia. Libros que, como dijimos antes, son más de adoctrinamiento que otra cosa, que hoy se vuelve a resucitar con los nuevos textos ideológicos revolucionarios del Estado. En el reparo lo que pide es sistematización y uniformidad de materiales y criterios. Pues “es necesario saber leer en todos los sentidos y dar a cada uno su propio valor”. Dar a cada uno el sentido y significado, comprensión y adecuación al tema trabajado. Lo contrario encierra el entendimiento para otros campos y saberes. Se piensa que con ser piadoso basta para saberse educado. La experiencia lleva a otras variantes. Lleva a abrir la comprensión de los alumnos a una diversidad de conocimientos necesarios más allá del recitado memorístico y repetitivo de supersticiosas lecturas doctrinales religiosas.
6to Reparo El 6º Reparo se dirige a los métodos bárbaros, inadecuados. Prácticas pedagógicas encontradas en las diversas escuelas caraqueñas. No deja de señalar la poca retribución tanto económica como de reconocimiento social respecto al maestro. Lo titula así: Se burlan de su formalidad y de sus reglas, y su preceptor es poco atendido. Nos describe los métodos bárbaros y distintos observados. Los procederes irregulares, tanto por parte de los maestros-artesanos o maestros-peluqueros-barberos, etc., como también de la conducta blanda y caprichosa de los alumnos. Sus palabras, sobre todo, se dirigirán a la irresponsabilidad de los padres respecto a la adecuada atención que se tiene que poseer para la educación de los niños. Escuelas que cada una imparte un método distinto para tan delicado asunto. Un método que se desconoce sus resultados, y los obtenidos por sus alumnos deja mucho que desear. Donde la costumbre y la tradición pesa más que los buenos procederes y fines. Todo hace que Simón Rodríguez pregunte si aún puede haber alguien, después de haber leído su informe, que se atreva a defender lo indefendible. Alguien que opine que no se deba modificar las escuelas silvestres y no hacer los reparos convenientes. Además de hacer propicia la irregularidad de la enseñanza por los métodos y los azarosos e incumplidos horarios, todo ello impulsa a crear también una pérdida de la dignidad, respeto, estima e importancia del oficio del maestro: “…el maestro que debe ser considerado de los discípulos, es el que los considera porque el tiempo y la costumbre así lo exigen…”. Advierte que quien debe tener una mayor obligación y cuido de la educación son los mismos padres: “Los principales obligados a la educación e instrucción de los hijos son los padres. No pueden echar su carga a hombros ajenos sino suplicando y deben ver al que los recibe y les ayuda con mucha atención y llenos de agradecimiento”. Simón Rodríguez revierte la relación, pone de cabeza ese mundo que está al revés. Aspira a cambiar lo dado por la costumbre. Busca darle relevancia y dignidad al papel social del maestro, de su importancia para los padres que acuden a él. Basta de los atropellos constantes que tenían que someterse por satisfacer las demandas y caprichos de los representantes. Una educación tiene sus propias reglas y preceptos. Los matices familiares, los privilegios y los consentimientos externos a la misma educación están de más en el asunto. La finalidad de la escuela está en suplir la falta de tiempo, conocimientos y actitudes adecuadas que no se encuentran en el seno materno. En no sólo adquirir modos de comportamiento externo sino comprensión y desarrollo interno, estructura mental, reconocimiento simbólico, adquisición de significados lingüísticos, capacidad de abstracción para el desarrollo y la adquisición del saber y el hacer. Suplir carencias familiares bien sea por ignorancia de muchas cosas o por carecer de tiempo para la ocupación de los menores por sus mayores. Se concluye que los representantes deberán, siempre y cuando sea para bien del alumno, “conformarse en todo con sus preceptos, con su método, con su constitución”.
Por todo lo anterior afirma que Es indispensable la reforma. Una reforma que no resultaba extemporánea, ni una rareza en relación con la escuela de la propia capital del imperio español, sea la Escuela de las Primeras Letras de Madrid. Allí también se había realizado ya en 1793 su estudio para perfeccionarla. Mejorar sus métodos, sus textos, los tipos de conocimientos impartidos y la calidad no sólo de la enseñanza sino también del personal que la ejecutaba. El solicitar en una colonia esas modificaciones no era extraño a oídos de los regidores de la enseñanza del reino. Si las escuelas de la capital del reino eran la cabeza y modelo de todo el sistema educativo del imperio, bien se podía pedir igualmente que los súbditos del otro lado del mar buscaran mejorarla y perfeccionarla acorde a sus realidades y requerimientos. Pero sus trabas estaban no en las cortes de ultramar. Estaban los entes públicos del gobierno y su grupo de privilegiados en América del Sur, que cerraban cualquier mejora en beneficio general de la sociedad. Cuanto más tiempo siga todo de la misma forma más tranquila crecerá su grasa mental privilegiada. Simón Rodríguez había dado con un ideal de escuela demasiado adelantado e ilustrado para entonces. Sabemos que sus reformas requerían añadir nuevos fondos económicos, para su aprobación, previa discusión en el cabildo caraqueño y a la Audiencia Real. Sabemos que no hubo ningún cambio al respecto en Caracas. Esta primera frustración hará que Simón Rodríguez se comprometa en el movimiento de emancipación de Picornel. El movimiento es frenado y puestos presos los cabecillas. A Simón Rodríguez también lo llevan preso. No le encuentran pruebas para enjuiciarlo y lo dejan libre. Su participación en ese intento de emancipación se conoce porque escapa, como hemos dicho antes, escondido hacia Kingston, Jamaica, en un viaje que lo separaría para el resto de su vida de aquella aldeana ciudad caraqueña. Nunca más regreso a ella. Su patria, como dijera Bolívar, a su regreso será América.
IV La educación republicana y la revolución de la emancipación como fracaso
Su concepción de la educación no queda en ese informe aldeano y de una Caracas colonial. La educación va a ser su tema de vida e irá cambiando, evolucionando, transformándose con el ejercicio del oficio y con los años. Surgen nuevas interrogantes y nuevas experiencias. Sus lecturas y prácticas le harán concluir que la educación no puede ser un adoctrinamiento. Educar es crear voluntades, aprender a vivir, en ser útil y mantener como un principio determinante para toda enseñanza la sociabilidad. La sociabilidad no era aprender las reglas de la gramática y de llevar las cuentas de la aritmética. Es saber vivir dentro de una sociedad libre, laica e igualitaria en oportunidades. Los hombres viven juntos pero carecen de ideas fundamentales de asociación y cohesión social. Pensar cada uno en todos para que también todos piensen en él. Por otra parte pedía conocer directamente la naturaleza y las cosas reales que nos rodean. Tratar de desarrollar un saber científico de las cosas. La educación tradicional de su tiempo formaba vasallos. Prácticamente esclavos para el trabajo. Doblar el lomo y reclinar la mirada y decir su merced. Una enseñanza que transmitía prejuicios y mentiras amparadas en la supuesta “autoridad” del dogma tradicional. Como resultado se tenía una sociedad quebrada humanamente, en donde se vivía contra todos y con nadie. El que nada sabe cualquiera lo engaña, al que nada tiene cualquiera lo compra. Dar el giro a una educación para el desarrollo de la razón y de la sensibilidad, para el libre examen y la curiosidad científica, del sentido de la libertad y el orden legal justo, para el trabajo y lo útil, para la autonomía y la industria. Adquirir la capacidad de saberse productivos y de ser aptos para el uso y la adquisición de la propiedad. Educar es crear voluntades. Su proyecto educativo no está exento de un contenido político en sus fines. Toda educación es portadora de un modelo de vida ciudadana. En una nueva escuela estaba la gran posibilidad de rectificar al hombre de su errada conducción debido a la ignorancia. Sin cambiar al hombre y formarlo desde su más tierna edad sabía que no se podía cambiar nada. Más que una revolución política era una revolución educacional que a la vez implicaba una económica. Decía de tomar al niño todavía sin nada en la cabeza. Por ahí es donde se debe iniciar una transformación. Lo contrario, como se hace hoy día aún, era seguir engendrando el prejuicio, la superstición, los errores, las vallas sociales. Para él esto significaba mantener la peste cultural en que se nadaba si no se atendía a la enseñanza. Estas máculas culturales casi congénitas se traspasaban, mimetizan y trasmitían de una gente a otra gente, de una generación a otra. Alertó del daño que hace un “abuelo imbécil” hablando a sus nietos. A sus ojos esa relación es la más dañina. El bien que le podía aportar al niño la escuela más avanzada, retrocedía en el niño. Volvería a aparecer la mentalidad prejuiciada del abuelo, sus razones y sus malos hábitos de pensamiento, sus rancias ideas y sus paralizantes normas. Podríamos pensar cuál sería su juicio actual cuando al niño le es sustituido aquel “imbécil abuelo” por la sobreabundancia de los medios electrónicos y una deformación ideológica sistemáticamente ejercida por un estado irresponsable y corrupto y, por ende, ignorante. Imaginamos que su pensamiento hubiese declarado la guerra ante los usos ideológicos y censurados de los medios y su sentido del raiting revolucionario y de la imbécil pero divertida programación de la verbosidad ignorante pero con poder político. Sin comentario los juegos electrónicos de los estados totalitarios con visos de democracia populares con formación a formar mentalmente enceguecidos fanáticos sin mayores escrúpulos que los dictados por el tirano de turno. Las revoluciones no llegarían a cambiar nada sin el alimento de la educación en los hombres para formar una nueva sociedad. Para él las repúblicas no se fundaban en los campos de batalla, ni como hoy a través de los medios de comunicación censurados, sino en las escuelas. Una escuela laica y científica que vaya iluminando y enmendando los errores del pasado y del presente. Se preguntó si el hombre podía vivir en libertad. Para él esa libertad estuvo en su experiencia a su paso por Norteamérica y la república jeffersoniana. No la verá en la pseudo república de Francia. Llega a Bayona en 1801. Y conoce cómo se había instaurado el régimen del Terror de Robespierre y caer al poco tiempo también su cabeza por la misma guillotina revolucionaria. También vio el regreso del viejo sistema aristocrático que vendría a propiciar Napoleón al autoproclamarse emperador. ¡Tampoco la revolución francesa se encargó de crear republicanos! ¿Se podía pensar que un régimen de libertad e igualdad podía lograrse en Sudamérica? Estaba por verse. Sólo la educación y su instrumento mayor: una escuela republicana, eran los instrumentos adecuados para poder realizarlo. Si la gente no sabe cambiar con los tiempos es porque no se les había enseñado cómo hacerlo. Cambiar de gobierno no es cambiar de condición si no va acompañado de un cambio en las costumbres y en las relaciones cognitivas del mundo tradicional. Esa es la modernidad de Simón Rodríguez. El error de las revoluciones modernas se centraba en pensar que con un cambio de gabinete, de caudillo, de leyes o de constituciones se podía cambiar el orden de las cosas, mejorar el conjunto de la sociedad. Nada más falso a sus ojos. Es la escuela la que puede dar ese paso. Todo lo demás es tiempo perdido. Si se quiere mejorar la condición humana se tiene que empezar por diseñar las nuevas generaciones. Diseñarlas en función de derribar aquel turbio río fangoso de malas y supersticiosas tradiciones, de costumbres podridas, de razones informes, de ideologías políticas manipuladoras y pseudo-revolucionarias, de hábitos mal habidos. Si se quiere hacer una real revolución para engendrar justicia social, libertad ciudadana, riqueza y propiedad individual y colectiva antes que nada había que mirar al orden educativo que se tenía (y se tiene). A los resultados que se obtenían en sus mismos ciudadanos. A la acción del hombre educado por ellas y el mundo que se constituía. Es ahí donde estaba la oportunidad de mejorar la condición humana. Simón Rodríguez era un adelantado a su momento. Hoy se mira con preocupación por los países llamados desarrollados la dirección e importancia de la educación de sus ciudadanos para el movimiento y bienestar de la sociedad humana en un mundo de comunicaciones globales instantáneas, de una economía mundializada y de una fragilidad ecológica y cultural universal. Pero el registro de la historia nos dice que los hombres de acción no tienen mucho miramiento por la educación. Este ¿venezolano o americano? observó muy bien el motivo principal del fracaso de la revolución francesa en su momento. Se creyó que una revolución consiste en tomar el poder. Eso es sólo un comienzo. Había que transformar la sociedad desde otra mira. Sin ello se regresa a lo mismo. Poco a poco se volvió al viejo orden. El error estuvo en que no era la guillotina y el Comité de Salud Pública manejados por Robespierre y seguidores. El epicentro del fracaso, -como lo ha demostrado la burocrática y militarizada ex-Unión Soviética o esto que dicen ser una república bolivariana revolucionaria a la cubana-, está al no instaurar una escuela para la sociabilidad democrática, la construcción de una moral ciudadana, sino para la competencia bélica y el sometimiento y esclavitud de los individuos al partido, a una sociedad estamentaria, clasista por sus jerarquías infernales de la burocracia policial y de “aparato”. En fin, las revoluciones parten y vuelven al mismo punto de origen si no cambian su órbita de ejercicio cerrado de poder por una elíptica abierta hacia la mejora y perfeccionamiento del ciudadano por la vía de la educación, del mutuo respeto, de aprender a vivir en una sociedad republicana y democrática, incentivando la autonomía y el hacer apto para la propiedad individual y social. Sin cambiar la condición de una escuela estancada en los prejuicios ancestrales y sin enseñar a la gente a vivir, la llamada sociabilidad, es tiempo perdido e inversión quebrada. No más revoluciones sangrientas, nos dice. Lo que se requiere es una nueva organización. Un gobierno que busque su mejor proceder a través del saber científico, ilustrado y democrático. La sociedad que conoció este caraqueño no era sino un mundo al revés: ignorancia, superstición, fetichismos de razas, religiones arcaicas sin relación con el hacer y el haber de los nuevos tiempos. ¿Pero en Hispanoamérica estamos ante un nuevo tiempo? Por otra parte va a comprender la dirección que iba tomando la dinámica interna de las sociedades de entonces. Ya no era el campo el productor más importante de riquezas; la posesión de tierras no es garantía de riqueza. El tiempo de los fisiócratas había pasado. Es Adams Smith y su sentido de la riqueza de las naciones. La riqueza está en la acción y capacidad productiva de los hombres instruidos. El sentido industrial de la sociedad es lo que tomaba cuerpo al pasar de los años. Es lo que veía Simón Rodríguez. Ahí está su preocupación de colocar al lado del aula para enseñar las primeras letras el taller para aprender a usar también las manos, volverlas útiles. Comprender que el ejercicio de la voluntad en los trabajos artesanales no menoscaba para nada la personalidad del niño. Todo lo contrario. Abre su interés por comprender cómo están hechas las cosas para luego repetir el proceso de crearlas con su propio esfuerzo y el saber adquirido. No era una mala idea. Aun hoy puede ser puesta en práctica. El taller de artes mecánicas al lado del aula de primeras letras. El campo de cultivo al lado del laboratorio de ciencias. Para finalizar podemos agregar que pareciera que el fracaso fue su sino y destino. Desde su regreso en 1823 al continente americano asumió el camino de la pobreza, el exilio y la barca del viajero perpetuo. Mal retribuido, olvidado y menos reconocido por la oficialidad patriótica, pasa los últimos años de su vida en Bolivia, Chile, Ecuador y Perú. Sus escuelas se suceden de lugar (Bogotá, Latacunga, Quito, Arequipa, Ibarra, Huancané, Chuquisaca, Samán, Taraco, Pucará, Azangaro) y con su movilidad arrastra su fracaso. Sin ánimo de iniciar nuevos proyectos se retira a morir de miseria y soledad. Sus palabras para ese momento son tan dignas como las de su discípulo en su agonía en Santa Marta: “Por querer enseñar más de los que todos aprenden pocos me han entendido, muchos me han despreciado y algunos se han tomado el trabajo de perseguirme. Por querer hacer mucho no he hecho nada y por querer volverme a otros he llegado al término de no volverme a mí mismo”[11]. Su generosidad y sus ideas toparon con el pellejo seco de la ingratitud. Su riqueza humana afectaba a lo sinuoso y reptal de la nueva sociedad patriótica que parecía levantarse sin porvenir al mismo momento que obtenía su corta liberación e independencia política. Son nuevas cadenas. Un nuevo poder oprobioso va a promover injusticias iguales o peores que las cadenas imperiales de ultramar. Vivirá en la irreductible individualidad libre, irradiando ese gran tesoro de sabiduría y experiencia hasta en la más elevada pobreza sobre las montañas de la sierra andina. Esplendor personal que engendraba una nueva causalidad. Por eso recibirá todos los odios irresueltos, las maldiciones, los rechazos ciegos y sordos de aquellos a los que se acerca o se le acercan. En algún lugar perdido de San Nicolás de Amotape deben vagar sus solitarias cenizas desde 1854.
Bibliografía.
Obras de Simón Rodríquez: Sus escritos permanecerán casi olvidados por mucho tiempo. No volvieron a ser editados hasta el año de 1954 gracias al filólogo venezolano-español Pedro Grases. Se encarga de recopilar todas sus obras dispersas existentes y ordenarlas cronológicamente para su edición como obras completas.
Obras completas, Universidad Simón Rodríguez, Caracas, 1975, 2.vol. Escritos, compilación y estudio bibliográfico por Pedro Grases, Ed. Soc. Bolivariana de Vzla, Caracas, 1954, 2 vol. Inventamos o erramos, Antología de textos. Monte Avila Editores, Caracas, 1982.
Obras de referencia.
AA/VV. El Pensamiento de la Ilustración. Economía y sociedad iberoamericana en el siglo XVIII. Ed. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982.
AA/VV. Pensamiento político de la emancipación venezolana. Compilación de Pedro Grases. Ed. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982.
García Márquez, G. 1985. El General y su laberinto. Ed. La Oveja Negra. Bogotá
Grases, Pedro. Temas de bibliografía y cultura venezolana. Ed. Nova. Buenos Aires, 1953.
Lezama Lima. La expresión americana. En Obras Completas, t.1, Aguilar, Madrid, 1971.
Pino Iturrieta, Elías. La mentalidad venezolana de la emancipación (1810-1812). UCV. Caracas, 1972.
Uslar Pietri, Arturo. La invención de América mestiza. F.C.E. México, 1996. ----------------------------La isla de Robinson. Seix Barral, Barcelona, 1983.
NOTAS
[1] Lezama Lima, Obras Completas. Aguilar, Madrid,
1977, t.1, pág.335
[2] Uslar Pietri, A.: La
invención de América mestiza, F.C.E., México, 1996, p.447.
[3] Lezama Lima, idem.
[4] Simón Rodríguez fue el
amanuense de Feliciano Palacios, abuelo de Bolívar, quien le solicitó que fuese
maestro del niño Simón para así darle una educación. Para el 23 de julio de
1795, muertos sus padres, viviendo en ese momento con su tío, se va a
vivir por unos meses con su preceptor Simón Rodríguez, hasta el mes de octubre
que regresa con sus familiares. El preceptor vio en este hijo de
ricos hacendados, irreverente y vivaz, la posibilidad de poner en
práctica las ocurrencias pedagógicas del Emilio. Siente que en él
se hallan las características adecuadas para la formación propuestas por
el filósofo suizo. Por otra parte, se crea una estrecha relación de
camaradería entre preceptor y alumno. Se establece un simulacro: se hace
que le enseña gramática y las primeras letras pero también los ideales de
aquella filosofía moderna: la bondad e igualdad presentes en el estado de
naturaleza, de la belleza y la justicia que debía alcanzar
toda sociedad para no deformar o crear monstruos de sus ciudadanos; una
vida conducida por el libre ejercicio del cuerpo y de la razón. Más que
aprender los modos descritos en los libros se tenía que ir directo a la
experiencia para conocerlos. El oficio de vivir era la primera
enseñanza que había que aprender. Esa estancia lo marcará
para el resto de su vida. Es la cercanía con este hombre extraordinario lo que
cambiará el espíritu de su vida. Este maestro que aparece en una Caracas
atrasada pero con prohombres que sobresalen respecto a la cultura y al
ambiente social de las clases pudientes. Son los vaticinadores del nuevo
mundo que estaba pronto a realizar. Bolívar, en una carta fechada el 19 de
enero de 1824 le escribe, con su lenguaje romántico y grandilocuente, a quien
fuera su maestro: “Ud. ha formado mi corazón para la libertad, la
justicia, la grandeza, la belleza”. García Marques en su novela El
general en su laberinto (Ed. La Oveja Negra, Bogotá), nos recuerda el
sentido de vida que le infundió: “Se burlaría de todo eso que
tuviese un olor de superstición o de artificio sobrenatural y de todo
culto contrario al racionalismo de su maestro”. Simón Bolívar, mantendrá
durante toda su vida, un reconocimiento total y un agradecimiento
inmenso por sus enseñanzas. Una amistad perenne. Lo llamará
con ferviente amor como su “maestro”, el « Sócrates de Caracas ». Bolívar
será siempre gratitud y reconocimiento, devoción y admiración por este
sabio trotamundos: “A él le debo todo, pues fue mi único maestro universal”. Su
relación de preceptor con Bolívar sería de cuatro años
en Caracas y en Europa encuentros seguidos por unos tres
años. Después se separan hasta el regreso de Simón Rodríguez al
continente ya independizado de la corona española.
[5] AA/VV. El Pensamiento
de la Ilustración. Economía y sociedad iberoamericana en el siglo
XVIII. Edición a cargo de José Carlos Chiaramonte, Nº 51. Biblioteca
Ayacucho, Caracas, 1982, pág.374 a 392. Todas las referencias al texto salen de
este texto.
[6] Se habla de otro informe sobre
las condiciones de la educación y de las escuelas presentado por Miguel José
Sanz, otro ilustre venezolano. Ese escrito presenta fecha incierta.
Su existencia se debe gracias a que sus ideas serían recopiladas
fragmentádamente en el libro de viajes del francés Dupons a su paso
por estas tierras en 1806. A diferencia de Sanz, quien sólo
critica pero no da fórmulas para un cambio, Simón Rodríguez no se queda ahí.
Propone toda una serie de detalles y recomendaciones, cambios de pensum y
maneras de enseñanza y de establecimiento para esa nueva escuela. Y espera que
sean aceptadas por las autoridades de la ciudad. Ver : Informe
sobre la Educación pública durante la colonia de Miguel
José Sanz en op. cit., pág.395 a 397.
[7] Para Simón Rodríguez la ignorancia del
pueblo es el origen de todos sus males. Por ello surgen las revoluciones, los
tiranos y sus atentados. Pues esta es la condición de los que creen que deben
sacrificar, por no decir asesinar, a los que no son de su misma opinión.
Esta aptitud vil de la intolerancia es propia de la ignorancia. La ignorancia
es la que habla de confiscaciones, de destierros, de prisiones, de matanzas. La
sociedad cerrada permite que aparezcan por descuido, no por conveniencia, los
ignorantes, los pobres y los esclavos.
[8] Arturo Uslar Pietri: La
invención de América mestiza. Compilador: G. L. Carrera. F.C.E. México,
1996, pág.446- a 464.
[9] A su regreso expresó
que no venía a pedirle nada al nuevo estado republicano sino a dar,
a traerle a la república los frutos de su experiencia.
[10] “Escribir es
pintar ideas”, conocida frase de este maestro.
[11] Lezama
Lima, op. cit., pág. 338.
II
[1] Lezama Lima, Obras Completas. Aguilar, Madrid,
1977, t.1, pág.335
[2] Uslar Pietri, A.: La
invención de América mestiza, F.C.E., México, 1996, p.447.
[3] Lezama Lima, idem.
[4] Simón Rodríguez fue el
amanuense de Feliciano Palacios, abuelo de Bolívar, quien le solicitó que fuese
maestro del niño Simón para así darle una educación. Para el 23 de julio de
1795, muertos sus padres, viviendo en ese momento con su tío, se va a
vivir por unos meses con su preceptor Simón Rodríguez, hasta el mes de octubre
que regresa con sus familiares. El preceptor vio en este hijo de
ricos hacendados, irreverente y vivaz, la posibilidad de poner en
práctica las ocurrencias pedagógicas del Emilio. Siente que en él
se hallan las características adecuadas para la formación propuestas por
el filósofo suizo. Por otra parte, se crea una estrecha relación de
camaradería entre preceptor y alumno. Se establece un simulacro: se hace
que le enseña gramática y las primeras letras pero también los ideales de
aquella filosofía moderna: la bondad e igualdad presentes en el estado de
naturaleza, de la belleza y la justicia que debía alcanzar
toda sociedad para no deformar o crear monstruos de sus ciudadanos; una
vida conducida por el libre ejercicio del cuerpo y de la razón. Más que
aprender los modos descritos en los libros se tenía que ir directo a la
experiencia para conocerlos. El oficio de vivir era la primera
enseñanza que había que aprender. Esa estancia lo marcará
para el resto de su vida. Es la cercanía con este hombre extraordinario lo que
cambiará el espíritu de su vida. Este maestro que aparece en una Caracas
atrasada pero con prohombres que sobresalen respecto a la cultura y al
ambiente social de las clases pudientes. Son los vaticinadores del nuevo
mundo que estaba pronto a realizar. Bolívar, en una carta fechada el 19 de
enero de 1824 le escribe, con su lenguaje romántico y grandilocuente, a quien
fuera su maestro: “Ud. ha formado mi corazón para la libertad, la
justicia, la grandeza, la belleza”. García Marques en su novela El
general en su laberinto (Ed. La Oveja Negra, Bogotá), nos recuerda el
sentido de vida que le infundió: “Se burlaría de todo eso que
tuviese un olor de superstición o de artificio sobrenatural y de todo
culto contrario al racionalismo de su maestro”. Simón Bolívar, mantendrá
durante toda su vida, un reconocimiento total y un agradecimiento
inmenso por sus enseñanzas. Una amistad perenne. Lo llamará
con ferviente amor como su “maestro”, el « Sócrates de Caracas ». Bolívar
será siempre gratitud y reconocimiento, devoción y admiración por este
sabio trotamundos: “A él le debo todo, pues fue mi único maestro universal”. Su
relación de preceptor con Bolívar sería de cuatro años
en Caracas y en Europa encuentros seguidos por unos tres
años. Después se separan hasta el regreso de Simón Rodríguez al
continente ya independizado de la corona española.
[5] AA/VV. El Pensamiento
de la Ilustración. Economía y sociedad iberoamericana en el siglo
XVIII. Edición a cargo de José Carlos Chiaramonte, Nº 51. Biblioteca
Ayacucho, Caracas, 1982, pág.374 a 392. Todas las referencias al texto salen de
este texto.
[6] Se habla de otro informe sobre
las condiciones de la educación y de las escuelas presentado por Miguel José
Sanz, otro ilustre venezolano. Ese escrito presenta fecha incierta.
Su existencia se debe gracias a que sus ideas serían recopiladas
fragmentádamente en el libro de viajes del francés Dupons a su paso
por estas tierras en 1806. A diferencia de Sanz, quien sólo
critica pero no da fórmulas para un cambio, Simón Rodríguez no se queda ahí.
Propone toda una serie de detalles y recomendaciones, cambios de pensum y
maneras de enseñanza y de establecimiento para esa nueva escuela. Y espera que
sean aceptadas por las autoridades de la ciudad. Ver : Informe
sobre la Educación pública durante la colonia de Miguel
José Sanz en op. cit., pág.395 a 397.
[7] Para Simón Rodríguez la ignorancia del
pueblo es el origen de todos sus males. Por ello surgen las revoluciones, los
tiranos y sus atentados. Pues esta es la condición de los que creen que deben
sacrificar, por no decir asesinar, a los que no son de su misma opinión.
Esta aptitud vil de la intolerancia es propia de la ignorancia. La ignorancia
es la que habla de confiscaciones, de destierros, de prisiones, de matanzas. La
sociedad cerrada permite que aparezcan por descuido, no por conveniencia, los
ignorantes, los pobres y los esclavos.
[8] Arturo Uslar Pietri: La
invención de América mestiza. Compilador: G. L. Carrera. F.C.E. México,
1996, pág.446- a 464.
[9] A su regreso expresó
que no venía a pedirle nada al nuevo estado republicano sino a dar,
a traerle a la república los frutos de su experiencia.
[10] “Escribir es
pintar ideas”, conocida frase de este maestro.
[11] Lezama
Lima, op. cit., pág. 338.
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