la libertad individual
María Eugenia Cisneros Araujo
Benjamin Constant
…todo lo que
aniquila la individualidad es despotismo, cualquiera que sea el nombre con el
que se lo designe, tanto si cree imponer la voluntad de Dios como los preceptos
de los hombres.
Jhon
Stuart Mill Sobre la libertad[1]
A
qué se refiere en estos tiempos la invocación de la libertad para denunciar la
existencia de un régimen que se considera represivo. Los políticos hacen uso de
este término para justificar sus campañas políticas. La sociedad y el individuo
la gritan cuando se sienten vulnerados en sus posibilidades de actuar. ¿Cuál es
el sentido de la libertad en esta época? La que descubrieron los modernos. A
continuación presento la concepción de cuatro pensadores sobre la libertad:
Costant, Mill, Berlin y Castoriadis. En ellos se destaca la importancia para el
desarrollo de la organización social como institución de amparar el espacio de
expresión de las cualidades de la individualidad de cada persona como práctica
del construir la autonomía.
Benjamin Costant,
político francés, 1767-1830, en su Discurso
sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos[2],
explica lo siguiente: “con esta obra me propongo diferenciar la libertad de los
modernos de la libertad de los antiguos, en vista que la confusión entre ambas
está causando efectos contraproducentes en la construcción de las nuevas
instituciones”. La libertad de los antiguos consiste en ejercer colectiva y
directamente algunos aspectos de la soberanía como: deliberar en el Ágora sobre
la guerra y la paz, sobre las alianzas con los extranjeros, votar las leyes,
controlar la gestión de los magistrados, obligar a rendir cuenta ante el
pueblo. Se trata de una libertad de la polis
en la que el individuo queda sujeto completamente a la autoridad del conjunto.
No es posible realizar acciones privadas. El cuerpo social se establece por
encima de la voluntad particular. De esta forma, el individuo es soberano en
los asuntos públicos y esclavo en sus relaciones privadas. En sus palabras:
“Como ciudadano,
decidía sobre la paz y la guerra, como particular estaba limitado, observado,
reprimido en todos sus movimientos; como parte del cuerpo colectivo,
interrogaba, destituía, condenaba, despojaba, exiliaba, atacaba a muerte a sus
magistrados o a sus superiores; como sometido al cuerpo colectivo, podía ser, a
su vez, privado de su estado, sus dignidades, desterrado a muerte, por la voluntad
discrecional del conjunto del que formaba parte”[3].
Los antiguos no tenían
noción de los derechos individuales; su libertad radica en la participación
activa y constante en el poder colectivo. La voluntad de cada uno tenía
influencia en sus derechos políticos y la administración de la polis, comparten el poder social entre
todos los ciudadanos de una misma patria. La manera para conseguir lo que
desean es mediante la guerra, puesto que la lucha violenta les aporta riqueza
pública e individual, esclavos, tributos y reparto de territorios. Su tiempo está
copado atendiendo los asuntos públicos.
A diferencia de los
antiguos, la libertad que corresponde a las instituciones modernas reside en el
derecho a: 1) estar sometido únicamente a las leyes; 2) expresar su opinión; 3)
escoger su industria y ejercerla; 4) disponer de su propiedad; 5) ir y venir
sin requerir permiso, ni dar cuenta de motivos o de las gestiones; 6) reunirse
con otros individuos para dialogar sobre sus intereses; 7) profesar el culto
que se elija; 8) practicar el comercio sin intervención de la autoridad, cada
individuo se ocupa de sus negocios y empresas, de los goces que obtiene o
espera y no quiere ser distraído de esto para atender asuntos públicos. El
comercio es una forma de ejercer la independencia individual; se influye en la
administración pública eligiendo a los funcionarios que en nombre de la
sociedad tomarán las decisiones políticas. En síntesis, el sistema
representativo es un descubrimiento de los modernos; el individuo es independiente
en la vida privada; y la libertad consiste en el goce apacible de la autonomía personal
e individual. Las instituciones se crean para garantizar esta libertad.
De acuerdo a la
distinción que señala Costant, la cuestión que está en discusión es la
siguiente: La importancia de respetar el espacio en el que el individuo actúa
según su parecer para desarrollarse como persona. El político francés afirma
que la libertad individual es una necesidad moderna. En consecuencia, las
instituciones deben ocuparse de garantizar el goce de la expresión individual mediante
el establecimiento justo de la libertad política. Dicho de otra manera, los poderes
del Estado tienen el deber de armonizar el goce de los intereses privados e
individuales en relación al ejercicio de los derechos políticos. Esto requiere de
una nueva organización social que es el sistema representativo. En esta
estructura, por un lado, la sociedad elige unos representantes para que
defiendan sus intereses; por el otro, la comunidad debe ejercer una vigilancia
activa y constante sobre estos funcionarios y reservarse el derecho de revocar
sus poderes si no cumplen con las pautas que le han sido conferidas.
El asunto que evidencia
Costant refiere a que no puede incorporarse al sistema representativo de la
época moderna las instituciones que regían en la antigüedad. De hacerlo la
consecuencia es el establecimiento de la tiranía. En otras palabras, trasladar a
la época moderna la concepción de la libertad colectiva, en la que el individuo
queda sujeto completamente a la autoridad del conjunto, es propiciar el
autoritarismo. Se trata de tiempos históricos y sociales diferentes y
concepciones de la libertad antagónicas. “La independencia individual es la
primera de las necesidades modernas. En consecuencia, jamás hay que pedir sus
sacrificio para establecer la libertad política”[4].
Aquí
surgen los problemas: Un Estado que se reserva la legitimidad de la violencia,
en una estructura vertical, donde el poder lo tienen los representantes y la
obediencia corresponde a la sociedad, está presente permanentemente el riesgo
del abuso del poder. La garantía de equilibrio en esa estructura vertical es el
derecho. El Estado se organiza jurídicamente. La ley limita y controla el poder
del Estado. De allí la importancia del Estado de derecho. Lo jurídico encauza
el desarrollo de lo político dentro de las leyes. Pero el Estado de derecho
requiere de instituciones sólidas para mantenerse y allí está su fragilidad. En
el momento que los representantes ejercen arbitrariamente el poder y no se
aplica la ley, nace el Estado represivo. El Estado de derecho es sustituido por
las armas, la fuerza, la violencia. Se trate de una democracia o de un
autoritarismo está en juego la libertad individual y la libertad política.
John Stuart Mill
John Stuart Mill,
filósofo inglés (1806-1873), en su texto Sobre
la libertad, plantea el asunto sobre la naturaleza y los límites del poder
que la sociedad puede ejercer de forma legítima sobre un individuo. Es decir,
reflexiona sobre el conflicto entre la libertad y la autoridad. Coloca en el
tapete la necesidad de controlar el poder de un gobernante: cuanto uso del
dominio le está permitido ejercer al representante del Estado sobre determinada
sociedad. En este contexto, la libertad consiste: 1) en regular el ejercicio
del poder por parte del gobernante; y, 2) evitar la tiranía de la mayoría;
impedir que la sociedad como colectivo esté por encima de los individuos. En
ambos casos lo público invade la esfera privada. El espacio de la libertad hay
que protegerla de: 1) los gobernantes con tendencias autoritarias; y, 2) la
inclinación de una mayoría de imponer sus propias ideas y prácticas a cualquier
persona que disienta de estas e impedir el desarrollo individual y personal. Se
trata de limitar: 1) la subjetividad en el desarrollo del poder; y, 2) la
intromisión de lo colectivo en el avance de la independencia del individuo.
El pensador inglés
persigue destacar lo fundamental de proteger y desarrollar las cualidades de la
individualidad para un real ejercicio de la libertad. Ese espacio del ámbito
privado de cada persona, para tomar las decisiones que considere más
pertinentes, para llevar adelante su vida, es un terreno donde el único que
puede intervenir es el individuo por tratarse de asuntos que sólo le incumben a
este. Ese terreno es al que se dirige la defensa de Mill. Cualquier invasión en
ese ámbito sea por el Estado o por la sociedad es una lesión a la libertad de
la persona. Las actividades que cada quien emprenda en ese pedazo que le
corresponde tendrá como límite el no perjudicar a los otros. El cuidado de ese
trozo que permite la expresión de las facultades individuales garantizará el
crecimiento y progreso de la sociedad y el Estado. De lo que se trata
precisamente, es de educar y socializar en el respeto de las formas de vida que
cada quien elige para realizarse y sentirse pleno. En este sentido, es
importante garantizar que los individuos puedan expresar sus opiniones con la
posibilidad de contrastarlas con aquellas que sean diferentes a las que ellos
emiten. Las creencias impuestas por los que están en el poder fijan las normas
morales que orientarán el comportamiento de los sujetos. Las reglas tienen su
origen en lo jurídico y en la costumbre. En este segundo ámbito, la autoridad
de las leyes proviene de las opiniones que configuran la tradición. Los
individuos deben ser libres para cuestionar el fundamento de las formas de
socialización.
Ahora bien, la relación
individuo y sociedad debe estar regulada de tal forma que ambas esferas tengan
las condiciones para el progreso de las actividades humanas. En este contexto
para Mill “el único fin que justifica que la humanidad, individual o colectivamente,
se entremeta en la libertad de acción de cualquiera de sus miembros es la
protección del género humano”[5].
Lo que justifica la intromisión en el espacio de acción de un individuo es
evitar que perjudique a los demás. El individuo es dueño de su propio cuerpo y
de su conciencia. Le corresponde a la persona singular la libertad de pensar,
sentir, opinar sobre cualquier ámbito de su cotidianidad; de tener sus propios
gustos, ocupaciones, planificar su vida como lo considere, de actuar sin
perjudicar a los otros; de reunirse. Para hablar de la existencia del espacio
de libertad política como garantía de la libertad individual, cualquier forma
de gobierno debe respetar, reconocer y proteger en su totalidad la posibilidad
del desarrollo de las cualidades que configuran la individualidad.
El
escritor inglés destaca la importancia de que cualquier forma de gobierno que
pretenda posibilitar el espacio para la actividad de la libertad política no
debe silenciar la expresión de una opinión así se considere falsa. No se
justifica oprimir a una persona porque disienta del parecer que sostenga la
mayoría. En el ámbito político no hay certezas absolutas. Lo que se da es la
posibilidad de poder contrastar la divergencia de consideraciones. “…Cualquier
pretensión de silenciar una discusión establece una presunción de
infalibilidad, actitud que…es preciso condenar”[6].
La libertad política consiste en garantizar: 1) el espacio para el desarrollo
de las diferencias independientemente que la posición sostenida sea errónea o
verdadera; 2) evitar imponer a la mayoría ciertas opiniones descartando otras
sin discutirlas. Dicho de otra manera, la libertad radica en la posibilidad de
expresar las opiniones y que otros las contradigan o desaprueben. La
experiencia de la discusión de las creencias permite que los individuos se den
cuenta de sus errores en sus pareceres porque en la práctica política se
traduce en la debate. Señala Mill que:
“…Ante hechos y
argumentos, ceden opiniones y costumbres erróneas. Pero para que hechos y razones
lleguen a significar algo para el entendimiento, precisa es su exposición. Muy
pocos son los hechos capaces de transmitirnos su propia historia si carecemos
de comentarios que pongan de manifiesto su sentido. La fuerza y el valor
íntegros del juicio humano dependen de una sola cualidad, aquella que le
permite pasar del error a la verdad, y solo habremos de fiarnos de ella si
siempre tiene a su alcance los medios para hacerlo…”[7].
La
cuestión reside en evitar que los gobernantes, en nombre de los intereses de la
sociedad y como representante de esta, impongan ciertas opiniones cercenando la
posibilidad que otros puedan disentir de ellas. El campo de discusión promueve
las condiciones para que las personas se atrevan a pensar por sí mismas y dejen
de ser repetidoras mecánicas de ideas establecidas.
La contrastación de
distintas posiciones estimula la actividad intelectual y evita la sumisión del
pensamiento. Despierta el entusiasmo de expresar propuestas originales que
cuestionen aspectos que ya no contribuyen al desarrollo de la sociedad. Se
trata que las personas sean capaces de producir sus propios fundamentos de los
pareceres que sostienen. Es decir, tener conciencia de las razones que soportan
sus opiniones. Hay un proceso reflexivo por parte del individuo.
Mill afirma la
importancia de la existencia del espacio de discusión de las opiniones
independientemente de su falsedad o verdad, porque allí se visibiliza la
libertad política al posibilitar que los individuos expresen sus argumentos,
razones, fundamentos, alegatos sobre aquellos asuntos atinentes a lo privado y
lo público: religión, formas de gobierno, autoridad, leyes, ética, moral. Cada
quien debe pasar las opiniones establecidas por el tamiz de su razón. Al
hacerlo, tienen la oportunidad de cuestionarlas, revisarlas y darse cuenta de
cómo llegaron a tener esa convicción sobre un asunto específico.
Para el escritor inglés
son fundamentales la libertad de opinión y la libertad de poder expresar la
opinión porque:
“En primer lugar
[…] aunque una opinión se vea reducida al silencio, dicho parecer puede ser
verdadero. Negar esto equivale a aceptar nuestra propia infalibilidad. En
segundo lugar, aunque la opinión silenciada sea un error, puede contener […] una
parte de verdad. Y como la opinión general, o dominante, sobre cualquier asunto
rara vez, o nunca, es toda la verdad, solo gracias a la pugna entre opiniones
contrarias tendremos alguna posibilidad de reconocer esos restos de verdad. En
tercer lugar, aunque la opinión admitida fuera no solo verdadera, sino que
abarcase toda la verdad, a menos que pueda ser, y de hecho lo sea, vigorosa y
lealmente refutada, será sostenida como un prejuicio por la mayoría de quienes
la admitan, sin que lleguen a comprender ni sentir sus fundamentos racionales […]
en cuarto lugar, el sentido de la propia doctrina correrá el riesgo de perderse
o debilitarse, y se verá privada de esos efectos que modelan caracteres y
conductas. El dogma […] impedir […] el desarrollo de toda convicción real […] que
se asiente sobre la razón o la experiencia personal de cada cual…”[8]
Uno de los aspectos
esenciales de la presencia de la libertad en el campo político es la existencia
de un terreno regulado jurídicamente donde cada persona pueda manifestar su
opinión sobre cualquier asunto privado o público y su parecer pueda ser contrastado,
refutado, compartido, con otras ideas. La garantía de expresión y desarrollo
del disenso constituye un límite al abuso del poder y una oposición tajante al
establecimiento de dogmas. La libertad se renueva en las posibilidades ciertas
de las diferencias, los cuestionamientos y la revisión constante de los
pareceres. A esto agrega el mencionado filósofo, que los individuos deben ser
libres para actuar según sus opiniones “sin impedimento físico o moral por
parte de sus semejantes, con tal de que lo hagan por su cuenta y riesgo lo
asuman”[9],
sin perjudicar a los otros. Los individuos no deben ser un estorbo entre sí en
el despliegue de sus acciones pero tampoco deben causar daño con estas.
La libertad se nutre de
las diferentes opiniones y distintas formas de vivir de cada quien. “…es
deseable que en todo aquello que no afecta, en principio, a los demás se
imponga la individualidad…”[10].
Para el filósofo inglés, la libre expresión de la individualidad constituye un
principio fundamental del bienestar. En esta consideración se encuentran
vinculados tres elementos: libertad, desarrollo de la individualidad y
bienestar. La factibilidad de poder desarrollar nuestra individualidad a su
máxima expresión va acompañada de un sentimiento de satisfacción, tranquilidad,
armonía. La manera de vivir y la forma de conducirse en la experiencia por el
individuo le complacen, le proporciona gozo. Ha podido exteriorizar sus
cualidades. “Las facultades humanas de percepción, juicio, discernimiento,
actividad mental e incluso preferencia moral solo se ejercen cuando se realiza
una elección”[11].
Cuando se puede elegir hay una manifestación de la individualidad. La libertad
se forja en la actividad de ser capaces de tener una opinión, expresarla,
someterla a revisión, comportarse de acuerdo a las propias ideas, elegir la
forma de desarrollarse en el tiempo y en el espacio que corresponde y en el
agrado que todo esto proporciona. Al respecto afirma Mill:
“…Quien escoge
un plan por sí mismo, echa mano de todas sus facultades, pues deberá emplear la
capacidad de observación, para entender; el razonamiento y el juicio, para
prever y tener en cuenta una serie de hechos materiales antes de la decisión, y
recurrir al discernimiento para resolver; y, una vez tomada una determinación,
contar con la firmeza y el dominio de sí mismo para mantenerse en la postura
así adoptada”[12]
El
individuo como un ser humano vivo requiere desplegarse según sus facultades
internas y esto es un asunto vital porque las personas no son simples máquinas
que se encuentran en la sociedad para repetir el modelo establecido. La
institución que pretenda garantizar efectivamente la libertad tiene el deber
inexorable de crear las condiciones para que la individualidad pueda
manifestarse en su máxima expresión. Por supuesto, teniendo presente que esta
posibilidad no debe perjudicar a los otros. Y si el Estado no genera este
escenario le corresponderá al individuo crearlo. “No es mediante el recurso a
revestir de uniformidad todo lo que es individual en los humanos como se hace
de ellos un noble y hermoso objeto de contemplación, sino mediante el cultivo y
la pujanza de la individualidad, dentro de los límites impuestos por los
derechos e intereses de los demás…”. Ciertamente, el mencionado autor, aboga
por una libertad cuyo aspecto esencial se centre en el desarrollo y cultivo de
la individualidad. Esto es, la persona singular pueda en el espacio de
expansión que le corresponde elegir el modo cómo quiere vivir. Pero, hasta esta
elección es un ejercicio propio del individuo. Solo este puede decidir vivir
según sus convicciones o de acuerdo a lo pautado por las costumbres, hábitos,
tradiciones. El hecho de que el individuo se atreva hacer cosas de una manera
distinta a cómo se realizan habitualmente evita la mecanización, el automatismo.
El desenvolvimiento de la individualidad es la garantía de la defensa de la
libertad ante cualquier autoritarismo que pretenda imponerse.
Paso
a ilustrar la noción de libertad como expresión de la individualidad de la que
habla Jhon Stuart Mill, con el siguiente cuento: “El canalla San Antonio” de
Rufino Blanco Fombona[13]:
“Se llamaba Casimiro Requena, y nació en una aldehuela de los Valles
de Aragua. Su profesión consistía en vender agua a domicilio. Muy de mañanita
se le encontraba a horcajadas en el anca de su burra pelicana: Gracia de
Dios, como él la llamaba. Gracia de Dios, cargada, además, con dos
barriles, tomaba el camino de un manantial vecino, donde el agua pura,
cristalina, semejaba el agua de un filtro.
De regreso de la fuente, Gracia de Dios, cimbrándose con sus
dos barriles llenos de agua, y con Requena caballero en el anca, atravesaba las
mismas calles de siempre, se detenía ante las mismas casas y emprendía
nuevamente, cada hora más o menos, el camino de la fontana.
Gracia de Dios parecía una
persona, y en opinión de todo el mundo era más inteligente que su amo y señor,
Casimiro Requena. Casimiro, de carácter taciturno y mal genio, era asimismo
torpe como un cerdo. Pequeño, barrigón, asanchado, semejábase a un tonel. Era
bizco, y se afeitaba todo el rostro; pero no se afeitaba a menudo, por donde
siempre parecía, a pesar de su lustrosa persona, con aspecto demacrado o aire
de enfermo. Lo apodaban el Sacristán, tanto por su cara rasa como por su
fervorismo religioso, y porque en sus primeras mocedades fue monago. La fe del Sacristán
no era mojigatería. Nunca sentimiento más sincero anidó en el pecho de un
hombre. La fe de Casimiro era proverbial. Hasta las mujeres le daban
bromas.
A La puerta de la iglesia, y al salir de misa la mañana de un domingo,
cierto chusco de un corro, dirigiéndose a Requena:
-Casimiro -le dijo-, ¿quieres comprarme un hueso auténtico del
Espíritu Santo?
Todo el mundo se echó a reír; pero Requena iba descuartizando al
deslenguado.
-No haga usted caso de ese vagabundo, Casimiro; no se incomode
-aventuró alguien con ironía.
-Cómo no hacerle caso -murmuraba Requena-, si viene a burlarse en mis
barbas de las cosas divinas. ¡Un hueso
del Espíritu Santo! ¡Ignorante! ¡Los huesos del Espíritu Santo los tiene el
Papa!
Casimiro era quien vestía las imágenes la víspera de la fiesta
patronal, por Semana Santa y por Pascua. Era el primero que tomaba su cirio en
las procesiones. Era él, además, quien regalaba al cura los pollos más gordos,
los marranitos mejor cebados, los nísperos más ricos y olorosos. Casimiro
prestaba todo género de servicios al cura, creyendo servir a la Iglesia y, lo
que es más, a Dios. Cierta ocasión el cura se valió de los buenos oficios del Sacristán
contra «un enemigo de la Iglesia».
Un jovenzuelo del lugar, recién llegado de Caracas, donde se empapó
del volterianismo callejero, fundó un periodicucho jacobino, El Rayo, no
mayor que un pañuelo. Allí insultó al Gobierno, en la persona del jefe civil, y
al Clero, en la persona del cura.
El magistrado era inamovible. Por enfermedad vivía de largo tiempo
atrás en aquel pueblo, y como era inteligente, honrado y bueno, todo el mundo
lo quería, y el Gobierno no pensaba en sustituirlo. El magistrado, pues,
sonreía a los ataques de El Rayo. No así el cura. El cura contestó los
ataques al Clero y a la Iglesia en El Mensaje Católico, diario
provincial también. Pero sus argumentos no contundían al adversario. El cura se
comprendía menos fuerte que su enemigo.
Las opiniones se dividieron en el poblacho «Los progresistas», es
decir, los adeptos de El Rayo, contaron la mayoría. El periodista ateo
triunfaba del cura. Entonces fue cuando el cura, como último argumento
polémico, envió una medianoche a Casimiro Requena para que apalease al
periodista.
-Lo mataré, señor cura; cuente usted con que lo mato.
-Matado, no, hijo -argumentaba el cura. La muerte es un crimen.
¿Y crees tú que Dios perdonaría ese crimen? Una buena paliza. Con eso
basta. Así abandonará el pueblo. Casimiro Requena volvía a su idea.
-¿Y si me ataca, señor cura? Si me ataca, lo mato. Lo mato por Dios, y
Dios me lo perdonará.
El cura se daba cuenta de la situación. Si aquel animal asesinaba al
periodista, él, el párroco, a pesar de sus talares y santas vestiduras, se
vería complicado en el crimen. Por eso le pronunció a Requena un discurso
espeluznante y decisivo. Sin embargo, cuando Requena partió iba murmurando
entre dientes:
- Está bien; no lo mataré. Pero lo sangraré.
El servicio de agua terminábase a mediodía. Requena aprovechaba la
tarde -después de la siesta y antes de la indeclinable partida de bolos- en el
corte de hierba por los campos comarcanos. Esa hierba constituía la cena de Gracia
de Dios.
A veces Casimiro se iba al pesebre a ver comer a su burra, su
compañera, su amiga, su confidente, su único amor humano, el amor de sus amores
terrenales. Se complacía en ver cómo lucía la piel de Gracia de Dios y
le pasaba la rasqueta, peinándola como si peinase a una gentil novia. El maíz
se lo remojaba en una tina de agua salada. La borrica miraba aquellos
preparativos con miradas golosas, y cuando
el Sacristán no se daba prisa a servirla, ella, juntando las orejas
sobre la frente rompía a rebuznar: «jVouugh! [Vouugh!».
- Ya voy, golosa; ya voy -respondíale Requena, como si la burra fuese
una persona, y mirándola con ojos enamorados.
Un día el Sacristán, según su vieja costumbre, se levantó a la
madrugadita; calentó su café, mascó su bizcocho y se dirigió al pesebre para
enjalmar su burra. Pero su sorpresa fue grande. Gracia de Dios no estaba
allí. Requena corrió afuera, a la calle. La puerta estaba abierta. Desde la
acera, Casimir o escudriñó la calle profunda, apenas clareante por un
presentimiento de aurora. Luego anduvo, anduvo cien, doscientos, tres- cientos
metros más oteando, escudriñando, interrogando la sombra. De pronto se llevó la
mano a la cabeza y advirtió que estaba sin sombrero; pensó también que había
dejado su portón abierto y regresó. De
camino encontróse con otro madrugador.
-Fulano, ¿sabes? -le dijo-, se me ha extraviado Gracia de Dios.
- Te la habrán robado más bien.
-No creo; el cabestro parecía mascado; además, no era muy nuevo, y ya
sabes, la burra es fuerte.
-Pero tu burra no tiene alas; ¿cómo pudo salirse?
Y explicándole Requena cómo por endiablada casualidad el portón quedó
esa noche abierto, continuaron los dos hombres, a las primeras luces del alba,
caminando y hablando al través del pueblucho dormilón.
Casimiro tuvo que alquilar una borrica para el servicio de agua.
Comprar no quería comprar otra bestia. El no desesperaba de encontrar un día u
otro a aquella ingrata pero querida Gracia de Dios. Contaba para ello
con San Antonio. El siempre fue devoto de San Antonio, y no dudaba que el buen santo
le devolvería la burra.
Al San Antonio de su cabecera le encendió velas durante varios días;
pero este santito de la casa no le parecía suficiente a Casimiro para tamaña
empresa. «El San Antonio de la iglesia es más milagroso», pensó Requena. El San
Antonio de la parroquia, grande como un hombre y dulce como una mujer,
"era una preciosa imagen tallada en madera. A él fue Casimiro. Le pidió,
le rogó y puso un paquete de velas a arder en el altar. Las oraciones y las
velas menudearon; pero la burra no aparecía. Casimiro no desconfiaba. «San
Antonio no puede sino oírme», pensó, y creyendo que las ofrendas obligarían al
santo, Requena dio al cura cuantos ahorrillos guardaba en el forro de su catre
para que comprase a San Antonio un traje nuevo.
-Con ese dinero puedes comprar otra borrica -le dijo el cura.
-¡No importa, señor cura! Yo no quiero otra burra; yo quiero mi Gracia
de Dios.
A la postre llegó el traje nuevo de San Antonio. La mañana que el
santo estrenaba el vestido, Casimiro, al despertarse, voló al corral. Algo le
decía en el corazón que Gracia de Dios estaría allí pastando en su
pesebre como si nunca se hubiese ausentado. La desilusión de Requena fue
grande: Gracia de Dios no estaba allí. Y este milagro fallido le hacía
imaginar que esa mañana volvía a perder su burra. Requena empezó a resentirse
con el santo.
«¡Cómo -pensaba- este San Antonio le hace milagros a todo el mundo y a
mí no quiere hacerme! ¿Qué le dan los otros? Una vela, nada. ¿Qué le rezan? Una
oración, y se van. Yo, en cambio ...
Y por la
frente de Casimiro pasaba el recuerdo de los sinnúmeros paquetes de velas
quemados, del lindo traje nuevo y de las oraciones interminables, de las noches
de ruego que él había consagrado al San Antonio aquel, tan olvidadizo, tan
ingrato.
Casimiro empezaba a desesperar. San Antonio no quería cumplir el
milagro de volver la burra a Requena. En el alma del Sacristán aquella
injusticia de San Antonio hizo nacer un sentimiento invencible de repugnancia
al santo; la repugnancia fuese cambiando en rencor con la persistencia de la
injusticia, hasta convertirse a la postre en la llama de un odio. Requena
odiaba a San Antonio: no al beato del santoral, sino al San Antonio de la
parroquia, la imagen de la iglesia, aquel sordo, injusto, despiadado San
Antonio del lugar.
En la obtusa cabeza de Requena empezó a germinar la idea de sustituir
aquella imagen por otra del mismo santo. ¡Si él pudiera regalar otro San
Antonio a la iglesia! Un día, sin más ni más, le preguntó al párroco:
-Señor cura, ¿cuánto vale un San Antonio?
El cura le informó. Un San Antonio costaba muy caro. El Sacristán no
podía pagarse el lujo de hacer una revolución en la iglesia y destituir al San
Antonio de injusticia recalcitrante.
Una tarde, libre ya de su despacho de agua, tendido sobre la hamaca,
se puso a pensar. «Iré al templo, a la puerta, lanzaré un puño de tierra al
aire, y en la dirección en que la tierra eche a volar partiré en busca de Gracia
de Dios. San Antonio, movido al fin de mi piedad, me envía esta idea. ¿No
es verdad, Dios mío?».
Era ya muy entrada la noche cuando Requena regresaba a su casita
silencioso, cabizbajo, ceñudo, triste. Gracia de Dios no aparecía.
Aquello era una burla de San Antonio. A tal idea, Casimiro espumaba de ira.
A la mañana siguiente, cuando el monaguillo abrió la iglesia para la misa
de cinco, Requena espiaba tras los árboles de la vecina plaza. Apenas
abrieron entró. Los pasos del monaguillo se perdían en el fondo, bajo la bóveda
del templo, cuando Requena se llegó al altar de San Antonio. No se arrodilló ni
se signó ante la imagen, sino que dijo, como si hablase con el santo:
- Tú no eres San Antonio, sino San Diablo.
Dos viejas entraron en ese instante. El chancleteo de los seniles
pasos repercutía en el fondo, hacia el altar mayor. Las beatas se arrodillaron
frente al Sagrario, mascullando sus preces. A poco se sentaron. Requena las
miró y luego miró a la calle. La calle se aclaraba por segundos. La aurora
precipitaba su carrera. Entonces Requena, apresurándose, sacó de bajo de la
«cobija» el machete, introdujo la lama en las junturas de la vidriera y ya
abierta la hornacina, donde triunfaba la bonhomía de San Antonio, sacudió al
santo, que rodó por tierra con fracaso.
Y mientras
las dos beatas, pavoridas, chillaban, y el monago acudía, blandió Requena el
machete y decapitó al santo.
Y la cabeza
del santo rodaba por las baldosas cuando Requena salía del templo diciendo:
- ¡Bien sabe Dios que te lo merecías, por canalla!”
De
la lectura de la narración precedentemente citada, se puede observar la
manifestación de opiniones distintas sobre el cura y el magistrado que
despierta la apertura de un periódico en el pueblo. Entra en discusión los
pareceres sobre la religión, la política y la civilidad. Se forman dos grupos,
los que apoyan las declaraciones realizadas por el periódico y los que optan
por mantenerse al lado del cura. En cuanto al magistrado no hay mayor
inconveniente porque gana a su favor las consideraciones de aprecio, afecto
hacia la persona, lo que impide una revisión de cómo hace su trabajo. El dogma
del amor se impone. Pero quiero centrarme en Casimiro. La situación de este
personaje tiene que ver con él mismo y su particular creencia y asunción de la
religión. En principio con una opinión favorable para San Antonio por estar convencido
de su facultad de hacer milagros. Estaba seguro que el santo le devolvería su
burra extraviada. Sin embargo, cuando la realidad le mostró que esto no
ocurriría, se vio obligado a cuestionar su propia convicción, su fe, su dogma
con respecto a San Antonio. Y esto en la práctica significa que para Casimiro
San Antonio dejó de ser un santo que hacía milagros y por esta razón le corta
la cabeza con el machete. La cuestión radica que en esta relación que el propio
Casimiro crea con San Antonio no puede interferir ni el Estado ni la sociedad.
Es una circunstancia que incumbe a sus intereses y por esto pertenece a su
ámbito privado. Casimiro requiere tener la posibilidad de creer o no en San
Antonio y esta elección es una expresión de su individualidad. De él dependerá
cambiar su creencia respecto a San Antonio. Y es precisamente a ese espacio de
manifestación de la individualidad al que se refiere Mill. Es ese el que se
debe proteger, el que debe existir y es a partir de este que se hace
instituciones que tengan como principio fundamental la libertad. El progreso de
la individualidad es vital para la construcción de un orden social político. Es
esta la que garantiza la independencia de acción, creación, innovación,
originalidad. Casimiro resolvió por sí mismo su desencanto cambiando unas opiniones
por otras.
Isaiah Berlin
Isaiah
Berlin, pensador ruso-británico, 1909-1997, habla de la libertad negativa y la
libertad positiva. Por libertad en sentido negativo entiende: “…la respuesta
que contesta a la pregunta cuál es el ámbito en que al sujeto[…]se le deja o se
le debe dejar hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin que en ello
interfieran otras personas”[14]. En
cuanto a la libertad en sentido positivo explica que se trata de: “…la
respuesta que contesta a la pregunta de qué o quién es la causa de control o
interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra…”[15].
Estas dos tipos de libertades coexisten dentro de la institución, la
delimitación y configuración de cada una dependerá de los límites que la
organización social establezca entre el espacio público y la esfera privada. Si
ambos espacios están claramente diferenciados existirá un equilibrio entre la
libertad negativa y la libertad positiva. Por el contrario, si ambos campos se
confunden surgirá una desproporción entre la libertad negativa y la libertad
positiva que producirá un Estado opresivo.
La
libertad negativa refiere a la libertad política; consiste en el ámbito en el
que el hombre puede actuar y realizarse sin ser obstaculizados por otros. La
cuestión a debatir aquí es la siguiente: cuáles son los límites de ese ámbito,
con base a qué se toma la decisión de qué sean esos y no otros, cómo ponderar
que tales restricciones no infringen la libertad individual del sujeto. Se
trata que el Estado brinde la posibilidad de un espacio en el que el individuo
o la sociedad puedan actuar, desarrollarse, ejercer su libertad sin
interferencia de otros o del poder del Estado. Mientras más extenso sea el
espacio donde se pueda hacer sin intromisión de otros más amplia será la
libertad política y por consiguiente la libertad individual de actuar. Y aquí
la ley es fundamental. El derecho garantiza el desarrollo de la libertad
política de la sociedad. De allí lo fundamental de construir un Estado de
derecho. La libertad negativa es aquella que garantiza y posibilita las
condiciones adecuadas para que el individuo y la sociedad puedan hacer uso de
su libertad política. La libertad política significa estar libre de que otros
no realicen injerencias en mi actividad más allá del límite establecido. Dicho
de otro modo: El sentido de la libertad negativa consiste en el funcionamiento
eficiente del Estado de derecho para proteger el ejercicio de la libertad
individual porque controla que ni otros ni este como institución estorben en mi
manifestación como persona singular. Si se cumple la ley se evita la
subjetividad y arbitrariedad de aquellos que ostenten el poder y de la sociedad.
La
libertad positiva refiere a la autodeterminación del individuo. Es decir, el
deseo del individuo de decidir por sí mismo y no por agentes externos. Quiero
ser consciente de mí mismo como un ser activo que reflexiona y asume la
responsabilidad de sus propias decisiones. La libertad positiva consiste en la autodeterminación.
Esta se manifiesta cuando el individuo es capaz a partir de sus propias
acciones de dejar de ser un títere de las instituciones sociales para
construirse su propio estilo de vida. Pasa de la heteronomía a la autonomía.
La
libertad negativa y la libertad positiva coexisten dentro de la institución. Y el
Estado debe garantizar el desarrollo de ambas. De no hacerlo, la persona en una
manifestación propia de su cualidad individual es la llamada a rescatar
nuevamente el ámbito de la libertad política, la que garantiza el espacio de
coexistencia entre la libertad negativa y la libertad positiva. Por
consiguiente, en el momento que se reduce, se intercepta la libertad política
arbitrariamente se limita la libertad individual en sus aspectos negativo y
positivo. En una democracia deben estar presente ambas libertades porque somos
individuos sociales. Esto significa que lo político tiene que regular lo
público para posibilitar el desarrollo de lo individual y social. Aquí entra en
juego las dos libertades en: la libertad política genera las condiciones de
desarrollo de la libertad individual como lo expone Pettit[16] o
la libertad individual construye la libertad política, la tesis de Bakunin[17].
Cornelius Castoriadis
Por
último, Cornelius Castoriadis, filósofo greco-francés (1922-1997), explica que
la libertad como autonomía es una actividad personal del individuo que implica
cambiar su fabricación originaria por otra que él mismo crea que responde a su
propia reflexión y deliberación. Siendo los individuos sociales, la creación
particular de la independencia también tiene efectos en la sociedad, toda vez
que los individuos que se encuentran en este proceso comienzan a cuestionar las
instituciones, las significaciones establecidas y a sí mismos.
La autonomía consiste
en un movimiento permanente de cuestionar, reflexionar, poner en tela de juicio
lo establecido, un movimiento que se centra en la revisión de la libertad
negativa y la libertad positiva.
La libertad individual
como autonomía estará presente siempre que todos y cada uno de las personas
singularmente reflexione, delibere, interrogue, cuestione, analice, pregunte,
desee cambios, movimientos, apertura, flexibilidad, apertura del horizonte de
vida, expandir sus posibilidades fundamentales humanas como artífice de
fabricar lo novedoso, que asuma la responsabilidad de que forma parte de una
comunidad que se desarrolla en una relación de individuos y los otros. Le toca
forjar la relación social, el vínculo con todos y cada uno de los individuos.
Romper con lo establecido, no aceptar ningún tipo de dominación ni control es
el comienzo de crear una forma social autónoma.
Si decido someterme
voluntariamente a una estructura que se me impone, entonces como individuo en
la esfera privada seré heterónomo; como individuo que forma parte de la sociedad
seré servil. Por el contrario, si me atrevo a practicar el célebre conócete a
ti mismo socrático, a distanciarme de las imposiciones, a actuar, entonces como
individuo en la esfera privada comenzaré a autocrear mi autonomía; como
individuo parte de la sociedad participaré en la construcción de una
institución libre.
Ahora bien, la
autonomía la hacen los individuos en la praxis social cotidiana, porque es con
las acciones que se emprende la emancipación. En este sentido la libertad se
genera en el campo político. La política es una praxis que tiene como objetivo
la organización de la sociedad destacando la libertad como una significación
imaginaria fundamental que implica la transformación social sólo mediante la
actividad autónoma de todos y cada uno de los individuos. La política es praxis
porque son todos y cada uno de los individuos quienes la practican con la
intersubjetividad de sus acciones.
Para Castoriadis, los
individuos y la sociedad comienzan a construir su independencia cuando “la
población forma sus propios órganos autónomos, cuando entra en actividad para
procurarse ella misma sus normas y sus formas de organización”[18].
Según Castoriadis, cuando todos y cada uno de los individuos son capaces de
organizar la sociedad como autogestión y autogobierno, entonces se puede decir
que comienza la creación de instituciones autónomas. “La autoorganización y la
autogestión sólo tienen sentido si atacan las condiciones instituidas de la
heteronomía”[19].
Porque son formas que se dirigen a transformar lo dado con sus significaciones
agotadas, para introducir nuevas que regeneren el sentido de las acciones de
los individuos en su hacer diario.
Una sociedad que decida
autogestionarse requiere de individuos sensibilizados, afectados con la
organización social que viven, motivados a solucionar por ellos mismos los
problemas de esta organización, e inventar la forma de hacerlo. Todos y cada
uno de los individuos actúan en función de resolver por ellos mismos los
problemas, las necesidades, los deseos a partir de su experiencia; no esperan a
los órganos competentes para que lo solucionen. ¿Y por qué? Se dan cuenta que
las instituciones no cumplen con su función y esto los lleva a moverse, pues
ante el deterioro, lo que se pone en peligro es la supervivencia de los propios
individuos y de la sociedad. Entonces, la autogestión surge: 1) cuando los
individuos deciden no dejar los problemas fundamentales que les aquejan como
colectividad a las instituciones competentes porque las mismas no están
cumpliendo su función; 2) todos y cada uno de los individuos crean la forma de
solucionar estos problemas, porque son los afectados en sus actividades
cotidianas y conocen a fondo la situación. Todos y cada uno de los individuos
comienzan a dirigirse y decidir por ellos mismos a partir de acuerdos, de
comunicación, de intercambio de opiniones; se produce una tormenta de ideas
para lograr la tarea en común que se han propuesto. Entienden que en esa tarea
cada quien debe cumplir la actividad encomendada para lograr el objetivo. La
misma sociedad como grupo le da sentido a la actividad de cada individuo al
hacerle ver que su hacer tiene sentido en el esfuerzo mancomunado; entonces se
genera una cooperación activa entre los que tienen un saber o una competencia
en determinado campo y los que pondrán en práctica ese saber.
Los individuos
comienzan a reflexionar, a autogestionarse, a autoorganizarse, a ser creativos
cuando toman conciencia de los problemas que le afectan; empiezan a buscar
soluciones, a unirse con los otros para lograr resolver. Se acepta que la
institución establecida no cumple con su deber, lo que implica que el individuo
conjuntamente con la sociedad debe promover nuevas instituciones que den
respuesta a las situaciones actuales. Se pone de relieve, por contraste, una
cotidianidad que es imperativa, una comunidad de individuos, una institución
establecida cuyas significaciones están caducas y distanciadas de la realidad
efectiva social que viven los individuos. Todo ello, contribuye al despertar de
los individuos y la sociedad a tomar las riendas de su realidad en las manos
para hallar nuevas formas de convivencia y soluciones que modifiquen,
sustituyan a las que no dan respuestas. Estas acciones generan un proceso de
autonomía con tendencia a fortalecerse toda vez que la propia comunidad es garante
del mantenimiento de sus logros, de sus iniciativas, en un trabajo permanente
de cooperación activa que se preocupa por su cotidianidad: la convivencia, el
espacio público. Asumir la responsabilidad respecto al espacio público, que
consiste en la creación abierta de alternativas de convivencia y desarrollo
individual. La libertad como autonomía comienza con la puesta en práctica de la
imaginación radical cualidad inherente al individuo social.
Autonomía equivale a
individuos libres, sociedad libre. La autonomía consiste, pues, en el
movimiento y en la actividad de todos y cada uno de los individuos; es decir,
la autonomía implica el hacer haciendo.
Se construye cuando la comunidad participa efectivamente en el por hacer, es decir, todos y cada uno de
los individuos asumen el poder de hacer por sí mismos y junto con otros. La
autonomía es una actividad individual y también en conjunto con otros que
involucra participación, compromiso, vínculo con la praxis en común que se ha
emprendido, aceptar las formas de autogestión y autoorganización producto de
las decisiones tomadas en esta actividad y la ejecución de las mismas por todos
y cada uno de los individuos que deciden contribuir en la construcción de la
autonomía. La creación de la libertad consiste en el movimiento de actividades
humanas donde se da una vinculación estrecha de las necesidades, deseos,
afectos, intenciones y voluntad de los participantes. “…La libertad, la
autonomía, implica necesariamente la participación activa e igualitaria en todo
poder social que decide sobre asuntos comunes...”[20].
Esto es la vinculación de la imaginación radical con lo imaginario
histórico-social.
La autonomía consiste
en la libertad positiva de todos y cada uno de los individuos de cuestionar las
instituciones establecidas, porque el individuo se sabe un hombre mortal que
nació para ser libre y que la libertad la construye con sus acciones. “Se trata
pues, precisamente, de la autonomía como capacidad de cuestionarse a sí mismo y
de cuestionar las instituciones existentes”[21].
Para ello hay que construir la paideia
de la autonomía, es decir, “hay que educar al individuo para que sea autónomo
[…] hay que darle el hábito de la libertad […] la autonomía se crea
ejerciéndose, uno se vuelve libre cumpliendo actos libres, así como uno se
vuelve ser reflexionante reflexionando –y pueden facilitarse las condiciones de
esta creación y de este ejercicio–. Es el papel fundamental de la institución…”[22].
De esta manera, la autonomía de una sociedad depende de la independencia de los
individuos, puesto que son estos los que hacen a la sociedad y la sociedad la
que hace a los individuos. “…Autónomo significa aquel que se da a sí mismo la
ley. Y hablamos aquí de leyes comunes, ‘formales’ e ‘informales’, a saber, de
las instituciones. Participar en el poder es participar en el poder instituyente.
Es pertenecer, en régimen de igualdad con los demás, a una colectividad que se
auto-instituye explícitamente”[23].
La sociedad
instituyente se da en la democracia, pues es en este campo histórico-social
donde los individuos formulan sus propias leyes, puesto que toda sociedad
existe porque hay un conjunto de leyes que la organizan como institución. Estas
leyes las fabrican los individuos junto con la sociedad. “El momento del
nacimiento de la democracia y de la política no es el reino de la ley o del
derecho, ni el de los “derechos del hombre”, ni siquiera el de la igualdad de
los ciudadanos como tal: sino el surgimiento en el hacer efectivo de la
colectividad del cuestionamiento de la ley ¿Qué leyes debemos hacer?...”[24].
Para Castoriadis la
autonomía individual y social constituye un proyecto histórico-imaginario-institucional
que es realizable porque depende del ejercicio imaginativo de los individuos y de
su manifestación en lo imaginario. Todos y cada uno de los individuos actúan
para participar efectivamente en la construcción de las instituciones sociales:
leyes, gobierno, educación, relaciones humanas; asumen la responsabilidad de
participar en el espacio público porque se comprende que tal campo es
importante para el desarrollo individual y social. El proyecto de autonomía
individual y en conjunto “Es el proyecto de una sociedad en la cual todos los
ciudadanos tienen una igual posibilidad efectiva de participar en la
legislación, en el gobierno, en la jurisdicción y en definitiva en la institución
de la sociedad…”[25].
La autonomía requiere
de la pasión de los individuos y la sociedad por los asuntos comunes, por la
esfera pública, exige la actividad de cada individuo para poner en movimiento a
la sociedad con el fin de construir instituciones que promuevan la autonomía
junto con los otros. Se trata de fortalecer los lazos de amistad entre el
Estado y los ciudadanos por medio de la creación de una institución
histórico-social cuyo terreno ofrezca las condiciones para que los individuos
ejerzan su libertad individual y produzcan libertad política.
El gran obstáculo que
les toca vencer a todos y cada uno de los individuos para ganar su autonomía es
derrotar el conformismo, la apatía, la evasión a asumir su responsabilidad en
el campo político. Se trata de un cambio de actitud de todos y cada uno de los
individuos respecto a la esfera pública.
En resumen, en estos
cuatro autores hay una coincidencia: lo fundamental para cada persona de la
existencia de un espacio que le permita el desarrollo de sus cualidades
individuales. Esta manifestación necesariamente se materializa en un campo
social, jurídico y político. Por consiguiente, una organización social
institucional que se autocrea debe tener como eje esencial posibilitar un
entorno donde se exprese la libertad individual como una imaginación radical
que permanentemente discuta su propio origen político para impedir el establecimiento
de dogmatismos, autoritarismos, fortalecer la diferencia, el disenso para
mantener la presencia de la libertad individual y política, así como tender a
la flexibilidad de incorporar la originalidad en cuanto a innovar en construir
otro tipos de relaciones entre la libertad y el poder, entre las formas de
socialización, entre la vinculación de la imaginación y lo imaginario radical.
Lo que ya denunciara
Costant en su Discurso sobre la libertad
de los antiguos comparada con la de los modernos, en cuanto a las
consecuencias fatales de trasladar instituciones de la antigüedad a la época
moderna por propiciar situaciones represivas, sigue ocurriendo en el 2016.
Venezuela es un ejemplo de esta aberración. Al incorporarse a nuestra realidad
las ideas agotadas del marxismo lo que se produjo es un régimen autoritario. Sobre
este anacronismo Castoriadis afirma lo siguiente: “…desde hace cuarenta años,
el marxismo ha llegado a ser una ideología en el mismo sentido que Marx daba a
ese término: un conjunto de ideas que se relaciona con una realidad, no para
esclarecerla y transformarla, sino para velarla y justificarla en lo
imaginario, que permite a las gentes decir una cosa y hacer otra, parecer
distintos de lo que son”[26].
El marxismo se ha convertido en un eslogan de los políticos que aspiran llegar
al poder para ganar los votos de los más desfavorecidos:
“Ideología, el
marxismo lo ha llegado a ser en tanto que dogma oficial de los poderes
instituidos en los países llamados por antífrasis «socialistas». Invocado por
unos Gobiernos que visiblemente no encarnan el poder del proletariado y que no
están más «controlados» por éste que cualquier Gobierno burgués; […] el
marxismo se ha convertido allí en el «complemento solemne de justificación» del
que hablaba Marx, que permite a la vez enseñar obligatoriamente a los
estudiantes el Estado y la Revolución y mantener el aparato de Estado opresivo
y más rígido que se haya conocido”[27].
En el presente, el marxismo se ha
convertido en un dogma que utilizan los políticos como una máscara para
conseguir adeptos, seguidores, aprovechándose de la desilusión, frustraciones,
fallas del modelo de la democracia representativa. El líder valiéndose de los
postulados marxistas se presenta como aquél que representará al proletariado,
pueblo, velará por sus derechos, acabará con la injusticia, promete la
igualdad. Detrás del disfraz se ocultan las verdaderas intenciones: el deseo de
poder tras poder que sólo cesa con la muerte (parafraseando a Hobbes). Poder
opresivo que se mantiene ilegítima e ilegalmente por la fuerza (militares,
policías). Todo lo señalado anteriormente, es lo que ha hecho que se pueda
considerar al marxismo, según el mencionado filósofo, como una teoría que ya
perdió su vigencia y no sirve para elucidar los problemas contemporáneos. Sus
mismos partidarios la condenaron. Y por eso, Castoriadis se pregunta: “¿Es la
suerte de toda teoría revolucionaria lo que está indicado en el destino del
marxismo?”[28].
[1]
John S. Mill. Sobre la libertad.
Madrid, Biblioteca Edaf, 2da Edición, p. 150, 2007.
[2] Disponible en :http://www.cs.usb.ve/sites/default/files/CSA213/Benjamin_Constant_LIBERTAD_ANTIGUOS_Y_MODERNOS.pdf Consultado 07-03-2016
[3] Ibid, p. 53.
[4] Ibid, p. 61.
[5] John
S. Mill. Sobre la libertad…, op cit
p. 52.
[6] Ibid, p. 67.
[7] Ibid, p. 72.
[8] Ibid, pp. 130 y 131.
[9] Ibid, p. 135.
[10] Ibid, p. 137.
[11] Ibid, p. 140.
[12] Ibid, p. 141.
[13]
Blanco F., Rufino. “El canalla San Antonio”, en Relatos venezolanos del siglo XX. Caracas, Biblioteca Ayacucho, V.
138, pp. 28-32, s/f. Selección, prólogo y bibliografía Gabriel Jiménez Emán.
[14]
Berlin, I. Cuatro ensayos sobre la
libertad. Madrid, Alianza Editorial, Primera Edición, 1998, p. 220.
[15] Idem
[16]
Ver Libertad como no dominación:
antecedentes y fundamentos. Disponible en
http://filosofiaclinica1.blogspot.com/2014/01/libertad-como-no-dominacion.html
[17] Idem
[18]Castoriadis,
C., “La lógica de los magmas y la
cuestión de la autonomía”, en Los
dominios del hombre. Las encrucijadas del laberinto. Barcelona, Editorial
Gedisa, S.A., 3ª Reimpresión, 1998.p. 214.
[19]Ibíd., p. 215.
[20]Castoriadis, C., “Socialismo y sociedad
autónoma”, en Escritos políticos.
Madrid, Catarata, 2005, cit., p. 98.
[21]Castoriadis,
C., Sujeto y verdad en el mundo
histórico-social. Seminarios 19861987. La creación humana I, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, Primera Edición en Español, 2004, p. 144.
[22]Ibíd., pp. 146-147. “…Ser autónomo, no
es ser cualquier cosa o cualquiera; es ser, además, alguien, alguien definido,
por lo tanto investir objetos determinados, su identidad, lo que va con esa
identidad: una manera particular de hacer ser un mundo para sí, una manera
particular de interpretar o de dar sentido a eso que se presenta…”. Ibíd., p. 197.
[23]Castoriadis, C., “Socialismo y
sociedad autónoma”, en Escritos políticos,
op. cit., p. 99. “…En efecto, el término autonomía ha sido empleado desde hace
mucho tiempo –y de nuevo por mí desde 1949– para designar en el dominio humano
un estado de cosas radicalmente diferente; para decirlo brevemente, el estado
en que ‘alguien’ –sujeto singular o colectivo– es explícitamente autor de su
propia ley y lo es lúcidamente en la medida de lo posible (no ‘ciegamente’).
Esto implica […] que ese alguien instaura una relación nueva con su ley, lo
cual significa, entre otras cosas, que puede modificarla sabiendo lo que
hace…”. Castoriadis, C., “La lógica de los magmas y la cuestión de la
autonomía”, en Los dominios del hombre…, op.
cit., p. 210.
[24]Castoriadis,
C., “Poder, política, autonomía”, en Ciudadanos
sin brújula. Coyoacán, Ediciones Coyoacán, S.A., 2ª Reimpresión, 2005, pp.
64-65.
[25]Ibíd., p. 20.
[26]
Castoriadis, C. La institución imaginaria
de la sociedad. Buenos Aires, Fábula Tusquets Editores, 2013, p. 20.
[27] Idem
[28] Idem
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