viernes, 1 de abril de 2016

El descubrimiento de la modernidad: 
la libertad individual

María Eugenia Cisneros Araujo



Benjamin Constant



…todo lo que aniquila la individualidad es despotismo, cualquiera que sea el nombre con el que se lo designe, tanto si cree imponer la voluntad de Dios como los preceptos de los hombres.

Jhon Stuart Mill Sobre la libertad[1]

         A qué se refiere en estos tiempos la invocación de la libertad para denunciar la existencia de un régimen que se considera represivo. Los políticos hacen uso de este término para justificar sus campañas políticas. La sociedad y el individuo la gritan cuando se sienten vulnerados en sus posibilidades de actuar. ¿Cuál es el sentido de la libertad en esta época? La que descubrieron los modernos. A continuación presento la concepción de cuatro pensadores sobre la libertad: Costant, Mill, Berlin y Castoriadis. En ellos se destaca la importancia para el desarrollo de la organización social como institución de amparar el espacio de expresión de las cualidades de la individualidad de cada persona como práctica del construir la autonomía.
Benjamin Costant, político francés, 1767-1830, en su Discurso sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos[2], explica lo siguiente: “con esta obra me propongo diferenciar la libertad de los modernos de la libertad de los antiguos, en vista que la confusión entre ambas está causando efectos contraproducentes en la construcción de las nuevas instituciones”. La libertad de los antiguos consiste en ejercer colectiva y directamente algunos aspectos de la soberanía como: deliberar en el Ágora sobre la guerra y la paz, sobre las alianzas con los extranjeros, votar las leyes, controlar la gestión de los magistrados, obligar a rendir cuenta ante el pueblo. Se trata de una libertad de la polis en la que el individuo queda sujeto completamente a la autoridad del conjunto. No es posible realizar acciones privadas. El cuerpo social se establece por encima de la voluntad particular. De esta forma, el individuo es soberano en los asuntos públicos y esclavo en sus relaciones privadas. En sus palabras:

“Como ciudadano, decidía sobre la paz y la guerra, como particular estaba limitado, observado, reprimido en todos sus movimientos; como parte del cuerpo colectivo, interrogaba, destituía, condenaba, despojaba, exiliaba, atacaba a muerte a sus magistrados o a sus superiores; como sometido al cuerpo colectivo, podía ser, a su vez, privado de su estado, sus dignidades, desterrado a muerte, por la voluntad discrecional del conjunto del que formaba parte”[3].


Los antiguos no tenían noción de los derechos individuales; su libertad radica en la participación activa y constante en el poder colectivo. La voluntad de cada uno tenía influencia en sus derechos políticos y la administración de la polis, comparten el poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria. La manera para conseguir lo que desean es mediante la guerra, puesto que la lucha violenta les aporta riqueza pública e individual, esclavos, tributos y reparto de territorios. Su tiempo está copado atendiendo los asuntos públicos.
A diferencia de los antiguos, la libertad que corresponde a las instituciones modernas reside en el derecho a: 1) estar sometido únicamente a las leyes; 2) expresar su opinión; 3) escoger su industria y ejercerla; 4) disponer de su propiedad; 5) ir y venir sin requerir permiso, ni dar cuenta de motivos o de las gestiones; 6) reunirse con otros individuos para dialogar sobre sus intereses; 7) profesar el culto que se elija; 8) practicar el comercio sin intervención de la autoridad, cada individuo se ocupa de sus negocios y empresas, de los goces que obtiene o espera y no quiere ser distraído de esto para atender asuntos públicos. El comercio es una forma de ejercer la independencia individual; se influye en la administración pública eligiendo a los funcionarios que en nombre de la sociedad tomarán las decisiones políticas. En síntesis, el sistema representativo es un descubrimiento de los modernos; el individuo es independiente en la vida privada; y la libertad consiste en el goce apacible de la autonomía personal e individual. Las instituciones se crean para garantizar esta libertad.
De acuerdo a la distinción que señala Costant, la cuestión que está en discusión es la siguiente: La importancia de respetar el espacio en el que el individuo actúa según su parecer para desarrollarse como persona. El político francés afirma que la libertad individual es una necesidad moderna. En consecuencia, las instituciones deben ocuparse de garantizar el goce de la expresión individual mediante el establecimiento justo de la libertad política. Dicho de otra manera, los poderes del Estado tienen el deber de armonizar el goce de los intereses privados e individuales en relación al ejercicio de los derechos políticos. Esto requiere de una nueva organización social que es el sistema representativo. En esta estructura, por un lado, la sociedad elige unos representantes para que defiendan sus intereses; por el otro, la comunidad debe ejercer una vigilancia activa y constante sobre estos funcionarios y reservarse el derecho de revocar sus poderes si no cumplen con las pautas que le han sido conferidas.
El asunto que evidencia Costant refiere a que no puede incorporarse al sistema representativo de la época moderna las instituciones que regían en la antigüedad. De hacerlo la consecuencia es el establecimiento de la tiranía. En otras palabras, trasladar a la época moderna la concepción de la libertad colectiva, en la que el individuo queda sujeto completamente a la autoridad del conjunto, es propiciar el autoritarismo. Se trata de tiempos históricos y sociales diferentes y concepciones de la libertad antagónicas. “La independencia individual es la primera de las necesidades modernas. En consecuencia, jamás hay que pedir sus sacrificio para establecer la libertad política”[4].
         Aquí surgen los problemas: Un Estado que se reserva la legitimidad de la violencia, en una estructura vertical, donde el poder lo tienen los representantes y la obediencia corresponde a la sociedad, está presente permanentemente el riesgo del abuso del poder. La garantía de equilibrio en esa estructura vertical es el derecho. El Estado se organiza jurídicamente. La ley limita y controla el poder del Estado. De allí la importancia del Estado de derecho. Lo jurídico encauza el desarrollo de lo político dentro de las leyes. Pero el Estado de derecho requiere de instituciones sólidas para mantenerse y allí está su fragilidad. En el momento que los representantes ejercen arbitrariamente el poder y no se aplica la ley, nace el Estado represivo. El Estado de derecho es sustituido por las armas, la fuerza, la violencia. Se trate de una democracia o de un autoritarismo está en juego la libertad individual y la libertad política. 


John Stuart Mill

John Stuart Mill, filósofo inglés (1806-1873), en su texto Sobre la libertad, plantea el asunto sobre la naturaleza y los límites del poder que la sociedad puede ejercer de forma legítima sobre un individuo. Es decir, reflexiona sobre el conflicto entre la libertad y la autoridad. Coloca en el tapete la necesidad de controlar el poder de un gobernante: cuanto uso del dominio le está permitido ejercer al representante del Estado sobre determinada sociedad. En este contexto, la libertad consiste: 1) en regular el ejercicio del poder por parte del gobernante; y, 2) evitar la tiranía de la mayoría; impedir que la sociedad como colectivo esté por encima de los individuos. En ambos casos lo público invade la esfera privada. El espacio de la libertad hay que protegerla de: 1) los gobernantes con tendencias autoritarias; y, 2) la inclinación de una mayoría de imponer sus propias ideas y prácticas a cualquier persona que disienta de estas e impedir el desarrollo individual y personal. Se trata de limitar: 1) la subjetividad en el desarrollo del poder; y, 2) la intromisión de lo colectivo en el avance de la independencia del individuo.
El pensador inglés persigue destacar lo fundamental de proteger y desarrollar las cualidades de la individualidad para un real ejercicio de la libertad. Ese espacio del ámbito privado de cada persona, para tomar las decisiones que considere más pertinentes, para llevar adelante su vida, es un terreno donde el único que puede intervenir es el individuo por tratarse de asuntos que sólo le incumben a este. Ese terreno es al que se dirige la defensa de Mill. Cualquier invasión en ese ámbito sea por el Estado o por la sociedad es una lesión a la libertad de la persona. Las actividades que cada quien emprenda en ese pedazo que le corresponde tendrá como límite el no perjudicar a los otros. El cuidado de ese trozo que permite la expresión de las facultades individuales garantizará el crecimiento y progreso de la sociedad y el Estado. De lo que se trata precisamente, es de educar y socializar en el respeto de las formas de vida que cada quien elige para realizarse y sentirse pleno. En este sentido, es importante garantizar que los individuos puedan expresar sus opiniones con la posibilidad de contrastarlas con aquellas que sean diferentes a las que ellos emiten. Las creencias impuestas por los que están en el poder fijan las normas morales que orientarán el comportamiento de los sujetos. Las reglas tienen su origen en lo jurídico y en la costumbre. En este segundo ámbito, la autoridad de las leyes proviene de las opiniones que configuran la tradición. Los individuos deben ser libres para cuestionar el fundamento de las formas de socialización.
Ahora bien, la relación individuo y sociedad debe estar regulada de tal forma que ambas esferas tengan las condiciones para el progreso de las actividades humanas. En este contexto para Mill “el único fin que justifica que la humanidad, individual o colectivamente, se entremeta en la libertad de acción de cualquiera de sus miembros es la protección del género humano”[5]. Lo que justifica la intromisión en el espacio de acción de un individuo es evitar que perjudique a los demás. El individuo es dueño de su propio cuerpo y de su conciencia. Le corresponde a la persona singular la libertad de pensar, sentir, opinar sobre cualquier ámbito de su cotidianidad; de tener sus propios gustos, ocupaciones, planificar su vida como lo considere, de actuar sin perjudicar a los otros; de reunirse. Para hablar de la existencia del espacio de libertad política como garantía de la libertad individual, cualquier forma de gobierno debe respetar, reconocer y proteger en su totalidad la posibilidad del desarrollo de las cualidades que configuran la individualidad.
         El escritor inglés destaca la importancia de que cualquier forma de gobierno que pretenda posibilitar el espacio para la actividad de la libertad política no debe silenciar la expresión de una opinión así se considere falsa. No se justifica oprimir a una persona porque disienta del parecer que sostenga la mayoría. En el ámbito político no hay certezas absolutas. Lo que se da es la posibilidad de poder contrastar la divergencia de consideraciones. “…Cualquier pretensión de silenciar una discusión establece una presunción de infalibilidad, actitud que…es preciso condenar”[6]. La libertad política consiste en garantizar: 1) el espacio para el desarrollo de las diferencias independientemente que la posición sostenida sea errónea o verdadera; 2) evitar imponer a la mayoría ciertas opiniones descartando otras sin discutirlas. Dicho de otra manera, la libertad radica en la posibilidad de expresar las opiniones y que otros las contradigan o desaprueben. La experiencia de la discusión de las creencias permite que los individuos se den cuenta de sus errores en sus pareceres porque en la práctica política se traduce en la debate. Señala Mill que:

“…Ante hechos y argumentos, ceden opiniones y costumbres erróneas. Pero para que hechos y razones lleguen a significar algo para el entendimiento, precisa es su exposición. Muy pocos son los hechos capaces de transmitirnos su propia historia si carecemos de comentarios que pongan de manifiesto su sentido. La fuerza y el valor íntegros del juicio humano dependen de una sola cualidad, aquella que le permite pasar del error a la verdad, y solo habremos de fiarnos de ella si siempre tiene a su alcance los medios para hacerlo…”[7].

         La cuestión reside en evitar que los gobernantes, en nombre de los intereses de la sociedad y como representante de esta, impongan ciertas opiniones cercenando la posibilidad que otros puedan disentir de ellas. El campo de discusión promueve las condiciones para que las personas se atrevan a pensar por sí mismas y dejen de ser repetidoras mecánicas de ideas establecidas.
La contrastación de distintas posiciones estimula la actividad intelectual y evita la sumisión del pensamiento. Despierta el entusiasmo de expresar propuestas originales que cuestionen aspectos que ya no contribuyen al desarrollo de la sociedad. Se trata que las personas sean capaces de producir sus propios fundamentos de los pareceres que sostienen. Es decir, tener conciencia de las razones que soportan sus opiniones. Hay un proceso reflexivo por parte del individuo.
Mill afirma la importancia de la existencia del espacio de discusión de las opiniones independientemente de su falsedad o verdad, porque allí se visibiliza la libertad política al posibilitar que los individuos expresen sus argumentos, razones, fundamentos, alegatos sobre aquellos asuntos atinentes a lo privado y lo público: religión, formas de gobierno, autoridad, leyes, ética, moral. Cada quien debe pasar las opiniones establecidas por el tamiz de su razón. Al hacerlo, tienen la oportunidad de cuestionarlas, revisarlas y darse cuenta de cómo llegaron a tener esa convicción sobre un asunto específico.
Para el escritor inglés son fundamentales la libertad de opinión y la libertad de poder expresar la opinión porque:

“En primer lugar […] aunque una opinión se vea reducida al silencio, dicho parecer puede ser verdadero. Negar esto equivale a aceptar nuestra propia infalibilidad. En segundo lugar, aunque la opinión silenciada sea un error, puede contener […] una parte de verdad. Y como la opinión general, o dominante, sobre cualquier asunto rara vez, o nunca, es toda la verdad, solo gracias a la pugna entre opiniones contrarias tendremos alguna posibilidad de reconocer esos restos de verdad. En tercer lugar, aunque la opinión admitida fuera no solo verdadera, sino que abarcase toda la verdad, a menos que pueda ser, y de hecho lo sea, vigorosa y lealmente refutada, será sostenida como un prejuicio por la mayoría de quienes la admitan, sin que lleguen a comprender ni sentir sus fundamentos racionales […] en cuarto lugar, el sentido de la propia doctrina correrá el riesgo de perderse o debilitarse, y se verá privada de esos efectos que modelan caracteres y conductas. El dogma […] impedir […] el desarrollo de toda convicción real […] que se asiente sobre la razón o la experiencia personal de cada cual…”[8]

Uno de los aspectos esenciales de la presencia de la libertad en el campo político es la existencia de un terreno regulado jurídicamente donde cada persona pueda manifestar su opinión sobre cualquier asunto privado o público y su parecer pueda ser contrastado, refutado, compartido, con otras ideas. La garantía de expresión y desarrollo del disenso constituye un límite al abuso del poder y una oposición tajante al establecimiento de dogmas. La libertad se renueva en las posibilidades ciertas de las diferencias, los cuestionamientos y la revisión constante de los pareceres. A esto agrega el mencionado filósofo, que los individuos deben ser libres para actuar según sus opiniones “sin impedimento físico o moral por parte de sus semejantes, con tal de que lo hagan por su cuenta y riesgo lo asuman”[9], sin perjudicar a los otros. Los individuos no deben ser un estorbo entre sí en el despliegue de sus acciones pero tampoco deben causar daño con estas.
La libertad se nutre de las diferentes opiniones y distintas formas de vivir de cada quien. “…es deseable que en todo aquello que no afecta, en principio, a los demás se imponga la individualidad…”[10]. Para el filósofo inglés, la libre expresión de la individualidad constituye un principio fundamental del bienestar. En esta consideración se encuentran vinculados tres elementos: libertad, desarrollo de la individualidad y bienestar. La factibilidad de poder desarrollar nuestra individualidad a su máxima expresión va acompañada de un sentimiento de satisfacción, tranquilidad, armonía. La manera de vivir y la forma de conducirse en la experiencia por el individuo le complacen, le proporciona gozo. Ha podido exteriorizar sus cualidades. “Las facultades humanas de percepción, juicio, discernimiento, actividad mental e incluso preferencia moral solo se ejercen cuando se realiza una elección”[11]. Cuando se puede elegir hay una manifestación de la individualidad. La libertad se forja en la actividad de ser capaces de tener una opinión, expresarla, someterla a revisión, comportarse de acuerdo a las propias ideas, elegir la forma de desarrollarse en el tiempo y en el espacio que corresponde y en el agrado que todo esto proporciona. Al respecto afirma Mill:

“…Quien escoge un plan por sí mismo, echa mano de todas sus facultades, pues deberá emplear la capacidad de observación, para entender; el razonamiento y el juicio, para prever y tener en cuenta una serie de hechos materiales antes de la decisión, y recurrir al discernimiento para resolver; y, una vez tomada una determinación, contar con la firmeza y el dominio de sí mismo para mantenerse en la postura así adoptada”[12]

         El individuo como un ser humano vivo requiere desplegarse según sus facultades internas y esto es un asunto vital porque las personas no son simples máquinas que se encuentran en la sociedad para repetir el modelo establecido. La institución que pretenda garantizar efectivamente la libertad tiene el deber inexorable de crear las condiciones para que la individualidad pueda manifestarse en su máxima expresión. Por supuesto, teniendo presente que esta posibilidad no debe perjudicar a los otros. Y si el Estado no genera este escenario le corresponderá al individuo crearlo. “No es mediante el recurso a revestir de uniformidad todo lo que es individual en los humanos como se hace de ellos un noble y hermoso objeto de contemplación, sino mediante el cultivo y la pujanza de la individualidad, dentro de los límites impuestos por los derechos e intereses de los demás…”. Ciertamente, el mencionado autor, aboga por una libertad cuyo aspecto esencial se centre en el desarrollo y cultivo de la individualidad. Esto es, la persona singular pueda en el espacio de expansión que le corresponde elegir el modo cómo quiere vivir. Pero, hasta esta elección es un ejercicio propio del individuo. Solo este puede decidir vivir según sus convicciones o de acuerdo a lo pautado por las costumbres, hábitos, tradiciones. El hecho de que el individuo se atreva hacer cosas de una manera distinta a cómo se realizan habitualmente evita la mecanización, el automatismo. El desenvolvimiento de la individualidad es la garantía de la defensa de la libertad ante cualquier autoritarismo que pretenda imponerse.
         Paso a ilustrar la noción de libertad como expresión de la individualidad de la que habla Jhon Stuart Mill, con el siguiente cuento: “El canalla San Antonio” de Rufino Blanco Fombona[13]:


“Se llamaba Casimiro Requena, y nació en una aldehuela de los Valles de Aragua. Su profesión consistía en vender agua a domicilio. Muy de mañanita se le encontraba a horcajadas en el anca de su burra pelicana: Gracia de Dios, como él la llamaba. Gracia de Dios, cargada, además, con dos barriles, tomaba el camino de un manantial vecino, donde el agua pura, cristalina, semejaba el agua de un filtro.
De regreso de la fuente, Gracia de Dios, cimbrándose con sus dos barriles llenos de agua, y con Requena caballero en el anca, atravesaba las mismas calles de siempre, se detenía ante las mismas casas y emprendía nuevamente, cada hora más o menos, el camino de la fontana.
Gracia de Dios parecía una persona, y en opinión de todo el mundo era más inteligente que su amo y señor, Casimiro Requena. Casimiro, de carácter taciturno y mal genio, era asimismo torpe como un cerdo. Pequeño, barrigón, asanchado, semejábase a un tonel. Era bizco, y se afeitaba todo el rostro; pero no se afeitaba a menudo, por donde siempre parecía, a pesar de su lustrosa persona, con aspecto demacrado o aire de enfermo. Lo apodaban el Sacristán, tanto por su cara rasa como por su fervorismo religioso, y porque en sus primeras mocedades fue monago. La fe del Sacristán no era mojigatería. Nunca sentimiento más sincero anidó en el pecho de un hombre. La fe de Casimiro era proverbial. Hasta las mujeres le daban bromas. 
A La puerta de la iglesia, y al salir de misa la mañana de un domingo, cierto chusco de un corro, dirigiéndose a Requena:
-Casimiro -le dijo-, ¿quieres comprarme un hueso auténtico del Espíritu Santo?
Todo el mundo se echó a reír; pero Requena iba descuartizando al deslenguado.
-No haga usted caso de ese vagabundo, Casimiro; no se incomode
-aventuró alguien con ironía.
-Cómo no hacerle caso -murmuraba Requena-, si viene a burlarse en mis barbas de las cosas divinas. ¡Un hueso del Espíritu Santo! ¡Ignorante! ¡Los huesos del Espíritu Santo los tiene el Papa!
Casimiro era quien vestía las imágenes la víspera de la fiesta patronal, por Semana Santa y por Pascua. Era el primero que tomaba su cirio en las procesiones. Era él, además, quien regalaba al cura los pollos más gordos, los marranitos mejor cebados, los nísperos más ricos y olorosos. Casimiro prestaba todo género de servicios al cura, creyendo servir a la Iglesia y, lo que es más, a Dios. Cierta ocasión el cura se valió de los buenos oficios del Sacristán contra «un enemigo de la Iglesia».
Un jovenzuelo del lugar, recién llegado de Caracas, donde se empapó del volterianismo callejero, fundó un periodicucho jacobino, El Rayo, no mayor que un pañuelo. Allí insultó al Gobierno, en la persona del jefe civil, y al Clero, en la persona del cura.
El magistrado era inamovible. Por enfermedad vivía de largo tiempo atrás en aquel pueblo, y como era inteligente, honrado y bueno, todo el mundo lo quería, y el Gobierno no pensaba en sustituirlo. El magistrado, pues, sonreía a los ataques de El Rayo. No así el cura. El cura contestó los ataques al Clero y a la Iglesia en El Mensaje Católico, diario provincial también. Pero sus argumentos no contundían al adversario. El cura se comprendía menos fuerte que su enemigo.
Las opiniones se dividieron en el poblacho «Los progresistas», es decir, los adeptos de El Rayo, contaron la mayoría. El periodista ateo triunfaba del cura. Entonces fue cuando el cura, como último argumento polémico, envió una medianoche a Casimiro Requena para que apalease al periodista.
-Lo mataré, señor cura; cuente usted con que lo mato.
-Matado, no, hijo -argumentaba el cura. La muerte es un crimen.
¿Y crees tú que Dios perdonaría ese crimen? Una buena paliza. Con eso basta. Así abandonará el pueblo. Casimiro Requena volvía a su idea.
-¿Y si me ataca, señor cura? Si me ataca, lo mato. Lo mato por Dios, y Dios me lo perdonará.
El cura se daba cuenta de la situación. Si aquel animal asesinaba al periodista, él, el párroco, a pesar de sus talares y santas vestiduras, se vería complicado en el crimen. Por eso le pronunció a Requena un discurso espeluznante y decisivo. Sin embargo, cuando Requena partió iba murmurando entre dientes:
- Está bien; no lo mataré. Pero lo sangraré.
El servicio de agua terminábase a mediodía. Requena aprovechaba la tarde -después de la siesta y antes de la indeclinable partida de bolos- en el corte de hierba por los campos comarcanos. Esa hierba constituía la cena de Gracia de Dios.
A veces Casimiro se iba al pesebre a ver comer a su burra, su compañera, su amiga, su confidente, su único amor humano, el amor de sus amores terrenales. Se complacía en ver cómo lucía la piel de Gracia de Dios y le pasaba la rasqueta, peinándola como si peinase a una gentil novia. El maíz se lo remojaba en una tina de agua salada. La borrica miraba aquellos preparativos con miradas golosas, y cuando el Sacristán no se daba prisa a servirla, ella, juntando las orejas sobre la frente rompía a rebuznar: «jVouugh! [Vouugh!».
- Ya voy, golosa; ya voy -respondíale Requena, como si la burra fuese una persona, y mirándola con ojos enamorados.
Un día el Sacristán, según su vieja costumbre, se levantó a la madrugadita; calentó su café, mascó su bizcocho y se dirigió al pesebre para enjalmar su burra. Pero su sorpresa fue grande. Gracia de Dios no estaba allí. Requena corrió afuera, a la calle. La puerta estaba abierta. Desde la acera, Casimir o escudriñó la calle profunda, apenas clareante por un presentimiento de aurora. Luego anduvo, anduvo cien, doscientos, tres- cientos metros más oteando, escudriñando, interrogando la sombra. De pronto se llevó la mano a la cabeza y advirtió que estaba sin sombrero; pensó también que había dejado su portón abierto y regresó. De camino encontróse con otro madrugador.
-Fulano, ¿sabes? -le dijo-, se me ha extraviado Gracia de Dios.
- Te la habrán robado más bien.
-No creo; el cabestro parecía mascado; además, no era muy nuevo, y ya sabes, la burra es fuerte.
-Pero tu burra no tiene alas; ¿cómo pudo salirse?
Y explicándole Requena cómo por endiablada casualidad el portón quedó esa noche abierto, continuaron los dos hombres, a las primeras luces del alba, caminando y hablando al través del pueblucho dormilón.
Casimiro tuvo que alquilar una borrica para el servicio de agua. Comprar no quería comprar otra bestia. El no desesperaba de encontrar un día u otro a aquella ingrata pero querida Gracia de Dios. Contaba para ello con San Antonio. El siempre fue devoto de San Antonio, y no dudaba que el buen santo le devolvería la burra.
Al San Antonio de su cabecera le encendió velas durante varios días; pero este santito de la casa no le parecía suficiente a Casimiro para tamaña empresa. «El San Antonio de la iglesia es más milagroso», pensó Requena. El San Antonio de la parroquia, grande como un hombre y dulce como una mujer, "era una preciosa imagen tallada en madera. A él fue Casimiro. Le pidió, le rogó y puso un paquete de velas a arder en el altar. Las oraciones y las velas menudearon; pero la burra no aparecía. Casimiro no desconfiaba. «San Antonio no puede sino oírme», pensó, y creyendo que las ofrendas obligarían al santo, Requena dio al cura cuantos ahorrillos guardaba en el forro de su catre para que comprase a San Antonio un traje nuevo.
-Con ese dinero puedes comprar otra borrica -le dijo el cura.
-¡No importa, señor cura! Yo no quiero otra burra; yo quiero mi Gracia de Dios.
A la postre llegó el traje nuevo de San Antonio. La mañana que el santo estrenaba el vestido, Casimiro, al despertarse, voló al corral. Algo le decía en el corazón que Gracia de Dios estaría allí pastando en su pesebre como si nunca se hubiese ausentado. La desilusión de Requena fue grande: Gracia de Dios no estaba allí. Y este milagro fallido le hacía imaginar que esa mañana volvía a perder su burra. Requena empezó a resentirse con el santo.
«¡Cómo -pensaba- este San Antonio le hace milagros a todo el mundo y a mí no quiere hacerme! ¿Qué le dan los otros? Una vela, nada. ¿Qué le rezan? Una oración, y se van. Yo, en cambio ...
Y por la frente de Casimiro pasaba el recuerdo de los sinnúmeros paquetes de velas quemados, del lindo traje nuevo y de las oraciones interminables, de las noches de ruego que él había consagrado al San Antonio aquel, tan olvidadizo, tan ingrato.
Casimiro empezaba a desesperar. San Antonio no quería cumplir el milagro de volver la burra a Requena. En el alma del Sacristán aquella injusticia de San Antonio hizo nacer un sentimiento invencible de repugnancia al santo; la repugnancia fuese cambiando en rencor con la persistencia de la injusticia, hasta convertirse a la postre en la llama de un odio. Requena odiaba a San Antonio: no al beato del santoral, sino al San Antonio de la parroquia, la imagen de la iglesia, aquel sordo, injusto, despiadado San Antonio del lugar.
En la obtusa cabeza de Requena empezó a germinar la idea de sustituir aquella imagen por otra del mismo santo. ¡Si él pudiera regalar otro San Antonio a la iglesia! Un día, sin más ni más, le preguntó al párroco:
-Señor cura, ¿cuánto vale un San Antonio?
El cura le informó. Un San Antonio costaba muy caro. El Sacristán no podía pagarse el lujo de hacer una revolución en la iglesia y destituir al San Antonio de injusticia recalcitrante.
Una tarde, libre ya de su despacho de agua, tendido sobre la hamaca, se puso a pensar. «Iré al templo, a la puerta, lanzaré un puño de tierra al aire, y en la dirección en que la tierra eche a volar partiré en busca de Gracia de Dios. San Antonio, movido al fin de mi piedad, me envía esta idea. ¿No es verdad, Dios mío?».
Era ya muy entrada la noche cuando Requena regresaba a su casita silencioso, cabizbajo, ceñudo, triste. Gracia de Dios no aparecía. Aquello era una burla de San Antonio. A tal idea, Casimiro espumaba de ira.
A la mañana siguiente, cuando el monaguillo abrió la iglesia para la misa de cinco, Requena espiaba tras los árboles de la vecina plaza. Apenas abrieron entró. Los pasos del monaguillo se perdían en el fondo, bajo la bóveda del templo, cuando Requena se llegó al altar de San Antonio. No se arrodilló ni se signó ante la imagen, sino que dijo, como si hablase con el santo:
- Tú no eres San Antonio, sino San Diablo.
Dos viejas entraron en ese instante. El chancleteo de los seniles pasos repercutía en el fondo, hacia el altar mayor. Las beatas se arrodillaron frente al Sagrario, mascullando sus preces. A poco se sentaron. Requena las miró y luego miró a la calle. La calle se aclaraba por segundos. La aurora precipitaba su carrera. Entonces Requena, apresurándose, sacó de bajo de la «cobija» el machete, introdujo la lama en las junturas de la vidriera y ya abierta la hornacina, donde triunfaba la bonhomía de San Antonio, sacudió al santo, que rodó por tierra con fracaso.
Y mientras las dos beatas, pavoridas, chillaban, y el monago acudía, blandió Requena el machete y decapitó al santo.
Y la cabeza del santo rodaba por las baldosas cuando Requena salía del templo diciendo:
- ¡Bien sabe Dios que te lo merecías, por canalla!”

         De la lectura de la narración precedentemente citada, se puede observar la manifestación de opiniones distintas sobre el cura y el magistrado que despierta la apertura de un periódico en el pueblo. Entra en discusión los pareceres sobre la religión, la política y la civilidad. Se forman dos grupos, los que apoyan las declaraciones realizadas por el periódico y los que optan por mantenerse al lado del cura. En cuanto al magistrado no hay mayor inconveniente porque gana a su favor las consideraciones de aprecio, afecto hacia la persona, lo que impide una revisión de cómo hace su trabajo. El dogma del amor se impone. Pero quiero centrarme en Casimiro. La situación de este personaje tiene que ver con él mismo y su particular creencia y asunción de la religión. En principio con una opinión favorable para San Antonio por estar convencido de su facultad de hacer milagros. Estaba seguro que el santo le devolvería su burra extraviada. Sin embargo, cuando la realidad le mostró que esto no ocurriría, se vio obligado a cuestionar su propia convicción, su fe, su dogma con respecto a San Antonio. Y esto en la práctica significa que para Casimiro San Antonio dejó de ser un santo que hacía milagros y por esta razón le corta la cabeza con el machete. La cuestión radica que en esta relación que el propio Casimiro crea con San Antonio no puede interferir ni el Estado ni la sociedad. Es una circunstancia que incumbe a sus intereses y por esto pertenece a su ámbito privado. Casimiro requiere tener la posibilidad de creer o no en San Antonio y esta elección es una expresión de su individualidad. De él dependerá cambiar su creencia respecto a San Antonio. Y es precisamente a ese espacio de manifestación de la individualidad al que se refiere Mill. Es ese el que se debe proteger, el que debe existir y es a partir de este que se hace instituciones que tengan como principio fundamental la libertad. El progreso de la individualidad es vital para la construcción de un orden social político. Es esta la que garantiza la independencia de acción, creación, innovación, originalidad. Casimiro resolvió por sí mismo su desencanto cambiando unas opiniones por otras.


Isaiah Berlin

         Isaiah Berlin, pensador ruso-británico, 1909-1997, habla de la libertad negativa y la libertad positiva. Por libertad en sentido negativo entiende: “…la respuesta que contesta a la pregunta cuál es el ámbito en que al sujeto[…]se le deja o se le debe dejar hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin que en ello interfieran otras personas”[14]. En cuanto a la libertad en sentido positivo explica que se trata de: “…la respuesta que contesta a la pregunta de qué o quién es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra…”[15]. Estas dos tipos de libertades coexisten dentro de la institución, la delimitación y configuración de cada una dependerá de los límites que la organización social establezca entre el espacio público y la esfera privada. Si ambos espacios están claramente diferenciados existirá un equilibrio entre la libertad negativa y la libertad positiva. Por el contrario, si ambos campos se confunden surgirá una desproporción entre la libertad negativa y la libertad positiva que producirá un Estado opresivo.
         La libertad negativa refiere a la libertad política; consiste en el ámbito en el que el hombre puede actuar y realizarse sin ser obstaculizados por otros. La cuestión a debatir aquí es la siguiente: cuáles son los límites de ese ámbito, con base a qué se toma la decisión de qué sean esos y no otros, cómo ponderar que tales restricciones no infringen la libertad individual del sujeto. Se trata que el Estado brinde la posibilidad de un espacio en el que el individuo o la sociedad puedan actuar, desarrollarse, ejercer su libertad sin interferencia de otros o del poder del Estado. Mientras más extenso sea el espacio donde se pueda hacer sin intromisión de otros más amplia será la libertad política y por consiguiente la libertad individual de actuar. Y aquí la ley es fundamental. El derecho garantiza el desarrollo de la libertad política de la sociedad. De allí lo fundamental de construir un Estado de derecho. La libertad negativa es aquella que garantiza y posibilita las condiciones adecuadas para que el individuo y la sociedad puedan hacer uso de su libertad política. La libertad política significa estar libre de que otros no realicen injerencias en mi actividad más allá del límite establecido. Dicho de otro modo: El sentido de la libertad negativa consiste en el funcionamiento eficiente del Estado de derecho para proteger el ejercicio de la libertad individual porque controla que ni otros ni este como institución estorben en mi manifestación como persona singular. Si se cumple la ley se evita la subjetividad y arbitrariedad de aquellos que ostenten el poder y de la sociedad.
         La libertad positiva refiere a la autodeterminación del individuo. Es decir, el deseo del individuo de decidir por sí mismo y no por agentes externos. Quiero ser consciente de mí mismo como un ser activo que reflexiona y asume la responsabilidad de sus propias decisiones. La libertad positiva consiste en la autodeterminación. Esta se manifiesta cuando el individuo es capaz a partir de sus propias acciones de dejar de ser un títere de las instituciones sociales para construirse su propio estilo de vida. Pasa de la heteronomía a la autonomía.
         La libertad negativa y la libertad positiva coexisten dentro de la institución. Y el Estado debe garantizar el desarrollo de ambas. De no hacerlo, la persona en una manifestación propia de su cualidad individual es la llamada a rescatar nuevamente el ámbito de la libertad política, la que garantiza el espacio de coexistencia entre la libertad negativa y la libertad positiva. Por consiguiente, en el momento que se reduce, se intercepta la libertad política arbitrariamente se limita la libertad individual en sus aspectos negativo y positivo. En una democracia deben estar presente ambas libertades porque somos individuos sociales. Esto significa que lo político tiene que regular lo público para posibilitar el desarrollo de lo individual y social. Aquí entra en juego las dos libertades en: la libertad política genera las condiciones de desarrollo de la libertad individual como lo expone Pettit[16] o la libertad individual construye la libertad política, la tesis de Bakunin[17].


Cornelius Castoriadis


         Por último, Cornelius Castoriadis, filósofo greco-francés (1922-1997), explica que la libertad como autonomía es una actividad personal del individuo que implica cambiar su fabricación originaria por otra que él mismo crea que responde a su propia reflexión y deliberación. Siendo los individuos sociales, la creación particular de la independencia también tiene efectos en la sociedad, toda vez que los individuos que se encuentran en este proceso comienzan a cuestionar las instituciones, las significaciones establecidas y a sí mismos.
La autonomía consiste en un movimiento permanente de cuestionar, reflexionar, poner en tela de juicio lo establecido, un movimiento que se centra en la revisión de la libertad negativa y la libertad positiva.
La libertad individual como autonomía estará presente siempre que todos y cada uno de las personas singularmente reflexione, delibere, interrogue, cuestione, analice, pregunte, desee cambios, movimientos, apertura, flexibilidad, apertura del horizonte de vida, expandir sus posibilidades fundamentales humanas como artífice de fabricar lo novedoso, que asuma la responsabilidad de que forma parte de una comunidad que se desarrolla en una relación de individuos y los otros. Le toca forjar la relación social, el vínculo con todos y cada uno de los individuos. Romper con lo establecido, no aceptar ningún tipo de dominación ni control es el comienzo de crear una forma social autónoma.
Si decido someterme voluntariamente a una estructura que se me impone, entonces como individuo en la esfera privada seré heterónomo; como individuo que forma parte de la sociedad seré servil. Por el contrario, si me atrevo a practicar el célebre conócete a ti mismo socrático, a distanciarme de las imposiciones, a actuar, entonces como individuo en la esfera privada comenzaré a autocrear mi autonomía; como individuo parte de la sociedad participaré en la construcción de una institución libre.
Ahora bien, la autonomía la hacen los individuos en la praxis social cotidiana, porque es con las acciones que se emprende la emancipación. En este sentido la libertad se genera en el campo político. La política es una praxis que tiene como objetivo la organización de la sociedad destacando la libertad como una significación imaginaria fundamental que implica la transformación social sólo mediante la actividad autónoma de todos y cada uno de los individuos. La política es praxis porque son todos y cada uno de los individuos quienes la practican con la intersubjetividad de sus acciones.
Para Castoriadis, los individuos y la sociedad comienzan a construir su independencia cuando “la población forma sus propios órganos autónomos, cuando entra en actividad para procurarse ella misma sus normas y sus formas de organización”[18]. Según Castoriadis, cuando todos y cada uno de los individuos son capaces de organizar la sociedad como autogestión y autogobierno, entonces se puede decir que comienza la creación de instituciones autónomas. “La autoorganización y la autogestión sólo tienen sentido si atacan las condiciones instituidas de la heteronomía”[19]. Porque son formas que se dirigen a transformar lo dado con sus significaciones agotadas, para introducir nuevas que regeneren el sentido de las acciones de los individuos en su hacer diario.
Una sociedad que decida autogestionarse requiere de individuos sensibilizados, afectados con la organización social que viven, motivados a solucionar por ellos mismos los problemas de esta organización, e inventar la forma de hacerlo. Todos y cada uno de los individuos actúan en función de resolver por ellos mismos los problemas, las necesidades, los deseos a partir de su experiencia; no esperan a los órganos competentes para que lo solucionen. ¿Y por qué? Se dan cuenta que las instituciones no cumplen con su función y esto los lleva a moverse, pues ante el deterioro, lo que se pone en peligro es la supervivencia de los propios individuos y de la sociedad. Entonces, la autogestión surge: 1) cuando los individuos deciden no dejar los problemas fundamentales que les aquejan como colectividad a las instituciones competentes porque las mismas no están cumpliendo su función; 2) todos y cada uno de los individuos crean la forma de solucionar estos problemas, porque son los afectados en sus actividades cotidianas y conocen a fondo la situación. Todos y cada uno de los individuos comienzan a dirigirse y decidir por ellos mismos a partir de acuerdos, de comunicación, de intercambio de opiniones; se produce una tormenta de ideas para lograr la tarea en común que se han propuesto. Entienden que en esa tarea cada quien debe cumplir la actividad encomendada para lograr el objetivo. La misma sociedad como grupo le da sentido a la actividad de cada individuo al hacerle ver que su hacer tiene sentido en el esfuerzo mancomunado; entonces se genera una cooperación activa entre los que tienen un saber o una competencia en determinado campo y los que pondrán en práctica ese saber.
Los individuos comienzan a reflexionar, a autogestionarse, a autoorganizarse, a ser creativos cuando toman conciencia de los problemas que le afectan; empiezan a buscar soluciones, a unirse con los otros para lograr resolver. Se acepta que la institución establecida no cumple con su deber, lo que implica que el individuo conjuntamente con la sociedad debe promover nuevas instituciones que den respuesta a las situaciones actuales. Se pone de relieve, por contraste, una cotidianidad que es imperativa, una comunidad de individuos, una institución establecida cuyas significaciones están caducas y distanciadas de la realidad efectiva social que viven los individuos. Todo ello, contribuye al despertar de los individuos y la sociedad a tomar las riendas de su realidad en las manos para hallar nuevas formas de convivencia y soluciones que modifiquen, sustituyan a las que no dan respuestas. Estas acciones generan un proceso de autonomía con tendencia a fortalecerse toda vez que la propia comunidad es garante del mantenimiento de sus logros, de sus iniciativas, en un trabajo permanente de cooperación activa que se preocupa por su cotidianidad: la convivencia, el espacio público. Asumir la responsabilidad respecto al espacio público, que consiste en la creación abierta de alternativas de convivencia y desarrollo individual. La libertad como autonomía comienza con la puesta en práctica de la imaginación radical cualidad inherente al individuo social.
Autonomía equivale a individuos libres, sociedad libre. La autonomía consiste, pues, en el movimiento y en la actividad de todos y cada uno de los individuos; es decir, la autonomía implica el hacer haciendo. Se construye cuando la comunidad participa efectivamente en el por hacer, es decir, todos y cada uno de los individuos asumen el poder de hacer por sí mismos y junto con otros. La autonomía es una actividad individual y también en conjunto con otros que involucra participación, compromiso, vínculo con la praxis en común que se ha emprendido, aceptar las formas de autogestión y autoorganización producto de las decisiones tomadas en esta actividad y la ejecución de las mismas por todos y cada uno de los individuos que deciden contribuir en la construcción de la autonomía. La creación de la libertad consiste en el movimiento de actividades humanas donde se da una vinculación estrecha de las necesidades, deseos, afectos, intenciones y voluntad de los participantes. “…La libertad, la autonomía, implica necesariamente la participación activa e igualitaria en todo poder social que decide sobre asuntos comunes...”[20]. Esto es la vinculación de la imaginación radical con lo imaginario histórico-social.
La autonomía consiste en la libertad positiva de todos y cada uno de los individuos de cuestionar las instituciones establecidas, porque el individuo se sabe un hombre mortal que nació para ser libre y que la libertad la construye con sus acciones. “Se trata pues, precisamente, de la autonomía como capacidad de cuestionarse a sí mismo y de cuestionar las instituciones existentes”[21]. Para ello hay que construir la paideia de la autonomía, es decir, “hay que educar al individuo para que sea autónomo […] hay que darle el hábito de la libertad […] la autonomía se crea ejerciéndose, uno se vuelve libre cumpliendo actos libres, así como uno se vuelve ser reflexionante reflexionando –y pueden facilitarse las condiciones de esta creación y de este ejercicio–. Es el papel fundamental de la institución…”[22]. De esta manera, la autonomía de una sociedad depende de la independencia de los individuos, puesto que son estos los que hacen a la sociedad y la sociedad la que hace a los individuos. “…Autónomo significa aquel que se da a sí mismo la ley. Y hablamos aquí de leyes comunes, ‘formales’ e ‘informales’, a saber, de las instituciones. Participar en el poder es participar en el poder instituyente. Es pertenecer, en régimen de igualdad con los demás, a una colectividad que se auto-instituye explícitamente”[23].
La sociedad instituyente se da en la democracia, pues es en este campo histórico-social donde los individuos formulan sus propias leyes, puesto que toda sociedad existe porque hay un conjunto de leyes que la organizan como institución. Estas leyes las fabrican los individuos junto con la sociedad. “El momento del nacimiento de la democracia y de la política no es el reino de la ley o del derecho, ni el de los “derechos del hombre”, ni siquiera el de la igualdad de los ciudadanos como tal: sino el surgimiento en el hacer efectivo de la colectividad del cuestionamiento de la ley ¿Qué leyes debemos hacer?...”[24].
Para Castoriadis la autonomía individual y social constituye un proyecto histórico-imaginario-institucional que es realizable porque depende del ejercicio imaginativo de los individuos y de su manifestación en lo imaginario. Todos y cada uno de los individuos actúan para participar efectivamente en la construcción de las instituciones sociales: leyes, gobierno, educación, relaciones humanas; asumen la responsabilidad de participar en el espacio público porque se comprende que tal campo es importante para el desarrollo individual y social. El proyecto de autonomía individual y en conjunto “Es el proyecto de una sociedad en la cual todos los ciudadanos tienen una igual posibilidad efectiva de participar en la legislación, en el gobierno, en la jurisdicción y en definitiva en la institución de la sociedad…”[25].
La autonomía requiere de la pasión de los individuos y la sociedad por los asuntos comunes, por la esfera pública, exige la actividad de cada individuo para poner en movimiento a la sociedad con el fin de construir instituciones que promuevan la autonomía junto con los otros. Se trata de fortalecer los lazos de amistad entre el Estado y los ciudadanos por medio de la creación de una institución histórico-social cuyo terreno ofrezca las condiciones para que los individuos ejerzan su libertad individual y produzcan libertad política.
El gran obstáculo que les toca vencer a todos y cada uno de los individuos para ganar su autonomía es derrotar el conformismo, la apatía, la evasión a asumir su responsabilidad en el campo político. Se trata de un cambio de actitud de todos y cada uno de los individuos respecto a la esfera pública.
En resumen, en estos cuatro autores hay una coincidencia: lo fundamental para cada persona de la existencia de un espacio que le permita el desarrollo de sus cualidades individuales. Esta manifestación necesariamente se materializa en un campo social, jurídico y político. Por consiguiente, una organización social institucional que se autocrea debe tener como eje esencial posibilitar un entorno donde se exprese la libertad individual como una imaginación radical que permanentemente discuta su propio origen político para impedir el establecimiento de dogmatismos, autoritarismos, fortalecer la diferencia, el disenso para mantener la presencia de la libertad individual y política, así como tender a la flexibilidad de incorporar la originalidad en cuanto a innovar en construir otro tipos de relaciones entre la libertad y el poder, entre las formas de socialización, entre la vinculación de la imaginación y lo imaginario radical.
Lo que ya denunciara Costant en su Discurso sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, en cuanto a las consecuencias fatales de trasladar instituciones de la antigüedad a la época moderna por propiciar situaciones represivas, sigue ocurriendo en el 2016. Venezuela es un ejemplo de esta aberración. Al incorporarse a nuestra realidad las ideas agotadas del marxismo lo que se produjo es un régimen autoritario. Sobre este anacronismo Castoriadis afirma lo siguiente: “…desde hace cuarenta años, el marxismo ha llegado a ser una ideología en el mismo sentido que Marx daba a ese término: un conjunto de ideas que se relaciona con una realidad, no para esclarecerla y transformarla, sino para velarla y justificarla en lo imaginario, que permite a las gentes decir una cosa y hacer otra, parecer distintos de lo que son”[26]. El marxismo se ha convertido en un eslogan de los políticos que aspiran llegar al poder para ganar los votos de los más desfavorecidos:

“Ideología, el marxismo lo ha llegado a ser en tanto que dogma oficial de los poderes instituidos en los países llamados por antífrasis «socialistas». Invocado por unos Gobiernos que visiblemente no encarnan el poder del proletariado y que no están más «controlados» por éste que cualquier Gobierno burgués; […] el marxismo se ha convertido allí en el «complemento solemne de justificación» del que hablaba Marx, que permite a la vez enseñar obligatoriamente a los estudiantes el Estado y la Revolución y mantener el aparato de Estado opresivo y más rígido que se haya conocido”[27].

        
En el presente, el marxismo se ha convertido en un dogma que utilizan los políticos como una máscara para conseguir adeptos, seguidores, aprovechándose de la desilusión, frustraciones, fallas del modelo de la democracia representativa. El líder valiéndose de los postulados marxistas se presenta como aquél que representará al proletariado, pueblo, velará por sus derechos, acabará con la injusticia, promete la igualdad. Detrás del disfraz se ocultan las verdaderas intenciones: el deseo de poder tras poder que sólo cesa con la muerte (parafraseando a Hobbes). Poder opresivo que se mantiene ilegítima e ilegalmente por la fuerza (militares, policías). Todo lo señalado anteriormente, es lo que ha hecho que se pueda considerar al marxismo, según el mencionado filósofo, como una teoría que ya perdió su vigencia y no sirve para elucidar los problemas contemporáneos. Sus mismos partidarios la condenaron. Y por eso, Castoriadis se pregunta: “¿Es la suerte de toda teoría revolucionaria lo que está indicado en el destino del marxismo?”[28].





[1] John S. Mill. Sobre la libertad. Madrid, Biblioteca Edaf, 2da Edición, p. 150, 2007.
[3] Ibid, p. 53.
[4] Ibid, p. 61.
[5] John S. Mill. Sobre la libertad…, op cit p. 52.
[6] Ibid, p. 67.
[7] Ibid, p. 72.
[8] Ibid, pp. 130 y 131.
[9] Ibid, p. 135.
[10] Ibid, p. 137.
[11] Ibid, p. 140.
[12] Ibid, p. 141.
[13] Blanco F., Rufino. “El canalla San Antonio”, en Relatos venezolanos del siglo XX. Caracas, Biblioteca Ayacucho, V. 138, pp. 28-32, s/f. Selección, prólogo y bibliografía Gabriel Jiménez Emán.
[14] Berlin, I. Cuatro ensayos sobre la libertad. Madrid, Alianza Editorial, Primera Edición, 1998, p. 220.
[15] Idem
[16] Ver Libertad como no dominación: antecedentes y fundamentos. Disponible en http://filosofiaclinica1.blogspot.com/2014/01/libertad-como-no-dominacion.html
[17] Idem
[18]Castoriadis, C., “La lógica de los magmas y la cuestión de la autonomía”, en Los dominios del hombre. Las encrucijadas del laberinto. Barcelona, Editorial Gedisa, S.A., 3ª Reimpresión, 1998.p. 214.
[19]Ibíd., p. 215.
[20]Castoriadis, C., “Socialismo y sociedad autónoma”, en Escritos políticos. Madrid, Catarata, 2005, cit., p. 98.
[21]Castoriadis, C., Sujeto y verdad en el mundo histórico-social. Seminarios 19861987. La creación humana I, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, Primera Edición en Español, 2004, p. 144.
[22]Ibíd., pp. 146-147. “…Ser autónomo, no es ser cualquier cosa o cualquiera; es ser, además, alguien, alguien definido, por lo tanto investir objetos determinados, su identidad, lo que va con esa identidad: una manera particular de hacer ser un mundo para sí, una manera particular de interpretar o de dar sentido a eso que se presenta…”. Ibíd., p. 197.
[23]Castoriadis, C., “Socialismo y sociedad autónoma”, en Escritos políticos, op. cit., p. 99. “…En efecto, el término autonomía ha sido empleado desde hace mucho tiempo –y de nuevo por mí desde 1949– para designar en el dominio humano un estado de cosas radicalmente diferente; para decirlo brevemente, el estado en que ‘alguien’ –sujeto singular o colectivo– es explícitamente autor de su propia ley y lo es lúcidamente en la medida de lo posible (no ‘ciegamente’). Esto implica […] que ese alguien instaura una relación nueva con su ley, lo cual significa, entre otras cosas, que puede modificarla sabiendo lo que hace…”. Castoriadis, C., “La lógica de los magmas y la cuestión de la autonomía”, en Los dominios del hombre…, op. cit., p. 210.
[24]Castoriadis, C., “Poder, política, autonomía”, en Ciudadanos sin brújula. Coyoacán, Ediciones Coyoacán, S.A., 2ª Reimpresión, 2005, pp. 64-65.
[25]Ibíd., p. 20.
[26] Castoriadis, C. La institución imaginaria de la sociedad. Buenos Aires, Fábula Tusquets Editores, 2013, p. 20.
[27] Idem
[28] Idem

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