Los
días de Hesíodo
y
los trabajos del emigrante
David
De los Reyes, UARTES - Guayaquil
El mayor campo de refugiados del mundo: Dadaab, Kenia (África).
Vivimos
en una época de intensa emigración permanente alrededor de todo el mundo. Una
emigración surgida, la mayoría de las veces, por la fuerza y las
circunstancias extremas de los países; por las
condiciones inhumanas, injustas, carentes, criminales, bélicas que distinguen a
muchas naciones que son manejadas por
gobiernos dictatoriales, criminales, fallidos y de fuerza, cuya característica y condición principal es el empobrecimiento sistemático de sus habitantes tanto a nivel material como
espiritual, intelectual y vital.
Las
más de las veces, al salir del país de origen en busca de nuevos horizontes, la
vida no se hace fácil, y tenemos que comenzar a reestructurar nuestras vidas,
nuestras costumbres, nuestros valores y nuestras formas cotidianas de hacer.
Pero lo insoslayable que se nos presenta al dar este salto, a veces desesperados,
otras con buena acogida por amigos o familiares que ya residen a donde
hemos elegido emigrar, es tener la actitud para aceptar la necesidad
imperiosa de trabajar y hacer la faena de la mejor forma para el acoplarse a la
nueva situación y obtener la superación de carencia por la que se tiene que
vivir al pasar esa línea fronteriza que nos aleja de nuestro territorio natal.
Además de conocer y adentrarse, vivir y
explorar las ancestrales y presentes culturas
a las que nos vemos inscrito en el nuevo hábitat elegido o permitido dentro del
abanico de posibilidades geográficas. Hesiódo, ya en la antigüedad del mundo griego,
reflexionó acerca de ello y hoy volvemos a retomar sus palabras como inspiración y ejemplo del emigrante que va a nuevos derroteros para
enderezar su vida abrirse con sus
propias fuerzas y habilidades, con sus propios valores éticos (y religiosos
para quien los tenga), gracias por su labor, a donde hemos llegado para
continuar nuestra propia historia personal.
Hesíodo
es uno de los autores clásicos del mundo griego, e igualmente, ciertos estudiosos de su obra le otorgan la
condición de haber sido el primer filósofo del mundo helénico, al encontrar en
sus palabras la alusión al ser y lo
cambiante que constituye esta identidad ante
un mundo (de los entes)
fenoménico. Sabemos que vivió entre el
siglo VIII y VII antes de nuestra era, es decir, entre el 800 y 700 del mundo
antiguo. Hesíodo se le conoce por dos obras, Teogonía, que describe todas las burradas, virtudes y fantasías
míticas de los dioses griegos, y un libro más humano, Los Trabajos y los Días, que es el que nos interesa aquí, cuya
primera parte no deja de estar salpicado por la visión divina del destino
determinado por edades, por parte de ese padre vengativo y hedonista nombrado
como Zeus, respecto a los hombres. Y una segunda sección donde encontramos un conjunto de recomendaciones para los nuevos colonos y trabajadores de ese período ancestral de occidente; toda
una lista de buenas propuestas para sobrevivir luego de buscar tierras dónde
asentarse y recrear, una vez más, la vida humana en común.
Sin
embargo, lo interesante de esta obra, por otra parte, es que es un ajuste de
cuentas. ¿Ajuste de cuentas dije? Si, un ajuste de cuentas. En el escrito encontramos el nombre de su
hermano, Perses, que es a quien va dirigido, o para quien fue escrito. Los trabajos y los días contiene una
serie de recursos y declaraciones muy de su entorno helénico, todo un catálogo
de disposiciones positivas para la vida común y del emigrante: actitud de los
dioses y su poder ante los débiles y sufridos seres humanos, consejos de
conducta, observaciones de vida, calendarios de los días adecuados para las
faenas, y toda una relación de lo que debe ser el condenado y sudoroso trabajo
honesto para los hombres que quieran, como se dice, agarrar los cuernos del toro de frente.
Una
doble verdad se desprende de sus
páginas. La actitud proba que debemos mantener ante nuestra labor diaria. Del trabajo no podemos escapar, por ser
necesario para subsistir, es un pesar que debemos soportar los hombres durante
la vida, pero si queremos, el trabajo forja un destino insoslayable y sólo
aquel que esté dispuesto a enfrentarlo, en asumir el qué-hacer cotidiano es
quien podrá con él, y doblegarlo para su bienestar. Fuera los holgazanes, serán perseguidos los zánganos, mal vistos
los ociosos sin causa o con causa por no hacer nada y vivir del trabajo de los demás. Postura
radical ante la labor, pero que en un mundo de carencias, como era aquél en el
que vivió Hesiódo, no se podía distraerse y asumir una vida sin un orden
estricto y secuencial, reiterativo pero vital para la conservación y lo que
pudiera llamarse hoy por buen vivir.
Es
un libro que fue útil para los griegos en su momento de expansión colonizadora
a territorios inhabitados del mar Mediterráeno y proclives para la supervivencia y negar la adversidad del
pasado personal y colectivo. Lo llevaban como preciada pertenencia algunos
colonos o emigrantes que buscaban escapar de las carencias donde habitaban, de
tierras infértiles o lugares hostiles por los habitantes de los alrededores,
de dominios por estados extranjeros, guerras permanentes genocidas, de territorios pobres en nutrientes, de
geografía difícil de doblegar para una mejor vida. Texto apreciado y atesorado
por estos viajeros que sabían
la ardua labor que les esperaba. Fue un libro para el viajero que buscó
un destino y un espacio que, con trabajo, podía llegar a ser provechoso y en los que se pudiera establecer
la continuidad de la familia, de la vida y de la cultura helénica en expansión
al abandonar regiones ya invivibles por condiciones políticas o naturales, y
obtener los recursos vitales dentro de una cotidianidad empobrecida.
Y
por otra, esta obra, como se dijo, contiene y expresa
una confrontación entre hermanos.
De los conflictos fraternos gracias a las malditas herencias familiares donde, a la muerte del padre, comienza a emerger lo
más bajo de los instintos y miserias entre hermanos, la ambición que siempre va
atada a la mezquindad personal, signo
visual del fracaso de familiares o hermanos. Perses será la postura del
ambicioso, en esta tragicomedia antigua; Hesíodo, aquel que, a pesar de saber
cómo invertir lo obtenido para el provecho familiar, tendrá que entregar buena parte de su herencia a su hermano dilapidador a la fuerza e injustamente.
¿Cómo trascurrió este pleito entre hermanos?
Perses demandó a su hermano ante los tribunales y los jueces dictaminaron a favor del
despilfarrador por ser el mayor. Una historia que se repite hasta la saciedad aún
en nuestro tiempo presente. Al obtener este botín, Perses, por sus andanzas y
procederes, vuelve a estar en la penuria, propio de una vida sin trabajo y
excesos, de zángano y sin
responsabilidad ante lo que se tiene. Y vuelve a exigir más ayuda a su hermano
Hesíodo, quien se negará, en esta oportunidad, auxiliarlo
otra vez a costa de la herencia de su padre; de un padre común que había vivido
del cabotaje en las costas occidentales de Anatolia (hoy Turquía), y terminó arruinado, regresando a las tierras
de sus ancestros, Beocia (zona occidental de Grecia), dedicándose a la
agricultura y al pastoreo, lugar donde nacieron, en la población de Ascra, sus hijos. Esta vida de
colonos pastores marca a Hesíodo, y será
el contenido experiencial de su
reconocido escrito sobre los días y sus labores pertinentes. Ambos
hermanos no tuvieron otra opción en su
juventud que dedicarse a tales oficios a campo abierto. Uno saco provecho y otro,
su ruina.
La aparición de la inspiración poética de Hesíodo ha sido
relatada por él mismo, el momento en que las musas se le aparecen un día, mientras estaba como pastor, cuidando un rebano de ovejas al
pie del verde y bucólico monte Helicón. Tal don poético lo impulsa a crear y
ser vencedor en la ciudad de Calis, ante el insuperable bardo Homero en un
certamen de poesía; este premio lo gana, según narran, a que el poeta de la Ilíada escribió sobre las atrocidades de la guerra y el beocio pastor, sobre las bondades de la paz. Parte de
su obra está inspirada por la tradición
oral de la mitología de los dioses, proporcionando toda una particular genealogía
de los dioses olímpicos como la conocemos hasta el presente; antes de Hesíodo
sólo se tenía conocimiento de ellos por ser transmitida de forma oral y sin una
clasificación certera y jerárquica de cada uno. Su Teogonía será una transcripción de las creaciones, aventuras y
ocurrencias mitológicas de los dioses bajo la dominación del patriarcal Zeus.
Las palabras que dirige a su hermano en Los Trabajos y los Días, con lo
que quiere decirle unas cuantas verdades,
comienzan advirtiendo las distintas edades por las que ha tenido que pasar el
hombre. Su creador, Zeus, al ser engañado y robado el fuego por el hombre, va a
crear, en venganza, una diosa maligna, Pandora, que hará justicia divina,
expandiendo los peores males sobre la tierra de los humanos, dejando dentro del
cofre, la Esperanza.
Su voz narra la
condición de los seres a su paso por distintas edades míticas, en que aparecen y
desaparecen sin dejar herederos. Comienza con la paradisíaca edad de
oro, donde se vivía exentos de males y en plena armonía, libre del trabajo y
enfermedades, sus habitantes eran dioses. A esta sucede la edad de plata, tiempo en que los primeros cien años de todo niño era criado por su madre, pero sin ninguna
inteligencia, abrumados por sufrimientos a causa de la estupidez, síntoma de
tanta protección maternal; tampoco honraban a los dioses: fueron dichosos subterráneos. La edad de
bronce, semejante a la de plata, sus habitantes tenían sólo la preocupación de injuriarse
entre ellos, no comían trigo, eran feroces y duro corazón como el acero: grande su fuerza, armas de bronce, moradas de bronce,
trabajaban el bronce; semejante a la invasión de los dorios, cazadores y
guerreros nómadas, que llegaron desde los territorios del norte de Grecia a
dominar todos los pueblos establecidos; un tiempo en que comienza a tener
serias dificultades las condiciones mínimas de la vida humana. La edad de los semidioses, donde por sus luchas y
guerras entre ellos, van a ser sometidos
por Zeus y llevados a la isla de la Bienaventuranza, allende el profundo océano, donde tres veces al año la tierra da frutos.
Y la última edad, en la que viven estos hermanos desavenidos, la edad del
hierro, donde los males han sido expandidos, el trabajo y la miseria los abruma
en todo momento, las enfermedades están en todo lugar, la envidia corroe y la
carencia lleva a la necesidad de exigir trabajar para ganar con el sudor de tu frente el pan, como dirían luego los
cristianos, donde los hombres son destruidos por los dioses cuando sus cabellos se tornan blancos. Nosotros,
pudiéramos especular con Hesíodo, vivimos en la edad de lo inmaterial, de lo
virtual, de lo digital, que funge como moneda y elemento etéreo por el cual
transcurren nuestras vidas amarradas al dispositivo del computador, aliñado dolorosamente todo
ello con las grandes pandemias de masivas emigraciones a nivel global, donde el
entorno se vuelve más angustioso,
carente, destrozado y violento en todos los sentidos posibles que en aquellos
tiempos pasados, y una vida urbana de continua evasión y distracción que viene a permear
narcóticamente nuestras míseras y aceleradas existencias.
La condición que observa Hesíodo de estos hombres de la
edad de hierro no es nada alentadora, son violentos, tramposos e inicuos. No
saben de dignidad ni de humildad, sólo de engaño y perjurio, algo muy normal
hasta en nuestros días. Una visión
bastante pesimista por realista del hombre en todos los tiempos. Donde no han tenido la osadía de abordar la
vida a través de las diosas Edo
(representante de la humildad, la modestia y pudor) y de Némesis (aquella diosa que aplica la justicia retributiva, la
solidaridad, la venganza y el equilibrio ante los excesos humanos). La edad de
hierro es una era donde esta diosa ajusticiadora, Némesis, se enfrenta
refrenando a los hombres que piensan tener derecho ante los demás por el uso de
la fuerza, donde los hijos ya no obedecen a sus mayores, y su mano empuñando la
espada del castigo divino, lacera toda desmesura. Asume la difícil tarea de
repartir la felicidad, midiendo su grado en los mortales que han sido favorecidos
en demasía y sin justificación alguna, por la otra diosa, Fortuna.
Así el texto nos lleva a un recuento de las atrocidades y
castigos que imponen los dioses a los hombres por sus excesos y acciones. Un
mundo mitológico pero humano, proclive a
la religión y al dogma, donde todo queda sometido a fuerzas invisibles, cuando
la ignorancia y la razón se nublan para la mente humana, alejando una mirada justa
de la vida individual y colectiva, junto a su condición trágica, mortal.
Esto lleva a Hesíodo a dictar a Perses, a través de sus
palabras, la necesidad de mantener y obtener a lo largo de la vida un sentido
de la justicia, un rechazo de la violencia, pues es el dictamen que exige el
dios mayor, Zeus, para los humanos. Donde el trabajo justo y autónomo, pero
vinculado con la comunidad cuando la haya, vendrá a ser la superación del
hambre y la miseria general; gracias a esto, no se incurrirá en aparecer y persistir en carencias
y dificultades por desatención al orden que impone y nos exige la vida; sólo quedaría
detestarnos por negar, insistentemente, la labor proveedora de justo
sustento, por nuestra acción. Al abocarse
estos emigrantes colonos campesinos a su faena, obtendrán el
beneficio de Démeter, la diosa de la tierra, que procurará llenar los graneros
gracias al buen y atento cultivo del suelo habitado. El hambre es la compañera
inseparable de los ociosos, seres que serán odiados por no hacer nada para
cambiar su condición; son vidas
determinadas y condenadas por la envidia,
al mirar a aquel que se ha enriquecido por su labor. Se trabaja no para
el lujo y la exhibición de oropeles y fatuidades, sino para no padecer
necesidad, ni cubrirse con el manto de la carencia perpetua: se trabaja para
llenar los graneros, es decir, tener el buen alimento de los días trabajados.
Los holgazanes son vistos como zánganos, que devoran la miel de las abejas
trabajadoras. Sin embargo los dioses son calificados como dadores de bondades, y considera, nuestro antiguo autor, que estas
riquezas son las mejores; la peor riqueza de todas es la obtenida por el robo.
Un principio dirigido a su hermano Perses era el de
aspirar a riquezas obtenidas por el esfuerzo cotidiano. Así llega al corolario ama a quien te ame, ayuda a quien te ayuda,
da al que te dé, pero no des nada a quien no te dé nada, lo cual aplico a
aquél. Pero es, también, un principio ético de buen
vecino, con quien se deberá tener una constante
y cultivada política de ayuda mutua en los buenos y en los malos tiempos por
venir. Y, sobre todo, atender al proceso que conlleva todo trabajo, he ahí sus
palabras: Hártate de beber al principio y
al final, pero no cuando estés en la mitad, pues no sabes cuán largo será el
trayecto que deberás recorrer. Sólo antes y después de la labor realizada
es que podemos festejar, celebrar en nuestras vidas; en el proceso de la labor
desempeñada abstenerse es lo preferible,
para no distraerse y perder lo ya producido.
De lo mínimo que exige para iniciar la vida en otro lugar
serán tres las condiciones exigidas: casa, mujer y animal para arar. Ante todo procura tener una casa, una mujer y un buey de labor. Una
afirmación que aún hoy debe ser seguida por todo emigrante. Es lo indispensable
para asentarse en un nuevo espacio. Todo exiliado de una u otra forma, en una u otra época,
siempre ha requerido eso, un techo que
acobije, un ser que nos acompañe y ayude, junto a una labor y habilidades e
instrumentos de trabajo que nos lleve a procurarnos lo necesario para una vida
proba. Luego está la importancia de mantener un orden, una continuidad del
hacer cotidiano productivo: el orden es
la mejor de las cosas para los mortales, el desorden la peor. La
imprudencia esta en nuestro obrar y ésta, si sólo está aliada al dinero, se
convierte en el alma de los miserables
mortales.
El uso de la expresión de la palabra, la oratoria
cotidiana, el uso del lenguaje, es tomado en cuenta por Hesíodo, pues considera
que la palabra pronunciada parsimoniosamente es un tesoro excelente entre los
hombres, ya que la gracia de las palabras
esta toda en su mesura. Saber medir
las palabras que pronunciamos nos da un sentido de armonía ante aquel que nos
escucha al pronunciarlas y de un pensamiento que se adentra en un orden medible y vivible, adjunto al honesto
hacer.
De todos los días del mes Hesíodo da unos que son más
proclives para hacer ciertas cosas que otras. Es un orden algo azaroso, casi
subjetivo o dispuesto por su experiencia personal en el territorio helénico
donde habitó. Esto nos da a entender que tenía muy en cuenta los cambios
atmosféricos y geográficos, aunado a una sucesión de acciones para la buena
labor cotidiana, semanal y mensual; es lo que hoy llamaríamos como su agenda laboral. De esta forma nos dará
de los treinta días del mes una docena de ellos especialmente dedicados a
labores importantes, los demás vendrán a ser secundarios. Como ejemplo de lo dicho este griego observa
que el décimo día del mes es propicio para la generación, para el engendrar
hijos la pareja, o la subjetiva apreciación sobre el veinticuatroavo día del
mes, que será mejor por la mañana y por
la tarde es menos bueno. El peor día del mes, el más peligroso y terrible, es el quinto día. De ahí pueda que venga esa
superstición itálica de ciertos días propicios para la mala suerte, como el
trece y el martes tan común en nuestra habla común.
Con estas líneas hesiódicas hemos querido presentar un texto clásico que,
no por haber pasado veintiocho siglos,
ha dejado de hablarnos sobre todo para aquellos que hemos emigrado por
inhumanas condiciones de vida de nuestros territorios nativos. Nos da una serie
de reflexiones que nos muestran una
sabiduría para el proceder del hombre de todos los tiempos. El hombre se debe
al buen trabajo. El trabajo no es
visto como un mal; todo trabajo porta consigo su dignidad cuando está bien
hecho y no a costa de la explotación y viveza sobre otro semejante. Tampoco se
refiere al trabajo del esclavo. Tampoco el de un hombre sometido al amarre de
un salario para subsistir. Se trata del trabajo que requiere hacer aquel hombre
que quería ser autónomo, vivir sin carencias o con las mínimas, de respirar
aires de libertad en otras tierras dentro de los límites de la vida sencilla y
de los pequeños placeres que nutren la felicidad de la labor hecha. Una ética
para todo emigrante, para todo aquel que busca nuevos horizontes donde asentarse
para la obtención del principio de la diosa Pachamama andina, el buen vivir o,
como diría Aristóteles, una vida buena.
Solo el que sepa enfrentar el trabajo sabrá como surgir airoso de él. En esto
radica todo.
Leed
a Hesíodo, y sacad vuestras propias conclusiones de emigrante.
Guayaquil
20 de marzo de 2018
Referencia electrónica:
Hesíodo:
Los trabajos y los días.
En:
http://www.ellibrototal.com/ltotal/?t=1&d=5113_5090_1_1_5113.
Visto el 1 de marzo del 2018.
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